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lunes, 18 de febrero de 2019

LA NOTA DE HOY





GEOGRAFIAS IMAGINARIAS DE LA PATAGONIA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives





La Literatura suele inventar geografías. A veces se inspira en antiguos mitos, como lo hizo Pierre Benoit con la leyenda de la hundida metrópolis de la Atlántida. Otras veces son pura entelequia, al estilo de los países de Liliput, Brodingnag, Balnibarbi y demás pergeñados por Jonathan Swift.

Las letras de la Patagonia no escapan a esta tendencia; y muestran sus propios lugares de fantasía. Uno de esos sitios surge de una leyenda tradicional: la Ciudad de los Césares, también llamada Eilín, Lin Lin, Trapalanda o Trapananda, de la cual ya se habló en estas páginas. El tema dio lugar a numerosas obras. Muchas de ellas de ficción, como “La ciudad de los Césares” de Ernesto Serigos, “La confesión de Pelino Vera” de William Hudson y “Magia Blanca” de Eduardo Gudiño Kieffer. Pero también hay ensayos: “La ciudad encantada de la Patagonia” de Ernesto Morales, “La ciudad de los Césares” de Enrique de Gandía y las obras publicadas por Pedro de Angelis en 1836, en el apartado “Derroteros y viajes a la Ciudad Encantada, o de los Césares, que se creía existiese en la cordillera, al sud de Valdivia”, de su “Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata”.

Otro sitio imaginario de la geografía sureña es el río Cananor; curso de agua ilusorio que varios antiguos mapas de la región situaban entre los paralelos de 45° y 47°, con su estuario en Camarones. De tal accidente topográfico ya habló Gerardo Robert en una documentada nota de este blog (1). Aludieron al tema Luis Colombatto en el volumen “El Consultor Patagónico”, Jorge Castañeda en la nota “Cananor, el río patagónico que nunca existió” (2) y Héctor Raúl Ossés en su libro “Patagonia, ficción y realidad”.

Hacia 1502 aparece en los portulanos de Caverio y Kunstmann II; por lo que, según el investigador Roberto Levillier, pudo haber sido registrado por la expedición de Américo Vespucio que llegó ese año a los 50° de latitud sur. Con diferente grafía (al principio Cananor; y luego, a partir de 1590, del Camarón o de los Camarones) se mencionó hasta 1883, cuando la expedición de Lino de Roa confirmó su inexistencia. El nombre, según Germán Arciniegas “... era un recuerdo del Oriente que lo mismo impresionaba a los portugueses que a los florentinos. Cananor y Cochín eran los dos puertos de exportación más importantes para la pimienta y la canela, sobre la costa de Malabar”. Por su lado, Enrique de Gandía afirma que se relaciona “con el nombre imaginario de un rey de una novela de caballería de fines del siglo XV: La historia del rey Canamor y del Infante Turián, su hijo”.

Pero no es el único curso de agua ficticio de la Patagonia. En un artículo de su blog “Evangélicos en la Patagonia” (3), Marc Peresi recuerda que el norteamericano Anthony Finley en un mapa de 1827 y el inglés James Playfair en su Atlas de 1814, ubicaron un inexistente río que desembocaba en el Golfo de San Matías; cuyo curso atravesaba el imaginario lago “Tehuel”. Esta curiosa hidrografía tiene un antecedente: la carta que John Reid publicó en Nueva York en 1796, reproduciendo la editada en Londres por William Winterbotham. En este plano, a diferencia de los anteriores, aparecen sólo dos ríos: el Colorado y el que desemboca en la “Bahía sin fondo”; obviando la boca del Río Negro en proximidades de Viedma. Por supuesto, estas imperfecciones de la cartografía en una época en la que recién se estaba reconociendo la región, deben ser perdonadas. Pero no dejan de agregar cierta sibilina fascinación a la geografía sureña.

No podía faltar una ínsula fantasma; y tal es la isla de Pepys, descubierta en 1683 por Ambrose Cowley, a bordo del Dolphin; frente a las playas patagónicas en los 47º 40 de latitud sur. Sin embargo, varias expediciones posteriores que van buscarla en esas coordenadas no la encuentran. Podría pensarse que el corsario habría hallado un islote minúsculo, difícil de ubicar… si no hubiera asentado en su diario: “Se puede hacer cómodamente en ella aguada y leña. Su puerto es excelente, y capaz de recibir con seguridad a mil buques. Vimos una gran cantidad de aves en esta isla, y opinamos que el pescado debía abundar en sus costas, por estar rodeadas de un fondo de arena y piedra”. Pepys figura en la cartografía hasta 1831. Habla de ella, entre otros, Gastón Marelli; en su blog “Geografía Mítica Argentina” (4) y Gonzalo Monterroso en un artículo del “Islario Fantástico Argentino” (5).

Por el lado de la ficción pura, debe mencionarse “La leyenda de Guagueren”, novela donde Fernando Nelson recurre a una imaginativa trama, al situar a la Atlántida en cercanías de la costa del Chubut. Los atlantes han desarrollado la tecnología que les permite vivir bajo del mar e interactuar en ocasiones con los habitantes de tierra firme. El lugar de contacto es Punta Ninfas; que, según Nelson, recibió el nombre por la continua visita de las sirenas provenientes de la ciudad submarina, las “guagueren”. También Gaiman cobra relevancia como eslabón entre las dos culturas. Nelson sitúa una intrigante red de túneles bajo el suelo del Valle, vinculada a la urbe sumergida, cuya descripción genera algunas páginas muy ricas para la Literatura regional.

Asimismo, es total producto de la creatividad literaria la enigmática isla Tsalal, que el Arthur Gordon Pym de Edgard Poe encuentra en algún punto del mar austral. Visitada luego, de la mano de Julio Verne, por el capitán Len Guy y su tripulación; es vuelta a recordar en las páginas de H. P. Lovecraft cuando resuena el ominoso grito “¡Tekeli-li!” en las montañas de la locura de la Antártida.

La Patagonia, morada de gigantes y animales prehistóricos, refugio de piedras parlantes y tesoros ocultos, comarca donde existen aún hoy en día espacios poco frecuentados por el ser humano, es tierra fértil para la fantasía. Tan fértil, que hasta parece ser ella misma fruto de una geografía imaginaria.





Notas:

(1) Robert, Gerardo. “Camarones. Toponimia probable”. Blog “Literasur”. 31/10/ 2014.
(2) Castañeda, Jorge. “Cananor, el río patagónico que nunca existió”. Diario Río Negro, 18/10/2018.
(3) Pesaresi, Marc. “¿Templarios en Patagonia?”. Blog “Evangélicos en Patagonia”. 19/09/2016 (https://patagoniayprotestante.blogspot.com/2016/08/templarios-en-patagonia.html). El artículo reproduce los mapas citados en el texto por gentileza de David Rumsey Map Collection.
(4) Geografía Mítica Argentina (http://geografiamiticaargentina.blogspot.com/2011/08/isla-pepys.html)
(5) “Islario Fantástico Argentino” de Alberto Muñoz, Alejandro Winograd, Salvador Gargiulo y Gonzalo Monterroso (Ediciones Winograd, Buenos Aires, 2018)



1 comentario:

Jorge Vives dijo...

Al reunir información para estas notas, siempre quedan algunos datos cuya inclusión en el texto principal no resulta imprescindible; pero que son de interés para el tema. Por ejemplo, que Roberto Levillier enuncia la teoría de que el río Cananor fue descubierto por Vespucio, en un artículo de la revista de geografía "Imago Mundi" de 1954; y también en el estudio preliminar que hace al libro “Cartas relativas a los viajes y descubrimientos” de Américo Vespucio (Editorial Nova, Bs As, 1951).

Respecto a este río, cabe agregar que también está incluido, como “Río Camarones”, en el mapa de Finley; quién lo dota de una imaginativa red de afluentes que cubre gran parte del actual territorio de Chubut. Finley agrega otro accidente geográfico inexistente: el “canal de San Sebastián”, que une la costa atlántica de Tierra del Fuego con el Estrecho de Magallanes. El mapa puede ser consultado en la página David Rumsey Map Collection (https://www.davidrumsey.com/)

Un dato de interés sobre la Ciudad de los Césares, es que una de las referencias a su existencia surge de los dichos de Tomé Hernández, el sobreviviente de Puerto San Felipe que rescató Tomás Cavendish. En el interrogatorio que le hacen las autoridades españolas de Lima, incluido por un anónimo pero sagaz editor en el tomo “Viaje al Estrecho de Magallanes por el Capitán Pedro Sarmiento de Gamboa”, dice: “Preguntado, qué lengua hablaban los Indios, y cómo les entendían los Españoles Dixo: Que solo les oían decir: Jesús, Santa María, mirando al Cielo, y daban á entender que la tierra adentro había otros hombres, diciendo así: otros hombres con barbas, con botas, otros muchachos y enseñándoles los Españoles, de los muchachos que llevaban consigo, dixeron: que eran como aquellos, y señalaban con la mano, el tamaño de ellos acia la tierra adentro: por donde entendieron, que había gente poblada en la parte donde señalaban, que es á la del Norte”.

Ya habiendo cerrado la nota, recordé otros dos ejemplos de lugares inventados en la Patagonia; dos poblaciones: “Bluewellyn”, un espectral poblado de origen galés que H. E. Baygorrí Matheu ubica en cercanías de Puerto Madryn en su cuento “Las uñas azules”; y “Cabo del Atlántico”, pueblo emplazado en Punta Loyola que en el cuento “Día de Niebla” de Luis Ferrarassi aparece sólo un día al año. Y también un ejemplo de “ciudad” misteriosa en la Patagonia: la que el doctor Wolff creyó encontrar a orillas del Lago Cardiel, a partir del hallazgo de una “muralla” de piedra. Pero después Jose Imbelloni, Félix Outes y otros sabios demostraron que se trataba de una formación natural de basalto. Wolff era propenso a los hallazgos llamativos, ya que creyó encontrar en el actual Comandante Luis Piedra Buena una calavera fosilizada, que atribuyó a un ser humano del terciario. Los mismos científicos anteriores probaron que sólo era una piedra de curiosa forma.