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jueves, 14 de junio de 2018

LA NOTA DE HOY




GIGANTOLOGÍA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Todo comenzó con Antonio Pigafetta y su descripción de los patagones en el “Primer viaje en torno al globo”: "Un día apareció de improviso en la playa un hombre de estatura gigantesca… Era tan alto aquel hombre, que le llegábamos a la cintura, siendo además muy proporcionado". Ya en la novela de caballería "Primaleón", de la cual Hernando de Magallanes toma el nombre que da a los habitantes de la región en 1520, aparece un gigante: "Patagón", líder de los "patagones", con titánico cuerpo de hombre y cabeza de can. Años después, en 1580, Pedro Sarmiento de Gamboa recorre el Estrecho que Magallanes descubriera, y toma contacto con sus moradores. Los llama “Grandes hombres”, “Gente Grande”, “Gente Crecida” e incluso “Gigantes”; basado en los dichos del otro pueblo que vive allí, el de los canoeros, que temía a esos portentos. Pero cuando captura a uno y lo sube a la nave, su descripción es mesurada: “Es crecido de miembros”, dice.

Sin embargo, su "Relación" del viaje al Estrecho se conoce primero por la recensión que hace Bartolomé Leonardo de Argensola en la “Conquista de las Islas Malucas"; y allí ese historiador agrega detalles que Sarmiento no menciona. Por ejemplo, da la siguiente versión de lo ocurrido: “El Indio preso era entre los Gigantes Gigante; y dice la relación que les pareció Cíclope”. Lejos está de lo que escribió el navegante. Tampoco Edward Cliffe, uno de los cronistas de Francis Drake, que cruzó el paso entre los océanos en 1578, los vio de dimensiones descomunales: "...our General... met with 3 of the Patagons... These men be of no such stature as the Spaniards report, being but of the height of English men: for I have seen men in England taller than I could see any of them."

En 1766 regresa de su circunnavegación John Byron, abuelo del poeta. Poco después se edita en Inglaterra la crónica “Viaje alrededor del mundo hecho en el navío de S.M. Británica del Delfín mandado por el Comandante Byron”, de ignoto autor; que contribuye a difundir la leyenda. Además de mostrar los más célebres dibujos de los enormes sureños, la obra narra su encuentro con ellos: "...un patagón... me salió al encuentro. Era de una estatura gigantesca... juzgando de su estatura por comparación a la mía, puedo asegurar que no era menos de siete pies". El interés que el asunto despertó, motivó que Horace Walpole, autor de “El Castillo de Otranto”, escribiese su ensayo “An account of the giants lately discovered”.

Al tiempo, el libro sobre la travesía de Byron se publicó en Francia; con un introito que pretende agregar información sobre los jayanes de la Patagonia. Es el criterioso editor de la “Relación” de Sarmiento de 1768, quien en su enjundioso proemio desmiente tal prólogo; que ataca el testimonio de Sarmiento, pone en boca de otros cronistas, como los que acompañaron a los hermanos Bartolomé y Gonzalo de Nodal, palabras que nunca dijeron; y defiende ciertos relatos descabellados. Uno de ellos es la anécdota de Madalena de Viqueza, fábula sobre una española llegada a América para hacer fortuna; que recorre medio continente hasta terminar viviendo con una tribu de patagones. Rescatada luego por un buque, regresa a España. En la narración se afirma que sus anfitriones medían diez o doce pies de alto. El prologuista francés dice que esta historia figura en un libro del franciscano José Torrubia; de 1760.

Pero no es cierto. "La Gigantologia Spagnola Vendicata" del Padre Torrubia no incluye la fantasiosa novela de Madalena. Sin embargo, menciona varias veces a los “Gigantes” del Estrecho de Magallanes, como una de las pruebas que apoyan su teoría de que en la Tierra vivía una población ciclópea antes del Diluvio Universal; de la cual eran relicto los gigantes de los que se hablaba en diversas partes del mundo. La obra de Torrubia tiene tres partes: las "Memorias" de la Gigantología Española, donde se menciona a los Goliat australes, la "Carta" sin firma que critica el anterior texto; y la "Respuesta" a la carta anónima , en la que el sacerdote cita sus fuentes.

Cuando lo hace para los gigantes patagónicos, incluye varios informes; entre ellos, los conocidos de Magallanes y Sarmiento. También alude a la expedición de Jofré de Loayza, que según dice vio “Uomini di tal grandezza, che lo Spagnuolo piú corpulento no arrivava a toccare colla sua mano alzatta, il mezzo…”; aunque en la crónica del periplo que hace Andrés de Urdaneta no dice eso, sino que “…llevó á las naos, un patagon. Era… grande de cuerpo, vestido de una pelleja de cebra...”. Torrubia también menciona al poeta Martín del Barco Centenera; que hablando de Sarmiento en su epopeya “La Argentina”, recuerda a los gigantes cuyo avistamiento inicial atribuye a León Pancaldo, marino de Magallanes:

Trató con los gigantes de Pancaldo / que están por cima el Puerto Leones.
Acuérdome yo ahora que Gibaldo, / soldado genovés, entre razones
que conmigo trataba, y con Grimaldo, / de su nación, discretos dos varones,
me dijo muchas veces que los viera / desde el navío llegar a la ribera.

La campaña de Byron aporta las últimas noticias sobre los "gigantes" patagónicos. Con posterioridad, los viajeros que frecuentaron la región, provistos de una visión más objetiva acorde con el avance del método científico, pusieron los datos en su justa dimensión; y los patagones siguieron sobresaliendo por su contextura, pero en términos más austeros. Charles Darwin, en su “Viaje del Beagle”, los menciona de seis pies. George Chatworth Muster, en "Vida entre los patagones", afirma que tienen entre cinco pies y diez pulgadas a seis pies y cuatro pulgadas; coincidente con estudiosos más modernos, como Rodolfo Casamiquela, que refiere que podían alcanzar hasta los dos metros de estura y ser de una gran corpulencia. Sin duda, los tehuelches eran altos y bien apersonados, como puede observarse en sus fotografías; pero se alejan de las medidas de los titanes que pintaban los cronistas de antaño.


Aunque no debe atribuirse a una inventiva exuberante la estatura adjudicada a esta etnia por los antiguos escritores europeos. Sus obras son de una época donde fantasía y verdad se entreveraban; y era común citar leyendas, tradiciones y otras fuentes de escaso rigor documental para describir el mundo. No era una actitud mendaz; era tan sólo el método aceptado para investigar, resabio del pensamiento mágico. De a poco la ciencia separó lo real de lo imaginario. Esa tendencia llegó también a la Literatura. Al consolidarse los géneros de ciencia ficción y terror, se superó la mezcla de consejas y hechos ciertos que atiborraban las letras; y pudo el lector distinguir los textos informativos de los recreativos. Pero con una pertinaz trayectoria de boomerang, la sociedad actual volvió a mezclar ficción y realidad; de la mano del mundo virtual que difumina límites y embrolla el pensamiento. Es cierto: ahora ya no se cree en gigantes. Pero muchas veces se admiten fantasmagorías mucho más estrambóticas que esa.

miércoles, 6 de junio de 2018

EL POEMA DE HOY



UN SUEÑO

Por Rubén Héctor Ferrari



Atisbo un horizonte lejano,
Más allá de la voz y la mirada,
aquí, desde un eterno monólogo de playas,
absorto, solemne y solitario...
Hay una brisa tenue de los Andes,
con mensajes de nieves y de heladas.
Estoy sintiendo el Sur en mis espaldas,
en estas largas tardes de esperanza.
Debo ganarle al corazón antes que aquiete,
para vivir el sueño que ha acuciado,
insistente, mis entrañas.
Y aguardo la llegada puntual
de un viejo barco,
cargado de ilusiones y patriarcas.
Ansío contemplar las sementeras
del primitivo labrador de estas comarcas,
y en el fondo de las lomas construida
la capilla enhiesta
de la fe sagrada.
Quiero vivir aquel instante
de profunda comunión de los pioneros,
y en la modesta arquitectura de las casas,
percibir el aroma inconfundible de las llamas
de achatadas jarillas y neneos.
¡Ah!.. Deseo ver por un momento
el milagro en el Golfo de un velero,
un arcón, una Biblia y la porfía
por ganarle al desierto su sustento.
¡Anhelo observar con el asombro
de un niño ante el paisaje inusitado,
la rubia mies que sobre el páramo
sea el aliento de Dios para el esfuerzo!..
Sólo entonces bajaré a la arena,
cuando el viejo maderamen del navío,
salga a buscar otros mares y distancias,
y quede acá, sobre la costa brava,
igual que un angostado Austro,
la afilada punta de un arado.
Voy a hundir después en las acequias
 el febril cansancio de mis plantas,
mientras sangra el Chubut hacia los surcos
y en atónita quietud, el viento arisco,
guarda en sus alforjas de incesantes viajes
el abrazo silencioso de dos razas.

martes, 29 de mayo de 2018

EL RELATO DE HOY




HABLANDO DE COSAS QUE VUELAN


Por Paulo Neo (*)



“Y sentía, que de algún modo, estaba trazando en el cielo un dibujo coherente y estético.” Mario Levrero




Lo bueno de una cabaña en medio del bosque es justamente eso: la desconexión total. No hay señal telefónica y nadie llamará intentando vender un plan nuevo o un seguro extra. No hay televisión y uno se ahorra eternas horas de zapping para encontrar alguna película decente o algún documental interesante. No hay internet, con lo cual uno no pierde tiempo revisando mails de empresas que ofrecen viajes imposibles o editoriales que recomiendan los libros del verano, ni nada de eso. Los grupos de wathsapp están verdaderamente silenciados y nadie más puede importunar con esas cadenas de mensajes cursis, ni ese tipo de cosas odiosas e inevitables. A quien diga que puede ser un poco aburrido le doy la razón, pero solo a medias: con algunos libros, café y alguna bebida espirituosa puedo asegurarles que el tiempo vuela. Sobre todo si uno tiene la manía de intentar escribir algún texto decoroso de vez en vez.

Hablando de cosas que vuelan, ¿han notado la cantidad de películas de terror o suspenso que suceden en un bosque? Mientras más profundo, cerrado y tenebroso, mucho mejor: el efecto se acentúa. Las escenas resultan más escabrosas y los desenlaces más trágicos, más espeluznantes. Pues bien, la cosa es que me desperté anoche a eso de las cuatro de la mañana y ya no pude dormir. No tuve mejor idea, para no despertar a mis hijos que dormían a pierna suelta, que llevarme una vela encendida y ponerme a leer en un claro del inmenso bosque que nos rodea. Apenas me alejé unos cincuenta metros de la cabaña, pero a excepción de mi pequeña candelilla, la oscuridad era absoluta. Con decir que apenas se distinguía la forma de los árboles a dos palmos de distancia. Me traía entre manos un ejemplar de “A paso de cangrejo” de Umberto Eco que había empezado en el colectivo de camino hacia acá. Al principio no hubo ningún problema, para que les miento. Me sentía a gusto y disfrutaba bastante la situación anómala pero licenciosa. Mientras se sucedían las páginas y me imbuía en los textos del gran catedrático y pensador italiano, fui percibiendo de a poco, que no estaba tan solo como creía. Desde la copa de los árboles, percibí el aleteo de aquello que intuí bestias de la noche. Movimientos más bien pesados, como de búhos o animales brincando de rama en rama. Atrás y a los lados se sucedían roces, pisadas, resquebrajar de varillas. Al sonido poco estridente de bandadas de pájaros se le sumó otra que nunca antes había escuchado: una voz extraña, creciente y palpitante como una gárgola emergiendo de una caverna. 

Tenía miedo, es verdad. Pero me resistía a dar por terminada la lectura y volver a la cabaña. En eso me encontraba, debatiendo conmigo mismo si continuar con aquella absurda resistencia o retornar a la cama a ver si el sueño llegaba, cuando una ligera brisa me sacudió. Nada violenta, de hecho, apenas perceptible. Pero suficiente para apagar la vela y lograr que mi corazón sufriera una parálisis. Y justo en ese preciso momento, lo sentí. Alguien, o más bien algo, como saberlo, me tocó la cara. Un leve rasguño, una simple rozadura en la oscuridad que minó todas mis defensas y me llevó al colapso, al ataque histérico y la corrida desesperada.

 Ya en la cabaña, prendí todas las luces, desperté a los niños con gritos angustiosos y cachetadas en las mejillas y encendí la vieja radio a pilas. Tapié como pude puertas y ventanas, y elevamos rezos, a voz en cuello, a todas las deidades que pudimos recordar. Cabe aclarar que nunca he sido muy creyente, pero como entenderán, toda ayuda posible era más que bienvenida. Cantamos canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe, oramos al gran Buda y recitamos algunos versos del Corán que recordaba de algún libro leído hace tiempo.

Por suerte, pronto amaneció y con la luz del sol lentamente se disiparon los temores. El corazón volvió a su ritmo normal y los niños incluso se reían un poco de la situación. En ese momento, recordé el libro de Eco tirado en el bosque. Se lo comenté a los niños y fuimos por él. Lo divisamos desde lejos ya que la tapa dura es casi verde y las letras blancas sobre una ilustración rojiza. Cerca de él, uno de esos frutos que se conocen como piñas. En fin, ¿acaso han notado la cantidad de películas de terror o suspenso que suceden en un bosque? 




(*) Escritor de Río Gallegos. Relato tomado de su página web.




lunes, 21 de mayo de 2018

RESEÑA DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO




"LA SANTA CRUZ DE HIELO", DE LUIS FERRARASSI Y ANDRES BERÓN (*)




"La Santa Cruz de Hielo", novela gráfica de Luis Eduardo Ferrarassi y Andrés Esteban Berón, avanza con el ritmo vertiginoso de un guión cinematográfico. Desde la primera página hasta la última, se encadenan -o desencadenan- una serie de hechos que dan lugar a un relato ameno y ágil. Sin embargo, su contenido no es solo de acción; ya que también hay espacio para la reflexión sobre temas como el heroísmo, el valor físico y moral, y la camaradería - esa variante de la amistad forjada en la fragua del peligro mortal.

Incursionando en el género de ciencia ficción, aunque con el agregado de algunos ribetes de fantasía, la obra está dirigida a un público joven -coincidente con la edad de los protagonistas-, que decodificará sin hesitación el mensaje escrito en clave de distopía post moderna. La búsqueda que emprenden Alma y Jacobo de ese "Santo Grial" sobre el cual no conocen mucho y del que apenas tienen vagos indicios, en el marco de una Patagonia apocalíptica, carente de agua e invadida por un siniestro enemigo, se presta para presentar tópicos vigentes en la actualidad; que la pluma extrapola a un sombrío futuro más o menos cercano.

Predomina a lo largo del libro lo visual, la imagen casi fílmica, muchas veces conjurada en la imaginación de quién la percibe a través de las descripciones escritas; y en otras oportunidades explicitada en las ilustraciones. De estas escenas de película se quieren rescatar, a modo de ejemplo, tres momentos en particular:

El primero es el encuentro de los protagonistas con "Quique", una conocida figura de la mitología urbana riogalleguense; a quien Ferrarassi ya transformó en el personaje principal de un cuento redactado hace cierto tiempo. El lector puede imaginar en las expresivas frases que refieren la singular reunión, cómo "Quique", que en la novela había vivido en Río Gallegos en el rol de un habitante de las calles, aparece ahora redivivo en su verdadera dimensión espiritual.

Otra situación concebida como una representación casi dibujada, y tal vez una de las partes más logradas de la obra, es el enfrentamiento entre el grupo que resiste la ocupación y el ejército invasor. Quien lo describe ha profundizado bien en las circunstancias que presenta un cuadro de esas características; con personas normales -quienes incluso pueden tener en su existencia habitual un comportamiento reprochable o desapacible- transformadas en héroes para defender sus creencias y sus principios, por los que están dispuestos a dar la vida (porque el héroe es héroe por eso: por superar las flaquezas de la condición humana, como el temor, la indecisión, el hedonismo; y ofrendarse por una causa). También las descripciones de la previa exigencia de rendición por parte de quienes saben bien que su superioridad numérica va a hacer vano el esfuerzo del oponente y dan una última chance; del súbito inicio del combate y su breve, violento y ruidoso desarrollo; y del contraste con el silencio posterior, pintan en forma notable como puede ser vista y sentida en la realidad una refriega como ésta.

La tercera escena que muestra la creatividad de los autores, es hacia el final del texto cuando, cercanos al tiempo límite y próximos al escondite del talismán que persiguen, la joven imbuida de una misión incomprensible aun para ella misma, cuya pulsión no puede refrenar, y el ciborg aferrado a una imagen cada vez más esquiva en la pantalla de su celular, sufren las distorsiones de espacio y tiempo que generan un cambiante escenario policromo y evanescente; cuya apariencia fluctúa en forma aleatoria e impredecible.

Esta novela, ejemplo de una variante literaria poco presente en la Literatura Patagónica, fue una de las reconocidas por un destacado jurado para representar a la Provincia de Santa Cruz en la 44 Feria Internacional de Libro de Buenos Aires; merecido honor que ojalá abra a los dos autores las puertas de un público más numeroso. Es de esperar, además, que la díada que ha combinado con tanta habilidad palabra e imagen, esté haciendo planes para repetir su experiencia; y lograr una nueva creación que, como ésta, asegure al lector momentos de grato entretenimiento.





(*) "La Santa Cruz de Hielo", de Luis Eduardo Ferrarassi y Andrés Esteban Berón (Edición del autor, Río Gallegos, 2017).




sábado, 19 de mayo de 2018

LA NOTA DE HOY


John Thomas Jones



LA CASA DEL RIFLERO


En 2004 Verónica y yo viajamos a Gales para el lanzamiento de la novela “Y Gaucho o´r Ffos Halen” (“El Riflero de Ffos Halen"), que había sido traducida al galés por el reconocido escritor y dramaturgo Gareth Miles y publicada con el auspicio del Consejo del Libro de Gales (Cyngor Llyfrau Cymru).

Ese viaje nos dio ocasión de visitar las casas de algunos de nuestros antepasados. Fueron experiencias muy emotivas. Hoy relataré la referida a mi bisabuelo John Thomas Jones. Él había emigrado a la Patagonia en 1874 y años más tarde, ya radicado en la colonia, al tener noticia de la expedición en ciernes hacia los Andes, decidió alistarse en la Compañía de Rifleros encabezada por Luis Jorge Fontana. 

Según nuestra información, su casa estaba en Ynis Môn (Isla de Anglesey, para los ingleses), cerca de Llandonna. El dato adicional era que se la conocía con el nombre de “Ffynnon oer” (manantial frío). Gracias a eso y a la generosidad de Ivonne Owen, que nos trasladó en su auto hacia la isla para efectuar la búsqueda, tuvimos la fortuna de encontrar la vivienda y ser recibidos por sus actuales dueños, un arquitecto inglés y su familia. Milagrosamente, la construcción de piedra con techo de pizarra se mantenía en pie después de más de 150 años. Recuerdo que lloviznaba y mis mejillas también estaban húmedas.

Ellos nos permitieron acceder al interior y allí pude ver el gran hogar en torno al cual se congregaba la familia para cocinar, compartir las tertulias y abrigarse del frío. También nos dejaron visitar los pequeños dormitorios en la parte superior. Todavía no me había repuesto de la emoción y ya nos disponíamos a irnos cuando el arquitecto me preguntó: “¿Quiere ver el manantial?” y sin esperar respuesta nos condujo hacia atrás de la casa, donde fluía un ojo de agua que se deslizaba por una pequeña zanja natural hasta el borde del risco, para desaguar finalmente sobre la playa. Sobre el alto barranco podía verse, en la orilla opuesta, la lejana costa irlandesa. Desde ese paraje galés había partido hacia América el futuro riflero.

Jamás olvidaré esos momentos. Ese mismo día traté de cristalizarlos en el poema que aquí acompaño.






FFYNNON OER (*)

A mi bisabuelo John Thomas Jones


En “Ffynnon Oer” llovía
esta mañana
cuando le devolví tus pasos
de viajero.
Pude reconocer la casa
al borde del peñasco, 
la permanencia intacta de los muros
de tu solar primero.  
Centelleaba el rocío en las pizarras
del milagroso techo.

Al ingresar, 
vi el gran fogón de piedras cenicientas,
la viga transversal
de sólido madero.
Te imaginé sentado
en la penumbra
frente a los crepitantes leños,
soñando con distancias imposibles
más allá del estrecho.

Tu vieja casa aún está de pie
sobre el rellano.
En el traspatio 
el frío manantial sigue fluyendo 
en callado reguero, 
mientras desliza sus aguas hasta el risco
para llorar tu nombre
tan lejano.

En “Ffynnon Oer” llovía esa mañana
cuando le regresé tus pasos
de viajero
y en la capilla vieja de Llanddona
un coro silencioso
cantaba tu destino
de riflero.



(*) “Manantial frío”




Carlos Dante Ferrari