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miércoles, 31 de julio de 2019

LA NOTA DE HOY



VIAJES, ESCRITORES, CASAS y ANÉCDOTAS

Por Carlos Dante Ferrari


A veces el azar, sin que uno se lo proponga, tiende sus hilos al modo de Ariadna para guiarnos hacia sitios conectados con nuestras grandes pasiones. En este caso, con la literatura.

La primera etapa de un viaje reciente estaba orientada a recorrer una comarca sureña de Alemania cuya sola mención despliega los portales de la fantasía: la Selva Negra, ese macizo boscoso de abetos y pinares abigarrados al que los romanos legaron el inquietante nombre de Populum Nigra. Con la moderna ciudad de Stuttgart como cabecera, el itinerario abarcó etapas intermedias en Baden Baden, Friburgo y Freudenstadt. Desde cada uno de esos puntos incursionábamos por caminos rurales que nos llevaban hacia algunas poblaciones asentadas en aquel hermoso enclave montañoso.





Como decía al comienzo, no era nuestra intención visitar casas de escritores famosos: simplemente nos fuimos topando con ellas.

El primer episodio sucedió en Friburgo, una ciudad cuya belleza se puede apreciar desde el alto mirador de uno de los cerros que la circundan. Acequias y canales corren por las calles y han dado lugar a rincones románticos, como la “pequeña Venecia”, que convoca la atención de innumerables visitantes.



Una tarde, mientras recorríamos el casco histórico, nos sorprendió una placa con un anuncio: era la famosa “Casa de la Ballena”. Allí, entre 1529 y 1531, había vivido nada menos que Erasmo de Rotterdam.



La ciudad ostenta este hecho histórico con orgullo y lo utiliza como uno de sus recursos turísticos. Sin embargo, la realidad nos revela que el célebre escritor, filósofo y teólogo holandés conservó muy malos recuerdos de su corta estadía en aquella ostentosa residencia de diseño gótico, construida a instancias de Jakob Villinger von Schönenberg, tesorero del emperador Maximiliano I, a fines del siglo XV. 

Según las crónicas de la época, Erasmo de Rotterdam describió los canales citadinos en estos términos: “un arroyo hecho artificialmente discurre por todas las calles de esta ciudad, el cual absorbe los jugos sangrientos de las carnicerías, el hedor de todas las cocinas, la suciedad de todas las casas... Con este agua se lavan las telas, se limpian las copas de vino e incluso las ollas.” Además, por lo que se sabe, el notable intelectual tampoco se llevaba muy bien con los demás residentes.

Lo cierto es que en 1531 su contrato de alquiler en la “Casa de la Ballena” fue disuelto y Erasmo, con indisimulado disgusto, abandonó Friburgo para siempre.



El viaje prosiguió. Ya alojados en Freudenstadt, se nos ocurrió visitar las poblaciones más cercanas y el destino se encargó de conducirnos a Calw, la ciudad natal de Hermann Hesse atravesada por el río Nagold. 



Ninguna descripción puede componer con palabras lo que se revela a los ojos del peregrino. Hasta las fotografías son un recurso muy limitado para mostrar la singular combinación de sus bellezas naturales y arquitectónicas. Lo cierto es que allí, en una de sus calles, está la casa natal del celebérrimo escritor. Hoy en día no puede visitarse; la planta inferior está ocupada por una casa de modas. Solo nos fue dado ver su fachada, la puerta y los carteles que certifican el sitio histórico.




Nacido en 1877, después de los primeros tres años Hesse vivió en Calw por intervalos. En 1881 su familia se trasladó durante un tiempo a Basilea. Al retornar a la ciudad natal Hermann cursó allí parte de sus estudios (1886-1889). Como dato curioso, en 1894 trabajó en la fábrica de relojes Perrot durante poco más de un año, pero su vocación literaria era más fuerte que todo. Primero librero, luego escritor, emprendió una carrera que lo haría mundialmente famoso.

Es una experiencia emotiva recorrer la escuela, la iglesia y los faldeos arbolados; el casco conserva ese halo pueblerino con reminiscencias antiguas, que invita a imaginar la infancia de Hesse. Un gran museo conserva diversos testimonios de su trayectoria y cerca del río hay una estatua de bronce que lo representa vestido como un montañés.

En 1912 Hermann Hesse abandonó Alemania para no regresar nunca más. Al visitar Calw uno no puede dejar de preguntarse si, hallándose en el exilio, la nostalgia quizás lo devolvía allí de vez en cuando, a esa villa tan hermosa de sus primeros días que aún hoy celebra su memoria.

La etapa final del viaje transcurrió con unos días en Londres, una ciudad que —para delicia de los flâneurs— vale la pena caminar durante horas y horas.




Una de esas caminatas nos condujo a Notting Hill. Buscábamos el colorido y el espíritu de su feria permanente y —por qué no— revivir las impresiones románticas de la película homónima. Obviamente no quedaban ni rastros de Julia y Hugh, pero sí de los edificios donde se ambientaron las escenas de la librería y de la vivienda de su propietario. 



Entre puestos de flores, de frutos y de toda clase de mercancías, inesperadamente, sobre el número 22 de la calle Portobello Road, un cartel nos reveló que allí, entre 1927 y 1928, había vivido nada menos que Eric Blair, más conocido como George Orwell. En esa casa, por intercesión de su amiga Ruth Pitter, también escritora, se alojó Eric al llegar a Londres con intenciones de dedicarse de lleno a la escritura. Según dijera más tarde el propio Orwell, no le fue muy bien durante su estadía. La habitación era fría y la casera, Mrs. Craig, a tono con la sensación ambiental, era una mujer poco condescendiente.



Estos hallazgos tal vez no sean del todo casuales. Quizás algún mecanismo inconsciente gobierna nuestros timones. En todo caso, las placas sirven para recordarnos  que los hombres célebres han sido, son y serán, al propio tiempo, seres comunes, a veces convertidos por la circunstancias de la vida en ciudadanos del mundo, sin una residencia fija. O para enterarnos de que esas estancias no siempre fueron felices. Erasmo nació en Rotterdam pero murió lejos de allí, en Basilea, después de trajinar durante años por Inglaterra, Alemania, Suiza e Italia. Hesse nació en Calw, pero anduvo por sitios tan dispares como Suiza, Ceilán, Indonesia, y lo cierto es que nunca regresó a su pueblo natal; dejó este mundo en Montagnola, Cantón del Tesino (Suiza). Orwell nació en la India; luego la vida lo alejó para siempre de su terruño, llevándolo por Birmania, Londres, París, España y Marruecos,  para llegar al fin de sus días en Londres.

Sea por admiración, por auténtico respeto o por simple interés turístico, los sitios donde alguna vez se alojaron tan ilustres residentes hoy se empeñan en brindar testimonios de esos albergues temporarios, sorprendiendo nuestros pasos viajeros con sus placas y sus frontispicios silenciosos.

 ***




domingo, 28 de julio de 2019

EL CUENTO DE HOY



Narración





CUANDO ANDA DE VISITA LA ABUELA SABINA

Por Hugo Covaro (*)





En la noche helada el viento insomne se retorcía en remolinos que arañaban los techos de los ranchos. En ese viento huraño sabían venir misteriosos llamados, extrañas señales del profundo desierto que encontraban eco seguro en el silencio que el miedo ganaba en el corazón de esa gente sencilla. Por el hueco de la ventana entraba la oscuridad de la noche sin estrellas. Los vidrios dejaban caer breves lágrimas como si el frío le hiciera llorar los ojos y aquella tempestad le fuera cerrando el entendimiento. Ese viento parecía no saber nada. O sabía todo pero callaba. “La noche es un camino y el viento es un caminante” le escuchó decir a la abuela Sabina alguna noche como esta.

Tirado en el catre sin poder encontrar la punta al hilo del sueño, el paisano Curillán miraba el techo haciéndose almohada con los brazos cruzados. En alguna parte del instinto rondaba la certeza que esa noche tormentosa la abuela paisana vendría de visita. Pero tendría que conseguir el sueño. Ella viene con el sueño y sólo en sueños habla. Y hay que tener cuidado porque lo que dice no está escrito en ningún libro y si lo estuviera, pocos paisanos saben leer para entenderlo. Todo es dicho y repetido, palabra sobre palabra. Y hay que ser memorioso porque a las palabras se las lleva el viento… y por estos pagos el viento suele soplar fuerte.

Cuando cuenta sus “conversas” con la anciana, pocos le creen. Hasta su hermano Miguel, preocupado, le comentaba al bolichero que creía que el “Chemo” se estaba volviendo loco porque veía a la finada abuela Sabina y hasta que conversaba con ella.
- ¿No será que le está dando mucho al vino?... Que no aparezca aquí no quiere decir que no chupe… ¿cierto?
- ¡Nada que ver! Ni con la comida toma…
- Yo que vos lo haría ver con doña Celestina, la curandera de Mata Guanaco… no te cuesta nada… ella no cobra…
- No es cuestión de plata, don… el asunto es como lo convenzo para llevarlo…
- Algo vas a tener que hacer, Miguel… y pronto.

Como quien no quiere la cosa, se le apareció una tarde. Mateaban y hablaban de los asuntos del campo, del invierno que se anunciaba nevador, de cosas sin importancia, hasta que él mismo trajo el tema de la abuela.
- Anoche me vino a visitar la abuela Sabina –comentó sin darle mucha importancia.
- Sí… y que cuenta de nuevo la viajera –respondió Miguel con un dejo de ironía.
- Nada… habló poco esta vez… se la pasó fumando en su pipa de arcilla hasta que se le terminó el tabaco… me pidió a mí… pero enseguida se dio cuenta que no fumo…
- ¡Ah claro!... bueno, che, te dejo… tengo todavía que hacer unas diligencias en el pueblo… hasta más ver Chemito.

Montó y salió al trote. Un fuerte olor a humo de tabaco le impregnaba la ropa y le llenaba de dudas la conciencia al jinete.




(*) Escritor comodorense. Tomado de su libro “Fuego de leña menuda” (Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, 2016).





sábado, 13 de julio de 2019

LA NOTA DE HOY



LOS PRIMEROS EUROPEOS EN LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



En la "Carta de 1502", Américo Vespucio detalla el viaje que efectuó ese año para reconocer el sur del continente que luego llevaría su nombre. Allí dice: “Viajamos tanto por esos mares que entramos en la zona tórrida, y pasamos la línea equinoccial por el lado del austro y del trópico de Capricornio, tanto que el polo del mediodía estaba arriba de mi horizonte 50 grados, y otro tanto con mi latitud de la línea equinoccial”. No menciona en el documento haber bajado en tales parajes; ni tampoco los describe. Sin embargo, Roberto Letellier y otros investigadores sostienen que los datos obtenidos por el navegante fueron volcados en los portulanos de Caverio y Kunstmann II; publicados hacia esa época. En dichos mapas figura el inexistente "Río Cananor", cuyo desemboque ubican en cercanías del actual Camarones. Es decir, que habría sido la expedición de Vespucio la pionera en avistar las costas de la Patagonia.

Pero el honor del primer desembarco en ella corresponde a Hernando de Magallanes. El cronista Antonio Pigafetta deja en su diario una minuciosa relación del territorio que reconocen; como así también del encuentro con los patagones. Este último episodio tiene ribetes literarios. Por un lado, significó la introducción en la Literatura universal del dios patagón Settebos; tomado por Shakespeare, Browning, Conan Doyle y varios autores más. Por otro, muestra la inserción de las letras del mundo en la región; con la asignación del nombre a los pobladores originales en recuerdo al libro de caballería "Primaleón", atribuido a Francisco Vázquez, de 1512. También cabe acotar que el asiento de Pigafetta del 1ro de abril de 1520 referido al arribo a la bahía de San Julián, se considera el texto inicial sobre la geografía y los antiguos habitantes de Santa Cruz. Por ello ese día se celebra el “Día de las Letras Santacruceñas".
Hasta aquí la Historia.
Entrando en un terreno en el cual no existen demasiadas pruebas, hay autores que hablan de la presencia de europeos en estas tierras previo a la aparición de los nautas españoles. Uno de ellos es el escritor Florencio de Basaldúa, sobre quién este blog ya publicó una nota (1). En su libro “Prehistoria e historia de la civilización indígena de América y su destrucción por los bárbaros del este” de 1925, expone la teoría de que América había sido poblada por una raza universal; cuyos últimos representantes eran los vascos en Europa. Apoya su tesis en el parecido de algunos términos del vascuence con la lengua tehuelche.
Una historia más reciente, que dio pié al libro en tono de reportaje “Los Buscadores del Santo Grial en la Argentina” de Hernán Brienza; y a la novela “El secreto de la Patagonia” de Jorge Fouga, habla de la presencia de los Templarios en la meseta de Somuncurá. Sobre este tema, Marc Peresi ha escrito el esclarecedor artículo “¿Templarios en Patagonia?” (2).
Cabe acotar que el advenimiento de europeos en la América Precolombina tiene asidero en los hallazgos hechos en Terranova, que apoyan la idea de la llegada de los vikingos a esas costas. Este hecho aislado tiene cierto tono anecdótico; pues la importancia del descubrimiento en 1492 es que a partir de ese momento se incorpora América al incipiente proceso de globalización, que conforma el mundo actual. La incursión escandinava fue numen para la Literatura. Por ejemplo, en “El príncipe Valiente en el Nuevo Mundo”, uno de los episodios de la historieta que Harold Foster inició en 1937 y editó en forma de libro en la Argentina la colección Robin Hood, el príncipe llegaba al continente americano e interactuaba con los naturales del lugar.
Pero hubo teorías insólitas que creían ver en los primitivos habitantes de América descendientes de griegos, españoles o incluso hebreos. Una de esas corrientes citaba a la Atlántida como origen de esos pueblos. Esto fue descartado por el etnólogo José Imbelloni, quien si bien en su libro "La esfinge indiana" de 1926 admite una corriente pobladora desde la Polinesia, niega en “El libro de las Atlántidas” la otra fabulosa posibilidad. Tal especulación alimenta la trama de la novela "La leyenda de Guagueren", de Fernando Nelson; que fantasea sobre la relación entre la mítica polis y la Patagonia. Es interesante señalar que Imbelloni dedicó una gran parte de sus escritos a la región, con títulos como “Un arma de Oceanía en el Neuquén”, “El toki mágico”, “Fuéguidos y láguidos” y “Los patagones”. Su “Nota sobre los supuestos descubrimientos del doctor J. G. Wolff, en Patagonia”, en tanto, nombra a un explorador que dijo haber encontrado una “ciudad” prehistórica con influencias micénicas en el Lago Cardiel.
No es de extrañar que hayan sido ideas como estas las que inspiraron a Dante Quinterno, en 1936, el origen egipcio de los antepasados del cacique Patoruzú. Tal hipótesis fue tomada en serio por Thor Heyerald, quién, luego de unir en 1947 la costa peruana con la Polinesia en su balsa “Kon Tiki” para demostrar la plausibilidad del poblamiento americano desde Oceanía; en 1970 navegó el Atlántico con la balsa “Ra II”, para apoyar la idea de un cruce desde el país de los Faraones.
Muchas veces estas conjeturas recurren a un creativo discurso. Pero si hay al respecto un relato imaginativo, es el que menciona William Meloch Hughes en su obra "A orillas del río Chubut". Al hablar de los tehuelches, dice: “No soy suficientemente crédulo como para creer en la existencia de indios galeses en el norte del continente americano, descendientes de Madoc Ap Owen Gwynedd y sus acompañantes que zarparon desde Gales en el año 1170 en trece naves de las cuales nunca se supo más nada. Aunque algunos suponen que llegaron a la América, estableciéndose allí. Sí así fuera, estaría propenso a creer que estos tehuelches tienen alguna relación con los mismos. Hay muchos nombres en su idioma que se parecen mucho al galés como Gaiman (Angostura), Llancueco (campamento al lado de un arroyo de agua), Llancueche (nombre de un lago de las montañas) y Coetir (zona arbolada). Pero hay que dejar estas suposiciones, ya que no se puede comprobarlas de ninguna manera”.
La leyenda de Madoc Ap Owen, a quien se señala como integrante de una verdadera dinastía galesa, cobró fuerza a mediados del siglo XVI. Como indica Hughes, algún colono del Norteamérica hizo comentarios sobre pueblos originarios que hablaban galés; conseja que llega a Inglaterra, donde tiene cierta difusión. Sin embargo, ni la figura de príncipe galés ni el relato sobre su viaje aparece en bibliografía alguna anterior a 1492; y la fábula no resulta en modo alguno verosímil.
La Historia documentada, y el estudio de la proto historia y de la prehistoria, hablan del poblamiento inicial de la Patagonia por los seres humanos que durante las glaciaciones migraron desde Asia a América por el estrecho de Bering y siguieron su osada marcha hacia el sur, hasta el fin del mundo; y del reencuentro con sus hermanos que habían quedado en el Viejo Continente, casi 14.000 años después. El resto es terreno de la suposición y de la creación literaria.


(1) Nota de Literasur del 03/11/11 (http://literasur.blogspot.com/2011/11/la-nota-de-hoy_3.html)
(2) Peresi, Marc. “¿Templarios en Patagonia?”. Blog “Evangélicos en Patagonia”. 19/09/2016 (https://patagoniayprotestante.blogspot.com/2016/08/templarios-en-patagonia.html).



sábado, 6 de julio de 2019

EL RELATO DE HOY




ABSOLUTAMENTE OTRO CANTAR


Por Paulo Neo (*)


A mis mejores amigos no los he visto nunca. Raymond Chandler





Muchos dudan de la veracidad de los espectros que habitan el Castillo de Edimburgo, en Escocia. El histórico edificio es una estructura imponente que corona un volcán milenario ya extinto. Una antigua fortaleza militar devenida en sala de exposiciones y museos, pero que guarda en su interior los orígenes de una particular leyenda: la del Gaitero Solitario. La historia dice que por debajo del castillo se extiende una amplia red de túneles que lo conectan con la ciudad. Los nuevos moradores descubrieron aquello y para cerciorarse de su funcionamiento, decidieron enviar a un joven músico, a investigar. El valiente solitario se adentró en las profundidades para nunca más regresar. Y si bien, varias expediciones recorrieron luego los túneles y pasadizos, el cuerpo del gaitero nunca fue encontrado. Cada tanto, se dice, puede escucharse el sonido de una gaita lejana que ejecuta melodías funestas, acordes sombríos que impregnan el castillo en noches aciagas. De todos modos, hay quien afirma haber visto al espectro ingiriendo alguna bebida caliente en un descanso entre sus respectivas guardias nocturnas. Insinuando que se trataría de un simple muchacho provisto de un buen disfraz de época. Resta decir que estas alusiones echan por tierra siglos enteros de tradición fantasmática. Ahora bien, que casualmente a Usted le ofrezcan un tour de dos horas de duración y que asegura un encuentro con El Gaitero Solitario, por apenas unos 15 euros, es sin duda, absolutamente otro cantar. 




(*) Escritor santacruceño. El relato fue tomado de su web literaria (http://www.pauloneo.com/#!/-opinion/).