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domingo, 30 de agosto de 2020

EL POEMA DE HOY


 


(Primer soneto de “Tres Sonetos del Sur”)


Por Vicente Antonio Ugo (*)





Razón de lo que canto, claro anhelo,

que se conmueve frente a mi destino;

yo voy a ti, como el mejor camino,

bajo la amplia bóveda del cielo.


A veces presiento que me inclino

con raíces frutales hacia el suelo;

(tú me comprendes, es el desconsuelo,

de saber que la tierra es mi destino).


Sur, razón del canto, en ti se asoma,

el sortilegio inmemorial del hombre,

que siente como el cielo se desploma


Sólo este verde que retrata el llanto

y este amor que comienza con tu nombre,

son las riberas que me doy y canto.






Escritor chubutense. El tríptico “Tres Sonetos del Sur”, al que pertenece este poema, fue premiado en el Certamen Literario Provincial del Chubut, año 1982.

lunes, 24 de agosto de 2020

LA NOTA DE HOY

 


AL LECTOR


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




“Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.


La frase de Jorge Luis Borges, si bien manida, es una adecuada manera de iniciar esta nota. Porque su merecida fama de aficionado a la lectura es el motivo por el cual se estableció el día 24 de agosto como “Día del Lector”; recordando su nacimiento ocurrido en igual fecha del año 1899. Muchas veces, estas páginas se dirigieron a resaltar la figura de los escritores. Cabe ahora recordar a esa otra punta del fenómeno literario; sin cuya existencia vanos serían los esfuerzos de los autores, por virtuosos que sean. ¿De qué valen carillas y carillas llenas de palabras, si no hay quien, leyéndolas, las disfrute? ¿Dónde irían a parar las inspiradas creaciones de los bardos? ¿Al cajón de sastre, al baúl de los recuerdos, al ropero de la pieza del fondo…? El arte del literato se completa y se transforma en Literatura, cuando otra persona abre las páginas de un libro y revive en su interior los pensamientos y sentimientos que habitan en el texto.


Pero antes de seguir con estas palabras, se aclara que, siguiendo un uso común del lenguaje cotidiano, el presente artículo se aparta un tanto de lo normado por la Real Academia Española. En el diccionario de la RAE (*), el término “lector” se define así: “1. adj. Que lee o tiene el hábito de leer”, sin el usual “u.t.c.s.” o “u.m.c.s.”. En esta nota se lo empleará con el sentido de “persona que lee o tiene el hábito de leer”; es decir, como sustantivo, en referencia a un ente con existencia propia. También, abusando de la analogía, se usará un sinónimo poco común, “leedor”, cuyo significado según la RAE es “1. Adj. desus. Lector (que lee). Era u.t.c.s.”. Tal vez sea desusado, pero un término con tanto contenido —y presencia en la escritura— como “lector”, bien merece un sinónimo.


En su obra “El Defensor”, el escritor español Pedro Salinas dedica una de sus “defensas” a la lectura; y, por ende, al lector. Encendido elogio de los leedores, marca algunos escollos que los tiempos actuales presentan para ellos. Uno de estos puntos se refiere a la conveniente soledad que requiere la lectura; a veces difícil de conseguir en las urbes modernas. Pone el caso del sujeto al que un día vio leyendo en el subterráneo. El individuo sostenía en una mano un tomo de Plotino; y con la otra se tomaba del manillar colgante. Rodeado del numeroso pasaje que lo empujaba en las subidas y bajadas, y a merced de los vaivenes producto de la inercia y de los rolidos del vagón, el lector se mantenía impertérrito, sumergido en la compañía que su libro le ofrecía; aislado de todos en medio de la gente. Aunque como muy bien dice Salinas:


“… la soledad del lector es más aparente que verdadera, y sólo puede llamarse soledad si se piensa en la compañía de coetáneos, de prójimos de carne y hueso. Entre los variados matices de la situación de soledad, ése del que lee tienta a la curiosidad. Porque representa a un estado intermedio entre el estar solo y acompañado; se está solo sin estarlo y es viva contradicción entre una apariencia y una realidad”.


A esta imagen engañosa del leedor soledoso se refiere también Quevedo, en el soneto que con posterioridad fue titulado “Desde la torre” por los editores:


Retirado en la paz de estos desiertos

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos.


Cierto es que un leedor no sólo disfruta la obra de literatos fenecidos, sino también la de autores contemporáneos. Pero las palabras de Quevedo revelan dos ítems interesantes. Primero, que quien lee tiene el don de “oír” la voz del escritor con sus ojos. Segundo, que tiene otro don: el de dar inmortalidad a un autor —menudo don—, porque cada vez que abre un libro, aunque su creador haya muerto siglos atrás, en ese momento está tan vivo como cuando lo escribió.


Se dedica estos párrafos finales a los lectores patagónicos. Al igual que se denomina “escritor patagónico” al que viva —o haya vivido— en la Patagonia, cualquiera sea el tema que sus textos toquen; al decir “lector patagónico” se hablaría de aquel que reside en la zona, no de quien lea sólo escritores patagónicos. Aunque, por supuesto, también los lea. Es más: no sería desatinado sugerir que es probable que los libros de autores patagónicos sean leídos mayormente por leedores de la misma región.


Acceder a las obras de los literatos australes es difícil para muchos aficionados a las letras del resto del territorio nacional; y así se ven privados del placer de disfrutar de creaciones con una remarcable calidad literaria, fruto de un importante grupo de escritores nacionales que alza su voz desde el sur. La existencia de esos lectores, los que leen libros de autores patagónicos en cualquier región del país, o del mundo, donde residan, son la razón de ser de la Literatura Patagónica. Vaya para ellos el presente tributo y, a la par, un caluroso agradecimiento.




(*) Versión digital “en línea” del sitio de la Real Academia Española (https://rae.es). Consultado el 03/08/2020 a las 16.22 horas.


sábado, 15 de agosto de 2020

EL MICRORRELATO DE HOY

 


LO QUE QUEDÓ


Por Luis Eduardo Ferrarassi (*)






Solo el viento sopla, cerrando y abriendo y cerrando y abriendo las puertas de los autos abandonados, haciendo parecer que las personas salen en sus coches para ir al trabajo o de compras. Sólo el viento sopla y mueve los árboles, haciendo entrechocar sus ramas que suenan a aplausos, pasos y el arrastrar de pies de niños caminando a la escuela. Solo el viento sopla, haciendo que sus soplidos suenen a susurros y charlas de vecinos que se encuentran en viejas despensas. Solo el viento sopla, haciendo que cadenas oxidadas se rocen y las desvencijadas hamacas se bamboleen, haciendo que antiguas plazas se llenen de una penumbrosa alegría. Solo el viento sopla, moviendo cajas y botellas y latas y bolsas de basura, haciendo que esos molestos perros abandonados vuelvan a las calles a husmear y buscar algo qué comer. Solo el viento sopla. Solo el viento es la única vida.





(*) Escritor de Río Gallegos. Este micro-relato fue tomado de su libro “La ciudad, después…” (Edición digital del autor, Río Gallegos, 2020).


lunes, 10 de agosto de 2020

EL ADIÓS A UN AMIGO

 


GERARDO ROBERT, EL HOMBRE DEL "SUR-SUR"

(IN MEMORIAM)



Lo conocí en un festival folklórico en Comodoro Rivadavia, allá por el año 1968. Él y Aníbal Forcada, conductores del encuentro, se sacaban chispas en el amistoso duelo criollo de florearse con poesías y palabras desde el escenario.

Tenía una presencia imponente. Su manera de plantarse frente al público, su potente voz de barítono, la cadencia de su fraseo, el hábil manejo de las pausas, tenían la inmediata virtud de concitar la atención del oyente.

Recitaba como pocos. No solo textos ajenos, sino también los propios. Porque además de todo, Gerardo era un poeta exquisito. Su inspiración conseguía interpretar con toda fidelidad el ambiente campestre, volcar con las palabras más exactas y adecuadas las cosas de la tierra y de su gente. De la gente del “Sur-Sur”, como él solía decir, para diferenciar el abuso del nombre de ese punto cardinal con que muchos pretendían aludir solo a la parte meridional de la Provincia de Buenos Aires.

En su fuero íntimo nunca dejó de ser un “hombre de campo”. Amaba las costumbres criollas y trataba de replicarlas aun en los ambientes más alejados. Durante la etapa de su vida en San Martín (Prov. de Bs. As.) el patio de su casa era escenario de encuentros con amigos donde JAMÁS faltaba un guitarra, un fuego encendido y su destreza de asador consumado.

Y amaba a Camarones, su pueblo natal. Lo nombraba siempre con orgullo, como quien nombra a su Patria. Y es que era su “patria chica”, el sitio adonde decidió regresar para vivir los últimos años de su vida.

Por otra parte, Gerardo hacía de la amistad un culto sacrosanto. Sus amigos casi siempre tenían vínculos con la música, la poesía y las costumbres tradicionales. En su generosa costumbre de agasajarlos, llegaba a organizar encuentros supernumerarios, donde a veces casi no alcanzaban las sillas, ni las guitarras, ni el tiempo necesario para que todos los amigos tuvieran ocasión de tributar sus voces a esas reuniones siempre memorables.



La vida nos regaló la fortuna de reunirlos a él y al querídisimo “Lalo” Sheffield, de quien ya he hablado tantas veces. Juntos, eran una gloria. La guitarra y el canto tenían entonces su momento más intenso, más sublime. Los dos conocían al dedillo el campo, el interior profundo del Chubut, los hábitos, las alegrías, el humor y el sufrimiento de sus humildes habitantes. Todas esas vivencias florecían en  forma de anécdotas, en recuerdos, en canto y en poesía.

Además, era un lector exigente. Ese aspecto nos brindó un motivo adicional de disfrute y algunas historias personales que en otra ocasión contaremos.

Ahora solo queremos hacer un alto en la huella para recordarlo. Se fue esta madrugada, mientras dormía, sostenido por un gran amor familiar. Estaba necesitando un descanso después de galopear con bravura al dolor físico y sostener la monta sin caerse. Uno quisiera tenerlo aquí, de pie, por mucho más tiempo, pero era injusto que siguiera sufriendo así, en forma innecesaria.

Ya volverá a Camarones, a grupas del viento del Sur-Sur, para descansar finalmente en paz, en su pueblo tan amado.

Cada vez que desenfundemos la guitarra, te sentiremos allí, con nosotros, al pie del fogón.

Un abrazo grande, inmenso, mi querido amigo. Q.E.P.D.



C.D.F.

martes, 4 de agosto de 2020

IN MEMORIAM: ELÍAS CHUCAIR




ELIAS CHUCAIR

(1926 – 2020)

LA PARTIDA DE UN ESCRITOR



Es imposible hablar de Literatura Patagónica sin mencionar a Elías Chucair. Los más de cuarenta volúmenes que comprenden su obra, son un sólido basamento para convertirlo en uno de los principales autores sobre los que se asienta el corpus literario regional. Se pueden citar, entre muchos otros, sus libros “Bajo cielo sur”, “Sur adentro”, “Desde Hullimapú”, “Con viento patagónico”, “Con grillos y silencios”, “Tiempo y distancia”, “El Maruchito hacedor de milagros”, “Cuentos y relatos”, “Hombre y paisaje”, “De umbral adentro” y “Acercando ayeres”. 


Chucair nació en Ingeniero Jacobacci el 25 de mayo de 1926. Al tiempo de empezar sus estudios en la localidad, su padre lo envió a continuarlos en el Colegio Salesiano de Viedma, donde conoció al padre Raúl Entraigas. Las poesías que el sacerdote escribía, difundidas a través de un periódico institucional y exhibidas en la cartelera escolar, despertaron en el joven una temprana afición por las letras. También hacia esta época, en el mismo establecimiento educativo, comenzó a incursionar en el teatro; una afición que mantendría con el correr del tiempo.

A lo largo de toda su rica y multifacética vida intervino activamente en diversas tareas en bien de la comunidad, incluso desde la función pública; a la par que desarrollaba su prolífica creación literaria. Sus obras muestran un estilo claro y atractivo; con una fuerte connotación regional que pone de manifiesto su profundo conocimiento de los personajes, las costumbres y los paisajes, naturales y humanos, de la Patagonia. El acervo cultural de la región fue una permanente fuente de inspiración de los textos salidos de sus manos; mostrando que la riqueza temática que esta tierra ofrece es valioso pábulo para la creación literaria.


A los títulos mencionados más arriba, y a fin de señalar aún más la importancia de su aporte a las letras sureñas, pueden agregarse “Dejaron impronta”, “Rastreando bandoleros”, “Anécdotas de un rincón patagónico”, “Cuentos y relatos patagónicos”, “Historiando mi pueblo Huahuel Niyeo / Ingeniero Jacobacci”, “Testimonios de antaño”, “Breves historias de mi pago”, “Quetrequile… el pueblo que fue”, “Teatro Vocacional en la Línea Sur Rionegrina”, “Antología poética”, “Desde la Patagonia de todo un poco”, “Del archivo de la memoria”, “Estampas y recuerdos”, “Rescatando ayeres”, “Hacia mis raíces… el Líbano”, “La Inglesa Bandolera y otros relatos”, “Partidas sin regreso de árabes en la Patagona” y “El collar del Chenque”. A ellos debe agregarse los más de treinta cuadernillos “Aquí y Ahora”, que narran episodios de la historia de su patria chica.


El pasado 30 de julio, en su ciudad natal, falleció el ilustre jacobacino. Recordando uno de sus títulos, se podría decir que ese día ocurrió su partida sin regreso. Sin embargo, como sucede con los artistas que se perpetúan a través de sus obras, Elías Chucair va a volver cada vez que un lector tome uno de sus libros, lo abra, comience a recorrer las páginas y, disfrutando de los textos escritos por la hábil y amena pluma del autor, reviva una vez más en su imaginación el legado del genial rionegrino.




J.E.L.V.


domingo, 2 de agosto de 2020

EL CUENTO DE HOY




MADRE E HIJO
(Cuento cíclico)


Por Jorge “Cuqui” Honik (*)




Cuando la madre murió, el hijo hizo construir sobre su tumba un pequeño muro rectangular.  Pidió que le prepararan un agujero en la cabecera con la idea de colocar una lápida de madera, que él mismo fabricaría.

Un mes después regresó, sin la lápida, y desparramó sobre la tierra unas semillas de flores.

No retornó nunca más.

La madre, acurrucada entre sus huesos, suspiraba y se quejaba. No podía comprender el olvido del hijo.

“¿Por qué no viene a verme, por qué no me trae unas flores aunque sea para conformarme?”

“Nunca te gustaron las flores” respondió el padre desde su propia tumba, con el hilo de voz que lograba filtrarse por la compacta greda.

 “Quisiera saber cómo le va, cómo andan los chicos en la escuela”.

 “Vendrá cuando pueda”, dictaminó débilmente, pero con firmeza, el padre.

 Las voces se perdieron: el olvido se las llevó. La carne, fragmentada en moléculas, transportada por aguas subterráneas, cayó al río que bordeaba el cementerio.  El alma, más habituada a esperar, se aferró con tenacidad hasta que ya no pudo sostenerse.  Con un suspiro, se internó en el invisible derrotero del aire.

Cuando el hijo, con su desasosiego de años a cuestas, murió a su vez, pensó que al fin saldaría sus cuentas; se reuniría con la madre en la eternidad.

Pero encontró la tierra vacía. No pudo siquiera reconocer los huesos, que el tiempo había confundido.

Ocupados con sus familias, tampoco sus hijos vinieron a visitarlo.  Prudente, no emitió una queja; pagó su deuda con silencio hasta que el descanso le abrió las puertas.


Las venas del planeta y la mágica mano del azar reunieron a la madre y al hijo en un junco a orillas del Ganges, en una piedra negra del Perú, en la pupila vidriosa de un pez del Mar de los Sargazos. Y, con todo el poder de la memoria, en el vientre de una parturienta de labios resecos, instantes antes de que unas precisas tijeras de hospital se hundieran en el cordón de piel sanguinolenta para iniciar, una vez más, el rito mil veces repetido del grito, la separación, el llanto, la búsqueda.


Bariloche, junio ‘90






(*) Escritor rionegrino; nacido en la ciudad de Buenos Aires y radicado en El Bolsón desde hace más de treinta años. Es farmacéutico universitario y docente de artes y ciencias exactas. Publicó, entre otras obras, el volumen de cuentos “La selva iluminada” (Fondo Editorial Rionegrino, Viedma, 2006). En su faz de dramaturgo ha escrito aproximadamente quince obras teatrales, que llevó a escena en calidad de director; actividad que continúa realizando a la fecha. Su cuento “Gondwana” obtuvo el Premio CFI en Letras del año 1983.