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jueves, 31 de mayo de 2012

LOS POEMAS DE HOY





DOS POEMAS PARA COMODORO RIVADAVIA


Por Alfredo Lama (*)

I
En el casi tiempo, sobre el filo,
te vislumbro,
somos rayo, haz o gota
en el giro permanente.
Una estela te sostiene,
te limita, aglutina y confunde.
La armonía se diluye.
En la arena de las piedras, sublimado
eternizo mi sentido.
Y la playa más austral
me propala en su sonido
que te canta... Comodoro.

II
Duerme la longitud marina.
Un abismo coralino,
canta al cenagoso lecho.
Mis pasos de náufrago terrestre,
se sacuden en el polvo
de lo que antes fue lecho de mar.
Estoy en Comodoro Rivadavia.
Las gotas que caen,
también gritan su origen
y me doy cuenta.
Todo regresa al seno de su remitente.



(*) Escritor chubutense
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domingo, 27 de mayo de 2012

EL RELATO DE HOY







DON MARTÍN  “HOMBRE DE LA TIERRA Y EL TRABAJO”



Por Inés Luna (*)



Nació en una colonia conesina, “Eustoquio Frías”, el 30-9-1912. Se llama Martín Argimón. Asistió a la escuela sólo un mes en el año 1926; fue suficiente para saber leer y escribir. Dice haber aprendido a leer en los diarios. Tenía cuatro hermanos menores y su madre doña Teodora falleció joven, su padrastro don Benjamín Colombo salía por los campos a repartir frutas y verduras de su cosecha en una Villalonga y él quedaba a cargo de la casa y sus hermanos.
Trabajó desde muy chico, recordaba a don Valentín Massi como su primer patrón quien tenía su chacra frente a la de Benito Truco (todo en Colonia Frías). Martín tenía que arar  y cortar pasto, había maíz, zapallo y alfalfa. A los 19 años  fue a trabajar en colonia La Luisa.  Después de un corto tiempo en Pedro Luro hizo 14 meses de servicio militar en Campo de Mayo, allí también cuidaba caballos.

EMPLEADO DEL INGENIO AZUCARERO DE REMOLACHA

A su regreso del servicio militar se empleó como capataz de playa en el Ingenio Azucarero, controlaba la carga y descarga en los galpones, no solo de azúcar; también recuerda las bolsas de cal que se fabricaban en el mismo lugar. Aquí nos cuenta que se traía la materia prima de una calera de las cercanías de Los Menucos y en colonia San Lorenzo la “quemaban” haciéndola apta para la construcción.
Fueron múltiples las actividades de don Martín: estibador de bolsas de azúcar, pesador, debían tener 70 kilos luego se cocían y se cargaban al trencito.

ENCARGADO DE LOS CABALLOS

Capataz caballerizo (o sea encargado de los caballos), cuenta que habían  300 caballos de pecho distribuidos en dos corrales y en la isla (que pertenecía a la empresa frente a colonia La Luisa) 100 animales  de cría, todos  “ percherones”. Recordó los nombres  de algunos de estos animales: “Lola”, “Tigre”, “La leona”, “Pedro el tordillo”. Además, nos cuenta de las 20 mulas romanas (grandes) y un mulo que se llamaba “Chirulo” que era muy caprichoso, lo montaban para irse a la casa y el mulo volvía al corral.
Con esto de las mulas ocurrían “cruzas” raras de caballos con orejas grandes. El amansaba potros atándolos a una “chata” a la par de un caballo manso. Don Martín tampoco olvidó las carreras de caballos  frente al almacén, donde dos jinetes (extranjeros) venían del trabajo y corrían carreras con los mismos caballos sin sacarles las pecheras, ¡en el entusiasmo por participar!

LAS HERRAMIENTAS

Nuestro entrevistado nos habló de los 15 carros volcadores en los que se traían las remolachas cosechadas y quitándole un travesaño volcaban en forma automática en las grandes piletas, donde el agua las transportaba hasta la fábrica. Decía del camión “Link oruga”, que tiraba cinco acoplados con ruedas macizas, era el que transportaba materiales para la fábrica desde San Antonio Oeste.
Enumeró la cantidad de herramientas que pertenecían a las dos colonias, La Luisa y San Lorenzo: arados, rastrones, cortadoras de pasto, enfardadoras, moledoras de  pasto. Con la moledora  picaban maíz y malezas, que mezcladas luego con la melaza de la fábrica, servían de alimento para los caballos. Este trabajador de las colonias dice haber visto cosechar en la chacra Nº 30 remolachas hasta de 7 kilos.
Nos contó de la cantidad de extranjeros que había en el lugar y de las fiestas familiares que se hacían todos los fines de semana, con vitrola, acordeón y guitarra. De pronto todo se acabó y sufrió como todos los lugareños al ver derrumbarse  el Ingenio que daba tanto trabajo y alegría a los pobladores.  El continuó trabajando para Raggio en la colonia, cuando se vendieron las tierras compro a don Lorenzo una chacra en la que siguió trabajando.

SOLO UNO

Este es uno de los cientos de empleados que vivieron el progreso y luego el increíble cierre del Ingenio. Que sintieron en carne propia la impotencia colectiva de un pueblo, de una provincia puesta de rodillas ante el poder político-económico de quienes como único interés tienen al beneficio propio. El Ingenio Azucarero de remolacha de Conesa estaba signado a  ser punta de lanza para cambiar la historia del azúcar en el País.






(*) Escritora y periodista de Conesa. Autora de los libros “Vivencias de mi gente I. Historia oral de mi pueblo”, “Vivencias de mi gente II. Ingenio azucarero de remolacha”, “Vivencias de mi gente III” y “Vivencias de dos ilustres rionegrinos” (sobre la vida y obra de Guillermo Yriarte y Elías Chucair). Coeditó con María Elisa Irannellli la obra “Stroeder cuenta sus vivencias” y con el Club “Tinta Libre” (del cual es fundadora), la antología “Historia, Tinta y Papel”. Colaboró en los libros ““La Trochita” y “Rocky Trip” de Sergio Sepiurka y Jorge Miglioli. Conductora del programa radial histórico cultural “Vivencias de mi Pueblo”. Fundadora, directora y redactora del mensuario “El Puente de Conesa”. Integra diversas ONG de la localidad. Se define como ama de casa, madre de tiempo completo, escritora autodidacta y recopiladora de historia oral.

Nota: Se permite copiar este material únicamente mencionando esta fuente. Para más información o contactarse con la autora iluna@conesanet.com.ar


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miércoles, 23 de mayo de 2012

EL REPORTAJE DE HOY

ANTONIO DAL MASETTO








El azar nos brindó la ocasión de encontrarlo días atrás en una confitería de la avenida Las Heras. Cordial, receptivo, al conocer nuestro origen patagónico evocó de inmediato sus tiempos de residencia en Bariloche como "unos años duros", aunque su voz delataba un inequívoco tono afectuoso. También recordó con cariño a Madryn, a la fusión del mar y la meseta -esos espacios infinitos- y a los encuentros de escritores que alguna vez lo tuvieron como prestigioso jurado. Hablar con Antonio Dal Masetto nos conecta inevitablemente con sus vivencias de viajero incansable por la vida, un largo periplo que inauguró su primera singladura a través del Atlántico a muy temprana edad, cuando un barco lo depositó en nuestras orillas rioplatenses para cumplir con su destino sudamericano. Luego vinieron otras estaciones, y en cada una de ellas, la determinación de afrontar las peripecias de cada nuevo sitio como un desafío a vencer, con esa inmanente lozanía espiritual que hoy sigue anidando, intacta, en el brillo de su mirada franca y potente. Tiene, como no podía ser de otro modo, la sencillez y la generosidad propia de los grandes hombres, a los que la conciencia del propio talento nunca los enceguece. Ya se ha ganado para siempre un espacio de privilegio en el canon literario argentino; así y todo, su pluma no descansa. Habla como escribe: de manera clara, precisa, contundente. He aquí sus respuestas a Literasur.



- Antonio, su primera migración fue muy temprana, a los 12 años, cuando llegó de Italia para radicarse en Salto. Luego le tocó vivir en otros puntos del país muy diferentes entre sí, como Bariloche o Buenos Aires. ¿En qué medida influyen en su inspiración literaria los impactos emocionales vinculados al cambio, la adaptación y el desarraigo?

 Creo que una influencia fundamental. Estamos hechos de aquello que nos toca vivir. Ser transplantado a la edad de doce años de un continente a otro inevitablemente dejó su marca. Ahí debí comenzar a entender que cualquier sitio al que uno se traslade para radicarse —ya se encuentre al cabo de un viaje largo, mediano o corto— es un lugar a conquistar. Y en esta lucha, en este intento de alianza con el mundo que lo rodea en las diferentes oportunidades, también puede aparecer la escritura. Y con la escritura la manifestación de las dos o tres obsesiones originadas con seguridad allá en los orígenes, en los comienzos de todo, presentes luego en los libros publicados, con distintos rostros cada vez, pero en esencia las mismas, en fin, que uno anda mordisqueando siempre el mismo hueso, obstinado en la misma búsqueda, detrás de una respuesta que nunca llegará, pero cuya necesidad lo mantiene vivo y en camino.  

-Antes de consagrarse como escritor le tocó en suerte ejercer muy diversos oficios. ¿Cuándo sintió la certeza de que la literatura estaba destinada a convertirse en algo central en su vida?

 Probablemente esa certeza se instaló mucho antes de que yo me enterara. Puedo decir que los libros, la lectura,  siempre estuvieron presentes, desde la infancia, libros de aventuras, en especial Emilio Salgari, la imaginación voló muy alto en esa época, con aquellas historias de piratas y tantos personajes fantásticos. Después, al llegar a América y radicarnos en Salto, estuvo la biblioteca del pueblo y la posibilidad de acceder a otra clase de literatura y el descubrimiento de que una de las funciones o virtudes de los libros era combatir la soledad. Y es probable que en esa etapa inicial, a los trece, los catorce, desde alguno de esos autores desconocidos,  elegidos al azar en aquellas estanterías, me haya llegado la idea de que también yo tenía cosas para contar y quizá pudiese hacerlo.  

¿Cuál es su rutina para la escritura? ¿Se considera metódico o más bien discontinuo?

 Intento ser metódico, especialmente cuando estoy embarcado en la escritura de un libro. Un buen horario para trabajar es la mañana: la mente fresca y el cuerpo descansado. Aunque hubo una época que había elegido la noche, desde medianoche hasta el amanecer. En ese horario nadie molesta, nadie llama, y las horas nocturnas parecen interminables y esta sensación es placentera y lo hace sentir a uno cómodo y fuerte y con todo el tiempo del mundo por delante. De cualquier manera, de mañana o de noche, lo que importa es imponerse una rutina, una disciplina, y esforzarse por respetarla. No siempre es fácil, a veces las ideas no aparecen, a veces el cuerpo se resiste a permanecer sentado frente a la máquina de escribir o la computadora, puede que el día esté hermoso allá afuera y uno quisiera abandonar e irse a caminar, pero hay que seguir ahí, forzar el trabajo, atacar por diferentes costados, y finalmente algo siempre aparece, algo siempre queda. Ese es otro de los aprendizajes tempranos: las ideas vienen cuando se está trabajando, cuando se insiste. Parecería que todo el secreto consiste en sentarse y permanecer sentado. Nunca hay que decir: no puedo. Uno no debe hacerlo porque corre el riesgo de creérselo.

 - ¿Le da mucha importancia a la corrección? ¿Considera que es necesario dar a leer el texto a alguna persona de confianza antes de publicarlo?

 Hasta entregar el material a la editorial no paro de corregir. Me leo en voz alta, presto especial atención a la voz. Y puesto que la prosa es música, si en la lectura aparece un tropiezo, un escollo que entorpezca su deslizamiento, es señal que algo está fallando.  Entonces me detengo y busco, quito, agrego, reemplazo, vuelvo a leer y así hasta que regresa la musicalidad.
No está mal dar a leer un texto a alguien de confianza antes de publicar.  Lo he hecho, siempre con algún escritor amigo, y las observaciones que recibí, en un buen porcentaje, me han sido útiles. Pero opino que no se debe dar a leer el material antes de considerarlo terminado y corregido a fondo por uno mismo. Pueden ocurrir dos cosas y ambas no son buenas.  Una es el elogio de ese material no acabado. Eso podría atentar contra la propia exigencia, es fácil ceder a los elogios. Y también puede llegarnos una opinión adversa, y encontrarlo a uno mal parado, a medio camino, y desanimarlo.

  Hasta hoy, la Patagonia no le ha dado a la literatura escritores reconocidos a nivel nacional ni  internacional, como sí ocurre con otras zonas del país. ¿Cree usted que esto puede tener alguna relación con algún factor o característica propios de nuestra región?

 Absolutamente no.

  - Nuestro blog está frecuentado por lectores que gustan de los autores y la temática patagónica, pero también por otros que buscan expresiones de la Literatura en general. ¿Qué pensamiento quisiera hacerle llegar a todos ellos?

 Que dentro de nuestras posibilidades debemos difundir la buena literatura entre los jóvenes, entre los chicos.



C.D.F.



Antonio Dal Masetto nació en Intra, Italia, en 1938, de padres campesinos, Narciso y María. Después de la Segunda Guerra, en 1950, emigró a la Argentina. Se radicó en Salto con su familia y aprendió el castellano leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. "Sufrí mucho con el traslado. Me sentía un marciano en el mundo", dice Dal Masetto de sus comienzos en el nuevo país. El tema de la inmigración está presente en sus libros, como en las novelas Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable. A los 18 años llegó a Buenos Aires. En sus comienzos fue albañil, pintor, heladero, vendedor ambulante de artículos del hogar, empleado público, periodista y, desde los 43 años, escritor. En 1964 publicó su primer libro de cuentos, que mereció una mención en el Premio Casa de las Américas. Recibió dos veces el Segundo Premio Municipal —por Fuego a discreción y Ni perros ni gatos— y el Primer Premio Municipal por la novela Oscuramente fuerte es la vida. Su libro Siempre es difícil volver a casa fue traducido al francés y llevado al cine por Jorge Polaco. Su novela La tierra incomparable, recibió el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994. Es un asiduo colaborador del periódico Página/12 de Buenos Aires. (Fuente: www.literatura.org)





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lunes, 21 de mayo de 2012

EL POEMA DE HOY

en homenaje a Lidia Ester Romero





Ha partido hacia la dimensión donde las almas retornan a su más pura esencia. Nada cuesta imaginarla fundando allí un pequeño espacio a su medida: un prado con álamos, con pinos y mutisias, para regarlo amorosamente con los reflejos de un río que aquí, en este plano de su tierra austral, espeja en sus aguas lustrales el cielo inalcanzable.  Nos ha dejado nuestra dulce Lidia Romero, una de las Voces Mayores de la poesía chubutense. Ella sabía muy bien lo dolorosas que son las despedidas. Supo expresarlo como nadie con un sencillo ramo de palabras, años atrás, cuando se fue el padre de Eryl, una de sus tan queridas amigas. Por eso creemos que tal vez ese sea el mejor poema para recordarla hoy, en nuestro homenaje a su enorme talento lírico.






DESPEDIDA (*)

Lidia E. Romero





Deshizo mil terrones día tras día
-como buscando la esencia de la vida-
estuvo atento al discurrir del agua, 
se plantó firme ante los ventarrones...
sopló sus manos por la escarcha heridas.


Dejó la chacra todos los domingos
-porque era el día de orar en la capilla-
el libro de sol-fa bajo el brazo, 
en una mano la mano de su hija
y en sus ojos el cielo y la familia.


El tiempo lo hizo enjuto muy de a poco;
su espalda fue encorvándose de a mucho;
dolores y alegrías le trazaron
un mapa irreversible en las mejillas...
si alguna vez lloró, nadie lo supo.


Dejó la tierra hoy con un suspiro
de paz y mansedumbre ante la entrega;
bajó a la tierra entre los resplandores
de un sol amable que lo despedía
y fue la tarde como muchas de su vida:


orar, cantar en paz, ¡igual que un gran poema!






(*) Primer Premio - Competencia Medalla de Plata "Asociación San David" - Eisteddfod del Chubut 1994

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sábado, 19 de mayo de 2012

EL CUENTO DE HOY





    




KAREN, AMOR



Por Fernando Nelson (*)






Otra vez la vereda de la estación abandonada, y los adoquines que ya nadie camina; el tiempo de aquellos trenes pertenece a un pasado que no puede recuperarse, y que ha dejado dentro de mí tantos recuerdos intactos. Por eso nada hará cambiar esta obstinación por las caminatas largas alrededor de este edificio que hoy perdió su sentido, pues desde que el tren no pasa, todo aquí quedó condenado a la nostalgia del oxidado metal, y al murmullo apenas perceptible del viento abanicando los pastos que terminaron atrapando las vías por completo.



Otra vez, Karen, la vieja campana, hoy quieta y oscura, la que en aquella ocasión repicó tan clara para señalar la inmediatez de tu partida. Ahora, tan lejos en el tiempo, creo oírla a veces, acaso porque aquella señal me hirió tan hondo entonces, ya que ibas a alejarte para siempre. De nada servían las palabras o los ruegos. Estabas decidida. Quedaban tan sólo aquellos minutos para rendirme con desolada pasión ante tus ojos, ante tu tibio-dulce-aliento, gritando sin voz un amor que ya no correspondías, y que implicaba el dolor amordazado de observar tu pelo oscuro que el viento enredaba sobre tu blanco rostro hermoso. Y vos sabías que quedarte así, junto a tus padres, silenciosa y adusta, era lo mejor, sin frases inútiles, sin lágrimas, y yo encontré de esa manera el tiempo que anhelaba para besarte con los ojos y acariciarte con el pensamiento; era evidente que alguien te esperaba en la gran ciudad, como lo habías explicado, y entonces nuestros años juveniles de amor tierno y sofocado quedaban muy atrás, mucho más allá del boulevard de las acacias, mucho más lejos, incluso, que las noches afiebradas en que no dormí a causa de ese amor que quemaba por dentro. Está bien -pensé entonces-. Te ibas, y nada podía evitarlo. Apenas hubo tiempo para el apurado café que pedí al vendedor ambulante, y que bebimos aquí, de pie en el andén, antes de que el hombre de gris con la gorra gris hiciera sonar el silbato, antes de que vos subieras presurosa los peldaños metálicos que terminaron de separarnos.


Al verte sentada a través del marco de la ventanilla, comprendí que aquella visión habría de acompañarme por el resto de mi vida: tu largo pelo ondulado cayendo sobre tus hombros, tu vestido blanco que quizá fuera de seda, tu rosadabocamiel, tus ojos observando con seriedad, con la certidumbre de un abandono impiadoso después de tantos planes de un cielo compartido. ¡Cómo no reconocer que la idea de otro joven esperándote me dejaba sin fuerzas y con el corazón destrozado!


A partir de aquel instante -lo supe mientras te veía, luminosa, tras la ventanilla- mi existencia no tenía ya sentido, y más cerca se situaba la palabra muerte que la dicha de una adolescencia irrescatable.


Cuando finalmente partieron, los que estaban en el andén agitaron pañuelos y manos, y el bullicio fue cesando poco a poco, hasta que el tren, con su silbato melancólico, se fue convirtiendo en un punto, hasta perderse en una curva lejana. Permanecí allí, con los ojos perdidos en ese horizonte desvanecido y húmedo. Recuerdo que el viento frío me obligó a alejar despacio por el andén tristísimo, y al hacerlo, Karen, amor, en lo único que pensaba era en el tiempo que demoraría en hacer efecto aquel veneno que alcancé a ponerte en el apurado café.






(*) Escritor patagónico, radicado actualmente en la provincia de Buenos Aires.
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