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sábado, 30 de agosto de 2014

EL CUENTO DE HOY




TRANSMUTACIÓN


Por Magdalena Pizzio (*)



En la tumba todo era silencio y obscuridad. Recordó al anciano de la cama número doce, de blanca cabellera y sonrisa gentil que charlaba incesantemente. Pero... ¿Cómo puede un muerto recordar? Estaba perplejo.
Días atrás o... ¿Cuándo?, paseaba  por un camino de chacras, enmarcado por añosos álamos otoñales resplandecientes de oro y fuego. Era a la tardecita. Los últimos rayos del sol que se filtraban entre las hileras dibujando claroscuros geométricos, daban al conjunto un aspecto solemne y enigmático.
Después un dolor agudo y nada más. Todas las luces y sombras cayeron sobre él acunando su último suspiro.
Se miró –es una forma de decir– y percibió sus cambios. Sí, que las moléculas de su cuerpo iban desintegrándose una a una, en una reacción en cadena. Los huesos flojos y los músculos laxos se agitaban en convulsivos estertores. Las células en franca descomposición iban aglutinándose y los humores corrían a borbotones hacia la tierra.
Sintió pena. No estaba preparado... Volvió a preguntarse ¿Cómo es que pienso? Y su pregunta se confundió en un llanto. El primer llanto.



(*) Escritora de Neuquén. Este cuento fue tomado de su libro “Laberinto. Entre la vida y la muerte”. (Edición de autor, Bahía Blanca, 2009).



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martes, 26 de agosto de 2014

EL POEMA DE HOY




Sueños barriletes

Por Carlos Ruiz (*)


El niño y el viento hicieron un trato
Cuando aquella tarde los dos se encontraron,
El viento venía muy suave soplando
El niño tenía aquel barrilete sujeto en sus manos.
Hizo mil intentos para remontarlo
Pero el barrilete volvía a sus manos.

El viento le dijo casi susurrando:
“Mañana en  la loma te estaré esperando.
Cuando te despiertes observa ese árbol
Que da a tu ventana,
Donde por las noches se posa la luna
Y duermen los pájaros.”

Observando el árbol se durmió aquel niño
Con el barrilete sujeto en sus manos,
Y no se dio cuenta que la luna llena
Se había posado
Y no se dio cuenta cuando entre las ramas
Durmieron los pájaros.

Pero a la mañana despertó al sonido
Del viento silbando.
El árbol le dijo que se levantara
Pues su amigo el viento venía a buscarlo.


El niño y el viento fueron a la loma.
El niño y el viento hicieron un trato:
El viento le dijo que  a su barrilete
Llevaría muy alto, como a ningún otro
Viera  remontado.
Solo le pedía que cuando estuviera
Pequeño en el cielo debía dejarlo,
Cortando del hilo atado a sus manos.

La pena del niño borró su sonrisa
Y puso dos lágrimas en sus ojos pardos
Mientras apretaba con todas sus fuerzas
Aquél barrilete sujeto en sus manos.
Ese barrilete que había diseñado
Con tanto trabajo debajo del árbol
Donde por las noches se posa la luna
Y duermen los pájaros.

Ese barrilete era como un sueño
Que había construido para remontarlo,
Sin cortar del hilo atado a sus manos.
Porque era su dueño y cuando quisiera
Podría bajarlo.

El viento le dijo que parte del trato
Sería una estrella que tarde o temprano,
Cuando él fuera grande vendría a guiarlo.

El niño tenía a su barrilete sujeto en sus manos.....
.....el viento soplaba esperando al niño
 que a su barrilete quisiera  soltarlo.

De pronto aquel niño  un tanto asustado
Dejó al barrilete volar con el viento,
Mientras aún el hilo estaba en sus manos.

Cuando miró al cielo vio a su barrilete
Junto al  Principito y Juan Salvador
Jugando en lo alto,

Decidió soltarlo confiando que el viento
Enviaría una estrella que tarde o temprano
Vendría a aquel árbol donde por las noches
Posaba la luna y dormían los pájaros.

Ahora que él es grande y está viejo el árbol
Su niño construye otros barriletes
Para remontarlos.
Entonces recuerda que todos sus sueños
Como barriletes decidió soltarlos.

Dejó de ser niño,
El tiempo ha pasado.
Sin embargo el cielo tiene mil estrellas
Que lo van guiando.

El niño y el padre hicieron un trato:
El niño construye sus sueños más caros,
Y el padre le ayuda a poder soltarlos.

Al llegar la noche desde la ventana
Observan el árbol donde todavía
Se posa la luna y duermen los pájaros.

Y juntos comparten un cielo estrellado.




 (*) Nacido en Gaiman, vive en Trelew y estudió teología en Bs As. Desarrolla la tarea pastoral en las capillas galesas del valle. Casado con Marcela Aragones, quien es profesora de artes visuales y artista plástica.Tienen tres hijas y un nieto. Confiesa que es aficionado a la escritura y que ha comenzado a transitar este camino con el placer de poner en palabras algunas cosas que se vinculan, en algún punto, con sus propias vivencias.
                                                                    


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viernes, 22 de agosto de 2014

EL POEMA DE HOY



HAN BROTADO LAS FLORES DE MIS CACTUS

Por Jorge Castañeda (*)



Han brotado las flores de mis cactus.
Su color de azafrán, su terciopelo,
Y esa fosforescencia anaranjada
Que suma su color a mis momentos
Y alegra la rutina de mis actos.

Han brotado las flores de mis cactus
Y mi hija no se encuentra para verlos.

Han brotado las flores de mis cactus
Bellas como corolas en secreto
Y tienen una gracia que engalana
La placidez tranquila de mi huerto.

Han brotado las flores de mis cactus.
No lo hacen todos los años. Es cierto.
Pero algo ha de tener esta mañana
Para abrir su crisálida de fuego.
¡Oh, dicha del edén y de su pacto!

Han brotado las flores de mis cactus
Y mi hija no se encuentra para verlos.

Han brotado las flores de mis cactus
Y todo tiene una actitud de rezo:
Mi alma, el jardín, el árbol y la casa,
Y la fugacidad que tiene el tiempo.

Han brotado las flores de mis cactus
Y mi hija no se encuentra para verlos.



(*) Escritor de Valcheta.


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sábado, 16 de agosto de 2014

EL POEMA DE HOY



Claves



Por Julio Sodero (*)



Danza sobre la arcilla encendida
la añeja ilusión que el tiempo inflama
hasta formar el ojo del mundo
su aliada lámpara

Descubro el camino circular
inapelable
hasta abrir la cuenca mitológica
sus dioses
el nombre

Te he esperado hasta la embriaguez del llamado
y a sus puertas memorables lloraron
velados otoños
hijos del silencio.

Donde vive tu voz
desangro mi contrato de error y de olvido
al mar tajante
purpúreo
coral
de piel bajorrelieve.

Basta tu voz
para bajar el agua
alcohol de pájaros
plumas de metal para cortar el viento
hasta ser dueña de la hoguera
y sus trenzas marítimas.

Como quien desgarra el mármol
carne de tántalo
me hundo al sonido celeste y continental

Allí donde se bifurca
el adiós con el regreso.




(*) Escritor de Sierra Grande (1950 – 2005)



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miércoles, 13 de agosto de 2014

EL CUENTO DE HOY




MINI EÓLICA

Por Silvia Angélica Sánchez (*)



Mi papá me habló de molinos. Estuvo ensimismado durante una hora, con los ojos brillantes, feliz, contándome los mecanismos de la bomba, del eje, del modo en que se mueven las aspas y del viento. Mi padre me habló del viento enredado en una escultura que hay en la estación, eso es el viento me dijo, y era un montón de alambres enmarañados que coronan un caño en la cúspide; y los molinos son los que el viento mueve, siempre.
Cuando hablaba noté sus ojos, y la chispa blanca regodeándose de un lado al otro, animando. La chispa dirigía sus manos viejitas y arrugadas que hacían ademanes de movimiento como la biela, como el pistón; y agregó cómo funciona con un cigüeñal. Y las aspas, volvía a hablar de las aspas.
Le dije que conocí un molino en la costa, enorme, que las aspas eran más grandes que el mismo rancho que estaba al lado; y se encantó con el cuento, y me dijo que cuando había mucho viento el molino se paraba solo y que esto lo sabía porque se lo había contado un viejo, cuando él era joven. Entonces me contó del cuento del viejo y de la mecánica de las aspas del molino que se comandaban con la veleta. Me dijo que las aspas se repliegan y hacen que el movimiento se pare solo, al contrario, cuando hay mucho viento. Cuando hay mucho viento la veleta hace que el molino se alinee en el mismo sentido y las aspas paran solas.
Él no se acordó de cuando yo era chica, de cuando mi papá joven me hacía molinitos con una cartulina blanca sobre una varita de madera; y yo corría con el artefacto por el límite del patio y la casa del vecino, mirando fijo cómo daba vueltas, embelesada.
Mi papá me seguía describiendo este otro artefacto y los dos nos imaginábamos el campo y el viento juntos, intersectados en el movimiento circular de la rueda metálica. Podíamos sentir el frescor de los aires de la meseta y el olor de los jarillales y cuando bajamos la vista las ovejas ya se acercaban al tanque australiano a tomar agua. Había como diez corderitos blancos pegoteados detrás de las hembras repletas de leche, todos apilados, protegiéndose mutuamente de las ráfagas prepotentes que les despeinaban los bucles largos.
A esta altura mi papá me arreó desde el lugar donde las ovejas bebían y me habló otra vez del viejo que le explicó de los molinos cuando él era joven. Era un viejo barbado y blanco, hablaba poco y pausado. Siempre estaba en el campo y sabía de animales y agua. Con la varita de rabdomante había encontrado el punto justo para instalar los veinte pozos. ¡Veinte pozos! , en el campo abierto, en la meseta, para poner molinos. El viejo era un sembrador de molinos, de los chupadores de agua.
Mi papá me sirvió agua en un vaso transparente y en sorbos rápidos lo dejé vacío. No le gustó. Me dijo que había que tener respeto al viento y al agua, a los dos juntos y que jamás debía beber del modo en que lo hice, y menos aún en la meseta, y menos aun hablando de molinos. Sonreí, pero él me empezó a mirar enojado, con los ojos más oscuros, las manos descansando sin movimientos sobre la mesa de la cocina. Qué absurdos que son los molinos, pensé; pero no quise decirle nada de nada porque capaz que con su enojo, también el viento iba a parar de soplar.




(*) Escritora de General Roca. Este relato fue publicado en la “Antología del Encuentro de Escritores de Las Grutas 2014”.



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