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jueves, 30 de septiembre de 2010

LOS POEMAS DE HOY

CUATRO POETAS SERRANOS





Amistad

Por María Luján Siguero Entraigas (*)



El ángel de un artista
se ha sumado seductor
a este viaje que es mi vida…
Me pinta sonrisas multicolores…
comparte conmigo sus sueños…
y me incita, bohemio.
a liberar las musas
que me habitan…

(*) Escritora de Sierra Grande, integra el grupo Avefénix. Autora del libro “De amores de chat”.


Plenitud

Por Elisabet Sanza (*)


Rugosidad del sol
escondido en sombras,
cavernas zigzagueantes
engendran manantiales,
hilos de sal diminutos
alimentan mi esencia,
piedritas de colores
en mi alma.
Hoy, soy feliz.
el universo me contiene.

(*) Escritora de Sierra Grande, integrante del grupo Avefénix.



Escribir en sombras

Por Beatriz Karam
(*)




¿Por qué rayo infinitas hojas?
¿Por qué no puedo llorar
en momentos como éste?
Pequeño corazón alocado
que rocía de espumas las lágrimas del mar.
Escribir…
Mi cuerpo es una llama ardiendo en las cenizas,
mi cabellera se enreda gritando tu nombre
y no vienes,
la sangre no se apaga
corre detrás de tu ausencia.
Miro las sombras que vas dejando
cuando te alejas
del otro lado de la noche.
Escribo…

(*) Escritora de Sierra Grande, integra el grupo Avefénix. Autora de “Vida entre dos razas”, obra inédita que narra las vivencias de los pioneros de la zona de Arroyo Los Berros, su convivencia con los habitantes originales y otros aspectos históricos y culturales de la región.



Solo
(o la extraña sensación de sentirse solo entre tanta gente)


Por Carlos Olmedo (*)
Estoy solo...
En medio de una gran salina.
Ciego...
En medio de una gran salina.
Camino descalzo sin reconocer cual es mi norte
ni cual es mi sur.
Mis pies están resecos, pero aun perciben el crujir de la sal.
Cada tanto se ilumina el telón de mis ojos con destellos de luz...
¿Será ella...? ¿será el sol?
He puesto vendas blancas sobre todo mi cuerpo
las grietas que tengo en la piel son sólo eso, grietas;
nada tienen que ver con mi pasada vida.
hoy caminé 250 pasos hacia algún lado...
necesito descansar y saber que mañana
no regresaré por el camino ya trazado.
Desperté temprano.
cargué el enorme atado de juguetes viejos que llevo sobre mis hombros
y en el preciso instante en que me preparaba para dar el primer paso del día...
Una mano tersa acarició la mía...
Una mano tibia...
Humana.
Ajustó mis vendas en silencio y sin pedirme nada a cambio
seguimos...
por el gran desierto...
Caminando juntos.

(*) Escritor de Sierra Grande, integra el grupo Avefénix. Incursiona también en la música, las artes plásticas y el cine.



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martes, 28 de septiembre de 2010

EL CUENTO DE HOY





Una Bruja en la Montaña



Por Jorge Gabriel ROBERT



Se llamaba Secundino Linares el hombre que partió desde esta casa situada en un valle en la montaña. Nadie lo había visto llegar a lugares poblados. A nadie le importaba quien era o de donde venía; simplemente, a la gente le gustaba su modo de ser cordial, sin un gesto de disgusto, lo que se suele llamar por su humildad, de muy bajo perfil. Su impronta era constante de ayudar al prójimo. Sin embargo, algunos vecinos más inquisidores, habían notado cierto nerviosismo al entablar un diálogo, pese a su agradable sonrisa; pero Secundino se recomponía de inmediato al notar que era observado y buscaba la manera de sincerarse aduciendo que había bajado de la montaña en busca de trabajos bien remunerados y así poder llevar soluciones a su padre que ya anciano, había desmejorado su salud en forma alarmante y conseguir lo que una vidente le había aconsejado hacia muchos años, cuando empezó a sufrir una misteriosa enfermedad que lo llevaría a la muerte y solo ella, la vidente, conocía un método para su curación total. El remedio era muy simple, y consistía en vestir durante una semana, la camisa de un hombre feliz e ingerir un huevo de pájaro llamado, el pájaro del ceibo o el pechugón, que se conseguiría en el ceibal, mas entrando en la montaña. No era fácil.


Por eso Secundino, en el poblado, elegía pedir conchabo en casas de gente acaudalada, con autos suntuosos, grandes palacios, y así mantenía la esperanza de poder acceder a una camisa usada por personas que, a juzgar por las apariencias, deberían ser muy felices y así conseguir el premio sagrado que sería mejorar la salud de su anciano padre.
En la residencia del enfermo, en el fondo de una quebrada, rodeada de un sembradío que servía de albergue, una alfombra multicolor de plantas y flores. En el fondo de la habitación, un camastro con abundancia de cueros haciendo de abrigo, y un hombre con crecida barba que espera la muerte, si se cumplen los designios agoreros pronosticados por una “vidente” que entre la gente de la montaña, era conocida como La Bruja.
Según la adivina, el mal que aqueja al enfermo exige dos aplicaciones juntas para ser derrotado. 1, vestir por una semana, la camisa de un hombre feliz; 2, comer un huevo del pájaro del ceibal llamado el pechugón, que anida en un cañadón cerca del lugar, de difícil acceso y donde existe una plantación natural del arbusto.
Mientras Secundino en la ciudad, procura acercarse a sus conciudadanos más felices, en busca de una camisa usada, un indiecito en la montaña ha prometido traer hacia el postrado hombre, el noble producto del pájaro del ceibo. Por eso aquella mañana, mientras el sol proponía perfumes emanados durante la noche por infinidad de flores en el cañadón, el joven indio galopaba en pelo su tobiano hacia el nacimiento del manantial en la quebrada de los ceibos donde anidaba aquel plumado pájaro de los milagros.



Varias leguas de día y otras tantas de noche, por los enormes cañadones, con la guía de su instinto y su coraje, el indio va llegando a la quebrada de los ceibos donde el arrogante pájaro ha construido su nido y observa al visitante mientras éste, que desde muy pequeño vivió con su tribu alimentado con cualquier producto natural, buscó entre los pastos y ahí estaba el ansiado nido con cuatro huevos de los que sacó solo uno. Miró al cielo, hizo un ademán de agradecimiento, invocó una plegaria que su madre le enseñó en las tolderías y partió a puro galope de su tobiano incansable, llevando el cumplimiento de su promesa, hasta ser depositado sobre un cajón que sería la mesa de luz del enfermo. Besó su frente afiebrada, repitió la oración y desapareció.
Secundino Linares, consiguió entre amas de casa, planchadoras a domicilio, clubes con asistencia de gente famosa, viviendas de estancieros, deportistas, profesionales, amas de llave que accedieron a pagarle algunos servicios de jardinería y limpieza, con el agregado de una camisa usada ya convenida y partió hacia la montaña con el preciado bulto conteniendo media docena de camisas flamantes pero que habían sido vestidas por hombres que él suponía felices.
Siguiendo una huella de animales para acortar distancias, sorteando lomas y peñascos, vadeando arroyos y guiado por su instinto baqueano de lugareño, bordeando un florido paisaje, vio una majadita de cabras pastando al costado de un manantial, observó a una joven mujer lavando ropa que tendía sobre plantas achaparradas, la que atentamente accedió a cambiar con él unas palabras. Así le contó a Secundino que era madre de familia; su esposo mientras, cuidaba sus niños, el bebé, ordeñaba sus cabras, cuidaba una majada de ovejas, domesticaba otros herbívoros de la montaña, atendía el gallinero, vivía feliz, ayudado en todo por los pequeños hijos que pronto enviaría a la escuelita rural.
Por el encanto y entusiasmo de la joven mujer, que dijo llamarse Amalia, intuyó Secundino que podía encontrarse acá el hombre feliz, de manera que intentó cambiar unos pesos ganados en el pueblo, por una camisa blanca que veía secándose al sol sobre un espinillo. Amalia, experta en ser humilde y orgullosa, rechazó el dinero y obsequió la prenda solicitada. Doble emoción embargó a Secundino cuando vio bordada en el bolsillo de la camisa obsequiada por Amalia, una flor de ceibo. ¿Qué misterios hay en todo esto?, se preguntó interiormente el viajero; agradeció el gesto amable, y prosiguió su camino.
Ya en la residencia del moribundo, sería entonces La Bruja, quien dispusiera elegir la camisa que, junto al huevo del pájaro del ceibal, salvaría a éste, de la muerte anunciada.


Probó una a una las camisas, aplicando la gota de un elixir preparado por ella, que al contacto con la prenda de vestir, emitiría un olor nauseabundo, circunstancia esta ocurrida con todas las camisas probadas menos la que Amalia obsequiara a Secundino, de donde emanaba un suave perfume.
Vestido de blanco, y luego de haber ingerido el huevo del pechugón del ceibal, el enfermo desde el borde de la muerte misma se incorporó en la cama sonriente. Afuera, una nube que pasaba dejó libre al sol que iluminó la alfombra de flores en el patio y allá en el ceibal, un coro de trinos y gorjeos de pájaros, marcó un eco en la montaña.
Ninguno de los hombres del poblado, pese a sus riquezas, era feliz. El hombre del manantial, rodeado de su familia y animales de su granja, sí poseía, por derecho propio, la camisa del hombre feliz. Lo descubrió una Bruja en la Montaña.


Moraleja: “La acumulación del poder que da el dinero, o la acumulación de dinero que da el poder, no garantizan la felicidad”.






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sábado, 25 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY






BORGES: LA MURALLA Y
LOS LIBROS, PARA CREER




Por José Pablo Descalzi (*)


Las "Obras Completas" de Jorge Luis Borges están publicadas en cuatro volúmenes. Esto es un testimonio. Como lo es indicar cuantas hojas o capítulos componen su finita extensión.
La lectura directa de sus escritos, sin embargo, puede dejar impresiones muy dispares y de extensiones insospechadas. Dependen, en mucho, del ánimo con que se avanza por los laberintos intelectuales que su pluma propone.
Certeza y expectativa. Es "Borges", sí, pero tengo para mí –y creo que puede compartirse– que tras su nombre se descubre belleza en la figuras que emplea; información en los datos que trasunta y un prístino y ocurrente razonamiento consecuente. Sin dudas se avizora profundidad en las reflexiones, pero también preguntas y más expectativas. ¿Sorpresa? Sí, basta empezar a leer para rendirse al impulso de ir hasta el párrafo final sin trashojar.
No es objeto de la presente aproximación el exhaustivo repertorio de sus logros, sino brindar impresiones, pinceladas subjetivas, quizás tan generales como azarosas.
En concreto no hay "una" línea, hay muchas para seguir. Poesía y ensayos, cuentos y relatos, conferencias y prólogos. Enumeración. Uno de sus recursos.
Seguramente hay más, mejores explicaciones de lo que Borges representó y representa. Este esquicio, breve, sucinto, es, se insiste, una descripción personal y limitada sobre la estrella en el firmamento de las palabras argentinas.
Veamos un ejemplo sobre la muralla y los libros. Debe tenerse presente que tal es el título con que Borges inaugura el libro "Otras inquisiciones" (1952), integrado al tomo II de las citadas "Obras Completas".
Y Borges dice:
"Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue el primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones -las quinientas o sescientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de su historia, es decir del pasado- procedieran de la misma persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó... Históricamente -agrega- no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Anibal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos y borró el sistema feudal; erigió una muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores. Quemar libros y erigir fortificaciones -concluye- es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en que obró..."
Luego formula el ensayo de explicación de esos hechos, del que tomaré algunas frases necesarias:
• todas las cosas quieren persistir en su ser.
• el emperador destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre.
• su virtud puede estar en la oposición de destruir y construir, en enorme escala.
• todas las formas tienen su virtud en sí mismas y no en su "contenido" conjetural.
Y cierra y rubrica con estas reflexiones:
"…todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma. La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético"
Ahora pienso, trato de olvidar las diferencias, y generalizo. Persistir, destruir, construir, enseñar; conciencia, virtud y conjetura, ¿qué quiere (puede) decirnos Borges con esta relación? Me parece que el hecho estético, la apreciación de la belleza de algo, si cabe, debe buscarse en el contenido conjetural de las formas, en lo que creemos que es o puede ser.
Cambio el orden: destruir, construir, conciencia, persistir, conjetura, enseñar y virtud. Y encuentro un mensaje oculto. Creo, quiero creer, que Borges a su modo nos revela el ciclo de la vida; desde la virtud de las formas, nos enseña lo que es o puede ser la sustancia...
Pongámoslo de esta manera: destruir la soledad hasta construir la unidad, consciente de las promesas compartidas y sin buscar soluciones a la continuidad. Puede decirse que sólo valorando estos acontecimientos, creo –quiero creer– que se impone la virtud.



(*) El autor es oriundo de la Provincia de La Pampa. Nació en el año 1969. Es abogado y cuenta con numerosas publicaciones en revistas nacionales especializadas. Escribe en su blog personal: http://jpdesc.blogspot.com . Actualmente está radicado en Trelew.




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viernes, 24 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY





ANÍBAL FORCADA

Por Alfredo Ismael Lama (*)



Alguien supo en las noches misteriosas
cabalgar este viento desbocado,
recorrer el chenque milenario,
recordando al Tehuelche antepasado.

Como arcilla y mar que junta cielo,
o petróleo y gas que no es venteado.
En el vientre temeroso de esta hembra
tu poesía trasnochada se ha grabado.

Comodoro fluía por tus venas,
como sangre vital, lo derramabas
y en la honda república de trépanos,
tu folklore noctámbulo cantabas.

Transformada en líricas vocales
desde un surco sideral se desprendía,
labrador de la noche patagónica,
tu semblanza de esta tierra dolorida.

Y ya ves... Yo me vuelvo a mi canto solitario,
no pretendo ni reunirme ni olvidarte,
no se unen quienes son la misma cosa,
ni se olvidan los que siempre fueron parte.






(*) Poeta comodorense. El autor dedicó este poema al conocido escritor y locutor Aníbal Forcada. El homenajeado, ya fallecido, fue autor, entre otras obras, de la letra de la canción “Más allá del Colorado”. También fue impulsor del Festival Austral del Folklore.



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miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL CUENTO DE HOY








AMANDA QUERIDA



Por Luis Alberto Jones (*)




Paco en sus doce años de matrimonio suponía haber consolidado una familia junto a Teresa y su hija Amanda.
Pero poco a poco, como esos gajos de plantas que uno coloca en una maceta dejando en manos de la naturaleza su vida, sin aportar nada, y pasado un tiempo descubre que prospera francamente, tuvo una sensación análoga con la marcha de su pareja.
Su intuición, rasgo atribuido casi exclusivamente a la mujer, lo llevó ante el enfriamiento del trato de su esposa, a indagar en cada situación o persona las razones de la inesperada actitud.
Exacerbada la búsqueda por el tiempo percibió como la más sospechosa, la postura sutil y persistente de su pareja para con Mariano casado con Anita, la menor de sus cuñadas.
Una distracción consoladora dentro de estos pensamientos nefastos, era el entendimiento profundo con su hija. El recíproco cariño había tejido la relación y fortalecido los roles en una etapa especial en la vida de Amanda. Físicamente se parecía a su madre. Desde su complexión delgada hasta el tono y corte de pelo. Se diferenciaba no obstante, en sus intereses y metas. Ninguna era mejor que otra en tal sentido, simplemente distintas, como otras personas en edades, historias, anhelos.
Pero en la mente de Paco iba creciendo la certeza de la infidelidad, que como un tumor en su tamaño demandaba acortar tiempos antes que el daño arrasara todo. Ese todo único y rescatable para él era su hija.
La manera de resolverlo, lo sumía en una envolvente sensación rayana en lo intolerable. Ya no le importaba cómo ni las consecuencias. La vida de su esposa; inmolarse él inclusive. Todo sería válido para salvar a Amanda del conocimiento de tan oprobiosa situación.
Fue un viernes al regresar del trabajo. Al entrar a la casa, en el escritorio, sobre un lateral de la biblioteca, su cuñado observaba a su mujer trabajar en la computadora, con sus hombros encorvados sobre la máquina y la hermosa cabellera derramada sobre la espalda.
Como ajeno a él sintió que le brotaba un instinto carnicero impulsándolo con fiereza. Introdujo la mano derecha en el bolsillo externo del saco y pulsando la navaja la palpó desplegada. Caminó cuatro pasos y sacándola la clavó dos veces a la altura del pulmón derecho de la mujer.
La inesperada acción fue como si un rayo hubiese iluminado a los tres protagonistas creando un clima de fugaz asombro y opresión.
Luego lentamente cada uno fue cambiando su postura. El cuñado se enderezó mirando incierto a los otros. Paco retrocedió dejando caer el brazo al lado del cuerpo sin soltar el arma.
El abrumador silencio del lugar se rompió con el chillido de la silla que ocupaba la mujer girando hasta enfrentarlo. Respirando con agitación sus ojos permanecían abiertos en demasía, buscando afanosamente en esa última porción de vida, la explicación que el victimario aún no lograba metabolizar. Sólo alcanzó a percibir en forma brumosa la expresión de un hombre desbastado. La cabeza de la mujer se plegó lentamente hasta tocar con el mentón su pecho. En su estertor Amanda hizo girar su silla hacia uno y otro lado muy brevemente. Ese movimiento pendular se transformó en un imaginario “¡No!”.... Infinito y profundo, asociando a los hombres al sentir, en este simbolismo, que la navaja había acabado con los tres.


(*) De “In-formales” – Volumen de cuentos de su autoría.






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lunes, 20 de septiembre de 2010

REFLEXIONES SOBRE OTRO ENCUENTRO ANUAL EN SARMIENTO




XI FERIA DEL LIBRO Y LA CULTURA DE SARMIENTO



Por Julia Rita Chaktoura



Once años no transcurren sin dejar una impronta trascendente, cuando hay de por medio un acontecimiento cultural como es una feria del libro, lugar en el que –más allá del hecho estrictamente comercial– se producen encuentros, intercambios, novedades, descubrimientos...

Cuando un evento de esta naturaleza se produce en un pueblo del interior de una provincia patagónica, como es el Chubut, y además su realización se ve coronada con un éxito contundente, el acontecimiento se transforma en una fiesta de la cultura.

La XI Feria del Libro de Sarmiento, que se realizó entre el 10 y el 12 de setiembre, continúa gracias a un acto admirable de resistencia por parte de los organizadores y demuestra que en esa ciudad tienen un pacto intensamente afectivo con la lectura, con la educación y con las expresiones artísticas. Y eso habla muy bien de la gestión municipal que la sostiene y de quienes cada año, ponen todo su entusiasmo para realizarla.

Debo decir que me apenó la ausencia de las autoridades provinciales, particularmente de la Secretaría de Cultura, porque hubiera sido muy gratificante recibir un fuerte apoyo, en consideración al esfuerzo que requiere este tipo de eventos.

Como hacedora cultural, lucho, desde hace muchos años, por incorporar en los funcionarios públicos la percepción de que todo el dinero destinado a acciones de esta naturaleza no debe verse como un gasto, sino como una inversión puesta al servicio de la comunidad, una siembra que madura y se proyecta en logros estéticos que permiten desarrollar y acrecentar el perfil intelectual del pueblo. Lamentablemente, debo admitir que —en ese sentido— cuento en mi haber con más fracasos que éxitos.

Felizmente, la concurrencia masiva del público sarmientino, opacó otras ausencias y olvidos e hizo fortalecer la voluntad de quienes cada año vuelven a poner todo su esfuerzo en sostener las actividades culturales para el disfrute de la gente.


Los escritores regionales estamos infinitamente agradecidos cuando nos invitan a estas muestras literarias, que nos permiten mostrar nuestras obras, compartir con el público, debatir, dar conferencias, escuchar propuestas, tomar contacto con los chicos y los jóvenes, responder sus preguntas... porque ese es el motor que pone en marcha nuestra creatividad. Sin los lectores, nuestros textos quedarían guardados en un cajón del escritorio.

Todas las expresiones del arte estuvieron representadas en esos tres días festivos: literatura, teatro, plástica, canto, danza, música, humor gráfico, animé, títeres, artesanías... mediante artistas llegados de diversos puntos de la provincia y desde más lejos también, los que aportaron su creatividad para iluminar este encuentro vital entre los hacedores culturales y el público.

Un público abierto y participativo que, gracias a su concurrencia, esta Feria vuelve a reeditarse cada año y seguramente continuaremos disfrutando de ella, mucho tiempo más.



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sábado, 18 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY




IDENTIDAD




Por Ada Ortiz Ochoa (*)

A quien quiera saberlo, se lo cuento,
soy la tierra, el silencio, la impotencia,
el suelo agreste habitado por valientes,
por el viento, la escarcha y las nevadas.
¡Soy la vida!
Latiendo la negra hondura de mis noches,
las perlas gélidas de mis mañanas,
gritando las palabras silenciosa,
vagando la mirada en las mesadas.
Soy la tierra horadada por mineros,
brindando mis entrañas generosa,
también soy parte de mi patria,
tan rica, tan grande y soberana.
Soy las costas de playas solitarias,
soy mallines, salitrales y pinares,
el ñandú, los guanacos y pilquines.
Soy la “gente”
estirpe arisca que mantiene,
tenaz lucha a la par del inmigrante.
Soy leyenda, soy misterio y lejanía,
hembra esquiva, latente y codiciada,
especulación comercial de algunos necios,
tema infaltable y necesario
en mentirosas campañas partidarias.
Soy tierra tan lejana y de trasmano,
que no llegan beneficios, privilegios, ni justicia.
Soy la herencia y la memoria,
de hombres, mujeres y sus hijos,
que en el fuego de la lucha se han templado
y hoy se abrazan en arraigo patagónico.
Ya lo sabes,
soy la tierra de mapuche y tehuelches,
soy la mapu del sur del continente,
más al sur del olvido de los torpes,
más al sur del lugar de decisiones…
Hoy mis hijos me dicen Patagonia
y me nace…
un nudo de emoción en la garganta
……………….
a quien quiera saberlo, se lo cuento…
………………




(*) “Negrita”. Escritora de Sierra Grande, Río Negro.


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miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY



“Los galgos, los galgos” de Sara Gallardo


Por Olga Starzak




Alguien, alguna vez, me regaló un ejemplar de “Los galgos, los galgos”, la obra más lograda de la escritora argentina Sara Gallardo. Una novela que encierra en sí misma pura poesía, humor, pasión, ternura, ansias de poder y unas cuantas emociones más que, aunque parezcan no corresponderse en su esencia, son parte de la vida, y consagran a la autora revelando su intenso talento y su madurez literaria. No había leído nada de ella, hasta entonces, y sentí la necesidad -antes de emprender la lectura del libro en cuestión- de conocer algo acerca de sus orígenes, motivaciones, producciones, de su vida toda.
Así supe que, signada por una descendencia que la ubicaba en una clase social privilegiada (su tatarabuelo fue el general Mitre y su abuelo, el naturalista Ángel Gallardo), Sara había accedido a la lectura desde muy pequeña. Su narrativa, atravesada por sus propias experiencias de vida, sólo fue reconocida por la crítica literaria en los últimos tiempos; entendí que su condición de mujer había tenido mucho que ver con esto último. Me admiró comprobar que -desafiando esa condición- trabajó como columnista para revistas de renombre. Su voluntad de traspasar los límites impuestos por la sociedad de los años cincuenta y apostar a una escritura que para la época era sorprendente y deliberada, la ubicó en un sitio “respetable”. Escribir más allá que para un público lector femenino, adoptar en sus novelas la voz del narrador masculino, superar las temáticas que convocaban a la mujer… fueron las razones que la diferenciaron.
Con el tesón de las pocas mujeres que entonces han podido transgredir las normas impuestas por una sociedad injustamente machista, Sara Gallardo supo de divorcios y tuvo la necesidad de trabajar para atender la responsabilidad de ser madre de tres hijos.
Obnubilada por la vida que le había sido permitido gozar gracias a un padre dispuesto y transgresor, internalizó e hizo del campo de su familia su confín más amado, donde pudo identificarse con su propia historia de ascendientes gloriosos, dispuestos a no dejar flanquear sus fuerzas en pos de los ideales construidos.
Así, con estos pocos pero significativos conocimientos, emprendí la lectura de “Los galgos…”. Pero recién entonces comprendí cuánto su autora sabía de campos y bañados, de la tierra fértil y la belleza del cielo en los espacios campestres, de peones y largos caminos, y especialmente de la compañía y lealtad de los perros. De la presencia de los galgos en una tierra de pocos hombres y muchas necesidades. Y así, ambientada en el campo, con un lenguaje criollo, entre la tierra y el cielo, la autora crea a Julián, su narrador; un muchacho que hereda un campo y, a partir de allí, se producen un sinfín de desventuras. Lo primero que aparece es la decisión de ese hombre de mudarse al sitio legado como una forma de desafiarse en la vida, pero también en el amor. Un amor del que huirá como huye –después- del campo, cuando las circunstancias lo enfrentan a la realidad, y Julián debe decidir entre el trabajo como productor o la comodidad, entre el amor prohibido o la responsabilidad de una pareja.
Irrumpe en París, vive una vida que lo marea y a la vez le produce el vacío de los afectos, de la tierra suya, de los galgos amados: compañeros inseparables, sensibles, inteligentes y leales… mucho más allá de las actitudes de su amo.
Más tarde, el regreso. Julián y su frustrada vocación de ser poseedor de un establecimiento rural; Julián y el recuerdo de Lisa, la amante que trató de comprenderlo… Y los galgos, siempre los galgos, protagonistas inestimables de esta historia de desventuras y pasiones.
Los invito a que la lean, si desean disfrutar de muy buena literatura.



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sábado, 11 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY




DESCUBRIENDO A GORRÁIZ BELOQUI

(Segunda parte)



Por Jorge Eduardo Lenard VIVES





De esa manera supe un poco más de la vida de Gorráiz Beloqui, quien había estado en Coronel Suárez en la década del cincuenta. Al igual que mi padre, Héctor Dos Santos tenía presente la personalidad polémica de su colega; una forma de ser que lo llevó a separarse de la redacción de “El Imparcial” para fundar su propio periódico, “La Verdad”, de no muy larga vida. Tampoco fue muy prolongada la estadía del escritor en Coronel Suárez: tres o cuatro años, al cabo de los cuales se marchó de la ciudad con destino incierto.

Ahí parecían desaparecer sus rastros. Sin embargo, en el ejemplar de “Huroneadas” había una dedicatoria del autor a mi padre fechada en 1959; es decir, que Gorráiz Beloqui aun vivía hacia ese año. ¿Cómo seguir la investigación? Recurrí entonces a Internet; y obtuve datos que me permitieron conocerlo mejor. Además de publicar muchos artículos de historia patagónica para la revista Argentina Austral desde 1953 a 1967 (entre ellos “Esbozos de Río Pico y del Lago Winter”, “Contemplación de la aventura de los primeros colonizadores del Chubut”, “Exploradores, arrieros y pobladores”, “José de San Martín: la tercera colonia chubutense”, “Amagos de guerra en los Toldos del Jenua”, “Fundación de la colonia bóer o Escalante”, “La expedición de la Compañía de Rifleros del Chubut”, “Exploración y transformación del Oeste. Los primeros 30 años” y “Colonización galesa”), había editado varios libros como “Crónicas del Tandil de ayer” (1978),Del Claromecó al Aysén” (1936), “Historia de Tres Arroyos: indios, fronteras, combates, fundaciones, censos” (1935), “Tandil a través de un siglo: reseña geográfica, histórica, económica y administrativa” (1923); y “Comodoro Rivadavia” (1918).

Obtuve esta información de la página web de una biblioteca. En Internet, a veces no se presta atención “dónde” está navegando. En este caso, sin saber muy bien por qué, supuse que se trataba de un lugar remoto; cosa que lamentaba ya que este último libro – “Comodoro Rivadavia” -, parecía prometedor. Entonces identifiqué la biblioteca: era la “Bernardino Rivadavia”, de Bahía Blanca; ciudad en la que, a la sazón, me encontraba. Fui al lugar y ubiqué los libros de Gorráiz Beloqui. Además de hojear el folleto en el que describe el Comodoro Rivadavia de principios del siglo XX, encontré su biografía: nacido en Laprida, provincia de Buenos Aires, a fines del siglo XIX, murió en Claypole, en la misma provincia, en 1976. Su infancia y juventud transcurrieron en Tandil; desde allí partió temprano para la Patagonia, lugar de “especial atractivo de sus inquietudes”, donde desarrolló “una vasta labor” y recogió “una rica experiencia que luego tradujo en su obra”, según nos informa su biógrafo Daniel Pérez. En 1923 gana el primer premio del Concurso Histórico de Tandil, entre 1926 y 1936 fue Director de la Biblioteca Pública “Domingo F. Sarmiento”, de Tres Arroyos (época en que lo conoció mi padre); en 1975 es incorporado como miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tandil. Por fin el escritor fantasma, intuido, vislumbrado, se había corporizado. Concluida mi labor casi detectivesca, podía dejar descansar en paz a don Ramón Gorráiz Beloqui.

Esta historia puede parecer muy personal. Cierto es que tiene mucho de recuerdo íntimo; pero también persigue dos objetivos concretos. Uno de ellos es rescatar la figura de Gorráiz Beloqui; un escritor enlazado con la Patagonia que, aún lejos de ella, vuelve recurrentemente a esos paisajes, a los que sin dudas se siente ligado. Sin embargo, es casi un desconocido en las letras de nuestra región. Con esa ambición propia de nuestros días de ser los primeros – cuando no los únicos – en “algo”, olvidamos a menudo a quienes nos antecedieron; los que pusieron su granito de arena para dar lugar a esta maravillosa manifestación artística que es la literatura patagónica.

El otro objetivo es ejemplificar nuevamente cómo las historias se entraman al estilo de los hilos de un tapiz; y las casualidades dejan de serlo, para pasar a ser causalidades. Un ejemplo más del modo en que la información se itera; y de cómo, partiendo de la letra inicial, de a poco podemos desandar el bustrófedon; hasta dilucidar un hecho del pasado que al principio nos parecía irremediablemente difuminado por la niebla del tiempo.




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jueves, 9 de septiembre de 2010

LA NOTA DE HOY






DESCUBRIENDO A GORRÁIZ BELOQUI
(Primera parte)


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES






Por lo general, intento escribir mis artículos de tal manera que el lector pueda juzgar por sí mismo el asunto tratado, sin comprometerlo con mis opiniones. Pero en esta nota me veo obligado a modificar la costumbre, ya que su tema se convirtió en un desafío personal. Surgió a lo largo de ocasionales y dispersas lecturas; y rondó a mi alrededor, como reclamando mi atención. Finalmente lo logró: al presentarse como un enigma cuya solución requería interpretar las pistas que, una a una, iban apareciendo, azuzó mi curiosidad.

Todo empezó hace un par de años. Mientras reunía datos sobre la literatura regional tropecé con un trabajo de Leonor María Piñero, “Ensayo de Historia Literaria Patagónica”, publicado por la revista Argentina Austral. La documentada reseña mencionaba, entre otros escritores chubutenses, a “Ramón Gorráiz Beloqui, quien en 1914 actuaba como periodista en Comodoro Rivadavia, autor de simpáticas notas sobre el pasado patagónico”. El apellido Gorráiz Beloqui, de inmediato, me trajo un recuerdo. Alguna vez mi padre comentó que durante su niñez en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires, había oficiado de ayudante en la sección infantil de la biblioteca del pueblo. Responsable de designarlo en ese puesto fue el bibliotecario, quien era, además, periodista en el diario local; allí redactaba artículos sobre distintos tópicos, más tarde reunidos en un libro llamado “Huroneadas”. El Zenódoto de Éfeso tresarroyense no era otro que Ramón Gorráiz Beloqui.

Fui entonces a la biblioteca familiar; y, rebuscando, hallé el ejemplar de “Huroneadas” que recordaba haber visto. Sin dudas, la pluma de Gorraiz Beloqui, como había descripto Leonor Piñero, era “simpática”. Y aguda. Sabía retratar personas y pintar paisajes con trazos nítidos, en los cuales aparecía un dejo de humor. El libro reunía muchas notas sobre Tres Arroyos y zonas aledañas. Pero los tres artículos finales tenían una temática diferente: versaban sobre la provincia de Neuquén. Y allí, un dato importante. Discutiendo sobre la etimología del topónimo “Zapala”, Gorráiz Beloqui manifestaba: “Yo me había basado en la explicación que me diera cierto tehuelche chubutense con quien conversé en el puerto de Comodoro Rivadavia, hace ya unos cuantos años”. Por boca del periodista se confirmaba su presencia en la Patagonia. De a poco iba aclarándose la figura borrosa del escritor; dejaba de ser un simple nombre escuchado al vuelo para transformarse en un actor de la literatura patagónica. Por el momento, inmerso en otras investigaciones, dejé de lado el tema; prometiéndome que alguna vez lo estudiaría en detalle.

Meses más tarde revolvía nuevamente los atiborrados estantes de mi biblioteca cuando, entre una pila de folletos de tapas grises, en su mayoría publicaciones del Museo de La Plata sobre temas de arqueología patagónica, encontré un librito que concitó mi atención. Se llamaba “Esquel y otros motivos sudoccidentales”. Su autor: Ramón Gorráiz Beloqui. Esta nueva muestra de la afición por la temática sureña del ubicuo autor, consistía en pintorescos bocetos de varias localidades chubutenses (Esquel, El Maitén, Cholila, Epuyen, Trevelín, Tecka, Gobernador Costa, Río Pico, José de San Martín, La Herrería), vistas a mitad del siglo pasado. El escritor definía así su obra: “De Esquel y otras localidades es este film periodístico, esta serie de motivos remanentes de otros más extensos ya empleados en diversas crónicas”.

El libro no informaba sobre el editor ni el año de publicación. Afortunadamente alguien había escrito a mano, en la portada, una previsora nota: “El Imparcial, Coronel Suárez, 1950”. Enseguida relacioné el nombre de esa próspera localidad bonaerense con una de mis primeras colaboraciones en este blog: “Intermezzo bonaerense”, una nota dedicada a describir la presencia de algunas familias galesas, provenientes de la colonia del Chubut, en su fundación. Estudiando aquel tema había conocido al autor de un exhaustivo libro sobre la historia de Coronel Suárez: Héctor Dos Santos. Durante muchos años el señor Dos Santos fue periodista en esa ciudad; precisamente, en el diario “El Imparcial”. Recordarlo y contactarme con don Héctor fue una sola cosa. Le pregunté entonces por Gorráiz Beloqui, con el temor de todo investigador de ver desbaratada su hipótesis. Pero la respuesta fue mejor que la esperada. “¿Gorráiz Beloqui? Trabajaba en el escritorio al lado del mío”.

Si el amable lector me sigue teniendo paciencia, esta nota continuará...


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lunes, 6 de septiembre de 2010

EL CUENTO DE HOY




MUSEO DE GOTAS (*)



Por Juan B. VALLÉS




El edificio era todo blanco y como estaba al final de una bajada por la que corría el agua de la lluvia, se lo notaba desde lejos. Su blancura contrastaba con la vegetación achaparrada que lo rodeaba por tres de sus irregulares lados. También con el azul del mar que se confundía con el cielo límpido y formaban el telón de fondo por el cuarto lado.
Como suspendido en el espacio, pasé de la altura mesetaria a casi el nivel del mar.
Sin trámites ni abono de entradas, de pronto estaba yo ahí.
Comencé a caminar por una galería recta que transcurría hasta casi perderse en el artificial horizonte. Su techo era liso, del mismo material que las paredes y el piso, y totalmente blanco. No pude descubrir la fuente de la luz, sólo que todo estaba iluminado sin variaciones.
Tan sólo una pared, que imaginé la que daba al exterior, poseía aberturas y éstas no eran uniformes.
Lo primero que observé, a modo de ventana, fue un parabrisas de automóvil sobre el que resbalaban gotas de agua enjabonadas y que inútilmente trataban de secar dos escobillas. Desdibujado por el agua, atrás se veía el azul intenso del mar o el cielo.


Más adelante un hueco con todos los lados desiguales dejaba ver un ambiente cuyo destino se intuía. Eran gotas amontonadas cuando caían líquidas y se iban secando rápidamente sobre el candelabro de una sala mortuoria.
En la siguiente parada una vidriera con forma de ojo mostraba unas pocas gotas de sudor de rostros de obreros. Hoy estaban incoloras pero dicen que hay días que toman el color negro de las minas de carbón que visitó Van Gogh.
Encontré, luego, una ventana exactamente igual a la de la Université de Paris sobre el Boulevard Mariscal Fuch en el que gasté tiempos de juventud para educarme, y sin buscarlo encontré el amor verdadero. Unas gotas de lluvia de la ciudad otoñal, en una tarde fría, me transmitían –no sé de qué modo- un amor correspondido. Podía saborear el salobre gusto de las acuosas esferas, tan parecido a las lágrimas.
En otro exhibidor, unas gotas de vidrio ya frías y con forma de caireles, transparentes y reflexivos de luz de luna o de sol, meditaban acerca de su origen, creyendo por momentos venir de un salón de baile principesco y en otros de un comedor de una casa de clase media.
Luego, delante del visitante, se ponían unas pocas gotas extraídas del pañuelo de un reo escuchando el veredicto final. La adrenalina atraviesa el vidrio y la huelo sin querer hacerlo.
Se muestran, seguidamente, gotas unidas como hermanas, a través de tiempos más cercanos a la eternidad que a mi condición de hombre, formando estalactitas. Caen como lanzas invertidas dispuestas a perforar la distancia entre el piso y el techo de la caverna oscura y húmeda.


Por fin la siguiente vidriera muestra unas gotas de tinta negra caídas sobre una hoja de papel blanco como caen las hojas de los castaños sobre la sureña calle donde vivo. Aquellas se deben al temblor de una mano con infinitas arrugas añosas. Unos pueden pensar que estaba redactando el testamento de sus bienes terrenales. Otros, algo referido al amor.
Me encontré, de pronto, en una sala de paredes altas, mucho más que las de la galería, donde sentía más el silencio que el blanco o la luz y comprendí que era un lugar de meditación. El silencio llegó a dolerme y me sentí desamparado.
Pasado este ambiente ingresé a un pasillo ancho que elocuentemente llevaba a la salida. A un costado apareció un microscopio varias veces agrandado y mirando por el ocular vi que en el portaobjeto había un vidrio con diversas manchas de múltiples tonos rojizos, Un cartel me informó que eran gotas de sangre recogidas de diversos tiempos y lugares del mundo. Algunas eran de esclavos, otras de generales victoriosos, de adolescentes revolucionarios las menos, y varias más, todas con un detalle que observé que era imposible distinguir cuál correspondía a cada uno.
Más adelante había una lágrima sola como suspendida del alto techo por hilos invisibles. Era la de un bebé que sabía a inocencia y era imposible descifrar si era de un niño blanco, negro o amarillo.
Ya llegando a la puerta una larga rama exhibía, en su parte superior, un hermoso capullo de rosa coronado por una gota de rocío eterna y fresca.
Debí pasar por un lugar en el que caían del techo racimos de gotas en distintos materiales: vidrio, agua, líquidos de variados colores. Entendí que no existían gotas de madera ni de fuego. Cuantiosas pequeñas gotas descendían desde el cielorraso y golpeaban objetos diversos asincrónicamente.
Busqué la salida y me preparé para trepar la cuesta. Inicié la ascensión y no pude dejar de dar vuelta la cabeza para observar el mar que me llamaba con un ruido ronco y persistente. Entonces descubrí millones de gotas que en la cresta de una ola se dejaban llevar por el viento mientras refractaban rayos de luz fugaces. Pensé en qué gotas dejaré yo en este museo al que todos, obligadamente, debemos aportar.
Esperé volver en otro sueño, aunque sé que éstos son caprichosos ingobernables.


(*) Del volumen de cuentos “Desde el Sur esquina Viento”



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miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL POEMA DE HOY



Faro austral



Por Diego M. Antón (*)




Braceando sueños dispersos,
realidades ponen a flote
pretextos complejos.
Negado reflejos del mar.

Océanos, llantos inmensos,
tempestades encierro.
Recuerdo del mar.

Deseos… volver a empezar,
navego ante intentos,
oleajes viajeros.
Al pasar.

Humedad en la piel,
juego sus juegos
costas ocasionales.
Deseos para no olvidar.

Es que ella... se ahoga en mis soledades.
Yo, naufrago ante sus silencios causales.

Siempre recuerdos...
Lágrimas de sal.



(*) Poeta trelewense


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