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martes, 18 de diciembre de 2018

LIBROS DE AUTORES PATAGÓNICOS




COMENTARIO SOBRE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“RUTA 3: HACIA LA PATAGONIA” POR CARLOS DANTE FERRARI (*)





La magnitud de las distancias entre las localidades desperdigadas en el vasto espacio patagónico, transforman a las rutas de la zona en imprescindibles vías de comunicación. Son como arterias vitales por donde se mueve el comercio, el turismo y la industria; pero también encauzan los sentimientos, las pasiones, las tristezas y las alegrías de los habitantes -y de los visitantes-, de la región. Hay algunos viajeros de los caminos sureños cuya profesión los hace habitués de esos rumbos. Entre ellos se destaca la característica estampa del camionero; una típica figura sobre la que Carlos Dante Ferrari construyó su última novela, “Ruta 3: hacia la Patagonia”.

La vida de Ricardo Murray transcurre a caballo de la emblemática ruta. Se mueve continuamente entre Bahía Blanca y Río Gallegos; con una parada usual en Trelew, donde tiene su casa. Diversas vicisitudes, de cuyos detalles nada se hablará en estas líneas, van matizando sus andares. Será tarea del lector descubrir, hoja tras hoja, esa sucesión de aconteceres que no dan respiro e impiden abandonar la lectura del libro hasta llegar al final. La novela tiene una trama muy interesante, personajes y situaciones creíbles; y una acción trepidante cuyo rápido ritmo también se logra, entre otros aspectos, con los capítulos cortos.

Con la amenidad habitual que ya ha demostrado en sus anteriores creaciones, Ferrari entreteje las aventuras y desventuras de su protagonista; inventando personajes vívidos y creíbles que se expresan en el lenguaje propio de los ambientes donde se desarrolla la acción. El argumento, repleto de las situaciones que suelen ocurrir al transitar una ruta, atrapa la atención de quien lee. Es una excelente obra; amena y sumamente ágil y llevadera. Pero no se trata de una crónica apacible: es dura, no admite concesiones. Los hechos relatados no pretenden hacer afable el recorrido de sus páginas, sino impactar con su crudeza al lector; obligarlo a persistir en la lectura para dilucidar la historia.

Más allá de la anécdota que narra, la obra de Ferrari tiene otra dimensión. Describiendo la Ruta Nacional 3 con imágenes que el viajero frecuente de estos sitios va a reconocer con facilidad, celebra el paisaje de la Patagonia. Existe cierta aprensión de las letras vernáculas a recuperar el panorama natural y cultural de la región; pero su marcada identidad hace imposible dejarlo de lado. La ruta en cuestión es como una síntesis de esos escenarios; porque en su derrotero desde Buenos Aires hasta Ushuaia, luego de atravesar el río Colorado se acerca en algunos tramos a la costa, en otros trepa a la meseta e incluso, hacia su término, atraviesa las estribaciones cordilleranas. El autor busca dejar en claro en el prólogo de su obra la trascendencia de la geografía sobre los eventos narrados. Uno de los párrafos de la introducción sintetiza de esta manera esa idea:

“Así es la Ruta Nacional 3, con un recorrido total de poco más de tres mil kilómetros. Tal vez su destino meridional sea el que le otorga unos atributos tan propios, a veces contradictorios: según se la mire puede ser romántica y encantadora, o interminable o peligrosa. Algunos la aman y otros la aborrecen.”

Pero hay una tercera interpretación del relato, que tal vez refleje la intención profunda del autor. Esa visión intimista y psicológica, permite a la narración cumplir el axioma de la buena Literatura que indica que una obra, aun cuando "pinte la aldea", debe expresar contenidos de valor universal. En tal sentido, el mensaje intrínseco en el texto dice que las decisiones de una persona, por mínimas que sean, tarde o temprano inciden en su vida. Como viejos fantasmas del pasado, las consecuencias de sus actos pueden aparecer en forma súbita, para bien o para mal, en el momento menos esperado.

El concepto, presente en el adagio popular “el que siembra tormentas cosecha tempestades”, ha interesado incluso al campo de la ciencia. Ciertos estudiosos dicen que cuando alguien adopta una decisión se genera un nuevo universo; en el cual los sucesos se desarrollan a partir de esa resolución. Si hubiera tomado otra determinación; el universo sería diferente. Por eso, algunos científicos hablan de “multiverso” en vez de "universo"; y también mencionan los “universos alternos”.

Las decisiones son como las proverbiales bolas de nieve. Si la decisión es baladí, tal vez recorra unos pocos metros, sin engrosar su volumen; y termine deteniéndose. Pero si es importante, irá creciendo y adquiriendo más y más velocidad; hasta que irrumpe en la existencia cotidiana de quien la generó; y destruye o lastima a los que encuentra en su recorrido.

Muchas veces, las decisiones son tomadas de manera consciente; y antes de ser adoptadas se analizan sus consecuencias. Otras, se originan en el apuro del momento, sin disponerse de toda la información necesaria; y entonces el pronóstico de lo que provocarán a futuro se vuelve incierto.

Sin embargo, aun cuando se adopte una decisión con un objetivo preciso, y quien la elige piensa que las cosas sucederán como las ha planeado, la interrelación entre las personas es un sistema complejo. Si la decisión involucra a otros individuos, a veces no se tiene en cuenta que estos son seres humanos con voluntad propia; y van a tomar sus propias resoluciones, cuya finalidad puede diferir de la que tenía en mente el primer decisor. El sistema se transforma entonces en caótico, en casi azaroso; y las consecuencias de lo obrado inciden sobre los actores en forma impensada.

Y eso es lo que le sucede a Ricardo Murray; y eso es lo que le va a suceder cada vez que un lector, para su solaz, abra las páginas del libro de Ferrari; y obligue al camionero a repetir su vida. Sin dudas, el transportista va a tener que reiterarla innumerables veces; porque "Ruta 3" es una de esas novelas destinadas a convertirse en un referente de la Literatura regional. Muchos lectores se sentarán en el asiento del acompañante y se unirán al errante chofer, en sus largos desplazamientos por las soledades australes, para entretenerse y reflexionar con sus vicisitudes; mientras él intenta hallar una salida de la intrincada y agobiante realidad donde sus decisiones lo han llevado.


J.E.L.V.



“Ruta 3: hacia la Patagonia” (novela) - Carlos Dante Ferrari. Ed. Amazon, Columbia (Carolina del Sur, EEUU), 2018. ISBN 9781718166547.





martes, 11 de diciembre de 2018

LA NOTA DE HOY




MUY SUCINTA HISTORIA DE LA LITERATURA PATAGÓNICA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Parafraseando el estilo de los títulos de algunas de las obras del historiador Armando Braun Menéndez, se encabeza esta sintética reseña cuyo tema amerita un trabajo más concienzudo. La nota sigue el marco teórico fijado por la autora fueguina Leonor Piñeyro en su “Ensayo de historia literaria patagónica”, de 1963; que ordena la Literatura Patagónica en cuatro períodos: el de "grupos autóctonos" (tradición oral), el de "descubrimientos" (crónicas de expediciones españolas y extranjeras), el de "organización" (relatos de las expediciones argentinas); y el de "evolución" (obras de escritores nativos y arraigados).

1. Período de grupos autóctonos (hasta 1520)

Siendo ágrafos los habitantes primigenios de la Patagonia, su tradición literaria oral se conoce por la transcripción que hicieron de la misma los investigadores del tema. Es difícil la datación precisa de las obras, dado la dificultad que entraña la cronología protohistórica.

Hay varios antecedentes de cronistas, sobre todo españoles, que durante los primeros viajes a la zona registraron las tradiciones autóctonas; como la referencia a Setebos que hace Pigafetta. Pero es en las postrimerías del siglo XIX cuando se inicia la tarea científica de reunión de datos. Uno de esos estudiosos es el alemán Roberto Lehmann-Nitsche, quién obtuvo el testimonio directo de sus informantes originarios. Más adelante, surgen investigadores locales como Bertha Koessler-Ilg (“Cuentan los araucanos”, 1954), Gregorio Álvarez ("El tronco de oro", 1968) y Rodolfo Casamiquela ("Canciones totémicas araucanas y gününâ kënná", 1958). Otro pionero del asunto es Federico Escalada, con “El Complejo Tehuelche” de 1949.

En la actualidad, al igual de lo que sucedió cuando los hermanos Grimm tomaron los antiguos mitos europeos y los hicieron relatos infantiles, algunas leyendas tradicionales de la Patagonia se transformaron en cuentos para chicos; de la mano de varios autores.

2. Período de descubrimientos (1520- 1810)

Este período se caracteriza por la obra de escritores extranjeros, que veían a la Patagonia como una tierra agreste; con la que no se identificaban pero que les atraía por su misterio. Comienza con el asiento de Antonio de Pigafetta sobre el primer avistamiento de la costa patagónica el 1 de abril de 1520. Pero no puede precisarse cuándo termina; porque tuvo manifestaciones muy recientes y es probable que las siga teniendo. Sin dudas, los escritores nacionales que hablan de la Patagonia a partir de 1810 ya no pertenecen a este período; pero sí lo hacen los autores foráneos que siguieron viendo a la Patagonia con ojos extraños.

A las crónicas de los navegantes españoles se deben sumar las de visitantes de otras naciones. Luego de la Revolución de Mayo, continuaron llegando forasteros que dejaron su particular visión del lugar; como Charles Darwin en 1833, Jorge Claraz de 1865 a 1866, George Musters hacia 1870 o Florence Dixie en 1879. Algunos escritores tardíos de este período son Paul Theroux y Bruce Chatwin; a fines del siglo XX.

Deben incluirse en esta etapa ciertos autores de ficción, como Julio Verne, quien dedica a la región dos novelas, “Los náufragos del Jonathan” (1909) y “El faro del fin del mundo” (1905); y Emilio Salgari, que ambienta en los canales fueguinos su obra “La estrella de la Araucanía” (1906). Más tarde pueden citarse “Up, into the singing mountain” (1960) y “Down where the moon is small” (1966) de Richard Llewellyn; obras ambientadas en la zona, que prolongan la saga iniciada con “Cuán verde era mi valle”.

3. Período de organización (1810 – 1910)

También en este período los escritores son ajenos a la región. Sin embargo, al ser argentinos la analizan ahora desde una óptica de pertenencia. Quizá los archivos de Carmen de Patagones guarden las primeras crónicas de la Patagonia hechas desde este punto de vista. Tal visión se afirmó con el arribo de los primeros exploradores norteños. Pero la masa de los cronistas argentinos llegaron a la región luego de 1852, durante la organización nacional.

Surgen así testimonios de numerosos viajeros, muchos de los cuales ven a la Patagonia como una tierra de promisión. Un ejemplo es la obra de Roberto Payró, “La Australia Argentina” (1898); así como los diarios de expedicionarios que recorrieron la zona al terminar la 19na centuria: Ramón Lista, Luis J. Fontana, Francisco Moreno y otros. “Mar Austral”, de Fray Mocho, agrega la ficción. Admite también algunas creaciones tardías. Verbigracia, los artículos de Roberto Arlt en su viaje de 1934, reunidos con el nombre de “Aguafuertes Patagónicas”; e incluso textos de autores más modernos, cuya mirada sobre la zona a veces resulta llamativa.

4. Período de evolución (1910 hasta nuestros días)

¿Quién fue el primer escritor patagónico nativo de la región? El dato podría precisar el inicio de este último período; que por convención se fija en 1910. Leonor Piñeyro menciona dos: el poeta maragato Zacarías Herrero, nacido en 1845, y el narrador fueguino Lucas Bridges (1874-1949), autor de “El último confín de la tierra”, editado en 1948. Pero así como en Carmen de Patagones podrían hallarse los trabajos de los más antiguos cronistas nacionales; tal vez en esos archivos exista un escrito del período iniciado en 1810, que sea obra de un autor nacido en la Patagonia anterior a los citados.

Otra de las fuentes de la Literatura regional en este período, es la originada en la Colonia Galesa asentada en el Chubut en 1865. Aquí podrían hallarse las manifestaciones iniciales de los escritores patagónicos “por opción”. Por ejemplo, los libros de Abraham Mathews y Lewis Jones sobre la Colonia, datan de 1894 y 1898; y “Hacia los Andes”, de Eluned Morgan, se publicó en 1904. Además, desde su llegada los colonos intentaron instalar la tradición del Eisteddfod; aunque recién en 1880 se entregó el primer sillón bárdico. Sin dudas, los poemas ganadores de este premio, que por lo general tenían temas regionales, se incorporan a la Literatura austral.

Lo cierto es que de a poco comienzan a surgir las plumas patagónicas, adquiriendo mayor presencia desde mediados del siglo XX a principios del XXI. Entre sus muchos cultores se encuentran, en el ensayo, los ya citados Gregorio Álvarez y Rodolfo Casamiquela; a quienes pueden agregarse Juan Hilarión Lenzi, Hipólito Ygobone y Arnoldo Canclini. En poesía, Irma Luna, Irma Hughes, Raúl Entraigas, Gonzalo Delfino, Ana Pescha de Aracena y Aurelio Salesky Ulibarri. La narrativa larga se hace presente con Rodolfo Peña; existiendo antecedentes como las novelas “Los Tchenques” de Orestes Trespailhié, de 1933; y “El valle de la esperanza”, de Carlos Bertomeu, en 1943. En tanto, el cuento corto muestra nombres como Virgilio Zampini, Virgilio González, Oscar Vives, David Aracena, Asencio Abeijón, Donald Borsella y varios más.

Para cerrar este resumen, se mencionan tres premisas que guiaron el texto. La primera es que no se tomaron los periodos con un criterio cronológico estricto – podría ser una opción más didáctica -, sino que, para incluirlos en cada ciclo, se buscó el espíritu que animó a los literatos.

Otro axioma fue tomar el concepto de "literatura regional ampliada" de Piñeyro; para quien una obra con temática patagónica puede incorporarse al corpus regional aun cuando sea de un autor afuereño. También añade las obras de autores patagónicos pese a que no traten sobre el lugar; pues - según Piñeyro - ven lo universal con los ojos del sureño. Agrega, además, las creaciones de escritores nacidos en otras latitudes que pasaron su vida, y la dejaron, al sur del río Colorado; y las de quienes, sin nacer ni morir en la comarca, tuvieron en ella vivencias tan trascendentes, que, en la lejanía, la evocan en sus textos.

Por último, se adoptó como postulado sólo mencionar en el artículo los autores que ya legaron sus escritos a la posteridad. Estas páginas citan apenas la obra de los creadores fallecidos, por varios motivos. Uno de ellos es porque los literatos difuntos han resistido la prueba del tiempo. Si hoy los evocamos, es debido a que su obra sobrevivió a su muerte; sencilla ambición de todo escritor.


miércoles, 5 de diciembre de 2018

EL RELATO DE HOY




SIN FINAL (*)

Por Laura Gallego




Una tarde hablando de la vida con mamá, luego de tomar su medicación, me contó cómo empezó aquella historia de amor entre ella y papá. Me encontraba al pie de su cama con un libro en la mano lista para leerle. Esta vez la que iba a oír atentamente era yo. 

Estando uno del lado opuesto al otro, una voz en nuestro interior nos decía que llegaba algo mejor.

Durante mucho tiempo, cada uno por su lado, sufrimos la desilusión de dar todo sin recibir nada a cambio. Nos enamoramos del ser incorrecto una y otra vez. Muchas veces con ganas de no querer sentir. Sólo con ganas de vivir el momento, sin expectativa alguna, hiriendo gente a nuestro paso, tal como nos habían hecho a nosotros.

Una noche durante un evento, al cual concurrimos ambos, tu padre y yo, siguiendo nuestras rutinas de sólo pasarla bien, cruzamos nuestras miradas e inmediatamente nuestros corazones comenzaron a latir de forma inusual. Una mezcla de sensaciones nos invadió. Lo sé porque al hablar, tiempo después, sobre ese día, él me contó que sintió lo mismo que yo. 

Un lento nos invitó a bailar. Nada ni nadie parecía importar, todo se tornó negro y eran sus ojos los faroles que me guiaban hacia él.  Ninguno entendía qué sucedía, pero, sin dudar nos dejamos llevar.

 El miedo estuvo presente y eso a veces era un obstáculo.

Pero con el pasar del tiempo y de conocernos cada vez más, descubrimos que éramos lo que siempre habíamos buscado, lo que sin dudas cada uno nos merecíamos. Fue ahí cuando decidimos ser nosotros mismos, sin importar cuanto dábamos uno al otro. Juramos amor eterno, ese que va más allá de la vida e incluso de la muerte, un amor sin final.

La mirada de mamá se iluminaba mientras contaba la historia y la pude imaginar en mi mente con todos los detalles que se te puedan cruzar por la cabeza.

--- o ---

Con el pasar de los años, viendo como la enfermedad de mamá avanzaba, al recordar la manera en que papá había dejado este mundo, a raíz de un cáncer fulminante, pude notar que su corazón se iba enfermando de tristeza. Ya no se quería levantar de la cama, no quería comer, no se quería ni bañar.

Una tarde mamá me dijo:

-Hija, te voy a hacer un pedido que aunque sea extraño, quisiera que lo cumplas-. Bebió un vaso de agua y continuó: -pues una promesa hicimos al casarnos y ésta fue estar juntos por siempre. Quiero que me lleves a la casa del campo, donde fuimos tan felices, y junto a mÍ coloques la ropa que llevaba puesta el día que nos conocimos y me tomes una foto, consérvala. 

-Claro que sí mamá, claro que sí.

- Y algo más, nunca olvides cuanto te amamos, hija.

--- o ---

A la mañana siguiente mamá partió. Su último pedido fue respetado.






(*) Relato enviado por el escritor santacruceño Luis Ferrarassi, un frecuente colaborador de LIterasur. Desde el taller de Iniciación a la Narrativa que brinda en el Instituto del Sindicato de Empleados de Comercio de Río Gallegos el escritor Luis Ferrarassi, se propuso como consigna mirar esta imagen durante breves segundos a los cursantes. Como una piedra cayendo en un estanque, esta imagen mueve ondas en el cerebro y hace sentir cosas diversas a quien la observa. Este relato, de Laura Gallego, es el resultado.




martes, 27 de noviembre de 2018

EL MICRORRELATO DE HOY





POLVO MOJADO (PLAYA MAGAGNA)

Por Cristian Aliaga (*)





Una tras otra, las playas abandonadas por aquello que la civilización llama turismo contienen lo elemental para vivir o morir de hambre. Variadas maneras de enfrentar lo inevitable, la soledad, bajo las mareas que sacuden la seguridad, el confort que no existe sobre la arena pelada, polvo mojado que traerá desazón para los débiles, orgullo para quienes sean capaces de oler el poniente sin más fe que su propia cáscara. Lejos del Trópico, las manos del agua imponen respeto y furor por la luna nueva, los roqueríos donde anida el pájaro que alcanzará a vernos morir, la inevitable sonoridad del grillo que anuncia gracia y sobrevivirá a la tempestad. No vendrán ladrones hasta aquí, serían devorados por la desesperación, pero estamos nosotros, ladrones de fuego escaldados por el incendio de las ciudades. Seremos robados por nuestra propia pasión.

(En la casa del poeta Debrik Ankudovich)



(*) Escritor chubutense. Este texto es de su libro “Música desconocida para viajes” (Ediciones “Desde la Gente”Cruz del Sur, Buenos Aires, 2009).


lunes, 19 de noviembre de 2018

LIBROS DE AUTORES PATAGÓNICOS




“YAOYIN”, de Silvia Noemí Iglesias (*)



Huelga decir que no abundan las novelas patagónicas de “raza pura”; es decir, escritas por autores patagónicos genuinos y cuya trama, además, esté ambientada en nuestro territorio austral. He allí uno de los primeros motivos de beneplácito cuando llega a nuestras manos una obra de esas características. 

 “Yaoyin”, aquilata ambos dones y con creces. 

La autora, Silvia Noemí Iglesias, quien se autodefine como “habitante de la Patagonia, nacida en Puerto Madryn”, es periodista, escritora y Profesora de Letras. Ha publicado con anterioridad “Cuerpos Perfectos” (2005, Primer Premio Poesía XXIV Encuentro Nacional de Escritores Patagónicos) y “Cuerpos Extraños (Poesía, 2012). En la actualidad también conduce un programa de difusión cultural por LU17, Radio Golfo Nuevo de Puerto Madryn.

En cuanto a la trama, la autora conduce la atención del lector desde la primera hasta la última página con el entrecruzamiento de dos historias paralelas. Se trata de dos familias radicadas en la zona costera del Chubut. Los protagonistas y relatores, a su vez, son dos niños: Nina —Saturnina Peña— vive con sus abuelos en Cabo Raso. Juan —la otra voz en primera persona— ha llegado al Chubut en compañía de sus padres y de Mario, su hermano mayor, para establecerse provisoriamente en la estancia “La Maciega”, de propiedad de unos parientes lejanos, los Maupás. A esta altura resulta oportuno aclarar que Juan es nada menos que Juan Domingo Perón, el hombre que años más tarde se convertirá en uno de los líderes políticos más famosos y controversiales de la Argentina.

Bien sabemos que la impronta de los inmigrantes y las cicatrices del desarraigo forman parte casi inescindible del poblamiento rural patagónico. Como buena descendiente de ellos, Silvia logra interpretar ese sentimiento siempre subyacente en alusión a la abuela viajera, y nos llega a través de las cavilaciones solitarias de Nina. Es una estampa de tantas otras desventuras similares, escrita con una prosa cargada de lirismo: 

Qué te llevó a tomar ese barco. Qué secreto te empujó por las escalinatas y te dejó quieta, a bordo, muy cerca de las barandillas, mirando no la tierra sino el mar que se abría adelante. Qué viento llevó la brisa hasta el valle de tu pueblo. Qué escondida ansiedad te desabrochó las manos para señalar un lugar nuevo.

Qué lleva a una mujer a abandonar su lugar y rodar por aguas amargas y tierras carnívoras. Qué la lleva a despoblar lo poblado y largarse al páramo. (…) Qué oscura claridad te hervía adentro hasta salirse en humo por la boca y llevarte a decir:

—Me voy a América.

Ya en tierra sureña, la autora, con aquilatado conocimiento de la flora y la fauna local —kakché, tomillo, quilimbay, sampas, cortaderas; choiques, pumas, guanacos, son vocablos que a lo largo del texto ambientarán la agreste cotidianidad de la meseta—describe de manera vívida las costumbres y escenarios propios de la vida campesina en el litoral marino chubutense. 

También el yaoyin es un co-protagonista de fuerte peso en esta obra. ¿Cómo puede gravitar con tanta fuerza una mata autóctona en el desarrollo argumental? Es que Nina tiene franca adoración por este arbusto, al que le atribuye propiedades portentosas. Sus pequeñas bayas comestibles siempre viajan con ella, sea envueltas en hojas de gordolobo o bien en una latita, y a fin de que nunca le falten, en su mudanza a Cabo Raso la niña ha llevado consigo una pequeña planta con las raíces envueltas en un trapo mojado, para hacerla arraigar en su nuevo destino. 

Nina es pura ternura: inocente, tímida, con una vida interior intensa, a veces perturbada por experiencias casi místicas, epifanías que le son reveladas desde el trasmundo donde perviven los seres queridos, que a menudo se comunican con ella en forma secreta.

Y naturalmente, en ese contexto tan especial, llega el momento indicado en que nacerá el amor… 

Pero los libros —siempre lo decimos— deben ser leídos y no contados. Es en este tramo de la historia, pues, donde dejaremos los puntos suspensivos, para que el futuro lector tenga el placer de completarlos por su propia cuenta, a cada vuelta de página. 

Vale la pena concluir esta breve reseña con el texto de contratapa. La pluma de Jorge Curinao ha encontrado palabras muy atinadas para aludir a la esencia de esta novela. 

Dice así: 

“El único viaje posible es el camino: el respiro nuestro de cada día. Ponerse a caminar es el desafío. Dar treinta y tres pasos y más. Darle sentido a los sueños, al canto. A veces hay un mapa para el recorrido, para el nacimiento. Está allí, huérfano de padre, tirando piedras en el desierto. En estos lejanos paisajes donde la muerte viene y desordena todo. El mapa es la memoria.”

“Pero es también el tiempo del Yaoyin, de sus frutos rojos puestos al sol. Yaoyin.”

“Un nombre para quienes han sabido llegar a la orilla y aún buscan seguir en el camino. Caminar es el oficio”.


C.D.F.



(*) Novela. ISBN 978-987-1638-35-2. Imagen de tapa: “La ola”, de Matías Villalobos. 122 páginas. (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2013).