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lunes, 17 de octubre de 2011

EL CUENTO DE HOY







HACE MUCHO QUE LA ESPERABA



                                                Por Héctor Roldán (*)




“Nada hay para mí tan absurdo en el mundo
como ver un diablo que pierde la paciencia.”
Fausto.
J. W. Goethe




Hace mucho que la esperaba. El fuego ardía ya desde hace tanto tiempo que sus ojos habían tomado el color de las llamas. Sin pensarlo seguía agregando madera de molle y las llamas crecían acompañando el paulatino crecimiento de su ira. Una ira ardiente, tenaz, que se conectaba con el eterno fuego y que, a cada rama arrojada, despedía miles de chispas que volaban vivaces fragmentando el cielo nocturno en infinitos pedazos.
Fumaba. Encendía los negros cigarrillos en las brasas. Con una rama seca había escrito sobre la tierra dura y árida de la Patagonia un verso agónico e indescifrable, pues sentía que eso debía ser el amor: la agonía indescifrable de una llegada postergada. En esta espera interminable sentía en cada órgano los pasos que nunca se acercaban, la mirada que nunca lo observaba, la voz que nunca lo llamaba. Y en las sombras sinuosas provocadas por el fuego creía, con un persistente engaño, percibir la silueta difusa de su amada. Amenazas de un cuerpo que se diluía ante la más débil y repentina brisa. Pensó, entonces, en la maldad que había manifestado por tanto tiempo, en los horribles engaños pergeñados, en los pactos firmados por aquel amor. Pensó en todo eso, ahora que era solo un deseo sin alma, un hambre insaciable que recibía y recibía las caricias de otros amores al lado de ese fuego, sin que ninguno de ellos fuera la caricia esperada.
En el límite de las lejanas mesetas que recortaban el horizonte se podía observar su fuego. A una distancia inmedible en pasos, ni en metros, ni en kilómetros, ni en tiempo. Cerca para algunas almas, lejos para lo humildemente humano. Allí esperaba, ese era su destino, esperar por un amor que jamás llegaría, y mantener ese fuego. Ese era el pacto, mantener el fuego de su pasión aunque en sus llamas se quemen otras pasiones.
Las viejas del pueblo sabían verlo. En las noches claras de invierno, cuando la nevada cubría la meseta, ellas, con sagacidad de ancianas apuntaban su dedo hacia un rincón del horizonte para señalarlo. Una diminuto punto rojo apenas por encima del horizonte. Una débil estrella color sangre que rozaba, apenas, con las puntas de sus llamas el borde del mundo. En esos días las arrugadas mujeres apretaban sus rosarios y rociaban con agua bendita a sus nietas dormidas para que no huyeran, pues todas sabían que alguna doncella debía ir a saciar aquel deseo insaciable; arrastrada, irremediablemente, por su reciente pasión encendida. 
Pero él ya estaba harto de devorar amores que apenas dejaban la inocencia. Cansado de mirar los ojos núbiles y descubrir en ellos un deseo sin objeto, descubrir la sola voluntad de un amor que ambicionaba todo sin anclar su intensidad en nada. Y consumía esos amores sin sustancia con la voracidad desganada de un león viejo, con una maldad indiferente. 
Siguió pasando el tiempo así, extraviando almas, pervirtiendo inocencias, desnudando  crueldades. Alrededor de su fuego se amontonaban los restos amorfos y podridos de existencias que habían prometido loar los esplendores de la creación. Y rodeado de cadáveres, de errantes fantasmas de mujeres que abandonaron sus hogares por un destino que su fantasmal fuego había encendido, y que él, con paciencia había alimentado, se hartó. Y harto se levantó. Alzó su bestial corpulencia. Sus cuernos tocaron el cielo desgarrándolo. Furioso, tronó sus manos y el fuego ardió en todos los rincones de la estepa. Huyeron los fantasmas de su alrededor, los huesos blancos de sus víctimas corrieron a enterrarse en la dura tierra. Huyeron, también, las liebres de sus incendiadas madrigueras, los guanacos escaparon saltando matas inflamadas. Los zorros desesperados arrastraron por el suelo sus colas quemadas. Lagartos y matuastos se retorcieron achicharrándose sobre quemantes arenales mientras las plumas de los flamencos enrojecieron de fuego.
Estaba enojado, solo quería destruir el mundo, hundirle sus garras porque ahora sabía que nada había para él. Que el rostro soñado era una quimera, que las manos tiernas solo eran fantasías de un pacto que no debía haber firmado, de una creencia que nunca debió haber tenido. Y renegó de sí, y renegó de todo, y aun más, renegó de ella que en sus más profundos sueños lo había hecho sonreír. La insultó, la rechazó en el medio del incendio, exorcizándose furioso de los besos que nunca recibió, de las caricias que nunca sintió, de las palabras que ella jamás le dijo.
Las almas perdidas de sus víctimas aullaban extraviándose y llevaban el fuego a las cuatro direcciones del mundo. La meseta ardió. Los pozos petroleros se incendiaron, y las chatas desbocadas corrían entre senderos de infierno mientras las gomas reventaban por el calor del incendio. Desde el pueblo todo el horizonte era amenazador. Las viejas se habían juntado en la iglesia y rezaban. El calor aumentaba e iba evaporando, lentamente, de la pila bautismal el agua bendita. Se podía ver ya sobre los cerros las altas llamas. Y el humo se arrastraba en jirones hasta la entrada del templo. Dentro, la letanía se repetía y repetía desparramándose como un inútil bálsamo por el aire, mientras que, interrogados por las radios, científicos y meteorólogos trataban de explicar aquel extraño, increíble y fantástico suceso.



(*) Escritor santacruceño. Su blog: http://elespectrodelascosas.blogspot.com/
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miércoles, 12 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY

                    



                             BÚSQUEDA



           Por Margarita Ramírez de Scandroglio (*)




Te busco en el ocre del otoño,

en la proximidad del invierno,

en el agua que bebo,

en la soledad que labra

pliegues en mis párpados.


En este final de púrpura

en mis labios.




(*) Margarita R. De Scandroglio nació en María Grande (Entre Ríos) y reside en Trelew (Chubut) hace más de 27 años. Este poema pertenece a su sexto libro titulado “La sexta palabra” (Ed. Dunken – Bs. As., 2010). Ha publicado además las siguientes obras: “Yo mañana madrugo...” (Ed. Jarme – Trelew, Chubut); “Muñecos de aserrín que dicen dónde” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.); “Quiero saber quién la desertora” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.); “Sin esperar el último recreo” (Ayala Palacios Ediciones, Bs. As.). Integra el Diccionario de Escritores y Poetas Latinoamericanos.
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domingo, 9 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY


Eros (Caravaggio)

   


     EROS, PAGANO
   
Por Giovanna Recchia (*)



         I

Sin el hábito
nocturno del susurro
la piel llama
a gritos
Ignora
la santidad
de aquel silencio.



          II

Condenado al festival
del beso
el labio
exhuma
ritos
formas circulares
Pronuncia la eternidad
No la elige.




(*) Giovanna Recchia nació en Trelew el 2 de julio de 1973. Cursa la Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Trabaja como docente, bibliotecaria y tallerista en el Instituto Camwy, en el que realizó sus estudios secundarios. Ha publicado el libro de poemas La infinita (Editorial Universitaria, UNPSJB, 2001). Eros, Pagano integra el volumen de su autoría titulado Pliegues (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009)



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miércoles, 5 de octubre de 2011

EL POEMA DE HOY






RÉQUIEM  PLANETA  PAÍS

 


Por Magdalena Pizzio (*)



Está sangrando
tierra de huérfanos
las pisadas ya se apagaron
entre llanto
estómagos vacíos, pies descalzos
miradas perdidas
no saben lo que miran...
Los ruidos de los tiros ya pasaron
queda el crujir de las hojas secas
entre la maleza estrujada
del aliento
en el frío retumbar
del latido.

Corazones que no saben
que están dentro
pierden el sonido
no escuchan el silencio...
Y cada mañana, desde el helado día
sueltan sus enjambres ponzoñosos
miríadas de insectos
el veneno los consume
pesadas manos golpean puertas
¡Que no abren!


El tiempo, el tiempo se termina
y nadie encuentra
el arma que precipite esta guerra
¡Están muertos!
Desde el comienzo,  aún no lo saben
perdieron...
Las miradas vacías no dicen nada
en este caos
la inercia del camino recorrido
los empuja
tanto por  crear  de lo creado
corruptible...
¡Ya está hecho!


Tierra ¿Dónde encontrarás
los seres que te revivan?
En la maraña de la peor
de las experiencias
dentro de este mundo
paradójico
estás...
Y solamente eres mundo
para algunos
poderosos.
Meditas la forma
de establecer  contacto
entre esos seres  que condenados
yacen a tus plantas.

¡Brota el llanto!
y en gritos  infernales
el infierno esta acá , entre nosotros
¡Siente!
Mundo, tierra, país, cuando vivas
como esperas
nosotros no estaremos para sentirlo
para verlo.

¡Pobre planeta!
Los muertos que te invocaron
 hoy todavía claman
por una nueva  puerta.
Hoy todavía claman los vivos
por la vida
y no pueden...
¡Oye! El grito aún se escucha
en los sordos pasos del mañana.
Mundo, planeta, país
¡Estallas!...
Los huesos blanquean
en el rescoldo de la historia
el mañana se está formando
con sus astillas.
 Sangra
y muere.





(*) Escritora de Neuquen, nacida en Capital Federal. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y docente jubilada. Premiada en varios concursos literarios. Colabora en la revista Gira Gira de Plottier. Integra el grupo “Claroscuro” de Neuquen y el Centro “Ing. César Cipolletti”. Participó en las antologías: “Te cuento un Parque”(Parque Lanín, 2005), “Letras del Mundo” (Ed. Nuevo Ser, 20005), “Selección 2008- Extraña Pertenencia” (Ed. Dunken) y “Selección 2009- Cantares de la Incordura” (Ed. Dunken). Presenta su primer libro” Laberinto entre la muerte y la vida -poemas y cuentos” (de donde se tomó el presente poema) en la 6º Feria del Libro de Cipolletti (2009). Mail: mmpizzio@yahoo.com.ar. Su blog: www.paradojasmagdalena.blogspot.com

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sábado, 1 de octubre de 2011

LA NOTA DE HOY

                       



                               RECUPERANDO AL GÉNERO EPISTOLAR




                                        Por Jorge Eduardo Lenard Vives




El epistolar es uno de los géneros literarios con mayor tradición en la historia de la Literatura. Hay ejemplos de epistolarios famosos, como el que reúne la correspondencia que dirigió Madame de Sevigné a su hija, la Condesa de Grignan; o el que junta la enviada por Flaubert a su amante Louise Colet. Pedro Salinas, en su excelente libro “El defensor”, hace una encendida apología de las cartas: “¿Por qué se imaginan un mundo sin cartas? (...) ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte ni gracia? (...) La única localidad en que yo sitúo semejante mundo es en los avernos....”
En la Literatura Patagónica existen recopilaciones de epístolas que aúnan valor testimonial y fragmentos de buena Literatura. Entre ellas se encuentran algunas de la Colonia Galesa, como “Patagonia 1865. Cartas de los colonos galeses”; traducción de Fernando Coronato de la selección de cartas que los colonos del Mimosa dirigieron a diversos corresponsales en su tierra natal, publicadas en 1866 por la Compañía Galesa de Colonización y Comercio. También las “Cartas a mi abuelo Dalar”, misivas dirigidas a Thomas “Dalar” Evans, poblador de la Colonia 16 de Octubre, reunidas y vertidas al castellano desde su original galés por Iola Evans.
En la primera compilación encontramos textos de este tenor: “... voy cada domingo a los cultos del Reverendo R. M. Williams y seguramente Dios me ayudará a dejar el viejo modo de vivir y llevar una vida mejor de aquí en adelante. Por favor, rece por mí que estoy en un país extraño y Dios la colmará de bendiciones” (Carta de David John en el Chubut, a su esposa en Gales, del 9 de noviembre de 1865).
La segunda muestra pasajes como el siguiente: “Hay cierta señal que la aurora llega a Europa. Hay arreglo entre Alemania y otros países que no irán a la guerra. Muy buena señal y mantendrá el mundo en paz y dará fin a la guerra. Con todo esto, Dalar, creo que la paz del mundo está en el tratado por excelente que sea sino en el señor Jesucristo y que todos ellos estén llenos del espíritu de salvación. Esa es la verdadera esperanza del mundo” (Carta del pastor Morgan Daniel desde Gales, el 20 de octubre de 1925).
Ambos compendios adunan cartas enviadas por distintos corresponsales. En cambio, en el libro “Allá en la Patagonia”, María Brunswig de Bamberg reúne las cartas de su madre, Ella Hoffmann de Brunswig, a su abuela, Emma “Mutti” Voss; enviadas entre 1923 y 1958 desde Lago Ghío (Santa Cruz) y Chacayal (Neuquen). Intercala en el texto fragmentos del relato autobiográfico de su progenitora llamado “Recuerdos de la Patagonia”. Elle describe así unas vacaciones pasadas en el lago Posadas: “Ya ves que nuestras vacaciones son hermosas en todo sentido. Por fin llegó el calor, muy fuerte, y los días sin viento. En este momento estoy sentada bajo una glorieta formada por las ramas tupidas de unos sauces llorones (...), las nenas chapalean en el agua: gozamos entregadas plenamente a la naturaleza”.
Algunos textos relacionados con la Patagonia reproducen cartas aisladas, de distintos autores, que podrían formar una antología. En ella sin dudas se incluiría la que envía Ulises Petit de Murat a su madre, citada por Juan Carlos Portas en su obra “Patagonia. Cinefilia del extremo austral del mundo”, donde el escritor describe el Puerto Pirámides de 1937: “... un lugar entre médanos, con cien habitantes, treinta y siete casas, un par de boliches, ¡pero una soledad maravillosa! (...) La costa se prolonga infinita, con duros acantilados y playas mansísimas, entre los golfos Nuevo y San José. Y si el mar rompe violento contra las escolleras exteriores, cae manso, como un perro faldero, para lamer las arenas de playas que tiene una legua de extensión”.
Las letras patagónicas ofrecen además cartas ficticias, como la “Carta del pueblo” de Rodolfo Peña o las que conforman la novela “Todo eso oyes”, de la barilochense Luisa Peluffo. Asimismo, cartas en tono de música, como en la canción “Te escribo desde el sur”, del recientemente fallecido Hugo Giménez Agüero. Y hay epistolarios expuestos al público; por ejemplo, el que prepara Rosa Spampinato, como Presidenta de la Asociación Amigos del Museo "Emma Nozzi" de Carmen de Patagones y en conjunto con esa Institución, con muestras del correo cursado por los pobladores locales a fines del siglo XIX y principios del XX.
En estos tiempos de mensajes de texto, correo electrónico y otros medios alternativos de comunicación, parecería que el género tiende a desaparecer. Pero, si bien es cierto que una muchas veces inexplicable premura lleva a reducir en forma insólita los textos, irrespetando las más elementales reglas de ortografía y sintaxis; también es verdad que un procedimiento como el “mail” permite emplear los recursos epistolares clásicos. Se presenta entonces una disyuntiva: o se redactan estas notas con las técnicas de facilidades más expeditivas y se envían textos como “Tas bien? X aki tbien. Salu2!”; o, por el contrario, tomándose el tiempo necesario, se hace de cada mail una pequeña obra de arte para que el destinatario disfrute su lectura.












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