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sábado, 30 de marzo de 2019

EL MICRORRELATO DE HOY



BRILLA LO QUE NO EXISTE

Por Cristian Aliaga (*)



Nos guían en la ruta como espejos, estrellas que han existido; pero apenas son reflejos, astillas, vidrios, trozos de metales, ventanas esparcidas que el ojo no divisa. Son estrellas, entonces, aún guardan el brillo de lo que han sido antes de la destrucción. Pedazos de chapa que fueron techo para cobijar a quienes han muerto o huido, hierro retorcido que era una torre para medir, aspas de molino que se destruyeron antes de que el agua apareciera. Fragmentos de botella de las que bebían con avidez en el desierto, vehículos descalabrados sobre caminos que taparon los arbustos. Brillan a nuestro costado, al frente y atrás de nuestra ruta como si en el reflejo de cada objeto desahuciado viviera el ánima que siempre ha de precedernos. El ánima de lo que existe o no, es lo mismo.
(Puerto Santa Cruz)



(*) Escritor chubutense. El texto es de su libro “Música desconocida para viajes” (Instituto Movilizador de fondos Cooperativos, Buenos Aires, 2009)


jueves, 21 de marzo de 2019

LA NOTA DE HOY




POR LAS RUTAS DEL SUR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Ernesto Sábato finaliza su novela "Sobre héroes y tumbas" con la huida de Martín hacia la Patagonia; región que se presenta al joven como una tierra prometida en la cual espera recomenzar su vida. Y es guiado a ella por una figura representativa del sur: un camionero, a bordo de cuyo vehículo arribará a esos nuevos horizontes. Bucich, patagónico de pura cepa que se dice nacido “en Lago Viedma, cerca del Fisroy”, oficia de tutor para abrir las puertas del futuro mundo que aguarda al muchacho. Su frontal personalidad, que impacta al acompañante, se va dibujando en varios párrafos como estos:

“Y luego, después de terminar aquel salamín y el café negro, le dijo a Martín, ahora le metemo, pibe, y saliendo, subió a la cabina y puso en marcha el motor, encendió las luces de posición y empezó su marcha hacia el puente Avellaneda, iniciando el viaje interminable hacia el sur... decididamente hacia el sur, en aquella ruta 3 que terminaba en la punta del mundo… A veces saludaba a algún camionero que venía en sentido inverso.
-Parece que lo conocen mucho – comentó Martín. Bucich sonrió con orgullosa modestia. 
-Pibe, hace más de diez años que ando en la ruta 3. La conozco más que a mis manos. Tres mil kilómetros desde Buenos Aires al estrecho. Así es la vida, pibe”.

Sábato recurre a la típica estampa del camionero para realizar este ritual iniciático porque es el conocedor de la zona; el moderno baqueano que comparte las rutas sureñas con otros argonautas: los viajantes de comercio como el protagonista de "Gondwana", el excelente cuento de Jorge Honik– y los conductores de colectivos de larga distancia. Estos trabajadores del volante tiene algo de navegantes; porque es fácil metáfora imaginar que las vastedades mesetarias semejan la infinitud del mar.

Carlos Dante Ferrari también toma la figura del transportista en su novela "Ruta 3: hacia la Patagonia". En ella el personaje principal vive inmerso en un círculo vicioso fruto de sus propias decisiones, del cual intenta escapar. Así presenta Ferrari el mundo de Ricardo Murray:

“Atravesar el campo patagónico en medio de la oscuridad provoca un raro hechizo. El cielo, casi siempre despejado, es un inmenso bastidor de astros trémulos. Cada tanto la bóveda celeste desliza algunos resplandores efímeros; son luces misteriosas, intrigantes. A flor de tierra, sobre el camión, la experiencia también provoca cierta inquietud. La ruta se reduce al cono luminoso de los faros que van abriendo la visión del viajero metro a metro. A ambos flancos se adivina una platea oscura, inabarcable...  En la cabina se crea un clima íntimo: el motor gasolero entremezcla su trajinar con la música suave de la radio, arrullando tus pensamientos. Y si hace calor, como sucede en estos días de enero, el frescor de la noche se convierte en el mejor aliado para enfrentar el desafío de una larga distancia.”

También Jorge Castañeda le dedica una de sus “Crónicas”; y lo describe de esta manera: “El camionero es el patrón de la ruta, un caminante sobre ruedas. Es un viajero por destino propio, un caballero andante que recorre kilómetros y kilómetros. El camionero es un Marco Polo que vive cotidianamente la aventura del asfalto, un nómada que se siente a sus anchas en todas partes, desde La Quiaca hasta Ushuaia. Un náufrago en la isla móvil de su camión.”

Antecesor del camionero es el carrero, el sacrificado conductor de la grandes chatas que, cargadas con lana u otras mercaderías, unían los pueblos y caseríos de la Patagonia. Asencio Abeijón dejó un recuerdo de ellos en sus “Apuntes de un carrero patagónico”. El difícil trabajo se refleja en el boceto “Viajando de cara al ventarrón”, incluido en el volumen mencionado; que muestra las dificultades planteadas por un fenómeno tan común en estos pagos como es el viento:

“Es tarea difícil atar los caballos a los carros cuando hay viento… Al fin, con casi una hora de retraso sobre lo normal, los carros están listos para emprender la marcha… Una por una van entrando al camino, y forman una larga fila zigzagueante, manteniendo una distancia de cien metros entre carro y carro para que la polvareda que levanta la marcha del delantero moleste lo menos posible al que lo sigue… Las ocho o diez largas riendas de soga con que se dirige a los principales tiros son sacudidas y enredadas entre sí con tirones falsos, que siembran desconcierto entre los catorce caballos que, aturdidos también por el viento, tratan de salirse del camino con peligro de vuelco.”

Cuando el motor reemplazó a equinos y mulares, y las huellas patagónicas se transformaron en caminos, uno de los poetas regionales celebró a los “camioneros, chóferes y volantes, que cruzan la Patagonia” con su poema “¡Gauchos nuevos!”, de 1959. En una de sus estrofas, dice así Raúl Entraigas:

“Cuando el auto “se te ha ido hasta la masa” / y no cesa el aguacero;
cuando allá, sobre la Pampa del Castillo, / bajo el dombo de los cielos,
en las noches invernales, / sin más luz que la esperanza “en Dios que es bueno”,
la rotura del palier te deja anclado / en el páramo desierto,
tú no gritas, no blasfemas / sólo dices “cuando aclare ya veremos”
y te abraza, en la cabina, bajo el poncho / el esquivo hermano sueño…
¿Quién te canta a ti, volante? / ¿Quién te elogia, camionero?
¿Quién ensalza las fatigas, noble chófer/ por salvar tus veinticinco pasajeros?”

Esas palabras parecen cosa del pasado; sin embargo, aún en estos tiempos no es trabajo fácil el del camionero. Cuando la noche lo encuentra en la ruta lejos del hogar, duerme donde la oscuridad lo sorprende; y luego sale con el alba, presuroso por llegar a destino y retornar al término de la faena a su casa, a muchos kilómetros de distancia. En verano el calor de la meseta, en invierno la nieve y el frío, durante todo el año el riesgo del tránsito y el temido cansancio, hacen que su profesión no esté exenta de peligros. El andar por esos caminos lo hace solidario y no pocos viajeros saben de su ayuda en el momento de necesitar una mano; así como conocen que su presencia en un restaurante a la vera del camino es señal segura de un buen yantar. Y no puede dejarse de admirar la pericia en el manejo, al verlo acomodar en un menguado estacionamiento, con las maniobras justas, el leviatán que conduce. No es extraño, entonces, que la Literatura Patagónica le dedique un lugar entre sus páginas.



martes, 12 de marzo de 2019

EL POEMA DE HOY




EL SAUCE DE MI TIERRA


                                  Por Inés Luna (*)




Saucesito colorado que bordeaste el río nuestro
Embelleciste su orilla y diste sombra al viajero.
Saucesito colorado, que poco que te quisieron
Aprovecharon tus ramas, hicieron tablas tu cuerpo.

Pobre arbolito gaucho, de madera bien cubierta,
tu gruesa cáscara cae, herida de motosierra.
En la inconsciencia del hombre, que quiere ganar dinero
Sin sombra se va quedando de este árbol limpio y recio.

Saucesito colorado, de Conesa sos paisaje
Cuando te dejan crecer es frondoso tu follaje.
Tu madera quiebra fácil el hacha del chacarero.
Le das tibieza a su hogar cocinando el pan casero.

Saucesito colorado, el río nuestro es tu casa
Fuiste sombra del indígena y del inmigrante esperanza.
Con tu suave y cascaruda madera roja en el alma
Sin espinas ni malezas disfrutan bajo tus ramas.

Saucesito colorado, que la ambición no te pueda
Salvate arbolito gaucho con lo poco que te queda.
Quiero ver tu sombra verde adornando la rivera
Y que los nietos de mis nietos ¡¡disfruten de tu madera!!






(*) Escritora de General Conesa (Prov. de Río Negro)

viernes, 1 de marzo de 2019

UNA TRISTE NOTICIA








MARÍA JULIA ALEMAN DE BRAND – Q.E.P.D.



Recibimos la noticia con una mezcla de estupor y de tristeza. María Julia Aleman de Brand ha fallecido en Esquel a los 94 años de edad. Estupor, por aquello de que “los poetas nunca mueren”. Tristeza, porque nos recuerda que, más allá de esa metáfora esperanzadora, hay un día fatal e ineludible señalado en el calendario para todos los mortales.
Ha partido una de las grandes figuras líricas de nuestra región. Seguramente habrá de reunirse en aquellos prados celestes con otros grandes cultores de la poesía que compartieron el mismo escenario territorial y el mismo proscenio de los vates: Irma, Amílcar, Lidia, Griselda y tantos nombres inolvidables de nuestros juegos florales.
María Julia tenía muy en claro la finitud de la existencia y el sentido que cada uno puede darle a su tránsito terrenal. Y sabía muy bien que, en su caso particular, se trataba de cantarle a las cosas de esa tierra tan amada. Quizás por esa misma conciencia, muy tempranamente, supo dejarlo por escrito con estos versos que hoy nos permiten recordar su magnífica calidad poética.



QUE TODO MI CANTAR ME JUSTIFIQUE


Por María Julia Aleman de Brand (*)




Mi canto estuvo siempre enamorado
de esta tierra paisana y fronteriza,
fue un puñado de sal y de ceniza

por el viento del Sur desparramado.

Y a veces, ni fue canto, sino un grito
libertado, por fin, de su envoltura;
una flecha en el aire a la ventura,
una estrella lanzada al infinito.


Pero flecha o estrella, su elemento,
su materia vital y primitiva
fue la tierra. Que en ella sobreviva
más allá de la vida y su momento...


Más allá de mi cuerpo y de su escoria
mi canto vivirá, fiel testimonio
de todo lo que fue mi patrimonio

y ha de ser una parte de su historia.

Y yo he de estar ahí: detrás del canto
de todo lo que amé y volví poesía,
de todo lo que fue lírica mía,
la razón de mi risa o de mi llanto.


La razón de mi búsqueda en la vida
sin saber, al final, lo que buscaba.
Sabiendo, nada más, que se me daba

el canto como punto de partida.

Y a ese canto fui fiel, cada jornada,
en espíritu y alma fui tu amante.
Oh Sur de mi recuerdo más distante!

Oh Sur de mi voz última y callada!

Yo te amé, tierra Sur, amé tu viento,
la arisca desnudez de tu montaña,

el bosque, con el árbol en su entraña
y el lago con azul de firmamento.

Amé el cielo de estrellas constelado,
la libre infinitud del campo abierto,
y en toda la aridez de su desierto
los matojos de pasto calcinado.

Dame un poco de tí, tierra sureña,
para cuando cumplido esté mi plazo:
abre el pardo frescor de tu regazo
y recibe mi cuerpo en su estameña.
  

... y el lugar de mi tumba identifique
un silvestre manojo de mosqueta.
Tierra mía del Sur, si he sido poeta
que este canto de amor me justifique...






(*) Este poema obtuvo el Primer Premio en el MiniEisteddfod 1981 - Del volumen "Soy Poesía,búscame en el Sur" - Ed. Asoc. de Escritores del Oeste del Chubut - Esquel, 1993.