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miércoles, 29 de enero de 2020

EL POEMA DE HOY




TARDECITA


Por Inés Luna (*)



Tardecita quieta, donde el viento calma
Donde el sol se pierde vistiendo  de gris,
Los matices rojos que mezclan el verde,
Y el naranja suave completa el tapiz.

Tardecita quieta, el agua que avanza 
Recoge las sombras del verde sauzal,
¡Los gritos se mezclan, la bandada pasa!
Se escucha con ellos el bello zorzal.

Como suave caricia, se perfila en el agua
Esa sombra ondulante que se puede observar.
Como brazos brillantes, el sol cae y abraza
Sauce y río que corre, sin dejarse atrapar. 







(*) Escritora conesina. Este poema fue tomado de su libro “Vivencias de mi Gente III”.

sábado, 18 de enero de 2020

EL CUENTO DE HOY




LA LAGUNA “EL PARAGUAY”

Por Oscar Ferro (*)



Desde el anochecer del día anterior la lluvia caía como a baldes sobre el Somuncurá.
Las negras piedras de basalto rebasaban sus poros de agua y otras, más rojizas, parecían fogonazos milagreros.
Huechupán y su familia, la esposa y dos hijos, observaban la extensión desde el hueco que hacía de puerta de sus dos habitaciones de piedra, tan bajitas que se inclinaban para mirar. El techo de cuero de potro y guanaco no era la primera vez que soportaba semejante tormenta.
Los añares lo curtieron para siempre.
Ya casi volvía a anochecer y el temporal se quedó quieto mirando desde el Cerro Corona Grande por el ojo del sol moribundo. ¡Cuánta agua corría por los zanjones y hondonadas…!
El hijo del buen Huechupán salió del ranchito y merodeó los alrededores.
-¡Papá! ¡El nochero rompió la manea y no se lo ve por ái! ¡La ha roto nomás; siguro que se jué pa la tropilla! –gritó Calfí.
-Pal Corona se ái de ir nomás –respondió con pena el padre.
La esposa, Cirila, soplaba la leña de piedra pata avivar las brasas.
En la parrilla de alambre quería ya chirriar una picana de avestruz gordo.
-Mañana de temprano vas a salir a campiar, Calfí –dijo el paisano con la vieja resignación anidada en las arrugas de su cara de piel tostada por el viento, sol y años.
-Siguro que el nochero se jué con la tropilla –gruñó doña Cirila, y acotó: No habrá ido el tontu este joriyando la laguna el Paraguay, a ver si se desbarranca el tontu…
El caballo nochero era un pingo alazán fuego y crespo. Las cerdas de su crin y cola parecían bucles y sus ojos grandes, azulosos.
Cenaron casi con la luz apagada de un cielo sin nubes y al terminar, el rito de siempre: salieron del rancho primero la madre, petiza y morruda, y la hija Sofía detrás que andaba ya por los doce años. Cuando regresaron salieron el viejo y el hijo.
Se echó agua en las brasas “pa ahorrar leña”, y cada uno se tendió sobre un cuero lanudo de capón y tiraron de la manta hasta que les llegó hasta las orejas.
Después todo fue silencio. Ese silencio del Somuncurá adentro que suena en los oídos con el zuuuum largo de un mosquito, porque allí el silencio tiene ruido.
Calfí apuró el último sorbo de un amargo para colgar de sus hombros el bozal, cabestro y rienda; sobre el brazo la bajera, en la mano la guacha y enderezó su tranco de piernas combadas hacia el Corona Grande.
-¡La pucha que yovió mucho; se habrá yenao La Paraguay, eso siguro! –murmuraba en la soledad de su mente mimetizada con la de la meseta.
Caminó desde la salida del sol hasta que éste caía a plomo sobre el endeble sombrero que se apoyaba en sus orejas. Cuando se agachó para sacarse una espina de tuna, vio los rastros de la tropilla en la tierra-barro que se hizo entre los huecos de las piedras. El coirón estaba pisado y mordisqueado.
-Cerca han de estar… - pensó, y se puso a otear la meseta y el faldeo imponente del Corona Grande -¡Ajá! ¡Ayá están! Y les chifló a los caballos con la alegría de quien llama a un amigo. Puso el cabestro al cuello de la yegua madrina para que la caballada no se dispersara y poder colocar el bocado al nochero.
Pero el nochero, el alazán crespo de ojos azulosos no estaba, no lo veía… Tembló Calfí y no supo por qué. Agarró otro caballo, echó la bajera sobre su lomo y montó de un salto revoleando la guacha, orientando a la yegua madrina rumbo al rancho: la tropilla comenzó a galopar tras ella.
El nochero no estaba.
Encerró en el corral de piedras. Huechupán estaba en la puerta del rancho y su mediana estatura sobrepasaba el techo. Salió doña Cirila también y detrás su hija Sofía.
Gritó Calfí: -¡El nochero no está, no lo vide en ningún lao! 
-¡Hum…! – murmuró Cirila –el tontu se ha ido pal lao del Paraguay, el chubasco lo ha desorientau. -increpó Huechupán.
-¡Cáyese! – increpó Huechupán -El nochero es de Sofía.
La tarde reclinaba su cabeza hacia la laguna blanca.
-Deje nomás encerrao, m´hijo. Coma algo y salimos pal Paraguay. Quién no le dice que esté pal lao de la Peluda o la Raimundo. 
Salieron en pelo no más, total iban a hacer dos leguas de campeada.
Unos galopes antes de llegar a El Paraguay sintieron unos chasquidos de agua al golpear contra las rocas
El sol ya había apoyado su cabeza en la línea del horizonte y bostezaba su cansancio nochero.
Calfí miraba las aguas de la laguna que se volcaban de un lado para otro como si inclinaran violentamente la olla de piedra. Más atrás el viejo Huechupán, no sólo retrocedía los años de su vida, sino también la de su padre quién murió mateando cuando tenía la friolera de ciento siete años, y él nunca le contó que el agua de la laguna llegara al borde y se batiera tan bravamente cuando ni el aires se movía así mismo en ese anochecer.
-¡Ayá está, casi en el medio! –gritó Calfí.
-¿Quién, m´hijo?
-¡El nochero…! –Y un relincho largo les hirió los oídos.
Lo vieron nadar, hundirse, saltar sobre las aguas como si de la laguna surgiera una llamarada.
-¡Nocheeerooo!
Entre la luz difusa lo vieron emerger con dos cabezas y dos relinchos largos como trompetas de anuncio, dirigidas al sur oeste.
Dos lágrimas grandes mojaron la cara del viejo paisano Y Calfí gritó:
-¡Sofía quiere que vuelvas, venite pa casa, nochero!
El caballo, rompiendo sus vasos contra el basalto del borde de la laguna, miró a los dos con sus grandes ojos azulosos y su crines se hicieron una agonía de bucles rubios. Muy despacio se hundió y las aguas quedaron serenas.
Un ratito después las estrellas peinaban sus flecos de luces mirándose en el espejo redondo de la laguna. Huechupán y su hijo Calfí volvieron al rancho de piedra y techo de cueros.
A la luz de las brasas de la leña de piedra, Cirila mascullaba entre dormiteos. Sofía estaba quieta mezclando el color de su piel con el de las piedras negras
Entraron el viejo y el hijo. Huechupán dijo:
-El nochero… -y no habló más. Sofía tenía los ojos color azul y el cabello rubio y crespo… En su rostro se acariciaba la precoz tristeza de un Nochero amanecido.
Dicen que cuando parece el Nochero braceando en las aguas de la laguna y mira hacia el noreste el verano será bueno y con mucho coirón blando para la veraneada. Si mira y relincha hacia el sur oeste, en el invierno nevará mucho. Si asoma con dos cabezas habrá desastre de clima y muerte de gente y ganado. Dicen que cuando el agua bate contra las piedras y no hay viento, es porque Nochero retoza con largas carreras por el fondo de la laguna El Paraguay…



(*) Escritor rionegrino, ya fallecido. Fue docente. Integró el Centro de Escritores Patagónico, creado en 1983. Este cuento, basado en una leyenda de la Meseta del Somuncurá, se tomó del libro “Brisas del Sur” (Edición de los autores, Bahía Blanca, 1986); que escribió en coautoría con Lily de Paterson y Mónica Morris.



sábado, 11 de enero de 2020

LA NOTA DE HOY



EN BUSCA DE LAS RAÍCES


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Hay una inquietud que asalta a la mayoría de las personas en un momento de la vida: conocer sus orígenes. Este interés, unido a la necesidad de dejar registro escrito de lo que se descubre al investigar la historia propia, genera una variante literaria que podría llamarse "de la búsqueda de las raíces". Aunque en cierto modo sería factible encuadrarlo dentro de la denominada “Literatura del yo”, esta vertiente de las letras no es similar a la autobiografía.

Si bien en esta última clase de obras se comienza muchas veces con un enunciado de los antecedentes familiares, no es la esencia fundamental del trabajo. En la autobiografía, el punto de partida es el individuo que se analiza a sí mismo a partir de su realidad. Sus reflexiones se centran en lo que ha hecho durante la vida a partir de la toma de conciencia de su ser. Se pregunta, en cierto sentido, "¿a dónde voy?". En cambio, en la variante "de la búsqueda de las raíces", el individuo se reconoce como el final de una historia. Su pregunta es "¿de dónde vengo?"; y trata de dilucidar lo acontecido para que él existiese. Con su nacimiento termina el trabajo que decidió escribir.

Tampoco es igual a la biografía o al ensayo histórico; porque en estos casos el observador es externo. Más allá de su seriedad académica y de su compromiso con la verdad, el biógrafo o el historiador no se siente involucrado de manera íntima con lo que narra. Pero quien escribe respecto a la historia específica que tuvo como fruto su presencia en ese exacto lugar, en ese preciso momento, sabe que todo lo que diga tiene una implicancia personal. Como sucede en la física cuántica, acá también el observador influye sobre el fenómeno observado; porque no pude descartarse un dejo de subjetividad emotiva. Por ello, al igual que en la autobiografía, en este otro tipo de trabajos también se debe producir ese pacto entre el autor y el lector del que habla Philippe Lejeune.

De todas maneras, algunos ensayos que tratan el tema de la presencia de familias de distinto origen arraigadas en la Patagonia, sirven a los exploradores de su propio pasado para obtener valiosa información; e incluso, en algunos casos, satisfacen por completo la necesidad de conocimiento que la cuestión causó al curioso, porque entiende que los datos obtenidos por esos terceros colman sus ansias de identidad. Estos libros que tanto contribuyen a ayudar en su búsqueda a quienes se interesan por sus orígenes son, por ejemplo, los dos tomos de la magnífica obra de Albina Jones de Zampini, “Reunión de familias del sur”; que desarrolla el árbol genealógico de más de 120 familias del Valle del Chubut, descendientes de los colonos galeses y de otros pobladores. Sin dudas es una substanciosa reseña cuya consulta es imprescindible para aquellos habitantes de esa comarca que quieran rastrear sus orígenes.

Otra obra de esas características es “Familias de Santa Cruz”, del riogalleguense Pablo Gustavo Beecher; que reúne una serie de bocetos familiares de los pioneros de Santa Cruz. A nivel local, en diversas ciudades sureñas, algunos escritores han sabido buscar esta información para conformar la historia de la Patria Chica; y a la vez brindar datos sobre las familias pioneras. Por ejemplo, en Las Heras, los autores Claudia Pródromos y Fabio Riquelme recopilaron datos para su obra “Retazos de la Memoria, Historia de familias lasherenses”; en tanto en Chos Malal, histórica primera capital del Neuquén, el historiador Héctor Alegría coordinó los dos primeros tomos de los cuatro previstos para la obra “Familias de Chos Malal”. Por su parte, en Comodoro Rivadavia, María Laura Morón y Liliana Peralta escribieron “A mi tierra…”; un libro en homenaje a los pioneros de Comodoro Rivadavia entre 1898 y 1915, cuyas biografías finalizan con la genealogía familiar hasta la actualidad.

Pero, más allá de estas obras de investigación histórica más amplia, el subgénero surgido a partir de la tarea de pesquisa realizada por parte de los propios interesados, muestra numerosos ejemplos en las letras regionales. Uno de ellos es el libro “Relatos de un inmigrante italiano“, de Claudio Paolini; quien habla de su padre Orlando. En tanto, "Trebowen" de Diego Dante Gatica, desarrolla la historia de la familia Bowen de la que desciende el autor. Lo mismo sucede con “Sapag: del Líbano a Neuquén. Genealogía de una pasión”, de Luis Sapag. Por su parte, “Mi sangre yagán”, de Víctor Vargas Filgueira, se refiere en forma casi específica a uno de sus ancestros, el bisabuelo del autor. “Los Naranjos”, de la escritora de origen neuquino Gladis Naranjo, si bien se aproxima a la autobiografía, dedica una extensa parte del texto a retratar la presencia familiar en los orígenes de Zapala.

La búsqueda de sus raíces mueve al ser humano a realizar actividades que requieren esfuerzo físico e intelectual. Estas tareas van desde el paciente dibujo de árboles genealógicos hasta el viaje a los lugares en los cuales se originó su linaje para verlos in situ; pasando por la ejecución de una serie de técnicas de obtención de datos propias de las disciplinas sociales, tales como la lectura de documentos, la realización de entrevistas y la visualización de imágenes. La pulsión es tan fuerte, que despierta, aun en individuos alejados del ámbito del estudio y la ciencia, una perentoria necesidad de conocer y emplear los métodos de esas áreas para reunir la información que requiere. Al igual que los investigadores profesionales, estos diletantes de la Historia persiguen la obtención de un saber que representa uno de los más necesarios conocimientos al que aspira un ser humano, base de filosofías y religiones: saber quién es.



Dedico este artículo a Archie Lenard Griffiths; quien a partir de las notas de nacimientos y defunciones registradas en la Biblia familiar desde mediados del siglo XIX, elaboró un frondoso árbol genealógico cuyas ramas abarcaron varios países y tres continentes.



sábado, 4 de enero de 2020

EL POEMA DE HOY





CRÓNICA DE UN DÍA DE VERANO

Por Gladis Naranjo (*)



   Se quema el mediodía sobre los tamariscos
y madura en las dunas marcando dentelladas.
Un sol quieto golpea en la arena dorada.
Reverbera a lo lejos desterrando escondrijos.

   Naufragios de aguas vivas en busca de espejismos
se secan en la orilla como perlas gastadas 
y dejan en la playa manchas tornasoladas:
son los residuos mudos de su tedio infinito.

   En el mar las gaviotas posan su algarabía.
Multiplican reflejos bajo las alas blancas.
Del norte el viento sigue construyendo utopías.

   El faro centinela fantasmal se agiganta.
El océano antiguo canta su letanía.
Mi sombra, perezosa, se acurruca a mis plantas.





(*) Escritora nacida en Neuquén y radicada actualmente en Claromecó, provincia de Buenos Aires. Este poema recibió la Primera Mención en el Concurso Literario de la filial SADE de Baradero - San Pedro.