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martes, 16 de octubre de 2012

LA NOTA DE HOY




Comentario de dos obras recientemente publicadas



“BUENOS AIRES CHICO” DE MARGARITA BORSELLA
Y “A LA DERIVA” DE DORA LENDZIAN



   Como los fabulosos bolsillos del hombre de gris de Adalbert Von Chamisso, la Literatura Patagónica entrega, inagotable, sus frutos. En esta ocasión se trata de dos libros en uno, porque estamos hablando de las autobiografías “Buenos Aires Chico” de Margarita Borsella y “A la deriva” de Dora Lendzian. Recurriendo al procedimiento de la portada bifronte con textos invertidos, ambos trabajos fueron reunidos en un solo tomo; bajo la dirección editorial de Pablo Lo Presti y Pablo García. Además de ser un interesante recurso para literatos que quieren publicar en conjunto, esta presentación tiene algo de “libro juego”. Su doble entrada nos permite optar, indistintamente, por un camino u otro; pero cualquiera que elijamos nos lleva a un mundo de experiencias vitales, en las que vibra el espíritu humano, con sus dolores y alegrías, sus dudas y certezas.

   Además de compartir un mismo volumen, las creaciones también compartieron el primer premio en el IV Certamen de Autobiografías de la “Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía” del año 2011. Tal situación, inédita en la historia del concurso, fue uno de los motivos que decidieron a las escritoras a concretar su obra en común. Lo menciona el escritor Ricardo Clark, al iniciar el volumen con un prólogo general para los textos. Dice el autor de “Rumbo a cálida región”: “Seleccionadas entre doscientos trabajos enviados, el jurado de este certamen destacó en su dictamen “la profundidad, la calidad y la honradez biográfica de dos participantes que nos muestran un fragmento de su vida, con una gran riqueza autobiográfica, pocas veces vista”.

   Tomemos ahora cada una de las semblanzas que componen el libro. ¡Tarea difícil es elegir por cual comenzar! Una solución de compromiso será hacerlo por el orden alfabético de sus títulos. “A la deriva” continúa la narración que Lendzian comenzó tiempo atrás en “Así fue”; sus memorias anteriormente premiadas en el certamen de la Biblioteca “Ricardo Berwyn” de Gaiman. Acompañamos a la autobiógrafa en una etapa de su vida que ella misma reconoce difícil; entrando de lleno en el ambiente universitario del Buenos Aires de la década del setenta. Los estudios de Medicina, las tareas variadas que realizó, la referencia a otras personas que fueron moldeando su mundo... Termina la evocación hacia el año 1980, en los inicios de su carrera como docente en la Escuela Nro 5 de Trelew. En su prólogo, la poeta Cecilia Glanzmann dice: “Las descripciones que va insertando la autora se tornan imágenes en vivo y hasta filmaciones, abordando lo cotidiano siempre, con espontaneidad y en partes haciendo partícipe al lector directamente”. Ilustró la tapa la pintora gaimense Bárbara Detlof.

   Por su parte, en “Buenos Aires Chico”, su primera realización literaria, Borsella nos lleva a la precordillera chubutense de la década del cincuenta; en los tiempos fundacionales de la Provincia. Luego de describir su niñez en aquella zona y de su paso por el secundario en Trelew, habla de los años de la Universidad en Bahía Blanca; Meca para muchos jóvenes patagónicos en esa época. Finaliza su reseña cuando, diploma en mano, enfrenta el difícil camino de la adultez. La portada muestra el cuadro “Viejo galpón junto al lago”, de Pablo González Medrano; afamado artista que sabe plasmar en sus pinturas la belleza de los paisajes patagónicos. Del prólogo, escrito por un servidor, copio - porque copiarse a sí mismo no es plagio - , algunas palabras: “Conócete a ti mismo”, parece decir Margarita Borsella con resonancias délficas, a lo largo de su autobiografía, “como me busqué conocer, rastreando en mi pasado”.

   Los escritos que nos presenta reunidos “Del Cedro” (*), la editorial conducida por Julia Chaktoura que numerosos y continuos aportes brinda a la cultura regional, ofrecen un doble atractivo para los lectores. Por un lado, permiten conocer el producto intelectual de dos cultoras de un género aún poco desarrollado en la región, pero con una gran presencia a nivel internacional; que busca exteriorizar el fenómeno de la introspección como manifestación artística: la “escritura del yo”. Desde otro punto de vista, estas historias personales servirán a muchos lectores como un “remedio para nostálgicos”, parafraseando a Ray Bradbury; ya que hará posible a quienes se internen en sus páginas rememorar situaciones vividas tiempo atrás, viajando al pasado reciente de la mano de Lendzian y Borsella.



“Buenos Aires Chico” / “A La Deriva”. Margarita Borsella y Dora Lendzian. Gaiman, 2012.

(*) Nota: se nos ha hecho conocer que, por razones administrativas, si bien en la ficha bibliográfica impresa en el libro figura como publicado por  “Del Cedro”,  en realidad la edición fue llevada a cabo por “Remitente Patagonia”; un nuevo sello editorial cuyos titulares son  Pablo A. Lo Presti y la escritora y editora Julia R. Chaktoura. Damos la bienvenida con nuestros mejores augurios a esta nueva editorial en el ámbito de la Literatura Patagónica. 

J. E. L.V.

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LA NOTA DE HOY




Comentario de dos obras recientemente publicadas



“BUENOS AIRES CHICO” DE MARGARITA BORSELLA
Y “A LA DERIVA” DE DORA LENDZIAN



   Como los fabulosos bolsillos del hombre de gris de Adalbert Von Chamisso, la Literatura Patagónica entrega, inagotable, sus frutos. En esta ocasión se trata de dos libros en uno, porque estamos hablando de las autobiografías “Buenos Aires Chico” de Margarita Borsella y “A la deriva” de Dora Lendzian. Recurriendo al procedimiento de la portada bifronte con textos invertidos, ambos trabajos fueron reunidos en un solo tomo; bajo la dirección editorial de Pablo Lo Presti y Pablo García. Además de ser un interesante recurso para literatos que quieren publicar en conjunto, esta presentación tiene algo de “libro juego”. Su doble entrada nos permite optar, indistintamente, por un camino u otro; pero cualquiera que elijamos nos lleva a un mundo de experiencias vitales, en las que vibra el espíritu humano, con sus dolores y alegrías, sus dudas y certezas.

   Además de compartir un mismo volumen, las creaciones también compartieron el primer premio en el IV Certamen de Autobiografías de la “Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía” del año 2011. Tal situación, inédita en la historia del concurso, fue uno de los motivos que decidieron a las escritoras a concretar su obra en común. Lo menciona el escritor Ricardo Clark, al iniciar el volumen con un prólogo general para los textos. Dice el autor de “Rumbo a cálida región”: “Seleccionadas entre doscientos trabajos enviados, el jurado de este certamen destacó en su dictamen “la profundidad, la calidad y la honradez biográfica de dos participantes que nos muestran un fragmento de su vida, con una gran riqueza autobiográfica, pocas veces vista”.

   Tomemos ahora cada una de las semblanzas que componen el libro. ¡Tarea difícil es elegir por cual comenzar! Una solución de compromiso será hacerlo por el orden alfabético de sus títulos. “A la deriva” continúa la narración que Lendzian comenzó tiempo atrás en “Así fue”; sus memorias anteriormente premiadas en el certamen de la Biblioteca “Ricardo Berwyn” de Gaiman. Acompañamos a la autobiógrafa en una etapa de su vida que ella misma reconoce difícil; entrando de lleno en el ambiente universitario del Buenos Aires de la década del setenta. Los estudios de Medicina, las tareas variadas que realizó, la referencia a otras personas que fueron moldeando su mundo... Termina la evocación hacia el año 1980, en los inicios de su carrera como docente en la Escuela Nro 5 de Trelew. En su prólogo, la poeta Cecilia Glanzmann dice: “Las descripciones que va insertando la autora se tornan imágenes en vivo y hasta filmaciones, abordando lo cotidiano siempre, con espontaneidad y en partes haciendo partícipe al lector directamente”. Ilustró la tapa la pintora gaimense Bárbara Detlof.

   Por su parte, en “Buenos Aires Chico”, su primera realización literaria, Borsella nos lleva a la precordillera chubutense de la década del cincuenta; en los tiempos fundacionales de la Provincia. Luego de describir su niñez en aquella zona y de su paso por el secundario en Trelew, habla de los años de la Universidad en Bahía Blanca; Meca para muchos jóvenes patagónicos en esa época. Finaliza su reseña cuando, diploma en mano, enfrenta el difícil camino de la adultez. La portada muestra el cuadro “Viejo galpón junto al lago”, de Pablo González Medrano; afamado artista que sabe plasmar en sus pinturas la belleza de los paisajes patagónicos. Del prólogo, escrito por un servidor, copio - porque copiarse a sí mismo no es plagio - , algunas palabras: “Conócete a ti mismo”, parece decir Margarita Borsella con resonancias délficas, a lo largo de su autobiografía, “como me busqué conocer, rastreando en mi pasado”.

   Los escritos que nos presenta reunidos “Del Cedro” (*), la editorial conducida por Julia Chaktoura que numerosos y continuos aportes brinda a la cultura regional, ofrecen un doble atractivo para los lectores. Por un lado, permiten conocer el producto intelectual de dos cultoras de un género aún poco desarrollado en la región, pero con una gran presencia a nivel internacional; que busca exteriorizar el fenómeno de la introspección como manifestación artística: la “escritura del yo”. Desde otro punto de vista, estas historias personales servirán a muchos lectores como un “remedio para nostálgicos”, parafraseando a Ray Bradbury; ya que hará posible a quienes se internen en sus páginas rememorar situaciones vividas tiempo atrás, viajando al pasado reciente de la mano de Lendzian y Borsella.



“Buenos Aires Chico” / “A La Deriva”. Margarita Borsella y Dora Lendzian. Gaiman, 2012.

(*) Nota: se nos ha hecho conocer que, por razones administrativas, si bien en la ficha bibliográfica impresa en el libro figura como publicado por  “Del Cedro”,  en realidad la edición fue llevada a cabo por “Remitente Patagonia”; un nuevo sello editorial cuyos titulares son  Pablo A. Lo Presti y la escritora y editora Julia R. Chaktoura. Damos la bienvenida con nuestros mejores augurios a esta nueva editorial en el ámbito de la Literatura Patagónica. 

J. E. L.V.

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miércoles, 10 de octubre de 2012

LA NOTA DE HOY




                          EL CIRUJANO POETA


                        Por Jorge Eduardo Lenard Vives




   Antonio Vicente Ugo nació el 2 de octubre de 1928 en Buenos Aires. Es decir, que era porteño de nacimiento; pero chubutense por adopción, según confiesa en la frase con la que encabeza uno de sus libros: “Chubut, tierra adoptiva, patria, me quedé en tu paisaje”. Por profesión eligió la medicina y por afición la Literatura; para las dos disciplinas debe haber tenido vocación, porque sobresalió en ambas.

   Como cirujano lo encontramos por primera vez en Santo Domingo, durante los violentos días de la revolución de 1965. Allí, junto a otros médicos, atiende los heridos de ambos bandos. Alguien rescató una frase suya rememorando esas jornadas inciertas: “Se oía con claridad, mientras trabajábamos, un espantoso tableteo de ametralladoras y bazookas. Estábamos embadurnados de sangre: el piso, las camillas, los guardapolvos, todo era rojo...”. Para la década de los setenta ya está en el Valle del Chubut. En 1974 lleva a cabo en Trelew las primeras cirugías de corazón; y hacia esa época integra la Asociación Internacional de Hidatidología, que combatía un mal frecuente en nuestros campos. Su actuación profesional es muy recordada por los vecinos; entre quienes se granjeó un grupo de fieles amigos.

   Su carrera literaria, en tanto, se inició colaborando con diversos periódicos y cofundando dos revistas temáticas, “Amanecer” y “Salvia”. Estando en el Valle, además de participar en diarios y magazines, publica en 1986 su primer libro de poemas: “Vigencia del Sur”. Obtuvo un premio ese mismo año, en el concurso conmemorativo del Centenario de Trelew. En 1993, ya en Buenos Aires, edita “Oda testimonial”; y al año siguiente su tercer poemario, “La tierra que me diste”. Algunos de sus poesías fueron incluidas en la antología “Cantos del Sur”.

   Tal cual sucede con muchos cultores de las letras que tienen una profesión, aprovechó su don para publicar artículos de la especialidad; en su caso sobre historia de la medicina: “Cirujanos del Desierto”, “Cirujanos de la Hidatidosis”, y “Semblanza de O. A. Vaccarezza” , entre otros.

   Vamos a su obra poética; género del que Ugo dijo “La poesía se nutre de la realidad, pero muchas veces la crea”.Tanto en “Vigencia del Sur” como en “La tierra que me diste” se vuelca al soneto clásico. Muchas de sus composiciones tienen una temática patagónica, otras no; pero aun en estas hay imágenes de resonancias australes. El sur prendió fuerte en el autor, lo que se refleja en las nostálgicas líneas finales del poema que da nombre a su tercer libro:

Una pena de ayer me pone triste,
siento la tierra donde yo he vivido
porque ha sido la tierra que me diste.

   También en los sonetos de “Vigencia del Sur” encontramos esa presencia de la región aferrada a su creación lírica; por ejemplo, en esta estrofa de su composición “Trevelin”:

Luz de multiplicado desconsuelo.
Yo quise ser tu explorador un día
y dejé el corazón bajo tu cielo.

   En “Oda testimonial”, una poesía dedicada a la Provincia del Chubut formada por siete cantos, ensaya el verso libre. La obra se inicia en la cordillera:

Altas cumbres andinas, desgarradas de tiempo,
inmemorial has crecido hasta tu edad de ahora...
Cruza la meseta:
Meseta multicolor de ropaje violento
del caolín, de la greda, de minerales sueltos,
en largos cañadones se aposenta un desierto.
Y llega al mar:
He aquí el mar y su música, cambiante y eterna.
sus pleamares de rabia que hunden a las restingas,
que velan solamente cuando el mar se retira.

   Al igual que otros escritores, Ugo siente por la Patagonia el fervor que Borges sintió por Buenos Aires. No puede ser de otra manera. Quien contempla sus paisajes naturales y humanos, percibe esa esencia que mueve la fibra íntima del artista. Aun así, fuera de sus límites, poco se sabe de su Literatura. Tampoco se conoce su suelo, más allá de los consabidos “destinos turísticos”. Y esto lo recuerda nuestro autor, al iniciar su “Oda Testimonial” con estos versos:

Tierra meridional, madre de las promesas,
la cartografía culta del erudito te ignora,
nunca caminó tus ásperas intimidades
por eso son como una mancha entre otras perdidas.


(*) La frase del Dr Ugo en República Dominicana se tomó de http://www.magicasruinas.com.ar/

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viernes, 5 de octubre de 2012

EL CUENTO DE HOY





SÉPTIMA DIMENSIÓN


Por Margarita J. Borsella (*)




Se despertó en la mañana de Navidad, y el aire candente del sol del mediodía la llevó a juntar en una canasta algunas sobras de Nochebuena (cereza, duraznos, algo de queso y atún), agua, aletas y luneta; algunos discos, unos libros leídos por la mitad, un cuaderno y una lapicera.

Con el traje de baño puesto, se calzó unos jeans, una blusa de seda blanca, sus anteojos oscuros, y con música de fondo partió con la camioneta por esos largos kilómetros que separaban su casa de Playa Paraná.

Por afuera, el sol abrasador calcinaba el capó y las ruedas parecían derretirse sobre el asfalto caliente de la carretera. Por dentro, la brisa generada por el aire acondicionado ondulaba la seda de la blusa, que suavemente acariciaba su cuerpo mientras conducía.

Atravesó la ciudad silenciada y devastada por el descontrol de Nochebuena, hasta llegar al boulevard que la llevó a la colina, donde se sumergió en una nube de arena pegajosa y caliente que sobrevolaba el camino de tierra al paso de los autos.

Con el mar siempre a la izquierda, condujo por esos caminos zigzagueantes hasta que llegó a destino.

Lejos del sosiego que buscaba en esa playa apartada para poder nadar, leer y escribir en calma, se encontró con el bullicio de los niños que compartían con sus padres lo que Papá Noel había descargado por la noche en sus casas.

Ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, con los ojos en esa línea que une el cielo con el mar, casi escapan de su ángulo visual los hierros oxidados de la proa de un barco hundido, que lentamente eran cubiertos por las aguas a medida que el mar ganaba arenas a la playa. Todas las fantasías sobre acorazados que anidaban en su mente estallaron a flor de piel y se largó al mar.

A nado y sorteando las crestas de las olas llegó hasta los restos de ese barco, como intentando buscar alguna respuesta entre sus habitantes, meros y pejerreyes que vinieron a su encuentro.

El mar se tornaba cada vez más bravío. Sus olas, como gigantescos caballos blancos galopando desde el horizonte, estallaban contra los médanos que furiosamente eran bañados y salpicados de sal.

Al descender hasta el fondo sintió que se hundía en las profundidades de su ser para bucear en la esencia de ella misma. Se sintió inmersa en ese mundo transparente, en donde los rayos de luz con las ondas formaban pequeños cubos y prismas de oxígeno e hidrógeno. Cubos y prismas cuyas aristas eran atravesadas por infinidad de peces casi traslúcidos, que mostraban su ondulante columna como si fueran soldados obedeciendo todos a una misma formación.

La nube de esos pequeños seres la traspasaba. Sentía que su cuerpo se movía a la velocidad de los rayos; no lo veía. Cada una de sus partículas se transformaba en esa energía que la llevaba a flotar en el espacio, en donde no existía ni arriba ni abajo, ni ayer ni mañana; todo era eterno, todo era infinito… El celeste de las aguas se tornaba azul,cada vez más azul, casi negro; ya no sabía a sal.

La ambición, el desamor, no existían. Todo era armonía y amor en su pura esencia.

Reinaba la ausencia de toda miseria humana.

Unas blancas y potentes luces sobre un corredor, con gritos de algunos hombres y mujeres vestidos de blanco, la despertaron.

Lentamente, muy lentamente, su cuerpo mojado con esa espuma salada, descongelaba el hielo que aún corría por sus venas.


(*) Nació en Esquel; en la actualidad está radicada en Trelew. Recientemente publicó su obra autobiográfica “Buenos Aires Chico” (Ediciones del Cedro, 2012); con la que obtuvo el primer  premio, compartido con Dora Lendzian, del IV Certamen de Autobiografías de la “Asociación Mexicana de Autobiografía y Biografía” del año 2011. El cuento que publicamos hoy fue premiado en el certamen “Antonio Aliberti” de la Biblioteca “Ricardo Güiraldes” de San Antonio de Padua, del año 2012. La autora también escribe poesía.



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domingo, 30 de septiembre de 2012

EL CUENTO DE HOY





No es un cuento


Por Olga Starzak 




   Antes los cuentos eran cuentos. Me acuerdo cuando comencé a escribir, no hace tantos años atrás, poco menos de una década. Todo lo que pasaba por mi imaginación era fantasía pura, si hasta llegaron a tildarme de perversa porque contaba historias de sádicos, ocurridas a la vuelta de la esquina, o narcotraficantes que cenaban con alguno de mis personajes sin siquiera este sospechara sobre su actividad ilícita, o de una niña bellísima como un ángel, si los hay, en vaya a saber qué país,  asesinada por sus padres -profesionales, de excelente posición económica,  personas respetables- por resultarles “fastidiosa”. Ya sabemos... la imaginación todo lo puede y no es que esas cosas u otras no fueran factibles de ser reales, es que simplemente no acontecían antes, o al menos no con la frecuencia con que historias impensadas son noticia hoy en la primera plana de los diarios. Fue entonces que pensé que lo mejor sería escribir cuentos para niños, dotados de magia... con duendes y gnomos, con hadas y príncipes. Hasta que aparecieron esos chiquitos, “índigos” creo que les llaman, capaces de imaginar diálogos con las vírgenes, conversar con amigos imaginarios,  o asegurarnos que detrás del ciprés  del patio, unos seres diminutos de apariencia afable aparecen en noches claras.
   Si me dedicaba a narrar hechos misteriosos o esotéricos corría el riesgo de que mis cuentos fueran leídos por brujas y líderes de sectas religiosas, y eso me dio miedo. O que fuera desestimada como cuando escribí aquél donde el protagonista era llamado por una fuerza poderosa para convertirlo en testigo de un accidente donde yacía inmóvil el cuerpo de un niño, y mis colegas del taller literario al escuchármelo narrar me dijeron que no estaba a la “altura” de lo que yo solía escribir. ¡Como si yo no supiera que lo que habían querido transmitirme era algo muy distinto! Adiós al misterio y a las dimensiones de inaparente existencia. 
   Los thriller no eran mi fuerte pero los intenté. Claro nunca se me hubiese ocurrido hacer que los ladrones entren a robar un Banco, por ejemplo, ingresando por los caños de desagüe de la calle! No,  para tanto no me daba la imaginación. Y fracasé.
   Volví al drama. Es que en realidad pienso que la vida es, además de hermosa, una muestra dramática.  Y escribí esta historia que ahora transcribo:

   Tiago no había venido a dormir la noche anterior a ese día en el que pensé cuánto necesitaba volver a abrazarlo.
   Me di cuenta de su ausencia cuando a la mañana, muy temprano, al levantarme para ir a trabajar, vi su cama vacía. Los largos días de verano, su egreso del polimodal, el inminente inicio de sus estudios universitarios obligándolo a radicarse lejos de casa, había hecho que le permitiera (que le permitiéramos porque también su padre había accedido) por ejemplo, no tener la obligación de despertarnos al regresar de sus salidas nocturnas -con sus amigos del barrio o de la escuela- para avisarnos de su llegada. Después de todo sabíamos muy bien (o pensábamos que sabíamos) por dónde andaba y con quién; y confiábamos en él. Pero que no haya vuelto a casa era sumamente raro, y ya eran las ocho de la mañana. Creía que de habérsele hecho tarde o tener algún inconveniente nos hubiese avisado, y aunque con sus diecisiete años creía dominar la vida, y a menudo se empecinaba en  quebrar las reglas que han guiado nuestra vida familiar, mi intuición de madre me decía que algo no andaba bien.
   Y así era. Después de llamar por teléfono a sus amigos más íntimos y comprobar que si bien había estado con ellos durante el día,  no lo habían visto por la noche, me estremecí de horror. La visita a la policía fue inmediata. Entre sus hermanas y dos o tres amigos  recorrimos los lugares habituales de posible encuentro, y muchos más... pero la búsqueda fue en vano. 
   A Tiago se lo había tragado la tierra. Nadie lo había visto en veinticuatro horas.
  Cuando escuché, doce horas después la voz del interlocutor que en el teléfono me pedía una suma de dinero para devolverme a mi hijo, pensé que estaba soñando. Pero no, a nosotros, como a tantas familias, podía pasarnos algo así. Nos había ganado la inseguridad, y la delincuencia era cosa de todos los días también en esta apacible ciudad.
Traté de no desesperarme, de escuchar con calma las palabras poco claras del hombre del otro lado de la línea. Garantizó que Tiago estaba bien y que apenas dejáramos el dinero  en el lugar indicado, lo tendríamos de regreso en casa. Le pedí que le permitiera hablar sólo unas palabras conmigo, se lo imploré... mas cortó la comunicación; y en su próximo llamado, dos horas después, me dijo que “si no apuraba el trámite se vería obligado a tomar otras medidas”. Traté de hacerle entender que el cajero automático no me daba más que mil pesos, que seguramente él lo sabía bien, y que para conseguir los cinco mil que me pedía tenía que acudir al Banco, y eso significaba esperar al día siguiente. Que yo necesitaba escuchar a mi hijo. Dijo:“ a las ocho de la mañana, debajo del banco amarillo, el segundo de la vereda, contando desde la esquina de Martín García y Osorio, sobre esta última calle”. Me aseguré  de que me hablaba de la Plaza Libertad. Me dijo que sí. Que lo ponga en una caja de zapatos cerrada con cinta de embalar, y desaparezca de inmediato.
   Una nueva noche de angustia y desesperación nos acorraló. El papá de Tiago insistía en que, pese a los pedidos del secuestrador, teníamos que informar a lo policía de lo que estaba aconteciendo. Yo tenía miedo, mucho miedo. Pese a eso y pensando en todos los padres que en un futuro podían vivir algo similar a lo que estábamos pasando nosotros, accedí a que, con todas las precauciones que el caso necesitara, intervengan para apresar al delincuente. Éramos una familia de recursos económicos demasiado limitados para habernos elegido como víctimas, al menos por haber sido elegidos por profesionales del delito. Lo que no significara que no estuviéramos en manos de gente peligrosa. O en todo caso, muy enferma.
   Pensé en mis noches de vigilia cuando Tiago era bebé; en lo que daría porque esta fuera una de aquellas. Lo vi dar sus primeros pasos, estirar sus bracitos para que lo levante, dormirse al son de una canción de cuna. Posar para la foto con su delantal a cuadros en su primer día de Jardín. Me recordé abrigándolo cuando temblaba de frío en aquel episodio de fiebre, secando sus lágrimas cuando falleció el abuelo y él no entendía que ya nunca más vendría por él para llevarlo al parque. 
   Tiago era el primero de nuestros hijos, el que había despertado mi instinto maternal y la vocación machista de su padre. El primer nieto para ambos abuelos.  La luz de nuestros ojos; el milagro de la vida. Hasta la llegada de sus hermanas, dos y tres años más chicas que él, Tiago había acaparado toda nuestra atención y la de la familia. Y si bien nunca se destacó en la escuela por altas calificaciones sí lo hizo por su sentido de compañerismo y solidaridad. 
   Algo había cambiado en Tiago durante su adolescencia y quizás solo ahora, en esta noche larga de insomnio, yo podía precisarlo. Por algo mi hijo no podía dormir de noche. La luz de su cuarto permanecía prendida hasta altas horas, y después a la mañana, como era lógico,  era muy difícil lograr que se levante. Esa circunstancia lo llevó a cambiarse de turno en la escuela secundaria. Y eso conllevó al cambio de amigos. Cuando le preguntaba si le pasaba algo en particular que no le permitía conciliar el sueño simplemente repetía que “lo tenía cambiado como algunos bebés”. Y, lamentablemente y vaya a saber por qué, no indagamos más sobre el tema, sonriéndonos más de una vez por sus apreciaciones. 
  Me pregunto si ahora Tiago estará despierto, y en qué pensará. Me desespera imaginarlo con miedo, y que no pueda cobijarse en la tranquilidad de su cuarto; ya ni siquiera en mis brazos.

   La luz del día comienza a perfilarse, sin embargo está lejos aún la hora establecida para el pago del secuestro.
   ¿Quién pudo haber secuestrado a Tiago? Me pregunta su papá, y por primera vez puedo pensar en que “nadie”; y hasta creo que los delincuentes se han equivocado y que sólo al tenerlo de rehén descubrieron que era muy poco lo que podían conseguir; y que ya que se habían expuesto al menos sacarían algún beneficio. El dinero que pedían no era poco para nosotros pero tampoco era inalcanzable para una familia de clase media, trabajadores ambos de la Salud, con empleos estables y muchas horas de labor diaria.
   Sea lo que fuese mi hijo estaba en manos enemigas; y sólo Dios sabía cómo estaba pasándola.
   De ahí a la Plaza Libertad eran solo unos cuantos minutos. Fui yo la que depositó en el lugar convenido el dinero. Un policía vestido de civil seguía de cercas mis pasos, ya anunciados.
   Temblaba de miedo.
   Sólo pensaba en el regreso de mi hijo. ¿Y si eso no sucedía? Si habíamos caído en una emboscada y los delincuentes le habían hecho algo? ¿Y si lo habían matado? No, no me podía permitir ese tipo de suposiciones. Hacerlo era entregarme a una muerte lenta. 

   Ha pasado más de una hora desde el momento en que la caja con el dinero fuera depositado debajo del banco amarillo, el segundo de la vereda, contando desde la esquina de Martín García y Osorio, sobre esta última calle. 
   Todos esperamos sentados, inmóviles, en el living de nuestra casa. Tocan el timbre; y sabemos que no es Tiago. Es un agente de policía, uniformado, y con un documento en la mano.
   Nos pide que lo acompañemos. Le rogamos nos de algún tipo de información. Dice que lo disculpemos pero que no puede. Me aferro con ansias al brazo del hombre que algún vez amé. Siento que necesita, al igual que yo, unas manos que aprieten muy fuertes las suyas. Y lo hago.
   Ya en la oficina de la comisaría nos invitan a entrar a un recinto apartado. Caminamos autómatas por un pasillo sin fin hasta el sitio señalado. Allí está Tiago; su vista fija en el piso. De mi garganta emerge un grito que se mezcla enseguida con su llanto desesperado.  Quiero entender pero no comprendo. La caja de zapatos que con esmero cerré, descansa sobre el escritorio. 
   Y es entonces cuando el comisario nos dice:
   -Este muchachito se merece un escarmiento. Si fuera mayor de edad yo mismo lo metería preso. Pueden llevárselo. Que tengan suerte. Esa caja es de ustedes.
   Tiago nos pide perdón, una y cien veces suplica perdón.


Como de costumbre y cada vez que termino de escribir un cuento, pongo en el último renglón mi nombre; y como ya es tarde me dispongo a apagar la computadora.  
Observo que Tiago tiene aún prendida la luz de su cuarto. 



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