El acto de escribir y sus efectos terapéuticos
Por Olga Starzak*
Innumerables libros de literatura muestran la necesidad emocional de sus autores de traducir en palabras sus propias vivencias, o referirse al variado abanico de los conflictos existenciales. Citar ejemplos sería interminable. Por recordar solo algunos pensemos en Miguel de Cervantes en El Quijote de la Mancha, Thomas Mann en La Montaña mágica, Francisco Umbral en Mortal y rosa, Enrique Vila-Matas en Doctor Pasavento, Orhan Pamuk en Estambul.
Se conocen -porque se ha teorizado mucho sobre el tema- los efectos terapéuticos de la escritura. Cualquiera persona que lo haya experimentado podría corroborarlo. Es sabido y vale recordar que las situaciones emocionales conflictivas (dramáticas, dolorosas, traumáticas...), guardadas tal un cofre de malos recuerdos producen dolor, desazón, miedo y hasta enfermedad en quienes no quieren o no encuentran el camino para dejarlas andar... y verlas alejarse. El acto de escribir se constituye en sí mismo un sendero propicio: una carta de amor, una de perdón, otra de confesión o aquella de bronca desatan sin más el nudo que estuvo allí en nuestro estómago, acuciante, o la opresión que en el pecho nos impedía respirar con holgura. Los mismos resultados puede lograr una reflexión hecha texto, un temor expresado en palabras, la narración escrita de una circunstancia, la crónica de un hecho que nos tuvo por testigos... La “escritura confesional” como método curativo es también una claro ejemplo de esto. Pero no quiero ahondar en un tópico que es facultad de los profesionales de la psicología. Sí quiero referirme al hecho de escribir Literatura. Pensando en lo expresado anteriormente no es difícil entender que tenga los mismos resultados sanativos; no solo para quien la produce, sino también para quien la lee.
El escritor, aunque de manera inconsciente, habla a través de sus personajes. Se ponen en juego sus propias actitudes, su historia personal, sus miradas sobre la vida, sus valores, sus emociones... Juega a desafiarlas, se convierte en la mejor de las personas, o en la peor... A libre albedrío elige el placer, el dolor, la violencia o la hipocresía. No lo hace siempre adrede, lo hace signado por la condición humana y las múltiples facetas del género. Y provoca en el lector los mismos efectos. Quien lee, como quien escribe, se somete espontánea y libremente -por deseo o por necesidad emocional- a una acción terapéutica en donde casi siempre está solo. Allí no debe exponerse a la mirada, a veces rigurosa, de ningún testigo: en su soledad puede mirarse a sí mismo y hasta sentirse acompañado, ya sea en su debilidad como en su fortaleza.
Es a partir de las palabras donde pueden producirse momentos catárticos muy significativos, es posible transitar senderos prohibidos sin ser visto, gozar con el goce de otros sin comprometerse ni comprometerlos, desnudar para siempre aquello que se ocultó con ansia. Es a partir de las palabras donde puede llorarse por el dolor ajeno sin ser consciente de que se llora por uno mismo.
No son exclusivamente las vivencias, los sentimientos o las emociones de los personajes los que producen efectos terapéuticos; son también el tratamiento de los tiempos y los espacios, sean estos reales o ficticios, del pasado o del futuro. Tan inciertos como posibles. Porque la condición humana tiene tanto o más de misterio que de realidad concreta, y subyace en el ser la búsqueda permanente de encontrar las respuestas más balsámicas al problema existencial.
Creo, en lo personal, que hay para cada uno de nosotros una gama de opciones factibles de poner en práctica, sin necesidad de ser escritor, ni mucho más, ni mucho menos.
A quienes nos gusta hacer literatura encontraremos alivio en nuestro espíritu a través de la poesía (género privilegiado a la hora de soltar las emociones), el cuento, la novela, la historia novelada... ¡Ni hablar de quienes escriben biografías! Otros lo harán a través de textos ensayistas, no ajenos a esta posibilidad. Y los más -y entre ellos todos- dejando caer en la hoja (o soltándolas como quien desenrosca el hilo para que vuele y vuele un barrilete) aquellas palabras que pugnan por salir... ya sea a modo de reflexión, carta, confesión, monólogo o crónica.
En fin... las palabras: un psicoterapeuta al alcance y al servicio de todos.
*Escritora chubutense.