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jueves, 30 de agosto de 2018

EL CUENTO DE HOY




EL HOTEL DEL FIN DEL MUNDO

Por Cristian Perfumo (*)





—Se registró con un nombre falso. Julián Bellido —me dice Palito señalando en la pantalla de su computadora portátil al hombre que abre la puerta de la suite 401.
—A nosotros nos da igual. Sabemos que es él —le respondo.
El hombre deja pasar a la mujer que lo acompaña y cierra la puerta tras de sí. Le ayuda a quitarse el abrigo, y lo cuelga en un perchero. Hace lo mismo con el suyo. Después, sin pronunciar palabra, abre la botella de champán que pidió que le subieran a la habitación y sirve dos copas.
—No está mal la minita que eligió —aporta Palito.
—Nada mal —agrego—. Quizás demasiado parecida a su mujer, ¿no te parece?
—Tiene un aire, sí, sobre todo la cara.
Pero no hay comparación. Ojo, que no digo que la esposa no esté buena, pero esta… este cuerpo es otro nivel.
La pareja brinda, prueba el champán y se sonríen el uno al otro. Mi mirada alterna entre la pantalla y la puerta de la pequeña sala donde estamos. Si esa puerta se abre y alguno de nuestros compañeros de trabajo nos descubre, tenemos tres segundos para cerrar la computadora de un manotazo. Si tardamos más y la persona que entra logra rodear la mesa, estamos en el horno.
—Un día tenemos que ver algo así pero en vivo, Alfredo —me sugiere mi compañero.
—¿Ah sí? ¿Y cómo vas a convencer a los huéspedes para que hagan coincidir su diversión con nuestro descanso? Ya sé: «Bienvenidos al hotel Fin del Mundo, uno de los más exclusivos de la Patagonia. Recuerden que toda actividad sexual, ya sea coito, felación o cunnilingus sólo podrá tener lugar durante los períodos de veinte minutos en los que nuestros empleados tienen descanso y se pueden dedicar a observarlos mediante las cámaras instaladas por ellos mismos. El desayuno se sirve de siete a once de la mañana. Que tengan una excelente estadía.»
Palito estalló en una carcajada, aunque sus ojos no abandonaron la pantalla en ningún momento.
—Me refiero a que ojalá alguna vez enganchemos a una pareja en vivo. No me vas a negar que tendría mucha más emoción saber que lo que vemos está pasando en ese momento.
—Ustedes los jóvenes y la puta costumbre de querer todo ya —protesté—. Esto pasó hace apenas dos horas, es prácticamente lo mismo. Como cuando ves un partido en diferido: mientras no sepas el resultado, todo bien.
—En este caso el resultado está bastante claro. Mirá, mirá. Ahí brindan por segunda vez. Qué lástima que la cámara no tenga audio. Seguro que le está diciendo «por una noche inolvidable» o alguna boludez así.
—Para ella seguro que va a ser inolvidable. ¿Sabés la guita que le debe cobrar al presidente de un banco?
—A lo mejor no sabe quién es.
—Seguro que sí. Estas minas pueden oler la guita…
—Mirá qué romántico el tipo —me interrumpe Palito—. Besito en la mejilla. Al final resultó ser un galán. Upa, la manito de ella un poco traviesa, ¿no?
—Sí, pero te apuesto lo que quieras a que él no le va a dejar manejar los tiempos.
Sabía. Mirá como le aparta la mano. Como cuando le querés tocar una teta a tu primera novia y no te deja.
—Yo si estuviera con una hembra así, ni en pedo le aparto nada. Meteme mano, mamita.
Sonrío ante el comentario. Palito me hace acordar a mí hace veinte años. Debe ser por eso que le agarré tanto cariño al pibe. Y a juzgar por la manera en que me pide que lo aconseje cada vez que tiene un problema en el trabajo, y a veces afuera, yo diría que él a mí también me quiere.
—Está bien que le ponga un poco el freno —le explico—. La quiere disfrutar sin apuro. Andá a saber los malabares que tiene que hacer un tipo como él para librarse un rato del laburo y de la familia.
—¿Ah sí? Mirá cómo se puso el que se la toma con calma. Si al final, de carne somos.
Ahora el tipo se saca la ropa con desesperación, alternando entre quitarse una prenda y besar a la mina en la boca.
—¿Cuánto te parece que le podremos sacar? —me pregunta.
—Y… en el video se nota clarito que es él. ¿Cuanto ganará el presidente de un banco?
—No sé. ¿Un millón de dólares al año?
—¡Ni en pedo! Es el presidente del Banco Austral de Comodoro Rivadavia.
—Por eso. Es el más grande de la Patagonia.
—De la Patagonia. No de Suiza.
—A ver vos que sabés tanto entonces. ¿Cuánto gana este tipo?
—Ni idea. Pero le pedimos el sueldo de cuatro meses. Dos para vos y dos para mí.
—¿No será mucho? Al último le pedimos apenas un sueldito de maestro.
—Porque era maestro.
El dedo huesudo de Palito se clava en la pantalla.
—¡Ah, bueno!, ahora sí que está a mil el amigo —comenta—. Chau vestido rojo. Uy, mirá lo que es eso. Está como cañón esa mina.
—Esas piernas tienen gimnasio.
—Tremenda.
Palito se agarra la cabeza, cierra los ojos y niega sonriendo.
—¿Qué te pasa?
—Ojalá Marcela tuviera ropa interior así.
—Y comprásela, boludo —le sugiero.
—Nah. Me da vergüenza.
—¿Vergüenza? Si vos de eso no tenés.
—Es que recién empezamos. No la quiero espantar.
Miro de nuevo la puerta y, tras comprobar que no viene nadie, me tiro hacia atrás en la silla, haciendo equilibrio sobre las patas traseras. Palito será muy bueno para la tecnología pero de la vida no sabe absolutamente nada. Lo contrario a mí. Quizás por eso nuestra sociedad marcha sobre ruedas.—Con más razón —le explico juntando las yemas de los dedos—. Ahora es el momento de establecer las…
—¿Qué hace? —me interrumpe—. ¿Para qué le tapa la cara con la almohada, si es un bombón?
—A lo mejor le hace acordar a su mujer y se siente culpable.
—Che, me parece que la mina está pataleando.
—Uy, la puta madre. ¿Qué está haciendo el boludo este?—. Ahora soy yo el que se agarra la cabeza.
Mudos frente a la pantalla, seguimos con la vista las piernas de la mujer. Los segundos, o quizás minutos que siguen se nos hacen eternos. Cada patada es más lenta. Cada sacudida tiene menos energía. Al final, apenas se perciben pequeños espasmos en las puntas de los pies.
—¡Se dejó de mover! —grita Palito y busca en sus bolsillos hasta encontrar el teléfono.
—¿Qué hacés?
—Llamar a la policía.
—Pará, boludo —le digo, arrebatándole el aparato de las manos—. Si se enteran de que ponemos cámaras en las habitaciones, nos rajan del laburo.
—Qué me importa el trabajo ahora. Capaz que sigue viva y todavía estamos a tiempo de ayudarla.
—Palito, esto pasó hace dos horas. Mirá, el tipo se está vistiendo. Seguro que ahora agarra sus cosas y se va.
Efectivamente, el presidente del Banco Austral ya está caminando de arriba abajo por la habitación. Primero limpia las copas con un pañuelo. Después se viste y enfila hacia la puerta. Por la forma en que se mueve, no me queda claro si lo que acaba de pasar es un accidente o algo premeditado.
—Vamos a la habitación, entonces. Capaz que la mina sigue ahí.
—Seguro que sigue ahí —le digo.
—Tenemos que hacer algo, Alfredo. Si no, mañana a la mañana cuando Marcela entre a limpiar, se la va a encontrar.
Empujo un poco a Palito para quedarme frente a la computadora y abro el programa de control de las cámaras. Hay varias imágenes en miniatura, una por cada habitación, y también un montón de botones que no tengo ni idea de para qué sirven. Selecciono la suite 401 y después de un par de segundos se abre una nueva ventana en la pantalla. La imagen que contiene ya no es una grabación, sino un feed en vivo. Maximizo y vemos que la mujer sigue ahí, en la misma posición que cuando el tipo le quitó la almohada de la cara.
—No podemos ir, Palito. Esa mina está muerta y ya no hay forma de ayudarla.
—¿Y ahora qué vamos a hacer?
—Aprovechar la oportunidad —le respondo sin quitar los ojos de la imagen de la imagen del cuerpo inmóvil sobre la cama—. Todo esto tiene un lado positivo.
—¿Lado positivo? ¿Te volviste loco, Alfredo? Acaban de matar a una prostituta en el hotel y nosotros no hicimos nada para ayudarla.
—¡Lo vimos dos horas después! ¿Qué carajo podíamos hacer para ayudarla?
Entonces sí me giro para mirar a mi compañero. Tiene los ojos perdidos en un punto en la pared, la mandíbula le tiembla y niega con la cabeza sin parar.
—Palito, pensá un poco. Si el tipo acaba de matar a una mina, ¿sabés la guita que le podemos sacar con este video? Ahí sí que son millones. Le hacemos robar su propio banco si queremos.
—¿Millones? ¿Vos decís?
Palito me mira a los ojos. La mandíbula todavía le tiembla, pero su cabeza ha parado de negar.
—Claro, mostro. Vos quedate tranquilo que esto lo manejamos como siempre. Vos ya hiciste tu parte —dijo dándole una pequeña palmadita a la computadora—. Ahora me toca a mí.
Sin que ninguno de los dos pronuncie palabra, Palito copia el video en un pendrive y lo pone sobre mi palma extendida. Mientras me lo guardo en el bolsillo mi cabeza empieza a redactar la carta que lo va a acompañar. Aunque tampoco es que haga falta ser un poeta. Basta con incluir la frase “Si no me das tanto, mañana esto está en Youtube”.
—Va a salir todo bien, Palito. Ahora lo importante es mantener la boca cerrada.
Le pongo una mano en el hombro y asiente con la cabeza. Después saco mi teléfono y miro la hora.
—¿Ya son y veinte? —pregunta.
—Faltan dos minutos.
Palito apaga la computadora y la guarda en su locker. Salimos juntos de la sala de descanso para el personal y nos dirigimos cada uno a su puesto de trabajo. Yo vuelvo a ser conserje y Palito, acomodándose el gorro, se convierte una vez más en botones.
Sonrío. Hoy es nuestro último día como empleados del Hotel del Fin del Mundo.




(*) Cristian Perfumo escribe novelas de misterio y aventuras ambientadas en la Patagonia, de donde es originario. Sus textos han sido traducidos al inglés y al francés, y en 2017 fue el primer latinoamericano en ganar el Premio Literario de Amazon. Pueden descargar más cuentos de Cristian en el siguiente enlace: http://www.cristianperfumo.com/cuentosineditos


sábado, 25 de agosto de 2018

EL MICRORRELATO DE HOY



FINITUD

Por Susana Beatriz Arcilla



Atraviesas el espacio ignoto lentamente, con cadenas que toman tus tobillos. Vas siendo despojado de tus movimientos y pensamientos cotidianos. Es un pasillo de neblina amarillenta. Apenas puedes avanzar con una lámpara herrumbrada. Tu brazo ya no la puede sostener. Y vas perdiendo las creencias y los valores más atávicos. Un sopor se hace cargo de todos tus comandos. Cuando te quieres, apenas, rebelar, ya estás atrapado en un tiempo ajeno que te aliena. Ya estás embriagado, fuera de ti. Y te han atrapado para siempre… Ahora viene la muerte, disfrazada de dorado glamour, que te toma para llevarte a otro pasillo. La puedes ver y tocar, no es la parca negra y desdentada con el tridente filoso. Es una musa que te seduce. Ya estás en un angosto camino, te escoltan por viejos ladrillos mal revocados. Sientes que estás bajando hacia el centro mismo de la Tierra… Ya no sos, tampoco los tuyos son… 


jueves, 16 de agosto de 2018

LA NOTA DE HOY




GAIMAN, UN PUEBLO DE NOVELA

Por  Carlos Dante Ferrari (1)



Quizás el hecho de ser nativo condicione y hasta exagere un poco nuestra visión acerca de este pueblo. Sin embargo, hay algo muy cierto: a lo largo de la vida hemos tenido ocasión de escuchar muchos comentarios de nacionales y extranjeros, y casi sin excepción, a todos se los oye decir que Gaiman es un enclave que despierta una atracción muy especial.

Cuando el viajero llega aquí, lo primero que ven sus ojos es un pintoresco caserío encerrado entre las lomas y el río. Al contemplar el paraje desde lo alto, advierte el encuentro de dos confines de notable contraste: hacia el norte, la árida meseta; hacia el sur, los verdores del valle. Luego, al momento de tomar contacto con la gente y sus modalidades, el visitante descubre en ellos un sello particular, exótico: son las marcas perdurables de la cultura galesa.

A la inversa, quien ha nacido y se ha criado en Gaiman generalmente advierte estas características  diferenciales con el paso del tiempo, cuando la vida lo lleva a conocer otras poblaciones, otras costumbres y otras gentes del país. Entonces el gaimense comprende, por comparación, que ha tenido la fortuna de crecer en un ámbito distinto, con resonancias muy particulares.

Que lo digamos los  locales puede ser, insisto, sospechado de parcialidad. Pero lo cierto es que algunos escritores foráneos de reconocida fama ha visitado nuestro pueblo y quedaron prendados con sus encantos. Es la única explicación que encuentro para que, más tarde, ellos hayan decidido incluir a Gaiman en sus obras. Aquí haremos una reseña de esos autores y de las referencias que hemos hallado en sus tramas, con una aclaración inicial: solo tomamos a este efecto las obras con componentes literarios o de ficción, sin incluir los numerosos ensayos y trabajos sobre la historia local, dado que ese tipo de publicaciones responden a un interés puramente científico.

“UP, INTO THE SINGING MOUNTAIN”, de Richard Llewellyn



Richard Dafydd Vivian Llewellyn Lloyd (1906 - 1983) era hijo de padres galeses y él mismo se consideraba de esa nacionalidad; afirmaba ser oriundo de Saint David´s (Tyddewi, en idioma galés; Pembrokshire), aunque en realidad había nacido  en Hendon, al norte de Londres. Quizás podría decirse de él que era un “galés militante”. Entre sus múltiples tareas y oficios, llegó a trabajar como minero del carbón. Alcanzó gran renombre internacional como escritor con su novela “Cuán verde era mi valle”. Se trata de la dramática historia de la familia Morgan, mineros del sur de Gales que sufren una vida penosa, debido a la pobreza y al maltrato, a lo que se añade un accidente en la mina de consecuencias fatales. Llevada luego al cine por John Ford en Hollywood, en 1941, la película obtuvo cinco premios Oscar, desplazando nada menos que a “Citizen Kane” (“El ciudadano”), de Orson Welles. Otra de sus obras (“None but the lonely heart”) también tuvo una versión cinematográfica bajo el título “Un corazón en peligro” (1944), con las actuaciones de Cary Grant y de Ethel Barrymore. Más tarde Llewellyn escribió otras tres novelas a modo de una saga de su título más exitoso: “Up, into de singing mountain”, “Down where the moon is small” y “Green, green, my valley now”. Si bien la crítica consideró que esas tres secuelas no alcanzaron la calidad emotiva y literaria de la primera obra, para nosotros es muy interesante analizar una de ellas en particular, la titulada “Up, into de singing mountain” (algo así como, “Allá en lo alto, en la montaña cantora”) porque en ella el autor ambienta algunos episodios de la trama en Gaiman.

Vuelvo a la historia de los Morgan. Después de las desgracias sufridas en la mina, la mayoría de sus miembros deciden abandonar el valle natal del sur de Gales y la familia se dispersa hacia distintos destinos: Canadá, Nueva Zelandia, Sudáfrica y USA. Huw Morgan, de profesión carpintero y ebanista, elige emigrar a la Patagonia argentina, donde —según se ha enterado— existe una comunidad galesa. Se embarca en Liverpool y llega a Madryn sin conocer a nadie. Una de las primeras cosas que aprende, por cierto, es a tomar mate. Se le indica que busque alojamiento en la casa de Morwen Glyn, una viuda con dos hijos y una hermana que brindan pensión en Trelew. Al llegar allí, Huw se sorprende al hallarse con una comunidad que habla el idioma galés empleando las modalidades de un siglo atrás. En el valle se reencuentra con Mr. Gryffudd, un Pastor amigo de la familia, que poco tiempo atrás también había decidido radicarse en la Patagonia. Así comienzan las experiencias de este joven inmigrante, que primero vivirá un tiempo en el valle y más tarde se trasladará a la  Colonia 16 de Octubre. En otras cosas, Huw realiza trabajos propios de su oficio, se vincula con familias chacareras —entre ellas, los Corwen—, asiste al culto en la capilla de Moriah; es sometido a un juicio ante el Tribunal de los 12. En fin, la historia es larga y con episodios variados, pero nuestro interés aquí radica en mencionar los pasajes dedicados a Gaiman. 

La primera escena es nocturna. Huw acaba comprarle un lote de tierra a Leishon John y mientras vuelve a caballo hacia el pueblo, oye una voz que le grita en la oscuridad. El desconocido le dice que el caballo de los Corwen está en el establo de Hywel, Little Bit, y le pide que le avise a las hijas. Huw le responde, pero la persona se aleja galopando y se pierde de vista en la penumbra. Cuando el joven llega a Gaiman el pueblo está a oscuras, salvo por las luces que iluminan un par de ventanas. Golpea una puerta y lo atiende Jezrael Hughes, quien lo desanima acerca de la idea de buscar la chacra de Little Bit, porque está a dos leguas de distancia y Huw no podrá encontrar el camino en un viaje nocturno. Tiempo después, Huw descubrirá que aquella voz era la de Ithel, hijo de padre galés y madre tehuelche. 

La segunda mención acerca del pueblo proviene de un diálogo de Huw con Lal, su novia. Ella le dice que ha encontrado un buen lugar para que ambos se establezcan cuando se casen. Además le indica a Huw que vaya a la capilla de Gaiman, donde necesitan los servicios de un carpintero para fabricar unas tarimas corales, un atril y un sillón bárdico. En una secuencia posterior, el señor Tynant Lewis le ofrece un lote costero cruzando el río, en Gaiman, para cuando Huw y Lal se casen. 

Estas son las escenas gaimenses. Más tarde, en otra novela de esta saga, “Down where the moon is small”, Llewellyn vuelve a mencionar a Gaiman en cuatro oportunidades (2).

La lectura de estos textos permite comprobar que el autor quedó muy impresionado con nuestro valle y su gente. Que se interiorizó mucho acerca de sus hábitos, sus creencias, de las relaciones con los tehuelches, del comercio, de la política y de las costumbres sociales. Su paso por el Chubut, donde permaneció bastante tiempo acompañado por Nona Sonstenby, su esposa (hay registros de su estadía en Gaiman y en Esquel a comienzos y mediados de la década del ´50 – ver la nota literaria de Jorge Eduardo Lenard Vives titulada “Verdes valles” en http://literasur.blogspot.com/2013/04/la-nota-de-hoy.html) indican que halló aquí los escenarios adecuados para ambientar su trama. 



 “EN PATAGONIA”, de Bruce Chatwin



Bruce Charles Chatwin (Sheffield, Inglaterra, 1940 – Niza, Francia, 1989) fue un reconocido escritor, periodista y cronista de viajes.

El autor adquirió mucha fama en el siglo pasado, sobre todo con esta obra, donde reseñó un viaje a la Patagonia emprendido en 1972. Siendo niño, nos cuenta el propio autor, veía en la casa de su abuela una vitrina con un trozo de piel que, según la anciana, pertenecía a un “brontosaurio”. La supuesta reliquia habría sido hallada por un pariente que era marino, Charles A. Milward. Con los años Chatwin pudo saber que, en realidad, se trataba de un trozo de piel de milodonte o perezoso gigante prehistórico, hallado en una cueva ubicada en Senochek, Última Esperanza, en la región magallánica al sur de Chile. Por entonces, la Patagonia se había constituido para él en un paraje mítico, al que un día decide finalmente conocer. 

Su periplo argentino comienza en Buenos Aires, desde donde se aventura hacia el sur viajando en parte a dedo, caminando o en ómnibus en ciertos tramos. No profundizaremos en detalles sobre esta travesía, dado que nuestro propósito es detenernos en su paso por nuestra localidad. Este cometido reclama al menos una aclaración previa: la historia contada por Chatwin ha sido objeto de elogios, pero también de críticas y de no pocas quejas. Ocurre que en este libro alude a muchas personas y familias —no siempre por sus nombres verdaderos, aunque por sus características resultan fácilmente reconocibles en las comunidades locales— que en ciertos casos se consideran mal retratados y hasta perjudicados. Además, no todo parece ser verídico; hay pasajes visiblemente novelados; tengamos en cuenta que según el texto de contratapa del volumen la obra es “…a un tiempo libro de viajes y aventuras, investigación histórica y narración fabulosa” (sic – Ed. Sudamericana, Bs. As., 1985). Posteriormente, muchos tomaron la obra como una guía de viaje y otros han querido seguir su pasos para comprobar sus relatos.

He aquí otra vez a un viajero que se siente fascinado por el enclave gaimense. Lo cierto es que, ya radicado en el pueblo, Chatwin vive varias experiencias sociales. Toma el té en la casa más tradicional de aquellos tiempos, conoce a  la dueña, Mrs. Jones y a su nieto, se interioriza acerca de la historia de la colonización galesa. Más tarde visita a una familia en Bethesda; luego conoce en el pueblo a un pianista; al ex jefe de la estación ferroviaria; a un cantor que participa exitosamente en los Eisteddfod; participa de un culto en la capilla de Bryn Crwn; y visita a un poeta que vive en una chacra a orillas del río (no lo nombra, pero sí menciona a sus obras Voces de la tierra Cantos rodados, cuya autoría es, por supuesto, de Gonzalo Delfino). Así permanece Chatwin durante algún tiempo en nuestra zona hasta que por último, un día camina hasta la ruta 25, donde un camión de carga con otros tres hombres accederá a llevarlo hacia la cordillera. La historia prosigue, naturalmente, y es muy interesante.


EL DRUIDA”, de Leonard Mosley



Leonard Oswald Mosley, inglés natural de Manchester (1913-1992) fue un destacado periodista, corresponsal de guerra, biógrafo, historiador y novelista. Su novela titulada “El Druida” se enmarca en los casos de espionaje ocurridos en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. En Argentina la obra fue publicada en 1983 por Emecé, dentro de su colección “Hechos reales”. El texto de contratapa señala que “puede leerse como una rica novela de espionaje” y agrega: “Pero los personajes son reales, y sólo el lector puede decidir dónde termina la realidad y comienza la ficción”.

A los lectores patagónicos estas aseveraciones nos causan gran perplejidad, dado que al avanzar en la trama, resulta ser que el personaje principal, Gwyn Evans (alias “El Druida”), sería ni más ni menos que un descendiente de galeses nacido en Gaiman. Según el autor, Gwyn descendía de Caradog Evans, uno de los patriarcas llegado en el Mimosa en 1865. Según su relato, Caradog Evans era un nacionalista galés a ultranza que fue coronado como Archidruida en el Eisteddfod de 1880 celebrado en Gaiman. Casado con Gwyneth, tenían dos hijos, Alun y Dai. No es nuestro propósito contarles toda la historia, sino señalar algunos hechos vinculados a la etapa chubutense del personaje. Los descendientes de Caradog también fueron coronados como druidas y tenían una fuerte vocación por las tradiciones de sus antepasados, que seguían practicando a nivel comunitario y en los Eisteddfod. Alun bautizó a uno de sus hijos con el nombre del abuelo, Caradog, quien años más tarde, en 1913, se casó con una joven de origen alemán, Hedwig Von Horbath. De esta pareja nació Gwyn Evans. Gwyn cantaba en el coro de Bryn Crwn y en 1930 viajó a Gales para intervenir en un festival nacional de coros. Con el tiempo también él también escribiría poesía e intervendría en los Eisteddfod del valle. Además, gracias a la educación recibida, este joven aprendió a hablar fluidamente el idioma galés y el alemán. Pero hay un factor que será decisivo en su destino: Hedwig, su madre, es una nacionalista alemana, muy orgullosa de su raza. Ella influye en Gwyn de tal manera que el muchacho, luego de pasar una temporada de estudios en Alemania, se convierte en un nazi y admirador de Hitler. Estas condiciones lo convierten en un candidato ideal para realizar una tarea de espionaje a favor de los alemanes en Gran Bretaña. Así fue como en mayo de 1941, Gwyn se lanza en paracaídas sobre las colinas galesas  y confirma su presencia ante quienes lo aguardaban con un mensaje en código Morse a través de su aparato de radio: Eisteddfod, Eisteddfod. “El Druida” había logrado infiltrarse en Gran Bretaña. El resto de la historia queda librado a la lectura de los interesados. Como es lógico, si al decir de Mosley, “los personajes son reales”, los gaimenses no podemos resistirnos a la tentación de preguntarnos si de verdad hubo algún joven galés de esas características, nacido en el valle; alguien que luego terminó convirtiéndose en “El Druida”. Y en tal caso, quién habrá sido…


“LA ÚLTIMA TRANSPARENCIA”, de Miles Williams




 Cierto velo de misterio rodea tanto a la personalidad del autor como al argumento de esta novela. En primer lugar, muy poco es lo que se sabe acerca de Miles Williams. Los datos disponibles nos cuentan que nació en California a fines de la década del ´50, que es antropólogo y ha militado en los movimientos ecologistas y antinucleares de los años 80´s. Según él mismo lo narra en la introducción a su obra, una desgracia familiar —el fallecimiento de su único hermano en un accidente de alpinismo en las Rocallosas— le provoca una crisis existencial y lo lleva a iniciar un viaje por el continente americano. Un cóndor parece guiar sus pasos cuando eleva la vista al cielo. ¿Y qué tiene que ver todo esto con Gaiman? Pues resulta que esos pasos lo traen un buen día al valle del Chubut. Y aquí empieza lo llamativo para nosotros: Williams nos ha advertido en su introito que “Todo lo que se cuenta en este libro sucedió y sucede”, aclarando poco después: “He cambiado el nombre de algunas personas y he desdibujado algunos lugares. El lector atento comprenderá de inmediato mis motivos y sabrá disculparme (…)”.

Estas palabras iniciales nos llevan a leer con mucha curiosidad los pasajes referidos a nuestra zona. Williams nos cuenta que llegó a Gaiman “un día helado” y que tras encontrar alojamiento salió a caminar por las calles. Buscaba parientes de su mismo apellido en la colonia galesa, pues sabía que algunos de sus antepasados habían emigrado al Chubut y otros a USA. En nuestro pueblo tomó el té, caminó a orillas del río, cruzó el puente colgante, recorrió las chacras —menciona a Bryn Gwyn, a Bryn Crwn, nombra a varias familias de origen galés— encontró finalmente a unos tíos y permaneció en la zona cerca de tres meses. Paseó por Madryn, pudo avistar a las ballenas y una noche, en Gaiman, sentado frente al río, cerca del puente, oyó una voz interior que lo animaba a continuar su viaje hacia el Oeste. Luego lo veremos pasar por los Altares, Esquel, El Bolsón y las montañas, donde culmina su peregrinaje. Según los datos de internet, actualmente Miles Williams reside durante largas temporadas en las cercanías de Bariloche.

Nuevamente nos encontramos con alguien que afirma que los hechos y personajes son “reales”. Y otra vez nuestra curiosidad de lugareños nos invita a indagar. En este caso, nos preguntamos quiénes podrían ser los tíos con “los nombres cambiados” que habrían dado alojamiento a este enigmático visitante. 


“EL VALLE DE LA ESPERANZA”, de Carlos A. Bertomeu




 También merece ser mencionado Carlos A. Bertomeu (La Plata, 1904)abogado, historiador, geógrafo y sociólogo. En su destacada trayectoria fue Delegado de Argentina ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con rango de Ministro Plenipotenciario. Bertomeu vivió durante largo tiempo en Esquel. Si bien sus obras más reconocidas son la biografía de Francisco Pascasio Moreno, “El Perito Moreno. Centinela de la Patagonia”, “Más allá de las cumbres” y “Cazando pumas en la Patagonia” —esta última en coautoría con Andreas Madsen—, Bertomeu también escribió una novela dedicada a la colonización galesa del Chubut, “El valle de la esperanza” (Ed. El Ateneo, Bs. As., 1943), donde cita a Gaiman en tres oportunidades y además le dedica un bello párrafo a la capilla y al río. La novela tuvo una excelente recepción en nuestro país; posteriormente fue traducida al inglés y publicada en Gran Bretaña (3).

Hasta aquí resultados de nuestra investigación. Ignoramos si la reseña agota el listado de obras referidas a nuestra localidad. Quizás haya otras más de las que todavía no tengamos noticia. Y en todo caso, seguramente se escribirán nuevas historias ambientadas aquí. Como decía al comienzo, es probable que el hecho de ser hijos de este pueblo nos lleve a sobredimensionar un poco la mirada sobre nuestro terruño natal. Sin embargo, hay un dato objetivo que resulta sugerente: ¿cuántas pequeñas poblaciones de Argentina han sido tomadas en forma reiterada como escenarios de grandes obras literarias? Creo que no son tantas. Esta circunstancia me lleva a pensar que Gaiman tiene “algo especial” que cautiva y enamora.

Gaiman, de verdad, es un pueblo de novela.





(1) Reseña de la charla brindada en el Centro Cultural de Gaiman el 10/08/2018. El autor es oriundo de Gaiman y ha incluido pasajes ambientados en su pueblo natal en tres de sus novelas: “El Riflero de Ffos Halen”, “Ritual de siesta” y “El gallo canta a medianoche”.



(2) “Down where the moon is small” : Huw Morgan, carpintero y recién llegado a la colonia, se casa con Lal, una hermosa niña y magnífica jinete, que es heredera de una buena extensión de tierra. Lal se va a Buenos Aires para proteger su chacra de una demanda, mientras que Huw se convierte en un contratista del Ejército, construye carreteras y vagones, y hace una fortuna. Mientras tanto, cae bajo el hechizo de una princesa tehuelche, Lliutro. Para escapar de Lliutro, se une a Lal y a su hijo en B.A. Pero la riqueza y la civilización no pueden retenerlo, y él regresa a los Andes. Luego su hijo es asesinado, Lal cabalga sobre un acantilado hasta su muerte, y Lliutro se lleva a Huw con la tribu y lo mantiene drogado durante años.


(3) Fragmento: “Fue deseo de Henry que el ceremonial religioso se llevara a cabo con celosa observancia de la tradición galesa, y cual si quisiera alejarse del apacible rincón de sus meditaciones, eligió para ello la flamante capilla de Gaiman, risueña población del alto valle, hasta la cual se había extendido la colonia. Era un lugar encantador, rodeado de esbeltos álamos, junto al río que describe allí una pronunciada curva. Parecía que el río amigo, que cantaba alegre entre las piedras del embalse cercano, se asociara también a ese día de júbilo (…) Desde los más opuestos rincones fueron llegando a la capilla los colonos, sus mujeres y niños. Algunos en chatitas y carricoches, otros a caballo, muchos a pie. Ya se había congregado a orillas del río gran cantidad de gente cuando alguien anunció la llegada de los novios. Todas las miradas se volvieron aguas abajo”. 


sábado, 11 de agosto de 2018

LA NOTA DE HOY




LOS ORNITÓLOGOS Y LA ORNITOLOGÍA

Por Jorge Eduardo Lenard VIVES





Parado en el umbral donde confluyen civilización y naturaleza, el ser humano suele escudriñar el ámbito de la segunda en busca de sus raíces. La pulsión por retornar al medio donde nació lo lleva a pergeñar una serie de actividades lúdicas; que van desde la ejecución del proactivo “turismo aventura” a la apacible contemplación de los variopintos paisajes que ofrece la geografía inmaculada. Entre las opciones que lo acercan al mundo virgen —o  casi virgen, dado que no existe lugar del orbe a salvo de la curiosidad indiscreta de los satélites, se destaca la observación de aves; hobby que permite disfrutar de una de las más espléndidas manifestaciones de la vida. A la diversidad de la avifauna, que torna apasionante el avistaje dado las múltiples posibilidades que ofrece, se suma el placer de descubrir las plásticas formas y lo portentoso de su vuelo; esa proeza que tanto excita la imaginación de los bípedos terrestres quienes sólo pueden surcar el aire, con mucha menos gracia, en sus artificios voladores.

La Patagonia alberga casi 350 clases de pájaros. La cantidad podría pasar desapercibida para el visitante ocasional, pero es bien conocida por el poblador vernáculo y por el ornitólogo profesional o aficionado. Hay variedades que vuelan, otras que caminan y aun algunas que nadan. Las hay de todo tipo, color, aspecto, tamaño... Están las que viven en la costa del océano, las que moran en la cordillera y las que habitan la meseta; aunque en sus vagabundeos no es extraño que algunos ejemplares, libres de toda barrera física o taxonómica, intercambien sus hábitats. 

La Literatura regional de ficción las ha tomado muchas veces como tema. Tal es el caso de una de las principales obras de Rodolfo Peña, "Trágica Gaviota Patagónica", donde el ave que viene desde la costa es un mensaje reconfortante para ese marinero de corazón que es Fermín Eleuterio. La figura de la gaviota confronta en el espíritu del peón con la del águila mora, que ocupa otro papel importante en la novela. En la obra "Vuelo de cóndor", Martha Perotto habla del majestuoso señor de los cielos y de su relación con la humanidad. Por su parte, “El pingüino aventurero”, relato de Asencio Abeijón, recuerda a uno de los animales emblemáticos del sur; y en el capítulo “Con los ojos del águila” de su libro “El chamán y la lluvia”, Hugo Covaro vuelve a ese rapaz que, al igual que el ñanco, tanto significado tiene en el folklore vernáculo.

La heterogeneidad de la fauna alada fue reflejada por los primeros exploradores que recorrieron la zona. Producto de la campaña del General Julio Argentino Roca de 1879, se publica el “Informe Oficial de la Comisión Científica Agregada al Estado Mayor General de la Expedición al Rio Negro”; una de cuyas partes, redactada por Adolfo Doering, describe 110 especies aladas de la región. Otros viajeros que recorrieron estas latitudes, como Luis Jorge Fontana en su “Viaje de exploración en la Patagonia austral” o William Henry Hudson —un reconocido protector de las aves y primer socio honorario de la Sociedad Ornitológica del Plata— en “Días de Ocio en la Patagonia”, dedican varias páginas a su descripción.

Con el tiempo esas reseñas se transformaron en unas publicaciones más específicas: las guías dedicadas en detalle a la identificación de los plumíferos regionales. Entre ellas pueden mencionarse “Aves terrestres de la Patagonia”, de Hernán Povedano junto con María Victoria Bisheimer; “Aves de Patagonia, Tierra del Fuego y Península Antártica” y "Aves del Canal de Beagle y Cabo de Hornos" de E. Couve y C. Vidal; “Guía de aves y mamíferos de la costa patagónica", de Guillermo Harris, “Manual ilustrado de las Aves de la Patagonia, Antártida Argentina e Islas del Atlántico Sur”, de Carlos Julio Kovacs, Ors Kovacs, Zsolt Kovacs y Carlos Mariano Kovacs; editado por el Museo Ornitológico Patagónico de El Bolsón; y “Aves de Patagonia y Antártida”, de Dario Yzurieta y Tito Narosky.

Algunos trabajos se focalizan en espacios geográficos más reducidos. Tal el caso de “Aves de la provincia de Río Negro” del ya citado Hernán Povedano; “Aves del Noreste del Chubut” de Santiago Sainz Trápaga; “Aves de Tierra del Fuego y Cabo de Hornos. Guía de Campo” de Ricardo Clark, “Aves de la provincia de Neuquén” de J. O. Veiga, F. C. Filiberto, M. P. Babarskas y C. Savigny; y la “Pequeña guía fotográfica de aves de Villa Los Coihues”, del fotógrafo Hernán Pirato Mazza y la bióloga Carla Pozzi. Semejante exuberancia literaria habla de la rica miscelánea emplumada de la zona y del interés que despierta en el público.

En esta nota los protagonistas son los pájaros patagónicos. Pero quieren dedicarse estos últimos párrafos a recordar a sus observadores, quienes, munidos de cámara fotográfica, largavista al cuello y alguna guía como las mencionadas más arriba dentro de una mochila colgada a la espalda, salen a encontrar a estas criaturas en su hábitat natural. Al igual que los astrónomos, los arqueólogos y otros investigadores amateurs, los diletantes de la ornitología llevan dentro de sí esa curiosidad científica que cada tanto logra producir un hallazgo para el corpus del saber universal. Con la seriedad del investigador profesional, ellos registran y comparten sus comentarios; estando siempre latente la posibilidad de descubrir un nuevo espécimen, u observar algún comportamiento inédito o anómalo que agregue información para mejorar el conocimiento de la avifauna.

Pero, por supuesto, en estos amantes de la volatería está también presente el placer estético que la actividad les brinda; el gozo de contemplar esa maravillosa obra de arte de la creación que son las aves en libertad y en su ambiente natural. Como ya se dijo alguna vez en este blog —y como trata de recordarse en este breve epílogo—, el espíritu del científico y el del artista convergen muchas veces en los individuos para dar lugar a destacadas manifestaciones culturales.





Nota: se dedica esta nota a Verónica y Carlos, quienes en una conversación en Puerto Madryn interesaron al autor en el tema.

martes, 7 de agosto de 2018

EL RELATO DE HOY










AJO Y AGUA


Por Paulo Neo (*)




Toda la historia del mundo es la historia de la libertad. 
Albert Camus 





Muchas mañanas me quedo pensando un buen rato frente al armario. Sucede que nunca alcanzo a saber si este pantalón de aquí combina bien con aquella camisa de allá. O si este suéter verde agua va bien con los zapatos con cordones. O si la corbata roja es demasiado estridente, demasiado llamativa. Y así.

Por suerte la cosa se diluye pronto, como el azúcar del primer café. Son apenas unos minutos, claro, pero de una pesadez abrumadora. Y si bien podría disponer las prendas la noche anterior, lo cierto es que siempre hay algo que logra distraerme: alguna lectura apasionante, algún texto que pide corrección, alguna película recomendada, etc. Nada que hacer entonces. Ajo y agua, como dicen por ahí.

Al momento de elegir una próxima lectura, experimento algo bastante similar. Por más que confecciono listas, que apilo ejemplares a un lado del escritorio, siempre tengo momentos de indefinición, de absoluta ambigüedad. No sé si ir por un ensayo, una novela o una colección de cuentos. Es que el abanico de posibilidades, tan ilimitado, me resulta agotador. Aun así, quiero creer, esto es siempre preferible a su opuesto. Lo cierto es que bendigo entonces, mi gran fortuna. Pues si este pequeño aturdimiento es el precio, lo pago con infinito gusto.

Ahora bien, la imagen que nos ocupa fue tomada en el interior de la nueva biblioteca de Tianjin, en China. Se trata del Paraíso con el que cualquier lector sueña: más de un millón de libros al alcance de la mano. 

Cierto es que hay quien solo aprovecha para sacarse selfies, como el hombre de abajo a la izquierda. O el que está de espaldas en el pasillo, oteando el horizonte, buscando el baño o algo parecido, al lado de la mujer que limpia uno de los estantes con el paño azul. O la mujer de joggins y zapatillas que se pasea con las manos en los bolsillos. Pero coño, que de las excepciones no se salva nadie nunca.

En fin, que mientras me abrazo a mi pequeña y querida biblioteca, le pregunto a Ud. querido lector: ¿cuánta libertad está dispuesto a soportar?




(*) Este texto ha sido tomado del sitio web del autor: www.pauloneo.com