google5b980c9aeebc919d.html

domingo, 24 de diciembre de 2017

LA NOTA DE HOY




NAVIDAD PATAGÓNICA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives





“Cuando Mr Frogdner dijo: Bueno, así que mañana es Navidad! –el campamento pareció callarse…” Así comienza Andreas Madsen su relato “Mi primera Navidad en la Patagonia”, incluido en el volumen “Relatos nuevos de la Patagonia Vieja”. El campamento mencionado era el vivac de la comisión demarcadora del límite entre Argentina y Chile a cargo de Ludovico Von Platen; próximo al Lago Argentino, a fines del año 1901. Allí acampaban seis daneses, un alemán, un francés y un noruego. En las cercanías lo hacían cuatro galeses, a cargo de los carros que habían traído a los expedicionarios desde el Valle del Chubut.

Se despertó así entre estos hombre la idea de celebrar esa rara Navidad “sin nieve, trineos y tintineos de campanillas”, como dice uno de ellos. Cortaron un calafate a guisa de arbolito de Navidad; y lo adornaron con tiras de papel metalizado de los paquetes de tabaco, banderas de sus países pintadas a lápiz sobre cartón y trozos de velas. Esa noche, Von Platen invitó a los galeses a unirse al festejo. Sigue la crónica:

“Después de cenar nos sentamos a conversar y a esperar que obscureciera lo suficiente para sacar el árbol y encender las velas. Finalmente llegó el gran momento. Lo transportamos con cuidado… y encendimos las velas. Los galeses abrieron grandes los ojos, parecían totalmente confundidos, estoy seguro de que ascendimos mucho en su respeto. Los galeses son gente sólida y seria, que saben respetar y atesorar las tradiciones y el respeto a Dios. Hubo un gran silencio en el campamento (…) Entonces Frodgner comenzó a cantar despacito “Julen har bragt versignet bud” (“La Navidad ha traído un mensaje bendito”), y de pronto sonó con fuerza el conocido salmo navideño en la tranquila noche patagónica…”

“… Los galeses canturreaban la música, ya que no conocían las palabras… Von Platen les preguntó sino querían entonar uno de sus himnos navideños, y ello cantaron en galés. No comprendíamos nada, pero nos quedamos sentados como encantados, oyendo su hermoso canto, algo melancólico… Por último cantamos “Glade jul, dejlige jul” (“Noche de paz”, en danés)… Von Platen se levantó y dijo, muy despacio, - “Buenas noches y Feliz Navidad” y cada uno de nosotros se dirigió en silencio a su carpa…”

Madsen no es el único autor que trae el recuerdo de la Navidad a la Literatura Patagónica. Ese gran escritor y estudioso que fue Gregorio Álvarez, en su excelente obra “El tronco de oro”, habla de las tradiciones navideñas en la cordillera neuquina en los primeros años del siglo XX:

“… llama la atención el que no se acostumbre a festejar la Nochebuena entre la gente de campo, ni la víspera de Año Nuevo. En cambio lo hace con mucho entusiasmo los días marcados en el almanaque como de Navidad, Año Nuevo y Reyes. Los festejos revisten distinta modalidad según se trate de los pueblos, o del medio rural. En los primeros, la fiesta empieza con la misa del Gallo, celebrada a las 24 horas del día 24 de diciembre, para proseguirla al día siguiente con la Misa de Navidad. Después… la gente regresa a sus hogares donde les espera una buena taza de chocolate acompañada generalmente con tabletas (alfajores) y lulos (bizcochos caseros). En el campo, donde no existen templos, la gente se desplaza a caballo hasta las casas de parientes y amigos para saludarles … En las iglesias y capillas de pueblos de cordillera se prepara el pesebre de rigor o “nacimiento” con las efigies del Niño Jesús, Virgen María, San José, ángeles, pastores, reyes magos, un asno y un buey…"

Álvarez describe que el día de Navidad se acostumbra entonar “el canto llamado Las Alabanzas, con versículos apropiados para la Navidad, llamados Villancicos en otras partes…”. Y da algunos ejemplos:

En el monte de Belén / hacen fuego los pastores
para calentar al Niño / que ha nacido entre la flores.

Del tronco nace la rama / Y de la rama la flor
De la flor nació María / Y de María el Señor.

Un escritor que se ha inspirado en el ambiente navideño, fue el rionegrino Pascual Marrazzo; quien escribió una serie de relatos breves alusivos a “las Navidades”; como “El hombre de la bolsa”:

“Era Noche Buena y el hombre tenía aspecto de sombra, sólo los ojos le brillaban y le daban un tinte humano. Los niños corrían cuando él deseaba acercarse, arrastrando una bolsa. ¡El hombre de la bolsa! Gritaban… convencidos de que era una negra bestia que quería capturarlos. El hombre de la bolsa (por llamarlo de alguna forma) viendo que con su figura ancha y torpe para caminar no conseguiría… superar a los chicos, se confundió en la noche rumbo al río. Cuando llegó a la orilla… se metió en el agua y lavó sus ropas y su cuerpo. Al cabo de dos horas renovaba su andar totalmente seco y limpio, su barba lucía como la nieve y su atuendo como la capa de un torero. Los niños ya no estaban en las calles, así que eligió golpear las puertas, pues, de las chimeneas, ni le hablen.”

Para finalizar este sobrevuelo sobre la Navidad en la Patagonia, dos voces del Chubut; las dos gaimenses. Rubén Ferrari recuerda el sentido profundo de la fecha en su poema “Al hombre de todas las edades”:

No me cierres esta noche / las dos hojas labradas de tu acceso
y permite por hoy que mis andrajos / se acerquen hasta el lecho
de sedas imperiales de tus hijos. / Déjame que, sobre el sueño de ellos,
cuando las dos agujas del tiempo / se claven en las doce horas inmortales
de este veinticinco navideño, / me sienta un poco Cristo
y pueda mirarte / como Él lo hizo con Lázaro...

Yo luego me iré sin molestarte /con mis sueños de paz
y esta ternura / que no puede contener / mi pobre pecho.

En tanto en “Tiempo de verano de mi niñez”, Gwen Adeline Griffiths de Vives trae el recuerdo de una Navidad en el Gaiman de hace unos años; algunas de cuyas tradiciones se siguen manteniendo:

“Era Navidad la fiesta más ansiosamente esperada y me colocaba todos los años en la misma inquietante zozobra, ¿qué me traerá Santa Claus?... (…) Luego, en la mañana de Navidad aprendía mi ingenua inocencia la distancia que hay entre los sueños y la realidad, mas la alegría de posesión de un juguete nuevo aventaba cualquier atisbo de desilusión que hubiera podido despuntar. (…)

Presurosamente, transitaba la mañana, llena de sol de verano, en ocasiones oscurecido por grandes nubes grávidas de lluvia, que casi nunca descargaban pero alarmaban nuestro pensamiento que el más leve contratiempo maculara ese día tan esperado. La hora del almuerzo congregaba a la familia. Inolvidables comidas de Navidad donde reinaba omnipotente el pavo relleno al horno, cuya aparición, traído diligentemente por mi madre sobre una gran bandeja, provocaba el bullicio infantil. (…) 

Luego a la tarde, a la capilla a tomar el té, en largas mesas cubiertas de tortas de toda clase y tamaño… (…) Terminado el concierto regresábamos reunidos en pequeños grupos marchando con lentitud en la serena paz del anochecer, que se desplegaba sobre un horizonte de azules desleídos sobre fondos escarlatas.”

Estas palabras reflejan el espíritu de la Navidad: paz en los corazones, tranquilidad en las almas. En la Patagonia, como en todo el mundo, la serenidad se adueña de los espíritus; y la Literatura no es ajena a este sentimiento. ¿O habría que poner en pasado simple todos los verbos de este último párrafo?



lunes, 11 de diciembre de 2017

LIBROS DE AUTORES PATAGÓNICOS




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO

“ESCAPAR”, POR ANGELINA COVALSCHI (*)




En "Escapar", su última novela, Angelina Covalschi habla de la violencia. De la violencia a secas, sin aditamentos; de esa violencia que puede ser física o moral, o abarcar ambas dimensiones, propia de los individuos que actúan con saña y encono hacia otras personas, a quienes buscan deshumanizar para hacerlas objeto de sus caprichos y antojos.

"Escapar" habla de la violencia. Y de la obsesión. Y de la perturbación de los sentimientos y los pensamientos. También trata del deseo de dominación sobre el otro. Y del delirio religioso. Y de las pasiones físicas que obnubilan los sentidos y se transforman en relaciones perversas, enfermas. Y de la libido, que se presenta como un impulso latebroso, y no tanto, de la mayor parte de los episodios que se narran; y que constituye una incógnita sobre cuyo significado la autora indaga a lo largo de las páginas.

En síntesis, no es una de las creaciones más fáciles ni apacibles de Covalschi. Es un texto duro, áspero; no sólo por su lenguaje, que corta como un filo, sino por la profundidad de las ideas. Incursiona en el lado más obscuro del ser humano; en el lado que - a veces - permanece oculto, acechante detrás de una máscara de habitualidad que desaparece en forma súbita y deja lugar al tenebroso rostro de la maldad. Sin dudas, es un trabajo que muestra plenitud literaria; cuya calidad fue reconocida más allá de las fronteras nacionales, por la editorial española que lo publicó.

Luego de transitar la novelística a través de numerosos títulos incursionando en lo histórico y en lo intimista, como “Monsieur el rey” o “Celular”, “La novela de Borges” o “Las dunas”, la escritora ensaya esta obra donde se arriesga más que en ninguna otra; y que apuesta a encontrar los lectores que la interpreten. Rozando a veces la reflexión filosófica que se pregunta por el sentido de la vida,por la libertad, por la muerte, Colvaschi avanza por caminos que van más allá de la simple ficción. “La libertad es el aire”, dice Camila, el personaje principal que cuenta su vida en primera persona.  “No desaparece más. Es el aire que llevamos dentro. Nadie está completamente preso”.

Cabe aclarar, antes de continuar este comentario, que el argumento se basa en un hecho real. Pero Covalschi evita la mera crónica, y convierte el trance en un logro artístico. Desde este punto de vista, la narración no desarrolla un esquema secuencial; sino que progresa en base a raccontos sucesivos. Es como uno de esos juegos de tablero y dados, donde el participante avanza unas casillas y de repente retrocede a otras donde no estuvo antes, para conocer detalles inéditos de la historia. Y luego vuelve a moverse hacia adelante. Pese a estos vaivenes que matizan el relato, el lector se introduce junto con la protagonista en la escabrosa trama, en forma imperceptible; tal como se suceden los lances conducentes a la situación de locura que señala el clímax de la novela. Sin embargo, el quiebre argumental, el anticlímax, se mantiene tácito, se infiere, se intuye; pero sólo queda explícito en el último capítulo.

Uno de los recursos más interesantes que presenta Covalschi, es el contraste entre la acción de la naturaleza y la actividad humana. La naturaleza puede ser violenta, con sus huracanes, terremotos y volcanes, pero su ira no es motivada por la sevicia. En la imagen del cono de aluvión con que la montaña va formando otra montaña a su pie, se muestra su inexorable accionar, lento pero implacable. Su firmeza contrasta con la veleidad de las personas, sometidas al vendaval de las pasiones y, a veces, de los desvaríos. Día tras día, en sus caminatas por la playa, Camila ve crecer la cima y su progreso la hace reflexionar: “Todos los días me acerco a la montaña. Me comparo con la que está naciendo a los pies de la otra. Me necesita, precisa de mi amparo y del cariño del universo. Soy también una parte del universo. Tuve una historia de dolor y nacimiento, como ella”.

En esos momentos de calma espiritual y física, posteriores a su prisión y su tormento, surge otro acontecimiento que induce a la protagonista a volver a confiar en las personas: su relación con Edi, la anciana con la cual se identifica; y cuyas experiencias cubren una parte extensa del texto.

Al finalizar la nota con la cual introduce el libro, Covalschi, haciendo referencia a que sus palabras se basan en el testimonio verídico de la persona que vivió los eventos descriptos, dice: “La narración se ajusta al relato de la protagonista y aun con el riesgo de ser criticada decidí ser leal a mis lectores. Ustedes son ahora los dueños de emitir su respectivos juicios”. Sin dudas, a lo largo de toda la obra la escritora es leal con el lector; no oculta ni disimula nada. Sus ideas, sus pareceres, su visión del suceso narrado están ahí, sin tapujos ni embelecos. Este volumen espera ser abierto para que quien lo haga forme su opinión, lo rechace o lo acepte, lo ame o lo odie. No admite cortapisas. Pero, para emitir opinión, debe ser leído. El desafío que plantea la autora lo amerita.

J. E. L.V.




(*) “Escapar”. Covalschi, Angelina (Editorial Círculo Rojo, España, 2017).


miércoles, 6 de diciembre de 2017

EL POEMA DE HOY





Enero

Por Olga Starzak



Enero amanece entre lágrimas
fecunda en esperas
prospera en ilusiones plenas.
Desafía mis fuerzas, las tuyas...
                    las nuestras.
Exhibe sus garras
acaricia, tibio, mis mejillas
y empuña las armas del amor
                    fraterno. Eterno.
Enero se oculta
dejándome vencida frente a
tu fortaleza.
Erguida al culto que profeso.
Se asoman otros días
iguales de estuosos
aún más pacientes
menos agónicos.
Forjados de luz.
Estío entre el rumor del arroyo
el verde inmenso de la sierra
y el claro de luna.
Intacto tu temple.
Y hoy, bajo la brisa otoñal
los nogales danzan
y se anuncian grillos
                bajo el herbal.
Estás de pie. Y avanzas... 



sábado, 2 de diciembre de 2017

EL RELATO DE HOY





MENDIGO DE LA NOCHE
Lago Buenos Aires


Por Cristian Aliaga (*)




Los senderos de piedra, de toscas, las huellas apenas marcadas en la meseta, las cortadas en el bosque azul, las calles apretadas por la floresta y la lluvia torrencial; ahí se mueve como un campesino extraviado; irreflexivo ante las dudas de la noche que cae. Furioso de ardor, temeroso de quedar ciego cuando las luces se enciendan. Adecuando la vista a la oscuridad obtiene ventajas sin esperar una eternidad, sin necesitar luz alguna. Luego viene la tarea de entender, pero eso es menos accesible que vivir. Busca volverse profeta a fuerza de oscuridad: de allí sabe extraer pequeñas luces que antes no divisaba. No es cierto que existieran antes que él las descubriese, uno sólo puede crear cosas con la mirada. Estamos con un ojo puesto sobre el mar y otro sobre el naufragio.



(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. El texto es de su libro “Música desconocida para viajeros” (Desde la Gente, Buenos Aires, 2009).






jueves, 23 de noviembre de 2017

EL POEMA DE HOY




DESPEDIDA



Por Héctor José Fadul (*)



La tarde presentaba en sus confines
un cielo de ventiscas y de rezos
un cielo que pintaran nuestros besos
y un viento con caricias en las crines.

Cumpliendo con la hora prometida,
fantasma sigiloso, todo y nada,
caminé por la senda hasta la aguada
en busca de una triste despedida.

La alfombra de hojarasca en ese día
lució su vestidura más hermosa,
y en torno al mirador de la alquería

volaban las palomas dibujando
un adiós en su vuelo. Y fueron rosas
los besos que me diste sollozando.






(*) Escritor de Río Gallegos, nacido en 1930. Abogado y periodista. Autor de los poemarios ”Cincuenta Sonetos Bajo la Cruz del Sur”, “Resurgimiento” e “Intimas”; del libro de relatos “…y dejaron huella”; y de las obras inéditas “Preludios” y ”Mate amargo”. El poema es de la Antología de Escritores “Primer Centenario de Río Gallegos” (Sociedad Argentina de Escritores. Filial Santa Cruz, Río Gallegos, 1985). Fue tomado a su vez de su libro “Cincuenta sonetos Bajo la Cruz del Sur”, de 1949.


sábado, 18 de noviembre de 2017

EL CUENTO DE HOY



PERCEPCIONES
por  SUSANA ARCILLA  (*)


I

 Cada día lo veo. Miro especialmente porque sé que se encuentra ahí, como esperándome. Está sentado en una silla de ruedas, con una radio chiquita apoyada en la pared  descascarada de su casa, esa que separa el jardín de la vereda.  Es un hombre mayor, con algo de barba crecida y una gorra visera aplastada en su cabeza cana. Observa –inmutable- a los coches que pasan. Hoy tenía puesta una camisa a cuadros, negros y blancos. Y me decidí a escribir sobre él.

¿Cómo no pensar por qué se encuentra en esa situación? ¿Un accidente tal vez? ¿Alguna enfermedad? No sé nada de él ni de su familia, tampoco conozco a nadie del barrio. Pero cuando recorro su cuadra nos miramos hasta que doy vuelta mi cabeza para dar una ojeada por si viene un auto desde la esquina. Nos observamos fijamente pero no nos saludamos, sólo porque no nos conocemos desde antes. Nos ubicamos por vernos cada día que cruzo por su calle; entonces –creo- deberíamos contactarnos: levantar la mano suavemente y vincularnos a través de una sonrisa o con un movimiento casi imperceptible del rostro. Podría ser –también- con una ceja levantada, algo leve que nos aúne y  que, a la vez, pueda pasar como una señal o imagen que no fue.

¿Quién de los dos debería tomar la iniciativa? Si me animara… ¿qué pensaría de mí? Podría ser que su atención esté fija en el dial de la radio que escucha y que todos los que pasamos frente a él seamos una especie de cortinado de fondo. Esta posibilidad me deja un poco más tranquila en cuanto a mi decisión de iniciar el ritual del saludo, ese rito ancestral que  enlaza a los humanos. Quizás no me registre y al saludarlo lo ponga en una duda: ¿De dónde y desde cuándo conozco a esta mujer?, podría pensar…Ya conocen el dicho… ¡No hay comedido que salga bien!

Me intriga saber qué sucede en el interior de su casa. La puerta de entrada –con la pintura envejecida- aparece siempre cerrada. Pienso, si tuvieras un esposo, hijo o hermano en esas condiciones… ¿no dejarías la puerta entornada? ... Para acercarle un mate, para charlar o para observarlo -desde adentro- y ver si precisa algo… Puede ser que viva solo. O no. También existe la posibilidad de que conviva con alguien que ya no lo considere ni lo registre.   Si viviera solo creo que necesitaría de mi saludo. La radio es una compañera fiel pero el contacto humano es imprescindible en la vida. Además no es muy factible que en sus condiciones físicas pueda vivir en soledad.

II

 La veo todos los días, pero hago como que no la registro. Pasa despacio en su auto y me mira como intentando saludarme, hasta ese momento justo en que dobla la cara porque mira hacia la esquina para ver si viene algún coche. Entonces hago como que escucho radio y que no veo, porque no quiero comprometerla ya que soy un hombre grande y enfermo. ¡Qué podría aportar mi saludo en su vida! Parece ser una señora que tiene todo.

Vivo solo, mi mujer y mis hijos me abandonaron cuando quedé en este estado. Una cruel enfermedad me robó la movilidad para siempre, mi vida cambió en forma brutal. Me jubilaron por invalidez. Me arreglo solo para todo; por suerte tengo teléfono, lo que ayuda mucho. Aprendí con un kinesiólogo amigo todos los movimientos necesarios para avanzar con la fuerza de mis brazos. ¡Vieran cómo me las ingenio para bañarme en la ducha, sentado en un banco de plástico! La radio, el televisor y unos pocos vecinos me hacen la vida más  tolerable. Cobro una pensión miserable que me permite comer. La casa es mía y estoy exceptuado de pagar los impuestos por mi condición. El gas, la luz y el abono del celular son gastos fastuosos que afronto con los ahorros que se van diluyendo de a poco, cada mes. Imagino el futuro como algo oscuro, incierto y silencioso. A veces sueño con ese estado.

Algunos días intento saludarla para ver qué pasa. ¿Cuál será su reacción? Seguro, lo podría interpretar como un atrevimiento de mi parte. Y si se baja a conversar ¡Me muero de vergüenza! ¿Qué podría decirle? Sin embargo, creo que busca algo.

A la que no aguanto es a la vecina de enfrente, esa vieja loca me odia. Como si yo tuviese alguna culpa por mi estado. Se hace la superada, pero yo sé lo que hace detrás de su ventana.


III

¡Qué atorrante el inválido ese! Se la pasa mirando a las mujeres que pasan por la vereda o por la calle. Claro… si está al divino botón todo el tiempo, aprovecha cuando hay algo de solcito y sale por la puerta. Se queda ahí, con su radio, observando fijamente. Se pone lentes oscuros y una gorra, creo que para disimular. ¿Querrá dar lástima? ¡No entiendo a la gente!

Lo veo desde mi casa porque vivo enfrente. Lo observo detenidamente detrás del grueso cortinado de mi ventana, para que no me vea. Conozco su historia. La mujer y los hijos huyeron por su mal carácter, cuando quedó imposibilitado de caminar y se puso insoportable. Pienso en la  pobre mujer, y en esos niños tan pequeñitos, soportando a la  bestia libinosa. ¡Qué caradura! Mirando mujeres como si pudiese pasar a mayores… ¡Ja!

Yo también vivo sola. Cuando salgo a hacer las compras, ni lo miro y voy por la otra vereda para no cruzarlo. Lo ignoro, no sea que se crea con algún derecho a dirigirme la palabra. ¡Qué se cree! ¡Inválido atrevido! Si se mudara o se muriera yo podría tener vecinos más agradables, una familia feliz por ejemplo.

Y esa mujer que pasa todas las tardes… No sé qué pretende. Lo mira y lo mira, sin sacarle la vista hasta perderse en la esquina. Él se  hace el tonto, como si no la viera. Es a propósito, yo lo conozco. Se hace el interesante para que ella tome la iniciativa de saludarlo. Es un perverso. La esposa me contó algo antes de irse. Parece que él se puso loco debido a su incapacidad. Me imagino que no solo dejó de caminar, pero ella no me lo dijo. Aunque tan sólo lo dio a entender. Además … ¿quién no sabe que los paralíticos son impotentes?

¿Y de qué vivirá el infeliz éste? Tiene una pensión por invalidez de miseria pura. Debe comer arroz y fideos todos los días. Y bueno… ¿qué pretende?  Si él no colaboraba, su mujer trabajaba y aportaba un ingreso más a la familia. La casa se cae a pedazos, la pintura está toda descascarada y las manchas de humedad suben desde el piso. ¡Un verdadero asco! Cuando se muera nada les servirá a sus hijos… La verdad es que, ahora que lo pienso, se tendría que suicidar este boludo… ¿no les parece?  

IV

Recorro las veredas del barrio cada día, huelo los canteros y tomo agua de los charcos. Me llaman “el gato del vecindario”, soy de todos y de ninguno. Conozco cada casa y a sus habitantes, me gustan los chicos y los viejos. Son los que más me acarician y a veces me dan leche tibia en viejas latitas de paté. A mí  me gusta la libertad y la independencia.

Siempre me acerco al hombre de la silla de ruedas, me acuesto a sus pies –patas para arriba- y lo observo. Es raro, porque mira -con anteojos oscuros- mientras escucha la radio. Nunca me dejó entrar a la casa. Yo no puedo creer que alguien esté tan solo en semejante ciudad. Hay gente por todos lados, yo tengo que evitarlos porque si no me pisarían.

Lo miro fijamente y él se da cuenta, me devuelve la mirada y me dice ¡Minino,  sos el único que me da  bola! Me acaricia y siento su mano cariñosa. Me gustaría preguntarle cómo llegó a esta situación, cómo no previó antes de quedarse así. Se me rompe el corazón y no puedo consolarlo más que con un ronroneo amoroso como acompañamiento a su soledad.
Y la vecina de enfrente está sola como él; hay personas tan enmarañadas que no saben comprenderse y ayudarse entre sí. Igual que la mujer que pasa en el auto cada tarde, podría bajarse y ayudar a este hombre tan solitario… ¿No creen? ¿Será tan difícil para los humanos contactarse?

Este planeta necesita que los gatos le demos algunas lecciones, tienen tantos prejuicios que sus vidas son grandes malentendidos debido a las tontas suposiciones.

V

Hoy pasé, de nuevo, frente a la casa del señor de la silla de ruedas. Esta vez lo vi acompañado por un hombre, estaban los dos conversando. Sentí que el cosmos se había ordenado, al menos un poco.


(Cuento ganador del Certamen Gonzalo Delfino, Gaiman, 2016)





(*) Susana Arcilla es profesora de Historia. Nació y vive en Trelew, Chubut. Argentina. Ganó el primer premio con Percepciones, en la categoría Cuento, en el Certamen Gonzalo Delfino 2016, organizado por la Biblioteca Ricardo Berwyn de Gaiman, Chubut. Se inició en el Taller virtual de escritura narrativa, dirigido por José Valencia Arenas Abreuzze, en Lima, Perú. Participa del Taller del escritor Encuentro, dirigido por Cecilia Glanzmann. Publica mensualmente en el Suplemento Mujeres, Diario El Chubut; en Tela de Rayón, suplemento del diario Jornada, ambos de Trelew y en la revista El Regional de Gaiman. Dirección de correo electrónico: susanabeatrizarcilla@gmail.com