PROHIBIDO
Por Ada Ortiz Ochoa (*)
Por Ada Ortiz Ochoa (*)
La tarde a la hora de la siesta con tiempo disponible, me da la libertad necesaria.
Silenciosa como es mi costumbre, me encamino al encuentro con él.
Cumplo con todos los ritos previos al placer, mejor dicho, me dejo llevar por el hábito de hacerlo...siempre preparada para esta cita a la que me siento obligada.
Muchas veces intenté dejarlo, es dañino para mí.
Personas sensatas me previnieron en contra de él.
No hubo caso, a nadie quise escuchar.
Sacudo la cabeza, resignada, aceptando con una sonrisa este fatalismo y elijo para el excitante momento, un lugar en la semipenumbra.
Él y yo. Juntos.
Como un anticipo, siento en mi mano el calor de él.
El deleite fue sin igual y se prolongó durante un largo tiempo. Ya totalmente sometida, rememoré ¿cuántos años tenía cuando furtivamente me encontré con él, por primera vez a solas?
Porque había sido precoz.
Aprendí a gustarlo golosamente a la edad de ocho años. Espiaba los movimientos de mis padres y hermanos.
Hasta de mi abuela me cuidé. Fui astuta y nunca me sorprendieron.
Me encantó disfrutar de lo prohibido.
Sonrío. Ahora con muchos años a cuesta y con hijos casados... me he quedado sola.
Pero la presencia cálida de él, estuvo y está permanente, para hacerme menos duros los inviernos y más frescos los veranos, aunque nuestros encuentros sean esporádicos y fugaces.
Ahora, si la vejez me doblegara, seguiría siempre acudiendo a él.
Respondiendo a su llamado. Buscando el placer del mate.
(*) Escritora de Sierra Grande.
Silenciosa como es mi costumbre, me encamino al encuentro con él.
Cumplo con todos los ritos previos al placer, mejor dicho, me dejo llevar por el hábito de hacerlo...siempre preparada para esta cita a la que me siento obligada.
Muchas veces intenté dejarlo, es dañino para mí.
Personas sensatas me previnieron en contra de él.
No hubo caso, a nadie quise escuchar.
Sacudo la cabeza, resignada, aceptando con una sonrisa este fatalismo y elijo para el excitante momento, un lugar en la semipenumbra.
Él y yo. Juntos.
Como un anticipo, siento en mi mano el calor de él.
El deleite fue sin igual y se prolongó durante un largo tiempo. Ya totalmente sometida, rememoré ¿cuántos años tenía cuando furtivamente me encontré con él, por primera vez a solas?
Porque había sido precoz.
Aprendí a gustarlo golosamente a la edad de ocho años. Espiaba los movimientos de mis padres y hermanos.
Hasta de mi abuela me cuidé. Fui astuta y nunca me sorprendieron.
Me encantó disfrutar de lo prohibido.
Sonrío. Ahora con muchos años a cuesta y con hijos casados... me he quedado sola.
Pero la presencia cálida de él, estuvo y está permanente, para hacerme menos duros los inviernos y más frescos los veranos, aunque nuestros encuentros sean esporádicos y fugaces.
Ahora, si la vejez me doblegara, seguiría siempre acudiendo a él.
Respondiendo a su llamado. Buscando el placer del mate.
(*) Escritora de Sierra Grande.
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