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viernes, 11 de diciembre de 2009

EL POEMA DE HOY




Soneto a la luz de la luna


por Jorge Alberto Baudés



Desciende sobre el mar cinta de plata
en festones de espuma transformada,
caracolas de nácar impregnadas
cautivan al marino, al contemplarla

Es lámpara votiva que deshace
hasta el negro abismal que la circunda
y al sembrar con su luz , mano fecunda
es preludio del día que ya nace

Cuando falta, la soledad nos avasalla
y la fría y negra noche nos envuelve.
Despojada de palabras, muda calla.

El alma acostumbrada a estar con ella
debe apenas beber de las estrellas
la luz que de la Luna, les devuelven.


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martes, 8 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY


EL CONSCRIPTO


Por Olga Starzak




Nos reunieron en el regimiento 8 de Infantería de la ciudad de Comodoro Rivadavia; éramos más de cien. La voz tan fuerte como firme del sargento pidió cinco voluntarios para cumplir con el Servicio Militar en la Base Aérea Militar de “El Palomar”. No se escuchaba ni un murmullo entre los conscriptos, sólo -si alguien se lo hubiese propuesto- el acelerado latir del corazón de jóvenes de todas partes de país con destino incierto, acorralados por la duda y el temor de ser sometidos diariamente al alto grado de entrenamiento físico que ya se había exigido.

Miré alrededor sin mover la cabeza; parecía que nadie hubiese acusado recibo de la petición realizada. En mi mente aparecieron los rostros de los seres queridos, ya lejos de este lugar; y un dejo de esperanza iluminó mi desazón. Si tenía que estar por más de un año lejos de ellos qué mejor hacerlo en un lugar que, para mí y hasta entonces, había sido casi utópico.

Levanté, sin titubear, mi brazo derecho. Todas las miradas recayeron sobre él. En escasos segundos otras manos se elevaron, algunas seguras, otras temblorosas; y sentí que mis posibilidades comenzaban a desgranarse.

Se nos había adelantado que eran sólo cinco los cupos para ese lugar. Los superiores estarían obligados a realizar un sorteo que determinara, sin arbitrariedad, quiénes accederían a ese destino.

El azar quiso que fuera uno de los cinco muchachos que cumpliría con la obligación del Servicio Militar en Buenos Aires.

Dos días más tarde, con el fulgor en el alma y la emoción en la piel, partí a esa ciudad que me cautivaba desde las imágenes periodísticas, las pocas revistas que llegaban a mis manos y los libros de geografía que arrobaban mi espíritu de joven pueblerino con ansias de descubrir nuevos horizontes.

El período de instrucción fue breve, o al menos así lo sentí en ese momento. Pronto me designaron como asistente y chofer del 2º jefe de Instrucción. Su nombre tendría en toda mi vida un significado particular y definitorio. Lo recordaré por siempre por su hombría de bien, su calidad profesional y su calidez humana. El teniente Coronel Emilio Cardalda marcó, sin saberlo, mi futuro: la integración de la familia en el lugar que me viera nacer y la posibilidad de un trabajo seguro y reconocido en el que permanecí hasta el momento de la jubilación.

Conocí a través de este hombre de actitud sencilla y el poder usado a partir de la honestidad y la justicia un mundo desconocido, que ni siquiera imaginaba.

El 5º piso de la calle Alvear y Libertador pasó a ser mi lugar de residencia, en las comodidades de un departamento tan luminoso como decorado, con un gusto rayano en la más sutil delicadeza.

Mis compañeros eran el chofer de la familia, la cocinera, la mucama y un mucamo: me integraron rápidamente a ese grupo humano al servicio del teniente, su esposa y la madre de esta.

Éramos tratados con absoluta amabilidad y respeto; y allí aprendí que las diferencias individuales sólo surgen del sentimiento de quienes quieran hacerlas notorias.


Conocí, en Buenos Aires, a las únicas tres tías que vivían también en Argentina y que avisadas por mi madre del lugar donde residía, me visitaban con frecuencia. Angela, Tecla y Elena eran físicamente muy parecidas a su hermana. Esta última tenía una hija sordomuda. Yo pasaba muchos fines de semana en su casa de Turdera y nos habíamos hecho grandes amigos. Sus dificultades para comunicarse pronto fueron resueltas por su tenaz deseo de manifestarse y fui habituándome a ese lenguaje gestual que, acompañado por el lento movimiento de mis labios, hacían posible interesantes conversaciones.

La casualidad o quien sabe qué quiso que un día sucediera un hecho singular, que me enternece cada vez que lo recuerdo. Estaba yo mirando por la ventana de ese 5º piso de Libertador cuando observo, como lo hacía habitualmente a los estudiantes secundarios en el patio de la escuela que en la planta baja se enfrentaba al living del departamento. Y allí, haciendo comentarios a sus amigas, con la cabeza elevada e inmensa alegría, mi prima señalaba con su dedo al primo sureño que acababa de descubrir. Hasta que el timbre del recreo debió haberlas vuelto a sus obligaciones permanecieron allí, saludando, agitando sus brazos, asombradas por la coincidencia y hasta quizás eufóricas por la presencia del joven que desde lo alto no dejaba de mover sus manos en un intento por corresponderles.


Aprendí, en la gran ciudad, el trato cortés que había que dispensarle a los jerárquicos del servicio. Pero también aprendí de trenes y subtes, de colectivos y anchas avenidas, de teatros y cines, de un lugar que –aunque lejano en mi realidad- existía para tantos.

Añoré, muchas veces, mi Trelew natal. También supe que el mundo citadino estaba escondido en mi sangre, en las entrañas de ese joven que era y del adulto que anhelaba ser; en la posibilidad del acceso a una cultura que me cautivaba, de un destino que aunque negaba por múltiples razones, hubiese deseado para mí, para los míos y para las posibilidades que se agotaban en un abrir y cerrar de ojos en la vida pueblerina.


Cuando concluí con mis obligaciones y aún tentado a permanecer allí, con trabajo y un futuro promisorio, regresé. Me agobiaban las presiones que sentía por ser el mayor de los hijos varones de una familia numerosa. Me alentaba un amor que esperaba.

Con ayuda del Teniente Caldalda me radiqué, con trabajo, en Comodoro Rivadavia. Por actitudes del mismo hombre y los lazos de afecto creados a partir del mutuo respeto y la desestimación a las diferencias sociales, poco más de un año más tarde volví trasladado al correo de mi pueblo, el entonces Encotel que me albergó hasta que, a los sesenta y cinco años, accediera a la jubilación.


Siempre volví a Buenos Aires. Muchas razones, todas de tipo afectivo, me llevaban a retornar a esa gran ciudad; visitar a la familia de mi madre, a la de mi esposa, a amigos allí dejados.

Siempre mantenía el contacto con aquel hombre que había depositado en mí su confianza. Supe que, a su retiro, se había radicado en una quinta de San Isidro.

La vida, las rutinas o quién sabe qué hicieron que perdiéramos durante algunos años nuestra comunicación. Cuando fui a su encuentro un jardín abandonado, paredes tapadas de yuyos y las persianas bajas y desaseadas de la casa, hablaron por el destino de aquel hombre que hoy, más de sesenta y cinco años después, evoco con emoción.




"El conscripto" es producto de uno de los tantos relatos que mi padre, Eduardo Starzak, me contara a lo largo de su vida. Siempre con profunda emoción y reconocimiento hacia los suyos.
Olga Starzak


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viernes, 4 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY





ROBERT GURNEY - EL CUARTO OSCURO - POEMAS A LA PATAGONIA

Por JULIA CHAKTOURA



He recibido de regalo dos preciosos libros. Se trata de Poemas a la Patagonia y El Cuarto Oscuro de Robert Gurney, mi amigo británico-patagónico. Él escribe una magnífica poesía en castellano... ¿qué digo? ¿en castellano? no, verdaderamente escribe en argentino. Y esto es así porque proviene de una historia que me resultó entrañable y familiar. Una historia que nace en Gales en 1865, se traslada a Gaiman, Chubut, en la Patagonia a principios del siglo pasado y regresa a Inglaterra perfumado de nostalgias sureñas.

La historia comienza en 1865 con la llegada de los colonos galeses a la Patagonia argentina, precisamente a orillas del río Chubut (Camwy en galés). Años más tarde, abre sus ojos al mundo Enyr Jones, en Gaiman, en 1901.
Descendiente de aquellos primeros colonos, Enyr Jones se crió en una chacra del valle. Nacido en medio de cinco hermanos más, su madre decidió que este hijo, cuando cumpliera 18 años, iría a estudiar a Gales. No estaba dispuesta a que hiciera la milicia en la Argentina.
Y se cumplió el designio con puntualidad inglesa. También acudió a la cita el dolor del desarraigo que mordía las horas del pupilo desgajado de sus raíces.
Y cuando terminó los estudios se había convertido en desertor del ejército argentino, con lo cual no pudo regresar a su Gaiman amado. Su añoranza lo condujo a enseñar lengua castellana, pero con el inconfundible acento argentino. En entrañables charlas, sus alumnos —testigos privilegiados de aquel fervoroso patagónico—, abrevaron de la fuente poética rioplatense y se hundieron en la mirada nostálgica que reflejaba otras playas, otro valle.

Dice Robert Gurney de su profesor, Mr Enyr Jones: “Cuando yo era su alumno, él tuvo una gran importancia en mi vida, aunque yo no lo reconocí entonces. Sus clases eran un oasis de paz, amistad e inspiración, para un grupo pequeño en la biblioteca, sentado en círculo alrededor de una elegante mesa de madera, con los diccionarios a la mano. Él era un hombre melancólico. Había como una nube oscura distante por encima de Mr. Jones, lo cual me fascinaba. Me preguntaba cuál era su problema. Era mal visto en el ambiente de entonces, mostrar un lado débil o, digamos, un aspecto no positivo. Jones era una persona con la melancolía romántica. Su mente estaba en otra parte, su alma ausente, sus ojos en el horizonte, en un sueño; un personaje un poco misterioso… su cara humana, triste, un poco perdido, como diciendo ‘¿qué hago yo acá’? Por supuesto, sus pensamientos estaban puestos permanentemente en Gaiman.”

Y en su poema titulado “Jonás”, Robert Gurney concluye en sus últimas estrofas:

[...] “Jonah” era el apodo de Mr Jones nuestro profesor nacido en Gaiman, de la clase de español. Fue arrojado en una playa galesa. [...] No cabe duda que nos rescató de la cadena de ensamblado.


El resultado de esta historia es que hoy podemos gozar de la maravillosa poesía de mi amigo Bob Gurney que es un perfecto anglosajón, pero que piensa en argentino (¿o en gaimense?) y cuando deseamos que aclare esta rara condición, nos dice lo siguiente:


Tengo que explicarte algo,
querido lector.
Es cierto que cultivo
el español argentino.
Mi primer profesor de Español
en el liceo de Luton
era el Sr. Enyr Jones
de Gaiman, Chubut.
Hablaba inglés
con acento galés.
Su español tenía
el mismo acento cantarín.
Sin duda en esa época,
hace dos vidas,
los galeses de Gaiman
hablaban español
con un acento galés.

Cantaban al hablar,
hablaban cantando.
Nosotros los alumnos
desarrollábamos
voces cantarinas
al recitar los verbos
como un coro de los valles.
No sólo eso.
Mr. Jones poseía
los vocablos argentinos.
Dudaba mucho
cuando nos enseñaba una palabra.
“A ver lo que dicen

en el diccionario”,

pronunciaba,
a pesar de que hablaba con fluidez
el español.


Recuerdo sus luchas
con una novela mejicana,
Pensativa.


Era principalmente profesor de alemán.
Creo que lo invitaron después
a enseñar el español.

Por eso usaba
su español natural
de Gaiman,
sin reflexionar mucho
en lo que decía.

¡No sé cómo aprobamos!
Las autoridades querían
el español de Castilla
pero aprobamos todos.

Teníamos la gramática patagónica
y el léxico chubuteño.
Sentí recién
una especie de nostalgia
por mi español
chubuteño galés.
Como sabés
oigo a menudo
la voz anglo-galesa de Dylan Thomas
cuando escribo mis versos.
Dylan me ayuda mucho
cuando busco una frase.

Mi esposa es galesa.
Mis hijos están ahora
en La Cabeza del Dragón.
Nunca pierdes la lengua
que aprendes de niño.
Más tarde intentaron eliminarlo,
como borraron en el colegio
mi acento lutonense
que a veces retorna.

El gaimense
fue mi primer amor.

Total:
adquirí un español chubuteño.


El jardín de Mr. Jones / El jardín de Mr. Jones

In those days / En aquellos tiempos
just after the war / justo después de la guerra
many of our teachers / muchos de nuestros profesores

had secret gardens. / tenían jardines secretos.

We were often / No era normal
not allowed / que nos permitiesen
into them. / entrar.

But there was one, / Pero había uno,

Mr Enyr Jones, / el Sr. Enyr Jones,

from Gaiman, / de Gaiman,

in Patagonia, / en la Patagonia,

who had such a place / que tenía tal sitio

and who would let us in. / y que nos dejaba entrar.


He would take us / Nos paseaba

for walks around it, / por ahí,

absentmindedly, / distraídamente

showing us the lawn / señalando el césped

and flowers / y las flores

that had different names / que en España

from those in Spain. / tenían nombres diferentes.


Perhaps / Quizás

the other gardens / los otros jardines

did not really exist / no existían de verdad,

but his did. / pero el suyo sí.




Foto de Enyr Jones (de pie)



Elite


Éramos una elite
en la clase de Español.

Eramos pocos,


más Mr Jones,


de Gaiman.


El colegio no nos daba


una sala.

Las lecciones tenían lugar

en la biblioteca

alrededor de una mesa de roble.


De vez en cuando
la puerta se abría

y estudiantes de Inglés, Francés,


Alemán o Latín


hacían ruidos surrealistas.


Pero nada podía molestarnos


sentados en un círculo


soñando con los ríos de México


la costa euskera


y los espacios abiertos


de la Patagonia.


Era un oasis de calma.


Oí más tarde


que transfirieron la clase


a la sala de los monitores


y que los estudiantes de Biología

bajaban ratas

para quemar

en el fuego eléctrico

antes de las clases.

Éramos una elite


dentro de una elite,


perseguida,


y nos encantaba.



El sueño de los galeses



“¿The dream is over,

El sueño ha terminado,


para los galeses?”


le pregunté
al barman.

“¿Quién puede saberlo, amigo?”


me contestó.


“Los sueños,

como todo lo que existe


no se pierden:


se transforman.


Los sueños


son energía.


A veces


dan calor


a veces luz


a veces
matan.”


Su libro Poemas a la Patagonia, fue recientemente editado en soporte papel y también en la web (ver www.poéticas.com.ar “sección Inglaterra”), y en breve será editado en Madrid (España). Tiene un extraordinario prólogo del poeta argentino Andrés Bohoslavsky quien, desde Cipolletti (Río Negro), se ocupó también de la selección. Y ese prólogo, dividido en dos partes, dice así:


Robert Gurney, el hombre.

Para ser sincero, escribo estas líneas para un amigo.
Y suena fuerte al escribirlo. Casi tanto como al pronunciarlo. Entonces, prefiero, hablar primero de él. Y contarte algunas cosas. Fue Bob, entre unos pocos, quien me rescata de una etapa oscura en lo relativo a la poesía. Abandonado y descreído de los “salones”, las “capillas” y finalmente hasta del valor de lo literario, soy extraído de ese territorio tenebroso, por eso que diría Chejov, mejor que yo. Un alma generosa. Y escribir sobre Bob, es hacerlo sobre esas almas que no piden nada, no quieren nada, sobre una persona que no “mercadea” con la vida ni con la poesía. Y esto no es poco. Creo, al fin, que estamos frente a un soñador, un utopista. Alguien que usa las palabras como herramientas, para transformar el mundo: el visible y el otro el que podemos aprehender y el que no el que se palpa y el que soñamos. O deberíamos hacerlo. Bob, significa para mí, la mano extendida. Una “travesura” del Señor. Si es que Él existe. Entonces, creo que el poeta toma otra forma, otras formas. El punto donde las palabras ceden a las imágenes. Ahí es donde puedo ubicarlo: en las imágenes oníricas de Chagall en la inversión de lo real de Dalí entre los mineros de Van Gogh en la otra orilla del Río Negro. Claro, estas visiones destiladas en mi cabeza, tal vez se tornen confusas, estimado lector. Mejor hacé una cosa: leé sus poemas viajá con él luego cerrá los ojos.

Robert Gurney, el poeta


La voz de Robert Gurney en Poemas a la Patagonia es un viaje.
Mejor dicho, varios viajes, varias voces. Gurney te llevará de viaje por la Patagonia, a un viaje por los ríos, valles, montañas, desiertos, bosques, parajes… una voz toma la forma de la naturaleza, utilizada para referirse al estado permanente de las cosas. Sin aditamentos. Pero Gurney no se limita a ser lo que es. El espíritu (otra voz) del poeta construye un desafío: el riesgo de escaparse de uno mismo. Y nos propone un enigma, nada sencillo: Si la naturaleza es lo real, lo contrario a espíritu, ¿de qué hablamos cuando decimos?: “La naturaleza del espíritu” y “el espíritu de la naturaleza”. ¿O son lo mismo? y dobla la apuesta cuando observa. Pero no observa sólo con los ojos. Eso está claro. Mirar, no da poesía a quien no la tiene. Gurney, idealista al fin, nos dice que la realidad es el mundo de las ideas, y no la realidad perceptible. Luego, algo hace que nos preguntemos ciertas cosas. ¿Cómo sé, de pronto, lo que sabía? ¿Contemplaba hace tiempo cosas eternas? Al poeta, los sentidos no le molestan al observar. Él no filosofa, ni lo quiere hacer. Gurney eligió la poesía. Y está bien que así sea. Lo que necesita el mundo no son filósofos, ni hombres de ciencia ni contadores. Ya hay suficientes. Su territorio es el poema. El poema que vive en el río, en las hormigas, en los indígenas, en los mitos, en su universo imaginario. Su poesía, al igual que la naturaleza, no se excede. No pone más plantas que las que están, ni más ríos que el que corre. Y creo, debo ser yo también mínimo. Los poetas como Gurney no se explican. Se leen.



COMENTARIO SOBRE LA OBRA POR LEO ZELADA



La Poesía de Robert Gurney se desliza en la mejor tradición anglosajona, con una precisión en la palabra y un manejo diestro del lenguaje colloquial. Empero se nota el desborde de la poética de la intensidad, propios de la mejor poesía latinoamericana. Tradición y modernidad atraviesan armónicamente este poemario. Cuarto oscuro es un libro logrado, que en estos tiempos de globalización cultural y de los límites de las fronteras nacionales, nos brinda un autor que siendo inglés, nos sorprende con un brillante sincretismo literario de la literatura inglesa y la tradición poética de América Latina.
Leo Zelada

The Poetry of Robert Gurney belongs to the best English tradition, with its verbal clarity and skilled handling of colloquial language. Nonetheless one notes the outpouring of a poetics of intensity, peculiar to the best Latin American poetry. Tradition and modernity intermingle to harmonious effect in this volume of poetry. The Dark Room is a successful book, where, in these times of globalisation of culture and waning national frontiers, we recognise an author who, though English, astonishes us with his striking syncretic fusion of English and Latin American poetic traditions.

Leo Zelada



DATOS DEL AUTOR: Robert Gurney cursó el bachillerato en el Luton College. Continúa en la Universidad de St Andrew donde estudia Literatura Castellana y se interesa particularmente por Huidobro, Larrea, Diego, Vallejo. Más tarde, prepara su tesis doctoral sobre Juan Larrea (The Poetry of Juan Larrea, Universidad de Londres, 1975), poeta al que entrevista en treinta y seis oportunidades en 1972, en Córdoba, Argentina. Busca crear una poesía minimalista y, a menudo, gráfica; busca las pequeñas verdades de la vida. Expresa: “Quiero encontrar un hueco, un sitio para mí y, creo, para mis amigos.” Publica Poemas de la Patagonia, (Inglaterra, 2004); La Poesía de Juan Larrea (Ensayo, Bilbao, 1985); tradujo El río y otros poemas, de Andrés Bohoslavsky (Ed. Verulamium Press, St. albans, 2004) y otros libros del mismo autor. Ha publicado diversos artículos sobre poesía de vanguardia; tiene un capítulo sobre Buñuel y Larrea en A Companion to Spanish Surrealism, Tamesis, Londres, 2004 y en Buñuel Siglo XXI, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. Prepara un libro sobre Juan Larrea basado en las entrevistas; tiene una novela “anglo-argentina” (inédita). Ha dictado cursos en la Universidad de Middlesex sobre poesía latinoamericana del siglo veinte y sobre la generación del 27. Es Honorary Lecturer, en la Universidad de Gales, Swansea.



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martes, 1 de diciembre de 2009

OTRA OBRA INCORPORADA A LA BIBLIOTECA PATAGÓNICA


CRONOLOGÍA PATAGÓNICA
Rodolfo Cananor
Publicaciones Cananor

El Ciprés Impresos - Comodoro Rivadavia, 1993


En palabras de su autor, esta obra de investigación "no pretende ser una historia de la Patagonia, si bien tomando estas notas como guía y referencia, bien podrá elaborar el investigador como el docente vocacional una historia hilvanada. Tampoco fue intención del autor entregar una suma de fechas dignas de recordar a manera de efemérides, puesto que si las sacáramos del orden presentado, muchas de ellas carecerían totalmente de significado." Aclara más tarde el autor que "para el presente trabajo se solicitó información a 40 Direcciones de Cultura patagónicas, de las cuales 38 no respondieron. Por lo tanto el material empleado ha sido recabado en la misma ciudad de Comodoro Rivadavia y en los viajes que el autor realizó a las localidades de Bahía blanca, Viedma, Patagones, Trelew, Rawson, Esquel, Trevelin y Perito Moreno".
La obra se presenta como una cronología de hechos relevantes ocurridos desde el 15/03/1451 -fecha de nacimiento del marino y cosmógrafo italiano Américo Vespucio- hasta el 19/03/1984 -fecha de creación de la X Brigada Aérea con sede en Río Gallegos. A lo largo de más de 300 páginas y en un orden estrictamente cronológico, se reseñan 2.277 acontecimientos considerados como hitos dentro de la historia patagónica, desde los aparentemente más sencillos -creación de escuelas, juzgados u otras instituciones- hasta los de mayor trascendencia -partidas y llegadas de expediciones y campañas, fundación de ciudades, grandes descubrimientos- ofreciendo así una gran variedad temática y los distintos matices que conforman el lento y paulatino poblamiento de esta extensa región austral.

El trabajo está complementado por un apéndice con las efemérides año a año, contiene mapas, un exhaustivo índice alfabético y dos cuadros con las principales expediciones y campañas y sus resultados. En la provincia del Chubut la obra fue declarada de interés provincial -mediante el decreto 2076/92- y de interés educativo por el Consejo Provincial de Educación (resolución N° 437/93).



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