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domingo, 28 de septiembre de 2008

LA NOTA DE HOY






MITOS


Por Jorge E. VIVES*




La mitología de la Patagonia es exuberante. Desde Pigafetta en adelante los exploradores y viajeros que visitaron la región registraron las imaginativas leyendas aborígenes, mantenidas vivas por la tradición oral. A los mitos originales se fueron agregando otros, producto de la fusión de las creencias de los colonizadores con el acervo folklórico local. Con el tiempo la tarea de registro se fue haciendo más sistemática y científica, hasta finalmente quedar en manos de los especialistas: arqueólogos, etnólogos, antropólogos.

Una labor muy importante fue la realizada por el investigador neuquino Gregorio Álvarez quien en su libro “El tronco de oro”, al igual que hizo George Frazer en el texto de nombre parecido, registra en detalle aspectos del folklore de su provincia. En este documento de gran valor cultural cita, entre muchos mitos, una extensa lista de “duendes” y monstruos tales como la “encimera”, el “chilludo” y el “pilucho”. Otro de los seres fantásticos mencionados es el “cuero”, y su variante más aterradora, el “cuero uñudo”; una leyenda presente en toda cordillera patagónica.

Por su parte el escritor y estudioso santacruceño Mario Echeverría Baleta realizó una tarea similar con la mitología tsoneka; reuniendo el fruto de su trabajo en varios libros: “Joiuen Tsoneka (Leyendas tehuelches)” y “Cuentan los chonkes” son algunos de sus títulos. En la cosmogonía de este pueblo se destacan las figuras de Kóoch, creador del universo y la vida y Elal, el héroe civilizador. También aparece el “Gualicho”, espíritu dañino similar a los mencionados por Álvarez en su obra.

Esta mitología, constituida en base a los mitos cosmogónicos, supersticiones, creencias populares y leyendas producto de la simbiosis de elementos locales con el agregado de tradiciones culturales de diversos lugares del mundo (como la referida a la Ciudad de los Césares o a los monstruos “tipo plesiosaurio”), no solamente se reflejó en las recopilaciones de los especialistas, sino también en la narrativa de ficción.

Tiempo atrás se señaló en esta página que la figura del dios patagón Settebos, a través de la pluma de Pigafetta, fue tomada para sus obras literarias primero por Shakespeare y luego por Browning. Desde ese primer antecedente muchas otras menciones a monstruos y mitos patagónicos han quedado registradas en la narrativa. Un ejemplo reciente de la presencia de la mitología como fuente inspiradora es la novela “El Lago” de la escritora rionegrina Paola Kaufmann, que obtuvo el premio Planeta 2005.

El tema de la obra ronda en torno a la criatura misteriosa que Martín Sheffield dijo haber visto en una laguna próxima a Epuyén; aunque a partir de ese punto inicial se desarrolla una novela de trama compleja e intimista. El argumento del plesiosaurio es tomado también por Jorge Honik, escritor de El Bolsón, en “Gondwana”; una historia mencionada con anterioridad en este blog.

Por su parte Elías Chucair, referente obligado de todo escritor patagónico, dedica un cuento a otro mito. “El trauco chico”, así se llama el relato, trata sobre el “trauco”, un duende de la mitología del sur de Chile emparentado con los estudiados por Gregorio Álvarez. Esta temática no es ajena a don Elías, que en muchas de sus obras hacer referencia a las creencias y supersticiones del sur.

Una cita un tanto curiosa es motivada por la introducción de una leyenda patagónica en la novela “Magia Blanca”, de Eduardo Gudiño Kieffer. Si bien fuera de la región, ya que el argumento se desarrolla en Las Leñas, Mendoza; uno de los ejes de la obra es la búsqueda por parte de uno de sus personajes de la mítica Ciudad de los Césares, también llamada Trapalanda; a la que en 1936 el escritor chileno Manuel Rojas dedicara una novela.

Los ejemplos citados en este artículo son pocos a fin de evitar extenderlo demasiado; pero la presencia de contenidos mitológicos en las letras patagónicas es abundante. Sin embargo, a pesar su profuso empleo, estos mitos pueden seguir siendo una fuente de inspiración para los escritores regionales. En la literatura universal existen muchas obras maestras que se apoyan en las creencias y leyendas tradicionales. La riqueza de nuestra mitología sureña la hace, sin duda, terreno feraz para la creación literaria.

*Escritor y poeta chubutense.

viernes, 26 de septiembre de 2008

NUESTRO MÁS SINCERO AGRADECIMIENTO




El equipo de Literasur desea expresar su agradecimiento a Raúl Horacio Comes, un hombre sencillamente fuera de lo común, que de manera totalmente desinteresada, con su reconocida pasión por todas las expresiones culturales de la Patagonia, puso al servicio de nuestro proyecto -y por ende, de nuestros lectores- no tan sólo sus conocimientos técnicos, sino también su sentido de la estética, su capacidad intelectual y su criterio práctico para el rediseño de nuestra página web Literasur.

Con reconocida vocación y un esfuerzo meritorio y constante, Raúl Comes viene brindándole al país y al mundo entero un sitio web – Vistas del Valle - que realza y difunde las bellezas naturales de nuestra región, matizando su enorme panoplia de imágenes con la más variada información acerca del quehacer cultural de nuestro medio.

No conforme con eso, nuestro querido amigo restó horas a su propio quehacer para ayudarnos a mejorar la calidad estética de la página que estamos edificando, en nuestro intento de brindar desde la red una muestra actualizada de la literatura patagónica y de sus hacedores.

Nuestro más sincero agradecimiento a Raúl, en la seguridad de que juntos seguiremos transitando el camino del arte en sus múltiples manifestaciones, desde este lugar austral que acorta sus distancias con el mundo a través del excitante entramado de Internet.

El equipo de Literasur

*Raúl Comes es autor de Vistas del valle

jueves, 25 de septiembre de 2008

NOTICIAS CULTURALES


LA ASOCIACION SAN DAVID de TRELEW nos anuncia:

Ciclo de Conciertos

Prosiguiendo con el CICLO DE CONCIERTOS organizados por nuestra Institución informamos que el próximo Viernes 26 de Septiembre a las 19,30hs. podremos disfrutar de la CAMERATA PATAGONIA.

Interpretarán obras clásicas y del barroco de A. Vivaldi, G. P. Telemann , E. Grieg y Fischer. La presentación se llevará a cabo en nuestras instalaciones de San Martín y Belgrano-1er.Piso- de TRELEW.

La CAMERATA PATAGONIA, integrada por Ana Pomar y Susana Quilaqueo (violín), Javier Murillo (viola y violín), Darío Del Falco (violonchelo) y Paula Caviglia (flauta traversa) iniciaron sus actuaciones a principios del año 2006, en un concierto llevado a cabo en nuestra Asociación. Con posterioridad efectuaron diversas presentaciones en la zona con singular éxito. Es de destacar que sus integrantes son profesores de las Orquestas Infanto Junveniles de Trelew y Puerto Madryn.

Invitamos cordialmente a esta nueva presentación de la CAMERATA PATAGONIA.

martes, 23 de septiembre de 2008

DESDE SARMIENTO

Nos escribe: Mirta Jodor




EL DÍA DESPUÉS

La 9º Feria del libro y la Cultura y II Binacional



Desde el 12 al 14 de Setiembre vivimos nuestra 9ª Feria organizada por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Sarmiento y el apoyo incondicional de poetas y escritores sarmientinos: Andrés Gómez, Juan Carlos Moisés, Eva Gómez, Ida Chaura, Ida Oporto, Inés Luna Torres, Lorenzo Sánchez, Luis Coronado, Gustavo Calderón y Mercedes Britos.
Y la gran ausencia de la poetisa y amiga IRIS LIGO, quien no estuvo fisicamente, se nos adelantó camino a la eternidad, pero quedó en sus poemas iluminados de paz, generosidad y simpleza tierna, y en el corazón de sus pares.
Un cartel rezaba IRIS PRESENTE y nuestras lágrimas descubrían su presencia en el aire.

Este escrito se aleja de un informe institucional, ya que circunstancialmente me desempeño en la Dirección de Cultura y formo parte de la organización, es simplemente un escrito desde el corazón de alguien que escribe y vive la Feria con deleite, apuro, horas de insomnio, y felicidad.

Y este año agregué a esos sentimientos la tristeza que oprime el corazón al perderla a Ud, querida Iris, querida amiga, querida segunda mamá...querida poetisa...
Cuántos momentos compartidos, tardes nubladas de invierno iluminadas por el sol de su presencia....cuántas conversaciones, confidencias, música y esos poemas mágicos que leíamos....Mi orfandad... el día después de la feria me acorrala, a quién le cuento hoy las perlitas de la feria, quién me pone la oreja y se ríe de mis comentarios, a quién escucho diciéndome Mirta, vos podés...! y vas a salir adelante...
Me quedaron sus piedras, los libros, sus infinitos regalos, pequeños grandes tesoros....
Sus miedos aferrándose de mi terquedad para seguir caminando.
Iris, la Dama de la Poesía, según Rodolfo Montenegro, escritor de Río Mayo. Y las lágrimas de emoción.
Iris, la señora que cambiaba cada lugar al que asistía, desde esa bondad sincera.
Iris mi norte, mi pedacito de infancia, mi corazón quebrado....y ese sentimiento único de sentirla en el aire rodeándome con sus increíbles abrazos.
Hasta luego. dulce hada de la poesía. Un último deseo: por favor venga a mis sueños, necesito contarle aún muchas cosas.
Mirta Jodor.

HOY SE HA IDO

PERO NO ES ASI



LA SIENTO EN EL AIRE TIBIO

DE LA FUTURA PRIMAVERA



EN EL CANTO DE LOS PAJAROS

EN SUS PLANTAS

EN SUS PIEDRAS

EN SUS POEMAS QUE LEO Y RELEO

EN CADA VERSO ACARICIADO

DE LAGRIMAS,



EN MI CORAZON QUE LLORA

EN EL PERFUME SUAVE

DE ESA VOZ QUE AMABA TANTO….



FUE MI AMIGA DEL ALMA

MI CONFIDENTE

EL GENEROSO ABRAZO QUE ME

HACIA SENTIRME NIÑA DE NUEVO,



EL REFUGIO DE MIS POESIAS

LA MUSICA QUE AMBAS DISFRUTABAMOS

AHORA EN UNA ORFANDAD

QUE AUN NO DIMENSIONO VAGO RUMBO

A OTRO DIA,

EXTRAÑANDO A UN ANGEL

QUE DIOS PUSO EN MI CAMINO

PARA LLENAR DE AMOR A MIS HIJOS

A MI MISMA….

SIENTO QUE UD NO SE HA IDO

AHORA ME ACARICIA EL PELO

HABLANDOME AL OIDO.


Mirta Jodor
Sarmiento
(Chubut)




domingo, 21 de septiembre de 2008

¡FELIZ DÍA DE LA PRIMAVERA!



Primavera de 2008


Para quienes vivimos en la Patagonia, la primavera -aunque a veces caprichosa y tardía- tiene un significado particular. Responde a una espera y a una necesidad, a una época del año que nuestra mente y nuestro cuerpo reclaman, y al fin de otra que marca la despedida de días largos y fríos. Personalmente ambas me atraen, por causas diferentes e iguales motivos: vivir cada día junto a mis afectos más caros, aceptando lo que la naturaleza, sin pedirme nada a cambio, me regala. Pero la primavera, claro, tiene sus urgencias… ese “no sé qué” que hace que nuestras energías tengan esa carga adicional que nos posibilita SENTIR de modo diferente.

En primavera el sol del mediodía es el amigo fiel que se hace presente cada día pero pronto nos abandona, dejándonos un resabio de nostalgia y la esperanza de un próximo encuentro que, además -estamos seguros- acontecerá. Es ese amanecer de luz intensa y gorriones en nuestras ventanas… de brotes muy verdes en los rosales y flores diminutas en los frutales.

La primavera en Patagonia nos trae atardeceres que a veces presagian algunas mañanas con heladas tardías.

Septiembre es el mes que nos seduce y a la vez se muestra un tanto egoísta, que nos busca y buscamos, del que presumimos apropiarnos pero pronto nos desafía a una prolongación del invierno terco y afanoso, que penetra en nuestras pieles y parece querer perpetuarse.

La primavera es un amor eterno que nada puede hacer para que lo olvidemos.

Nuestro clima pocas veces nos permite, como en el norte del país, ocupar plazas y parques, chacras y campos en este día de septiembre. El aire fresco nos invita aún al calor artificial, y la primavera llega entre mangas largas y piyamas, ventanas cerradas y mantas.

Desde aquel picnic de estudiantes de la década del ochenta hasta estos encuentros de los adolescentes de hoy, que se suceden entre cuatro paredes y unas cuántas cervezas, han pasado muchas décadas. Mucho ha cambiado, inclusive las condiciones atmosféricas, pero el fervor de la sangre es el mismo, siempre. Y lo que nuestras ansias proclaman es el advenimiento de una estación que, más cálida, nos invite a vivenciar los escenarios más atractivos de nuestra existencia. Los colores y las formas se alteran, los aromas y los sentidos se intensifican. ¡Somos nosotros, pero a la vez somos otros! Somos aquellos que potenciados por la fuerza divina del sol que nos alumbra desde otra faz, que nos calienta desde otro ángulo, se insinúa con su fuerza descomunal… Descubrimos año a año el sentido más excitante y maravilloso de la vida; conjugados por dos fuerzas tan reales como poderosas: la de la naturaleza y la de las emociones humanas. Ambas parecen haber sido creadas con idénticos fines. Una al servicio de la otra… Coexistiendo en el espacio y en el tiempo que les ha tocado vivir. Entonces, colores y alegrías se entrelazan, formas y emociones se compensan, sentidos y sentimientos se acoplan en un devenir que hemos de llamar vivencias. Es entonces cuando es posible preguntarse: ¿Hay algo más gratificante a nuestro olfato que el aroma a rosas?, ¿más luminoso a los ojos que la luz del sol?, ¿más provocativo que un pétalo en el mundo de las texturas?¿Puede el murmullo del viento apagar los trinos de una calandria?¿Cómo olvidar el tiempo sin gustar el aroma al presente?

La primavera es y será siempre una pasión que tiene protagonismo en todos los actos de amor… porque se perciben mágicos e imaginarios violines, las rosas emanan su aroma más intenso, los sauces lloran el canto más prolongado y los cerezos descubren los tonos más rosados.

Más allá del calendario, la primavera es HOY.

¡Feliz día!

A todos.

Olga Starzak

21 de septiembre de 2008

lunes, 8 de septiembre de 2008

LA NOTA DE HOY



AMARGA PATAGONIA

Por Jorge E. VIVES*


En un reportaje que recientemente realizó Sandra Pien a Alejandro Winograd, autor de “Patagonia. Mitos y realidades”, el escritor define su obra como “un libro feliz”; por contraposición a otros textos que, en su opinión, tienen una visión “melancólica” de la región patagónica. La presencia de estos dos puntos de vista diferentes en la literatura del sur merece una breve reflexión.

La densidad y la profundidad emocional del ambiente sureño – su paisaje y su gente -, hizo que muchos escritores, sobre todo en las épocas iniciales de la literatura patagónica, se volcasen a pintarlo con trazos trágicos, ásperos. Varios de esos autores no habían nacido en la región; la conocían por referencias o circunstanciales viajes. A los rasgos románticos que confería la lejanía se agregaban la rigurosidad del clima, la devastadora soledad de los enormes y yermos espacios; y la personalidad férrea que los seres humanos que la poblaban debían tener para enfrentar esas condiciones extremas.

Entre la frondosa bibliografía patagónica, muchas veces olvidada pese a su indudable valor literario, se pueden rescatar dos novelas que se insertan en esa imagen acerba de la Patagonia: “Lago Argentino”, de Juan Goyanarte, y “La amargura de la Patagonia”, de Rubén Darío hijo.

Al prologar la novela de Goyanarte, Ezequiel Martínez Estrada dice que es “una historia cuyos protagonistas no son los hombres, sino las fuerzas naturales de un pedazo inhabitable del mundo que resiste a la invasión de seres, de edades y climas más recientes”. A lo largo de la obra se desgrana la vida de pionero de Martín Arteche; de sus venturas, que son pocas; y de sus desventuras, que son muchas; y que al finalizar la novela se amontonan como los témpanos del lago y se precipitan con el ruido de un glaciar que rompe. Durante el tiempo que transcurre en su estancia al fondo del Lago Argentino soporta penurias de todo tipo para llevar adelante su emprendimiento, lidiando con la naturaleza y con las pasiones de los seres humanos que lo acompañan.

Por su parte, Rubén Darío y Contreras, hijo del “príncipe de la letras castellanas” y su primera mujer, Rafaela Contreras, obtuvo los datos para su novela en forma personal, radicándose por un tiempo en el sur de nuestro país a principios del siglo veinte. Allí cuenta una dramática historia ambientada en el imaginario puerto santacruceño de Poncial, dominado por el caudillo local Damián Trejo a quien se enfrenta Olaf Felstad, un médico noruego. Al igual que en el caso de “Lago Argentino”, el final es duro e implacable; y la descripción del paisaje, tanto del natural como el humano, refuerzan la cualidad que el autor atribuye en su título a la región. Por ejemplo, describiendo los sentimientos de un recién llegado a la Patagonia dice “El viajero experimentaba una creciente e inexplicable desazón, una tristeza que lo obligaba a recordar que poco a poco iba alejándose de la civilización para internarse en un terreno desconocido y muy escasamente habitado”.

En ambas obras existen puntos en común: paisajes desolados, climas rigurosos, seres humanos rudos y decididos, situaciones violentas donde rige la ley del más fuerte. Esta visión es entendible. Un espectador que años atrás observara la región con ánimos de artista, no podía dejar de sentirse subyugado tanto por lo inexorable de la meteorología y del terreno como por la firmeza de los personajes que se movían en ese escenario; una implacabilidad que los hermanaba con las fuerzas naturales de las que eran parte y que podía ser fácilmente interpretada, en muchos casos, como crueldad. Pese a que los tiempos han cambiado y las condiciones de vida se suavizaron, dicha manera de entender la Patagonia se prolonga en la actualidad. En el recuerdo inconsciente del literato queda como un regusto esa vaga sensación de tragedia y desazón.

Pero también es comprensible que otros autores busquen una imagen más amable de la región, sin hacerle perder sus rasgos característicos. Una lectura de la realidad que, basada en las cualidades humanas de los habitantes y en la belleza de los escenarios naturales, intente mostrar un rostro “agraciado” de la zona.

Es la existencia de ambas visiones, tan válida una como la otra, la que dará riqueza y variedad a la literatura sureña. Por eso resulta positivo que los dos puntos de vista, el “feliz” y el “melancólico”, el “dulce” y el “amargo”, coexistan y tengan escritores que los representen... y lectores que los disfruten.



*Escritor chubutense


jueves, 4 de septiembre de 2008

EL CUENTO DE HOY





MARCIAL

Por Gerardo Robert*




Cuando la figura se recortó por segunda vez sobre la puerta de dos hojas de la cocina, Germán se levantó pausadamente del pringoso banquito de madera situado al lado del fogón y sin decir palabra alguna, se quedó parado a espaldas de Francisco, que en ese momento pegaba el grito de ¡Falta envido! y se quedaba atento a los gestos de sus contrarios, mientras su compañero sonreía. El truco los convocaba antes del churrasco que se desgrasaba frente al fuego y los cinco amigos, todos ellos gente de campo, vecinos de la zona de Santa Elena, compartían la fraternal estancia en el puesto de Marcial Puebla.

La mesa rectangular, ubicada en el centro de la cocina, daba una de sus cabeceras hacia la puerta de salida al patio, construida de madera tosca y con dos hojas anchas y horizontales, como se acostumbraba por entonces en la edificación rural. De esta forma mantenían si era necesario una amplia entrada de luz y aire dejando abierta la hoja superior, y cerraban igualmente el acceso a los perros, animales de corral o alimañas con la hoja inferior, que cubría la mitad del vano. Por otra parte, por su fragilidad y dificultades de transporte, no resultaba sencillo por entonces el uso de vidrios.
Estaba anocheciendo y la jornada los había entretenido hasta tarde en los corrales, curando a mano las frecuentes picaduras de sarna de la hacienda. De paso, cada uno apartaba las ovejas de su señal que pudieran haberse entreverado con la majada de “Los Tamariscos” como consecuencia de la lógica precariedad de los alambrados.
Pensaban hacer noche y al día siguiente, temprano, rumbear para las casas con la punta de animales propios que cada uno hubiera apartado.
Hacía ya dos días que Marcial se había ido, de a caballo, hasta Trelew, distante 40 leguas, con el propósito de cobrar algunos pesos que le quedaban de la última esquila y comprar algunos fardos de pasto, forrajes para los caballos a mantención y vicios varios para pasar el invierno. Seguramente ya estaba en el valle.
Montaba el tostado malacara y llevó el lobuno de Olsen, por buen cabresteador, como pilchero, buscando así aliviar los animales y traer las cosas más urgentes. También lo acompañaba el Cantor, extraño nombre que le había puesto a su fiel perrito ovejero. Porque según él, sonaba fuerte y se escuchaba de lejos.
Las 32 de Francisco sobraron para que allí mismo concluyera el partido así que los hombres se levantaron, acomodándose para el asado. Germán, que estaba de pie, asomó su medio cuerpo para afuera de la puerta que daba al patio y miró hacia ambos lados. Sin hacer gesto alguno volvió, se acercó al fogón y levantó el asador plantando el churrasco casi en el medio de la cocina. -¡Peguenlé che, que se enfría! dijo, y tomando un trozo de galleta seca encaró el costillar haciendo un tajo en la verija crujiente. A pesar de que recién comenzaba el otoño la noche estaba fresca, y el viento del sur insinuaba la aproximación de escarchas tempranas.
Y Guillermo? Preguntó el vasco antes de empezar a comer.
No sé, andaba por el galpón. Contestó alguien.
En ese momento Guillermo Acosta, mensual de Marcial Puebla que había quedado al cuidado del puesto, entraba por la puerta lateral de la cocina que daba a la pieza del medio y que la separaba de la tercera y última pieza del rancho, donde él dormía. Hombre callado y de gesto huraño, se incorporó a los comensales sin palabra alguna, acomodándose en una especie de taburete hecho con un tronco de tamarisco y una tapa de barril como asiento.



El maragato cortó dos costillas del medio y recogiendo la salmuera, se ubicó en el banquito humoso del que un rato antes se había levantado Germán. Pegó un tajo y al llevárselo a la boca levantó la vista, haciendo un gesto de cargada sorpresa al ver pasar rápida la figura de lo que le pareció un hombre, por el vano de la media puerta que permanecía abierta.
- Y eso? Preguntó en voz alta y con manifiesta inquietud, al tiempo que se enderezaba dando un paso hacia adelante. Germán se dio cuenta y dijo con voz espesa y opaca:
-Yo lo vi hace un rato. Dos veces. Y me pareció Marcial.
Se miraron unos a otros y el tuerto Juan, casi con sorna, les recordó que a esa hora seguramente el dueño del lugar estaría en algún piringundín de Trelew.
Esos hombres ásperos y paradójicamente serenos, no eran precisamente propensos a las actitudes timoratas, pero de todas formas guardaban un recelo agudo e irrefrenable por esos fenómenos que les desdibujaban sus certezas. De todas formas salieron al patio, justo en el momento en que un ñacurutú emitía su aciago graznido y efectuaba un vuelo bajo que consolidó la insondable oscuridad de la noche ya plena.
Y se conmovieron. Capaces de jugarse la vida contra un batallón sin más pertrechos que su talero, la idea de la muerte, así, como sujeto, los sumía en un sentimiento de indefensión casi niña que se asimilaba marcadamente al miedo. Y el conocido lechuzón sureño, en determinados momentos, sugería premoniciones desventuradas.
Concluyeron la comida en silencio. Acosta se retiró enseguida y los cinco vecinos quedaron conversando sobre la actividad a desarrollar por cada uno al día siguiente. Pero como si hubieran convenido un pacto silencioso, no se habló más del reciente episodio. El vasco Arregui preparó unos mates que compartió con Germán y un rato después se fueron a dormir. Tres de ellos lo hicieron en las camas que había en la pieza de Marcial y los otros dos tiraron sus pilchas en el galpón chico, al costado del patio.
Por la mañana, después de churrasquear, rumbearon para los corrales y el torido de los perros les avisó que venía alguien. En efecto Walker, del campo vecino, llegaba en la vagoneta a buscar el carnero que le había prestado Marcial y que ya era tiempo de echar a la majada. Se saludaron sin mayor vehemencia, con madura cordialidad, y les comentó que el día anterior había llegado a su casa el turco Amado, pionero mercachifle que regularmente aparecía ofreciendo todo tipo de chucherías generalmente innecesarias, junto a soluciones prontas a las necesidades del poblador y a las ilusiones de muchachas en edad de acicalarse. Se movilizaba desde hacía ya algunos años en un camioncito Ford T que según él, era capaz de cualquier hazaña en las subidas más empinadas o en los barriales mas difíciles. El turco era afable y dicharachero, con esa natural picardía para el negocio sano que le aseguraba puertas abiertas y retornos esperados.
-No sabés si después viene para este lado? , quiso saber Francisco.
-Sí, seguro. Respondió Walker. -Viene del lado de Trelew, así que hasta Bustamante no para. Dice que en la oficina de Correo de Dos Pozos se encontró con Marcial, que ya estaba saliendo para Trelew.
Esa sola mención recordó a los presentes el episodio vivido la noche anterior, pero más allá de contraer el ceño o cambiar alguna mirada, nadie habló. Solo Juan, que no había visto nada extraño por estar de espaldas a la puerta, esbozó una sonrisa socarrona.
Antes de las diez de la mañana, todos habían emprendido el regreso hacia sus respectivos establecimientos, en yunta o de a uno, según conviniera al rumbo que debían seguir. Solo quedó el puestero Guillermo Acosta, empecinado en reparar con escasas artes y menos herramientas la puerta de la manga de aparte, que se había desvencijado en los últimos trabajos.
20 días después, Marcial Puebla llegó de regreso, pasando por lo de Walker. Era casi mediodía de una jornada apacible y cálida, Venía contento. Por el descanso, por la cobranza y por las compras realizadas. Además venía contento con la vida, que le había regalado ese privilegio de pelearla desde el lugar que tanto quería y en el que la sentía tan plena, mas allá del clima, las escaseces y la soledad.
Se quedó a comer un suculento guiso que había preparado la buena de Doña Ercilia, le hizo el gasto con varias empinadas a la bota de clarete, charló sobre su viaje y lo que estaba creciendo Trelew, y a las 5 de la tarde ya estaba en Los Tamariscos. Su casa.
Lo recibió el peón, parco como de costumbre. Le ayudó a descargar el pilchero y acomodar las cosas, mientras lo ponía al tanto escuetamente de todo lo acontecido en su ausencia, que se había extendido en el tiempo más de lo previsto.
Después de tomar mate, se sentó en la cocina a acomodar sus papeles, boletas de compras y anotaciones varias. Se consideraba un hombre ordenado con sus cuentas y compromisos. Había cobrado, si, unos buenos pesos, pero la compra de víveres y forrajes que pronto le traería Fermín en el camión, lo habían dejado casi tecleando.
-Y bueno – se dijo. -Mientras las lanuditas sigan pariendo está todo bien.
Ya caía la tarde. Salió al patio y al hacerlo, entornó la hoja inferior de la puerta para que no entraran las gallinas que andaban picoteando entre los coirones. Anduvo trajinando por los corrales y galpones como reconociendo el estado en que encontraba sus modestas pertenencias y después de dar una vuelta hasta el bebedero, volvió al rancho.
Cuando pasó frente a la puerta, Acosta, apoyado en el marco de la abertura que separaba la cocina de la pieza del medio gatilló la carabina y la bala se incrustó detrás de la oreja derecha de Marcial.
El acta dice que Marcial Puebla murió a las siete y media de la tarde del 19 de Abril de 1932. Sus vecinos y amigos Germán, Francisco, Alberto y el vasco Arregui, tuvieron siempre la certidumbre de que la muerte había ocurrido en el anochecer del 30 de marzo.







N. del A.: El Establecimiento “Los Tamariscos”, que ocupaba un lote fiscal, quedó abandonado desde entonces. Las tierras se anexaron años después a un establecimiento vecino y el rancho, que desde entonces se llama “El puesto del finao’ Marcial”, aún permanece casi oculto por los árboles, derruido y rodeado de un halo de supersticiones y misterio. Según los más incrédulos, al comienzo de la noche se escucha indefectiblemente el graznido del ñacurutú, aún cuando no se lo ve nunca.

*Escritor chubutense.

lunes, 1 de septiembre de 2008

LA NOTA DE HOY



El microrrelato: una narración con identidad propia


Olga STARZAK*



Como un punto definido en el universo literario surgen ya en la Edad Media -sin nombres ni conceptualizaciones que aboguen o desvirtúen su existencia- los cuentos cortos, o cortísimos. Una construcción sintáctica que nace por la necesidad de lo conciso, y poco después nos seduce por su compleción y nos inquieta por su vacuidad. Historias que carentes de medida, enumeración de palabras, frases o formas, responden a un único patrón: el del placer estético. Ese relato de pasión, muerte, condena, dolor o amor... que ordena unas pocas acciones, menos personajes, un nudo disimulado y un desenlace que, aunque no explícito, se imagina; y envuelve al lector en el sagrado acto de emocionarse con la emoción ajena.

No quiero entrar, al menos no en esta breve referencia a los microrrelatos, en ninguna clasificación. No importa si se trata de cuentos cortos, breves, brevísimos o minicuentos. Se trata de reconocer en ellos la esbeltez de la palabra, la magia de mostrar en un acto el espectáculo, la osadía de dejarse llevar hacia lo desconocido, el desafío de descifrar lo no dicho, la virtud de elegir de qué modo hacerlo...

Ya escribieron microrrelatos, en el siglo pasado, Ramón Gómez de Serna en España, Kafka en Alemania, Huidobro en América... (hay quienes sostienen que lo son también las parábolas de Jesús). Sería una falta de consideración no mencionar también a Monterroso, Borges o Cortázar; o no referirme a Anderson Imbert, a Shua, o Brasca... Hay muchísimos y destacados precursores y seguidores en el gran abanico que conforma esta innovación en el mundo de las letras.

¿Qué escritor -o quien intente serlo- no ensayó alguna vez con el cuento breve o la mini ficción? O no lo cautivó esa estructura acotada que se sucede con la fuerza descomunal del rayo, se desarrolla en la fugacidad y se agota en el éxtasis?

¿Quién no se desafió, valiéndose solo de una intención, muchas veces de la agudeza, a veces de la parodia, en ocasiones de la ironía... a condensar en unas pocas líneas, la vida toda?

En lo personal creo que el microrrelato es a la prosa lo que el haiku es a la poesía. El título cobra relevancia como en ningún otro género, y la mayoría de las veces forma parte del contenido. Dice lo que puede y calla lo que quiere. Se vale tanto de la reflexión, del aforismo, la observación de la realidad, la imagen literaria o el intertexto... No tiene límites imaginativos, no cae preso de ninguna temática. Y aunque juega a definir su extensión (que es en el arte definir lo indefinible), el poema oriental tiene en su dimensión concreta, una norma que lo caracteriza. Pero ambos se valen de la brevedad para expresarse.

Ahora me pregunto, ¿hay acaso formas para que, recurriendo a las palabras, los hombres puedan manifestar sus infinitas emociones? Es entonces cuando es indispensable rendirle culto a las palabras en su multiplicidad de opciones, en su diversidad de géneros; y elegir siempre aquella con la que nos sintamos más identificados. Sin olvidar que, a veces, un silencio también cuenta una historia.

Pero eso es otro tema.

*Escritora chubutense