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domingo, 8 de julio de 2012

LA NOTA DE HOY





“PALABRAS PARA MIS HIJOS”

(FRAGMENTOS)


Por Pascual Marrazzo (*)




DISTANCIA

Un día de estos, levanta la vista para contemplar la luna y piensa que yo también la puedo ver; sabrás entonces lo cerca que estamos.


TESTIMONIOS EQUIVOCADOS

Un palacio, un monumento de desmedida magnificencia o cualquier otra manifestación de pretendida grandeza, sólo son el fiel reflejo de una extremada pobreza.


SOLEDAD

No es que me encante la soledad, es que suelo pasar unas horas conmigo mismo.


CRIANZA

Muchas veces, equivocamos el camino queriendo criar niños buenos, sin darnos cuenta que la meta es formar adultos buenos.


AMIGO

El verdadero amigo es aquel que no interpone sus intereses, y si no, fíjate en quién es el mejor amigo del hombre.


DECISIÓN

No habrá una verdadera felicidad entre dos personas, si la decisión de llegar a ella está basada en la infelicidad de una tercera.


FELICIDAD

Creemos correr tras ella, sin darnos cuenta que somos sus dueños y la poseemos; sólo tenemos que despertarla.


SOLEDAD

Si te sientes solo es que no tienes conciencia, pues ésta es la amiga inseparable del hombre; sería tonto pensar que somos sólo uno, cuando estamos continuamente dialogando con ella.


ESPANTAJO

No importa que coman tu semilla, trasladan la vida a otra parte.


FINURA

Las personas finas son aquellas que no se estiran para aparentarlo.


INCERTIDUMBRE

Cuidado con esta palabra, es una de las peores enemigas de la imaginación; y esta es una de las sales de la vida.






(*) Escritor de Cipolletti. Estos aforismos están tomados de su libro “Palabras para mis hijos”.


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lunes, 2 de julio de 2012

EL RELATO DE HOY





BALLENA (*)


Por Antonio Dal Masetto






Al cabo de los kilómetros de desierto patagónico, la bajada a la playa entre los acantilados y luego la embarcación avanzando en las aguas del golfo, allá estaba la ballena, emergiendo apenas, una mancha oscura y quieta en la superficie verde. Y a medida que muy lentamente nos acercábamos y crecía la expectativa, pudimos ver, detrás de ella, protegido, el ballenato. Después estuvimos todavía más cerca y en nosotros, los intrusos, había una mansa agitación sin voces, hasta que por fin, rota la tensión y el mutismo reverente por esa irrupción en un dominio ajeno, todo el mundo comenzó a moverse, buscando una buena ubicación contra la borda y en las escalerillas para disparar sus cámaras, llamando a la ballena, poniéndole nombres familiares y afectuosos, hablándole sin parar, poseídos por una demencia infantil, entusiasta y generosa, un sentimiento nuevo ante la proximidad de esa presencia colosal, una visión que enriquecía y que mientras durara redimía de muchas miserias. La ballena era un gran corazón latiendo en el golfo del sur, un corazón benévolo, irradiando mensajes de serenidad, para nosotros, los que veníamos de pueblos remotos, de ciudades, los hijos despreciativos e intolerantes de una civilización amasada a golpes de furia y de odio. Y alrededor, en la paz del cielo y del mar, algo nos hablaba, nos invitaba a grabar en la memoria esa experiencia, el lugar, la circunstancia, la conciencia de vivir ese momento, la posibilidad de apresarlo en su fugaz grandiosidad. Y entonces la cabeza de la ballena emergió del agua y su ojo me miró, me miró directamente a mí, estuve seguro que a mí, y en ese ojo había piedad, y supe que esa mirada seguiría conmigo,  que en los días futuros me estaría esperando en los recodos de otros  caminos, cuando me encontrara muy lejos de la luz y el espacio y el silencio de un mediodía de un mes de octubre bajo el cielo del sur. Y después la ballena se hundió con su ballenato y pasó paralela a la embarcación, ahí nomás, apenas unos metros bajo la superficie, y tuvimos una percepción todavía más clara de su dimensión, la ballena se iba, su sombra se perdía en la profundidad, nos abandonaba, y en la lancha de nuevo se elevó un coro de exclamaciones, ahora entre asombradas y desencantadas. Y yo también solté mi grito, aunque nadie hubiese podido oírlo, porque el mío fue un grito callado, retumbaba dentro de mi cabeza y decía "ahora, ahora, hay que saltar ahora, vamos, saltá, unite". Pero no salté y allá se fue esa cosa enorme dejándonos la marca de una caricia delicada. 






(*) Fragmento de “El padre y otras historias”, Ed. El Ateneo, Bs. As., 2012








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sábado, 30 de junio de 2012

EL CUENTO DE HOY





LA DAMA DE BLANCO


Por Jorge Castañeda (*)





Por mi propia formación nunca he sido un hombre de exagerar situaciones ni de creer en fantasmas ni aparecidos. Eso sí, siempre he sido respetuoso de las creencias de los demás. Y antes que hablar más me gusta escuchar.

Estoy orgulloso de mi trabajo cuando presté servicios en la Policía de Río Negro. Pocos se podrán imaginar que esta profesión tiene muchos sinsabores y algunas pocas satisfacciones, sobre todo cuando uno se ha esforzado por hacer las cosas bien. Y también que por los traslados, que generalmente se producen cada dos años, a pesar del perjuicio que ocasionan a la familia, tienen de positivo que uno se enriquece conociendo muchos lugares, personas y costumbres. Ciudades, pueblos chiquitos y hasta parajes perdidos en la meseta patagónica, en los que hay que hacer de todo, desde juntar leña, carnear algún animal para la comida, traer un enfermo al pueblo y a veces hasta oficiar de partero donde no hay centros asistenciales. 

Después de trabajar en la comisaría de Bariloche, sorpresivamente, como habitualmente se hace, un día recibí el radiograma donde desde la Jefatura se ordenaba mi traslado a un pequeño lugar de la Línea Sur conocido como Sierra Pailemán, a casi sesenta kilómetros de Valcheta; un hermoso pueblo éste que ya conocía por haber pasado alguna vez. Siempre me interesó conocer la historia de cada lugar y preguntando me enteré que Pailemán quiere decir en lengua mapuche “cóndor echado de espaldas”. Pero yo miraba el cielo y nunca  veía un cóndor, hasta que muchos años después en ese paraje un programa llamado “Desde los Andes al mar” los reinstaló allí con todos los cuidados.

Estaba habituado a los rigores del clima patagónico, pero en Pailemán los inviernos son realmente muy crudos con temperaturas de muchos grados bajo cero y los veranos sumamente calurosos. El paraje es muy bonito y su gente muy buena. Hay algunas plantaciones de frutales y siempre  algún asado está aguardando, es que no hay muchas diversiones para que los pobladores se puedan entretener en sus horas libres.

Yo tenía en aquellos años una camioneta Ford F 100, porque en el campo hay que tener vehículos fuertes, nobles y de mecánica sencilla para andar entre los pedreros y las rutas de ripio. La 23 todavía no estaba pavimentada como ahora. Como me hacían falta algunas provisiones tomé la decisión de viajar hasta Valcheta para comprar sobre todo verduras frescas y algo de indumentaria, entre otras cosas. Salí temprano de Pailemán y cosa rara esta vez viajaba solo, no tenía ningún acompañante que necesitara viajar al pueblo por alguna necesidad. Siempre me gustó mucho pensar. Y en este oficio de policía había visto muchas cosas y pasado por situaciones donde había que demostrar cierto coraje y valentía. Sin embargo…

Venía con estas cavilaciones cuando en la primera tranquera veo a una figura humana que estaba esperando seguramente que alguien la lleve hasta el empalme con la 23.  Voy aminorando la marcha y distingo a una señora que portaba una especie paraguas y  estaba vestida de blanco como una dama antigua, situación que mucho no me llamó la atención porque la gente de campo raramente anda a la moda como los puebleros. Freno, bajo el vidrio, y le pregunto en que la podía servir, si necesitaba algo. Aclaro que en la Patagonia toda la gente en la ruta es más servicial para dar una mano al que lo necesita.

La mujer, cuyo rostro no me llamo mucho la atención porque no era nadie que hubiera conocido, me pidió si no la podía llevar para dejarla en el cruce porque tenía que ir hasta la ciudad de Viedma y allí era más fácil encontrar un  medio de transporte que la deje en su destino. Yo pensé que a lo mejor la mujer estaba de visita en alguno de los establecimientos cercanos. Por supuesto que accedí a lo solicitado. Me bajé, le abrí la puerta del lado del acompañante y la invirté a subir a la camioneta. La cercanía a su cabello, que llevaba ceñido con una cintita de color, me invadió con una aroma como a violetas, que me hizo recordar un perfume que muchos años antes usaba mi madre.

Cuando me acomodo nuevamente al volante de la Ford, mi oficio de policía siempre despierto, advirtió nuevamente en la rareza del vestido de la dama, en el aroma a violetas que exhalaba su cabellera, en el extraño paraguas cuando el día estaba completamente despejado y en especial un detalle muy particular, que a cualquiera lo haría sospechar: no llevaba ningún equipaje. ¡Qué cosa más rara! Al hacer menos de una legua y atento al camino que estaba en muy malas condiciones, intrigado quise hacerle algunas preguntas para aclarar el misterio, pero cuando miro a mi lado: ¡No había nadie! ¡La misteriosa dama de blanco se había esfumado en el aire! ¡Estaba yo solo en la cabina de la camioneta!

Y allí a pesar de mi formación policial, tuve miedo, mucho miedo. Y comencé a temblar. Ni siquiera podía controlar mis movimientos y solamente me aferraba al volante imprimiendo al acelerador una velocidad desacostumbrada para mí. Algo más calmado llegué a Valcheta. Pero ¿qué hacer?  ¿A quién contarle mi historia?  ¿Al Comisario?  Me tomarían seguro por un fabulador o lo que es peor por un insano y hasta me podía costar un sumario.

Pasaron los días y los años y nunca perdí del todo el miedo a los caminos solitarios. Después, mucho después, en alguna guitarreada donde también se hablaba de luces malas, de aparecidos y de fantasmas, un viejo poblador para mi sorpresa comenzó a mentar la desventura de la “dama de blanco” que se aparecía en la primera tranquera de Pailemán. Y explicaba que fue la dueña de un establecimiento de campo que había heredado y que siempre vio siempre frustradas sus ganas de irse del paraje para regresar a su ciudad, muriendo y siendo allí sepultada. Y es por eso que su fantasma, en algunas ocasiones, hace dedo en la ruta para irse del lugar y cumplir de alguna forma los sueños que estando en vida no pudo concretar.

Han pasado los años, yo ya estoy retirado del servicio activo, pero a veces cuando me invaden los recuerdos de tantas cosas vividas, me viene a la memoria la figura de la dama de blanco y su paraguas, parada haciendo dedo en la primera tranquera de Sierra Pailemán.





(*) Escritor valchetense.

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martes, 26 de junio de 2012

EL POEMA DE HOY





AHÍ VA EL POETA


Por Carlos Dante Ferrari
                            
                       




Ahí va el poeta
andando, pensativo.
Lleva por equipaje la voz 
de su tristeza
y un callado designio.


Un perro callejero
le huele la sonrisa 
en la mirada
y se apega a sus pasos
sin destino. 


Ahí va el poeta, andando,
pensativo,
reconociendo las rejas y portones
de un pueblo más antiguo.


Los suspiros humeantes
del postrer cigarrillo 
calcinan los retazos 
de un anhelo perdido.


En su delirio,
va construyendo con gajos de recuerdos
de esquinas y baldíos,
de patios solitarios 
y ventanales fríos, 
un parapeto de estrofas 
sin sentido.

Y con el último verso claudicante
se acomoda en un banco 
de la plaza
para darse un respiro.


Ahí está reposando, 
ahora, 
callado
el vagabundo
con el rostro transido.
Ha parido en su mente 
un poema desgarrado
que nunca será escrito
(y el corazón le duele
como un útero sangrante,
latido
tras latido.)




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sábado, 23 de junio de 2012

EL POEMA DE HOY




LEJOS SE VE LA ESTACIÓN



                                



Por Angelina Covalschi (*)




2 de noviembre de 1994



Una calle larga desde las chacras al pueblo

y en el medio la Estación.

Guarda la memoria,

los olvidos,

como los viejos de Sarmiento.




La calle junta veranos

a la una y media de la tarde.

Mis pies chicos destiñen

la senda de piedras y vientos amarillos.




Desde lejos ya veo la estación.

Busco ojos en los patios,

saludos de manzanas y de perros.

Camino despacio;

siempre es temprano para la llegada

del tren.




La estación huele a guisos y a retama.

Un montón de espaldas aguarda en los bancos.

Siesta de ojos abiertos.

Cebollines los ojos.

Andenes mirados,

vueltos a mirar.

Caras de arpillera y de maíz.

Brazos de canales y de río.




Dos bancos de madera, en la estación.

El humo salta desde el tren

como las riendas de un caballo.

Nos busca con silbatos, con hierros chillones.




Las caras pegadas

contra las ventanillas.

Uno a uno, los dos rostros:

el del vidrio y el que se hamaca

en el aire.




El tren empuja a la calle.

La acuesta entre los álamos.




Despierto la tarde de los abuelos,

en Colhué Huapi.

Les cuento que en la estación

quedó don Jenkins,

el tío Baltuska, don Casimiro.




La estación es un gajo de la vida;

dobla los ojos,

lengüetea en los vástagos,

abraza los silencios,

la llegada,

la partida.







(*) Reconocida escritora patagónica. Nacida en Sarmiento, reside actualmente en Rada Tilly. Es profesora de Lenguas y Literatura. Publicó, entre otras obras, “El puente” (cuentos, 1976), “La profanación” (novela, 1993), “Más fuerte que el fuego” (vida y obra del Padre Juan Corti, novela, 1998), “Monsieur el Rey” (novela, 2009. Segundo premio del Bienal Premio Federal 2008) y “Las dunas” (novela, 2011). Sus poemas y cuentos fueron recogidos en varias antologías nacionales y extranjeras.


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