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martes, 16 de febrero de 2021

TEXTOS CON HISTORIA




En esta columna procuramos rescatar textos vinculados a la historia de la Patagonia. El artículo que transcribimos a continuación, escrito por Carlos A. Bertomeu, estuvo dedicado a recordar la figura de John Daniel Evans y fue publicado en la revista “Argentina Austral” (A.A. 143/1943) poco después del fallecimiento del recordado pionero galés.


Rasgos de la vida de don Juan D. Evans, fundador de la Colonia 16 de Octubre


Por Carlos A. Bertomeu (*)







El sábado 6 de marzo dejó de existir en Trevelin, Chubut, don Juan D. Evans. Así, escuetamente, nos llegó la triste nueva y no pudimos menos que remontarnos de inmediato en la recordación a la fecunda trayectoria de esa vida que se apagó serenamente en el lejano valle cordillerano que él tanto amó.


Cuando una vida transcurre dignamente y quien la vive cumple un misión efectiva en el medio en que le toca actuar, su muerte, salvo cuando es prematura, lleva en sí el signo de una etapa en la ruta sin fin y por ello mismo la recordación no se reviste de agudas lamentaciones, sino que se convierte en sereno homenaje para aquel que solo desapareció en la materia y queda con nosotros en espíritu. Tal es el caso de John Evans, “pioneer” de los tiempos lejanos de la Patagonia heroica, espíritu aventurero y místico a la vez, precursor del progreso de la cordillera austral, de quien haremos una breve semblanza.


Nacido en 1862 en el lejano país de Gales, llegó con sus padres a las inhóspitas riberas del Golfo Nuevo el 28 de julio de 1865, junto con aquella inolvidable caravana de visionarios que buscaron en el lejano valle del Chubut, el quieto retiro en que pudieran vivir sus nobles tradiciones y costumbres. Se asimiló rápidamente al áspero medio y no tardó de identificarse en el mismo, a tal punto que todos lo apodaron “el baquiano”, por su notable sentido de orientación y el dominio que tenía de los intrincados senderos que los indios abrían en el desierto.


Cuando aún no tenía veinte años, impresionado por los brillantes relatos que los tehuelches —los buenos amigos de la colonia galesa—, le hicieran de las lejanas tierras de Occidente, donde había enormes montañas, impenetrables bosques y cristalinos arroyos en los que basta agacharse para recoger el oro, presintió que allí estaba el verdadero porvenir de esa colonia que en Rawson luchaba desesperadamente contra la adversidad y la pobreza. Es así que en el año 1882, emprende la marcha rumbo a las tierras de promisión, acompañado por tres compatriotas recién llegados: John Parry, John Hughes y Richard Davies.


La sagacidad de Evans impide que, llegados hasta el valle de Gualjaina, caigan en una emboscada que les tienden los caciques de la zona, sedientos de venganza por la conquista del desierto que implacablemente iba realizando el gobierno nacional. Regresan apresuradamente hacia Rawson, pero cuando les faltaban unas pocas jornadas para llegar a destino, fueron atacados sorpresivamente por los salvajes. Sus tres camaradas cayeron de inmediato y fueron horriblemente mutilados, pero John Evans, magnífico jinete, se “apiló” en su fiel “Malacara” y encarando decididamente un profundo zanjón de más de cuatro metros de ancho, consiguió salvar esa valla imposible y escapó así de una muerte segura. Desde entonces aquel lugar es conocido por “El Valle de los Mártires”.


Pero no por esto cejó Evans en su empeño y cuando en 1885 se hace cargo de la primera gobernación del Chubut el teniente coronel Luis Jorge Fontana, eminente patriota, no escatima argumentos ni esfuerzos para convencer al mismo de la urgente necesidad de organizar una expedición en forma a la cordillera. Triunfa en su empeño y salen para el lejano Oeste el 14 de octubre de 1885. En la histórica orden general que Fontana firmara el 16 de octubre en el campamento “Las Piedras”, John D. Evans es designado ayudante del jefe en aquella inolvidable “Compañía de Rifleros del Chubut”, a la que sirve de insustituible baquiano y llegan así, el 25 de noviembre, al más majestuoso valle de la cordillera, según expresión del propio Fontana.


Desde entonces John Evans, sintiendo el irresistible llamado de aquellas tierras con las que tanto soñara, solo desea una cosa: afincarse en ellas. Es así que logra su anhelo y es uno de los primeros pobladores del fértil valle cordillerano, en el que fundó la hoy progresista villa de Trevelin; instala allí el magnífico molino harinero al que debe su nombre: “Pueblo del Molino”, y desde entonces le conocen a él  mismo como “John molinero”… Viejas costumbres, tiempos perdidos en la niebla de otras épocas,  sabor sereno a tierra buena y fecunda, nombres y apodos que cobran jerarquía con el rodar de los años.


Y allí, junto a aquellas maravillosas montañas del “Valle de las Frutillas” al que tan hondamente supo amar, terminó quedamente su vida, mas no habrá una sola persona el Chubut para quien no viva eternamente en el recuerdo y el afecto la patriarcal figura de “John molinero”, con quien desaparece una de las páginas más emotivas de las remotas tierras australes.


Sus compatriotas y los descendientes de sus camaradas de la histórica jornada inicial, le dieron el adiós postrero desde las columnas de “Y Drafod” de Gaiman, el 12 de marzo: …Toda su vida estuvo llena de aventuras y emociones. Sediento de horizontes, ni aun en los días de su ancianidad optó por el descanso. Habiendo, merced a su espíritu tesonero, conquistado una posición holgada, pudo permitirse el placer de viajar por varios países de este y otros continentes. Ahora, terminado ya el largo viaje que fue para él el de la vida, descansará eternamente a la sombra de los Andes gigantescos, pero vivo siempre en el recuerdo y cariño de su pueblo.





(*) Carlos A. Bertomeu fue un escritor e historiador argentino. Entre sus publicaciones más destacadas se distingue “El Perito Moreno. Centinela de la Patagonia”, “El valle de la esperanza”, novela ambientada en la Colonia Galesa del Chubut, “Más allá de las cumbres”, una trama que discurre en cordillera patagónica y “Cazando Pumas en la Patagonia”, obra que escribió junto a Andreas Madsen. 

martes, 1 de diciembre de 2020

OBRAS DE PUBLICACIÓN RECIENTE

 




“EL SENTIDO DEL HUMOR, LO CÓMICO, LA RISA” (*)


Por Efrén Juan Ulla





Cada tanto tenemos la dicha de recibir libros escritos por buenos amigos; obras que, además de solazarnos y alegrarnos la vida, pintan a sus autores de cuerpo entero.


Uno de los más recientes, titulado “El sentido del humor, lo cómico, la risa”, de Efrén Juan Ulla, lleva un subtítulo sugestivo: “Ensayo en serio”. Este guiño del autor tiene la doble intención de arrancarnos una sonrisa inicial y, al propio tiempo, advertirnos que el tema tratado en el libro ha sido objeto de un análisis profundo y responsable.


Claro está que tomar el humor con “seriedad” plantea desde ya una auténtica paradoja, al conjugar dos ideas contrapuestas. Sin embargo, la realidad demuestra que el humor es un fenómeno extraordinariamente intrincado, cargado de matices, de complejidades psicológicas, de implicancias personales, sociales y políticas. Y como tal, es digno de la mayor consideración y estudio.


En sus 16 capítulos, la obra aborda la cuestión desde diversos enfoques. 


En primer lugar, el autor nos sitúa frente al gran interrogante: ¿qué es el “sentido del humor”, esa particularidad de los seres humanos que despertó la curiosidad y la atención desde los antiguos griegos hasta nuestros días?


Para comenzar, es un ingrediente inseparable del pensamiento: “no hay humor sin pensamiento”, nos recuerda Ulla, con cita de Silvia Hernández Muñoz. A partir de allí, comienza un recorrido por los ingredientes que componen esa pulsión espontánea del ser humano: desde la  amabilidad y la “emoción positiva”, pasando por su empleo como “herramienta punzante y crítica” hasta detenerse en sus expresiones más virtuosas, como una manifestación de sabiduría, de madurez y serenidad frente a las contingencias de la vida.


En los capítulos siguientes se analiza el humor como componente psicológico de las diversas personalidades o de las actitudes propias de los individuos: el optimismo, la bonhomía, las relaciones interpersonales, el recurso del “chiste”. Enumera luego y describe los distintos tipos de humor: “blanco”, “seco”, “verde”, “satírico”, “sarcástico”, “absurdo", “crudo”, “grotesco”, “negro”, “hacker” y “necio”, cada uno con características típicas y diferenciales.


A medida que el texto avanza, profundiza cada vez más la exploración de las raíces que conforman la naturaleza del humor, repasando las diversas teorías, desde los griegos antiguos (“Teoría de la superioridad”) pasando por Freud (“Teoría de la descarga”), por Schopenhauer (“Teoría de la incongruencia”) hasta las más modernas: teoría de la jerarquía, teoría correctiva, teoría de la creatividad y expresión del ingenio, teoría de la ambivalencia, teoría de la liberación y otras que combinan algunos de esos factores.


Sería largo de enumerar la multiplicidad de enfoques que contiene esta obra: la comicidad y sus recursos, la risa como manifestación emocional en sus diversas variantes, con profusas citas de especialistas y pensadores que, desde antaño, han prestado mucha atención a este fenómeno inescindible de la naturaleza humana.


Y para quienes conocemos a Efrén, en este nuevo libro no podía faltar lo que siempre ha acompañado a todos sus textos: los retruécanos, los chistes, las ocurrencias disparatadas y a la vez geniales. Es un texto fresco, vibrante, jocoso; da gusto leerlo.


Así, con el estilo tan particular que lo caracteriza, con sus salidas repentinas e hilarantes, Efrén Ulla tuvo esta vez la feliz idea de  escribir un cuidado ensayo para recordarnos que, después de todo, el humor es algo tan importante, tan imprescindible, que merece ser tomado muy en serio.





(*) 1era. edición - ISBN 978-987-677-279-2 - 131 páginas - Rosario, Laborde Libros Editor, 2020.



C.D.F.


martes, 17 de noviembre de 2020

LA NOTA DE HOY

 




MUSEOS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





La corona duró más que la cabeza.

La mano perdió contra el guante.

(“Museo”, Wislawa Szymborska)





Los museos revelan, de algún modo, la idiosincrasia de las localidades que los albergan. Grandes y pequeños, temáticos o generales, en sus salas (a veces en su única sala), se exponen a la curiosidad científica del público una serie de objetos que permiten revivir el pasado o recrean las maravillas naturales de la geografía circundante. Esas piezas disparan, en el espíritu receptivo del visitante, inquietudes que lo llevan a interesarse por ampliar sus conocimientos al respecto.


Tal despertar del deseo de saber se origina a partir del elemento exhibido y de la explicación obrante en la referencia adjunta. Con esos datos, la imaginación echa a andar. El observador atento y perspicaz, con un mínimo de conocimiento —es beneficioso concurrir a los museos sabiendo previamente de que se trata, no necesita largos textos que le interpreten lo que está viendo. Lejos de saciar la curiosidad, el museo debe aguijonearla para motivar la búsqueda de respuestas. Si una imagen vale por mil palabras… ¡cuántas más valdrá un objeto tridimensional! 


En la Patagonia hay muchos y muy buenos museos. En cada pueblo, en cada ciudad al sur del Río Colorado, es posible que el visitante encuentre un lugar dedicado a preservar la Historia local y a mostrar los aspectos naturales de la zona. En algunos puntos hay también Museos de Bellas Artes, con sus colecciones de cuadros y esculturas. Esta nota no pretende hacer un relevamiento exhaustivo de todos los museos de la región. Sólo intenta mencionar algunos; para recordar de esa manera al resto que, por una cuestión de extensión, no figura en su texto.


El primer Museo que se quiere citar es el Regional de Gaiman. Fruto de la iniciativa de la Asociación “Camwy”, nació en 1960 con el apoyo de Virgilio Zampini —escritor de prolífica obra literaria— a la sazón titular del área de cultura provincial. Fue dirigido, desde su inicio y durante muchos años, por la recordada Tegai Roberts; quien también incursionó en el estudio del otrora de la zona y en sus letras. El sitio muestra una elocuente cantidad de reliquias que retrotraen al inicio de la Colonia Galesa del Valle del Chubut.


En la vecina ciudad de Trelew está el Museo Paleontológico Feruglio; importante institución que preserva y exhibe una muestra de la riqueza paleontológica de la Patagonia. El museo reúne una serie de hallazgos que develan los momentos primigenios de la región. Esta institución tiene un atractivo anexo al aire libre en la zona de Bryn Gwyn; donde puede vivirse la experiencia de ver los fósiles tal como son hallados por los investigadores en el terreno.


El Museo Salesiano de Rawson es un recordatorio de la acción de esa colectividad religiosa en toda la Patagonia. Entre otras múltiples actividades, sus integrantes recolectaron “curiosidades” que remitían a la antigüedad o a la naturaleza de los ámbitos donde se asentaron; y así surgieron establecimientos como éste en varios sitios del sur. Fiel a tal consigna, el museo de la capital del Chubut tiene una variopinta colección que llama la atención de quien lo recorre.


Un Museo de visita provechosa es el Regional de Rada Tilly. Ofrece un atrayente muestrario de la flora y fauna de la zona; y de los restos líticos de las primeras culturas del territorio. En un paseo que se hizo en cierta ocasión al lugar, pudo observarse una lograda representación de la “Cueva de los Felinos”; gruta ubicada en la meseta central de Santa Cruz que posee unas llamativas imágenes de arte rupestre.


Si bien este cronista no tiene el gusto de conocer el Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia, que incluye los Museos Antártico y de Arte Marino, gracias a las descripciones disponibles se sabe que sus salas reúnen muchos recuerdos de los episodios que, con el tiempo, contribuyeron a crear la leyenda de ese mítico paraje de la Tierra. Su actual director, Carlos Pedro Vairo, escribió numerosos libros de historia; entre ellos “Ushuaia”, “Faros del Fin del Mundo” y “El presidio de Ushuaia”.


El Museo Paleontológico de Bariloche, que el autor de esta nota también sólo conoce por referencias, exhibe una sintética pero amena muestra de la soterrada riqueza fósil que encierran los Andes sureños. Es una dimensión poco conocida de tales escenarios, admirados por sus panoramas y su belleza paisajística.


Por su parte el Museo “Emma Nozzi” de Carmen de Patagones enseña una mirífica colección de piezas que reflejan el rico antaño de la comarca. Se complementa con varios hitos históricos cercanos; cuya cronología llega hasta la época del Virreinato. El nombre evoca a su primera directora —lo fue por cincuenta años—, Emma Nozzi; notoria investigadora del pasado y tenaz recopiladora de la tradición oral maragata, que también aportó sus escritos al corpus literario patagónico.


Como colofón de esta nota, se mencionará una institución de reciente creación: el Museo “Tiempo Pasado” de General Conesa; con su Banco de la Memoria “Guillermo Yriarte”, reservorio de testimonios escritos y verbales. Su fundadora es Inés Frantz de Luna; estudiosa del ayer regional y autora de varias obras que lo reflejan, como “Vivencias de mi gente”, tomos I, II y III. El Museo aduna elementos del ámbito natural y otros históricos; entre los que se observa una detallada maqueta del antiguo Ingenio Azucarero.


Cabe ahora preguntarse… ¿qué relación tienen los museos con la Literatura? ¿Por qué se cree oportuno tocar este tema en un espacio dedicado a las letras? En principio, ambas son manifestaciones del interés de una comunidad por su cultura. La presencia de Museos y Bibliotecas indican tal proclividad. Esta es una vinculación directa y sencilla; pero hay una más relevante. Se dijo, al iniciar estas páginas, que la contemplación de un objeto expuesto en un museo podía generar en el visitante el deseo de conocer más sobre las circunstancias que lo rodean. Al abandonar el recinto espoleado de tal manera, el investigador amateur querrá aclarar sus dudas. ¿Dónde buscará la información? Sí, ya se sabe que, tal vez, el primer recurso al que apelará será la “red”. Pero, para profundizar el tema y contrastar lo visto en la “red”, ¿dónde terminará su búsqueda, si no es en los libros?


domingo, 11 de octubre de 2020

LA NOTA DE HOY

 



MICRO-LITERATURA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En su último libro, “Gorriones de la noche”, el poeta riogalleguense Jorge Curinao ensaya el poema breve; asumiendo el riesgo de sintetizar su visión poética en el micro-verso de una sola oración o, a lo sumo,  en menos casos, de dos o tres. Por ejemplo: El mar es imitación del sueño que regresa. Resume así, en esa expresión minimalista, el fruto de su inspiración libre de ornamentos; secuencia lógica de la obra del vate que en sus anteriores creaciones trabajó sobre el poema en prosa, muchas veces en una versión corta. De esa manera fue podando, desbastando sus textos, hasta llegar a la forma más reducida y concentrada.


Tal brevedad en la prosa poética también se advierte en el libro “Música desconocida para viajes”, del escritor Christian Aliaga de Comodoro Rivadavia. En esa obra, los sitios de una diversa geografía, la mayoría de ellos enclavados en la Patagonia, dan pie a textos cortos llenos de poesía.


Pero también la narrativa adopta una faceta de concisión en la región, por parte de autores que persiguen desarrollar un argumento completo en la menor cantidad de palabras posible. Paulo Neo incursiona en el micro-cuento y el micro-relato con “Microficciones ilustradas”, cuyas imágenes son de Andrés Casciani; y “Amor sonámbulo y otros breves”. Ambos libros revelan la habitual tendencia del santacruceño a la brevedad; exhibida en muchos textos suyos.


Otro cultor del minimalismo literario es Pablo Lautaro, autor del Neuquén. En sus libros “Retratos” y “Alumbrando nostalgias”, muestra numerosos ejemplo de su intención por expresar con la menor cantidad de vocablos la idea que quiere volcar en el papel. Del último de esas obras es el relato corto “Alma”:


Se levantó medio aturdido, algo le punzaba en la sien, no lograba quitar de su cabeza la imagen visceral de Violeta sollozando perdón. Era él mismo quien yacía tendido en medio de un charco de sangre… No pudo hacer nada, el alma se había despedido de su cuerpo.


En general, muchos autores regionales prueban en alguna oportunidad el subgénero, sin hacerlo su dominio exclusivo. Por ejemplo, en su último libro, “La ciudad, después…”, Luis Ferrarassi incluye catorce micro-cuentos de tono fantástico; como “La vida alrededor”:


Los campos no están ahí, acá ni allá. Ya no galopo. No siento el aire soplando mis crines ni el viento intentando ganarme una carrera. Solo veo los mismos árboles y los mismos bancos y los mismos cielos. Solo son distintos los niños que me dan vida en una vuelta más.


Otra manifestación literaria breve es el aforismo, sentencia, refrán, palmaria o sentencias similares de formatos diversos, con su modalidad específica. A veces también la cita; aunque ésta, a diferencia de los anteriores que encierran su contenido en sí mismos, puede haber sido tomada dentro del contexto de un escrito más largo que completa su significado - de allí error frecuente que ocurre al descontextualizar una cita y usarla, incluso, en un sentido distinto al que el autor quiso darle. En la Patagonia, un literato que practicó el aforismo es Pablo Marrazzo, con sus “Palabras para mis hijos”. De esa obra es esta máxima titulada “Críticas”: No se debe criticar a los demás, pues sólo uno y a veces, conoce el verdadero peso de la cruz que lleva en sus hombros.


La poesía breve tiene una larga tradición a lo largo de la historia y la geografía mundial. Los dísticos griegos, los pareados españoles, los “haiku” japoneses – cultivados no solo por los autores nipones – y otras variantes similares, reflejan esta búsqueda de la mínima expresión y máxima concentración poética; que fue practicada por muchos y reconocidos escritores. También la narración breve fue objeto de la actividad creadora en todo tiempo y lugar; y qué no decir del apotegma en sus diversas variedades, cuyas primeras muestras vienen de la antigüedad clásica.


Por ello, parecería arriesgado afirmar que la brevedad literaria es una característica de la época actual. Mas no es desacertado decirlo. Ser sucinto es propio de estos días; y la Literatura breve, pese a sus remotos antecedentes, se lleva bien con los tiempos que corren. Señal del reinado de la cortedad, son los medios de difusión basados en la red. Aun cuando permiten publicar trabajos largos, potencian el texto minúsculo, la frase ingeniosa, la idea expresada en pocos vocablos.


Resulta así que analizar la micro - Literatura requiere considerar otro tono de la época: la noción de “efímero”. Gilles Lipovetsky, en su obra “El imperio de lo efímero”, relaciona este concepto con la moda; el gusto cambiante y pasajero por algo – y su pronto olvido –, tan común hoy en día. Cuando un escritor como los que se citaron en esta nota acorta sus textos para generar en el lector un efecto intenso, persigue lo breve, pero no lo efímero.



sábado, 12 de septiembre de 2020

LA NOTA DE HOY

 




LIBROS RAROS, NARRACIONES EXTRAÑAS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives







La acepción más común del término “raro” en la Literatura, se refiere al libro que, por alguna característica peculiar, se hace deseable a las apetencias del bibliófilo. Por ejemplo, ciertas primeras ediciones, ejemplares autografiados por autores famosos, volúmenes de impresión inusual. Los negocios especializados suelen poner en sus reclamos “libros raros, antiguos y agotados”, haciendo alusión a esta particularidad.


Sin embargo, en el mundo de las letras la palabra tiene también otro significado. En 1896, Rubén Darío publicó la primera edición de un ensayo titulado “Los Raros”. Reunía sus comentarios sobre una serie de escritores cuya obra él valoraba y que —en ese momento— no eran tan conocidos por el gran público. En el concepto del vate, se entiende por “raro” un autor y su producción.


Pero el crítico literario Luis Gregorich, en un artículo de 1979 (*), da al adjetivo una tercera connotación. Ubica en esta categoría, a la que tilda de personal y subjetiva, los libros que un lector incorpora a su biblioteca “porque le gustan”; sin poder precisar el motivo de tal preferencia. Se trata de ejemplares de distinta clase, de autores ignotos o reconocidos. El comentarista pone, a modo de ejemplo, la novela “La obra de arte desconocida” de Balzac. Con similar criterio, se podría clasificar así a la narración “La búsqueda del infinito” del mismo autor; que trata sobre la pesquisa de la piedra filosofal por un anacrónico alquimista del siglo XIX. En su “Canon occidental”, Harold Bloom habla de la “extrañeza” exhibida por ciertos libros, que los hace agradables aun sin entenderse bien la causa; un rasgo que él relaciona con su vigencia como “obras maestras”.


Aunque existe una definición más; que incluso origina una tipología dentro de la Literatura, casi con carácter de género. Se trata de aquellas creaciones que son “raras”, o “extrañas”, por lo insólito de su argumento; aspecto que muchas veces se refleja en su estructura. Son “raras” algunas obras de escritores renombrados, como Kafka, Machen, Villiers de L´Isle Adams. Y hay, asimismo, libros “raros” de autores “raros”, en el sentido que tomó el bardo nicaragüense: “Allá lejos” de Joris Karl Huysman, “El libro del juicio final” de Leo Perutz, “En Nadar Dos Pájaros” de Flann O´Brien.


Se trata de textos cuyas tramas son inquietantes y muestran un entrecruzamiento de ámbitos que atrae y sorprende. En general, combinan realidad y fantasía, entreverando lo natural y lo sobrenatural —este último rasgo, más implícito que explícito—, de forma que exige al lector discernir cuando está en un mundo y cuando en el otro. También hay presente una técnica de escritura que más que describir, sugiere; y, sobre todo, obliga a interpretar el contenido. El lector enfrenta, de manera continua, incógnitas sobre el sentido de lo que sucede. Además, el texto presenta una conformación distintiva que, entre otros rasgos, intercala alusiones a mitos y leyendas, signos de saberes ocultos, apelaciones a ideas misteriosas. Tal singularidad hace que en general adopten el formato de la novela, la “nouvelle” o el cuento largo. Esos tres factores —mezcla de realidad y fantasía, estilo que deja entrever más que explicar y estructura que enlaza la trama con referencias legendarias parecerían ser los que generan el atractivo de las obras incluidas en esta categoría.


¿Hay en la Literatura Patagónica narraciones “raras”, en tal sentido? Este cronista entiende que existen varias ficciones sureñas que reúnen las características citadas. Una de ellas es “Gondwana”, del bolsonense Jorge Honik; cuento largo apto para figurar en las antologías del género. El protagonista, un viajante de comercio, ve su gira de negocios inopinadamente cruzada por los rastros de una Patagonia fabulosa; y pierde la noción de lo real y lo irreal.


Otro autor de El Bolsón tiene un relato donde un grupo de científicos se enfrenta con una leyenda, en el cual fantasía y realidad se confunden; y queda en el lector elegir cuál prevalece. Se trata de “El kollon”, de Jorge Rubén Sánchez. Por su parte, la nouvelle “Tons”, de Carlos Nuss de Comodoro Rivadavia, toma personajes cotidianos, un operario del petróleo y un psicólogo, inmersos en una situación fantástica que desdibuja los límites entre las dos dimensiones.


En los tres casos mencionados, las obras transcurren en un ambiente patagónico; con elementos relacionados con temas de la mitología sureña: el plesiosauro habitante de los lagos andinos, el kollon, las divinidades kenk. Sin embargo, hay obras de igual índole pertenecientes a otros autores de la zona, verbigracia, “Visiones desde la Torre” del trelewense Carlos Ferrari, cuyo escenario es más inusual.


Al ver, con ejemplos de la calidad de los anteriores, la riqueza de la Literatura austral; surge una duda. ¿No resultaría conveniente tomar el concepto de “los raros” de Rubén Darío y escribir una obra donde se reseñe a los virtuosos, pero poco difundidos, escritores patagónicos? A lo mejor no sería mala idea. Tal vez podría ser una especie de profecía que se auto-cumpliese. Porque más allá que la pluma del poeta los realzó, los nombres reunidos en su trabajo ganaron por sí solos su propia fama: Lautréamont, Martí, Verlaine, Ibsen...


¡Quién sabe! Quizás una obra así contribuiría a que los “raros” escritores patagónicos tuvieran todo el reconocimiento que merecen.




(*) Artículo “Los raros”. Revista “Libros elegidos” (Ed Atlántida), Nro 33, marzo de 1979. Pag 59.


lunes, 24 de agosto de 2020

LA NOTA DE HOY

 


AL LECTOR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




“Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.


La frase de Jorge Luis Borges, si bien manida, es una adecuada manera de iniciar esta nota. Porque su merecida fama de aficionado a la lectura es el motivo por el cual se estableció el día 24 de agosto como “Día del Lector”; recordando su nacimiento ocurrido en igual fecha del año 1899. Muchas veces, estas páginas se dirigieron a resaltar la figura de los escritores. Cabe ahora recordar a esa otra punta del fenómeno literario; sin cuya existencia vanos serían los esfuerzos de los autores, por virtuosos que sean. ¿De qué valen carillas y carillas llenas de palabras, si no hay quien, leyéndolas, las disfrute? ¿Dónde irían a parar las inspiradas creaciones de los bardos? ¿Al cajón de sastre, al baúl de los recuerdos, al ropero de la pieza del fondo…? El arte del literato se completa y se transforma en Literatura, cuando otra persona abre las páginas de un libro y revive en su interior los pensamientos y sentimientos que habitan en el texto.


Pero antes de seguir con estas palabras, se aclara que, siguiendo un uso común del lenguaje cotidiano, el presente artículo se aparta un tanto de lo normado por la Real Academia Española. En el diccionario de la RAE (*), el término “lector” se define así: “1. adj. Que lee o tiene el hábito de leer”, sin el usual “u.t.c.s.” o “u.m.c.s.”. En esta nota se lo empleará con el sentido de “persona que lee o tiene el hábito de leer”; es decir, como sustantivo, en referencia a un ente con existencia propia. También, abusando de la analogía, se usará un sinónimo poco común, “leedor”, cuyo significado según la RAE es “1. Adj. desus. Lector (que lee). Era u.t.c.s.”. Tal vez sea desusado, pero un término con tanto contenido —y presencia en la escritura— como “lector”, bien merece un sinónimo.


En su obra “El Defensor”, el escritor español Pedro Salinas dedica una de sus “defensas” a la lectura; y, por ende, al lector. Encendido elogio de los leedores, marca algunos escollos que los tiempos actuales presentan para ellos. Uno de estos puntos se refiere a la conveniente soledad que requiere la lectura; a veces difícil de conseguir en las urbes modernas. Pone el caso del sujeto al que un día vio leyendo en el subterráneo. El individuo sostenía en una mano un tomo de Plotino; y con la otra se tomaba del manillar colgante. Rodeado del numeroso pasaje que lo empujaba en las subidas y bajadas, y a merced de los vaivenes producto de la inercia y de los rolidos del vagón, el lector se mantenía impertérrito, sumergido en la compañía que su libro le ofrecía; aislado de todos en medio de la gente. Aunque como muy bien dice Salinas:


“… la soledad del lector es más aparente que verdadera, y sólo puede llamarse soledad si se piensa en la compañía de coetáneos, de prójimos de carne y hueso. Entre los variados matices de la situación de soledad, ése del que lee tienta a la curiosidad. Porque representa a un estado intermedio entre el estar solo y acompañado; se está solo sin estarlo y es viva contradicción entre una apariencia y una realidad”.


A esta imagen engañosa del leedor soledoso se refiere también Quevedo, en el soneto que con posterioridad fue titulado “Desde la torre” por los editores:


Retirado en la paz de estos desiertos

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.


Cierto es que un leedor no sólo disfruta la obra de literatos fenecidos, sino también la de autores contemporáneos. Pero las palabras de Quevedo revelan dos ítems interesantes. Primero, que quien lee tiene el don de “oír” la voz del escritor con sus ojos. Segundo, que tiene otro don: el de dar inmortalidad a un autor —menudo don—, porque cada vez que abre un libro, aunque su creador haya muerto siglos atrás, en ese momento está tan vivo como cuando lo escribió.


Se dedica estos párrafos finales a los lectores patagónicos. Al igual que se denomina “escritor patagónico” al que viva —o haya vivido— en la Patagonia, cualquiera sea el tema que sus textos toquen; al decir “lector patagónico” se hablaría de aquel que reside en la zona, no de quien lea sólo escritores patagónicos. Aunque, por supuesto, también los lea. Es más: no sería desatinado sugerir que es probable que los libros de autores patagónicos sean leídos mayormente por leedores de la misma región.


Acceder a las obras de los literatos australes es difícil para muchos aficionados a las letras del resto del territorio nacional; y así se ven privados del placer de disfrutar de creaciones con una remarcable calidad literaria, fruto de un importante grupo de escritores nacionales que alza su voz desde el sur. La existencia de esos lectores, los que leen libros de autores patagónicos en cualquier región del país, o del mundo, donde residan, son la razón de ser de la Literatura Patagónica. Vaya para ellos el presente tributo y, a la par, un caluroso agradecimiento.




(*) Versión digital “en línea” del sitio de la Real Academia Española (https://rae.es). Consultado el 03/08/2020 a las 16.22 horas.


lunes, 10 de agosto de 2020

EL ADIÓS A UN AMIGO

 


GERARDO ROBERT, EL HOMBRE DEL "SUR-SUR"

(IN MEMORIAM)



Lo conocí en un festival folklórico en Comodoro Rivadavia, allá por el año 1968. Él y Aníbal Forcada, conductores del encuentro, se sacaban chispas en el amistoso duelo criollo de florearse con poesías y palabras desde el escenario.

Tenía una presencia imponente. Su manera de plantarse frente al público, su potente voz de barítono, la cadencia de su fraseo, el hábil manejo de las pausas, tenían la inmediata virtud de concitar la atención del oyente.

Recitaba como pocos. No solo textos ajenos, sino también los propios. Porque además de todo, Gerardo era un poeta exquisito. Su inspiración conseguía interpretar con toda fidelidad el ambiente campestre, volcar con las palabras más exactas y adecuadas las cosas de la tierra y de su gente. De la gente del “Sur-Sur”, como él solía decir, para diferenciar el abuso del nombre de ese punto cardinal con que muchos pretendían aludir solo a la parte meridional de la Provincia de Buenos Aires.

En su fuero íntimo nunca dejó de ser un “hombre de campo”. Amaba las costumbres criollas y trataba de replicarlas aun en los ambientes más alejados. Durante la etapa de su vida en San Martín (Prov. de Bs. As.) el patio de su casa era escenario de encuentros con amigos donde JAMÁS faltaba un guitarra, un fuego encendido y su destreza de asador consumado.

Y amaba a Camarones, su pueblo natal. Lo nombraba siempre con orgullo, como quien nombra a su Patria. Y es que era su “patria chica”, el sitio adonde decidió regresar para vivir los últimos años de su vida.

Por otra parte, Gerardo hacía de la amistad un culto sacrosanto. Sus amigos casi siempre tenían vínculos con la música, la poesía y las costumbres tradicionales. En su generosa costumbre de agasajarlos, llegaba a organizar encuentros supernumerarios, donde a veces casi no alcanzaban las sillas, ni las guitarras, ni el tiempo necesario para que todos los amigos tuvieran ocasión de tributar sus voces a esas reuniones siempre memorables.



La vida nos regaló la fortuna de reunirlos a él y al querídisimo “Lalo” Sheffield, de quien ya he hablado tantas veces. Juntos, eran una gloria. La guitarra y el canto tenían entonces su momento más intenso, más sublime. Los dos conocían al dedillo el campo, el interior profundo del Chubut, los hábitos, las alegrías, el humor y el sufrimiento de sus humildes habitantes. Todas esas vivencias florecían en  forma de anécdotas, en recuerdos, en canto y en poesía.

Además, era un lector exigente. Ese aspecto nos brindó un motivo adicional de disfrute y algunas historias personales que en otra ocasión contaremos.

Ahora solo queremos hacer un alto en la huella para recordarlo. Se fue esta madrugada, mientras dormía, sostenido por un gran amor familiar. Estaba necesitando un descanso después de galopear con bravura al dolor físico y sostener la monta sin caerse. Uno quisiera tenerlo aquí, de pie, por mucho más tiempo, pero era injusto que siguiera sufriendo así, en forma innecesaria.

Ya volverá a Camarones, a grupas del viento del Sur-Sur, para descansar finalmente en paz, en su pueblo tan amado.

Cada vez que desenfundemos la guitarra, te sentiremos allí, con nosotros, al pie del fogón.

Un abrazo grande, inmenso, mi querido amigo. Q.E.P.D.



C.D.F.

martes, 4 de agosto de 2020

IN MEMORIAM: ELÍAS CHUCAIR




ELIAS CHUCAIR

(1926 – 2020)

LA PARTIDA DE UN ESCRITOR



Es imposible hablar de Literatura Patagónica sin mencionar a Elías Chucair. Los más de cuarenta volúmenes que comprenden su obra, son un sólido basamento para convertirlo en uno de los principales autores sobre los que se asienta el corpus literario regional. Se pueden citar, entre muchos otros, sus libros “Bajo cielo sur”, “Sur adentro”, “Desde Hullimapú”, “Con viento patagónico”, “Con grillos y silencios”, “Tiempo y distancia”, “El Maruchito hacedor de milagros”, “Cuentos y relatos”, “Hombre y paisaje”, “De umbral adentro” y “Acercando ayeres”. 


Chucair nació en Ingeniero Jacobacci el 25 de mayo de 1926. Al tiempo de empezar sus estudios en la localidad, su padre lo envió a continuarlos en el Colegio Salesiano de Viedma, donde conoció al padre Raúl Entraigas. Las poesías que el sacerdote escribía, difundidas a través de un periódico institucional y exhibidas en la cartelera escolar, despertaron en el joven una temprana afición por las letras. También hacia esta época, en el mismo establecimiento educativo, comenzó a incursionar en el teatro; una afición que mantendría con el correr del tiempo.

A lo largo de toda su rica y multifacética vida intervino activamente en diversas tareas en bien de la comunidad, incluso desde la función pública; a la par que desarrollaba su prolífica creación literaria. Sus obras muestran un estilo claro y atractivo; con una fuerte connotación regional que pone de manifiesto su profundo conocimiento de los personajes, las costumbres y los paisajes, naturales y humanos, de la Patagonia. El acervo cultural de la región fue una permanente fuente de inspiración de los textos salidos de sus manos; mostrando que la riqueza temática que esta tierra ofrece es valioso pábulo para la creación literaria.


A los títulos mencionados más arriba, y a fin de señalar aún más la importancia de su aporte a las letras sureñas, pueden agregarse “Dejaron impronta”, “Rastreando bandoleros”, “Anécdotas de un rincón patagónico”, “Cuentos y relatos patagónicos”, “Historiando mi pueblo Huahuel Niyeo / Ingeniero Jacobacci”, “Testimonios de antaño”, “Breves historias de mi pago”, “Quetrequile… el pueblo que fue”, “Teatro Vocacional en la Línea Sur Rionegrina”, “Antología poética”, “Desde la Patagonia de todo un poco”, “Del archivo de la memoria”, “Estampas y recuerdos”, “Rescatando ayeres”, “Hacia mis raíces… el Líbano”, “La Inglesa Bandolera y otros relatos”, “Partidas sin regreso de árabes en la Patagona” y “El collar del Chenque”. A ellos debe agregarse los más de treinta cuadernillos “Aquí y Ahora”, que narran episodios de la historia de su patria chica.


El pasado 30 de julio, en su ciudad natal, falleció el ilustre jacobacino. Recordando uno de sus títulos, se podría decir que ese día ocurrió su partida sin regreso. Sin embargo, como sucede con los artistas que se perpetúan a través de sus obras, Elías Chucair va a volver cada vez que un lector tome uno de sus libros, lo abra, comience a recorrer las páginas y, disfrutando de los textos escritos por la hábil y amena pluma del autor, reviva una vez más en su imaginación el legado del genial rionegrino.




J.E.L.V.


miércoles, 22 de julio de 2020

LA NOTA DE HOY




SOBRE EL DEPORTE Y LOS LIBROS

Por Jorge Eduardo Lenard VIVES




Hace un tiempo, la escritora Olga Starzak publicó en estas páginas un artículo llamado “El fútbol como objeto de la creación literaria” (*); que hablaba sobre la relación entre ese deporte y la Literatura. Luego de dar diversos ejemplos de cómo las letras reflejan tal actividad lúdica, la autora concluía que “la Literatura abarca todos y cada uno de los temas de la vida; y el fútbol forma parte de ellos”. Si se generaliza ese concepto, puede decirse que el deporte, en todas sus variantes, es parte de la vida. Por ello, no es llamativo que muchos autores lo hayan tomado como tema para sus obras de ficción. Se aclara “de ficción”, porque –salvo unas excepciones que va a ser necesario citar más adelante- quedan fuera de esta nota los numerosos, numerosísimos, ensayos y otras muestras del género didáctico que tratan sobre el tema. 

En muchas narraciones cortas y largas de ficción de diferentes países se apela a una trama deportiva, en sus distintas variedades: “Muerte contrarreloj” de Jorge Zepeda Patterson (ciclismo), “Mi cuñadito” de Rubén Rodríguez Lamas (básquet), “El precio de la victoria” de Sara Brown (tenis), “Tenías que ser tú” de Susan Elizabeth Phillips (fútbol americano)… La lista sería interminable; incluyendo las obras de varios premios Nobel: el capítulo que Thomas Mann dedica al esquí en “La montaña mágica”, el cuento “El río de los dos corazones” y los párrafos de “Islas en el Golfo” que Ernest Hemingway escribe sobre la pesca, la novela “El miedo del portero ante el penalty” de Peter Handke. Las sensaciones de diverso tipo que el ejercicio físico recreativo despierta en el ser humano fueron objeto de atención por parte de los escritores.

¿Y en la Literatura Patagónica?

Sin dudas una de las primeras menciones debe ser a Osvaldo Soriano, quien recordando su juventud en Cipolletti, volcó en el volumen “Cuentos de los años felices” algunos relatos futboleros ambientados en la zona. Uno de ellos es “El hijo de Butch Cassidy”, que narra el mundial “realizado” en Barda del Medio en 1942; singular copa del mundo con particulares reglas, disputada por una insólita nómina de equipos. Esta pasión de unir el juego de la pelota y las letras, originó hace un par de años en Puerto Madryn un concurso literario de narrativa organizado por la “Liga de Fútbol Valorado”. Si bien en su primera edición la temática era sólo sobre el balompié, en la segunda ya se amplió su alcance a todas las disciplinas deportivas.

Al tener un alcance universal, no es ajena la región a la atracción por el fútbol; pero hay otros deportes con particular incidencia en la Patagonia. Verbigracia, la natación y el submarinismo. El cuento “Séptima dimensión” de Margarita Borsella, hace referencia a una entusiasta de la apnea que, al zambullirse en el mar para disfrutar la visita a un buque hundido, sufre un incidente y una extraña vivencia. Si bien no se encuentran demasiados antecedentes del tema en la zona, es oportuno hacer aquí una excepción a la norma impuesta en esta nota –“hablar sólo sobre obras de ficción”– y mencionar el libro “Buceando recuerdos” del madrynense Pancho Sanabria; una interesante evocación de la historia del buceo nacional.

Otro de esos deportes de arraigo patagónico es el esquí. Una de las pocas novelas que lo toma como parte de la trama es “Magia blanca”, de Eduardo Gudiño Kieffer. Pero no ocurre en la Patagonia, sino un poco más al norte; en las pistas de Las Leñas, en Mendoza. No hay muchos otros ejemplos de ficciones sobre el tema; pero sí de ensayos. Por eso, volviendo a apelar a la premisa de citarlos cuando se cree necesario, se menciona como ejemplo el libro “Historia del esquí en Bariloche”, de Schatz Bachmann; que describe el desarrollo de la afición en esa zona. La otra cara de las montañas, el andinismo –mientras en el esquí se disfruta descendiendo, en la escalada el placer es ascender– ya fue tratado en este blog tiempo atrás (**), por lo que no se volverá a mencionar la vasta bibliografía que habla sobre ese deporte. Sólo se hace referencia a un par de piezas de ficción halladas sobre el particular: los cuentos “Tinieblas impenetrables” de Olga Starzak y “Juntos” de Martha Perotto.

Las carreras de autos siempre tuvieron arraigo en las localidades del sur; con algunas manifestaciones clásicas como las competencias de “Ford T” del Valle del Chubut, los “hot rod” en Comodoro Rivadavia o el rally “Vuelta de la manzana” de Río Negro. Parte de esas expresiones fueron las legendarias pruebas de turismo carretera que se desarrollaban en la ruta varios años atrás; y que el escritor Jorge Honik nos recuerda en unos párrafos de su cuento “Gondwana”. Allí remeda las transmisiones radiales por medio de la cuales se seguían las vicisitudes del certamen:

Los fluidos radiales volvieron a encontrarse y estallar. Una voz se irguió sobre la otra hasta ahogarla. Por sobre el lento monólogo, Gambino, erizado por la excitación, gritó frenéticamente: “¡El número cincuenta y nueve ya pasa por el palco oficial! (¡Brrrmmmm!) … ¡El cincueeentaynueeeve! ¡D´Onofre, identifíquenos a ese coche por favor!

Y más adelante:

… aquí viene Antonio Díaz con alguna información. Adelante, Antonio.
-Sí… eeeh... gracias, Juvenale… Emm… sí… quería decirles que… mm… tenemos la confirmación del pasaje del número cincuenta y nueve… uhhh… no tengo aquí la identificación y le agradecería a D´Onofre que nos la diera… (desde una frecuencia de onda que transformaba la voz humana en una ininteligible ronquera electrónica, llegó la voz de D´Onofre supuestamente proporcionando la requerida información) …gracias…. uhhh… D´Onofre… Repito entonces… el cincuenta y nueve acaba de pasar por… Laguna Blanca, hace aproximadamente cuatrooo… cuatro minutos.
- Gracias Díaz.
- De nada… mm… Juvenale.

Después de realizar este rápido e incompleto recorrido por el tema, se podría afirmar que no es raro que el deporte se refleje en la Literatura. Extraño sería que no lo hiciese, en especial en su faz “activa”. Pues el deporte tiene dos faces: una contemplativa, en la cual el simpatizante lo ve como espectador – que da pie a la aparición del “profesionalismo” -; y otra activa, donde es el mismo aficionado quien lo practica. Esta última faceta es muy acorde a la experiencia literaria; pues del hecho en sí surgen las emociones íntimas que generan una sensación de gozo inmanente a la condición humana. Una cosa es verlo; y otra sentir la euforia de driblear la pelota entre un par de rivales y embocarla con un tiro certero en un ángulo inalcanzable del arco, de escuchar el sonido de las tablas deslizarse sobre la nieve obedeciendo al antojo del esquiador al menor cambio de peso, de esquivar el tackle de un contrario y arrojarse con la guinda bajo el cuerpo justo en medio de la “hache”, de sumergirse en el reino silencioso del agua clara y ver el magnífico espectáculo de lo subacuático donde cada rasgo adquiere otra dimensión, de cruzar la meta después de correr varios kilómetros con el cuerpo casi exánime pero el alma llena por haber vencido las propias flaquezas, de experimentar el gozo de hacer cumbre luego de haber superado en la roca unos cuantos pasajes de distinto grado de dificultad…

¡Claro que esas son sensaciones para ser llevadas a la Literatura!




(*) “El fútbol como objeto de la creación literaria”. Olga Starzak. Literasur, 10/07/2010.
(**) “La Literatura de montaña”. Jorge Vives. Literasur, 21/07/2015.