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miércoles, 26 de noviembre de 2008

EL POEMA DE HOY



TREVELIN

Un soneto de Antonio Vicente Ugo*



Valle de Trevelin que te pareces
al consabido valle de un escudo
donde alguien te puso, como pudo,
el caballo, la rosa y los galeses.

Un perfil de montañas al desnudo
es tu vigilia de los doce meses
y el viento que mueve los cipreses
es, como dije, tu mejor saludo.

Postal para mirar en primer plano.
Mapa de arroyos en tu geografía.
Flores de asombro para tu verano.

Luz de multiplicado desconsuelo.
Yo quise ser tu explorador un día
y dejé el corazón bajo tu cielo.




*El Dr Vicente Ugo, médico cirujano reconocido a nivel nacional e internacional que residió en la ciudad de Trelew durante muchos años, reflejó su vocación de escritor en obras como “Vigencia del sur” (1986) -volumen al que pertenece este poema- y “La tierra que me diste” (1994). También se interesó por la historia de la medicina, afición que dio lugar al artículo “Cirujanos del Desierto”, publicado por el Archivo de Historia de la Medicina Argentina en 1973.

lunes, 24 de noviembre de 2008

LA NOTA DE HOY


Atahualpa Yupanqui
de la pampa a París: el mismo hombre

Por Olga Starzak*


Pensar en que Héctor Roberto Chavero adoptó prontamente el seudónimo de Yupanqui motivado por la vergüenza que le producía mostrar sus escritos, recordar su voz tan particular o el sonido inimitable de su guitarra es, en esencia, hablar de Don Atahualpa.
Acaso ese niño tímido o ese jovencito introvertido no presumía más que de los ritmos que lo habían atrapado y que jamás podría abandonar. Como no podría prescindir de su lento andar y su mirada franca, del ritmo de sus palabras y la nostalgia de lo que construyó como forma de vida, y veía decantarse cuando la vejez lo sorprendió: la cultura del indio, el valor de la simpleza, la palabra del pobre, la decencia de sus ascendientes.
Conoció casi al mismo tiempo la probidad y el respeto, el caballo y la milonga, la guitarra y la amistad. Mientras se deleitaba escuchando el canto de los peones, aprendía que había otro mundo en la música de Granados, Mozart, Schumann o Bach. Ambas le parecían fascinantes.
Hasta el último día de su vida admiró y reconoció la influencia que tuvo sobre él Bautista Almirón, su maestro en los acordes, al que no se cansaría de agradecer que le hubiese enseñado el oficio de cantar a cambio de un poco oficio de jardinería, ni de decir, además, que podar o embellecer los rosales de su mentor le gustaba y gratificaba enormemente.
Observarlo, escucharlo cantar y decir, descubrir su pasión por la vida nos hace comprender mejor cómo ese hombre tierno del cuerpo grande podía vivir tanto en Tucumán, en Córdoba o París, con el lápiz siempre pronto para escribir sobre el hombre y su escenario, dejarse seducir por el crepúsculo y también por la lluvia, el calor del sol y la tierra.
Atahualpa Yupanqui no sólo fue el símbolo de una raza sino el hombre que no descuidó jamás el mensaje que se propuso dejar. Fue el hito de una música que él mismo construyó y enseñó a descifrar. Su riqueza espiritual tuvo en su vida más fuerza que la que obtuvo en la faz económica.
Brilló su modestia por sobre su fama.
En enero pasado se conmemoró el centenario de su nacimiento. Fue allí en el Campo de la Cruz, en la provincia de Buenos Aires, un 31 de enero.
Le pertenecen, entre tantas, las letras de... La alabanza, La añera, El arriero, Basta ya, Cachilo dormido, Camino del indio, Coplas del payador perseguido, Los ejes de mi carreta, Los hermanos, Indiecito dormido, Le tengo rabia al silencio, Luna tucumana, Milonga del solitario, Piedra y camino, El poeta, Las preguntitas, Sin caballo y en Montiel y Tú que puedes, vuélvete.
Escribió, dejando sus enseñanzas, Piedra sola, Aires, Cerro Bayo, Guitarra, El canto del ciento, El payador perseguido, Del algarrobo al cerezo y más.
Desde estas páginas, y desde la Patagonia que admiraba, nuestro más sentido homenaje, con él y para él, a través de esta, su canción:

Guitarra, dímelo tú:

Si yo le pregunto al mundo
el mundo me ha de engañar
cada cual cree que no cambia
y que cambian los demás
y paso las madrugadas
buscando un rayo de luz
¿por qué la noche es tan larga?
guitarra dímelo tú...
Se vuelve cruda mentira
lo que fue tierna verdad
Y hasta la tierra fecunda
se convierte en arenal
Y paso las madrugadas
buscando un rayo de luz
Por qué la noche es tan larga
guitarra dímelo tú...
Los hombres son dioses muertos
de un templo ya derrumba'o
Ni sus sueños se salvaron
solo una sombra ha queda'o
y paso las madrugadas
buscando un rayo de luz
por qué la noche es tan larga
guitarra dímelo tú...

*Escritora chubutense
Setiembre de 2008

martes, 11 de noviembre de 2008

EL POEMA DE HOY





OFICIO

por Gerardo Robert*



Recostó mansamente su estatura cansada
desplazando su espalda sobre la cal del muro,
hasta que las cuclillas dieron forma a sus años
y se quedó muy quieto, ramoneando recuerdos.

Lo vio pasar la vida por la meseta agreste,
detenido en las noches en que el aire no alcanza.
Atesorando calma, palabras y aguaceros
con esa reservada vocación de estar triste
y el candor de un oficio con silbidos y perros.

Caminos de esperanza fueron moldeando sueños,
y el menester resero les prestó sus silencios.

Transitar estaciones en los tiempos de arreo
con cerrazón oscura, rumbeando los senderos.

Trajinar por los soles sofocantes de enero
esperando la noche para tocar estrellas,
con el cielo apretado contra el pasto reseco.

Subirse al regocijo de aquellas madrugadas
que restañan mutismos con rumor de gorjeos.

Él cumplió su destino.

Solo le queda el tiempo de mostrar su atavío
rebosante en manías
y corto de indumento,
cuando de tanto en tanto lo habitan alegrías
y rastrea memorias que deleitan asombros;
como si fueran cuentos.

Porque él sabe de siempre
y hasta el fin de sus días,
que ha valido la pena su oficio de resero.



*Escritor y poeta chubutense

martes, 4 de noviembre de 2008

LA NOTA DE HOY



EL CUENTO DE TERROR EN LA LITERATURA PATAGONICA


Por Jorge E. VIVES*



¿Qué diferencia los cuentos “de terror” de los relatos pertenecientes a otros géneros literarios? En principio, la presencia de lo sobrenatural; pero no en forma maravillosa o fantástica, sino ominosa y terrible. Para que el cuento sea “de terror” debe asustar, o al menos causar cierto desasosiego: una sutil inquietud del espíritu ante los hechos narrados que, de ser ciertos, provocarían espanto.

Porque precisamente una de las características de los aficionados a las narraciones “de miedo” es no creer en la real existencia de los entes que pueblan las obras a las que es propenso –vampiros, trasgos, lobizones-. Al pasar sus hojas, un lector crédulo no estaría entreteniéndose con una mera creación literaria; para él sería como consultar un libro de texto. Sólo puede divertirse con los cuentos de terror quien precisamente no dé por ciertas sus fábulas; y se maraville simplemente con el vuelo fantástico que puede tener la imaginación humana para crear mundos espeluznantes.

En la literatura patagónica existen muchos ejemplos de cuentos “de terror”. Un autor que ha incursionado en el género es Fernando Nelson. La temática de este escritor es variada y no se circunscribe estrechamente a un género tan puntual; pero en su libro “El retorno” incluye varios relatos donde la cuestión sobrenatural adquiere caracteres de terrorífica. Uno de los más logrados es “El espectro de las gemelas Simpson”, cuyo final trae a la memoria el infausto desenlace de “La caída de la casa Usher”; pero tal vez el que provoca mayor inquietud sea “El pasajero indeseable”, un relato con reminiscencias lovecraftianas que ronda en torno a la figura del “Cyoeraeth”, terrible espantajo de evidente origen celta.

“Marcial”, cuento de Gerardo Robert publicado por Literasur hace un tiempo, describe en forma impecable una típica situación sobrenatural en el campo; que cierra con una apelación a lo racional al darle visos de veracidad ciertos datos presentados como supuestamente reales. Es un “cuento de aparecidos” donde el espectro “aparece” antes de lo que es dable esperar; una variable sumamente imaginativa respecto a las tradicionales narraciones de fantasmas.

El volumen de cuentos “Patagonia Sur”, de Mario Echeverría Baleta, contiene también un relato sobre “aparecidos”, con todos los condimentos clásicos del género: un viajero solitario, un lugar “embrujado”, un forastero misterioso. El cuento se llama “El puesto del diablo”. La nota final refiere que el autor toma el tema de una conseja existente entre los pobladores de la zona de Bella Vista, en el camino de Río Gallegos a Río Turbio, sobre la aterrorizante presencia de un fantasmal “gaucho rico” en inmediaciones de un rancho abandonado. Otro gaucho fantasmagórico es el domador del cuento “El espectro de don Ávila”, que Luis Alberto Jones incluye en su volumen “Cuentos in-formales”. Este es un espectro que no rehuye la compañía humana hasta que es puesto en evidencia en forma circunstancial.

Tomando por ejemplo la existencia de cuentos como los citados, se puede afirmar que el terror está presente en la literatura patagónica. Sin embargo su existencia no es tan significativa como sería lógico suponer; teniendo en cuenta que el ambiente de esta tierra, sus paisajes de evocaciones oníricas, sus ámbitos desolados y solitarios, sus leyendas, tradiciones y mitos, parecerían conformar un especial escenario para situar los relatos del género.

En las creaciones literarias regionales el terror se encuentra en forma latebrosa, latente, intuida; como suele percibirse el espanto en los cuentos de Arthur Machen; pero pese a ello tiene un lugar que merece ser reconocido. Muchos escritores vernáculos han ensayado el cuento “de miedo”; incorporando a los temas clásicos ciertas notas de color local que les otorga una particular identidad. Sin dudas, esta presencia del género con marcados rasgos distintivos en las letras del sur conduce inexorablemente a una pregunta: al igual que sucede con las narraciones policiales o de ciencia ficción de autores sureños, ¿cuándo podrá verse en las vidrieras de las librerías, así como muchas veces se exhiben en ellas recopilaciones de relatos de espanto de otras latitudes, una “Antología del cuento de terror patagónico”?


*Escritor chubutense.


sábado, 25 de octubre de 2008

LA NOTA DE HOY



Alfonsina Storni. A 70 años de su fallecimiento*


Es difícil para nosotros, transeúntes de la primera década del siglo XXI, imaginar cómo un siglo atrás podría vivir en una sociedad como la de Argentina del 1900, una jovencita que insinuándose talentosa, adormecía sus dones esperando, tal vez, el momento justo en que toda su esencia se manifestara. Alfonsina tendría antes que atender las mesas del Café que sus padres poseían en Rosario, Provincia de Santa Fe, cuando llegados de Suiza en procura de mejores horizontes, se decidieron por el norte del país; y más tarde trabajar en una fábrica de gorras haciendo uso de sus facultades para la costura, aprendidas en el seno familiar. Pero la muchacha ya observaba de cerca el mundo al que quería pertenecer... y no tardó en dar los primeros pasos en él. Fue en escenarios artísticos donde a los catorce años procuró, decidida, a mostrar sus dotes de actriz. Quizás fue eso, o su sensibilidad o su destino, lo que hizo que se conectara con grandes obras de la literatura, con notables literatos más tarde. Sin pausa y sin siquiera pensarlo construía su futuro de poeta reconocida y admirada en el mundo de las letras. Mientras tanto necesitaba un sustento seguro que le posibilitara contribuir con su numerosa familia y, para entonces, la docencia era un bien que ubicaba a quien la ejerciera en un lugar privilegiado. Por supuesto, ¡ya escribía! ¿Cómo no hacerlo una joven romántica, sensible y transgresora, que buscaba afanosa expresar su mundo interior? La poesía era su forma, su mundo y su atracción. La esperaban también obras de teatro, cuentos y hasta algún ensayo, pero ella era lírica en esencia, como suelen serlo quienes encuentran en la soledad una buena compañía. Y la soledad era para Alfonsina Storni, supongo, un modo de reencontrarse con lo más virtuoso de sus entrañas, y soportar sin testigos esos estados anímicos adversos que comenzarían a dominarla.
A los 19 años tuvo a su único hijo, quien jamás conocería a su padre. Imagino que para una familia como los Storni el hecho tiene que haber producido singulares conflictos, pero la mujer que ya era Alfonsina, con su coraje innato y su rebeldía, la convirtieron en una madre que caminaba con el mentón en alto, en la certeza de que el niño era el mejor regalo que la vida podía ofrecerle. Transcurre así su vida, en medio de fuertes decisiones, de amistades profundas, de creaciones literarias que van encontrando su lugar en revistas, periódicos, diarios... y poco después se convierten en libros. Y vendrán muchos volúmenes en la vida de esta mujer firme pero apenada, chispeante aunque depresiva, simpática y sagaz.
Sin embargo el suicidio formaba parte de sus días, de sus afectos más caros, de su perspectiva de vida. Lo hizo primero su gran amigo Horacio Quiroga, más tarde Leopoldo Lugones...
Alfonsina había tenido el mundo a sus pies, algún tropiezo y frustraciones, el designio de estar rodeada por intelectuales y sensibles, y la desventura de una psiquis que la traicionaba hasta devorarla. Su talento asediado por la depresión, su carisma por la angustia recurrente y su vida social postergada por la fuerza atroz de la enfermedad que la había mutilado y acrecentaba su neurosis.
Quién sabe cuánto y cómo luchó contra su designio.
Ya había escrito:

Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.

Si bien la leyenda ubica a Alfonsina como aquella mujer que hace de su muerte el poema más doloroso, que se retira de la vida caminando lentamente hacia el mar que la fascinaba, dándole la espalda a la ciudad, lo más probable sea que esta mujer que disfrutó y amó pero mucho más sufrió, haya decidido darle fin a su agonía de un solo salto.
Con toda valentía. Como ella estaba acostumbrada a tomar sus decisiones.


*Olga Starzak
Setiembre de 2008