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jueves, 23 de noviembre de 2017

EL POEMA DE HOY




DESPEDIDA



Por Héctor José Fadul (*)



La tarde presentaba en sus confines
un cielo de ventiscas y de rezos
un cielo que pintaran nuestros besos
y un viento con caricias en las crines.

Cumpliendo con la hora prometida,
fantasma sigiloso, todo y nada,
caminé por la senda hasta la aguada
en busca de una triste despedida.

La alfombra de hojarasca en ese día
lució su vestidura más hermosa,
y en torno al mirador de la alquería

volaban las palomas dibujando
un adiós en su vuelo. Y fueron rosas
los besos que me diste sollozando.






(*) Escritor de Río Gallegos, nacido en 1930. Abogado y periodista. Autor de los poemarios ”Cincuenta Sonetos Bajo la Cruz del Sur”, “Resurgimiento” e “Intimas”; del libro de relatos “…y dejaron huella”; y de las obras inéditas “Preludios” y ”Mate amargo”. El poema es de la Antología de Escritores “Primer Centenario de Río Gallegos” (Sociedad Argentina de Escritores. Filial Santa Cruz, Río Gallegos, 1985). Fue tomado a su vez de su libro “Cincuenta sonetos Bajo la Cruz del Sur”, de 1949.


sábado, 18 de noviembre de 2017

EL CUENTO DE HOY



PERCEPCIONES
por  SUSANA ARCILLA  (*)


I

 Cada día lo veo. Miro especialmente porque sé que se encuentra ahí, como esperándome. Está sentado en una silla de ruedas, con una radio chiquita apoyada en la pared  descascarada de su casa, esa que separa el jardín de la vereda.  Es un hombre mayor, con algo de barba crecida y una gorra visera aplastada en su cabeza cana. Observa –inmutable- a los coches que pasan. Hoy tenía puesta una camisa a cuadros, negros y blancos. Y me decidí a escribir sobre él.

¿Cómo no pensar por qué se encuentra en esa situación? ¿Un accidente tal vez? ¿Alguna enfermedad? No sé nada de él ni de su familia, tampoco conozco a nadie del barrio. Pero cuando recorro su cuadra nos miramos hasta que doy vuelta mi cabeza para dar una ojeada por si viene un auto desde la esquina. Nos observamos fijamente pero no nos saludamos, sólo porque no nos conocemos desde antes. Nos ubicamos por vernos cada día que cruzo por su calle; entonces –creo- deberíamos contactarnos: levantar la mano suavemente y vincularnos a través de una sonrisa o con un movimiento casi imperceptible del rostro. Podría ser –también- con una ceja levantada, algo leve que nos aúne y  que, a la vez, pueda pasar como una señal o imagen que no fue.

¿Quién de los dos debería tomar la iniciativa? Si me animara… ¿qué pensaría de mí? Podría ser que su atención esté fija en el dial de la radio que escucha y que todos los que pasamos frente a él seamos una especie de cortinado de fondo. Esta posibilidad me deja un poco más tranquila en cuanto a mi decisión de iniciar el ritual del saludo, ese rito ancestral que  enlaza a los humanos. Quizás no me registre y al saludarlo lo ponga en una duda: ¿De dónde y desde cuándo conozco a esta mujer?, podría pensar…Ya conocen el dicho… ¡No hay comedido que salga bien!

Me intriga saber qué sucede en el interior de su casa. La puerta de entrada –con la pintura envejecida- aparece siempre cerrada. Pienso, si tuvieras un esposo, hijo o hermano en esas condiciones… ¿no dejarías la puerta entornada? ... Para acercarle un mate, para charlar o para observarlo -desde adentro- y ver si precisa algo… Puede ser que viva solo. O no. También existe la posibilidad de que conviva con alguien que ya no lo considere ni lo registre.   Si viviera solo creo que necesitaría de mi saludo. La radio es una compañera fiel pero el contacto humano es imprescindible en la vida. Además no es muy factible que en sus condiciones físicas pueda vivir en soledad.

II

 La veo todos los días, pero hago como que no la registro. Pasa despacio en su auto y me mira como intentando saludarme, hasta ese momento justo en que dobla la cara porque mira hacia la esquina para ver si viene algún coche. Entonces hago como que escucho radio y que no veo, porque no quiero comprometerla ya que soy un hombre grande y enfermo. ¡Qué podría aportar mi saludo en su vida! Parece ser una señora que tiene todo.

Vivo solo, mi mujer y mis hijos me abandonaron cuando quedé en este estado. Una cruel enfermedad me robó la movilidad para siempre, mi vida cambió en forma brutal. Me jubilaron por invalidez. Me arreglo solo para todo; por suerte tengo teléfono, lo que ayuda mucho. Aprendí con un kinesiólogo amigo todos los movimientos necesarios para avanzar con la fuerza de mis brazos. ¡Vieran cómo me las ingenio para bañarme en la ducha, sentado en un banco de plástico! La radio, el televisor y unos pocos vecinos me hacen la vida más  tolerable. Cobro una pensión miserable que me permite comer. La casa es mía y estoy exceptuado de pagar los impuestos por mi condición. El gas, la luz y el abono del celular son gastos fastuosos que afronto con los ahorros que se van diluyendo de a poco, cada mes. Imagino el futuro como algo oscuro, incierto y silencioso. A veces sueño con ese estado.

Algunos días intento saludarla para ver qué pasa. ¿Cuál será su reacción? Seguro, lo podría interpretar como un atrevimiento de mi parte. Y si se baja a conversar ¡Me muero de vergüenza! ¿Qué podría decirle? Sin embargo, creo que busca algo.

A la que no aguanto es a la vecina de enfrente, esa vieja loca me odia. Como si yo tuviese alguna culpa por mi estado. Se hace la superada, pero yo sé lo que hace detrás de su ventana.


III

¡Qué atorrante el inválido ese! Se la pasa mirando a las mujeres que pasan por la vereda o por la calle. Claro… si está al divino botón todo el tiempo, aprovecha cuando hay algo de solcito y sale por la puerta. Se queda ahí, con su radio, observando fijamente. Se pone lentes oscuros y una gorra, creo que para disimular. ¿Querrá dar lástima? ¡No entiendo a la gente!

Lo veo desde mi casa porque vivo enfrente. Lo observo detenidamente detrás del grueso cortinado de mi ventana, para que no me vea. Conozco su historia. La mujer y los hijos huyeron por su mal carácter, cuando quedó imposibilitado de caminar y se puso insoportable. Pienso en la  pobre mujer, y en esos niños tan pequeñitos, soportando a la  bestia libinosa. ¡Qué caradura! Mirando mujeres como si pudiese pasar a mayores… ¡Ja!

Yo también vivo sola. Cuando salgo a hacer las compras, ni lo miro y voy por la otra vereda para no cruzarlo. Lo ignoro, no sea que se crea con algún derecho a dirigirme la palabra. ¡Qué se cree! ¡Inválido atrevido! Si se mudara o se muriera yo podría tener vecinos más agradables, una familia feliz por ejemplo.

Y esa mujer que pasa todas las tardes… No sé qué pretende. Lo mira y lo mira, sin sacarle la vista hasta perderse en la esquina. Él se  hace el tonto, como si no la viera. Es a propósito, yo lo conozco. Se hace el interesante para que ella tome la iniciativa de saludarlo. Es un perverso. La esposa me contó algo antes de irse. Parece que él se puso loco debido a su incapacidad. Me imagino que no solo dejó de caminar, pero ella no me lo dijo. Aunque tan sólo lo dio a entender. Además … ¿quién no sabe que los paralíticos son impotentes?

¿Y de qué vivirá el infeliz éste? Tiene una pensión por invalidez de miseria pura. Debe comer arroz y fideos todos los días. Y bueno… ¿qué pretende?  Si él no colaboraba, su mujer trabajaba y aportaba un ingreso más a la familia. La casa se cae a pedazos, la pintura está toda descascarada y las manchas de humedad suben desde el piso. ¡Un verdadero asco! Cuando se muera nada les servirá a sus hijos… La verdad es que, ahora que lo pienso, se tendría que suicidar este boludo… ¿no les parece?  

IV

Recorro las veredas del barrio cada día, huelo los canteros y tomo agua de los charcos. Me llaman “el gato del vecindario”, soy de todos y de ninguno. Conozco cada casa y a sus habitantes, me gustan los chicos y los viejos. Son los que más me acarician y a veces me dan leche tibia en viejas latitas de paté. A mí  me gusta la libertad y la independencia.

Siempre me acerco al hombre de la silla de ruedas, me acuesto a sus pies –patas para arriba- y lo observo. Es raro, porque mira -con anteojos oscuros- mientras escucha la radio. Nunca me dejó entrar a la casa. Yo no puedo creer que alguien esté tan solo en semejante ciudad. Hay gente por todos lados, yo tengo que evitarlos porque si no me pisarían.

Lo miro fijamente y él se da cuenta, me devuelve la mirada y me dice ¡Minino,  sos el único que me da  bola! Me acaricia y siento su mano cariñosa. Me gustaría preguntarle cómo llegó a esta situación, cómo no previó antes de quedarse así. Se me rompe el corazón y no puedo consolarlo más que con un ronroneo amoroso como acompañamiento a su soledad.
Y la vecina de enfrente está sola como él; hay personas tan enmarañadas que no saben comprenderse y ayudarse entre sí. Igual que la mujer que pasa en el auto cada tarde, podría bajarse y ayudar a este hombre tan solitario… ¿No creen? ¿Será tan difícil para los humanos contactarse?

Este planeta necesita que los gatos le demos algunas lecciones, tienen tantos prejuicios que sus vidas son grandes malentendidos debido a las tontas suposiciones.

V

Hoy pasé, de nuevo, frente a la casa del señor de la silla de ruedas. Esta vez lo vi acompañado por un hombre, estaban los dos conversando. Sentí que el cosmos se había ordenado, al menos un poco.


(Cuento ganador del Certamen Gonzalo Delfino, Gaiman, 2016)





(*) Susana Arcilla es profesora de Historia. Nació y vive en Trelew, Chubut. Argentina. Ganó el primer premio con Percepciones, en la categoría Cuento, en el Certamen Gonzalo Delfino 2016, organizado por la Biblioteca Ricardo Berwyn de Gaiman, Chubut. Se inició en el Taller virtual de escritura narrativa, dirigido por José Valencia Arenas Abreuzze, en Lima, Perú. Participa del Taller del escritor Encuentro, dirigido por Cecilia Glanzmann. Publica mensualmente en el Suplemento Mujeres, Diario El Chubut; en Tela de Rayón, suplemento del diario Jornada, ambos de Trelew y en la revista El Regional de Gaiman. Dirección de correo electrónico: susanabeatrizarcilla@gmail.com


domingo, 12 de noviembre de 2017

RESEÑA DE UNA NUEVA OBRA LITERARIA PATAGÓNICA




“ORACIONES DEL MINOTAURO – TEXTOS RESCATADOS", de ERNESTO JULIÁN ÁLVAREZ (*)




RETORNO

No soy ese hombre,
ese cuerpo que transcurre
portando la esencial cobardía de la bestia,
ese olvido encapsulado
en el vano esfuerzo por vivir.
A veces me asomo a contemplar
el rostro oculto de los árboles,
la luz sobre las hojas,
su ancestral presencia.
Indago en los signos que abandonó la historia
en los campos sagrados de la muerte,
del dolor sin nombre.
Busco con renovada esperanza
la piedra que empuñó la mano primigenia,
tiemblo ante la idea de eternidad
y me refugio a llorar
al borde de la dicha
en la cóncava, tibia guarida de la pena.
Y vuelvo
a no ser ese hombre.

      ¿Qué decir de una obra que inaugura el fuego lírico con un poema de esta talla? Así nos deslumbra desde el vamos la consistencia literaria de Ernesto Julián Alvarez. Una pluma que se deja inspirar por los más sutiles tonos de la sensibilidad espiritual, por esas resonancias de nuestro entorno cotidiano quizá inadvertidas para una gran mayoría aturdida por el bullicio, aunque siempre perceptibles para las almas vigiles.
     Y es que los sentidos del autor no dejan de estar atentos. Así lo refleja con sinceridad confesional en otro de sus poemas, “Deudor”:

Al ojo debo
lo que la luz reclama
del fruto que madura
en la mañana.
Debo al oído
música y silencio,
y desde el cielo
el rumor del agua.
Tengo deudas
con la memoria y la esperanza
y con este sueño de ser hombre
con todo el rigor de la palabra.

      Bien lo sabemos: si algo caracteriza a la poesía es su asombroso poder de síntesis, el milagro de condensar lo esencial en muy pocas palabras; las justas y apropiadas. Ernesto tiene plena conciencia de esa peculiaridad y la ejercita con toda maestría; por ejemplo, al enunciar el goce de los cuatro elementos fundamentales de la filosofía griega —Aire, Tierra, Agua y Fuego— en un micropoema titulado “Paisaje” que no tiene desperdicio:

La tierra guarda el tesoro,
la luz del fuego,
el agua en la grieta del oro.
Sobre la superficie,
escenarios al viento,
formas que se encienden
y se apagan.

      Las demás composiciones nunca abandonan la brevedad ni ahorran esa notable contundencia inicial. Nos tienta la idea de transcribir otro poema titulado “Para todos”, pero no sería oportuno: merece ser disfrutado en el marco de una motivadora lectura contextual. Es una joya más, brillante e imperdible (página 36).

      Por otra parte, es preciso aclarar que los poemas no agotan el contenido del volumen, sino que lo inauguran. Como surge del subtítulo, Álvarez también ha querido integrar esta primera edición con varios textos escritos en diversas etapas de su vida. De allí que el libro contenga, además, un repertorio de oraciones, pensamientos y relatos. Frases luminosas, como esta:

Bienaventurado quien descubre / que el tiempo se teje y se desteje en las palabras.

O esta otra:

El Creador /no puede evitar detenerse a mirar con esperanza lo creado; / allí nace el tiempo.

      La tercera sección, nominada “Camino de la piedra” contiene cinco narraciones: “La ciudad de los puentes”,  “Ellos conocen el camino”, “La venda sobre los ojos”,  “Un gran tacho de basura” y “El canto de los pájaros invisibles”. Relatos ambientados en escenarios diversos: entre una y otra orilla del Sena, en planicies y serranías remotas o en las costas regionales. Historias que transitan por el dolor de la tortura y el encierro, que expresan la injusticia, la incertidumbre, el miedo, el oprobio, pero que también dan espacio a la revelación, a la fe y al anhelo esperanzado en la posibilidad de una instancia redentora.

      Habría mucho más para decir. Sin embargo, los libros no se escriben para que alguien los relate; existen para ser disfrutados en persona por sus legítimos destinatarios. Nada reemplaza el acto íntimo e intransferible de la lectura. En esa comprensión, cerraremos esta reseña tomando a préstamo un párrafo alusivo de gran elocuencia. Pertenece al texto de contratapa, bajo el título “Milagro emocional”, donde nuestro querido poeta camaronense Gerardo Robert sintetizó el impacto conmovedor que despierta la lectura de la obra con esta aguda frase:

    “Podríamos preguntarle al autor: ¿Por qué tardaste tanto en mostrarnos esto? Pero leyéndolo, tal vez en su poesía, nos estará respondiendo”.

    Nada más exacto. Está en ustedes comprobarlo.


C.D.F.




(*) Ernesto Julián Álvarez es trelewense. Se graduó  en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad de Mar del Plata como Procurador y Terapista Ocupacional, respectivamente. Ha ejercido la docencia en contextos de encierro en instituciones de México y Argentina. “Oraciones del Minotauro – Textos rescatados” (Ed. Remitente Patagonia, Trelew – ISBN 978-987-3918-84-1) es su primera obra publicada. La ilustración de tapa pertenece al distinguido artista plástico Eduardo Martín.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

LA NOTA DE HOY




FRAZER EN LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





Frazer nunca estuvo en la Patagonia. Tampoco usó demasiados testimonios sobre las tradiciones de los nativos de la región en “La Rama Dorada”, su obra maestra editada por primera vez en 1890. Allí menciona la zona al hablar de la renuencia a pronunciar el nombre de los fallecidos, que, dice, “parece prevalecer entre las tribus indias de América, desde la Bahía de Hudson hasta la Patagonia”. Dos veces más trata en ese trabajo de las costumbres de los habitantes primigenios del lugar, describiendo la reacción de un grupo de patagones ante la aparición de un brote de viruela y la resistencia de los araucanos a revelar su antropónimo.

Sin embargo, el legado cultural patagónico hubiera aportado un importante caudal de datos para apoyar la hipótesis del sabio. Así lo entendió el investigador y escritor neuquino Gregorio Álvarez, admirador de la obra de Frazer, al denominar “El tronco de oro” a su magnífico estudio sobre el folklore provincial. Si bien se refiere a un mito local, tiene en mente el libro del erudito inglés; y lo cita varias veces en su texto.

Por ejemplo, al traer a colación los “festivales ígneos” y la costumbre de la “Cruz de Mayo” en el norte del Neuquén, los vincula con las creencias paganas que menciona Frazer: “En el libro La Rama Dorada, de Frazer, vemos que esta tradición, con algunas variantes, se conserva en Escocia, Irlanda, Países Escandinavos, norte de Francia y otros países de Europa”. Vuelve a recurrir a Frazer cuando habla del animismo; y también al estudiar el “árbol de fuego” o “árbol ombligo”, que, siguiendo al británico, asocia a los ritos de fertilidad.

En su indagación sobre los cuentos de origen indígena en el acervo neuquino, incluye una interesante referencia. “En algunos casos”, dice Álvarez, “coinciden con los asuntos, mitos y supersticiones que Frazer apunta como materia costumbrista en su maravilloso libro La Rama Dorada”. El autor repite el concepto en su ensayo “Substratum y pervivencia del folklore del Neuquén”. Otro investigador del folklore sureño, Robert Lehmann Nitsche, observa algo similar. En “La pretendida existencia actual del Grypotherium”, trabajo de 1902, afirma “Los mitos de los hermanos Grimm, por ejemplo, están en boga entre los araucanos con más o menos variantes…yo mismo he anotado para la República Argentina el cuento de los hermanos Hansel y Gretel y Los músicos de la ciudad de Bremen…”. Frazer recuerda esta afinidad al comparar el temor de ciertos pueblos a divulgar los nombres propios con “el enano que baila alrededor de la hoguera, en el cuento de Grimm, cantando que mañana se casará con la hija del rey, porque nadie sabe que se llama Sin nombre; cuando lo oyen los niños y descubren su secreto, pega una patada de rabia y se hunde en los antros infernales.”

La hipótesis que Frazer presenta permite entender mejor la acción humana; no sólo en el pasado sino también en el presente. Plantea que al inicio de su encuentro con la naturaleza incierta, el ser humano probó el camino de la magia; intentando vínculos racionales aunque erróneos. Frazer llama a esta magia simpatética, con dos variantes: la homeopática y la contaminante. Por este nexo con el ocultismo, el escritor Carlos Dante Ferrari transcribe una frase de La Rama Dorada en la solapa de su novela El gallo canta a medianoche.

Al darse cuenta de que la magia fallaba, la humanidad pasó a un nuevo estado: la religión. No dependía de su voluntad modificar la realidad, sino de entes superiores a quienes debía recurrir. Cuando, con el tiempo, esta pretensión pareció poco eficaz, avanzó un escalón. Volvió a las relaciones lógicas, ahora con un método, la ciencia, que unía en forma correcta causas y efectos. De todas maneras, Frazer no descarta que surja una nueva visión superadora; una cuarta forma de interactuar con la naturaleza.

Esta explicación revela una profunda comprensión del ser humano como una criatura desvalida frente al implacable cosmos, que busca hacerse un lugar avanzando paso a paso, entre el miedo y la duda, por la senda del progreso. Un único ser humano que, en todos los espacios del planeta que le tocó en suerte morar, reacciona de la misma manera; porque es la misma especie en la integridad del orbe.

No se entiende, entonces, por qué surgió en los últimos años una crítica tan cerrada y uniforme contra el antropólogo europeo. Uno de los argumentos de esta crítica dice que su hipótesis no está probada. Pero las enseñanzas de Frazer interpretan en forma satisfactoria nuevas incógnitas que se presentan. Además, estas tesis teóricas son válidas mientras se disponga de datos que las apoyen. Y Frazer apoyó sus tesis con abundante material: la segunda edición de “La Rama Dorada”, entre 1907 y 1914, fue de doce tomos. Para reducirla a un solo volumen, más apto para el público, dejó de lado las citas bibliográficas; advirtiendo en su prólogo que el origen de los datos puede encontrarse en la versión completa.

Otro reproche es que Frazer elaboró sus teorías mediante el testimonio de terceros y no de los suyos propios. No obstante, son numerosos los estudiosos en ciencias sociales que recurren a material ajeno a fin de acceder a una mayor cantidad de casos. Por otro lado, Frazer también hizo “trabajo de campo”; por cuanto obtuvo una parte importante de su información en las Islas Británicas, donde vivía.

Una tercera objeción asegura que Frazer ve tres estadios distintos en sucesión cronológica; y sin embargo existen registros de la coexistencia de magia y religión. De hecho, pueden convivir los tres estados: en la actualidad lo hacen los pensamientos mágico, religioso y científico. Mas de lo que habla Frazer es de la evolución del raciocinio en etapas como categorías de análisis; donde la magia es la más primitiva.

Más allá de estas consideraciones, “La rama dorada” tiene un valor literario innegable. Es de un estilo atrayente y entretenido; y recurre muchas veces al humor y a la poesía. Al inicio de su obra, el autor describe la escena cuya elucidación lo llevó a realizar sus investigaciones, la del rey sacerdote de la diosa romana Diana en el bosque de Nemi, de una manera sumamente plástica:

“Alrededor de cierto árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día y probablemente hasta altas horas de la noche: en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a cada instante ser atacado por un enemigo. El vigilante era sacerdote y homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matara, para reemplazarle en el puesto sacerdotal… El ensueño azul de los ciclos italianos, el claroscuro de los bosques veraniegos y el rielar de las aguas al sol, concordarían mal con aquella figura torva, siniestra. Mejor aún nos imaginamos este cuadro como lo podría haber visto un caminante retrasado en una de esas lúgubres noches otoñales… Es una escena sombría con música melancólica: en el fondo la silueta del bosque negro recortada contra un cielo tormentoso, el viento silbando entre las ramas, el crujido de las hojas secas bajo el pie, el azote del agua fría en las orillas, y en primer término, yendo y viniendo, ya en el crepúsculo, ya en la oscuridad, destácase la figura oscura, con destellos acerados cuando la pálida luna, asomando entre las nubes, filtra su luz a través del espeso ramaje”.

Y el viaje iniciado en ese primer capítulo, culmina en el mismo sitio con una poética descripción:

“Nuestro largo viaje de descubrimiento ha terminado y nuestra barca arría al fin su cansado velamen en el puerto. Una vez más tomamos el camino a Nemi. Está cayendo la tarde y mientras subimos la larga cuesta… miramos atrás y vemos el ciclo encendido en la puesta del sol, iluminando a Roma con su resplandor dorado como la aureola de un santo agonizante… Pero volvamos la espalda y sigamos nuestro camino… hasta llegar a Nemi... El lugar ha cambiado poco desde que Diana recibía el homenaje de sus devotos en el bosque sagrado. Es verdad que el templo de la diosa de la selva ha desaparecido y que el rey del bosque ya no está de centinela ante la Rama Dorada. Pero los bosques de Nemi todavía son verdes y cuando el crepúsculo va decolorándose por el Oeste, llega a nosotros, llevado en las alas del viento, el sonido de las campanas de la iglesia de Aricia, llamando al Ángelus…”


Al leer un texto con tal calidad artística, se entiende por qué el ensayo ganó el derecho a formar parte de la Literatura.