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viernes, 16 de octubre de 2009

EL POEMA DE HOY


ABRIDOR DE SURCOS

de Rubén Héctor Ferrari*




Quizás te envidio un poco

el tiempo que has vivido,

sencillo pionero.

Y me ubico, irreverente, en esa época

de sublimes empresas y de sueños,

cabalgando en ilusiones

de nostalgias que fueron...

Es tu mundo callado el que yo busco

porque anhelo la esencia de tu sino

como el viajero que advierte su retraso

sin poder alcanzar lo que ya ha sido.

Me has dejado el sabor de tu aventura

en señales de surcos,

en rumores de acequias

y labradíos de trigo.

Pero estás siempre más allá

de la punta de mi arado

orientado hacia el sur

de tus pasos sin ruido.

Y añoro el momento que atrapaste

en el instante justo

de otros designios...

Adivino tu mano creadora del ladrillo,

el fogón de tu casa

y la risa de tus hijos.

Y te veo concebir tus palas

y tus mesas largas

y tus velas de sebo

y tu confiado silbo...

Te presiento cultivando en himnos

el mañana desde el que yo vuelvo

para añorar los muros

y las calles anchas

de tu mismo pueblo.

Y toco las tapas gastadas

de tu vieja Biblia

buscando los olores

del sudor labriego

y la esencia

de tus mismos sueños...

Advierto así mi demora en el tiempo

y tu hora lejana

y mi afán sin remedio.

Por eso envidio un poco tu ocasión,

pionero;

por ser el inspirado abridor

de surcos

y de riegos.

*Rubén H. Ferrari Doyle (Gaiman - Chubut) es Profesor en Letras (UNPSJB) y miembro del Gorsedd del Chubut.









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miércoles, 14 de octubre de 2009

EL CUENTO DE HOY

HOMENAJE A JUAN B. VALLÉS, A UN MES DE SU FALLECIMIENTO


Silencioso, como su andar, Juan fue despidiéndose del aire marino, de su amado estudio en la planta alta de su casa en la costa, seguramente de cada uno de sus libros…, aquellos que atesoraba con infinita pasión. Juan caminó las orillas de su playa, imaginó Xavea en una costa lejana, se emocionó con cada nieto, admiró a Borges… Se detuvo a observar, con el mismo afán en su emoción, tanto el gesto surcando el rostro del dolor como la amplia sonrisa del labriego al recoger de su tierra el fruto gestado. El privilegio de su amistad me enorgullece, su recuerdo me insta a rememorar de él su sonrisa más perfecta, su mano siempre tendida, la claridad en su mirada… El mañana sin Juan es eso y son sus versos, aquellos publicados y también los otros, los cuentos que más amaba, sus infinitos borradores… aquellas novelas que aún esperan; y este cuento… solo un retazo de la obra literaria de Juan Bautista Vallés.
A un mes de su partida

Con profundo dolor

Olga Starzak





Refugiados



Habían caminado todo el día. No recordaban cuándo el sol iluminó la tierra. Sí, veían, cómo estaba por dejarla.
Sentían los pies cansados, hinchados, la boca hacía sentir su sequedad, pegando la lengua sobre el paladar. Y las encías clamaban por algo líquido. Ya la sed había tapado el hambre que era ya tanta que ni las tripas protestaban. Un hombre y un niño seguían la marcha al ritmo de la caravana para no quedar solos, aislados, que era la última etapa de este castigo. El último abandono de la raza humana. Unas veces se tomaban de la mano, otras caminaban juntos, siempre uno al lado del otro. La tierra era dura, más bien agrietada y con un follaje escaso que tímidamente aparecía sobre el suelo.
Pero podía ser tierra colorada, arcillosa; o bien pantanosa e insaciable. La superficie podía ser de arenas sueltas o sólidas y las plantas tupidas como en la selva, o con la ausencia inacabable del desierto.
El escenario es igual, es intrascendente cuando el drama lleva a las orillas del horror. Que estas veces coincide con los límites del hombre mordiendo, casi, a las bestias.
El humano cubre todo de su propio horror.
Como no importa mucho la tierra, el escenario, los decorados térreos, tampoco importa el nombre. Estos lugares pueden llamarse Vietnam, Corea, Filipinas, Europa, América, África, o Kosovo. El nombre es solo una estación en este andar empapado en miedo.
Próximos a ellos otros tienen la oportunidad de morir y matar. Son los que elaboran odios y los descargan. Los que pelean, sabiendo o no por qué. Los que tienen alguna actividad en este juego por alguien desencadenado. Son los Caín buscando su Abel.
Algunos son empujados de aquí a allá, por razones tan superiores que nunca entenderán. A veces por armas amenazantes, otras por elementos indomables como el agua y el fuego, las sequías y los vientos. La sangre y los miedos, el hambre y la sed. Comienzan a estar tras ellos con uniformes exteriores y mentales. Los azuzan, los apuran, los empujan.
Es una larga columna de buscadores de refugio, que repta siguiendo las desigualdades de la tierra. Una columna que se pierde y que puede ser una víbora fugitiva o un cordón umbilical tratando de asirse al género humano.
Esta es la fila visible, compuesta de cuerpos. Por sobre ella hay otra invisible que son las almas que corresponden a esos cuerpos y que están prestas a abandonarlos.
Cae el sol, que indiferente cumplió su ciclo diurno y la caravana se detiene.
Son miles de miserables inmersos en situaciones paridas por otros hombres. Sin destino, sin información, sin bienes, sin documentos, sin otra cosa cierta más que tratar de vivir. Como sea, pero respirar.
Es la última condición de vivos que mantienen.
Avanzan un hombre y un niño. Unas veces se toman de la mano, otras caminan juntos, siempre uno al lado del otro.
Sobre una piedra más o menos grande el mayor de los dos se sienta. mira el cielo para no mirar en derredor. Hay algo aún de azul en la limpia perspectiva del firmamento y es mejor que pasear la mirada por la caravana de la miseria y el espanto.
Casi a sus pies se sienta el chiquillo, negra su cara y también sus manos.
Él sí observa la procesión, si bien le parece cada día un poco más siniestra.
De pronto se miran a los ojos. El abuelo sabe que el nieto quiere comida, agua, descanso, seguridad. Nada que él le pueda dar.
Y entonces unas lágrimas van cayendo lentamente por el rostro lleno de arrugas, como queriendo hacerse canal en la piel avejentada. Y solloza y llora ya abiertamente porque la desesperación y la impotencia le roban hasta el último pedazo de dignidad que es ocultar su llanto.
Llora aunque sabe que las lágrimas no le hacen dar frutos a la tierra y pocas veces a los corazones.
El niño también llora cuando ve que el anciano lo hace. Quizás le dieron ganas a él también. Y nada le cuesta hacerlo a cara descubierta, porque aún la vergüenza no le ha llegado. Llora por su madre y su hermana que no sabe dónde están; por su padre al que alguien robó una pala de la mano y en ella colocó un fusil.
Por el abuelo fuerte que ahora se desploma.
Por el sol que ilumina todo, menos oscuridades íntimas que nos dominan y nos hace engendrar estos hechos.
Llora por nuestra condición de humanos, crueles hasta con nosotros mismos.
Llora por los que lloran y por los que hacen llorar.
Llora por nosotros.
Por todos.

Juan Bautista Vallés Desde el Sur esquina Viento Biblioteca Popular Agustín Álvarez - Trelew Chubut - 2004







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viernes, 9 de octubre de 2009

LA NOTA DE HOY



UN GAUCHO PATAGÓNICO EN LOS TIEMPOS DEL FORD T

Por Jorge Gabriel Robert

El Ford T modelo 21 zigzagueaba por la actual ruta 1 con destino a Camarones. Por el costado izquierdo, las Islas Blancas bordeadas de espumante blanco sus riberas, muestran las primeras aves migratorias marinas, en una algarabía de gritos, intercambiando picotones a diestra y siniestra con las amas de casa, las gaviotas. Buscan un lugar para su nido y sus pichones.

En la costa, las aves más pequeñas, pájaros de tierra llegados de un largo viaje; el chorlo, la corralera, preparan sus nidos en la parte alta donde el color de sus huevitos se confunde con el fino canto rodado, haciéndose invisible para el hombre y quizás otros predadores que gustan ese manjar. Sin embargo algunos polluelos ya han roto su casita y, confundidos en el incipiente prado verde con flores a la vera del camino, corren por el sendero sinuoso hecho por los carros de entonces. El Ford T modelo 21, detiene su marcha a cada instante, preocupado el conductor, evitando pisar alguno de los inocentes y casi invisibles nuevos habitantes que, una vez en condiciones su plumado cuerpecito, regresarán con sus progenitores a su lugar de origen.


Un sol de primavera va proyectando sombras sobre el mar que parece de aceite por la quietud, mientras se va tiñendo de azul oscuro; las aves de la Isla continúan con sus gritos, activando la pesca en el cardumen de pejerrey que se acerca. En el camino, el Ford T se ha detenido; un hombre de mal aspecto solicita ser transportado hasta el pueblo donde se ven brillar las primeras luces. A juzgar por los atuendos que lleva en su hombro, no hay duda, es un linyera.
El chofer, que no va solo, hace subir en la cajita de atrás a su compañera, su esposa que se sienta junto a sus dos hijos, una nena y un varón menor. El inoportuno personaje es invitado a subir junto al chofer, quien una vez en el poblado, se dirige a la comisaría, habla con el comisario para que esa noche hospede por ahí a su improvisado pasajero, ofreciendo a la vez algún dinero para el gasto de comida. Al día siguiente cambia un neumático pinchado, carga en el comercio un cajón de nafta (2 latas de 18 litros), con letras grabadas a fuego que dicen: MADE IN UNITED STATES OF AMERICA, algunos víveres y con su familia vuelve al hogar por el mismo camino, hacia un establecimiento ganadero que fundaron sus padres en puerto Santa Elena. Pero, ¿quién era el atribulado personaje que evitó pisar un pichón de pájaro y que en su coche, lleno de familia permitió subir a un vagabundo tan solo por tratarse de un ser humano? Era tan solo un gaucho. Un gaucho de bombacha, botas y cuchillo en la cintura, pero no hijo de aborigen y español como se solía reconocer al gaucho, sino hijo de inmigrantes franceses que llegaron muy jóvenes a Argentina y se casaron. Él era el primer hijo de seis que completaron la familia. Y además, era mi padre. Yo, el más pequeño que iba en la cajita del Ford T con mamá y hermanita.


El regreso no es igual porque debe cortar campo, o campo traviesa lejos de la ribera, donde pululan los pichones de aquellas pequeñas aves migratorias a que aludimos y que arrastran sus alitas contra el piso en actitud amenazante, enfrentando esa mole ruidosa que para ellas sería el Ford T mod. 21, con su poderoso motor.
En la estancia, varios vecinos festejan alborozados la llegada del único vehículo a motor que les ayudará a distribuir rollos de alambre, entre los campos recién poblados y en plena colonización.
El cuidado de hacienda lanar en campo abierto significa un esfuerzo sobrehumano y es necesario alambrar. Nuestro gaucho, a quien los vecinos llaman “el maragato” por haber nacido en Carmen
de Patagones, les sonríe mientras rodea el fogón y el asado de capón con que lo esperan. Cuenta el viajero que debió destrampar un gato montés que alguien cazó por su piel.


El Ford T mod. 21 ya está listo para llevar a la ruta a varios “buscadores de oro”, no de las minas, sino de la ribera del mar, pues suponen que de acuerdo a los vetustos mapas que poseen, hay un tesoro enterrado por piratas perseguidos y es necesario encontrarlo. El gaucho, o el maragato como quisieran llamarlo, o el matemático, cuando cubica el bañadero de todos los vecinos a efectos de aplicar el antisárnico adecuado en el agua, o el filántropo, cuando acepta en la mesa familiar a los buscadores de oro, hombres de baja catadura; muchos, escorias de las cárceles chilenas que fueron librados a combatir en la guerra del pacífico en 1876, siempre prontos a desenvainar la navaja, pero hambrientos y atentos a la hospitalidad bíblica del gaucho en su morada.
La dignidad, la hospitalidad y el apoyo moral hacia su coterráneo, fueron valores que el gaucho brindó como aporte a la civilización rápida de esta Patagonia que elegimos para vivir.








miércoles, 7 de octubre de 2009

CARTELERA CULTURAL



Carmen Larraburu expone en Alto Río Senguer

En el marco de la III Feria del Libro organizada por la Biblioteca Popular “Dr. Enrique Perea” y la Escuela Nº 106 del Senguer (Chubut) cuyo lema es diversidad cultural.

Sábado 10 de octubre a las 15, 00 hs:

Apertura del Aula 1: Muestra de Pinturas

Serie: “Ecos de los Centauros " / Serie:”Desde el Puerto de Rawson" /Serie Ilustrada: "Sueño de Tomón" Charla con los asistentes sobre el origen del trabajo artístico: El caballo y el sueño criollo - El Puerto y su paisaje - El Mudai y la poción de los pueblos. (Sueño de Tomón ) - Se aceptan preguntas.



Expositora de Playa Unión en la ciudad de Mar del Plata

En el marco del 5to. Encuentro Cultural de Mar del Plata 2009 inaugura muestra pictórica el 14 de octubre a las 20 horas la pintora Carmen Larraburu, en la sede de la Asociación de Empleados de Casinos Provinciales en la ciudad de Mar del Plata.

El evento cultural se llevará a cabo entre los días 14 de octubre hasta el 1º de noviembre. Los padrinos culturales son la Sra. L. Peretz y Sr. Carlos Rottemberg .

Las exposiciones y espectáculos artísticos se realizarán en las salas de exposiciones. Cuentan con 10 sedes culturales, entrada libre y gratuita.

Participan artistas de varias latitudes, nacionales e internacionales. Son varias las disciplinas que conjugan esta fiesta cultural.




domingo, 4 de octubre de 2009

EL CUENTO DE HOY


“UNA MONEDA ROMANA EN LA CORDILLERA PATAGÓNICA”


Por ANA MARÍA MANCEDA





-¡ Escuchá...escuchá! En estos momentos se está muriendo, es impresionante ¿ No te parece?
Bárbara sintió una opresión en el pecho, es cierto, podía sentir en las notas la última respiración de Isolda. Miró a Federico, su cara arrugada expresaba toda la emoción que le producía la música, sus ojos celestes brillaban, mientras apretaba en su mano la moneda romana, nunca se separaba de ella, según él, era su amuleto. Las notas de “ Tristán e Isolda” se expandían moribundas por cada rincón de la cabaña. ¡ Por fin terminó! Sintió deseos de llorar, este hombre tenía el poder de hacerla viajar por sus aventuras, su música, tenía que irse, refugiarse en su hogar, era la hora que Julio regresaba de la escuela, extenuado por su doble turno de maestro. Se despidieron, pronto se encontrarían. Federico había aparecido en sus vidas de la única manera posible, omnipresente. Arribó a esa zona de lagos patagónicos interesado en estudiar las huellas de culturas antiguas. De origen germano, recorría el mundo tras los pasos ancestrales del hombre, antropólogo, había dictado clases en famosas universidades, una vez retirado se dedicaba a lo que le apasionaba. Julio, su marido, lo admiraba pero no dejaba de rebelarse, el viejo se abusaba de cierto dominio sobre ellos. En el trayecto observó el crepúsculo cayendo sobre los bosques ocres y rojos, este lugar de la Patagonia regala chispas de magia que preceden al largo invierno, había que aprovechar cada momento ¡Temporada larga la de las lluvias! Y luego las nevadas. El ruido constante de las gotas sobre los techos de chapa pulía las ilusiones y los proyectos. Cuando las actividades cotidianas se estaban haciendo rutinarias como hachar leña, reparar la salamandra, separar y clasificar hongos recolectados en el bosque, hacer dulces, Federico los invitó a cenar, los esperaba en su cabaña el viernes por la noche.
Ubicados en la mesa de piedra redonda apoyada en la pared del patio, al lado de la parrilla, arropados, disfrutaban del olor de la carne asada y el vino que reflejaba chispas rojas desde su color violeta. Esta vez Wagner no, por favor ¿Quizás algo de jazz? La charla placentera transcurrió por las anécdotas pueblerinas, por las visitas de Federico a las cuevas pintadas de la zona y la acción lamentable del hombre en ellas. De pronto el viejo quedó callado, era un momento especial para él, debía proponerles una aventura, dependía de ellos, el resultado cambiaría sus vidas, quería ayudarlos. Por un rato quedaron en silencio, se dejaron seducir por los olores, los sabores y la vista de la luna llena que jugaba a espiarlos entre las hojas amarillentas de los álamos.
-Ya está muy fresco ¿Tomamos el café adentro? Julio encendió el hogar, Bárbara preparó el café mientras Federico disponía unos mapas en la mesa ratona. Se sentaron en cuclillas alrededor de la mesa. Con marcadores de distintos colores Federico les explicaba su secreto; hace mucho tiempo él sabía de un tesoro escondido, de la época de la conquista, en un árbol hueco, fosilizado, tapado por un tapiz musgoso y parte del sotobosque.
-Queda en las cercanías del pueblo, podríamos buscarlo juntos, es de un valor incalculable, yo sé donde venderlo en Europa.
El tiempo parecía haberse entretenido jugando a la búsqueda de la realidad, los jóvenes mudos no pudieron responder a la propuesta, quedaban muchos interrogantes y la situación lindaba con fronteras surrealistas. Hicieron preguntas, dudaron de la veracidad de la historia, cuestionaron la ética de la aventura, de todas maneras se despidieron con la promesa de pensarlo, aunque la respuesta se leía en sus ojos. Luego de despedirse de sus amigos Federico tiró una colchoneta al lado del hogar, apagó las luces, puso su música favorita y se acostó. Sus ojos celestes parecían pertenecer al universo, no a un solo individuo. Levantó la moneda, la cara del emperador romano brilló rojiza ante el resplandor de las llamas, una profunda tristeza lo fue invadiendo ante la certeza del rechazo; ellos eran la última esperanza que le quedaba. A través de la ventana se veía la luna llena ¡Ese poder fascinante que tenía de hacer suya la energía prestada! Dolía ver tanta belleza. De pronto, una figura agigantada provocada por el fuego del hogar apareció. Destino. ¿Venganza? Cuchillo, odio. El pecho del hombre emitió un sonido que escapando de sus labios, huyó decidido a acariciar la plateada luz de la luna. La música del disco llegaba a su fin, Isolda ya no respiraba.
La desaparición de Federico fue tan misteriosa como la aparición en sus vidas. Fueron a la cabaña y no encontraron ningún rastro de él, solo sus discos, algún libro y muchas cenizas en el hogar, al costado de éste Bárbara encontró una libreta, como si hubiera escapado de las llamas, la guardó en secreto. Concordaron que Federico algo habría encontrado respecto al tesoro y al no tener apoyo de la pareja decidió irse sin enfrentar una despedida. Los habitantes del pueblo que casi no tenían trato con el hombre creyeron que dio por finalizada su estadía en un pueblo exótico para él. Bárbara sintió el vacío dejado por el viejo antropólogo. Julio se volvió más taciturno. La joven justificó la conducta de su marido como algo natural, al ser oriundo de esa región había heredado la actitud reservada de su pueblo, quizás estuviera aliviado por la desaparición de Federico, incluso llegó a pensar que tenía celos del viejo, pero los meses subsiguientes la actitud agresiva de Julio hizo insoportable la convivencia. En sus momentos de soledad Bárbara pensó en la posibilidad de una separación, no soportaba más vivir de esa manera, hasta sentía temor por la mirada huidiza y fiera de su esposo.
Durante el verano, cuando los días son tan largos que el sol evapora hasta los íntimos pensamientos Julio fue de pesca. El río, con sus pozos y su relieve obstinado de seguir su apariencia externa lo arrastró hasta la nada; nunca se pudo encontrar su cuerpo. Pasó el tiempo, Bárbara, con la fuerza de su juventud se fue reponiendo de la tragedia. Un día encontró la libreta de Federico, decidió afrontar los recuerdos de ese extraño hombre que existió en su pasado. Escrita de manera legible y prolija leyó una narración realizada por el antropólogo.
Don Alonso González, oriundo de las Tierras de Castilla y en tránsito por tierras patagónicas, se dedicaba al estudio topográfico y preparación de herbarios. Entre sus ropas pardas portaba, en bandolera, una bolsa de cuero de puma en cuyo fondo escondía monedas de oro y joyas heredadas de su familia española. Por encima de éstas un pedazo de cuero tapaba el tesoro, encima de él llevaba los utensilios que usaba para realizar sus estudios. De las monedas que escondía había una que le quitaba el sueño, era de bronce, le fue donada por un tío sin hijos, quería que él la herede, nunca supo como llegó a las manos de su pariente. Era acuñada en Calagurris entre los 31 y 27 antes de Cristo. En el anverso figuraba la cabeza desnuda del emperador Octavio y en el reverso la figura de un Toro grueso de patas cortas, parado y mirando a la derecha, arriba una leyenda en latín CALAGVRRI. Solo al recordar la antigüedad hacia transpirar a Don Alonso. Él tenía un plan que había elaborado en años, de ahí su decisión de viajar a las Nuevas Tierras. Hasta que decidió que había llegado la hora de esconderlos. Luego de la cena Don Alonso durmió de manera profunda a sus compañeros de expedición con unos brebajes de hierbas de la región, excepto a su esclavo traído desde el norte de los lagos. Éste debía ayudarlo en una expedición secreta, ya había localizado el lugar donde escondería su tesoro. Había trabajado la conciencia del indígena con raras historias que el pobre no entendía, solo sabía que debía seguir a su amo. Cuando la luna transitaba por el novilunio, amo y esclavo desaparecieron en la oscuridad del bosque. En el trayecto hacia el escondite, Don Alonso recordaba los meses de difícil derrotero por esos paisajes imponentes, bellos y tan extraños a su Castilla natal. Llegado a las costas del Pacífico Sur, se había puesto a las órdenes de Don Pedro de Valdivia, Gobernador de Chile. La orden del Gobernador fue que encontraran los caminos hacia “El Mar del Norte”, pero la mayoría de los expedicionarios ansiaba llegar a la “Ciudad de los Césares” erigida sobre piedras preciosas y oro, la mítica ciudad obsesionaba a los conquistadores. Los peligros no eran pocos, el clima brutal, el paisaje montañoso, la vegetación boscosa cerrada, los indígenas al acecho y las distancias enormes. Luego de cruzar la cordillera tomaron de esclavos a un grupo de pehuenches, es cuando solicitó a su comandante que le ceda uno de ellos para que lo ayude en sus tareas. Se dirigieron tras meses de travesía hacia la Vega del Cerro Chapelco, en esa belleza imponente acamparon a orillas del lago Lácar. Ahí es donde decidió llevar a cabo su plan, el indígena imperturbable hizo todo lo que se le ordenaba, antes de guardar el tesoro buscó la moneda romana que su amo le exigió, éste la tomó y la apretó entre sus manos. La oscuridad era absoluta, solo algunos ruidos lejanos de algún animal nocturno rompía el silencio. El topógrafo sabía que ahora vendría lo peor, ordenó a su esclavo que levante unos utensilios que habían quedado en el suelo, cuando éste se agachó le dio un justo golpe en la cabeza y lo mató, luego de atarle unas piedras en el cuello lo arrastró hasta un arroyo cercano, de aguas impetuosas, que arrastraría el cadáver hasta el lago y de ahí al océano. Don Alonso llegó extenuado al campamento pero por la mañana se levantó con la energía de siempre a realizar su trabajo, el revuelo se armó cuando se cayó en la cuenta de la falta del esclavo. Se concluyó que quizás se hubiera emborrachado con la bebida de manzanas silvestres que ellos mismos elaboraban y se hubiera despeñado por algún cerro. Sin embargo, en los días siguientes él sentía la mirada penetrante de los otros esclavos, comenzó a sentirse intranquilo, lo único que deseaba era que la expedición termine, sabía que en no muy lejano tiempo volvería por su tesoro. Las fuerzas de los expedicionarios se iban agotando, habían fracasado en encontrar la“ Ciudad de los Césares” . A manera de despedida, en la noche de plenilunio, los esclavos, luego de atender a sus amos, prepararon una ceremonia para sus Dioses, los brebajes alcohólicos fueron compartidos por los expedicionarios. El topógrafo fingió que bebía, no soportaba el alcohol. A La madrugada todos dormían, la luna gigante iluminaba una de las noches más frías y bellas de ese final de verano. Arropado hasta la cabeza, Don Alonso aún despierto, como en alerta, sintió murmullos y movimientos ligeros, al destaparse solo pudo percibir el último destello de la luna que rozaba su profunda mirada celeste y aterrorizada. Su pecho herido exhaló un silbido que viajó por el bosque huyendo hacia la luz. Luego el silencio.
Bárbara quedó impresionada con la historia, debajo de la narración había unos bosquejos que parecían indicaciones de terreno y el dibujo de la moneda que detallaba la historia, sin duda la misma moneda que Federico usaba de amuleto. ¿Qué relación habría entre las vicisitudes del tal Don Alonso González y la vida del desaparecido Federico? Un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Acaso no había cierta analogía entre el destino del esclavo y Julio, su marido? Pero el tiempo todo lo puede. Al pasar los años la joven formó un nuevo hogar, los hijos dieron luz a un pasado oscuro que reflejaba su tristeza sobre todo en las noches de otoño.
Un domingo, Bárbara y su familia, fueron de excursión al bosque, iban a la tradicional cosecha de hongos para su posterior secado, los chicos entusiasmados corrían junto a su padre por los senderos. Al atardecer luego de merendar resolvieron regresar, era principios de otoño y el frío comenzaba a sentirse, por las ramas desnudas de algunos árboles se esbozaba imponente la luna llena. Mientras guardaban sus cosas Bárbara sintió un silbido; miró asombrada, su marido emitía los sonidos de “Tristán e Isolda”, cosa rara en él; quedó pensativa, recordó la mirada celeste de Federico cuando escuchaba esa música, de pronto observó un objeto extraño entre los pastos del suelo, lo tomó, parecía de metal, lo frotó en su vaquero y lo elevó para mirarlo mejor. Su marido dejó de silbar; su mujer daba vueltas al objeto en el aire, jugando con él como posesa, los últimos reflejos del sol iluminaban una moneda de bronce, en su reverso se divisaba la figura de un toro grueso de patas cortas y en su anverso la cabeza desnuda de un imponente emperador romano. Desesperada buscó refugio en la presencia de su marido; éste, sonriente, la miró amoroso desde sus intensos ojos celestes.


Publicado en la Antología “EL COLOR DE LAS PALABRAS”, presentada en Feria del Libro de San Martín De Los Andes. Junio 2009.