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martes, 22 de enero de 2019

EL POEMA DE HOY




RAÍCES

Por Mario dos Santos Lopes (*)



Bajamos de los barcos, de los micros,
emigrantes de otras patrias, otros cielos,
de otras provincias del resto de la Patria,
de la feroz persecución de la miseria
o en busca de la paz que nos negaron
llegamos con los ojos bien abiertos
lo pensamos muy bien, el trecho es largo,
largo el desierto y el camino solo
inundamos la mirada con azules,
y púrpuras, y gris, y acantilados,
llegamos sin tener más que lo puesto
entre hostiles miradas y sospechas;
seríamos “de afuera” para muchos,
seríamos de afuera, por un tiempo,
llegamos para irnos, muy de paso,
pero al fin, la casita y el terreno,
el trabajo, los hijos, el arraigo,
ilusiones, tristezas, amistades,
equilibrio del error y del acierto,
soledad ya no tan sola, y un buen día
nosotros que vinimos de los barcos,
o en camión, o en un micro polvoriento,
ya no somos extraños, “los de afuera”,
ya no estamos de paso, ya sembramos,
ya latimos al impulso de su espera,
corazón deseadense y andariego.



(*) Escritor de Puerto Deseado (1959-2017). Este poema forma parte de su libro “Recuerdos del Presente” (Ediciones Culturales El Orden, Buenos Aires, 2013).







jueves, 17 de enero de 2019

LA NOTA DE HOY




OLVIDOS Y RECUERDOS


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





La Patagonia no es una tierra que se olvide fácilmente. Región que atrae pero también aleja, tiene todas las condiciones para generar la "Literatura del extrañamiento"; esa creación literaria que surge cuando, a la distancia en el tiempo y el espacio, los recuerdos asaltan al exilado y lo obligan a reflejarlos en el papel. La “Literatura del extrañamiento” requiere que sus autores se hayan identificado en forma plena con la comarca que rememoran; y también que su alejamiento, forzado o voluntario, les haya dolido como un desarraigo. No es “Literatura del extrañamiento” la que surge de las memorias de un ocasional viajero, como las obras de George Musters, Paul Theroux o Bruce Chatwin; quienes resaltan lo novedoso como curiosidad, muchas veces sin profundizar en el significado de lo que observan. En el “extrañamiento”, el relator es alguien que estuvo compenetrado con la vida habitual del lugar que evoca; e interpreta los hechos en la forma en que sus habitantes lo hacen. Por eso alude al sitio lejano con nostalgia y puede describirlo de manera sentida.

Un ejemplo de este tipo de Literatura es la obra "Días de ocio en la Patagonia", la crónica que William Henry Hudson hizo de las jornadas pasadas en la comarca de la desembocadura del Río Negro. Fue poco tiempo el que estuvo Hudson en el lugar; pero sus impresiones resultaron tan fuertes que lo llevaron a redactar una reseña llena de añoranza. Esta actitud es habitual en ese escritor, quien la expresa también en otro título de su autoría que guarda sus recuerdos de la Argentina: "Allá lejos y hace tiempo". Hudson nació en Quilmes en 1841. Ligado al ambiente rural, recorrió el campo pampeano y se acercó a conocer a la Patagonia, por la cual había mostrado una gran curiosidad, en el año 1871. Hacia 1874, Hudson viaja a Inglaterra y ya no vuelve a su país natal. Estando allá comienza su copiosa carrera literaria; por lo que todas las obras en las que recuerda a la patria se inscribe en la “Literatura del extrañamiento”. Escribe “Idle days in Patagonia” en 1893, más de veinte años después de su estadía en el lugar; y “Far away and long ago”, aún más tarde, en 1918. La melancolía acorrala a Hudson en su hogar británico; y al finalizar “Días de Ocio en la Patagonia”, explica cómo se despiertan las saudades:

“… cuando acerco la flor a la nariz y aspiro su perfume, siento un deleite infinito, un placer mucho más intenso. Por un lapso tan corto que si fuera dable medirlo no ocuparía más que una fracción de segundo, ya no estoy en un jardín inglés, añorando el pasado, sino que me encuentro de nuevo en las hermosas pampas, durmiendo profundamente bajo las estrellas. (…) Es el momento del despertar; abro los ojos y miro el puro arco del cielo sonrosado con los tenues colores del amanecer, y en el instante en que la naturaleza se muestra ante mi vista en su exquisita figura y belleza matutina, siento en el aire el perfume sutil de la prímula”.

Pero no es el único que con el paso del tiempo revive sus experiencias sureñas. Otro ejemplo es el de William Meloch Hughes, con su obra “A orillas del Río Chubut”. El autor llegó a la Colonia del Valle en 1881 y permaneció allí durante 44 años. De regreso en Gales, continuó con una intensa vida social y comienza a escribir su relato; que finaliza poco antes de su muerte en aquel país en 1926. Al prologar su interesante obra, llena de datos precisos y reflexiones plenas de sentido común que demuestran una personalidad juiciosa y cauta, da indicios de la morriña que lo embarga al escribir:

“Es posible que tenga partes que no sean de profundo interés para los habitantes de Gales, pero tiendo a creer que pueden ser de interés y de alguna utilidad para los galeses del Chubut, hacia los cuales, luego de pasar tantos años entre ellos, volarán siempre mis pensamientos, dondequiera se encuentre mi cuerpo, hasta el final del viaje terrenal.”

Parecido caso es el de María Brunswig de Bamberg, la autora de “Allá en la Patagonia”; un libro que reúne las cartas enviadas desde la Patagonia por su madre Ella Hoffman a su abuela “Mutti” Voss en Alemania; cursadas entre 1923 y 1929, período en el que su marido Hermann Brunswig realizaba tareas de administración rural en el sur argentino. María agrega a la correspondencia los datos surgidos de otros documentos familiares - como un fascículo artesanal que Ella regaló a sus hijos, llamado “Recuerdos de la Patagonia” - y sus propias vivencias. La escritora, quien había regresado a Europa en 1929; vuelve a la Argentina en la década del 30; pero hacia los años 50 retornó a Alemania, donde se radica y forma su familia. La idea de transformar la recopilación de cartas en un relato de reminiscencias se despierta en un corto viaje que hace a la Patagonia en 1992. Describe así el momento:

“Cuando bajé del avión en Río Gallegos, al sentir la olvidada furia del eterno viento patagónico azotándome la cara, los recuerdos de los lejanos días de la infancia me golpearon el pecho: de pronto me sentí otra vez aquella niñita de siete años que aceptaba ese gran traslado desde Alemana hasta la Patagonia, como algo novedoso, eso sí, pero, al fin, natural.
Seguí viaje en ómnibus hasta Calafate, observé la magra vegetación: la mata negra, líquenes que parecen restos de animales extintos hace siglos, arbustos torcidos de calafate, y experimenté la sensación de la tierra como esfera, que no se conoce sino en las vastas dimensiones del mar o de las pampas, cuando el barco aparece a la vista mostrando primero el tope de los mástiles, y la cordillera exhibiendo primero los picachos blancos y negros, hasta que, ese día … desplegó su panorama majestuoso detrás del Lago Argentino.”


Para el observador sensible, la Patagonia presenta trazos tan pronunciados que se fijan con fuerza en el espíritu y el intelecto; y permiten recrearla en la lejanía. Por supuesto, luego de vivir un tiempo más o menos prolongado en un lugar se cosechan buenas y malas experiencias; no todo es idílico. Pero es habitual que el ser humano sólo recuerde los buenos momentos; en tanto que los malos trances pueden conservarse en la intimidad de la conciencia, objeto de un piadoso olvido; y se desvanecen en el tiempo junto con el memorioso.

viernes, 11 de enero de 2019

EL POEMA DE HOY





CUADRO


Por Anita Aracena (*)




Son pequeñas cosas:
una mesa, un jarrón
una cama, unas llaves
el tintero volcado
la pipa durmiendo 
sobre el libro solo
los guantes como una alondra triste.
Soledad despierta
en la casa de paredes verdes
nunca ojos-azules encontrarás su mano 
batiendo el aire de verano 
ni correr el domingo con su pipa de espuma;
los árboles de noche callarán su canción
mientras tú ojos-azules lo vayas
dibujando en el regazo de su destino.

La caña de pescar en el galpón
sube los días sin letras,
su gorra, la que tanto le gustaba
va siguiendo la ruta de un nuevo país
donde las gotas van sumando el arco iris.

Ojos azules, qué tristes son los viajes
a las grutas de las estrellas
cuando las manos se quedan sin el humo del retorno
y en la casa de paredes verdes, el silencio
va poniendo telarañas a los objetos.

Partió con el último 
reflejo anaranjado del atardecer
Los árboles de noche callarán su canción
mientras tú ojos-azules lo vayas
dibujando en el regazo de tu destino.






(*) Escritora chubutense. Este poema es de su libro “Cómo son de azules las palabras” (Ediciones G Pro Cultura, Comodoro Rivadavia, 1986).



sábado, 5 de enero de 2019

EL MICRORRELATO DE HOY





MOMENTOS

Por Mónica C. Avendaño (*)




Fui a hacer un trámite a una entidad pública. Me gusta observar lo que pasa alrededor. Había una demora importante en la atención. Esperaba mucha gente de distintas edades y condiciones.  Todos estaban con caras adustas, incómodos por la tardanza. Se quejaban. Una joven entregó su celular al niño que la acompañaba, y él dejó de gimotear. Otra pequeña se asomaba detrás de su madre con ojos muy curiosos. Seguía ingresando gente. Cada vez se notaba más el malhumor que generaba la espera. Llegó una señora con su hija de unos cinco años, disfrazada con una larga pollera de colores. No bien entró acaparó la atención de la otra niña. Se miraron, se sonrieron y, como en un acuerdo sobreentendido, comenzaron a perseguirse mientras soltaban carcajadas. Invitaron al niño del celular, con la misma mirada con que ellas se entendieron,  pero él ni se dio cuenta. Ellas siguieron riendo. Nos hacíamos a un lado para facilitar su juego. Participábamos en él sin ser conscientes. La mayoría de los rostros se suavizaron. El tiempo dejó de ser importante. Estirábamos las manos para acariciar las cabezas de las pequeñas que pasaban corriendo. Las respectivas mamás les pedían juicio en el comportamiento. “Molestan a la gente”, dijeron. Decidieron que las niñas continuaran jugando en el jardín cerrado, que precede al ingreso del salón donde estábamos. Ellas obedecieron sin oponerse. De golpe todo cambió. Volvieron las caras ceñudas, los murmullos quejosos, las manifestaciones de disgustos, las miradas al reloj en forma permanente. Sólo el niño con el celular se mantuvo igual, pendiente de la pantalla. Nunca sabría que tuvimos un momento de frescura, un oasis de placer que nos brindó el juego milenario y cándido de dos inocentes, en el que podría haber participado. 



(*) La autora vive en Playa Unión (Chubut)