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lunes, 14 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY





        NOCHES DE ALUMINÉ

        

   Por Pura Gladis Serradilla (*)




    De los cerros milenarios
y de intrínsecas entrañas
van llegando,
y se extienden cual sudarios
sus nostálgicas hazañas
dormitando.

   …Y las sigue por los montes,
impertérrito y sombrío
el ciprés,
centinela de horizontes
y los molles, en estío,
a sus pies.

   Y esas lunas que lloraron
sus tristezas en las gotas
de rocío,
y esos vientos que borraron
el pisar de las ojotas,
y ese río…

   …Ese río presuroso
que se acerca con sus cascos
de cristal,
hiende el valle, rumoroso
y se torna entre peñascos,
ancestral.

   Todo yace bajo el regio
magnetismo del gigante
nocturnal,
mientras rompe el sortilegio
el aullido penetrante
del trapial.

   …Ya se internan lentamente
en los bosques de araucarias,
a esconder
sus ensueños, tristemente
emergidos, como parias
de un ayer. 



(*) Poeta nacida en Bahía Blanca y radicada durante varios años en la Provincia del Neuquen, región en la que se inspiró para escribir muchas de sus obras. Recientemente fallecida en Tres Arroyos, Literasur quiere recordarla con estos versos suyos que muestran la calidad poética de sus sentidas creaciones.
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viernes, 11 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




BORGES Y LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



“Amigo Bianchi: he nacido el año 1900 en Buenos Aires, en la entraña de la ciudad (calle Tucumán esquina Esmeralda). He viajado por Inglaterra, España, Portugal, Villa Urquiza, Montevideo, el Chubut y San Nicolás de los Arroyos...”
Así comienza Jorge Luis Borges la carta que en 1925 dirige a Alfredo Bianchi, director de la revista “Nosotros”; publicación en la que colabora. Esta frase es la punta del hilo que permite dilucidar el origen del poema “Jardín”, escrito por el autor de “El Aleph” en “Yacimientos del Chubut, 1922” e incluido en su primer libro, “Fervor de Buenos Aires”; una madeja que ya fue desovillada por la renombrada escritora chubutense Angelina Covalschi en la tercera edición, corregida y aumentada, de “La novela de Borges”. Allí agrega el capítulo “El viaje a Comodoro Rivadavia”; donde narra, en forma de ficción pero apoyada en los datos históricos pertinentes, la tournée familiar de los Borges por la zona en el verano de 1921.
Enlazando su prosa con los versos de “Jardín”, toma el que dice “... el triste mar de inútiles verdores”, para poner en boca de Borges, cuando abandona esa “tierra de leyendas” al cabo de varias semanas, esta opinión: “...el mar me pareció otro. Ese mar, el mar de Valery, “el mar, el mar, el mar siempre empezando” estaba quieto. No sé por qué sentí que era un mar triste”.
El poema en sí requiere algunas consideraciones. En principio, es una de las primeras apariciones de un tema que lo seguiría a lo largo de su vida: el jardín, como espacio físico y metafórico, que surge en varios momentos de su obra. Por ejemplo, en el cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”. Por otro lado, no habla aquí de los domésticos parterres porteños, sino de un vergel muy especial, rodeado de un entorno agreste que despierta su sensibilidad. Lo dibuja con trazos impresionistas y, contrariando a los zoilos del paisajismo, mienta el yerto escenario: “Lo asedian vanamente / los estériles cerros silenciosos / que apresuran la noche con su sombra”.



Otro punto a tener en cuenta: refrenda el poema con el lugar y la fecha donde lo escribió, un procedimiento que emplea en contadas oportunidades. Tan escasas que inclusive han sido objeto de estudio. La fuente de inspiración debe haber influido mucho en el espíritu de Borges para que haya dejado una constancia tan precisa de ella. ¿Algo más? Sí, que el poema sobrevivió a las podas que Borges realizaba en las sucesivas ediciones de sus obras; pese a ser una pieza anómala en un libro consagrado a Buenos Aires. Sin dudas, tenía un sentido especial para el escritor.
Borges vuelve a recordar el sur argentino en los dos poemas que dedica a las Malvinas. Sin embargo, son producto de un contexto totalmente distinto; en ellos hace hincapié en la faz humana del tema y deja de lado el paisaje, salvo alguna breve referencia a su condición nívea. En “Juan López. John Ward” dice al pasar: “Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen”; en tanto en “Milonga para un soldado”, su protagonistavio lo que nunca había visto/ la nieve y los arenales”. Esos versos recuerdan a otros de “Jardín”: “sitiados por jadeantes singladuras / y por las leguas de temporal y de arena”.
Pero existe un documento que da un dato preciso de la relación de Borges con la Patagonia. Se trata de la extensa interviú que Paul Theorux efectúa al escritor, durante su estadía en Buenos Aires previa a la excursión a bordo del “Trochita”. Borges habla sobre diversos asuntos; y en varias oportunidades se extraña de la ansiedad de su entrevistador por visitar la Patagonia. Finalmente, a instancias de éste, explica el motivo de su actitud: “Es un lugar desolado. Un lugar muy desolador”. ¿Es el recuerdo que quedó de su juventud? Sus palabras parecen ser repetidas años más tarde por Jean Baudrillard. “Conozco Australia y el desierto norteamericano, pero presiento que la Patagonia es la desolación de las desolaciones”, dice el filósofo en el reportaje que le hacen Pablo Chacon y Jorge Fondebrider en 1996 para el diario Clarín.
Cuando comencé a escribir esta nota creí que pronto encontraría material para redactarla. Supuse que indagar en el motivo que llevó a Borges a incluir un poema dedicado a la Patagonia en un libro que, él mismo confiesa, homenajea a su ciudad de Buenos Aires, sería atrayente para los estudiosos. Pero no fue así. El silencio y el desinterés rodeaban el asunto. Hasta que leí la novela de Angelina Covalschi, que investiga el suceso, lo relata con plástica prosa; y lo divulga entre los lectores. El episodio patagónico de Borges fue ignorado por la mayoría de sus biógrafos; autores, según se dice, de una bibliografía casi tan numerosa como la dedicada a Shakespeare. Tenía que ser una escritora patagónica quien lo rescatara del olvido.



Nota: Agradezco a la Sra. Angelina Covalschi, autora entre otras obras de “La novela de Borges”, “Monsieur el rey” y “Las dunas”, el gentil aporte de la información imprescindible para redactar la nota. También a Carlos Ferrari, cuyo comentario al artículo “Un mundo en el que Trelew no existiría” dio pie al presente trabajo. Por su parte, la Sra. Margarita Borsella, autora de una autobiografía premiada en el concurso de la Biblioteca Berwyn de Gaiman y en un concurso internacional en México, se interesó por el tema, promovió su estudio y obtuvo datos de mucho valor para ampliar estas líneas.


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lunes, 7 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




PATAGÓNICA


Por Antonio Dal Masetto (*)



Después de horas de andar hacia el sur por la extensión patagónica que no tiene fin dejé la camioneta y me aparté del camino de tierra y me asomé al acantilado y allá al fondo estaban esos oscuros y misteriosos animales que aman el mar y se abandonan sobre la arena a recibir el sol. A mis espaldas tenía el  desierto, hacia adelante el océano. Desierto y océano prolongados uno en el otro, anudados, barridos por el viento que nunca cesa. ¿Qué dioses habitan esas vastedades? ¿Son dioses que están buscando todavía sus formas o se resisten siempre a la forma? ¿Qué poder ejercen sobre los viajeros? ¿Qué poder sobre mí? Permanecí ahí, vaciado de ideas, bajo un cielo pálido, cruzado por masas aisladas de nubes que se desplazaban  rápidas de sur a norte. Yo esperaba. El viento insistía sobre mi espalda y sentía cómo pretendía moldearme y unificarme con todo lo que me rodeaba, un accidente más, piedra o arbusto, una cosa rota arrojada a la frontera ilusoria entre la tierra y el agua. Mi nombre, mi voluntad y también mi historia se disolvían. Ahí, en la prepotencia y la indiferencia de los elementos, ante el misterio y la desmesura, yo me liberaba de  compromisos y esperanzas, no era nada ni nadie, no pertenecía a nada ni a nadie. ¿Era ése el poder de aquellos lugares: esa invitación, ese llamado al desprendimiento y a la renuncia? Después, repentino, hubo un cambio de luz. Por unos segundos un gran resplandor iluminó una franja de mar y me cegó. Bajé la mirada y descubrí, a centímetros de mis pies, protegido en una cavidad formada por la erosión del  terreno, un manchón de musgo de un verde intenso. Aquel verde se oponía a la sequedad que lo rodeaba, era un pequeño milagro en la aridez general. Desde ahí una voz comenzó a hablarme. La voz se obstinaba en señalarme que aquél no era sino un lugar de tránsito, una estación de la que habría que partir en algún momento. Me recordaba que debería regresar a las caras que quería y detestaba, a los incentivos y las  desilusiones de cada día. En fin, el mundo de siempre. Y entonces percibía cómo poco a poco crecía el impulso de darle la espalda al mar y al desierto y a la invitación a la entrega. Sin embargo, minutos después giraba la cabeza a derecha e izquierda para abarcar el espacio sin límites, buscaba allá abajo los animales quietos y sentía que era en esa dirección dónde debía partir, que era hacia ellos dónde debía ir. Y luego de nuevo volvía el reclamo de aquella mancha verde y a continuación otra vez la tentación del vacío, y así pasaba de una propuesta a otra, de un arrebato a otro, del platillo de una balanza al otro, entregado, rescatado, entregado, rescatado, y en el sí y el no de cada instante ambos platillos pujaban por quebrar el equilibrio. Y bajo el cielo que comenzaba a ensombrecerse, en el viento que soplaba cada vez con más fuerza, era como en esos sueños en que algo está a punto de resolverse y nunca se resuelve. Igual que en los sueños, también en lo alto de aquel acantilado hubiese sido inútil intentar gritar.  


  

(*)  Uno de los más prestigiosos escritores argentinos, autor de Oscuramente fuerte es la vida, Hay unos tipos abajo, Ni perros ni gatos, Fuego a discreción, La tierra incomparable, entre otros títulos memorables. A mediados de la década del ´60 se radicó en Bariloche, donde escribió la novela Siete de oro. Ha sido jurado en el Encuentro de Escritores Patagónicos en Puerto Madryn (Chubut). Hoy Antonio Dal Masetto honra a Literasur aportándonos este texto -previamente publicado en Página 12- que describe con personalísimo estilo sus impresiones frente al paisaje patagónico.



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viernes, 4 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY




CUANDO


  Por Héctor Roldán (*)



Cuando era niño hablaba en lenguas, en muchas lenguas.
La del viento, la del mar, la de la luna,
la del cielo estrellado, la de los guanacos al galope.

Cuando era niño sabía qué decirle al zorro
y el zorro sabía qué decirme.
Podía leer los ojos oscuros de los charitos,
entender los caminos de los matuastos en la arena
y escribir con mis pasos sobre la meseta rumbos inmensos

Inmensos,
de molle a molle, de picadero en picadero,
y en tan intensa caminata ver encenderse el pedernal,
refulgir los chorrillos, saltar las liebres entre las matas.

Cuando era niño podía dibujar las formas de todos los copos de nieve,
atrapar el aire árido entre mis dedos azulados de frío,
calentarlo con mi aliento y entibiar las mejillas de las niñas.

O podía volar con los caranchos, volverme piedra,
ser hueso blanqueado por los años, fruto morado del calafate,
o memoria de indio en el faldeo de un cañadón.

Cuando era niño hablaba en lenguas y era sabio en nubes,
o quizás solo fuera un animal patagónico,
una ráfaga más del viento,
el destello más solitario del crepúsculo.



(*) Escritor santacruceño.


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martes, 1 de mayo de 2012

LA NOTA DE HOY




ATARDECER ENTRE TECKA Y ESQUEL

 
Por Olga E. Cuenca

 


En esa época del año en que los días siguen alargándose aunque las temperaturas permanezcan firmes en los primeros grados del termómetro, el atardecer se anuncia primero tímidamente. Tanto que apenas sonroja la tarde...




No nos damos cuenta hasta que el resplandor del alambrado es opacado por la llamarada y los cables de luz se muestran absolutamente desnudos. Y las farolas...todavía dormidas.


Curiosa, escarpada, evasión la del día.


Una encerrona de nubes lo empuja. Posiblemente tanto despliegue de color sea su defensa, tal vez ni siquiera ello, sólo una arrebatadora despedida.
 




Entonces las laderas, la planicie, el sufrido valle, tendrán la dimensión que le dan el paso fugaz de un par de faros que van hacia alguna parte.



Los primeros con la "mirada" fija, sujetos a su condición de testigos.
Los otros... siempre habrá otros... de paso.
Quiera el hombre dejar que el monte, el río, el valle, sigan mirándolo.







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