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jueves, 3 de noviembre de 2011

LA NOTA DE HOY




VASCO, ARGENTINO Y PATAGÓNICO

Por Jorge Eduardo Lenard Vives


Cursaba el quinto grado en la Escuela 5 de Trelew cuando, en los estantes de su Biblioteca, encontré un libro sobre un tema que comenzaba a atraer mi atención hacia esa época: la arqueología. Su autor sostenía la hipótesis de una raza que, habiendo poblado gran parte de la Tierra en la antigüedad, sobrevivía en nuestros días representada por la nación vasca y ciertas etnias de América, Asia y África. Uno de los fundamentos era el lingüístico; en su opinión, muchas palabras de las lenguas americanas originales tenían fonética y significado similares a vocablos del euskera. Tal sucedía, por ejemplo, con el término patagónico “toqui”.

El apellido del investigador, Basaldúa, se fijó en mi memoria. Hace un par de años, al recordarlo, busqué en la Biblioteca Bernardino Rivadavia de Bahía Blanca alguna de sus obras. Tuve éxito: hallé un libro publicado a principios del siglo XX, “Prehistoria e historia de la civilización indígena de América y su destrucción por los bárbaros del este”, por Florencio de Basaldúa. Ojeándolo, me sorprendí gratamente al comprobar que el autor, entre otros antecedentes, manifestaba haber sido “gobernador interino del Chubut”. Esos datos – su relación con la Patagonia y su condición de escritor – me decidieron a estudiar su figura.

Pronto di con una documentada biografía, de la cual tomé los datos que reproduzco en esta nota. Se trata de “Florencio de Basaldúa. Un vasco argentino” de Horacio C. Reggini (*). Allí nos enteramos que Basaldúa nació en Bilbao el 23 de febrero de 1853; y llegó a Buenos Aires, previo paso por Montevideo, en 1866. Se casó con Diolinda Núñez en 1876; al poco tiempo recibió el título de Agrimensor.

Padre ya de cuatro hijas, enviudó en 1899; y ese mismo año fue nombrado Secretario de la Gobernación del Territorio del Chubut. Ocupó el puesto entre junio y noviembre de 1900; durante parte de ese período se desempeñó como gobernador interino por licencia del titular, Alejandro Conesa. Realizó muchas actividades en pro del Territorio. Por ejemplo, la creación de la Biblioteca Pública Circulante, el proyecto de la Escuela Práctica de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, el fomento de la arboricultura, la protección del guanaco para su explotación comercial; y otras valiosas iniciativas. Basaldúa ya había manifestado su atención por la Patagonia con anterioridad, presentando al Presidente Roca, en 1897, el proyecto para crear una colonia vasca entre los paralelos 44°30´ y 47° 30´; a la que llamó Eskal-Berri.

En el sur rehizo su vida familiar con Juana Canut; maestra francesa nacida en 1868 cerca de Biarritz, que en 1888 emigró a Buenos Aires. A fines de 1891 había aceptado trabajar como maestra en la Escuela 1 de Rawson; siendo gobernador el Coronel Jorge Luis Fontana. Por su dedicación fue recompensada con una estancia de siete leguas de campo sobre la costa del mar, en la zona de Playa Magaña, llamada “Sol de Mayo”.

Luego de esa primera estadía patagónica, Basaldúa continúa su polifacética vida pública. En 1906 realizó un reconocimiento de la Mesopotamia y el Chaco. En su trascurso localizó el solar natal del General San Martín en Yapeyú; lo adquirió y donó al Gobierno Nacional, por lo que fue nombrado ciudadano honorario de esa localidad. Posteriormente, entre 1910 y 1911 fue Cónsul argentino en Calcuta, donde conoció a Rabindranath Tagore.

¿Y con respecto a su faz de escritor? Su primera obra es una novela fantástica del año 1893, “Erné. Leyenda Kantabro-Americana ”. Narra el viaje iniciático del protagonista y su encuentro con el sacerdote Jakundina y su hija Ismara, quienes lo ponen en conocimiento de las tres razas primigenias que poblaron el mundo: la blanca, la negra y la roja. En 1901 publica “Pasado, presente y porvenir del Territorio de Misiones”, crónica de su viaje por la región noreste; y en 1925 el ya citado “Prehistoria e historia de la civilización indígena de América y su destrucción por los bárbaros del este”, fechado el 15 de abril de 1922 en “Sol de Mayo”. “Memoria sobre la raza roja en la prehistoria universal” es del año 1911; y “Contribución al estudio de la prehistoria universal”, de 1907. Escribió además gran cantidad de artículos para revistas y anales científicos; y otros trabajos entre los que se destaca el manifiesto de una utópica organización política, llamado “Partido Americano”, que editó en 1924 en Rawson.

Su biografía no abunda en detalles sobre los últimos años de vida; que pasa en la estancia de la costa patagónica acompañado por su esposa. Fallece el 25 de mayo de 1932. Su viuda lo sobrevive poco más de un año; muere el 15 de noviembre de 1933.

Según Alejandra Patricia Lorenzo Harris, quien ha indagado sobre su vida, en los últimos momentos pidió a su mujer que interpretase al piano el Himno Nacional. Fue enterrado, entre muestras de pesar de sus vecinos, en el cementerio de Rawson. Un sencillo epitafio resume su vida: “Al gran basko y patriota argentino ciudadano honorario de Yapeyú”. Desde esta página le agregaríamos: “y conspicuo patagónico”; ya que fue esta la tierra en la que prefirió vivir sus últimos años, lo cual, para todo ser humano, no es una decisión menor. Porque no es posible elegir donde se nace; pero, a veces, puede elegirse donde morir.


(*) Reggini, Horacio. “Florencio de Basaldúa, un vasco argentino”, Academia Nacional de Educación, Buenos Aires, 2008. Puede verse en http://elgranerocomun.net/IMG/pdf/ Basaldua22compacto.pdf.
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LA NOTA DE HOY




VASCO, ARGENTINO Y PATAGÓNICO

Por Jorge Eduardo Lenard Vives


Cursaba el quinto grado en la Escuela 5 de Trelew cuando, en los estantes de su Biblioteca, encontré un libro sobre un tema que comenzaba a atraer mi atención hacia esa época: la arqueología. Su autor sostenía la hipótesis de una raza que, habiendo poblado gran parte de la Tierra en la antigüedad, sobrevivía en nuestros días representada por la nación vasca y ciertas etnias de América, Asia y África. Uno de los fundamentos era el lingüístico; en su opinión, muchas palabras de las lenguas americanas originales tenían fonética y significado similares a vocablos del euskera. Tal sucedía, por ejemplo, con el término patagónico “toqui”.

El apellido del investigador, Basaldúa, se fijó en mi memoria. Hace un par de años, al recordarlo, busqué en la Biblioteca Bernardino Rivadavia de Bahía Blanca alguna de sus obras. Tuve éxito: hallé un libro publicado a principios del siglo XX, “Prehistoria e historia de la civilización indígena de América y su destrucción por los bárbaros del este”, por Florencio de Basaldúa. Ojeándolo, me sorprendí gratamente al comprobar que el autor, entre otros antecedentes, manifestaba haber sido “gobernador interino del Chubut”. Esos datos – su relación con la Patagonia y su condición de escritor – me decidieron a estudiar su figura.

Pronto di con una documentada biografía, de la cual tomé los datos que reproduzco en esta nota. Se trata de “Florencio de Basaldúa. Un vasco argentino” de Horacio C. Reggini (*). Allí nos enteramos que Basaldúa nació en Bilbao el 23 de febrero de 1853; y llegó a Buenos Aires, previo paso por Montevideo, en 1866. Se casó con Diolinda Núñez en 1876; al poco tiempo recibió el título de Agrimensor.

Padre ya de cuatro hijas, enviudó en 1899; y ese mismo año fue nombrado Secretario de la Gobernación del Territorio del Chubut. Ocupó el puesto entre junio y noviembre de 1900; durante parte de ese período se desempeñó como gobernador interino por licencia del titular, Alejandro Conesa. Realizó muchas actividades en pro del Territorio. Por ejemplo, la creación de la Biblioteca Pública Circulante, el proyecto de la Escuela Práctica de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, el fomento de la arboricultura, la protección del guanaco para su explotación comercial; y otras valiosas iniciativas. Basaldúa ya había manifestado su atención por la Patagonia con anterioridad, presentando al Presidente Roca, en 1897, el proyecto para crear una colonia vasca entre los paralelos 44°30´ y 47° 30´; a la que llamó Eskal-Berri.

En el sur rehizo su vida familiar con Juana Canut; maestra francesa nacida en 1868 cerca de Biarritz, que en 1888 emigró a Buenos Aires. A fines de 1891 había aceptado trabajar como maestra en la Escuela 1 de Rawson; siendo gobernador el Coronel Jorge Luis Fontana. Por su dedicación fue recompensada con una estancia de siete leguas de campo sobre la costa del mar, en la zona de Playa Magaña, llamada “Sol de Mayo”.

Luego de esa primera estadía patagónica, Basaldúa continúa su polifacética vida pública. En 1906 realizó un reconocimiento de la Mesopotamia y el Chaco. En su trascurso localizó el solar natal del General San Martín en Yapeyú; lo adquirió y donó al Gobierno Nacional, por lo que fue nombrado ciudadano honorario de esa localidad. Posteriormente, entre 1910 y 1911 fue Cónsul argentino en Calcuta, donde conoció a Rabindranath Tagore.

¿Y con respecto a su faz de escritor? Su primera obra es una novela fantástica del año 1893, “Erné. Leyenda Kantabro-Americana ”. Narra el viaje iniciático del protagonista y su encuentro con el sacerdote Jakundina y su hija Ismara, quienes lo ponen en conocimiento de las tres razas primigenias que poblaron el mundo: la blanca, la negra y la roja. En 1901 publica “Pasado, presente y porvenir del Territorio de Misiones”, crónica de su viaje por la región noreste; y en 1925 el ya citado “Prehistoria e historia de la civilización indígena de América y su destrucción por los bárbaros del este”, fechado el 15 de abril de 1922 en “Sol de Mayo”. “Memoria sobre la raza roja en la prehistoria universal” es del año 1911; y “Contribución al estudio de la prehistoria universal”, de 1907. Escribió además gran cantidad de artículos para revistas y anales científicos; y otros trabajos entre los que se destaca el manifiesto de una utópica organización política, llamado “Partido Americano”, que editó en 1924 en Rawson.

Su biografía no abunda en detalles sobre los últimos años de vida; que pasa en la estancia de la costa patagónica acompañado por su esposa. Fallece el 25 de mayo de 1932. Su viuda lo sobrevive poco más de un año; muere el 15 de noviembre de 1933.

Según Alejandra Patricia Lorenzo Harris, quien ha indagado sobre su vida, en los últimos momentos pidió a su mujer que interpretase al piano el Himno Nacional. Fue enterrado, entre muestras de pesar de sus vecinos, en el cementerio de Rawson. Un sencillo epitafio resume su vida: “Al gran basko y patriota argentino ciudadano honorario de Yapeyú”. Desde esta página le agregaríamos: “y conspicuo patagónico”; ya que fue esta la tierra en la que prefirió vivir sus últimos años, lo cual, para todo ser humano, no es una decisión menor. Porque no es posible elegir donde se nace; pero, a veces, puede elegirse donde morir.


(*) Reggini, Horacio. “Florencio de Basaldúa, un vasco argentino”, Academia Nacional de Educación, Buenos Aires, 2008. Puede verse en http://elgranerocomun.net/IMG/pdf/ Basaldua22compacto.pdf.
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martes, 1 de noviembre de 2011

PRESENTACIÓN DE UN NUEVO LIBRO





"RUMBO A CÁLIDA REGIÓN"


de RICARDO CLARK



Conocí a Ricardo Clark a través de una amiga en común, Carmen Larraburu. Enseguida después tomé contacto con su obra. Una narrativa dinámica, audaz, que invita a ser leída.
Clark, por su vasta trayectoria en el campo de la literatura, también en el periodismo desarrollado en diferentes medios de comunicación, sabe qué, cómo y cuándo abordar los temas que –de una u otra manera- concentran la atención y el interés de un público ávido de  emociones.
Rumbo a Cálida Región es, especialmente, una novela de certezas, pero también de interrogantes; de proyectos y destinos; de alegrías y angustias. Una novela de intensos ideales, de vocaciones sentidas y sufridas; de esperas y esperanzas,  miedos, dolor y deseos.
El talento literario de Ricardo Clark nos permite, a través del contacto con sus personajes, bucear en uno mismo. Es aquí donde creo que el lector se inmiscuye entre las líneas de su prosa, y se pierde entre ellos, para encontrarse –sin duda- en alguno, si no en varios.
Son muchos esos personajes, disímiles, arriesgados y de riesgo. Se entrelazan en circunstancias muy variadas; aparece de pronto un capitán de barco, enseguida un peluquero, próximo a éste un tapicero  sordomudo; el Doctor, una ex bailarina devenida en encargada de una pensión, un ex convicto, gremialistas, políticos, policías, exiliados, un ex presidente, un ingeniero… y atrapan al lector sumergiéndolo en un mundo distinto, cruel a veces, tierno otras, siempre con valentía.
Un punto clave en el relato de Rumbo… son los escenarios. Estos intervienen en la realidad, la atraviesan de manera casi protagónica. La vida en un barco, en una pensión, en la cárcel. Se pueden imaginar las acciones inmersas en el clima propio del trópico.
La ilusión del cambio es quizás, el punto más elevado de la historia que se relata. Es como un deseo que se instala en el lector desde las primeras páginas, como una necesidad imperativa, un asunto que no puede tardar en resolverse…
La primera novela de Ricardo Clark… “es una novela de época. Así pensaban y querían cambiar las nuevas generaciones la realidad política y social en América Latina, al menos una parte de ella, en ese incendio ideológico que sacudió en los años sesenta y setenta del siglo pasado”.
Los invito a leerla.

Olga Starzak





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PRESENTACIÓN DE UN NUEVO LIBRO





"RUMBO A CÁLIDA REGIÓN"


de RICARDO CLARK



Conocí a Ricardo Clark a través de una amiga en común, Carmen Larraburu. Enseguida después tomé contacto con su obra. Una narrativa dinámica, audaz, que invita a ser leída.
Clark, por su vasta trayectoria en el campo de la literatura, también en el periodismo desarrollado en diferentes medios de comunicación, sabe qué, cómo y cuándo abordar los temas que –de una u otra manera- concentran la atención y el interés de un público ávido de  emociones.
Rumbo a Cálida Región es, especialmente, una novela de certezas, pero también de interrogantes; de proyectos y destinos; de alegrías y angustias. Una novela de intensos ideales, de vocaciones sentidas y sufridas; de esperas y esperanzas,  miedos, dolor y deseos.
El talento literario de Ricardo Clark nos permite, a través del contacto con sus personajes, bucear en uno mismo. Es aquí donde creo que el lector se inmiscuye entre las líneas de su prosa, y se pierde entre ellos, para encontrarse –sin duda- en alguno, si no en varios.
Son muchos esos personajes, disímiles, arriesgados y de riesgo. Se entrelazan en circunstancias muy variadas; aparece de pronto un capitán de barco, enseguida un peluquero, próximo a éste un tapicero  sordomudo; el Doctor, una ex bailarina devenida en encargada de una pensión, un ex convicto, gremialistas, políticos, policías, exiliados, un ex presidente, un ingeniero… y atrapan al lector sumergiéndolo en un mundo distinto, cruel a veces, tierno otras, siempre con valentía.
Un punto clave en el relato de Rumbo… son los escenarios. Estos intervienen en la realidad, la atraviesan de manera casi protagónica. La vida en un barco, en una pensión, en la cárcel. Se pueden imaginar las acciones inmersas en el clima propio del trópico.
La ilusión del cambio es quizás, el punto más elevado de la historia que se relata. Es como un deseo que se instala en el lector desde las primeras páginas, como una necesidad imperativa, un asunto que no puede tardar en resolverse…
La primera novela de Ricardo Clark… “es una novela de época. Así pensaban y querían cambiar las nuevas generaciones la realidad política y social en América Latina, al menos una parte de ella, en ese incendio ideológico que sacudió en los años sesenta y setenta del siglo pasado”.
Los invito a leerla.

Olga Starzak





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sábado, 29 de octubre de 2011

EL RELATO DE HOY



(Skavdvile, 1896 - Monte Solo, 1921) 




JULIO GERMÁN KOSLOWSKY (*)


Por Mónica Soave



...ahora viene el invierno y escasearán las comunicaciones;

así que Dios los guarde y proteja a todos.

Tu viejo padre y amigo.

Julio G. Koslowsky

(Última carta a su hijo)





Se pinta los labios frente al espejo del baño blanco. Se miran las dos hermanas, una al lado de la otra, frente al espejo, y se pintan despacito los labios de un color parecido al naranja, delineando el contorno, preguntándose para qué, en voz alta, para qué.

—Para parecer más lindas —dice una, riéndose.

—Para que nadie nos vea —dice la otra sombreando el labio superior en forma de corazón.

Afuera, pasan los carros por el camino de tierra

—Ya viene —dice una escondiendo el lápiz de labios y limpiándose la boca con un pañuelo. —Ya viene. Ayudame.

Así nace Julio, en una tarde nublada de clandestinidades y secretos entre mujeres, en Skavdvile, un pequeño pueblo de Lituania muy cerca del río Jura. Era el 15 de septiembre de 1866.

El niño Julio crece, pesca en el río, escucha a su padre, ve pasar los carros por la ventana de su casa, estudia. Su madre ya no juega a pintarse los labios y lo despide en el puerto, una mañana de 1896, con lágrimas. Tal vez ya sabe que nunca más lo volverá a encontrar.

Julio es un naturalista y llega a la Argentina para formar parte de la comisión de estudio de límites en el conflicto con Chile. Por eso, realiza varias exploraciones en la región patagónica y conoce a Francisco Moreno, con quien trabaja. También enseña Ciencias en el Museo Nacional de Buenos Aires.

Pero quiere irse. Quiere quedarse en el sur.

Una mañana, atisba a su mujer pintándose, a escondidas, los labios. Es bella su mujer. Tiene el pelo muy rubio y unos ojos acerados. Tiene, también, un embarazo incipiente y dos niñitas dándole vueltas alrededor y tironeándole del delantal. Mientras la mira, extraña, como siempre, el frío del sur, la sombra alargada de los árboles, la nieve, las desolaciones sin espejos.

Se relaciona con otras familias lituanas y, también, con otras de origen ruso y polaco, y todos juntos deciden fundar una colonia en la zona de Valle Huemules.

El 6 de mayo de 1898, llegan todos a las costas de Puerto Madryn en un transporte perteneciente a la Armada Nacional y, desde allí, viajan en tren hasta Trelew. Las desolaciones sin espejos comienzan a vislumbrarse hasta que la soledad y el frío y las tempestades se tornan desmedidas, cuando se internan en las mesetas peladas con sus carros y sus vagonetas y siguen la ruta indígena: hacia el Suroeste, a lo largo de los ríos Chico, Senguerr, Mayo y Guenguel.

Julio jamás recuerda al río Jura de su infancia porque tiene que juntar leña y cazar para comer, porque debe armar la carpa todas las noches, porque tiene que cuidar a sus pequeños hijos, tres ya, Boris es tan diminuto; y las chicas, tan frágiles. No, no quiere que ni su mujer ni ellos vean cómo los pumas destrozan a los pocos animales que llevan con ellos. No quiere que distingan los rastros de sangre en la nieve. No quiere que sientan el frío y el viento helado que se cuela por los resquicios de la tienda de lona en la que van viviendo. No quiere que tengan hambre, ni sed, ni necesidades, ni recuerdos. Sólo tienen que mirar para adelante, como él, como siempre lo ha hecho y les ha enseñado, para adelante.

El invierno de 1899 es aún más duro y más cruel. Las demás familias no tienen ninguna experiencia en el trabajo de la tierra ni en la cría de animales, pero entre todos han logrado terminar de construir sus viviendas —unas chozas de madera— y establecerse. Unos meses más tarde, una plaga de insectos anida en los troncos de las casas y comienzan a destruirlas desde dentro. Ya nadie lo soporta: el frío, el extremo aislamiento, el hambre, las continuas muertes, la carencia de futuro y de esperanzas. Se van las familias lituanas, y las rusas, y las polacas; se van a Colonia Sarmiento, al Valle inferior del río Chubut, al cañadón del río Mayo, a las riberas del río Senguerr; se van, una a una, para no volver jamás a Valle Huemules.

Pero la familia de Julio se queda hasta 1901, sin salir de allí. Sólo él viaja una vez por año a Trelew, y en ese tiempo, nace su último hijo, Juan, en el desamparo más pavoroso.

El 8 de septiembre de 1901, llegan todos a Buenos Aires. Julio comienza a trabajar en la Oficina Meteorológica y ya ha participado, con sus estudios y colaboraciones, en el fallo arbitral sobre la cuestión de límtes con Chile.

En el verano de 1910, vuelve a la Patagonia. No le gusta Buenos Aires. No soporta las calles atestadas, ni los festejos, ni los señores de levita y galera, ni las mujeres con peinados altos y vestidos anchos, ni la humedad.

En 1913, consigue la titularidad de las tierras que había ocupado —y que ocupa en ese momento— en Valle Huemules, por los servicios que ha prestado al país. Pero en 1914, vende esas tierras y compra una pequeña estancia en Monte Solo de los Halcones, muy cerca de la localidad de Lago Blanco. Le gustaría visitar Lituania, hacer un viaje allá y volver a ver a la poca familia que le ha quedado, pero estalla la primera guerra y le espanta el sueño del retorno para siempre.

Por eso vuelve a Buenos Aires, tal vez, para sentirse más cerca de los barcos que parten hacia Europa, o para castigarse y, a la vez, sufrir intensamente por ese castigo; o para extrañar el aire límpido de Lago Blanco o Valle Huemules. Lo cierto es que va perdiendo todo su dinero y todas sus pertenencias, y es entonces cuando vuelve definitivamente al sur, en el año 1921.

Su hija Catalina, la segunda, despide a toda la familia que parte nuevamente, sin lágrimas, ya está acostumbrada a tantas despedidas. Los otros hijos también irán volviendo poco a poco a Buenos Aires, y Julio quedará solo allá, redactando algunos artículos para la prensa, ordenando su vasta biblioteca, sacando fotografías, escribiendo cartas. En una de ellas, le pide a su hijo Juan una encomienda con revelador Rodinal AGFA, concentrado de Widemeyer.

El valle ya se ha limpiado por el fuerte viento, pero las barrancas y campos altos están blancos de nieve. Dios sabe qué invierno vamos a tener que afrontar. Ahora quedé solo con José. Las ovejas están bien, pero tendré que buscar las yeguas sobre la meseta del Chalía. Por ahí, nieva casi diariamente. No olvides hacerme comprar mi traje de corderoy en Gath & Chaves y mandármelo por correo. Ya no tengo qué ponerme.

La encomienda llega desde la ciudad el 22 de septiembre de 1923. Es una caja grande con reveladores fotográficos, unos pocos libros nuevos sobre ciencias, un estuche con bombones de chocolate y un traje de corderoy gris topo.

Julio muere al día siguiente, solo, en esa extrema soledad de un lugar que puede llamarse Monte Solo de los Halcones. En ese mismo momento, su hija Catalina se pinta, sin enterarse todavía de nada, los labios. Se los pinta de un rojo intenso, brillante, en su casa de Buenos Aires, despacito, delineando los bordes en forma de corazón, como si fuera un mapa, frente a un espejo.



NOTAS:

- El paso de Julio G. Koslowsky por la región fue fundamental para nuestro país. Con su exploración del territorio y, luego, con su presencia, obtuvo una importante franja de tierra para la Argentina en 1902.

- Entre 1896 y 1902, los integrantes de las comisiones para la demarcación de los límites con Chile denominaron Ruta Koslowsky a la huella que nacía en la cordillera de Los Andes y se extendía, en línea recta, hacia la costa de Rada Tilly (hoy Comodoro Rivadavia). 


- Los valiosos trabajos que dejó escritos contribuyen al conocimiento de la fauna americana y desentrañan diversos aspectos etnológicos de tribus aborígenes del Brasil, Bolivia y la Patagonia.


(*) Del libro "180 Sur" (Biografías en Patagonia) - Ed. Umbrales - Buenos Aires - 2010



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