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jueves, 22 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY




LA MAÑANA


Por Nadine Aleman (*)




Nació la mañana sin ti.

Abrí las ventanas.

Esperé de la brisa fresca
tu aroma profundo.
Y tan lejano.

Nadie llega.
No hay sorpresa no hay abrazos.

Cumplo las horas
negando la melancolía
que de preferencia no habita
en días luminosos.

Yo te espero siempre.

Con los ojos puestos
en la calle.






(*) Escritora de Esquel. Esta poesía fue tomada de su libro “Letal Intensidad”. (Editorial Pol, San Martin, 2009)





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viernes, 16 de enero de 2015

LA NOTA DE HOY



EDMUNDO DANIEL JÍOS


Por Margarita Borsella (*)



El 17 de febrero del año 1938, en un ranchito de adobe de Río Chico, un pintoresco pueblo rionegrino atravesado por las vías de La Trochita, venía al mundo Edmundo Daniel Jíos. Hijo de Lía —nativa— y de Aristocles —un griego a quien la devastada Europa después de la primera guerra mundial no había logrado vencer sus sueños y cruzó el océano para transformarse en pionero de la  construcción de ese trencito patagónico—.

Siendo Edmundo muy pequeño, la familia se trasladó a El Maitén para continuar trabajando en el ferrocarril. Es allí donde cursa sus estudios primarios en la Escuela N° 149 y despierta su interés por la lectura, alentado por el maestro Donald Borsella. Ya en su adolescencia, el escritor Don Elías Chucair —de sangre árabe pero que supo fraternizar con el indio y el criollo que poblaba la zona de Jacobacci—, impulsó a su pasión por la escritura, la cual se caracteriza por romper el mito de la monotonía de un interior silenciado al cual resignifica a través de la voz de sus habitantes que se eternizan en los escritos; lo que hace que las historias de su pueblo transformen a El Maitén en un pueblo de historias.

Desde los 14 años Edmundo supo del yugo del trabajo. Fue transportista de áridos en un carro tirado por bueyes, peón de ladrillero en donde pisaba barro con caballos, peón de carneador en un matadero, peón de albañil, hasta que en 1959 ingresó al ferrocarril como fogonista en La Trochita y a partir de 1970 comienza su profesión, que ejerce por 22 años, como conductor de las locomotoras. Luego de ello abrió una Pizzería en el centro de El Maitén, que por más de 20 años fue un lugar de encuentro de amigos que daban paso a las diferentes manifestaciones culturales de la región.

El Ministerio de Gobierno de la Provincia del Chubut lo convocó como Director de Asuntos Poblacionales, en donde tuvo la responsabilidad de afianzar vínculos con los pobladores originarios de las comunas rurales de Gan Gan, Gastre y Aldea Epulef. En El Maitén durante seis años fue animador de las primeras Fiestas del Tren a Vapor, y administrativo de la agencia PAMI, donde ejerció una importante labor social teniendo en cuenta las necesidades de las comunidades aborígenes de la región, estrechando lazos culturales entre ellos; la que ahondó su incursión en la escritura.

Y así es como Edmundo, heredero de esa sangre que surge de mixturar en un crisol la sabiduría griega con la picardía criolla, se convierte en “un apasionado por las historias de la gente común, de anécdotas cotidianas y recuerdos a que a veces tocan el límite de lo inverosímil”, como diría su hija Mariela al escribirle en la contratapa de “El Baúl de los Recuerdos”, su primer libro. Uno de sus primeros trabajos literarios fue “Un amor de tiempo adentro” —historia testimonial de una familia araucana—, presentado a un certamen literario organizado por PAMI Nación, en donde obtuvo una mención especial.



Su cuento “La Francisca”, ya publicado en esta página, obtuvo el Primer Premio Comarcal y Segundo Premio en el Certamen “Gonzalo Delfino” de la localidad de Gaiman. Posteriormente escribió la obra “Desalojo en la Vuelta del Río”, que por sus connotaciones sociales tuvo un fuerte impacto en la comunidad maitenense. Y en el 2012 aparece su libro “El Baúl de los Recuerdos”; que el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de Epuyén, mediante Declaración N° 24/2012, declara de Interés Cultural, Educativo y Social, en tanto el Honorable Concejo Deliberante de la Municipalidad de El Maitén, por Declaración N° 06/ 2013, declara de Interés Cultural, Social y Legislativo,

 “... este trabajo literario nació con la finalidad de rescatar en él lo acontecido en El Maitén y sus alrededores, para que no se diluya en el tiempo el recuerdo de aquellos pioneros que con su sacrificio hicieron posible este presente pleno de comodidades que ellos no tuvieron. Un escritor con oficio, exhibiría en un trabajo como este la organización y las correcciones que una buena obra literaria debe tener. Yo, además de ser autodidacta sin formación académica, soy un rebelde de la literatura. No logro escribir más de dos páginas seguidas siguiendo un orden cronológico de lugares, hechos o acontecimientos. Me excuso de no poder llevar un orden preciso, pero el contenido tan disímil de todo lo que expreso me lo dificulta, ya a veces me lo imposibilita. Reseñas biográficas y pequeñas historias de tiempos dispares conviven dentro de este baúl. Pero así es como los vientos cordilleranos me acercaron los recuerdos, y así es como dejo que los mismos vientos los lleven hasta ustedes, amigos lectores...”, decía este hombre apasionado por la vida y por las historias de la gente común, en quienes supo bucear en el fondo de sus almas para llenar este baúl de emociones de todo un pueblo; este baúl que si bien fue su primer libro presentado, por esas cosas de la vida también ha sido el último ya que hace sólo unos días se ha encontrado con la muerte.

Si bien una gran amistad lo unía a mi padre y a mi tío, recién después de 48 años lo he vuelto a ver, teniendo dos largas charlas; una en El Maitén y otra en Trelew. En una de ellas, presagiando tal vez que sus largas enfermedades le jugarían una mala pasada, y diciéndome que al hacer un balance de su vida debía reconocer que lo que tenía en su haber superaba ampliamente a lo que sus actitudes le hicieran merecedor, me entregó un poema pidiéndome que lo diera a conocer... Lo había escrito una tarde de julio de 1979 sobre una mesa de la pizzería El Obelisco de Esquel, y me lo dio en el otoño del 2013...

Dios
Yo sentía que existías,
no sabía en qué forma ni en qué espacios.
No intentaba encontrarte
porque hacerlo
era comprometer mi vida, mi existencia,
mi libertad, (o libertinaje).
Y a pesar de los vicios y placeres
en que se revolcaba mi locura,
mi enfermedad de sexo, de inmundicia,
mi tortura en tu imagen se calmaba.
Te encontraba en mis hijos, en la luna
reflejándose pura en un arroyo
y en la nieve que cubre las montañas.
Te veía en el rostro de mi esposa
descansando feliz sobra la almohada
después de haberme dado el fruto de la vida,
recibiendo de mí ¿solo la nada?...
Te encontraba... y negaba tu existencia
de mi nada hacia afuera.
Porque cuando el dolor me atormentaba,
¡con qué fervor a solas te rezaba!...
Y no era hipocresía. Tú lo sabes;
aunque al siguiente instante te olvidara.
Y descendí al infierno, a sus entrañas.
Encontré a Lucifer, Satanás, ¿cómo se llama?...
En fin, jugué lo poco de valor que me quedaba.
Y no sé si gané, o fue una aflojada,
que me hizo el diablo para destrozarme
definitivamente el Alma.
No importa DIOS... yo te sigo buscando,
con desesperación, como se aferra
a una madera el náufrago cuando además del mar, no tiene nada.
Ayúdame Señor, Dios infinito,
por mi esposa, por mis hijos, por mi mismo.
Hoy te grito desde el fondo de este abismo
¡Ayúdame Señor... Te necesito!

Seguramente ya estará con Él, junto a otros escritores patagónicos.



(*) Escritora de Trelew.



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martes, 13 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY




UN NUEVO AÑO


                                          Por Ester Faride Matar (*)





Alguien se quedó en la orilla del mar
ofreciendo recuerdos.
Pintando con rouge las palabras dispersas,
símbolo sin fuego con aroma a madrugadas.
Entonces intenté…
Intenté regalarte un verano
con sueños de poeta y un concierto
que me devuelve la vida milagrosa.
Tú te encuentras ahí y yo me encuentro.
Hemos bebido con sudores los pasos del ayer
y nuestra piel sedienta se despoja de las lágrimas.
Estamos envolviendo los dolores
para arrojarlos a las aguas que se marchan.
Nadie hace ruido y se estremecen tus manos
y las mías se enlazan sin piedad.
Esta felicidad es tan distinta
que se disfraza con colores diferentes
y motivos desiguales.
Se diluye el calendario en su último día
y la esperanza extiende sus brazos al poniente
y no hay penas que se aniden en la mente
ni desconsuelos en busca de consuelos.
Gritar nuestro amor es la variante por donde pasa el silencio
en pos de un futuro con futuro
que lo atrape…
Lo atrape…




(*) Escritora nacida en Sierra Grande, radicada en Viedma.

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viernes, 9 de enero de 2015

EL CUENTO DE HOY




SYLVANUS GROT


Por Carlos Dante Ferrari





       Recuerdo que llegó un día a nuestra granja para pedir trabajo. Era la época de la cosecha y a pesar de su aspecto algo extravagante, mi padre lo contrató enseguida. 

       Como era costumbre en aquellos tiempos, le asignaron un catre en la cuadra de los peones, donde se acomodó sin chistar. Traía como único equipaje una mochila color caqui, con un emblema bordado en hilo rojo.

       Sylvanus era un tipo callado y respondía en forma amable cuando se le hablaba, empleando frases cortas, con un leve acento extranjero. Un día me atreví a preguntarle dónde había nacido y contestó: “en Albuquerque”. Como yo no tenía la menor idea acerca de dónde quedaba ese sitio, la conversación finalizó allí.

        Mestizo, su piel mate contrastaba con unos ojos azules, de mirada serena. Aparentaba tener alrededor de cuarenta años. Otra vez quise saber el origen de su apellido y me dijo que su padre era francés. Eso fue todo.

        Como si honrara aquel nombre tan singular, Sylvanus vivía silbando entre dientes. Era una melodía triste, fácil de memorizar; tanto que hoy mismo puedo reproducirla, a pesar de que han transcurrido más de cuarenta años desde que la escuché por última vez.

       Los cosechadores trabajaban desde el amanecer. Hacían una pausa para el almuerzo, descansaban poco más de una hora y después retomaban la tarea hasta la caída del sol. Me gustaba ir a la cuadra con la excusa de ayudarlos. Matizaban sus conversaciones con bromas toscas e ingenuas que provocaban mucho jolgorio. Sylvanus escuchaba y reía a la par de los demás, pero no era de hacer chistes.

        El primer domingo de franco, a diferencia de los demás, que fueron hasta el pueblo a pasear o a emborracharse, Sylvanus se quedó en la cuadra. Cerca del mediodía lo vi aproximarse a la casa y merodear por el jardín. Allí anduvo largo rato observando las plantas. En cierto momento se arrodilló al pie de los rosales y los miró con expresión crítica. Mi madre advirtió su actitud a través de la ventana y sintió curiosidad. Salió a la galería, un tanto indecisa; finalmente caminó hacia el jardín, donde el hombre continuaba su inspección.

        —Buen día. ¿Le gustan las rosas? Son mis preferidas —dijo ella.

        —Buen día, patrona. Sí, son muy lindas. Pero las plantas se le están yendo en vicio. Parece que este invierno van a necesitar una buena poda.

        —Es cierto. Hace tiempo que no tenemos a nadie que se encargue del jardín. ¿Usted es del oficio?

        Sylvanus asintió con la cabeza, sin mirarla.

        —Bueno, le voy a decir a mi marido. Gracias —agregó mi madre con tono amable, y se volvió hacia la casa.

        Él examinó el pequeño huerto durante unos minutos más, se agachó para acomodar las piedras de uno de los canteros y después regresó a la cuadra, silbando entre dientes su acostumbrada melodía.

       Mi padre estuvo de acuerdo en contratarlo como una tarea extra para los fines de semana. Sylvanus asumió el rol con todo entusiasmo. Pronto el jardín lució como nunca antes. Dio vuelta la tierra, desenterró y reubicó las plantas para distribuirlas de una manera más adecuada y armó varios canteros, bordeándolos con piedras del lugar.

      Encantada por los resultados, mamá le pidió a mi padre que trajera una variedad de semillas en su próximo viaje al pueblo.

      —No es época para sembrar nada, Isabel: ya estamos a comienzos del otoño —objetó él.

      —No importa. Será bueno tenerlas ya compradas para la primavera.

     Aquella respuesta parecía llevar implícita la idea de que Sylvanus estaba contratado de manera fija. Mi padre no dijo nada.

      Días más tarde, al volver del pueblo, papá dejó sobre la mesa de la cocina una caja llena de sobres etiquetados con flores de diversas clases. Mi madre le sonrió, agradecida. Esa misma tarde, cuando los cosechadores regresaron de sus tareas, ella me envió a la cuadra para llamar al jardinero.

     Recuerdo que mientras caminábamos juntos hacia la casa, no pude resistir la tentación y le conté a Sylvanus que mi padre había traído semillas. Él no contestó. Se limitó a devolverme la mirada, silbando, y pude ver en su rostro el asomo de una sonrisa.

      Mamá lo esperaba con alegría. Lo hizo pasar a la cocina y lo invitó a sentarse a la mesa, donde reposaba la caja de cartón. Él ingresó quitándose la gorra y accedió a inspeccionar los sobres de semillas. Los miraba sin decir palabra, con expresión concentrada. Mi madre lo dejaba hacer, aunque se la veía impaciente por conocer su opinión. Para nuestra sorpresa, de pronto Sylvanus se largó a hablar como nunca antes lo había hecho. Hizo comentarios sobre las distintas plantas, sus características, la conveniencia de ubicarlas en espacios soleados o resguardados, agrupándolas según su mayor o menor necesidad de riego y muchos otros detalles que ya no recuerdo. Ella lo escuchaba, embelesada, seguramente imaginando su futuro jardín, grande y embellecido con todas aquellas especies en flor.

      En ese momento llegó mi padre. Volvía de visitar una granja vecina donde ofrecían en venta un lote de animales en los que estaba interesado. Mamá lo vio entrar y exclamó:

      —¡Ignacio, no te imaginás cuánto sabe Sylvanus de plantas! ¡Nos estuvo explicando un montón de cosas!

      Para entonces nuestro visitante se había puesto de pie y mantenía la vista baja, ante la expresión adusta de su patrón.

      —Bien, Grot. Puede retirarse, gracias —fue la única respuesta.

      Sylvanus musitó alguna palabra —no sé si de agradecimiento o disculpa— y se retiró en forma presurosa. Papá caminó hacia el dormitorio a cambiarse sin agregar ningún comentario. Mi madre y yo quedamos perplejos. Por último ella tomó la caja con semillas y fue a guardarla a la despensa.



      Esa misma semana finalizó la temporada de cosecha. Del galpón atiborrado de bolsas emergía una agradable mezcla de olores a cebollas y a papas. Mi padre y el capataz habían instalado una mesa en la entrada de la cuadra y estuvieron casi todo el día liquidando la paga final a los peones. También Sylvanus recibió su salario. Me sorprendió verlo cambiado, con una camisa nueva y un pañuelo al cuello. Se había mojado el pelo para peinarlo hacia atrás.

      En la explanada del patio estaba estacionado el camión que transportaría a los peones. Los que ya habían cobrado iban acarreando sus efectos para colocarlos en la caja, donde se acomodarían para el viaje de casi 50 kilómetros que separaba la estancia del pueblo.

      De repente advertí que Sylvanus también sería de la partida. Lo vi caminar hacia el camión con su mochila al hombro. Al llegar la colocó sobre la caja y, tomándose de la barandilla, subió con un ágil salto.

     Dudé si correr hasta él o ir a avisarle a mi madre. Opté por lo último, quizás creyendo que ella podía hacer algo para evitarlo. Corrí hasta la casa, entré a la cocina y grité:

      —¡Mamá, Sylvanus se va!

      Ella estaba sentada zurciendo unas medias. Me miró y no dijo nada.

      Aquella primavera tuvimos una gran variedad de flores. Las sembró mamá. Fue el jardín más bello y melancólico que recuerdo haber visto en mi vida.

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lunes, 5 de enero de 2015

EL POEMA DE HOY



RESONANCIAS


Por Carmen Nora Gutiérrez de Castellano (*)





Futalaufquen, resuena en mis oídos
la voz inmemorial de aquella raza,
la dueña de tus aguas y que hoy pasa
sumergida en el lago del olvido.

¿Es tu silencio un grito que se clava
como una lanza en descubierto pecho,
o es lamento de un pasado en acecho
que en tus aguas se purifica y lava?

Futalaufquen, me entrego a tu silencio
y a la voz mágica de tus ancestros,
soy una piedra más, tal vez el eco

de la roca y el árbol que te abraza,
soy sangre y sentimiento de la raza
que pronunció tu nombre en canto y rezo.




(*) Escritora de Puerto Madryn, donde vivió 27 años; radicada en Buenos Aires. De larga trayectoria en la docencia secundaria y terciaria, en actividades culturales y de promoción de la lectura y escritura en la provincia del Chubut. Actualmente coordina el Taller de Lectura y Escritura "Buen Ayre del Sur", en el Museo Roca de la CABA. Obtuvo varios premios literarios en Chubut (Certámenes Literarios Provinciales 1982; 1984; Escritores Inéditos -1987. Cuadernillo Ministerio Educación de la Nación 2006). Publicó el libro "Entre Escalones y Zapatos"; Chiviricocó (Lit. Infantil). El poema “Resonancias” obtuvo un premio del Certamen Literario Provincial - Chubut-1984.



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