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sábado, 28 de septiembre de 2019

EL POEMA DE HOY





VIAJERO

de Rubén Héctor Ferrari




Hoy paseé por las riberas
del viejo río Chubut
antiguo amigo tehuelche
en estas tierras del Sur.
Los mimbrales de la orilla
y el cauce de eterno andar
me dijeron que la vida
es un constante pasar.
Yo me detuve un momento
-un instante, nada más-
pero las aguas ligeras
dijeron ¡debes andar!





miércoles, 25 de septiembre de 2019

EL POEMA DE HOY





                             TRES POEMAS
Por Jorge Curinao (*)




TAN SEPTIEMBRE

En el puerto
las lloviznas despiden pañuelos.

Qué fue del abandono
ahora que examinamos el fuego
pudiente
irónico.

Que fue del fuego
acaso dos luces nomás
de tanto caminar.

No.
Nadie sabe de la muerte.


CONTEMPLACIONES

Perderme en tus ojos
es contemplar la rama sobre el río.

¿Y si fueran tus ojos mirando el mar?


BARQUITOS DE PAPEL

Arrojar piedras
en la esquina del adiós.

Llorar abrazos
como si fueran los últimos.

El juego consiste en no perder
por eso piden otra vuelta.



(*) Poeta santacruceño. Tomado de su libro “Sábanas de viento” (Edición del autor, Río Gallegos, 2006)




jueves, 19 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY






A MÍ ME GUSTAN LAS BARRACAS


Por Jorge Castañeda (*)



A mí me gustan las barracas. Pero esas de la tercera acepción del Diccionario de la Lengua Española que se definen en América como “edificios en que se depositan cueros, lanas, maderas, cereales y otros efectos destinados al tráfico”.

Esas que hacen acopio de frutos del país. Amplias, con portones de chapa corredizos, mampostería de ladrillos a la vista, sin ventanas y con el piso enlucido de cemento con las juntas de dilatación tomadas.

Si yo fuera el dueño les pondría nombres de fantasía acordes a la zona en que están ubicadas como “Viento Andino”, “Línea Sur”; o si no con reminiscencias del país de aquellos acopiadores pioneros que vinieron de países del oriente como “La Flor de Siria”, “Los Cedros del Líbano” o como aquel español que la bautizó con el nombre de su pueblo natal, allende en la Madre Patria: “Barraca Arboleas”.

Me gustan las barracas y observar las tareas especializadas de los clasificadores de lana, ver las estibas de los fardos de polietileno de 220 a 300 kilogramos de peso, como una montaña blanca de vellones prietos. Observar como se aparta la barriga (de precio inferior); como se teme a lana picada con sarna; como se aprecia un buen lote para hacer el calado. Porque como en todas las cosas de la vida hay lanas y lanas, de finuras y rindes distintos.

Me gustan las barracas. Mirar la precisión inapelable de la báscula con su pesado pilón que es atraído por la fuerza de gravedad; la prensa hidráulica con su motor eléctrico y cajón con rieles. Admirar la pericia de los trabajadores para cargar el camión donde los bultos son elevados por la pluma y acomodados con los ganchos.

Me gustan las barracas. Controlar como se hace el romaneo, cuyo nombre viene de la romana, a la cual como dice el refrán nunca hay que cargar. Ver como se pelan los cueros cuando tienen algo de lana, como se secan, como se salan. Saber que si están cortados valen menos. Los de vacuno, los de capón, los de cordero, los de equino, los de cabra; cada uno con su precio distinto.

Me gustan las barracas. Acopiar pieles de zorro. Los grises, grandes y chicos; los colorados, de primera y de segunda; bien estaqueados para que no desmerezcan. Y comprar pluma y cerda, frutos livianos de los campos patagónicos.

Pero prefiero el pelo de cabra con su blancura leve; eso sí: sin puntas amarillas porque vale mucho menos.

Me gustan las barracas. Con su olor característico y acre como a campo abierto. Con el trajinar de los obreros que conocen el oficio de memoria. Riqueza estibada y clasificada bajo el techo parabólico esperando los camiones para ir a otros destinos.

El escritorio, corazón de la barraca, me gusta menos, pero es imprescindible para todo buen negocio. Papeles, formularios, precios, fluctuaciones conforme al mercado mundial, certificados, burocracia, transferencias, fluctuaciones de la economía y del tipo de cambio, acoso del fisco y cuántas otras yerbas más.

Me gustan las barracas y por eso pido prosperidad para todos. Para el productor que siempre sufre, para el acopiador paciente, para el exportador que confía en el país y también para mí, aunque solo me compre un buen suéter, producto final de tanto ajetreo.



(*) Escritor de Valcheta.







miércoles, 11 de septiembre de 2019

LA NOTA DE HOY

Gentileza de vistasdelvalle.com.ar



TRELEW

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



No hay un sólo Trelew. Hay muchos Trelew; hay tantos como habitantes tiene la ciudad, pues cada uno de sus moradores tiene una particular visión del lugar donde vive. A su vez, cada uno de ellos recuerda, en forma sucesiva, otros distintos Trelew: el de su infancia, el de su juventud, el de su madurez… Sería tarea imposible reunir todas esas miradas para obtener una única imagen del lugar y tratar de reflejar tal pintura multicolor en esta breve nota.

También hay un Trelew comercial, siempre vigente; y un Trelew ferroviario, ya desaparecido. Un Trelew chacarero, un Trelew de barracas y estancias cercanas, un Trelew industrial, un Trelew turístico hotelero y gastronómico, un Trelew de vida nocturna, un Trelew de escuelas, colegios y facultades, un Trelew cultural. Entre todas las variantes que pueden surgir al contemplar la urbe desde una perspectiva artística, se hace patente la existencia del Trelew literario. Y como esta hoja trata sobre Literatura, esa versión de Trelew es un buen punto para detenerse.

La fundación del “Pueblo de Luis” en 1884, tardía en relación a los otros poblados del Valle, se compensó con la pujanza que pronto adquirió por su condición de estación final del tren y cruce de caminos. Su historia de permanente desarrollo fue descripta en los cinco tomos de “Trelew. Un Desafío Patagónico”, de Matthew Henry Jones; quien si bien profundiza en el período de 1865 a 1943, avanza en algunos temas hasta el presente. Este texto constituye, sin dudas, una de las más importantes obras literarias locales.

La condición que le valió en algún momento el mote de “la ciudad más progresista del sur argentino”, hizo que atrajera una numerosa población; incluyendo a muchos de los que ya habitaban el Valle. Por ejemplo, Lewis Jones, en cuyo homenaje luce su topónimo, quien pasó sus últimos días aquí y fue sepultado en 1904 el cementerio de la Capilla Moriah. En esos años funda “Y Drafod” y lo edita en una imprenta de la localidad; hasta que le cede el control a su hija Eluned Morgan en 1893. Hacia 1898, Jones publica su obra "Una nueva Gales en Sudamérica"; por lo que puede suponerse que al menos parte de ella fue escrita en Trelew.

Pero no es el único escritor local de esa época; ya que a los entusiastas que publicaban artículos de distinto tenor en “Y Drafod”, deben sumarse quienes comenzaban a competir en los Eisteddfod; cuya sede se estableció oportunamente en la ciudad. Los poemas premiados con los numerosos Sillones Bárdicos y Coronas de Plata entregados a sus plumas vernáculas, forman parte del acervo cultural trelewense.

Con el tiempo, fruto de su pujanza, la “Punta de Rieles” recibió una numerosa afluencia de inmigrantes de diversos orígenes que se agregaron a los primeros galeses; como así también de muchos migrantes internos provenientes del norte del país. En las primeras décadas del siglo XX, uno de ellos, profesor en el Colegio Nacional, se convertiría en un literato sureño: Orestes Trespailhié; quien escribe las novelas “Los Tchenques” de 1933, “Ofelia” de 1934 y otras obras. Más tarde se muda a Puerto Madryn, donde falleció. Allí una arteria lleva su nombre como homenaje.

De a poco fueron surgiendo poetas, como Irma Hughes, Lily Paterson y Claudia Romero; creadoras de relatos, como Gwen Adeline Griffiths de Vives. Fue hogar de Edi Jones, recordado por sus fotografías pero también autor  o coautor de algunos libros, de Clemente Dumrauf, responsable de cerca de veinte ensayos de Historia regional, de Donald Borsella, una de las plumas más conocidas de la Patagonia, de Oscar Camilo Vives, cuyos numerosos cuentos fueron premiados en diversos certámenes. Fue aquí donde el doctor Vicente Ugo compuso varios de sus poemas, muchos de ellos en forma de soneto, antes de volver a radicarse al norte; y es el sitio donde Manuel Porcel de Peralta residió y escribió hasta el final de su vida.

(El lector sabrá perdonar que el cronista sólo cite a escritores locales ya fallecidos. En la actualidad, Trelew tiene una vasta vida literaria, con autores de gran calidad artística. Pero no osa mencionar sus nombres para no cometer, por un error involuntario, la imperdonable injusticia de olvidar alguno).

Volviendo a la premisa inicial de este artículo, es decir, los muchos rostros que presenta Trelew, se barrunta que a los ojos del observador la localidad aparece como la mezcla de todas esas visiones, entrelazadas, superpuestas, dispersas, amontonadas… Cuando viniendo del norte o del sur se baja al Valle que la resguarda como el engarce a una gema, se ve una única población, homogénea, uniforme. No se distingue esa diversidad multifacética; sólo advertida cuando se empieza a caminar sus veredas.

Por supuesto, entre las múltiples perspectivas está la personal de este escriba; que tiene valor tan sólo para él. Es un Trelew inmovilizado a fines de los setenta, cuando dejó el terruño para vivir otros rumbos. Claro que uno siempre retorna a los lugares donde fue feliz. Cada regreso es volver a disfrutar el lar; pero la mirada atraviesa un filtro del color de aquellos años y busca encontrar, como en un pasatiempo, las similitudes y diferencias con lo que conoció. Ya no está Apolo XI, ni Gong Gú ni La Reina; tampoco está el canal de la calle Inmigrantes, ni el patio de tierra de la Escuela 5 con sus eucaliptus, ni el Recreo Socino… Otros negocios a tono con la época, y nuevas plazas y plazoletas, y edificios de varios pisos, los reemplazan.

Año tras año se advierten los cambios, a veces sutiles, a veces contundentes; pero al mismo tiempo el viajero reconoce que, aunque distinta, es la misma ciudad. Siguen erguidos los mismos álamos que delimitan las chacras en sus afueras, sigue deslizándose el mismo río pardo y moroso bajo el puente Hendre, siguen las mismas bardas blancas cortando el horizonte con sus líneas rectas. Y, sobre todo, sigue siendo ese mismo Trelew que alguna vez se eligió para vivir; y al cual el exiliado quiere al fin regresar para ya no marcharse.