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miércoles, 30 de diciembre de 2020

EL RELATO DE HOY

 




EL MACACHÍN (*)


Por Kuqui Sánchez





La tierra esponjosa de fines de noviembre en la meseta era el indicador inequívoco de su presencia.


La nieve persistente del invierno había dados sus frutos, y el suelo, con su memoria de siglos, había hecho eclosionar las semillas dormidas que en su seno habitaban. 


Dejó por un momento el sendero de ovejas que conducía a la vertiente y se adentró en el potrero. Con la mirada atenta la buscó. Desechando los alfilerillos, las cola ´e piche y los quilimbay. Estaba convencido de que encontraría una; y después de esa, otras más. Los años de sequía previos habían decretado su ausencia. Pero este año era distinto.


De pronto, como si una fuerza misteriosa le ordenara, giró su cabeza y la vio. Tres pequeños tallos cubiertos de hojitas verde-grisáceas emergían en la inmensidad de la meseta.


La plantita de macachín estaba allí. ¡Estaba!


No dudó ni un instante. Se arrodilló junto a ella y con la arista filosa de una piedra cavó a su alrededor hasta encontrar su dulce fruto. (Ese fruto saciador en las travesías de los antiguos).


Casi con desesperación se llevó el pequeño y jugoso tubérculo a la boca. No porque tuviera sed o necesidad de comida. Tenía necesidad de traer su niñez al presente. Recordar los sabores de la infancia.


Sentado en el suelo, con los ojos cerrados, saboreó esa delicia y se sintió feliz.


Sonreía… y recordaba.


Y los recuerdos trajeron otros recuerdos. Algunos lindos y otros no tanto. Esos que hablaban de ausencias.


Abrió los ojos y se levantó. Retornó al sendero de las ovejas que conducía a la vertiente y ya no buscó más plantitas. El macachín seguía siendo dulce. Algunos recuerdos, no.





(*) Del volumen titulado “Como piedras para flechas” - Ed. grafico - Trelew - octubre de 2020.

domingo, 27 de diciembre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 




¡YO SOY YO!

Por Mónica Avendaño



Sale de la ducha apoyándose en la pierna derecha, toma la toalla y fricciona fuerte cada rincón de su piel. Se detiene en el muslo izquierdo, donde una cicatriz hipertrófica baja desde la ingle hasta la rodilla. Suaviza la presión de la tela sobre el queloide, luego anuda el toallón a su cintura y se para frente al espejo empañado. Como todos los días, antes de limpiarlo escribe “yo soy yo”. Mira fijo, como queriendo grabar la frase en su mente antes de borrarla. Aparece un rostro joven, de ojos profundos y mandíbula fuerte. Recorta la barba y rasura con especial atención una línea blanca en la parte inferior de la pera.  Busca las píldoras en el botiquín y toma dos, convencido de que lo ayudarán a superar el día sin dolor. Escucha gritar “Leo, está el desayuno”. “Ya voy”, responde mientras piensa “¿Cuándo dejará de llamarme Leo? ¡Pobre mamá!”. Se viste con parsimonia. Vuelve a oír su voz “¡Leo, apurate! ¡Vamos a llegar tarde!”. “Es que yo no quiero ir, lo hago por vos”, medita aunque no lo exterioriza. Baja las escaleras con un rengueo casi imperceptible. La pared del pasamanos está cubierta por instantáneas de dos críos, que son el reflejo el uno del otro, y de una niña más pequeña. Se acerca a su madre, la besa y le susurra al oído “Soy Ale, mamá”. Carmen lo mira con ternura y responde “¡Hola cariño! Merlina apenas tomó un café, no nos va a acompañar, dice que no puede perderse la clase de Física ¡justo hoy!, decime… un día que no vaya, ¿qué puede pasar?”. Él sonríe, la Física  es lo que menos le importa a su hermana. “Yo tampoco tengo hambre, solo voy a beber el jugo” le dice sabiendo que viene otra queja: “¡Ah! ¡Por Dios! ¡No pueden vivir del aire! Bueno, voy sacando la camioneta, no quiero que seamos los últimos en llegar. Hoy se cumplen cinco años”. “¡Ay, madrecita!”  “¡Si sabré yo que hoy se cumplen cinco años!”, dice en silencio.

Parten. Carmen conduce. En menos de diez minutos están en el lugar. “Mirá... ya llegaron todos, te dije que era tarde, Leo”, le reprocha.  Hay un tumulto de gente, observa a familiares, amigos, vecinos. Todos con flores en sus manos rodeando el santuario. Los saludan compungidos y muestras de afecto. Dos fotografías presiden la ermita, la de un hombre de mirada dulce, y la de un adolescente. Mientras van dejando las flores en cada una de las imágenes, comienzan los cánticos. Todo su ser se resiste pero, por respeto a su mamá, se acerca a dejar dos calas que alguien puso en su mano. Se agacha sobre el primer retrato y murmura “¡Papá, cuánto te necesito, no sé cómo ayudar a mamá! ¿Podés creer? ¡Me llama Leo!, trato de no contradecirle, sufre tanto, es demasiado  la ausencia de los dos. ¡Dame fuerzas para animarla!”. Luego se inclina hacia la otra imagen, y un movimiento involuntario lo sacude, un sonido gutural atraviesa su garganta; logra sacarlo con un grito desgarrador que conmueve a todos y explota: “¿Por qué está mi fotografía? ¡Mamaaaaaaaá! ¡Basta! ¡No soporto más! ¡Yo soy Alejandro! ¡Estoy vivo!

Carmen no puede retener las lágrimas, su rostro refleja un sufrimiento insoportable, y cuenta con congoja: “no sé qué hacer, me siento impotente. Vengo con la esperanza de que este lugar lo traiga a la realidad. Ha adoptado todos los hábitos de Ale, bebe jugo como lo hacía él, se deja la barba y rasura solo una línea para crear la cicatriz que tenía su hermano. He consultado miles de profesionales, lo he llevado a grupos de autoayuda, pero nadie logra que asuma que fue su gemelo quién murió en el accidente”. 

Mientras, Leo sigue llorando sin consuelo y de rodillas frente a las imágenes. Su cerebro no lo quiere procesar, pero su corazón sí conoce la verdad.




 



lunes, 21 de diciembre de 2020

EL POEMA DE HOY

 UN BELLO SONETO:






LOS VERSOS QUE ME DUELEN


Por María Julia Alemán de Brand




Y aquí vuelvo a la tierra, a mi nodriza,

a beber de su fuente inspiradora,

a escuchar de sus vientos la sonora,

la silvestre canción asustadiza.


Y vuelvo, vez a vez, porque me hechiza

su agreste soledad, su luz pintora…

Vuelvo en verso a la tierra, sabedora

que él me salva de ser solo ceniza.


Y volver. Siempre volver. Que en cada poema,

en cada verso mío que se nombre,

en él pueda volver, fiel a mi tema…


Por eso vuelvo siempre. No se asombre

que lleve tan adentro como emblema

ambos temas que canto: tierra y hombre.


viernes, 18 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 



“MEMORIAS DE MI VIDA EN PUERTO MADRYN Y TRELEW”, DE ANDRÉS A. RUSSO (*)




La biografía fue uno de los primeros géneros literarios. Sus antecedentes se hunden en la noche de los tiempos, ya que comenzó con la tradición oral —los relatos de vida de los héroes, de los guerreros y los santos— y más tarde, a través de la forma escrita, también se popularizó en una de sus expresiones más difundidas: la autobiografía.


Este género se concreta de diversos modos, como el diario personal o la forma epistolar, pero su formato mas difundido son las “memorias”, consistentes en la narración de la propia vida o de algunos tramos de ella por parte del autor.


En esta modalidad, el aspecto puramente literario pasa a un segundo plano. El lector no exigirá grandes virtudes estilísticas ni floreos retóricos: su interés estará centrado por completo en el contenido fáctico. Los seres humanos somos curiosos por naturaleza, y las memorias nos abren una puerta hacia la intimidad de un individuo, nos permiten “visitar” esa especie de “museo interior” donde el autor conserva sus reliquias vitales, el conjunto de anécdotas, episodios, experiencias y secretos que fueron entretejiendo su existencia.


A veces creemos conocer muy bien a alguien con quien mantenemos trato habitual desde hace mucho tiempo. Sin embargo, ese conocimiento suele ser mucho más superficial de lo que pensamos. Seguramente nos falta información sobre ciertos aspectos esenciales en el desarrollo de su personalidad: ¿cómo fue su niñez? ¿Quiénes eran sus padres, qué hacían? ¿Qué alegrías y qué desgracias marcaron su vida? ¿Qué desafíos debió afrontar? ¿Cuáles son sus mejores y sus peores recuerdos? Por más amigos o conocidos que seamos de ciertas personas, es probable que ignoremos las respuestas a muchos de esos interrogantes.


Andrés Russo es un hombre muy popular y goza de un gran aprecio por parte de la comunidad. ¿Quién no lo conoce? Su estilo franco y cordial, su buen talante, su manera práctica y sencilla de resolver las cosas, hacen de él una persona con la que da gusto tener trato. Además, es un empresario nato, con una trayectoria descollante en el mundo de los negocios. A no dudarlo, su nombre está ligado a buena parte de la historia del desarrollo comercial e industrial de Trelew y su zona de influencia.


Y bien: en este libro Andrés nos abre de par en par las puertas de su intimidad personal para recorrer juntos, de la mano de sus recuerdos, un pasado rico en experiencias de toda clase. A través de sus páginas conoceremos a Rosa y a Vito, sus padres, y a sus abuelos Juan y Colomba, esa familia “tana” de pescadores radicada en Puerto Madryn; una etapa de privaciones económicas y a la vez tan pródiga en experiencias vitales. Allí desfilarán las remembranzas de una niñez con dolores y alegrías, con aprendizajes precoces para sobrevivir y superar escollos, o compartiendo momentos inolvidables con esos amigos que son “para siempre”…


Y esa es apenas la introducción, el comienzo de una historia colmada de hechos y sucesos emotivos, una secuencia fascinante a través de la cual veremos cómo aquel niño, el voluntarioso que después del horario escolar salía a hacer tareas de reparto para ganar sus primeras monedas, llegó a convertirse en el comerciante y empresario próspero que hoy conocemos.


Siempre se ha dicho que los libros no deben ser contados. Nada supera el placer de leerlos, de entrar en esa especie de “trance hipnótico” que produce un texto cuando captura toda nuestra atención. Las memorias de Russo tienen esa característica: comienzan con los avatares del nacimiento de un bebé inmenso —el autor, de 5,400 kg, que así arrancó, siendo noticia en todo el pueblo— y a partir de allí no hay manera de abandonar el libro hasta la página final.


Al leerlo, mientras compartimos esa evocación personal, estaremos aprendiendo lecciones de vida, de cómo se puede progresar a fuerza de constancia, de trabajo y sacrificio; de lo importante que es una conducta coherente; el valor de la palabra, el encanto de los desafíos, la visión empresaria hecha realidad. Y también comprenderemos las enseñanzas insustituibles que brinda la experiencia, la importancia de saber sobreponerse a los contratiempos y los traspiés.


Es un texto que a cada párrafo despierta una sonrisa, una emoción, una sorpresa. Es un culto a la amistad, al trabajo, a la perseverancia. Un canto a la vida interpretado por este joven de 83 años, que aún tiene muchas cosas para compartir con quienes lo conocemos hace tantos años y le guardamos un profundo afecto.



C.D.F.



(*) Impreso en los talleres de grafico, A.P. Bell 784 - Trelew (Chubut), octubre de 2020.

martes, 8 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 



“COMO PIEDRAS PARA FLECHAS”, DE KUQUI SÁNCHEZ (*)



Hay textos que tienen la extraordinaria virtud de situarnos de inmediato en los escenarios descriptos. Este fenómeno suele producirse cuando, por diversos factores, nuestras propias experiencias se relacionan con las imágenes y los hechos relatados por el autor y nos hacen “revivir” aquellas sensaciones del pasado.


Es entonces cuando se produce esa mágica conexión entre el texto y nuestra memoria emotiva, un proceso que se traduce en un éxtasis placentero.


Ese regocijo me hizo demorar el avance de lectura, dosificarlo noche a noche, a conciencia de que su duración estaría limitada a un centenar de páginas. ¡Era tan lindo apagar la luz para seguir contagiado de las frescas impresiones campestres!


Si tuviera que sintetizar los elementos esenciales de la obra elegiría estas palabras: bellas añoranzas, lirismo bucólico, gratitud, amor profundo.


Las añoranzas se despiertan en la voz del autor a cada paso de su recorrido por los parajes mesetarios, y tiene una lógica razón de ser: Kuqui vivió una buena etapa de su infancia en el campo, y es sabido que las experiencias infantiles conectadas con el ambiente y el paisaje circundantes nos marcan de por vida.


Él mismo lo confiesa en el prólogo, al describir la meseta, su extensión, sus silencios, su gente, para agregar: “Es hermoso tener todo eso en la memoria. Pero no es bueno. Lo bueno es compartirlo”.


A partir de allí empiezan a desgranarse los recuerdos que han ido tejiendo su red de nostalgias: el niño que camina por la meseta, que se deja encantar por las piedras de colores, que busca macachines y los extrae para deleitarse con su dulzor terroso; que se lastima ocasionalmente con la espina de un algarrobo, que descubre rastros reveladores e inquietantes sobre el suelo, que disfruta el frescor del agua al bañarse en una vertiente; el chico que contempla los componentes de un recado con curiosidad infantil y una atención tan profunda que le permitirá describirlo muchos años más tarde con todo detalle, como si lo estuviera viendo.


El lirismo bucólico atraviesa toda la obra, tan rica en sensaciones campesinas, y encuentra su mayor intensidad en las descripciones de escenas vinculadas a la vida rural: una rastra cargada de alfalfa y tirada por tres percherones, el jinete que se aleja esquivando jarillas y molles, el arroyo flanqueado de cortaderas y pajonales, la caída del sol sobre los labradíos, “el aroma del duraznillo, del molle o la jarilla mojada”, “la sombra fresca y dulce del eucalipto”… Solo quien ha experimentado esas vivencias y las ha hecho propias puede lograr transmitirnos su textura poética de una manera tan expresiva, como lo hace el autor en estas semblanzas.


La gratitud y el amor profundo van de la mano a lo largo de toda la obra. Kuqui nunca dejó de pertenecer espiritualmente a esa dimensión geográfica y pastoril, aun cuando su actividad lo llevó a radicarse en la ciudad. Está claro que sus ojos están ahítos de distancia, que su alma busca refugiarse con frecuencia en la soledad compañera y el expresivo mutismo de la gran planicie chubutense. Porque allí, aunque suene a paradoja, estar solo y en silencio es estar bien acompañado cuando nuestro corazón pide una tregua, un resuello que nos rescate del bullicio urbano; o del dolor, de la desazón y las penas.


Allí están las figuras queridas, los viejos pobladores que lo recibirán con un abrazo y unos buenos mates con tortas fritas o un ocasional asado. Allí estará la charla colmada de remembranzas, y también la evocación de los que ya partieron de la vieja querencia para reposar en los campos altos y serenos del cielo.


Y allí va, entonces, cada tanto, al interior profundo, don Jorge Horacio Sánchez, acompañado por sus seres queridos, como si viajaran a través del tiempo para volver a la vieja casa, al galpón abandonado, a la solitaria escuelita rural. Va en misión de buenos oficios, lleno de afecto y agradecimiento. ¿Qué otra cosa ha de esperarse de un hombre tan noble y tan bueno?


Podría contar muchos más detalles de la obra, pero sería injusto quitarle a los lectores el placer de descubrirlos por sus propios medios.


Francamente, fue un gran deleite leer este libro de un amigo al que quiero tanto y que tiene tan “buena letra”. Y eso que Kuqui, con su proverbial humildad, pretende advertirnos desde el prólogo con una frase inicial: “no soy escritor”… 


Tal vez quiso decirnos que no se dedica a escribir a tiempo completo, pero cuando siente la necesidad de hacerlo…, ¡ah, mi amigo! ¡Qué pluma decidora y sensible! ¡Cuántas emociones logra transmitir!


Muchas gracias por este rico aporte a la literatura patagónica. 


¡No se lo pierdan! Yo sé lo que les digo.


C.D.F.



(*) “Como piedras para flechas”, de Kuqui Sánchez. 20/10/2020. Ed. gráfico - A.P. Bell 784 - Trelew (Chubut).

martes, 1 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 




“EL SENTIDO DEL HUMOR, LO CÓMICO, LA RISA” (*)


Por Efrén Juan Ulla





Cada tanto tenemos la dicha de recibir libros escritos por buenos amigos; obras que, además de solazarnos y alegrarnos la vida, pintan a sus autores de cuerpo entero.


Uno de los más recientes, titulado “El sentido del humor, lo cómico, la risa”, de Efrén Juan Ulla, lleva un subtítulo sugestivo: “Ensayo en serio”. Este guiño del autor tiene la doble intención de arrancarnos una sonrisa inicial y, al propio tiempo, advertirnos que el tema tratado en el libro ha sido objeto de un análisis profundo y responsable.


Claro está que tomar el humor con “seriedad” plantea desde ya una auténtica paradoja, al conjugar dos ideas contrapuestas. Sin embargo, la realidad demuestra que el humor es un fenómeno extraordinariamente intrincado, cargado de matices, de complejidades psicológicas, de implicancias personales, sociales y políticas. Y como tal, es digno de la mayor consideración y estudio.


En sus 16 capítulos, la obra aborda la cuestión desde diversos enfoques. 


En primer lugar, el autor nos sitúa frente al gran interrogante: ¿qué es el “sentido del humor”, esa particularidad de los seres humanos que despertó la curiosidad y la atención desde los antiguos griegos hasta nuestros días?


Para comenzar, es un ingrediente inseparable del pensamiento: “no hay humor sin pensamiento”, nos recuerda Ulla, con cita de Silvia Hernández Muñoz. A partir de allí, comienza un recorrido por los ingredientes que componen esa pulsión espontánea del ser humano: desde la  amabilidad y la “emoción positiva”, pasando por su empleo como “herramienta punzante y crítica” hasta detenerse en sus expresiones más virtuosas, como una manifestación de sabiduría, de madurez y serenidad frente a las contingencias de la vida.


En los capítulos siguientes se analiza el humor como componente psicológico de las diversas personalidades o de las actitudes propias de los individuos: el optimismo, la bonhomía, las relaciones interpersonales, el recurso del “chiste”. Enumera luego y describe los distintos tipos de humor: “blanco”, “seco”, “verde”, “satírico”, “sarcástico”, “absurdo", “crudo”, “grotesco”, “negro”, “hacker” y “necio”, cada uno con características típicas y diferenciales.


A medida que el texto avanza, profundiza cada vez más la exploración de las raíces que conforman la naturaleza del humor, repasando las diversas teorías, desde los griegos antiguos (“Teoría de la superioridad”) pasando por Freud (“Teoría de la descarga”), por Schopenhauer (“Teoría de la incongruencia”) hasta las más modernas: teoría de la jerarquía, teoría correctiva, teoría de la creatividad y expresión del ingenio, teoría de la ambivalencia, teoría de la liberación y otras que combinan algunos de esos factores.


Sería largo de enumerar la multiplicidad de enfoques que contiene esta obra: la comicidad y sus recursos, la risa como manifestación emocional en sus diversas variantes, con profusas citas de especialistas y pensadores que, desde antaño, han prestado mucha atención a este fenómeno inescindible de la naturaleza humana.


Y para quienes conocemos a Efrén, en este nuevo libro no podía faltar lo que siempre ha acompañado a todos sus textos: los retruécanos, los chistes, las ocurrencias disparatadas y a la vez geniales. Es un texto fresco, vibrante, jocoso; da gusto leerlo.


Así, con el estilo tan particular que lo caracteriza, con sus salidas repentinas e hilarantes, Efrén Ulla tuvo esta vez la feliz idea de  escribir un cuidado ensayo para recordarnos que, después de todo, el humor es algo tan importante, tan imprescindible, que merece ser tomado muy en serio.





(*) 1era. edición - ISBN 978-987-677-279-2 - 131 páginas - Rosario, Laborde Libros Editor, 2020.



C.D.F.


domingo, 22 de noviembre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 




APENAS LO PERCIBÍ


Por Juan Roldán (*)






Ahí estaba, apenas lo percibí bajo aquel monte. Los arbustos del sotobosque se enredaban en sus hierros distorsionando con sus irregulares formas la perfecta simetría de su figura, la estricta racionalidad de su diseño. Era un portón que servía de sostén para las enredaderas, de franco camino para las hormigas, de sólido armazón para las telas de cientos de arañas.

Lo vi fugazmente en un paseo. Percibido más como un error de percepción que como algo real. Ya pasaba de largo cuando mis ojos decidieron volver a mirar, perturbados por una antinatural simetría. Podando con la vista la exuberancia de las plantas, de las hojas, de las ramas, pude encontrar el dibujo de su estructura. Sí, era un portón en el medio de un bosque de abedules y brezos. Un portón herrumbrado y mohoso cuyos hierros dibujaban una flor de lys en la cúspide de su armazón y, desde ahí sinuosamente, construía remolinos, arabescos que culminaban en las puntas oxidadas de unas rectas verjas. Más allá seguía el bosque, idéntico al que estaba de este lado. Los mismos árboles, los mismos arbustos, solo el portón era un límite que señalaba un afuera, un adentro, pero era un signo sin sentido en el medio de la continuidad natural de las cosas. Una señal de un cambio que no implicaba a simple vista transformación alguna. Al menos eso creía desde el sitio donde estaba parado, observándolo con intensa curiosidad.

Los pájaros, revoloteando de un lado a otro, se posaban en sus hierros gorjeando alegremente, pequeñas ardillas lo atravesaban, colándose entre las rejas y me observaban desde el otro lado que no era ningún otro lado, solo el mismo bosque por el que siempre había paseado. Dudaba en acercarme, y más pensaba en rodearlo que en abrirlo y atravesar el misterioso límite que señalaban. El sol declinaba. Sus rayos, atravesando las ramas, volvían dorados los trazos oxidados del hierro. Bajo esa luz, cobró el portón una apariencia de nuevo. Milagros de la hora, de la intensa inquietud que me asaltaba. Mis sentidos, agudizados, percibieron, entonces, un lejano aroma. Era muy familiar, aunque en el medio de ese bosque notaba algo de insólito en su presencia. No era de ninguna flor, ni era el olor áspero de las cortezas. Era un olor diferente, amplio y extenso, era el olor del mar que venía desde más allá del portón.

La repentina revelación me sorprendió, la playa estaba a cientos de kilómetros de aquí. Lejos de esta boscosa tierra mediterránea, sin embargo olía a mar, a caracoles. Cerré los ojos para percibirlo más claramente y, en ese instante, escuché el viejo rumor de las olas golpeando la playa, escabullándose sonrientes por la arena. Detrás de ese ruido graznaban las gaviotas. Casi podía imaginarlas planeando sobre el cielo, atentas al paso fugaz de los peces en la superficie del agua. Abrí los ojos, el bosque seguía allí. Los altos árboles, los arbustos desordenados, los conejos y el portón abierto. Ni un rastro en el suelo, ni un arbusto roto por la guadaña de su hierro, ni una telaraña destrozada en el movimiento de su apertura. Estaba abierto de par en par. Abierto como si siempre hubiera estado abierto.

Con temerosa fascinación me acerqué. En la piel de mi rostro sentía la frescura de la brisa marina, mis ojos se humedecían y mis cabellos se alborotaban. A mis pies las hormigas atravesaban los viejos hierros, siguiendo su eterno camino, desde un lado a otro, ignorando mis dudas, mi asombro. Pero las olas estallaban en el paisaje invisible que ocultaba el portón. Por fin di el paso. Mi pie atravesó la frontera y se posó, suavemente, sobre la blanda arena.

Ya del otro lado, parado sobre lo alto de un médano, contemplé la extensa playa que se me ofrecía. Por un instante la supuse quieta, inmóvil. Una postal del verano. El mar azul, el suave dibujo de la espuma, el largo murallón de piedras adentrándose en el agua, el sol a media tarde, la larga empalizada de madera coronando los médanos, los verdes tamariscos, decenas de gaviotas congeladas en el aire. Y aquella sombrilla de colores, y aquella mujer de capelina rosa con oscuros anteojos de sol, y aquel niño con los pies en el borde de la playa, en el inicio del mar, sosteniendo su pelota. Todo tan perfecto como una postal para el turista.

Hubiera deseado que todo siguiera así. Ser, solamente, el espectador de aquella equilibrada sensación de felicidad que emanaba del paisaje. No había excesos, la mirada lo recorría y pasaba de las pequeñas partes al todo con delicadas transiciones de colores, de líneas, de gráciles movimientos que se comunicaban, armónicamente, sus respectivas existencias. Hubiera deseado seguir contemplando ese milagro, quedarme afuera de ese mundo porque, aún si se diluyera, me quedaría el recuerdo de su perfección, de su delicada belleza. Pero no ocurrió así. La mujer giró graciosamente su cabeza, sosteniendo con una mano su elegante capelina y me vio. En los grandes cristales oscuros de sus anteojos casi pude percibir el reflejo del paisaje y a mí mismo en la cima de la suave ondulación del médano. Su grito no me llegó, ahogado por la brisa marina, pero sí su gesto. La mano extendiéndose hacia mí, y como un golpe duplicado sentí la mirada de su hijo.

La pelota de colores quedó abandonada en la orilla y era suavemente mecida por el mar. Iba y venía con las olas, cada vez un poquito más lejos de la playa. El niño corría, pero yo solo quería ver la pelota. Los cabellos alborotados, la malla roja y sus huellas que abandonaban el agua hasta alcanzarlo en la carrera que lo traía hacia mí. Hacia mí que tenía miedo, pavor, angustia. Que no podía retroceder hacia el bosque detrás del portón, atrapado por la imagen de ese niño corriendo y gritando, atrapado por el sólido fantasma de su madre que lo miraba mientras encendía un cigarrillo y me saludaba.

El humo azul ascendía recto hacia las nubes como el buen humo de un consagrado sacrificio. Dando danzarinas piruetas, dibujando en el aire silenciosas oraciones. Caí de rodillas, resignado, abriendo los brazos para recibir ese abrazo como un cuchillo. Ya veía los ojos delicados, su extraña mirada de gato, sus brazos prestos a arrebatarme la cordura, mi existencia. ¿Qué será de aquel bosque? Pensé en el instante previo al abrazo. Ella se había levantado y miraba, con calma, aquel fantástico encuentro. ¿Y ese bosque y el portón que me había traído? Arrodillado esperaba, el niño llegaba corriendo y sus manos se estiraban hacia mí para el abrazo. Cerré los ojos.

El niño me atravesó como una exhalación.

En el segundo que cruzó mi cuerpo, sentí la vitalidad de su organismo. El torrente saltarín de su sangre, el fragor combativo de su corazón, el viento poderoso de la respiración que lo sostenía. Giré asombrado, no era a mí a quien buscaba. No era a mí, que sólo era para él una extraña y fantasmal sombra que se interponía entre él y su padre, en la cima dorada del médano. Sobre el horizonte se anunciaba una tormenta. Llamado por los rayos, diluí la neblina de mi existencia entre aquellas nubes mientras ellos se abrazaban. Recordé en ese momento el portón. La tormenta arreciaba y aquella familia corría riendo, perdiéndose tras la línea verde de los frondosos tamariscos.

Solo, atravesé la cima y la empalizada. El bosque oscuro me esperaba y volví. Volví como lo que era, como lo que siempre había sido, aun sin saberlo. Volví como un fantasma.




(*) Escritor santacruceño. Cuento tomado de su libro “El espectro de las cosas” (Buenos Aires, Rúcula Libros, 2009).


martes, 17 de noviembre de 2020

LA NOTA DE HOY

 




MUSEOS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





La corona duró más que la cabeza.

La mano perdió contra el guante.

(“Museo”, Wislawa Szymborska)





Los museos revelan, de algún modo, la idiosincrasia de las localidades que los albergan. Grandes y pequeños, temáticos o generales, en sus salas (a veces en su única sala), se exponen a la curiosidad científica del público una serie de objetos que permiten revivir el pasado o recrean las maravillas naturales de la geografía circundante. Esas piezas disparan, en el espíritu receptivo del visitante, inquietudes que lo llevan a interesarse por ampliar sus conocimientos al respecto.


Tal despertar del deseo de saber se origina a partir del elemento exhibido y de la explicación obrante en la referencia adjunta. Con esos datos, la imaginación echa a andar. El observador atento y perspicaz, con un mínimo de conocimiento —es beneficioso concurrir a los museos sabiendo previamente de que se trata, no necesita largos textos que le interpreten lo que está viendo. Lejos de saciar la curiosidad, el museo debe aguijonearla para motivar la búsqueda de respuestas. Si una imagen vale por mil palabras… ¡cuántas más valdrá un objeto tridimensional! 


En la Patagonia hay muchos y muy buenos museos. En cada pueblo, en cada ciudad al sur del Río Colorado, es posible que el visitante encuentre un lugar dedicado a preservar la Historia local y a mostrar los aspectos naturales de la zona. En algunos puntos hay también Museos de Bellas Artes, con sus colecciones de cuadros y esculturas. Esta nota no pretende hacer un relevamiento exhaustivo de todos los museos de la región. Sólo intenta mencionar algunos; para recordar de esa manera al resto que, por una cuestión de extensión, no figura en su texto.


El primer Museo que se quiere citar es el Regional de Gaiman. Fruto de la iniciativa de la Asociación “Camwy”, nació en 1960 con el apoyo de Virgilio Zampini —escritor de prolífica obra literaria— a la sazón titular del área de cultura provincial. Fue dirigido, desde su inicio y durante muchos años, por la recordada Tegai Roberts; quien también incursionó en el estudio del otrora de la zona y en sus letras. El sitio muestra una elocuente cantidad de reliquias que retrotraen al inicio de la Colonia Galesa del Valle del Chubut.


En la vecina ciudad de Trelew está el Museo Paleontológico Feruglio; importante institución que preserva y exhibe una muestra de la riqueza paleontológica de la Patagonia. El museo reúne una serie de hallazgos que develan los momentos primigenios de la región. Esta institución tiene un atractivo anexo al aire libre en la zona de Bryn Gwyn; donde puede vivirse la experiencia de ver los fósiles tal como son hallados por los investigadores en el terreno.


El Museo Salesiano de Rawson es un recordatorio de la acción de esa colectividad religiosa en toda la Patagonia. Entre otras múltiples actividades, sus integrantes recolectaron “curiosidades” que remitían a la antigüedad o a la naturaleza de los ámbitos donde se asentaron; y así surgieron establecimientos como éste en varios sitios del sur. Fiel a tal consigna, el museo de la capital del Chubut tiene una variopinta colección que llama la atención de quien lo recorre.


Un Museo de visita provechosa es el Regional de Rada Tilly. Ofrece un atrayente muestrario de la flora y fauna de la zona; y de los restos líticos de las primeras culturas del territorio. En un paseo que se hizo en cierta ocasión al lugar, pudo observarse una lograda representación de la “Cueva de los Felinos”; gruta ubicada en la meseta central de Santa Cruz que posee unas llamativas imágenes de arte rupestre.


Si bien este cronista no tiene el gusto de conocer el Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia, que incluye los Museos Antártico y de Arte Marino, gracias a las descripciones disponibles se sabe que sus salas reúnen muchos recuerdos de los episodios que, con el tiempo, contribuyeron a crear la leyenda de ese mítico paraje de la Tierra. Su actual director, Carlos Pedro Vairo, escribió numerosos libros de historia; entre ellos “Ushuaia”, “Faros del Fin del Mundo” y “El presidio de Ushuaia”.


El Museo Paleontológico de Bariloche, que el autor de esta nota también sólo conoce por referencias, exhibe una sintética pero amena muestra de la soterrada riqueza fósil que encierran los Andes sureños. Es una dimensión poco conocida de tales escenarios, admirados por sus panoramas y su belleza paisajística.


Por su parte el Museo “Emma Nozzi” de Carmen de Patagones enseña una mirífica colección de piezas que reflejan el rico antaño de la comarca. Se complementa con varios hitos históricos cercanos; cuya cronología llega hasta la época del Virreinato. El nombre evoca a su primera directora —lo fue por cincuenta años—, Emma Nozzi; notoria investigadora del pasado y tenaz recopiladora de la tradición oral maragata, que también aportó sus escritos al corpus literario patagónico.


Como colofón de esta nota, se mencionará una institución de reciente creación: el Museo “Tiempo Pasado” de General Conesa; con su Banco de la Memoria “Guillermo Yriarte”, reservorio de testimonios escritos y verbales. Su fundadora es Inés Frantz de Luna; estudiosa del ayer regional y autora de varias obras que lo reflejan, como “Vivencias de mi gente”, tomos I, II y III. El Museo aduna elementos del ámbito natural y otros históricos; entre los que se observa una detallada maqueta del antiguo Ingenio Azucarero.


Cabe ahora preguntarse… ¿qué relación tienen los museos con la Literatura? ¿Por qué se cree oportuno tocar este tema en un espacio dedicado a las letras? En principio, ambas son manifestaciones del interés de una comunidad por su cultura. La presencia de Museos y Bibliotecas indican tal proclividad. Esta es una vinculación directa y sencilla; pero hay una más relevante. Se dijo, al iniciar estas páginas, que la contemplación de un objeto expuesto en un museo podía generar en el visitante el deseo de conocer más sobre las circunstancias que lo rodean. Al abandonar el recinto espoleado de tal manera, el investigador amateur querrá aclarar sus dudas. ¿Dónde buscará la información? Sí, ya se sabe que, tal vez, el primer recurso al que apelará será la “red”. Pero, para profundizar el tema y contrastar lo visto en la “red”, ¿dónde terminará su búsqueda, si no es en los libros?


sábado, 14 de noviembre de 2020

LOS MICRORRELATOS DE HOY

 


HOY: DOS MICRORRELATOS DE BETINA GROSMAN




NOSTALGIAS DE LLUVIA (*)


Un paraguas liso y formal acompañaba siempre al profesor de matemáticas. Si ese día el sol se adueñaba del cielo, el paraguas se quedaba quieto  como en penitencia, escuchando la lección. ¡Hasta lo oíamos roncar! Pero si era una de esas mañanas húmedas, en las cuales el aire se ponía pegajoso, él estaba alerta, como un jugador a punto de largar la competencia. Y cuando la lluvia mojaba los cristales y su melodía se hacía escuchar en todos los rincones de la escuela, el paraguas daba más giros que Jorge Donn bailando el Bolero de Ravel. El profesor llegaba a enojarse y lo retaba porque era tan contagiosa su alegría, que hasta las paralelas del Teorema de Thales danzaban en el pizarrón.      







LA MAGIA


Romualdo había comprado una calabaza en el mercado. La subió a su balcón. Pronunció catorce palabras mágicas y la calabaza se transformó en un helicóptero. Pero Romualdo no tenía a mano un ratón para convertirlo en piloto y el helicóptero se estrelló contra un poste apenas llegó a la esquina. Pasada la medianoche, se hizo puré.     




(*) Este relato obtuvo el primer premio en el Concurso Nacional de microrrelatos para adolescentes de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil (Alij), con su trabajo “Nostalgia de la lluvia”, que firmó con el seudónimo “Athena”.

sábado, 7 de noviembre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 



EL HILO INVISIBLE



Por Mónica Avendaño




El taxi tardó menos de quince minutos en llegar desde el aeropuerto hasta la dirección que Romina le dio. La fachada de la casa la sorprende gratamente.

- ¡Mami! Mirá qué cerquita está el mar. Vamos a poder ir todos los días a la playa –exclama la niña-. 

Toca el timbre, mientras su hija no deja de parlotear sobre todo lo que ve. Abre una joven, menuda, bonita y con una gran sonrisa que provoca hoyuelos en sus mejillas.

- ¿Romina y Estrella?  Las estábamos esperando, pasen.  

-Yo soy Estrella – dice la pequeña-. ¿Cómo te llamás?  

-Milagros – responde-. Seguro vamos a ser buenas amigas, así que podés decirme “Mili”. 

Una sensación extraña invade a Romina, frío y calor al mismo tiempo, efervescencia y calma a la vez. Un cosquilleo, desde lo más profundo de su ser, comenzó  a manifestarse en el momento en que llegó al domicilio.  

- ¿Estás bien? Te ves un poco pálida –dice Mili. 

-Sí –reacciona Ro-. No te preocupes, estoy bien. Debe haber sido el vuelo. Pero se me pasará. Un placer conocerte, Milagros. Fuiste muy amable y tuviste mucha paciencia conmigo. Es la primera vez que voy a usar un alojamiento “Airbnb” y tenía muchas dudas. Mis amigas me convencieron. 

- ¡Bienvenidas a Puerto Madryn! ¡Qué coincidencia! Para nosotros también es la primera vez que alojamos. Vamos a tratar de ser los mejores anfitriones. Queremos que se sientan muy cómodas, ¡como en su propia casa! 

-Nosotros vivimos en un departamento –responde Estrella-, que sigue mirando todo con admiración, y produce risas a su mamá y la joven. 

Mili les muestra la residencia. Es luminosa, decorada con sencillez, buen gusto y un toque exótico. Las guía por un ancho pasillo con ventanales que dan a un patio de importantes dimensiones, en el que se nota la intervención de una mano experta.  

-Mi papá es un obsesivo de las plantas. Dice que es su cable a tierra. Siempre le recrimino que las quiere más que a mí –explica Mili, al darse cuenta de que la mirada de Romina está atrapada por el paisaje exterior. Su expresión, más que de reproche, es de orgullo. 

La habitación es amplia, en suite; prevalecen los colores claros. Una puerta ventana comunica la estancia a una galería con vista a un área con juegos infantiles –lo que encanta a Estrella-. A continuación del corredor hay un quincho semicubierto. “Pueden usarlo cuando deseen” -les dice Mili con amabilidad. 

Romina piensa que la descripción y las fotos de la página no hacen honor a lo que está viendo. La casa es rara. Construida en un terreno muy amplio. Tiene el convencimiento de que el patio interno nació primero y la vivienda fue proyectada a su alrededor, como brindando pleitesía a ese espacio diseñado con esmero.

-Hay bebidas frescas, té, leche, galletitas –comenta Mili. 

-Gracias. Le prometí a Estrellita que iríamos a la playa no bien llegáramos. Acepto el agua y unas galletitas. Luego voy a pedirte que me indiques dónde podemos proveernos.  

-Sí.  Te acompaño. El almacén del barrio tiene de todo. ¡Ah! –recuerda de golpe- Pueden llevar reposeras a la costa. Enseguida se las alcanzo. 

Ya en la playa, mientras vigila a su hija que con rapidez se integra a un grupo de niños que retozan en la orilla, cavila cuánto había dudado en hacer ese viaje. Se arrepintió muchas veces de la promesa que le había hecho.

Observa que Estrellita se luce ante sus nuevos amigos haciendo medias lunas en la arena y analiza el extraño sentimiento que le asedia. Hasta ese momento el viaje era un proyecto; algo intangible. Al llegar a la casa donde se iban a instalar, no había vuelta atrás. Regresar al lugar en el que había disfrutado tanto con Cahil y Lucecita, le produce temor. La enfrenta una vez más con su dolor más enraizado.  

Vuelven a la tardecita. La pequeña está agotada. El primer día pasa y no conocen más integrantes de la casa, aunque Mili siempre habla de “nosotros”. 

Despierta temprano, el sol se asoma tímido. Sale a la galería; es entonces que ve a un hombre agachado sobre los canteros. Siente que está invadiendo un momento íntimo, se da vuelta para regresar a la habitación, pero ya es tarde, él la descubre y se acerca: 

- ¡Madrugadora como yo! –le dice mientras extiende la mano- Soy Fabrizio, el papá de Mili. Buenos días Romina. 

-Hola, buenos días. Disculpame, no fue mi propósito interrumpir… 

- No te preocupes. Estás en tu derecho. Anoche me dijo Mili que puso todos los espacios de nuestro hogar a disposición. Está feliz de albergarlas; hace planes para entretener a Estrella, por supuesto con tu permiso. ¡Ama a los niños! Como verás, ya me familiaricé con sus nombres. Ella está preparando el desayuno para todos. Sabe que no es lo convenido, pero quiere agasajarlas. A Mili nadie le dice que no, y yo menos – le explica riéndose con desenfado, y Romina descubre la sonrisa de Milagros en la de su papá. 

-Gracias. Son muy amables. No bien se despierte Estrellita, vamos.  

La pequeña de inmediato acapara la atención. Hace miles de preguntas, y tanto Mili como Fabrizio le responden con afabilidad, compitiendo para mimarla. Romina se siente cómoda. Empieza a aceptar que no fue tan mala la idea de volver después de once años, aunque el hormigueo interno persiste. La última pregunta la saca del ensimismamiento. 

- ¿Por qué eligieron Puerto Madryn para vacacionar? - interroga Fabrizio. 

-Porque mi hermana quería vivir aquí de grande. Vino con mis papás cuando era chiquita como yo. Por eso convencí a mi mamá para que me trajera. 

- ¡Qué bien! ¿Por qué no vino con ustedes ahora? 

-Porque ella se murió. Mi papá también. 

Padre e hija notan el cambio en el rostro de Romina. Se produce un silencio. Fabrizio invita a Estrella a los juegos. Mili le pregunta a Ro si le gusta leer, porque en la biblioteca puede encontrar todo tipo de textos. Su papá es tan apasionado por la lectura como de las plantas. Desaparece la tensión de momentos antes. 

Los días siguientes son de total bullicio. Van todos los días a la playa. Toman helados, pasean por la rambla. Muchas veces las acompaña Milagros. Los vecinos saludan con cariño y las invitan a compartir el mate en la costa. Romina está maravillada con la fraternidad de la gente, y feliz de ver cómo disfruta su hija. 

No pasa desapercibido para Mili que su papá vuelve antes del estudio. Él siempre aduce una excusa, pero comienza a notar que busca a Romina para conversar, los escucha reír; en otros momentos discuten con exaltación, para luego volver a las carcajadas. Ya no sólo desayunan juntos, sino que comparten todas las comidas. Los tres compiten en la cocina, buscan la manera de sorprender a los otros con sus recetas. No parecen huéspedes, sino amigos que se conocen de toda la vida. Es evidente que la decisión de ingresar al programa de alojamiento no es una necesidad económica, sino un deseo de Mili que Fabrizio consiente porque nada le niega.

Romina no puede creer lo que experimenta. Todo es tan perfecto que la asusta. Acepta que, por primera vez, después de Cahil, un hombre la atrae. Repara que él jamás le preguntó por lo que Estrellita había revelado. Supo que también es viudo, que sus familiares están todos en Italia y que tiene otro hijo, cinco años mayor que Milagros, que a pesar de parecer una adolescente acaba de cumplir veintidós años. El primogénito se llama Constantino. Arquitecto como él, se estableció en Córdoba con un grupo de profesionales que trabajan en un proyecto de vivienda sustentable. Milagros lo extraña, al igual que a Nanis, sobrenombre que Mili le puso a la mujer más importante en la vida de los tres. Romina evita indagar sobre Nanis.

Pasan catorce días inolvidables; al siguiente tomarán el avión de regreso. Estrellita vuelve a nombrar a su hermana con naturalidad, al decir que tenía razón de querer vivir en Puerto Madryn. Ella también, pero se va a traer a sus cuatro abuelos. Todos sonríen, pero nadie sigue el tema. Logra que Romina le prometa que otro año volverán en época de ballenas. 

Fabrizio decide asar carne a la parrilla para la cena. Ya en la sobremesa Estrella quiere helado. Milagros ofrece llevarla. Romina sabe que el comercio está cerca, pero duda por el horario cercano a las veintitrés horas. 

-No temas Romina. Mili no se va a separar de Estrellita. Es una hermosa noche para caminar. Hay mucha gente paseando; hasta la  heladería, todos son vecinos que conocemos hace años. 

Romina asiente, pero no puede disimular su ansiedad. 

-Entiendo tu preocupación, yo también soy sobreprotector. Ahogaba a Mili con mi obsesión. Fue motivo de terapia. 

Fabrizio acaparara la atención de Romina.

-Casi la pierdo dos veces. Una cuando nació. En el parto falleció mi esposa. Jamás pude sacarme la culpa. Ella no debía quedar embarazada, y cuando pasó se negó rotundamente a abortar. Milagros estuvo cuarenta y cinco días en incubadora ¡Era tan pequeñita! Pesaba apenas un kilo ochocientos. Yo estaba desesperado. En ese momento apareció Nanis. Ella no tenía familia. La vida en el campo la había maltratado. Llegó a la ciudad en búsqueda de un futuro distinto y lo encontró con nosotros; nos salvamos mutuamente. Creo que no hubiese podido criar a mis hijos sin ella. Ahora está paseando por el norte del país. Fue el regalo que le hicimos para navidad. 

Romina siente un cierto alivio al conocer más sobre Nanis. Aún conmovida por la historia, no olvida que Fabrizio mencionó que estuvo a punto de perder dos veces a Milagros. “¡Qué egoísta! ¡Cómo pudo, alguna vez, haber creído que era dueña del sufrimiento!” piensa.  

- ¿Querés contarme cuál fue la segunda? – se anima a preguntarle. 

-A los cinco años le descubrieron una miocardiopatía. Estuvo controlada con medicamentos, pero cuando tenía doce los médicos me dieron el diagnóstico menos querido: era necesario un trasplante. 

Ella manifiesta empatía, inclina su cuerpo y posa las manos sobre el brazo de él. Quiere consolarlo, se da cuenta de la angustia que le produce hablar. 

- Hacia mediados del 2008 ingresó en la lista del INCUCAI, estaba en el puesto número diez. Para febrero del 2009 se había complicado tanto que pasó a estar primera. Casi no había esperanzas de vida. Estaba conectada. Pero sucedió el milagro. No sé si su nombre fue una premonición. Hubo una familia que, con su generosidad, dio vida a mi pequeña. Entregó el corazón de su ser querido para que ella viviera. Soy católico y cada día rezo por ellos. Jamás podré agradecerles lo suficiente.  El 22 de abril apareció el corazón. Sólo supimos que era de una niña de su misma edad que había tenido un accidente.  

A Romina se le afloja el cuerpo. Su mente se nubla y comienza a balbucear: 

- ¡Es por eso! ¡Es por eso que siento lo que siento! ¡No puedo creerlo! 

Apenas dice estas palabras, Romina se desmaya.

Fabrizio sabe que la historia de su hija es impactante, pero nunca hubiera imaginado que le afectaría tanto. Ella comienza a volver en sí, mientras escucha: “Romina, Romina, perdón, despierta…” 

Ella se incorpora y se acomoda en el sillón con la ayuda de Fabrizio, bebe el agua que le está ofreciendo y dice: 

-Es momento de que también conozcas mi historia. 

Mientras relata revive aquellos momentos.  

“Era 21 de abril del 2009. Fue el día en que pasé de la felicidad más sublime al dolor más desgarrador. Me había levantado temprano. Esperaba la llamada de mi amiga que trabajaba en el laboratorio. Me había prometido que antes de las 8 hs. se comunicaría. Sonó el teléfono cuando faltaban diez minutos para la hora señalada. No bien atendí percibí la alegría en su voz; confirmó la noticia, alcancé a decirle “Gracias Manu” y colgué con una emoción que llenaba todo mi ser. De inmediato grité: “¡Bajen dormilones! ¡El desayuno está listo!”. Padre e hija aparecieron abrazados. ¡Eran tan compinches!, enseguida exclamaron: “¿Qué tienen esas cajitas con moño, al lado de nuestras tazas? ¿Podemos abrirlas?”. Yo asentí con un movimiento de cabeza. Cahil era tan niño como su hija, a los veinte años había sido padre. Sacaron los moños con desesperación. Abrieron las cajas, encontraron sendos mensajes. El de ella decía “Vas a tener un hermano/a” y el de él “Vas a ser papá otra vez”. Empezaron a gritar, me abrazaron y lloramos de felicidad”.

“María Luz tenía doce años. La tuve cuando había iniciado el primer año de facultad. Nuestros padres fueron un apoyo fundamental. Sólo nos pidieron que no dejáramos los estudios. Cahil se recibió de abogado y yo de Psicóloga. Nos habíamos cuidado mucho para evitar otro embarazo. Fueron años de sacrificio, pero felices. Hacia principios del 2008 estábamos acomodados. Lo charlamos y dijimos “Es hora de darle un hermanito a María Luz”. Pasó el año y nada. Nos dimos seis meses más, sino iría a un especialista. Pero no fue necesario. Había ocurrido. Estaba embarazada”. 

“Era lunes y yo nunca daba turnos ese día. Ellos remolonearon bastante antes de salir para la escuela. Querían estar conmigo. Ese día Luz entraba más tarde. Así que avisamos para que el micro escolar no la pasara a buscar. Cahil la llevaría. Salieron haciendo pasos de baile y me tiraban besos con sus manos. Les pedí que no contaran todavía, porque quería invitar a comer a nuestros padres para darles la noticia. Ellos debían ser los primeros en saberla. Los dos dijeron que sí, pero estaba segura de que no iban a cumplir porque vi que ambos cruzaron los dedos en un gesto de complicidad.  ¡Se veían iluminados! “

“Me puse a acomodar la casa. Quería cocinar algo especial para la cena. Pasaron unos cuarenta y cinco minutos más o menos, cuando sonó el portero preguntando por la familia Celik. A mi respuesta, dijeron que necesitaban hablar conmigo, que eran de la policía. El corazón me empezó a latir fuerte. Abrí la puerta temblando. Tengo grabadas las palabras que siguieron: “Lamentamos informarle que hubo un accidente. La barrera del paso a nivel estaba trabada y había quedado en alto. El coche de su esposo...” No escuché más. Ellos seguían hablando, explicando, pero yo me sentía en otra dimensión.  Me llevaron al hospital. Los médicos me dieron la noticia. Cahil había fallecido en el acto. María Luz estaba viva. El cuerpo intacto, pero el golpe había sido en su cabecita. Llegaron mis padres y mis suegros. Nos reunieron a todos y nos dijeron que no había posibilidad de vida para la niña. Tenía muerte cerebral”. 

“Era de noche cuando me llamaron para hablar con el director del nosocomio. Tenía la obligación de comunicarme que Luz podía dar vida a otros, ya que por su estado neurológico era una potencial donante. Me habló y me habló sobre cosas hartamente sabidas dada mi profesión, ¡pero que difíciles de entender cuando le pasan a uno! Le pedí tiempo. Pero me dijo que no podía. Yo sabía. Sabía que tenía que decidirlo pronto. Le prometí que dentro de las próximas dos horas tendría mi respuesta. Salí de su consultorio, hice dos pasos y recordé que el tema de donación lo habíamos hablado alguna vez. Recordé también que Luz había dicho con una adultez que nos sorprendió: “No hay que ser egoísta. Si podemos dar salud a alguien, debemos hacerlo. Nuestra alma ya se habrá elevado”. Nos dejó helados con su razonamiento”.  

“Retrocedí los pasos que había hecho, y desde la puerta le dije al doctor que iba a firmar la conformidad para que mi pequeña fuera donante; ella lo había decidido”.  

“Estuve con Luz hasta el momento de la ablación. Me despedí. Le dije que iba a cumplir su voluntad. Después me contaron que los receptores fueron cinco. Nunca quise saber más. Fue el 22 de abril de 2009”.  

A esa altura del relato Fabrizio lloraba más que Romina. Se habían abrazado en un acto de pureza total.  Ninguno de los dos dudaba de quién había recibido el corazón Milagros. ¡Ese era el sentimiento que se había manifestado en Romina!  

Se compusieron y Romina siguió contando.  

“Todo se había acabado, no tenía voluntad para nada. Mis padres decidieron que no podía vivir sola. Yo no salía de la habitación que había ocupado de adolescente. No comía. Renegaba de mi profesión. “¿De que servía? ¡Ahora entiendo a mis pacientes!”.  Me reprochaba. Buscaba culpables. Concluía irremediablemente en que yo era la más culpable de todos, porque los insté a irse cuando ellos querían quedarse a seguir festejando. Pasó el primer mes. Los que me rodeaban se sentían impotentes. Decidieron traer al médico de la familia”.  

“Él los anotició que estaba embarazada, que si seguía así iba a perder el bebé. Se lo dijo a ellos, pero fue una revelación para mí. ¿Cómo pude olvidarlo?  Toqué mi vientre. Y le pedí perdón. También a Cahil y a Lucecita. Tenía vida en mí. Debía cuidarla. Así poco a poco salí de la depresión. Curé la rabia, pero el dolor permanece intacto. Estrellita me salvó. Lo es todo para mí”.

  Estaban todavía tomados de la mano, cuando volvieron las chicas. Milagros empezó a disculparse al ver los ojos de ambos con lágrimas. Aunque se daba cuenta de que no estaban disgustados.  

-Había mucha gente en la heladería…. me demoré... –comienza a hablar Mili a manera de disculpa.

Entonces Romina se levanta y se dirige hacia ellas, pero no abraza a Estrella, sino a Milagros. Vuelven a brotar lágrimas en sus ojos.  Fabrizio, con la mirada le señala que acepte la caricia; aunque no es necesario el gesto, Milagros ya está rodeándola con sus brazos.

Mientras tanto Estrellita corre hacia él, se trepa a sus rodillas y con espontaneidad le da un beso en la mejilla y, sin saber que está tan cerca de la verdad, le dice: 

- ¡Somos una familia!

Entonces Fabrizio, devolviendo el beso a la pequeña, comienza a decir:

-Vamos a contarles la historia del acto de amor más sublime que descubrimos. Un acto de amor que CON UN HILO INVISIBLE ya nos une a los cuatro y para siempre ¿Quieren que les contemos?....

 

 

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