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miércoles, 30 de diciembre de 2020

EL RELATO DE HOY

 




EL MACACHÍN (*)


Por Kuqui Sánchez





La tierra esponjosa de fines de noviembre en la meseta era el indicador inequívoco de su presencia.


La nieve persistente del invierno había dados sus frutos, y el suelo, con su memoria de siglos, había hecho eclosionar las semillas dormidas que en su seno habitaban. 


Dejó por un momento el sendero de ovejas que conducía a la vertiente y se adentró en el potrero. Con la mirada atenta la buscó. Desechando los alfilerillos, las cola ´e piche y los quilimbay. Estaba convencido de que encontraría una; y después de esa, otras más. Los años de sequía previos habían decretado su ausencia. Pero este año era distinto.


De pronto, como si una fuerza misteriosa le ordenara, giró su cabeza y la vio. Tres pequeños tallos cubiertos de hojitas verde-grisáceas emergían en la inmensidad de la meseta.


La plantita de macachín estaba allí. ¡Estaba!


No dudó ni un instante. Se arrodilló junto a ella y con la arista filosa de una piedra cavó a su alrededor hasta encontrar su dulce fruto. (Ese fruto saciador en las travesías de los antiguos).


Casi con desesperación se llevó el pequeño y jugoso tubérculo a la boca. No porque tuviera sed o necesidad de comida. Tenía necesidad de traer su niñez al presente. Recordar los sabores de la infancia.


Sentado en el suelo, con los ojos cerrados, saboreó esa delicia y se sintió feliz.


Sonreía… y recordaba.


Y los recuerdos trajeron otros recuerdos. Algunos lindos y otros no tanto. Esos que hablaban de ausencias.


Abrió los ojos y se levantó. Retornó al sendero de las ovejas que conducía a la vertiente y ya no buscó más plantitas. El macachín seguía siendo dulce. Algunos recuerdos, no.





(*) Del volumen titulado “Como piedras para flechas” - Ed. grafico - Trelew - octubre de 2020.

domingo, 27 de diciembre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 




¡YO SOY YO!

Por Mónica Avendaño



Sale de la ducha apoyándose en la pierna derecha, toma la toalla y fricciona fuerte cada rincón de su piel. Se detiene en el muslo izquierdo, donde una cicatriz hipertrófica baja desde la ingle hasta la rodilla. Suaviza la presión de la tela sobre el queloide, luego anuda el toallón a su cintura y se para frente al espejo empañado. Como todos los días, antes de limpiarlo escribe “yo soy yo”. Mira fijo, como queriendo grabar la frase en su mente antes de borrarla. Aparece un rostro joven, de ojos profundos y mandíbula fuerte. Recorta la barba y rasura con especial atención una línea blanca en la parte inferior de la pera.  Busca las píldoras en el botiquín y toma dos, convencido de que lo ayudarán a superar el día sin dolor. Escucha gritar “Leo, está el desayuno”. “Ya voy”, responde mientras piensa “¿Cuándo dejará de llamarme Leo? ¡Pobre mamá!”. Se viste con parsimonia. Vuelve a oír su voz “¡Leo, apurate! ¡Vamos a llegar tarde!”. “Es que yo no quiero ir, lo hago por vos”, medita aunque no lo exterioriza. Baja las escaleras con un rengueo casi imperceptible. La pared del pasamanos está cubierta por instantáneas de dos críos, que son el reflejo el uno del otro, y de una niña más pequeña. Se acerca a su madre, la besa y le susurra al oído “Soy Ale, mamá”. Carmen lo mira con ternura y responde “¡Hola cariño! Merlina apenas tomó un café, no nos va a acompañar, dice que no puede perderse la clase de Física ¡justo hoy!, decime… un día que no vaya, ¿qué puede pasar?”. Él sonríe, la Física  es lo que menos le importa a su hermana. “Yo tampoco tengo hambre, solo voy a beber el jugo” le dice sabiendo que viene otra queja: “¡Ah! ¡Por Dios! ¡No pueden vivir del aire! Bueno, voy sacando la camioneta, no quiero que seamos los últimos en llegar. Hoy se cumplen cinco años”. “¡Ay, madrecita!”  “¡Si sabré yo que hoy se cumplen cinco años!”, dice en silencio.

Parten. Carmen conduce. En menos de diez minutos están en el lugar. “Mirá... ya llegaron todos, te dije que era tarde, Leo”, le reprocha.  Hay un tumulto de gente, observa a familiares, amigos, vecinos. Todos con flores en sus manos rodeando el santuario. Los saludan compungidos y muestras de afecto. Dos fotografías presiden la ermita, la de un hombre de mirada dulce, y la de un adolescente. Mientras van dejando las flores en cada una de las imágenes, comienzan los cánticos. Todo su ser se resiste pero, por respeto a su mamá, se acerca a dejar dos calas que alguien puso en su mano. Se agacha sobre el primer retrato y murmura “¡Papá, cuánto te necesito, no sé cómo ayudar a mamá! ¿Podés creer? ¡Me llama Leo!, trato de no contradecirle, sufre tanto, es demasiado  la ausencia de los dos. ¡Dame fuerzas para animarla!”. Luego se inclina hacia la otra imagen, y un movimiento involuntario lo sacude, un sonido gutural atraviesa su garganta; logra sacarlo con un grito desgarrador que conmueve a todos y explota: “¿Por qué está mi fotografía? ¡Mamaaaaaaaá! ¡Basta! ¡No soporto más! ¡Yo soy Alejandro! ¡Estoy vivo!

Carmen no puede retener las lágrimas, su rostro refleja un sufrimiento insoportable, y cuenta con congoja: “no sé qué hacer, me siento impotente. Vengo con la esperanza de que este lugar lo traiga a la realidad. Ha adoptado todos los hábitos de Ale, bebe jugo como lo hacía él, se deja la barba y rasura solo una línea para crear la cicatriz que tenía su hermano. He consultado miles de profesionales, lo he llevado a grupos de autoayuda, pero nadie logra que asuma que fue su gemelo quién murió en el accidente”. 

Mientras, Leo sigue llorando sin consuelo y de rodillas frente a las imágenes. Su cerebro no lo quiere procesar, pero su corazón sí conoce la verdad.




 



lunes, 21 de diciembre de 2020

EL POEMA DE HOY

 UN BELLO SONETO:






LOS VERSOS QUE ME DUELEN


Por María Julia Alemán de Brand




Y aquí vuelvo a la tierra, a mi nodriza,

a beber de su fuente inspiradora,

a escuchar de sus vientos la sonora,

la silvestre canción asustadiza.


Y vuelvo, vez a vez, porque me hechiza

su agreste soledad, su luz pintora…

Vuelvo en verso a la tierra, sabedora

que él me salva de ser solo ceniza.


Y volver. Siempre volver. Que en cada poema,

en cada verso mío que se nombre,

en él pueda volver, fiel a mi tema…


Por eso vuelvo siempre. No se asombre

que lleve tan adentro como emblema

ambos temas que canto: tierra y hombre.


viernes, 18 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 



“MEMORIAS DE MI VIDA EN PUERTO MADRYN Y TRELEW”, DE ANDRÉS A. RUSSO (*)




La biografía fue uno de los primeros géneros literarios. Sus antecedentes se hunden en la noche de los tiempos, ya que comenzó con la tradición oral —los relatos de vida de los héroes, de los guerreros y los santos— y más tarde, a través de la forma escrita, también se popularizó en una de sus expresiones más difundidas: la autobiografía.


Este género se concreta de diversos modos, como el diario personal o la forma epistolar, pero su formato mas difundido son las “memorias”, consistentes en la narración de la propia vida o de algunos tramos de ella por parte del autor.


En esta modalidad, el aspecto puramente literario pasa a un segundo plano. El lector no exigirá grandes virtudes estilísticas ni floreos retóricos: su interés estará centrado por completo en el contenido fáctico. Los seres humanos somos curiosos por naturaleza, y las memorias nos abren una puerta hacia la intimidad de un individuo, nos permiten “visitar” esa especie de “museo interior” donde el autor conserva sus reliquias vitales, el conjunto de anécdotas, episodios, experiencias y secretos que fueron entretejiendo su existencia.


A veces creemos conocer muy bien a alguien con quien mantenemos trato habitual desde hace mucho tiempo. Sin embargo, ese conocimiento suele ser mucho más superficial de lo que pensamos. Seguramente nos falta información sobre ciertos aspectos esenciales en el desarrollo de su personalidad: ¿cómo fue su niñez? ¿Quiénes eran sus padres, qué hacían? ¿Qué alegrías y qué desgracias marcaron su vida? ¿Qué desafíos debió afrontar? ¿Cuáles son sus mejores y sus peores recuerdos? Por más amigos o conocidos que seamos de ciertas personas, es probable que ignoremos las respuestas a muchos de esos interrogantes.


Andrés Russo es un hombre muy popular y goza de un gran aprecio por parte de la comunidad. ¿Quién no lo conoce? Su estilo franco y cordial, su buen talante, su manera práctica y sencilla de resolver las cosas, hacen de él una persona con la que da gusto tener trato. Además, es un empresario nato, con una trayectoria descollante en el mundo de los negocios. A no dudarlo, su nombre está ligado a buena parte de la historia del desarrollo comercial e industrial de Trelew y su zona de influencia.


Y bien: en este libro Andrés nos abre de par en par las puertas de su intimidad personal para recorrer juntos, de la mano de sus recuerdos, un pasado rico en experiencias de toda clase. A través de sus páginas conoceremos a Rosa y a Vito, sus padres, y a sus abuelos Juan y Colomba, esa familia “tana” de pescadores radicada en Puerto Madryn; una etapa de privaciones económicas y a la vez tan pródiga en experiencias vitales. Allí desfilarán las remembranzas de una niñez con dolores y alegrías, con aprendizajes precoces para sobrevivir y superar escollos, o compartiendo momentos inolvidables con esos amigos que son “para siempre”…


Y esa es apenas la introducción, el comienzo de una historia colmada de hechos y sucesos emotivos, una secuencia fascinante a través de la cual veremos cómo aquel niño, el voluntarioso que después del horario escolar salía a hacer tareas de reparto para ganar sus primeras monedas, llegó a convertirse en el comerciante y empresario próspero que hoy conocemos.


Siempre se ha dicho que los libros no deben ser contados. Nada supera el placer de leerlos, de entrar en esa especie de “trance hipnótico” que produce un texto cuando captura toda nuestra atención. Las memorias de Russo tienen esa característica: comienzan con los avatares del nacimiento de un bebé inmenso —el autor, de 5,400 kg, que así arrancó, siendo noticia en todo el pueblo— y a partir de allí no hay manera de abandonar el libro hasta la página final.


Al leerlo, mientras compartimos esa evocación personal, estaremos aprendiendo lecciones de vida, de cómo se puede progresar a fuerza de constancia, de trabajo y sacrificio; de lo importante que es una conducta coherente; el valor de la palabra, el encanto de los desafíos, la visión empresaria hecha realidad. Y también comprenderemos las enseñanzas insustituibles que brinda la experiencia, la importancia de saber sobreponerse a los contratiempos y los traspiés.


Es un texto que a cada párrafo despierta una sonrisa, una emoción, una sorpresa. Es un culto a la amistad, al trabajo, a la perseverancia. Un canto a la vida interpretado por este joven de 83 años, que aún tiene muchas cosas para compartir con quienes lo conocemos hace tantos años y le guardamos un profundo afecto.



C.D.F.



(*) Impreso en los talleres de grafico, A.P. Bell 784 - Trelew (Chubut), octubre de 2020.

martes, 8 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 



“COMO PIEDRAS PARA FLECHAS”, DE KUQUI SÁNCHEZ (*)



Hay textos que tienen la extraordinaria virtud de situarnos de inmediato en los escenarios descriptos. Este fenómeno suele producirse cuando, por diversos factores, nuestras propias experiencias se relacionan con las imágenes y los hechos relatados por el autor y nos hacen “revivir” aquellas sensaciones del pasado.


Es entonces cuando se produce esa mágica conexión entre el texto y nuestra memoria emotiva, un proceso que se traduce en un éxtasis placentero.


Ese regocijo me hizo demorar el avance de lectura, dosificarlo noche a noche, a conciencia de que su duración estaría limitada a un centenar de páginas. ¡Era tan lindo apagar la luz para seguir contagiado de las frescas impresiones campestres!


Si tuviera que sintetizar los elementos esenciales de la obra elegiría estas palabras: bellas añoranzas, lirismo bucólico, gratitud, amor profundo.


Las añoranzas se despiertan en la voz del autor a cada paso de su recorrido por los parajes mesetarios, y tiene una lógica razón de ser: Kuqui vivió una buena etapa de su infancia en el campo, y es sabido que las experiencias infantiles conectadas con el ambiente y el paisaje circundantes nos marcan de por vida.


Él mismo lo confiesa en el prólogo, al describir la meseta, su extensión, sus silencios, su gente, para agregar: “Es hermoso tener todo eso en la memoria. Pero no es bueno. Lo bueno es compartirlo”.


A partir de allí empiezan a desgranarse los recuerdos que han ido tejiendo su red de nostalgias: el niño que camina por la meseta, que se deja encantar por las piedras de colores, que busca macachines y los extrae para deleitarse con su dulzor terroso; que se lastima ocasionalmente con la espina de un algarrobo, que descubre rastros reveladores e inquietantes sobre el suelo, que disfruta el frescor del agua al bañarse en una vertiente; el chico que contempla los componentes de un recado con curiosidad infantil y una atención tan profunda que le permitirá describirlo muchos años más tarde con todo detalle, como si lo estuviera viendo.


El lirismo bucólico atraviesa toda la obra, tan rica en sensaciones campesinas, y encuentra su mayor intensidad en las descripciones de escenas vinculadas a la vida rural: una rastra cargada de alfalfa y tirada por tres percherones, el jinete que se aleja esquivando jarillas y molles, el arroyo flanqueado de cortaderas y pajonales, la caída del sol sobre los labradíos, “el aroma del duraznillo, del molle o la jarilla mojada”, “la sombra fresca y dulce del eucalipto”… Solo quien ha experimentado esas vivencias y las ha hecho propias puede lograr transmitirnos su textura poética de una manera tan expresiva, como lo hace el autor en estas semblanzas.


La gratitud y el amor profundo van de la mano a lo largo de toda la obra. Kuqui nunca dejó de pertenecer espiritualmente a esa dimensión geográfica y pastoril, aun cuando su actividad lo llevó a radicarse en la ciudad. Está claro que sus ojos están ahítos de distancia, que su alma busca refugiarse con frecuencia en la soledad compañera y el expresivo mutismo de la gran planicie chubutense. Porque allí, aunque suene a paradoja, estar solo y en silencio es estar bien acompañado cuando nuestro corazón pide una tregua, un resuello que nos rescate del bullicio urbano; o del dolor, de la desazón y las penas.


Allí están las figuras queridas, los viejos pobladores que lo recibirán con un abrazo y unos buenos mates con tortas fritas o un ocasional asado. Allí estará la charla colmada de remembranzas, y también la evocación de los que ya partieron de la vieja querencia para reposar en los campos altos y serenos del cielo.


Y allí va, entonces, cada tanto, al interior profundo, don Jorge Horacio Sánchez, acompañado por sus seres queridos, como si viajaran a través del tiempo para volver a la vieja casa, al galpón abandonado, a la solitaria escuelita rural. Va en misión de buenos oficios, lleno de afecto y agradecimiento. ¿Qué otra cosa ha de esperarse de un hombre tan noble y tan bueno?


Podría contar muchos más detalles de la obra, pero sería injusto quitarle a los lectores el placer de descubrirlos por sus propios medios.


Francamente, fue un gran deleite leer este libro de un amigo al que quiero tanto y que tiene tan “buena letra”. Y eso que Kuqui, con su proverbial humildad, pretende advertirnos desde el prólogo con una frase inicial: “no soy escritor”… 


Tal vez quiso decirnos que no se dedica a escribir a tiempo completo, pero cuando siente la necesidad de hacerlo…, ¡ah, mi amigo! ¡Qué pluma decidora y sensible! ¡Cuántas emociones logra transmitir!


Muchas gracias por este rico aporte a la literatura patagónica. 


¡No se lo pierdan! Yo sé lo que les digo.


C.D.F.



(*) “Como piedras para flechas”, de Kuqui Sánchez. 20/10/2020. Ed. gráfico - A.P. Bell 784 - Trelew (Chubut).

martes, 1 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 




“EL SENTIDO DEL HUMOR, LO CÓMICO, LA RISA” (*)


Por Efrén Juan Ulla





Cada tanto tenemos la dicha de recibir libros escritos por buenos amigos; obras que, además de solazarnos y alegrarnos la vida, pintan a sus autores de cuerpo entero.


Uno de los más recientes, titulado “El sentido del humor, lo cómico, la risa”, de Efrén Juan Ulla, lleva un subtítulo sugestivo: “Ensayo en serio”. Este guiño del autor tiene la doble intención de arrancarnos una sonrisa inicial y, al propio tiempo, advertirnos que el tema tratado en el libro ha sido objeto de un análisis profundo y responsable.


Claro está que tomar el humor con “seriedad” plantea desde ya una auténtica paradoja, al conjugar dos ideas contrapuestas. Sin embargo, la realidad demuestra que el humor es un fenómeno extraordinariamente intrincado, cargado de matices, de complejidades psicológicas, de implicancias personales, sociales y políticas. Y como tal, es digno de la mayor consideración y estudio.


En sus 16 capítulos, la obra aborda la cuestión desde diversos enfoques. 


En primer lugar, el autor nos sitúa frente al gran interrogante: ¿qué es el “sentido del humor”, esa particularidad de los seres humanos que despertó la curiosidad y la atención desde los antiguos griegos hasta nuestros días?


Para comenzar, es un ingrediente inseparable del pensamiento: “no hay humor sin pensamiento”, nos recuerda Ulla, con cita de Silvia Hernández Muñoz. A partir de allí, comienza un recorrido por los ingredientes que componen esa pulsión espontánea del ser humano: desde la  amabilidad y la “emoción positiva”, pasando por su empleo como “herramienta punzante y crítica” hasta detenerse en sus expresiones más virtuosas, como una manifestación de sabiduría, de madurez y serenidad frente a las contingencias de la vida.


En los capítulos siguientes se analiza el humor como componente psicológico de las diversas personalidades o de las actitudes propias de los individuos: el optimismo, la bonhomía, las relaciones interpersonales, el recurso del “chiste”. Enumera luego y describe los distintos tipos de humor: “blanco”, “seco”, “verde”, “satírico”, “sarcástico”, “absurdo", “crudo”, “grotesco”, “negro”, “hacker” y “necio”, cada uno con características típicas y diferenciales.


A medida que el texto avanza, profundiza cada vez más la exploración de las raíces que conforman la naturaleza del humor, repasando las diversas teorías, desde los griegos antiguos (“Teoría de la superioridad”) pasando por Freud (“Teoría de la descarga”), por Schopenhauer (“Teoría de la incongruencia”) hasta las más modernas: teoría de la jerarquía, teoría correctiva, teoría de la creatividad y expresión del ingenio, teoría de la ambivalencia, teoría de la liberación y otras que combinan algunos de esos factores.


Sería largo de enumerar la multiplicidad de enfoques que contiene esta obra: la comicidad y sus recursos, la risa como manifestación emocional en sus diversas variantes, con profusas citas de especialistas y pensadores que, desde antaño, han prestado mucha atención a este fenómeno inescindible de la naturaleza humana.


Y para quienes conocemos a Efrén, en este nuevo libro no podía faltar lo que siempre ha acompañado a todos sus textos: los retruécanos, los chistes, las ocurrencias disparatadas y a la vez geniales. Es un texto fresco, vibrante, jocoso; da gusto leerlo.


Así, con el estilo tan particular que lo caracteriza, con sus salidas repentinas e hilarantes, Efrén Ulla tuvo esta vez la feliz idea de  escribir un cuidado ensayo para recordarnos que, después de todo, el humor es algo tan importante, tan imprescindible, que merece ser tomado muy en serio.





(*) 1era. edición - ISBN 978-987-677-279-2 - 131 páginas - Rosario, Laborde Libros Editor, 2020.



C.D.F.