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sábado, 6 de febrero de 2016

LA NOTA DE HOY



LA SOMBRA DE SHALGPE



Por Jorge Eduardo Lenard Vives (*)





   Hace un tiempo se publicó en este blog un artículo titulado “Terror Blanco”, que pretendía reseñar la Literatura fantástica inspirada en la Antártida. Al estudiar el asunto, surgía como referencia ineludible la trilogía formada por “Las aventuras de Arthur Gordon Pym”, de Edgard Allan Poe; “La esfinge de los hielos”, de Julio Verne; y “En las montañas de la locura”, de Howard Phillips Lovecraft; obras unidas por un tema común: un latebroso arcano oculto en el Continente Blanco.

   “Las aventuras de Arthur Gordon Pym” fue publicada por Poe en 1838. Su única novela y también su trabajo más enigmático, o al menos tan intrigante como su poesía, describe las peripecias del marino que da nombre a la narración; quien luego de múltiples peripecias se interna en las frías aguas antárticas, con otros dos compañeros de aventuras, navegando en una frágil canoa hacia el Polo Sur. Y allí, en el último párrafo del escrito, aparece una espectral y aterradora figura blanca:

   La oscuridad había aumentado sensiblemente, atenuada tan sólo por el resplandor del agua reflejando la blanca cortina que teníamos delante. Múltiples aves gigantescas y de un blanco pálido volaban sin cesar por detrás del velo, y su grito era el eterno "¡Tekeli-li!" cuando se alejaban de nuestra vista. En este momento, NuNu se agitó en el fondo de la barca; pero al tocarle vimos que su espíritu se había extinguido. Y entonces nos precipitamos en brazos de la catarata, en la que se abrió un abismo para recibirnos. Pero he aquí que surgió en nuestra senda una figura humana amortajada, de proporciones mucho más grandes que las de ningún habitante de la tierra. Y el tinte de la piel de la figura tenía la perfecta blancura de la nieve.

   Julio Verne dedica “La esfinge de los hielos” a Poe. El libro, publicado en 1897, es una continuación de las aventuras de Pym. Además de las numerosas alusiones al desdichado polizón, dedica un capítulo a una amplia recensión de la creación del bostoniano. Sin embargo, dado que el escritor francés no es propenso a lo sobrenatural, termina dando una explicación científica al secreto: la esfinge, un cerro que remeda la figura humana, es un enorme imán de inusitada fuerza que causa las extrañas perturbaciones. En el final, vuelve a recordar al personaje y al autor que lo inspiraron:

   Así terminó aquella aventurada y extraordinaria campaña, que costó tantas víctimas. Y para decirlo todo, si los azares y las necesidades de la investigación nos arrastraron al polo austral, más lejos que el punto a que nuestros predecesores llegaron, si hasta pasamos el eje del globo terrestre…,¡cuántos descubrimientos de incalculable valor quedan aún por hacer en tales parajes! Arthur Pym, el héroe tan brillantemente celebrado por Edgard Poe, mostró el camino… ¡Síganle otros, y vayan a arrancar a la Esfinge de los hielos los últimos secretos de la misteriosa Antártida!

   Con la misma creatividad que se evidencia en todos sus textos, Howard Phillips Lovecraft toma la temática iniciada por “el príncipe de los poetas malditos”, al decir de Rubén Darío; y en 1931 escribe “En la montañas de la locura”, donde incorpora elementos del fingido diario de Pym y propone una solución emparentada con la fabulosa mitología  de la que es inventor:

   Naturalmente, la lectura de los mismos libros fue lo que nos preparó para llegar a tales interpretaciones, aunque Danforth ha apuntado algunas raras nociones acerca de fuentes insospechadas y prohibidas que Poe pudo consultar cuando escribió su Arthur Gordon Pym hace ya un siglo. Se recordará que en esa fantástica narración hay una palabra de significado desconocido, pero terrible y prodigioso, una palabra relacionada con la Antártida y que gritan eternamente las gigantescas aves de fantasmal blancura en el centro de esa malévola región. «Tekelili! Tekeli-li!» Eso fue exactamente, lo reconozco, lo que nos pareció articulaba aquel repentino ruido tras la blanca neblina que avanzaba, aquel insidioso silbido musical que se dejaba oír abarcando una escala singularmente amplia.

   Hasta ahí la Literatura de ficción. Ahora, otra vuelta de tuerca, al estilo de Henry James. En 1898, Roberto Jorge Payró realiza un viaje a la Patagonia, del cual resultan una serie de notas publicadas en el diario La Nación; que finalmente se reúnen en el volumen “La Australia Argentina”. Al llegar a Tierra del Fuego, lugar en el que más tiempo permanece, se interiorizó sobre diversos aspectos de la región; entre ellos, las leyendas de los onas. Es así que describe una en particular, con estas frases:

   Además del Sol y de la Luna, de los espíritus y los salvajes, creen los onas en una deidad terrible: Schalgpe. De pronto, dicen, y durante la noche, levántase del suelo un vapor blanco, una nube que tocando en tierra queda suspendida a cierta altura. En medio de esa nube aparece Schalgpe. Es una mujer extremadamente hermosa, alta, de cuerpo esbelto y formas bien moldeadas, cuyos ojos negros resplandecen bajo su larga cabellera rubia. Está envuelta en un manto blanco y suelto, y la orla flotante se confunde con ella misma. 

   Payró, persona culta y leída, detecta de inmediato la similitud; y en una nota al pie agrega: “Irresistiblemente recuerdo a Poe y sus célebres Aventuras de Arthur Gordon Pym. Hay en ese libro algo de muy análogo a esa visión, y es la de Tekeli – li, el fantasma blanco”. Transcribe luego el último párrafo de la ficción de Poe; y cierra su digresión diciendo: “¿Sólo la imaginación de Poe ha creado esta coincidencia, o su fantástica obra se basa en algún datos de navegantes que visitaron la Tierra del Fuego? No sé, porque tengo por absolutamente inédita la superstición a que me refiero en el texto”.

   Sin embargo, pese a esta última observación, la posibilidad es plausible. Estudiosos de Poe, afirman que para la ficticia crónica de Arthur Gordon Pym se basó en relatos de viajeros que habían surcado los mares australes. No sería tan raro que alguno de esos navegantes haya dejado registros sobre la leyenda fueguina. Tal vez, un estudio más profundo de los antecedentes revele la existencia de esta relación; o la refuten. Por el momento, no es descartable suponer que la sombra de la diosa selknam Schalgpe, al igual que la del dios patagón Settebos a través de la pluma primero de Shakespeare y luego de Browning, se proyecte sobre la Literatura universal de un modo impensado, de la mano de tres genios de la imaginación.

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