google5b980c9aeebc919d.html

martes, 18 de enero de 2011

EL POEMA DE HOY


QUIMERA



Te cubriré con hojas secas,
las del último otoño.
Te dejaré olvidada
en el pliegue más profundo
de mi almohada.
Cerrarán las heridas
que dejaré caer una a una
en la blanda arena de esta playa
que es mi vida.
Pondré contigo, tal vez,
todas mis angustias,
todos mis pesares,
en un pañuelo anudado con raíces
que arrojaré al mar.
No sabrán los ajenos, los extraños,
que te convertirás, quizás,
en gaviotas y petreles
que raudamente emprenderán
un loco vuelo,
buscando
la necesaria carroña
que alimente.



Ada Ortiz Ochoa (Negrita)


Bookmark and Share


votar











jueves, 13 de enero de 2011

EL RELATO DE HOY




Mi padre me contaba...



Por Olga Starzak (*)



Mi padre se extasiaba en contarme, con frecuencia, un hecho singular vivenciado cuando niño. Yo conocía la historia de memoria pero jamás lo interrumpía. Me producía mucho placer escucharlo, verlo emocionarse ante los acontecimientos, enternecerse con el suceso, rememorarlo como si volviera a vivirlo. Mantenía invariables los detalles y su voz se quebraba, por momentos, al comprobar las virtudes de la naturaleza.
El relato siempre comenzaba, más o menos así:

“Casi todos los domingos íbamos a pescar con mi padre, a la desembocadura del río Chubut en Puerto Rawson. En ocasiones, escapando de otros pescadores, nos ubicábamos en la orilla sur del río, del lado de playa Magagna. Desde allí podíamos observar el corto y estrecho muelle del puerto, las pequeñas lanchas ancladas, los movimientos portuarios y los pocos vehículos que circulaban. Cumplíamos con el ritual de armar las largas cañas de fibra de vidrio, incorporar la tanza y el reel y, una vez encarnados los anzuelos con langostinos que procurábamos del desecho de una planta pesquera, nos concentrábamos en la caza de róbalos o pejerreyes.
Siempre e inevitablemente un casal de patos caseros, esbeltos, muy blancos y bellísimos merodeaban el lugar. Eran la admiración de los visitantes como lo son ahora los inmensos lobos marinos que cada atardecer toman, inmóviles, el sol de la playa, arriba del muelle que es hoy otro muelle. No tenía más de diez años cuando descubrí, con repetido placer, el comportamiento de las aves, siempre próximas a una de las pocas viviendas situadas cerca de la costa de donde –suponíamos- no deseaban alejarse.
Mi padre me había contado que los patos se aparean para toda la vida y el macho jamás abandona a su pareja. Me gustaba verlos chapotear en el agua, siempre muy juntos, conservando los límites impuestos sólo por ellos. Esa tarde en particular, de aquel lado del río no había otras personas más que nosotros. Sobre la margen del puerto y a pocos metros de allí, en el balneario Playa Unión se observaba mucha gente. Era un espléndido día de sol; grandes y chicos disfrutaban del agua y la arena. Los patos, también protagonistas del paisaje, estaban presentes. En un ir y venir cruzaban el río mostrando sus destrezas, se zambullían, volvían a aparecer; nadaban lento a veces... con ligereza otras.
Un grupito de niños se entretenían en la costa. Jugaban a hacer “sapitos” con las piedras que arrojaban al agua. Yo los contemplaba deseando compartir su juego. Aún así continuaba concentrado en mi tarea, atento al pique, expectante... Minutos después ocurrió un hecho que no olvidaré jamás. Un par de chicos, bastante más grandes, detuvo sus miradas en los apacibles patos. Sin dudarlo, uno de ellos levantó una piedra y la arrojó a uno de los indefensos animales. La casualidad, o tal vez la puntería, quiso que el blanco fuera la hembra y de inmediato cayó desvanecida. La agresión logró que su corto cuello perdiera la fuerza, dejando su cabeza sumergida en el agua. Ambos quedamos paralizados. Creímos que la había matado. Con estupor, apoyamos las cañas en la arena y nos dispusimos a mirar la angustiante escena. El macho, sólo identificable por su tamaño, acusó el peligro emitiendo un grito áspero y elevándose en repentino vuelo, acudió a defenderla. Se ubicó pegado a la pata. Se puso en aparente tensión y con su pico tomó su cabeza sacándola del agua. Así permaneció.
Minutos antes, ambos, con su peculiar cantar proclamaban libres el derecho a su espacio; se comunicaban... tal vez previendo la inminente época de anidación. Disfrutaban de su hábitat sin saber que se constituían, para muchos, en deleite; para unos pocos, en objetivo de su crueldad. La correntada los llevaba hacia el cercano mar; para evitarlo, el macho intentó subirse sobre el lomo de la pata y así remar con sus miembros en sentido contrario. Abría sus alas como queriendo protegerla. A pesar de sus esfuerzos no pudo lograrlo. Cada vez que procuraba montarse se resbalaba y caía. Renunció a su lucha y ensayó una nueva estrategia; se ubicó enfrente de la hembra, apoyó su pecho al suyo y desafió la corriente. De esta forma arrastraba con sostenido esfuerzo a su pareja sin soltarle, en ningún momento, la inerte cabecita. Así fue aproximándose a la orilla, aquella que les pertenecía, la del puerto. Cercana a la casa que frecuentaban.
No podíamos dejar de mirar, anonadados ante la sublime actitud que presenciábamos. El pato con su carga avanzó unos pocos metros hasta que comprobó que muy cerca de allí continuaba el peligro; era mucho el ruido y el movimiento. Detuvo su andar, cambió de rumbo y manteniendo la pericia del empuje nadó con lentitud hacia la orilla donde nos encontrábamos. Cuando alcanzó la tierra soltó de su pico delicadamente la cabeza de la pata y al descubrir que continuaba inmóvil, comenzó a rondarla. Sin cesar... con ansiedad.. Surgió clara la voz del ave en la evanescente luz de ese día. Imaginé su grito como un mensaje de dolor. E instantes después el ave herida, liberada del riesgo de ahogarse, comenzó a reaccionar. Tambaleándose, pronto se puso de pie. Así juntos, quedaron contemplándose un momento. Cuando se repuso, la hembra no dudó en volver al agua; ahora, por sus propios medios. El pato la imitó. Se escuchó un canto sutil... un lenguaje sin palabras que los acompañó en el camino. El protector, desplegando su valor heroico se situaba a muy poca distancia de la pata, siempre delante de ella. Cuando se alejaba demasiado volvía a su encuentro, se ponía a la par y la esperaba. Una y otra vez. Una y otra vez. Sin prisa retornaron a su lugar habitual.
Comenzamos a juntar nuestras pertenencias y aún conmocionados, emprendimos el viaje de regreso”.

Escuché este relato hasta casi adolescente y repetí después, con igual fervor, a mis hijos.

Es parte de la historia de mi padre.




(*) Del volumen de cuentos “En el umbral de los encuentros” – Ediciones del Cedro - Gaiman - Chubut, 2002


Bookmark and Share


votar










lunes, 10 de enero de 2011

EL POEMA DE HOY





2 x 4



Por Jorge Alberto Baudés (*)




Dicen de vos, viejo fuelle arrepentido
que dejaste aprisionada en tus entrañas
la imagen rutilante que el olvido

no pudo avasallar, sedienta saña


que trepaste a mis sueños, y aledaña

construiste de historia y fantasías

la magia que sumida en telarañas

resguardó hasta hoy tu esencia niña


y con un desparpajo hecho de acordes

desplegaste tu cuerpo, alegoría,

y cargándote de aire, pronunciaste

con tus notas una nueva melodía


es que el tiempo perdona y hasta cura

la herida más profunda, que latente

en el ser interior aún nos perdura

como deuda que en la vida está pendiente


Y aunque arrugadas mis manos, voz quebrada,

hoy vuelvo a reconocerte lo que has sido

pues descubrí que tengo el alma renovada

ya que en vos he descubierto a un fiel amigo




(*) Escritor chubutense. Este poema fue “Mención Especial” en Trevelin en el año 2007


Bookmark and Share


votar






jueves, 6 de enero de 2011

EL CUENTO DE HOY




EL LICOR DE MANDARINAS


por Luis Alberto Jones


Tía Nina, hermana de mamá, venía día por medio a casa a tomar el té. En las casi dos horas que pasaba actualizaban datos, especialmente de familia, recreaban recuerdos e intercambiaban algún toque en las recetas que ambas conocían. Al atardecer, ya pronta a la despedida, tía Nina degustaba una copita de licor de mandarinas que mamá elaboraba según una secreta fórmula familiar.
Esta rutina parecía mantenerlas unidas, sin embargo observaba que siempre discurría sobre una temática superficial como la que señalaba anteriormente. Yo creía saber la razón. Entre ellas había un episodio de raíces profundas y lejanas. Cuando mi padre noviaba con mi madre, en algún momento se cruzó un coqueteo de mi tía que hizo peligrar la relación. Finalmente la pareja original llegó al altar y Nina quedó convertida en la solterona, pero mamá sospechaba que si algún día la muerte la llevaba primero, su hermana no dudaría en quedarse con su esposo. Por eso pienso que se formuló una especie de secreto pacto interior sintetizado en una premisa que podría ser “si me voy primero, te vas conmigo, pero con Gustavo no te quedas”.
Y el casi siempre caprichoso destino determinó que mamá se fuera antes. Los médicos no lograron coincidir en la dolencia que acabó con ella en pocos días.
Entre la sorpresa y la consternación, sólo alcancé a determinar que entre las tantas cosas que cambiaron en casa fue la presencia diaria de la tía. Fue un gesto que acogimos sin reparos, más cuando ella nos confirmó que no nos podía dejar solos.
Nos fuimos habituando a sus apariciones a media mañana, su afán por atender minuciosamente todos los detalles para nuestro buen pasar y al atardecer irse a su casa. Casi todos los días emulábamos la ceremonia del té con mamá pero con café y unas galletitas de avena que eran su orgullo. También como en aquellos tiempos antes de despedirse, tía cumplía el rito de su copita de licor de mandarinas. A la segunda vez que lo hizo me señaló que ya no quedaba más. A mí no me gustaba, así que por sólo mantener la mínima cortesía que le debíamos, revisé el mueble del living y encontré otra botella sin abrir.
Cuando le dije la buena nueva al día siguiente parecía una chiquilla inquieta en espera de la golosina, dispuesta a tomar el licor al final de la jornada.
Un miércoles no vino. Aproximadamente al mediodía nos llamó una vecina para decirnos que tía había pasado una noche espantosa vomitando, y que al ver que empeoraba llamaron a la ambulancia para trasladarla al hospital. A las dos horas estábamos con papá tratando de interiorizarnos con los médicos de su estado. Nos informaron que, si bien aún no tenían los resultados de los análisis, estaba muy deshidratada y esto la había sumido en una descompensación que para su edad preanunciaba un desenlace inminente.
Tres días después de su fallecimiento, buscando una jarra, abrí el mueble del living y al ver la botella del licor de mandarinas comprendí cuánto la extrañaríamos. La saqué y noté que el contenido se había oscurecido, parecía fernet.
Es que la tía Nina tenía razón, sería otra partida, porque el gusto era distinto, pero para ella siempre seguía siendo exquisito.




Bookmark and Share


votar






domingo, 2 de enero de 2011

LA NOTA DE HOY








TRADUCCIONES


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Algunas páginas atrás, en este mismo blog, se mencionó lo beneficioso que resultaría para la Literatura Patagónica la traducción de muchas creaciones dejadas por los escritores de la colonia galesa del Chubut, que permanecían aún en su idioma original; circunstancia que las hace inaccesibles para un numeroso público que no domina esa lengua. Día a día, esta situación se revierte. Por ejemplo, se destaca la próxima publicación de una edición bilingüe de “Algas marinas”, de Eluned Morgan; según anuncia en su catálogo el espacio cultural “Tela de Rayón”.
Es oportuno, entonces, recordar a los pioneros en las tareas de traducción; entre quienes sin duda se destaca Irma Hughes. Como informan su hijas Laura Irma y Ana María en el prólogo a la última edición de “Hacia los Andes” (*), la Sra Hughes, nacida en 1918 y fallecida en el 2003, vivió en la zona de Treorcki. Y desde ese lugar tan significativo del valle profundo, enraizado hasta la médula en las tradiciones de la colonia, desarrolló una gran actividad literaria; que la llevó a incursionar también en el periodismo. Obtuvo numerosos reconocimientos, varios premios por su prosa en el Eistedfodd de Gales y siete sillones bárdicos del Eistedfodd del Chubut. Pero en esta nota se busca, sobre todo, recuperar su importante labor como traductora, ya que fue quien volcó al castellano el primer texto de Eluned Morgan, “Hacia los Andes”; y otro volumen clásico de la literatura de la colonia, “A orillas del Río Chubut en la Patagonia”, de William M. Hughes.
También es destacable la labor de varios traductores para dar a conocer diferentes libros básicos sobre el poblamiento del valle; como “Crónica de la Colonia Galesa de la Patagonia”, de Abraham Matthews, vertido al castellano por Frances Evelyn Roberts; y “La colonia galesa”, de Lewis Jones, cuyos distintos capítulos fueron traducidos por Egrwn Williams, Frances Evelyn Roberts y Tegai Roberts.
No se puede dejar de mencionar la traducción de los “Diarios del explorador Llwyd Ap Iwan”, hecha por Tegai Roberts, en cuya compilación intervino Marcelo Gavirati, la de “Nel, una pionera patagónica” de Marged Jones, por Dewi Evans y Liliana Williams, la de “El diario del Mimosa” de Joseph Seth Jones, por Evelyn MacDonald, la de las “Cartas a mi abuelo Dalar”, por Iola Evans; y la de las epístolas de “Patagonia 1865. Cartas de los colonos galeses”, por Fernando Coronato.
Una tendencia surgida en los últimos años, es la edición bilingüe de obras escritas inicialmente en castellano y llevadas luego al galés. Por ejemplo, el libro “1865” de Ricardo Irianni, traducido por Geraint Edmunds; o el poemario “Juglares del Silencio”, de Cecilia Glanzmann, trasladado al galés por Owen Tydur Jones y al inglés por Cecilia Águila.
Más allá de lo referido específicamente a la Literatura de la Colonia, cabe acotar que, en el mundo de las letras en general, la traducción presenta el indudable provecho de acercar una creación literaria a los lectores que no pueden leerla en el lenguaje en el que fue escrita; pero también muestra sus aristas. La manida frase “traduttore tradittore” mantiene vigencia. Conocemos muchas de las principales realizaciones de la Literatura universal, en realidad, a través de la versión del traductor. Sin embargo, ¿hasta que punto respeta éste el texto primigenio? ¿Cuál es su límite para agregar, no sólo vocablos distintos a los que corresponden con exactitud a los originales, sino sus propias ideas; por acción u omisión? Así como resulta inapropiado que el escritor de novelas históricas no advierta al lector de las modificaciones a los hechos reales que introduce en su ficción; tampoco es conveniente que el traductor inserte conceptos que no se encuentran en el texto tal cual resultó de la inventiva de su creador. Y, menos aun, que quite o censure partes de la obra porque, en su opinión, no resulten “culturalmente correctas”.



(*) “Hacia los Andes”, Ediciones El Regional, Gaiman, 2007.



Bookmark and Share


votar