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lunes, 17 de febrero de 2020

EL POEMA DE HOY




LA MILONGA RIONEGRINA

Por Aurelio Sarriés (*)

Milonga, 30/09/1981




La milonga rionegrina
hoy quiere ganar las huellas
bajo este cielo de estrellas
y polvorientos caminos
en la voz de un rionegrino
que canta sus esperanzas
escalando la distancia
entre los valles y sus sierras
con la genuina fragancia
que es propia de nuestra tierra.

Naciste en el fogón
pa´ orgullo del rionegrino
cuando con Julio Argentino
hiciste la expedición.
te prendiste al diapasón
de la guitarra campera
sin que ninguna tranquera
le cierre paso a tu andar
y así te pueda cantar
cada criollo a su manera.

Creciste en el desierto
y entre las sierras nevadas
al ruido de la caballada
que galopó a campo abierto
lloraste cuando algún muerto
quedó en el medio del camino
porque lo apialó el destino
en la ruda atropellada
o lo apretó el caballo
al costalarse en la helada.

Más después con el carrero
abriste huella al progreso
y tal vez será por eso
que como el progreso avanza
seguís con suma constancia
alentando el rionegrino
pa´ que no cese su tino
en la pujante jornada
y te lleve enarbolada
como símbolo argentino.

Te metiste al galpón
en el tiempo de la esquila
y al entrar a las cocinas
fue dulce tu entonación
cuando vibró el diapasón
en una nota divina
al cantarle a alguna china
que te escuchó con placer
por ser como vos mujer
las dos gauchas y argentinas.

Cuando me envolvió el silencio
sin que te llame llegaste
milonga que te entregaste
como grata compañera
pa´ que mi raza campera
te cante con sentimiento
tenés varia´o el acento
por amarguras y halagos
como son en estos pagos
también variados los vientos.



(*) Escritor y cantautor nacido en 1941 en Aguada de la Piedra; paraje situado 50 kilómetros al sur de Maquinchao (localidad donde actualmente reside). Dedicado durante toda su vida a las tareas rurales, sus aficiones son la poesía y la guitarra. Adoptó el seudónimo de “El Trovero Rezagao”. Es integrante del Círculo de Escritores de Maquinchao, con quienes participó de la antología “Palabras que trajo el viento”. “La milonga rionegrina” fue tomada de su libro “Razones de un ignorante” (San Carlos de Bariloche, Taikén Editorial, 2014).



sábado, 8 de febrero de 2020

LA NOTA DE HOY





LA CUEVA DE SARASOLA Y OTRAS CUEVAS PATAGONICAS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives (*)



Así como el ser humano sintió la atracción por escalar las alturas para “conquistar lo inútil”, al decir del renombrado montañista Lionel Terray, también se vio impelido a hundirse en las profundidades del globo en busca de los arcanos que el mundo subterráneo ocultaba. Claro que en su inicio tal pasión tuvo una finalidad práctica: nuestros antepasados trogloditas buscaron las cavernas para obtener refugio y abrigo. Con el tiempo, los mitos ubicaron a los dioses en las luminosas cimas y destinaron las simas sombrías para los demonios y otros entes lúgubres.

Como es natural, la Literatura tomó el tema y lo llevó a los libros. Algunos de ellos en tono moralista, como “La Divina Comedia” del Dante; y otros con un criterio de divertimento, como el “Viaje al Centro de la Tierra”, de Julio Verne. ¿Qué tienen en común lecturas tan disímiles, un portento de la poesía universal y una novela de aventuras? Pues que en ambas obras los protagonistas descienden al interior del planeta por una catacumba y encuentran escandalosos enigmas (metafísicos unos, científicos los otros), que causan inquietud y temor.

Pero los espeleólogos no participan de esos terrores y se internan con osadía en los sótanos del orbe, practicando una actividad llena de peligros que exige valor a quien la intente. Su afán se extiende a lo largo y ancho de la Tierra, porque estas formaciones se encuentran en todas las latitudes; y, por supuesto, también en la Argentina al sur del río Colorado. Muchas oquedades naturales guarda este suelo. El Neuquén presenta más de doscientas grutas, varias de ellas con indicios de ocupación prehistórica. Se destaca el sistema cavernario de Cuchillo Curá, con una fauna propia adaptada a la vida en la oscuridad; pero hay unas cuantas cuevas más, como la Caleufu, la Huenul y La Laguna.

En la provincia de Río Negro se puede mencionar la cueva de los Leones; próxima a Bariloche. “Cavando a tientas” en el suelo de sus umbrías salas, el perito Francisco Moreno descubrió los restos humanos de los primitivos pobladores. En el extremo atlántico de la provincia, no pueden dejar de mencionarse los huecos socavados por el mar en los blancos acantilados; que incluso nombran a una de las playas más conocidas de la región: “Las Grutas”.

Santa Cruz muestra varios de estos accidentes geográficos, entre los que se destaca la cueva de las Manos, en el cañadón del río Pinturas. El sitio no es una hendidura profunda sino un extenso alero; que muestra improntas de manos intercaladas con figuras antropomorfas cazando guanacos y choiques. Más al sur, cerca de El Calafate, se encuentra la cueva del Walichu; y, en el centro de la meseta, la cueva de los Felinos. Ambos son yacimientos de arte rupestre. En el último, los dibujos parecen representar al jaguar, otrora habitante de la Patagonia. Por su lado, en la costa marítima pueden mencionarse las “Siete Cuevas” próximas a Puerto Deseado; que incluyen la “del Indio”, la de “los Leones” y otras.

La insular Tierra del Fuego ofrece numerosas cavernas; muchas de ellas sitas en su bravía costa oceánica. Fueron usual cobijo de exploradores y náufragos; como aquella que lleva el nombre de “Allen Gardiner”, donde se guareció y murió de hambre el legendario misionero.

El Chubut también muestra una dimensión soterrada. De sus diversas manifestaciones se recuerda en particular la cueva de Sarasola. Quienes han vivido en Sarmiento, conocen el desafío implícito en un paseo a sus honduras; que reclamaba un gran esfuerzo físico y una dosis de voluntad para concluir con éxito la expedición. Además de su faz aventurera, este socavón tiene una leyenda que es recuperada por Gastón Martelli (1) y Austin Whittall (2) en sus amenos y documentados “blogs”. Según un relato recogido en la zona, los pobladores habían visto un “enorme gigante de cuatro metros de alto y grueso como un buey”; que suponían moraba en la caverna.

En relación a las grutas ubicadas en la costa chubutense, es interesante referirse a las famosas “cuevas” utilizadas por los colonos galeses al desembarcar en Puerto Madryn el 28 de julio de 1865. En realidad no son tales, sino excavaciones artificiales en la roca calcárea de la orilla; que brindan tres “paredes” para una casa cuyo techo y frente se cerraba con material de circunstancia. Pero sí lo son las cavidades cercanas que bautizan al punto geográfico donde están los refugios galeses (“Punta Cuevas”). (Esa referencia trae a la memoria un episodio similar: las cavas labradas por los pobladores maragatos, como viviendas, sobre las bardas del río en Carmen de Patagones hacia 1779).

A esta incompleta enumeración de las anfractuosidades patagónicas, tal vez habría que agregarle esas desvaídas copias de la naturaleza que, por diversos motivos, crean los mortales. Como los túneles de ferrocarril o las galerías de las minas. Mas estas obras, aun cuando muestran el ingenio y el esfuerzo humano, son pálidas imitaciones de la labor de las fuerzas tectónicas que modelaron el subsuelo terrestre.

¿Y qué hay de la Literatura Patagónica en torno a las cuevas? Al reunir el material para esta nota se halló muy poco. Sólo los datos de los descubrimientos geológicos del perito Moreno volcados en sus diarios de viaje; o la descripción del investigador Gregorio Álvarez en “El tronco de oro”, sobre los brujos neuquinos que “Se reúnen en cuevas subterráneas llamadas salamancas, a las que concurren generalmente metamorfoseados en aves, tales como el chonchón y el guaraivo y también montados en alguna rama de latué o de algún otro árbol de los llamados malignos o diabólicos”.

En la ficción, apenas unos párrafos de “La Liebre”, novela de César Aira con reminiscencias del “Beau Geste” de P. C. Wren; que no se desarrolla exactamente en la Patagonia sino en su “puerta”, el sur de Buenos Aires. Allí el protagonista ingresa por una gruta a un reino bajo tierra, dominio del cacique Pillán y los suyos. Otro ejemplo es el intricado dédalo de cavernas artificiales que en “La leyenda de Guaguerén” de Fernando Nelson, los atlantes construyeron bajo el valle del Chubut.

Pero más allá de su escasa presencia en las letras sureñas, la fascinación que despiertan las cuevas en la imaginación humana amerita hacerlas objeto de estas páginas. Acaso a través de la presente crónica, breve y sin pretensiones, el tema llame la atención de algún escritor vernáculo.



(1) http://geografiamiticaargentina.blogspot.com/2010/03/provincia-de-chubut-la-cueva-del.html
(2) http://patagoniamonstruos.blogspot.com/2010/09/cueva-de-sarasola-guarida-de-monstruos.html