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miércoles, 22 de mayo de 2019

RESEÑA DE UNA NUEVA OBRA PATAGÓNICA




“TESTIGOS OCULTOS EN LA PATAGONIA” (*)

UNA NOVELA DE OLGA STARZAK




Desde que se ha puesto de moda el término “spoilear” (del inglés “spoil”: arruinar) aplicado a quienes nos revelan por anticipado el argumento de una película o una novela, “arruinándonos” el placer de enterarnos por nuestros propios medios, se impone más que nunca la obligación de tener mucho cuidado al comentar o reseñar una nueva obra literaria.

Con esta prevención y a fin de no brindar pormenores más allá de lo prudente, nada mejor que aproximarnos al contenido de la novela acudiendo a las propias palabras de la autora en el prólogo, donde ella misma nos anticipa:

El escenario que elijo para desarrollar la trama de este cuen­to largo que resulta una novela corta, pertenece a la Patagonia Argentina, una región de la que forma parte la zona que habito. Un sitio privilegiado en el mapa del mundo. Un lugar cualquie­ra que podría ser otro pero es la Villa Traful, en la provincia de Neuquén, a mil kilómetros de mi Trelew natal. 

Los protagonistas recorren como mochileros el sur del país ago­biados por un destino que los destierra de la protección laboral; están inmersos en una tregua que se permiten, en una aventura que los seduce. En ese transitar se devela y develan el más bajo de los instintos humanos, la afición al poder, los intrincados meca­nismos de la violencia. Y, como eje central aparece su relación con el otro. Entonces se entrevé el erotismo y la sexualidad que, aquí como en la vida, cobran relevancia.

En efecto, los personajes de esta historia son un par de amigos que cierto día deciden hacer una experiencia como mochileros.  A no dudar, los jóvenes abrigan las lógicas expectativas propias de ese tipo de excursiones: paisajes bellos, hermosos paseos, los goces de la vida al aire libre. Lo que no han previsto es la posibilidad de toparse con una interferencia inusual: la presencia humana, las relaciones de  vecindad, a veces nos enfrentan con conductas imprevistas, frente a las cuales no sabemos cómo reaccionar.

En una carpa cercana a la de los protagonistas está acampando una pareja.  Los jóvenes entablan trato con ellos, sociabilizan y comparten algunos momentos agradables en aquel escenario de bosques y montañas. Todo parece ir muy bien, pero… 

Y aquí nuevamente es la propia autora quien nos devela el núcleo problemático que da pie a lo central de la trama:

Las prácticas amorosas se inmiscuyen en lo cotidiano de la existencia de los personajes, se escapan de los cánones sociales y rasgan los límites de la patología sexual. El riesgo y la amenaza están presentes, se observan y se anuncian hasta donde el rumor del lago se funde con el piar de las aves. Están latentes como el ritual del agua reflejando la alevosía de las montañas; como el sol que brilla al mediodía y la luna que aclara la noche.

¿Qué es lo que sucede en la intimidad de esa carpa? ¿Qué se experimenta al ser testigo oculto de una conducta anómala? ¿Hasta qué punto debemos mantenernos prescindentes?

Como bien lo anuncia el texto de contratapa, “En esta novela la autora explora con habilidad las zonas ocultas del deseo amoroso, los intrincados vericuetos de la perversión y el riesgo que conlleva aproximarse a esas cornisas de la psicología humana. Una trama atrapante, que mantendrá al lector en vilo hasta el último minuto.”

Hasta aquí la reseña. Contar más detalles sería caer en el “spoiling”.



(*) Novela - Testigos ocultos en la Patagonia / Olga Beatriz Starzak. - 1a ed - Córdoba : Tinta Libre, 2018. 74 p. ; 22 x 15 cm. ISBN 978-987-708-367-5

domingo, 19 de mayo de 2019

EL POEMA DE HOY




LA “PICADA” PATAGÓNICA

Por Raúl A. Entraigas (*)


Con flecos de yuyos,
la faja araucana
se tendió sobre el dorso erizado
de nuestra campaña.
Pálida de tierra,
larga de esperanzas,
como puente tendido al progreso,
como alfombra tendida a la Patria,
se agazapa entre chilca y chañares
la humilde “picada”.
Las noches le pesan,
las horas se alargan:
espera y espera
y el auto no pasa…
Al fin, a lo lejos,
tragando la pampa
envolviendo vellones de polvo
que enrosca a la zaga 
colúmbrase el monstruo
rugiendo sus ansias,
como un delirante
que en páramo abierto ululara
porque siente atracción de horizontes,
porque tiene hambre y sed de distancias…
Y pasa roncando
por la cinta sin fin de la pampa.
Y ella, alegre, distiende su alfombra,
despliega su gracia,
y saluda agitando pañuelos
de polvo de plata.
Hasta que allá lejos,
tras la línea arcana,
donde se unen el cielo y la tierra
en paz y compaña,
se lo roban quien sabe qué raros
engendros de pampa…
Y se queda de nuevo esperando
la humilde “picada”
pálida de tierra,
larga de esperanzas…




(*) Escritor rionegrino. Este poema es de su libro “Patagonia región de la aurora” (Editorial Don Bosco, Buenos Aires, 1959).


sábado, 11 de mayo de 2019

UNA NUEVA OBRA LITERARIA PATAGÓNICA





COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO
“LAS RUINAS DE PAMPA NEGRA” POR HUGO COVARO (*) (**)




Basta abrir las páginas de “Las ruinas de Pampa Negra” de Hugo Covaro, para adentrarse en la Patagonia. El lector puede estar sentado en un céntrico bar de la populosa ciudad de Buenos Aires, tomando un pocillo de café rodeado del bullicio urbano; pero cuando abra el libro y empiece a leerlo, será transportado de inmediato, por la magia de Covaro, a un atardecer de cielo azul y sol brillante en medio de la desértica meseta, cerca de una de esas numerosas taperas que hablan de los intentos fallidos del ser humano de arraigarse a una tierra que permanece insensible a sus pobres anhelos.

Podrá sentir el silbo del viento, verá alguna de las chapas oxidadas del derruido techo hamacarse al influjo de las ráfagas. Las matas bajas y espinosas ondularán a lo lejos según los caprichos del aire, el canto rodado brillará sobre el yerto suelo de greda blanca, la arena acumulada en un voladero del cañadón de un arroyo seco semejará una isla “surcada por los arañazos del agua"... Porque ese es el sortilegio de Covaro, que es el secreto de los buenos escritores: lograr con sus frases que el lector reviva los sentimientos y pensamientos que el autor tenía en su mente al crear la obra. En este caso, el bardo quiere llevar a quien explora las páginas de la novela al centro mismo del desierto mesetario. Y lo consigue.

La obra se inicia reflexionando sobre la muerte; con una introducción hecha en base a párrafos de inquietantes consejas que, leídas en un ambiente “civilizado” y a la luz del día, saben a fábula. Pero contadas de noche al reflejo de las llamas de un fogón, en inmediaciones de un puesto abandonado en medio de la meseta, provocarían un súbito repelús:

Dicen que las almas recorren penitentes todos los caminos transitados en vida; caminan pisando sus rastros y los rastros de aquellos hermanos que también partieron…(…) Ruinas de viejas poblaciones suelen ser guaridas para esas almas en pena. Y en su tránsito, desmemoriados peregrinos que se aventuren por esas oquedades, conocerán el sorpresivo acecho de sombras que encuentran abrigo en esos miserables despojos.

Al término del introito comienza de lleno la historia del deambular de Patricio Magallanes en busca de su padre y de su medio hermano; quienes, según la anciana Margarita, morarían en el enigmático paraje llamado Llapinilque. El viajero nunca escuchó hablar de tal lugar y por eso ni siquiera sabe para donde rumbear. Búsqueda extraña la suya, que parece entremezclar la realidad y la fantasía; y que lleva a catalogar la novela de Covaro dentro de una variante del realismo fantástico. Sin embargo, es un realismo fantástico patagónico, ascético y parco, distante del exuberante estilo de otras latitudes.

Pese a esa irrupción de la fantasía en la realidad –o viceversa– se mantiene constante la identidad del paisaje sureño; en el que van surgiendo los personajes tan arraigados a la tierra que forman parte de ella. Más allá de la confusión entre lo real y lo fantástico, Covaro retiene al lector en esa llanura donde el agua es un milagro y la vida una casualidad; y cada tanto se lo recuerda con diálogos de este tenor:

-Por esos lugares no hay caminos… o es un único camino sin orillas que lleva al olvido… una región seca, sin agua…
-¿Sin agua? ¿Cómo pueden vivir sin agua?
-Ahí no hay agua porque no vive nadie…

O párrafos como el siguiente:

Sin un árbol donde apoyar los ojos, ese firmamento estéril remeda sin disimulo a un desarropado silencio con sus pájaros de humo. Da pena pensar en los nacidos y muertos en este páramo. Doblegados por una cruel paradoja son prisioneros de esta mínima tierra estaqueada en medio de un inmedible desierto.

Sin embargo, a pesar de la precisa descripción de la geografía mesetaria, que muestra una vez más que Covaro es un indiscutido poeta de la estepa austral y un fiel intérprete de los rasgos de su identidad, la novela no desarrolla una trama costumbrista. Porque el tema de fondo del libro es la vida y la muerte, el olvido y el recuerdo, temas permanentes en la Literatura que hacen que la obra, aun reflejando un acendrado regionalismo, avance en una problemática universal.

La búsqueda del jinete errante se desarrolla de sorpresa en sorpresa, de misterio en misterio, con un lenguaje pulcro y ameno; en el que cada frase tiene gusto a tropo literario bien logrado y muestra la precisión del Arte de Covaro, ya expuesta en forma amplia en sus anteriores libros. Un fragmento, a modo de ejemplo:

Ciertos mapas suelen ser tan engañosos como la propia memoria. En esos planos, islas desconocidas, tierras sin nombres ni límites, continentes a la deriva en océanos de truculentas aguas están dibujados por un desmemoriado cartógrafo, que ubicará el paraíso y el infierno dentro de una tierra inexistente.

Amerita detenerse un momento en la cuidadosa presentación formal del texto; publicado por Editorial “En Danza”. La bien lograda fotografía de tapa de Miguel Escobar Ruiz representa las bermejas paredes de piedra derruidas que dan nombre al volumen. No es la única ilustración: en su interior, varias imágenes en blanco y negro de la árida comarca tomadas por el autor, incrementan la sensación de desasosiego que genera la de por sí gráfica prosa. En la contratapa, un comentario de Javier Cófreces sintetiza el significado de la novela; en tanto que el usual glosario final agrega más modismos vernáculos a los muchos introducidos por el comodorense en sus dieciséis creaciones anteriores. Especial atención debe darse a la dedicatoria; sentido homenaje hacia un recordado escritor de las letras regionales, Ángel Uranga, y para Antonio Lescano.

Al terminar el libro, cerrado con un final impecable, queda una sensación, tenue, indefinida, de que existe cierta relación entre esta obra y dos novelas no muy difundidas de la Literatura universal: “Instrucciones para un descenso al infierno” de Doris Lessing y “El tercer policía” de Flann O´Brien. ¿Qué tiene en común la creación de un escritor profundamente patagónico, con los textos de una literata inglesa ganadora del premio Nobel en 2007 y de un autor irlandés de principios del siglo XX, admirado por Borges? Además de que la obra de Covaro tiene todo el derecho de integrarse por su propia calidad al acervo literario existente más allá de las fronteras nacionales, las tres obras ofrecen una perturbadora semejanza. Será el lector curioso e interesado en dilucidar los avatares de la Literatura regional quien sabrá encontrarla.

J.E.L.V.



(*) Covaro, Hugo. “Las ruinas de Pampa Negra”. Ediciones En Danza, CABA, 2019.

(**) Correo electrónico del autor del libro: vehachecebe@gmail.com

sábado, 4 de mayo de 2019

EL CUENTO DE HOY



DEBAJO DE MÍ

Por Mónica Soave (*)




Me asustan las olas allá abajo. Estoy sentado en el acantilado con el viento golpeándome en las orejas y este cielo lívido encima de mí. Me llenan de miedo las olas y la espuma que veo resbalarse sobre el mar desde esta piedra, desde todas estas piedras que parecen moverse y caerse junto con su cuerpo.
Fue tanto tiempo que me pasé con él, andando al lado de su vida. Era siempre mejor quedarse así, a su cuidado, dentro de la casa. Todos decían que era peligroso que yo anduviera solo por las calles del pueblo, de aquí para allá, mendigando un resto de comida o un lugar menos frío donde dormir. Todos decían eso, pero de todos era yo al que golpeaban, al que corrían de todos los sitios, hasta no saber más adónde ir. Y es muy difícil que uno pueda aguantar con tanta resignación ese atropello, que a uno siempre lo martiricen y le peguen hasta sangrar.
Una tarde embarrada, de olas muy altas y ni un alma caminando en las calles, Fermín me encontró. Me ofreció la comida que me venía faltando hace tanto tiempo y un lugar en su cuarto chorreado de humedad, lo de darle calor y compañía yo lo hice. Todos dijeron que Fermín se había vuelto loco, que un hombre solo y enfermo no se podía tomar el trabajo de cuidarme. Eso dijeron y a mí no me importó. A Fermín tampoco. Nos sobraba el día para estarnos juntos aquí en el acantilado, mirando el recorrido de una nube. Me acostumbré a sus largos silencios. Me ayudó a que pudiera comprender algunos de sus miedos, cuando caminaba a la noche con esos pasos largos por el vivero o cuando se me arrimaba en el catre que compartíamos. Ya no le tuve miedo a la soledad. Por eso yo lo quería tanto a Fermín. Porque él me defendía de la gente que decía tantas cosas sobre mí, mentiras, Fermín siempre decía que eran todas mentiras y yo siempre le creí únicamente a Fermín, cuando empecé a creer.
Es horrible que uno no haya podido conocer a sus padres ni saber donde están, pero es que uno no tiene la culpa de las cosas que pasan alrededor. Solamente se puede tratar de vivir lo mejor posible y conseguirse su parte de comida y abrigo y su refugio y todo eso que me enseñó Fermín mientras me hablaba por las noches con esa luna enorme y me hacía caricias en el pelo y yo me dejaba estar. El sabía lo que a mí me gustaba quedarme horas ahí, bajo su calor, bajo su sombra. Él sabía muy bien que era todo lo que yo había podido encontrar en este mundo.
Entender su tristeza yo también tuve que hacerlo. Se ponía a llorar y gritar de dolor al último, en ese cuarto donde la humedad parecía ocuparlo casi todo y me pedía casi sin voz que lo ayudara a no perder de esta manera la vida que le quedaba, y yo lo acompañaba a llorar y a gemir como si nuestros solos quejidos y nuestras solas lágrimas pudieran ahuyentar todos los terrores, pero ni eso bastaba. Fermín no se aliviaba con esas gotas de sal.
Y por eso, para que tampoco a él lo vieran sufrir es que lo he acompañado hasta el acantilado y lo he visto conquistar todo ese aire, como una gaviota, y ahora parece que las piedras sobre las que estoy echado también se movieran hacia abajo junto con ese cuerpo, ahora tan liviano, al que tanto he querido.
Me voy a estar aquí, para siempre en este borde húmedo, cavar un hoyo con mis patas a mí va a tocarme. Y ahí en ese hoyo me quedaré hasta que la muerte escuche mis aullidos y venga a buscarme y me lleve por fin junto a las piedras y las olas, allá abajo.



(*) Escritora que vive actualmente en Buenos Aires. Residió varios años en Puerto Madryn, donde escribió parte de su obra literaria. Este cuento es de su libro “Por Amanda y los demás” (Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1993); con prólogo de Mempo Giardinelli.

martes, 30 de abril de 2019

EL POEMA DE HOY




Mutando sentidos (*)

PorAlicia Cristina de Volpi




Este otoño con su cortejo de sepias
envuelve de harapientos matices
quita luz a las horas y pupilas
clavando al azar sus buriles.
Los recuerdos reptan
al hueco de la memoria.

El viento su leal compañero
apura a los pájaros siempre jóvenes
y como un rosario desgrana el misterio
entre hojas que no envejecen.
Solo son un guiño compasivo
del espacio vaciado.

Espera el sabueso del otoño
entrenado para destrozar los instantes
cautiva con sus pesares al unísono
en indiferente saqueo del ayer. 
Clavan sus gubias en la piel.

El tácito olvido otoña huellas
lívidas del cansancio de los espejos
con el barniz áspero de la soledad
despide voces y risas en ecos.
Solo briznas se filtran
del canasto aromado de mocedad.
El vital tránsito distraído retumba 
en paredes que nunca fueron tan frías
y sobre la humedecida pintura de bullas
cuelga las estampas de la distancia.
Son demonios de la soledad
en la casa desierta.
Y en la tarde oscura de otoño
tiemblan hasta las ventanas.
Un ocaso de soles se lleva los recuerdos. 



(*) Premio Corona de Plata - Eisteddfod de Trevelin 2019