google5b980c9aeebc919d.html

lunes, 26 de octubre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 




DE VUELTA


Por Mónica Soave (*)


Detrás del espejo está el sueño;

todos quisiéramos alcanzar el

sueño, que es nuestra más profunda

realidad, sin romper el espejo.


Merce Rododera




- Que todo ese palabrerío de tus escritos indescifrables, que los migrantes y las innumerables luchas y la historia de las resoluciones en el Consejo de Seguridad y las armas químicas y los biblioratos y todas las fichas por orden alfabético que me alejan de vos; que esos diplomáticos engominados que te escucharán mañana sin pestañear como en un tribunal mientras las palomas se estrellen contra los vidrios de las ventanas y vos no te des cuenta, y nadie se dé cuenta, y las alfombras rojas silencien los pasos de tus tacos sobre las escaleras de mármol, no sé si me entendés pero en un día domingo es como que me rebasan, y está bien, acepto estoicamente tu opción de oscuridades y recortes de diarios y papeles amarillentos pero quiero que asumas mi elección de salir al sol, de tragarme el aire entero por un día, que mañana ya es lunes y todo empieza otra vez.


No, basta, aquí me paro. Mi cabeza estalla tratando de sistematizar toda esta información para el coloquio y los ojos me arden de leer todos los apuntes, de subrayar todos los libros, de escribir todas las fichas.  Tal vez Lucas tuviera razón y hubiera resultado mejor irme con él y convertir este día en una fiesta.  Pero lo cierto es que él no me invitó y yo no me acuerdo cómo se fabrican las fiestas; que recitó su discurso de bonitas palabras: que me dejaba tranquila desde la mañana, que a la nochecita volvía para cenar afuera, en algún lugar con velas encendidas y el vino en un balde con hielo.  Hielo dice que le doy tantas veces, que me he ido convirtiendo de a poco en una estatua bíblica de sal, en una helada estatua de sal.


Son las ocho.  Enciendo la radio para que alguna música se interne por fin, despacio, en todos los rincones y huecos de esta casa únicamente habitada hoy por mí; pongo en orden los papeles, los recortes, los libros; pienso que he rescatado el día a pesar de la soledad, a pesar de la ausencia de Lucas que hubiera deambulado de una habitación a otra como una fiera enajenada, como siempre, cuando soy solo para él un cuerpo inclinado sobre el escritorio, contestaciones con monosílabos cada vez que intenta una conversación y una sombra bajo las lámparas.  Hoy también ha sido un burdo pretexto: un día de pesca, un asado junto a la laguna, un paseo en bote tantas veces postergado. Su silencio me grita que quiere encontrar otra vida, tal vez, otra mujer que lo espere cada noche con los camisones rosas, cortos y vaporosos que yo nunca usé y hable incansablemente de las travesuras de los chicos que yo nunca tuve y del kilo de papas y la cuenta del teléfono que a mí no me importan. O es tal vez, ¿por qué no?, reencontrar en algún lugar, en algún tiempo, una estatua derretida, pedazos de sal helada desintegrándose bajo las caricias.  ¿Cuántas cosas creerá que no he sido capaz de darle?  ¿Qué parte mía, misteriosa para él, se ha quedado por siempre de mi lado?


Estoy desvariando.  Sé que mi cerebro se ha escapado por caminos libres mientras me fijo en el reloj y son las nueve y media ya y Lucas no ha vuelto, hay tránsito en las rutas, seguro, y tengo hambre.  Me parece que la cena con velas encendidas quedará para otro momento de los dos porque, parada en la cocina frente a la mesada, me pongo a mordisquear una milanesa fría y abro una lata de paté y unto unos panes y la noche se abre tras la ventana y mi cabeza sigue estallando, ahora de ansiedad.


No voy a decir que Lucas nunca ha llegado tarde, por otro lado, jamás da explicaciones y, sin hacer preguntas y solamente imaginándome circunstancias, me he resignado al silencio.  No voy a decirlo, claro, pero jamás puedo remediar pensar que alguna fatalidad tuvo lugar, que el teléfono sonará y que una voz impersonal me dirá que ha habido un accidente y se producirá un silencio incómodo del otro lado de la línea antes de que la misma voz me pregunte si conozco a un señor Lucas Montal, que sí, que cómo, que dónde está y entonces no entenderé muy bien qué hacer y, como una autómata, me acercaré de nuevo al escritorio y pondré las lapiceras arriba de los libros y los libros arriba de los diarios doblados en dos y los miraré así, ordenadamente, y entonces recién se me ocurrirá llamar a Alejo, nuestro Alejo, este amigo de los dos, el de los mejores y peores momentos que vendrá a buscarme en su auto cruzando la ciudad, dejando mujer e hijos y pizza compartida del domingo frente al televisor y me llevará hasta el hospital en Chascomús e intentará tranquilizarme, vamos a llegar enseguida, vas a ver, y me apretará una mano mientras deja por un momento el volante y me mirará con pena, como hace mucho que no me mira nadie, con pena y con cariño.  Será tibia su mano, tan distinta a ese frío hospital que encontraremos por fin, buscando casi de madrugada entre calles oscuras que no conoceré, que me parecerán fantasmales, tan lejos, tan desmedidamente lejos mis relaciones internacionales y el coloquio, y el sol, y el día de pesca de Lucas entre esos pasillos blancos y el olor a desinfectante.


Y la veré a ella, sentada a la puerta de la habitación, despeinada, con la cara roja de sol, la veré aun antes de ver a Lucas entre tubos y yesos e inconsciente, la veré porque le importa Lucas, le importa mucho más que tener que enfrentarse conmigo, mucho más que el silencio o la clandestinidad.  La intuiré fuerte, firme en su lugar, seguramente, con la certeza de que es el que le corresponde.  Pensaré que será una lástima que todavía solo conozca una mitad de Lucas, esa mitad inicial que alguna vez me diera también mientras compartíamos las horas, dos cafés, dos cucharitas y bastaba.  Y está bien, le diré.  Le diré aun antes de poder ver a Lucas inmovilizado en esa sala minúscula de terapia intensiva y recordar esa ponencia que no podré presentar; está bien, no te opongo lucha, estatua derretida, es todo tuyo: tuyo su deambular por la casa y sus silencios inexplicables y sus ausencias; tuya esa cena que no pudimos tener y todas las demás cenas con las velas ardiendo y los días de sol que seguirán a esta tormenta que trato de ahorrarte mientras yo preparo este y cada uno de los informes aun sintiendo que he perdido a Lucas para siempre.


Mejor no le diré nada. Ella me mirará también sin palabras y seguirá sentada allí, esperando el seguro despertar de Lucas y la vida por delante, sabiendo que esa será la primera y última vez que yo entre a la habitación y toque su frente fría y sudorosa y me despida de él con lágrimas que no podré evitar y el médico me tranquilice respecto a su pronta recuperación, me consuele sin entender muy bien quién es quién en esta historia.


Alejo estará caminado de un lado a otro por ese pasillo angosto donde se escurrirá la mañana y la niebla, prendiendo un cigarrillo con el anterior.  Ya habrá llamado también a su familia y les habrá dicho que todo está mejor, que volverá más tarde, que yo lo necesito.  Me verá salir pálida de la habitación e iremos juntos a algún bar. Me sentaré a su lado y descubriré de pronto sus ojos, como revoluciones de ángeles, y será otra vez su mano sobre mi hombro, su calor tierno a mi costado y dos cafés, dos cucharitas, y bastarán.


Por eso, por todo eso es que no entiendo en este momento el ruido de las llaves en la cerradura mientras sigo parada en la cocina; por eso, tardo en reconocer la voz de Lucas irrumpiendo en la medianoche, ese ruido y esa voz que acallan todos los otros sonidos, todos los otros rumores.  Y es la cara de Lucas sonriente y bronceada por el sol y el bolso al hombro y dos pescados en una cesta. No hay preguntas. No hay respuestas. Y me quedo con las ganas de saber si ella existirá poniendo ahora a secar una toalla en la cuerda o dándose una ducha para sacarse de encima el polvo de la orilla de alguna remota laguna.  No lo sabré, como tampoco adivinaré de qué manera hacer ahora para silenciar este torbellino que me arrastra, cómo hacer para que los ojos de Alejo -esas revoluciones de ángeles- no me alcancen, para que su mirada no me delate, para que no me duela más saber que Alejo no ha sido, para que no me duela.




(*) Escritora radicada actualmente en Buenos Aires. Residió varios años en Chubut, donde escribió parte de su obra literaria. Esta narración obtuvo el Primer Premio de la categoría Cuento, en el Eisteddfod del Chubut del año 2004.


lunes, 19 de octubre de 2020

EL POEMA DE HOY

 




VIENTO


Por Pehuén Naranjo (*)


Roza la cuna azul de la bahía,

llena de sal sus labios entreabiertos

y trepa a besos por el Monte Olivia

hasta quedar sin voz y sin aliento.


Nadie sabe qué ve desde la cima

cuando se arroja audaz, veloz y helado

peinando lengas mientras se lastima

y gime en huecos bajo algún tejado.


Vela los secretos de la sed dormida

latente en la nieve que espera al verano,

para emborracharnos con agua bendita

que baja en torrentes de Los Cinco Hermanos.


Duende de los bosques, silbando a escondidas

por entre las ramas de un sueño perdido

trae desde lejos una melodía

que pasa de largo de vuelta al olvido.




(*) Poeta y músico nacido en Zapala, actualmente radicado en Tandil. La presente poesía fue tomada de su disco “Desde el Sur”; donde el cantor la interpreta con ritmo de loncomeo.


domingo, 11 de octubre de 2020

LA NOTA DE HOY

 



MICRO-LITERATURA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En su último libro, “Gorriones de la noche”, el poeta riogalleguense Jorge Curinao ensaya el poema breve; asumiendo el riesgo de sintetizar su visión poética en el micro-verso de una sola oración o, a lo sumo,  en menos casos, de dos o tres. Por ejemplo: El mar es imitación del sueño que regresa. Resume así, en esa expresión minimalista, el fruto de su inspiración libre de ornamentos; secuencia lógica de la obra del vate que en sus anteriores creaciones trabajó sobre el poema en prosa, muchas veces en una versión corta. De esa manera fue podando, desbastando sus textos, hasta llegar a la forma más reducida y concentrada.


Tal brevedad en la prosa poética también se advierte en el libro “Música desconocida para viajes”, del escritor Christian Aliaga de Comodoro Rivadavia. En esa obra, los sitios de una diversa geografía, la mayoría de ellos enclavados en la Patagonia, dan pie a textos cortos llenos de poesía.


Pero también la narrativa adopta una faceta de concisión en la región, por parte de autores que persiguen desarrollar un argumento completo en la menor cantidad de palabras posible. Paulo Neo incursiona en el micro-cuento y el micro-relato con “Microficciones ilustradas”, cuyas imágenes son de Andrés Casciani; y “Amor sonámbulo y otros breves”. Ambos libros revelan la habitual tendencia del santacruceño a la brevedad; exhibida en muchos textos suyos.


Otro cultor del minimalismo literario es Pablo Lautaro, autor del Neuquén. En sus libros “Retratos” y “Alumbrando nostalgias”, muestra numerosos ejemplo de su intención por expresar con la menor cantidad de vocablos la idea que quiere volcar en el papel. Del último de esas obras es el relato corto “Alma”:


Se levantó medio aturdido, algo le punzaba en la sien, no lograba quitar de su cabeza la imagen visceral de Violeta sollozando perdón. Era él mismo quien yacía tendido en medio de un charco de sangre… No pudo hacer nada, el alma se había despedido de su cuerpo.


En general, muchos autores regionales prueban en alguna oportunidad el subgénero, sin hacerlo su dominio exclusivo. Por ejemplo, en su último libro, “La ciudad, después…”, Luis Ferrarassi incluye catorce micro-cuentos de tono fantástico; como “La vida alrededor”:


Los campos no están ahí, acá ni allá. Ya no galopo. No siento el aire soplando mis crines ni el viento intentando ganarme una carrera. Solo veo los mismos árboles y los mismos bancos y los mismos cielos. Solo son distintos los niños que me dan vida en una vuelta más.


Otra manifestación literaria breve es el aforismo, sentencia, refrán, palmaria o sentencias similares de formatos diversos, con su modalidad específica. A veces también la cita; aunque ésta, a diferencia de los anteriores que encierran su contenido en sí mismos, puede haber sido tomada dentro del contexto de un escrito más largo que completa su significado - de allí error frecuente que ocurre al descontextualizar una cita y usarla, incluso, en un sentido distinto al que el autor quiso darle. En la Patagonia, un literato que practicó el aforismo es Pablo Marrazzo, con sus “Palabras para mis hijos”. De esa obra es esta máxima titulada “Críticas”: No se debe criticar a los demás, pues sólo uno y a veces, conoce el verdadero peso de la cruz que lleva en sus hombros.


La poesía breve tiene una larga tradición a lo largo de la historia y la geografía mundial. Los dísticos griegos, los pareados españoles, los “haiku” japoneses – cultivados no solo por los autores nipones – y otras variantes similares, reflejan esta búsqueda de la mínima expresión y máxima concentración poética; que fue practicada por muchos y reconocidos escritores. También la narración breve fue objeto de la actividad creadora en todo tiempo y lugar; y qué no decir del apotegma en sus diversas variedades, cuyas primeras muestras vienen de la antigüedad clásica.


Por ello, parecería arriesgado afirmar que la brevedad literaria es una característica de la época actual. Mas no es desacertado decirlo. Ser sucinto es propio de estos días; y la Literatura breve, pese a sus remotos antecedentes, se lleva bien con los tiempos que corren. Señal del reinado de la cortedad, son los medios de difusión basados en la red. Aun cuando permiten publicar trabajos largos, potencian el texto minúsculo, la frase ingeniosa, la idea expresada en pocos vocablos.


Resulta así que analizar la micro - Literatura requiere considerar otro tono de la época: la noción de “efímero”. Gilles Lipovetsky, en su obra “El imperio de lo efímero”, relaciona este concepto con la moda; el gusto cambiante y pasajero por algo – y su pronto olvido –, tan común hoy en día. Cuando un escritor como los que se citaron en esta nota acorta sus textos para generar en el lector un efecto intenso, persigue lo breve, pero no lo efímero.



jueves, 1 de octubre de 2020

EL CUENTO DE HOY

 



MANUSCRITO


Por Magdalena Pizzio (*)



– Te veo. ¿Qué haces aquí?

– Vine a despedirte.

– No te me pareces. ¡Estás tan impreciso!

– Es uno de los cambios. Ya aprenderás.

– ¡Ah! No sabía, ni siquiera que vendrías.

– Sólo esta vez. Tendrás mucho tiempo.

– ¿Siempre pasa? ¿Cómo un aviso?

– No. Algunos no lo saben nunca. Tú eres especial. Puedes escribir.

– ¡Vaya! Al menos sirve para algo, aunque sea así.


Lo vi entonces moverse como una espuma. Sin sombra. Sin luz. Y parado ante la ventana volvió su rostro.

– ¿Qué será de Lucrecia? –le pregunté.

– Ya se acostumbrará, todas lo hacen.

– Bien. Parece que lo terminé. ¿Qué debo hacer?

– Ya nada. Sólo déjalo cerca.


Las últimas luces anunciaban el crepúsculo y las cortinas se agitaron un momento, escapando de la brisa. Cuando ella entró al cuarto, sobre la cama yacía quieto, indiferente. No escuchó su grito ahogado, ni vio el horror de sus ojos…

Lucrecia levantó del suelo el manuscrito y lo hojeó. Leyó las últimas líneas: “…ni vio el horror de sus ojos mientras hablaba entusiasmado con su fantasma.”




(*) Escritora neuquina. El presente relato fue tomado de su libro “Caleidoscopio humano”,