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domingo, 30 de septiembre de 2012

EL CUENTO DE HOY





No es un cuento


Por Olga Starzak 




   Antes los cuentos eran cuentos. Me acuerdo cuando comencé a escribir, no hace tantos años atrás, poco menos de una década. Todo lo que pasaba por mi imaginación era fantasía pura, si hasta llegaron a tildarme de perversa porque contaba historias de sádicos, ocurridas a la vuelta de la esquina, o narcotraficantes que cenaban con alguno de mis personajes sin siquiera este sospechara sobre su actividad ilícita, o de una niña bellísima como un ángel, si los hay, en vaya a saber qué país,  asesinada por sus padres -profesionales, de excelente posición económica,  personas respetables- por resultarles “fastidiosa”. Ya sabemos... la imaginación todo lo puede y no es que esas cosas u otras no fueran factibles de ser reales, es que simplemente no acontecían antes, o al menos no con la frecuencia con que historias impensadas son noticia hoy en la primera plana de los diarios. Fue entonces que pensé que lo mejor sería escribir cuentos para niños, dotados de magia... con duendes y gnomos, con hadas y príncipes. Hasta que aparecieron esos chiquitos, “índigos” creo que les llaman, capaces de imaginar diálogos con las vírgenes, conversar con amigos imaginarios,  o asegurarnos que detrás del ciprés  del patio, unos seres diminutos de apariencia afable aparecen en noches claras.
   Si me dedicaba a narrar hechos misteriosos o esotéricos corría el riesgo de que mis cuentos fueran leídos por brujas y líderes de sectas religiosas, y eso me dio miedo. O que fuera desestimada como cuando escribí aquél donde el protagonista era llamado por una fuerza poderosa para convertirlo en testigo de un accidente donde yacía inmóvil el cuerpo de un niño, y mis colegas del taller literario al escuchármelo narrar me dijeron que no estaba a la “altura” de lo que yo solía escribir. ¡Como si yo no supiera que lo que habían querido transmitirme era algo muy distinto! Adiós al misterio y a las dimensiones de inaparente existencia. 
   Los thriller no eran mi fuerte pero los intenté. Claro nunca se me hubiese ocurrido hacer que los ladrones entren a robar un Banco, por ejemplo, ingresando por los caños de desagüe de la calle! No,  para tanto no me daba la imaginación. Y fracasé.
   Volví al drama. Es que en realidad pienso que la vida es, además de hermosa, una muestra dramática.  Y escribí esta historia que ahora transcribo:

   Tiago no había venido a dormir la noche anterior a ese día en el que pensé cuánto necesitaba volver a abrazarlo.
   Me di cuenta de su ausencia cuando a la mañana, muy temprano, al levantarme para ir a trabajar, vi su cama vacía. Los largos días de verano, su egreso del polimodal, el inminente inicio de sus estudios universitarios obligándolo a radicarse lejos de casa, había hecho que le permitiera (que le permitiéramos porque también su padre había accedido) por ejemplo, no tener la obligación de despertarnos al regresar de sus salidas nocturnas -con sus amigos del barrio o de la escuela- para avisarnos de su llegada. Después de todo sabíamos muy bien (o pensábamos que sabíamos) por dónde andaba y con quién; y confiábamos en él. Pero que no haya vuelto a casa era sumamente raro, y ya eran las ocho de la mañana. Creía que de habérsele hecho tarde o tener algún inconveniente nos hubiese avisado, y aunque con sus diecisiete años creía dominar la vida, y a menudo se empecinaba en  quebrar las reglas que han guiado nuestra vida familiar, mi intuición de madre me decía que algo no andaba bien.
   Y así era. Después de llamar por teléfono a sus amigos más íntimos y comprobar que si bien había estado con ellos durante el día,  no lo habían visto por la noche, me estremecí de horror. La visita a la policía fue inmediata. Entre sus hermanas y dos o tres amigos  recorrimos los lugares habituales de posible encuentro, y muchos más... pero la búsqueda fue en vano. 
   A Tiago se lo había tragado la tierra. Nadie lo había visto en veinticuatro horas.
  Cuando escuché, doce horas después la voz del interlocutor que en el teléfono me pedía una suma de dinero para devolverme a mi hijo, pensé que estaba soñando. Pero no, a nosotros, como a tantas familias, podía pasarnos algo así. Nos había ganado la inseguridad, y la delincuencia era cosa de todos los días también en esta apacible ciudad.
Traté de no desesperarme, de escuchar con calma las palabras poco claras del hombre del otro lado de la línea. Garantizó que Tiago estaba bien y que apenas dejáramos el dinero  en el lugar indicado, lo tendríamos de regreso en casa. Le pedí que le permitiera hablar sólo unas palabras conmigo, se lo imploré... mas cortó la comunicación; y en su próximo llamado, dos horas después, me dijo que “si no apuraba el trámite se vería obligado a tomar otras medidas”. Traté de hacerle entender que el cajero automático no me daba más que mil pesos, que seguramente él lo sabía bien, y que para conseguir los cinco mil que me pedía tenía que acudir al Banco, y eso significaba esperar al día siguiente. Que yo necesitaba escuchar a mi hijo. Dijo:“ a las ocho de la mañana, debajo del banco amarillo, el segundo de la vereda, contando desde la esquina de Martín García y Osorio, sobre esta última calle”. Me aseguré  de que me hablaba de la Plaza Libertad. Me dijo que sí. Que lo ponga en una caja de zapatos cerrada con cinta de embalar, y desaparezca de inmediato.
   Una nueva noche de angustia y desesperación nos acorraló. El papá de Tiago insistía en que, pese a los pedidos del secuestrador, teníamos que informar a lo policía de lo que estaba aconteciendo. Yo tenía miedo, mucho miedo. Pese a eso y pensando en todos los padres que en un futuro podían vivir algo similar a lo que estábamos pasando nosotros, accedí a que, con todas las precauciones que el caso necesitara, intervengan para apresar al delincuente. Éramos una familia de recursos económicos demasiado limitados para habernos elegido como víctimas, al menos por haber sido elegidos por profesionales del delito. Lo que no significara que no estuviéramos en manos de gente peligrosa. O en todo caso, muy enferma.
   Pensé en mis noches de vigilia cuando Tiago era bebé; en lo que daría porque esta fuera una de aquellas. Lo vi dar sus primeros pasos, estirar sus bracitos para que lo levante, dormirse al son de una canción de cuna. Posar para la foto con su delantal a cuadros en su primer día de Jardín. Me recordé abrigándolo cuando temblaba de frío en aquel episodio de fiebre, secando sus lágrimas cuando falleció el abuelo y él no entendía que ya nunca más vendría por él para llevarlo al parque. 
   Tiago era el primero de nuestros hijos, el que había despertado mi instinto maternal y la vocación machista de su padre. El primer nieto para ambos abuelos.  La luz de nuestros ojos; el milagro de la vida. Hasta la llegada de sus hermanas, dos y tres años más chicas que él, Tiago había acaparado toda nuestra atención y la de la familia. Y si bien nunca se destacó en la escuela por altas calificaciones sí lo hizo por su sentido de compañerismo y solidaridad. 
   Algo había cambiado en Tiago durante su adolescencia y quizás solo ahora, en esta noche larga de insomnio, yo podía precisarlo. Por algo mi hijo no podía dormir de noche. La luz de su cuarto permanecía prendida hasta altas horas, y después a la mañana, como era lógico,  era muy difícil lograr que se levante. Esa circunstancia lo llevó a cambiarse de turno en la escuela secundaria. Y eso conllevó al cambio de amigos. Cuando le preguntaba si le pasaba algo en particular que no le permitía conciliar el sueño simplemente repetía que “lo tenía cambiado como algunos bebés”. Y, lamentablemente y vaya a saber por qué, no indagamos más sobre el tema, sonriéndonos más de una vez por sus apreciaciones. 
  Me pregunto si ahora Tiago estará despierto, y en qué pensará. Me desespera imaginarlo con miedo, y que no pueda cobijarse en la tranquilidad de su cuarto; ya ni siquiera en mis brazos.

   La luz del día comienza a perfilarse, sin embargo está lejos aún la hora establecida para el pago del secuestro.
   ¿Quién pudo haber secuestrado a Tiago? Me pregunta su papá, y por primera vez puedo pensar en que “nadie”; y hasta creo que los delincuentes se han equivocado y que sólo al tenerlo de rehén descubrieron que era muy poco lo que podían conseguir; y que ya que se habían expuesto al menos sacarían algún beneficio. El dinero que pedían no era poco para nosotros pero tampoco era inalcanzable para una familia de clase media, trabajadores ambos de la Salud, con empleos estables y muchas horas de labor diaria.
   Sea lo que fuese mi hijo estaba en manos enemigas; y sólo Dios sabía cómo estaba pasándola.
   De ahí a la Plaza Libertad eran solo unos cuantos minutos. Fui yo la que depositó en el lugar convenido el dinero. Un policía vestido de civil seguía de cercas mis pasos, ya anunciados.
   Temblaba de miedo.
   Sólo pensaba en el regreso de mi hijo. ¿Y si eso no sucedía? Si habíamos caído en una emboscada y los delincuentes le habían hecho algo? ¿Y si lo habían matado? No, no me podía permitir ese tipo de suposiciones. Hacerlo era entregarme a una muerte lenta. 

   Ha pasado más de una hora desde el momento en que la caja con el dinero fuera depositado debajo del banco amarillo, el segundo de la vereda, contando desde la esquina de Martín García y Osorio, sobre esta última calle. 
   Todos esperamos sentados, inmóviles, en el living de nuestra casa. Tocan el timbre; y sabemos que no es Tiago. Es un agente de policía, uniformado, y con un documento en la mano.
   Nos pide que lo acompañemos. Le rogamos nos de algún tipo de información. Dice que lo disculpemos pero que no puede. Me aferro con ansias al brazo del hombre que algún vez amé. Siento que necesita, al igual que yo, unas manos que aprieten muy fuertes las suyas. Y lo hago.
   Ya en la oficina de la comisaría nos invitan a entrar a un recinto apartado. Caminamos autómatas por un pasillo sin fin hasta el sitio señalado. Allí está Tiago; su vista fija en el piso. De mi garganta emerge un grito que se mezcla enseguida con su llanto desesperado.  Quiero entender pero no comprendo. La caja de zapatos que con esmero cerré, descansa sobre el escritorio. 
   Y es entonces cuando el comisario nos dice:
   -Este muchachito se merece un escarmiento. Si fuera mayor de edad yo mismo lo metería preso. Pueden llevárselo. Que tengan suerte. Esa caja es de ustedes.
   Tiago nos pide perdón, una y cien veces suplica perdón.


Como de costumbre y cada vez que termino de escribir un cuento, pongo en el último renglón mi nombre; y como ya es tarde me dispongo a apagar la computadora.  
Observo que Tiago tiene aún prendida la luz de su cuarto. 



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jueves, 27 de septiembre de 2012

PRESENTACIÓN DE UNA NUEVA NOVELA





   Ritual de siesta (*)

Carlos Dante Ferrari


   En la quietud de un pueblo anclado en el Valle del Río Chubut, en la Patagonia Argentina, la familia Bermúdez despliega sus fantasmas.  

   La muerte de Aurora deja desamparados a Álvaro y sus cuatro hijos. A partir de la ausencia sus vidas pugnan, entre el dolor y la soledad, por mantener intacto el sentido familiar; y no sucumbir en el vacío que la pérdida les impuso.

   Así, transitan sus días en Gaiman, paraje donde la naturaleza se despliega esbelta en todas sus estaciones y, como dijera John Steinbeck en "La perla", las noticias se escurren en 'un misterio nada fácil de resolver... Parecen tardar menos de lo que tardan los niños en correr a contarlas, menos de lo que tardan las mujeres en comunicárselas por encima de las cercas'.

   Sin embargo el mundo de los Bermúdez está atravesado por un pacto de silencio, y aunque mucho se murmure, poco se sabe. 
 
   El autor nos lleva de la mano, con armónico ritmo y una narrativa impecable, a descubrir las miserias y debilidades de unos personajes, a confiar en el amor desmedido de otros. 

   Convertido en testigo de las emociones que produce la inocencia, la sorpresa ante el estupor, la vergüenza del descubrimiento,  el dolor que provoca la violencia, el lector luchará por no sentirse reflejado en alguna de las actitudes de sus personajes.

   Ese es el talento de Ferrari: lograr que nos olvidemos que estamos frente a una novela.


Olga Starzak
Setiembre de 2012



La primera presentación de la obra se llevará a cabo en el Mini Auditorio de la Ferifiesta del Libro y la Lectura – Sociedad Rural del Este del Chubut, Trelew –el día sábado 29 de septiembre de 2012 a las 20 horas, con la conducción de la escritora Olga Starzak.



(*) Novela – 188 páginas – Tela de Rayón (Grupo Jornada), Buenos Aires, 2012



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martes, 25 de septiembre de 2012

EL POEMA DE HOY




COLOSO
(Glaciar Perito Moreno)

Por Pablo Lautaro (*)




Este rayo de luz
que surge vigoroso
recala en el espejo antártico.
Fulgor de colores albos
en vertiente cancionera
riegan el frondoso bosque
bajando lejanías al océano.
Collage que posas quieto
en un marco sin precedentes
extasiando al unísono
los ojos que observan alucinados.
Historias guardadas en hielo
de un tiempo añoso
Romance de antiguas criaturas
cubiertas en perenne blanco.
Espejo prismático
acunando este confín…
Esperando otros amantes
para ser testigo taciturno
y no morir.




(*) Escritor neuquino. De su poemario “Huellas”.



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sábado, 22 de septiembre de 2012

EL POEMA DE HOY






EL MAR Y NO LA TIERRA


   Por Ana María Junyent


(Homenaje a los Tripulantes que no volvieron)






Sobre el salado espejo azul verde
surcaba dejando huella
de blanca espuma,
escoltaba su trajinar, bandada
de alegres gaviotas;
Se acunaba el “barco amarillo”
(no importa su nombre, fueron
muchos los que no retornaron)
Sus tripulantes esperaban
divisar el puerto,
el reencuentro con su familia,
el beso de sus pequeños hijos.
De pronto la mar, se hizo
dueña  de sus cuerpos.
Si entre oleajes dejaron
el sudor de su trabajo,
quiso el océano mecer
sus sueños eternos .
Entendió acaso
que él y no la tierra
debía atesorar sus cuerpos
de los que surcan sus aguas.
Nutrieron su alma y su mirada
con el color penetrante de ese mar
embravecidos  o calmos,
y quedaron sumergidos
en algún jardín especial
crecido en el fondo del abismo.
Hasta allí llegarán como único
y apenado consuelo, las flores que
desde la orilla arrojan
los quebrantados familiares,
llevando en sus pétalos los besos…
…que ya no podrán ser…



De la Flota Amarilla de Puerto Rawson (Chubut)

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miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL RELATO DE HOY






LA NOCHE DICE...


Por Ada Ortiz Ochoa (*)







Vengo desde las profundidades de la nada... o del todo absoluto.
Sólo sé que traigo mi mensaje para mover conciencias, para sacudir las telarañas del entendimiento.
Para obligarte a ti a que vuelvas tus ojos hacia adentro, a la esencia misma de tu ser y tomes nota de tu debilidad o de tu fuerza...
Recuerda que todos necesitamos conocernos para luego reacomodar los pasos, corregir senderos o realizar nuevos planes.
Recuerda qué pasó con tu amigo. ¿Necesito refrescarlo? ¡Bueno, lo haré!

Puedo comenzar por decir que Luca había muerto.
La soledad le había acompañado en la vida y ella le había fiel hasta la muerte. Mientras su cuerpo adquiría la frialdad del duro invierno..., sin primaveras por delante, el viento comenzó a aullar amenazador y trágico.
Los pocos amigos que tenía no se hicieron presentes. La soledad lo invadía por dentro y por fuera. ¿Cuánto de bueno había tenido su existencia?
Era muy pequeño cuando la vida se ensañó con él, luego todo había sido una cadena de amargos desencantos, con algún otro momento de felicidad.
Fue un mozo arrogante y peleador, que parecía disputarle al diario vivir unas migajas de comprensión.
Ahora, ya rígido, su rostro se notaba surcado de infinitas arrugas, pero tenía aspecto de sosiego, de calma...
El tiempo podría haberse detenido allí, en ese mismo instante que parecía... ¡tanta era la quietud del cuadro!... algo intemporal e intangible.
De pronto la puerta se abrió.
Una alargada silueta se dibujó a contraluz... Era una mujer. Caminó como en trance. Parecía débil e insegura.
Un rayo de luz dejó, momentáneamente, apreciar su rostro.
Una expresión de incredulidad dejó paso a otra de dolor, de aterradora lucidez.
¡Luca estaba muerto!..., se sentía vacía y ella misma invadida de mortal desgano.

¿Recuerdas ahora? Ese fue el final de Luca.
He querido que hoy me escucharas, para que la reflexión llegue a tu enloquecida cabeza.
No quieras saber mi nombre, ni ver mi rostro.
Nadie me conoce, yo soy la profundidad de la noche.



(*) Escritora de Sierra Grande.

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domingo, 16 de septiembre de 2012

LOS RELATOS DE HOY




DOS RELATOS BREVES 


Por PASCUAL MARRAZZO (*)








Estoy


   Siempre estoy, aunque me apoye en el silencio de un teclado perezoso o presione los números mudos de tu teléfono. Como una llama solitaria,  temerosa, ahogándose en sus cenizas, al acecho de otra lengua de fuego que baile excitada y chispeen de alegría con la mía. Acorazando el corazón con el aire frío de esta noche, acuchillando tu ventana con las voces azules que cantan los jacarandaes. Bajo los palos borrachos que lucen las flores y las espinas del enamoramiento. Aferrado a tu nombre, entre todos los colores que dejan las sombras escondidas en las plazas. A la espera de que elijas un trozo de tu vida, un tiempo de tu mejor leño, mi corazón incandescente quiere arder contigo.






Extraño mi corazón



Es de la ceguera del amor que me ha curado el matrimonio, pero ahora que divorciado y desnudo me atrapan los harapos de la vida. Es mi razón que corre mientras el corazón sólo late y viaja en pequeñas jornadas. Ha quedado en libertad, es libre y no hay nada para festejar. Es lo peor que le puede haber pasado. Un corazón en libertad es la jaula del hombre que habita y ese hombre soy yo, más la tortura de no existir. Hubiese preferido un corazón a la deriva, aunque éste fuera el camino del sufrimiento. El corazón roto del desenlace o el corazón silencioso de la muerte. Quisiera volver a mi corazón sangrante, ese que soportaba las pasiones en toda su intensidad cuando no existía la razón ni el presentimiento y tenía la arrogante felicidad de ser soltero. Ahora vestido de años y cargado de experiencias que pesan, busco nuevamente la ceguera, el abandono de la razón y un corazón que vuele. Busco desesperadamente a esa mujer, que me lo pueda encarcelar.



(*) Escritor de Neuquén.

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jueves, 13 de septiembre de 2012

EL POEMA DE HOY







  Llegaste de lejos


Viniste en diciembre navegando mares.
Te trajo el destino a este rincón.
Allá se quedaba tu verde colonia
tu infancia, la guerra y tanto dolor.

Llegaste a estas tierras con solo trece años
trayendo esperanzas y gran ilusión.
aquí conociste el gran desarraigo
también el cansancio y marginación.

Después con el tiempo aprendiste el idioma
ganado con fuerza de un trabajador
el mate, el himno, el tango  y bandera
de esta Patria grande que te cobijó.

Fuiste muy querido, echaste raíces
y este hermoso valle te vio sonreír
a la dulce Alcira aquí conociste
jurando por siempre muy juntos vivir.

Llegaste de lejos, te trajo el destino
y aquí con cariño formaste tu hogar,
hiciste tu rancho, amaste a tu esposa
y a tus tres retoños los viste jugar.

Tus ojos celestes, figura cansada
con la pala al hombro te veo llegar,
esperando todos tu sonrisa buena,
y el humor de siempre silbando al entrar.

Pero otro diciembre te fuiste de nuevo,
esta vez  solito ya sin regresar, ¿Por qué?
no me explico, te fuiste tan joven,
eras fuerte, sano y bueno como el pan.

Después con los años aprendí a valorarte
aunque pase el tiempo  nunca he de olvidar,
tu voz, tu cariño, tu figura humilde,
tus ásperas manos, tu tierno mirar.




Letra: Inés Luna 
Música Humberto Gaviña

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domingo, 9 de septiembre de 2012

EL POEMA DE HOY




    28 (*)



Por Antonio Vicente Ugo (**)




Cielo de tan duro, congelado,
allá en el Sur donde yo supe verlo.
Un sol de amanecer que sin saberlo
apaga las estrellas que me ha dado.

Luego ese viento que alcancé a quererlo
y el jarillal sentido y maltratado,
o el gaviotín sobre el acantilado
cuyo vuelo no alcanzo a comprenderlo.

Estampa pobre de la remembranza,
de la que sólo queda la esperanza
de volver saturado de alegría.

Pero comprendo que los años fueron
y aquellos ojos que tanto lo quisieron
ya nada habrán de ver de lo que había.




(*) Soneto número 28 del poemario “La tierra que me diste”.
(**) Poeta chubutense, por opción.

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

LA NOTA DE HOY







DIARIOS Y CRÓNICAS, BIOGRAFÍAS Y AUTOBIOGRAFÍAS



Por Jorge Eduardo Lenard Vives





   El didáctico es el género con mayor presencia en las letras patagónicas. De hecho, la Literatura escrita de la región nace con una crónica: la “Relazione del primo viaggio intorno al mondo”, de Antonio Pigafetta. El autor relata la historia en base a su diario y, probablemente, a los de algunos de sus compañeros de expedición; para completar datos faltantes. Pues esa es una de las diferencias entre el diario y la crónica: pese a que ambos narran en forma cronológica una sucesión de hechos, en el diario tenemos la versión de un observador; que percibe la realidad a través de sus ojos sin contar con toda la información sobre lo que describe, ya que los eventos lo sorprenden. Como dice Italo Calvino en su novela “Si una noche de invierno un viajero”, el redactor hace un esfuerzo “para leer entre las líneas de las cosas el sentido evasivo” de lo que le espera. Por otro lado, el diario no se redacta, en primera instancia, para ser publicado; es una obra de un solo lector: su autor.



   Diarios hay muchos en las letras sureñas. Por ejemplo, los “Diarios del explorador Ap Iwan”, recopilados por Tegai Roberts y Marcelo Gavirati; o el “Diario del estafeta Hugo Acuña”, el pionero de Orcadas. Un ejemplo trágico de la función testimonial de estos textos, es el diario del misionero anglicano Allen Gardiner, quien en 1851 murió de inanición junto con otros siete compañeros en Tierra del Fuego; y cuya última anotación, “in extremis”, dice: “5 de septiembre, viernes. Grandes y bondadosas son las gracias de amor de mi bondadoso Dios. Me ha preservado hasta ahora y durante cuatro días, aun sin alimento corporal, sin ningún sufrimiento de hambre o sed”.



   Otro subgénero presente en la Literatura austral son las biografías. Hay biógrafos y biografiados ilustres en la zona. Entre los primeros encontramos a Aquiles Ygobone y al Padre Raúl Entraigas. Entre los segundos, al Perito Francisco Moreno y al Comandante Luis Piedrabuena, objeto ambos de numerosas obras. También lo fueron Aureille Antoine de Tounens, el autoproclamado Rey de la Araucanía y la Patagonia, por su llamativo perfil; y el beato Ceferino Namuncurá, por su implicancia espiritual. A este último, Juan Castiñeira de Dios le dedicó una semblanza en verso, llamada “El santito Ceferino Namuncurá”; en tanto la renombrada pluma de Manuel Gálvez lo recordó en “El santito de las tolderías”.



   Como la crónica objetiva es al diario subjetivo, la biografía es a la autobiografía. Este subgénero tiene un requisito: el “pacto autobiográfico”, que menciona el autor francés Philippe Lejeune; conocido teórico del tema. Se trata de una especie de contrato tácito entre autor y lector, por el que aquel se compromete a narrar la verdad sobre su vida; y éste, a creer el relato resultante. Sólo en época reciente la autobiografía fue experimentada por autores patagónicos, en su expresión más pura. Un acicate para ello es el concurso organizado por la Biblioteca “Ricardo Berwyn”, de Gaiman, desde el año 2008. Las obras premiadas no se quedaron sólo con el lauro; dieron lugar a segundas partes, difusión en otros ámbitos (incluso en el extranjero) y edición de libros. Por ejemplo, “Buenos Aires Chico, despertar de imágenes” de Margarita Borsella, “Así fue” y “A la deriva” de Dora Lendzian; y “El Hijo del Cazonero” de Victoriano Salazar.



   Diarios y autobiografías se reúnen en lo que ha sido dado en llamar “la escritura del yo”, una variante literaria en pleno desarrollo en la actualidad. En realidad todo el género didáctico, también conocido como “no ficción”, muestra en estos días un avance sobre las obras de ficción. Al menos, eso parecen indicar las ventas en las librerías; acompañadas de un aumento en la oferta de libros de esa temática. Tal vez alentados por la tendencia, muchos autores la anteponen a la creación imaginativa; e incluso, en algunos casos, diluyen la línea entre ambas.


   De todas maneras, hay que tener en cuenta una premisa fundamental: no todo lo que se escribe es Literatura. Si la redacción sirve sólo para transmitir datos, como en un informe técnico, no es Arte. Para que sea Arte, el lenguaje debe ser plástico. Ese es el desafío que enfrenta el autor que pretende incursionar en el género didáctico.

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sábado, 1 de septiembre de 2012

EL RELATO DE HOY





TAREA NOCTURNA (*)



Por Antonio Dal Masetto






   El hombre toma en su mano un elemento árido −piedra, arena, madera seca−, y en él, en su centro, en su corazón muerto, planta su fe y su empecinamiento. Cuida de esa semilla, la alimenta con su vigilia, la espía, rastrea señales en ella, residuos de fuegos perdidos. Sopla sobre esas brasas abandonadas.

   Y así va y viene con su humilde cosa. Sale a la noche y se acuesta sobre la tierra. Boca abajo, en cruz, imagina que su abrazo se extiende hasta doblar la curva de los horizontes.  Presiente costas y aguas y vegetaciones y cielos debajo de él. Cree oír, oye el grave corazón de la tierra, su respiración y su gran voz. Reconoce fuerzas dormidas y en acecho, desfallecimientos, quietudes, temblores, explosiones. Rumores de marchas sobre llanuras inclementes −estepas, vados, desfiladeros− en la nieve, bajo el sol que calcina. Multitudes doblándose y levantándose, avanzando siempre, empujadas por el oscuro legado, soportando un viejísimo peso, resistiendo, afirmándose en las rocas y en el viento, los ojos fijos, la llama obstinada y demente en el centro del iris, brillando en las noches, en la soledad, en el miedo, al resplandor del fuego, en el fondo de cuevas, bajo las constelaciones cambiantes.

   Y desde su lugar, con su pobre cosa encerrada en el puño, el hombre se suma a la caravana de penitentes, nómadas, siempre extranjeros. Se estremece con sus gritos de pigmeos erguidos contra el silencio, comparte esa gran fuerza −desconocida por ellos mismos− que los mantiene en camino y los acompaña y los preserva bajo el cielo de los años, tocados por la vibración de una energía primordial. Y la furia, el tesón, y también la delicadeza de los nacimientos, la salvaje alegría de la vida bastándose a sí misma. Y sus intuiciones, sus ensoñaciones venidas desde otras partes, desde mundos jamás vistos, que les aportan un sabor único, una exaltación única, y que ellos definen con nombres extraños. Los ve bailar frenéticos invocando a sus ídolos de turno, oye los cánticos, las letanías, el retumbar de sus pisadas en la danza ritual, en la huida, en la conquista, miles de pies surcando la tierra, agrediéndola, arándola, fecundándola.

   Y ve desfilar imágenes, ademanes, perfiles, remontándose y regresando en el tiempo, y la cara de su padre, y la del padre de su padre, la suya propia, su cuerpo en cruz sobre tierra americana, entregado, rendido, asumiendo un mensaje, oyendo una voz hacerlo responsable, exigiéndole, elevándolo a la condición de heredero consciente.




(*) Antonio Dal Masetto es en la actualidad uno de los más prestigiosos escritores argentinos. Autor de Oscuramente fuerte es la vida, Hay unos tipos abajo, La tierra incomparable, Ni perros ni gatos, Fuego a discreción, entre otros títulos memorables. A mediados de la década del ´60 se radicó en Bariloche, donde escribió la novela Siete de oro. Ha sido jurado en el Encuentro de Escritores Patagónicos en Puerto Madryn (Chubut).Este texto inédito, cedido gentilmente por el autor para su publicación en Literasur, fue utilizado en dos muestras del escultor Omar Estela, primero en el Centro Cultural Recoleta y luego en el Palais de Glace.  







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