google5b980c9aeebc919d.html

lunes, 4 de septiembre de 2017

EL CUENTO DE HOY



EL TREN DEL OTOÑO

Por Gladis Naranjo (*)




Ese  otoño iba a cumplir  9 años. Era un niño vivaz, curioso, imaginativo…y triste.

Conocía la soledad. Su padre, siempre atrapado en su trabajo casi ni se había enterado del tiempo pasado desde su nacimiento. Tenían escaso contacto, y su vida y éxitos escolares eran ignorados lastimosamente cuando no desdeñados al escuchar algún comentario del niño.

Su mamá, bellísima y hastiada de la vida familiar, tampoco se demoraba en él, refugiándose en las banalidades de su entorno, disfrutando de su ocio tan vacío como sus ojos.

Ninguno de los dos tenía tiempo para él…y el niño se alimentaba de sus propias fantasías, en el salón de juegos, alrededor de la gran mesa donde había armado su pista de trenes, que absorbía todas sus horas fuera de la escuela.

Con minuciosidad colocó primero las vías, que pasaban, en el rincón junto a la ventana, por debajo de un puente, y se cruzaban varias veces con los caminos para los autos. Había pintado la estación de rojo, las barreras amarillo brillante y los andenes de un maravilloso color verde uva. La locomotora era roja con los laterales color cobre, igual que los tres vagones que cargaban minúsculos tanques llenos de piedritas.
Decoró el espacio entre las vías y los caminos con la hierba que cortó del jardín de atrás, y agregó un bosque sombrío, hecho de ramitas frescas, y hasta un pequeñísimo lago que ni se notaba que era un espejo.

Y ese año (sus tiempos estaban contados de otoño en otoño, junto con su cumpleaños), ese año, por fin, pudo terminar la instalación eléctrica, con lucecitas que se encendían en los cruces, en la estación y sobre el puente cuando apretaba el botón rojo en el borde de la mesa. En ese momento el tren comenzaba a moverse, primero lentamente, con suave ronroneo, luego a mayor velocidad, haciendo brillar las puntas de las hierbas como si hubiera colocado un cristalito sobre cada una cuando el vértigo llegaba al máximo.

¡Cómo esperaba los fines de semana en que podía dedicar todo su tiempo a perfeccionar los mecanismos, a retocar con alguna  pincelada la pintura dañada o a agregar cada vez algún detalle nuevo al tren, a las señales o a la campiña, con su hierba y con su lago! ¡Cómo disfrutaba esas horas en que la casa estaba silenciosa y sólo existían en el mundo él y su tren!

Logró reducir al mínimo el ruido de la locomotora para no molestar a la mamá, que siempre dormía hasta tarde. Cuando apretaba el botón rojo y el tren comenzaba a marchar, rechinaban con suavidad las ruedas, guiñaban las luces sobre el puente, y luego el ruido se hacía más acompasado, más rítmico, en perfectas sístoles que armonizaban con las de su corazón.

La locomotora tenía un pequeño miriñaque, una cabina donde brillaban los mínimos controles y una banqueta diminuta y negra donde colocaba la figurilla de overol azul que, en sus juegos, conducía el tren. Se escuchaba el silbato y se iniciaba la marcha. La formación avanzaba con parsimonia por debajo del puente, se internaba en el bosque, pasaba junto al lago y después bostezaba cruzando la hierba para volver otra vez a la estación, y con un susurro recomenzar la aventura…

Faltaban tres días para su cumpleaños. El papá estaba en viaje de negocios (seguramente le mandaría una postal, como en años anteriores), la mamá preparaba la boda de una amiga e iba y venía con muestras de decorados, vestidos y arreglos para la fiesta. Él se refugiaba en el salón de juegos junto a la gran mesa, inventando obstáculos y soluciones para su tren, gozando en complicidad maravillosa.

Y llegó el día: el día de su noveno cumpleaños. Llegó la postal del papá, la mamá decidió al fin qué vestido llevar a la boda…y el día pasó.

Al anochecer se acercó al borde de la mesa, pulsó el botón rojo y el tren se estremeció. Apretó con fuerza los puños y respiró profundamente con los ojos fijos y húmedos. Trepó a la mesa, se mojó los pies en la hierba fresca, y justo cuando el tren empezaba a moverse, con un último impulso, alcanzó el pescante de la locomotora, se sentó en la banqueta diminuta y negra, se escuchó el silbato y comenzaron a andar, primero con un suave chirrido, luego acompasadamente, en sincronía con el corazón; pasaron debajo del puente y se internaron en el bosque sombrío…

Al día siguiente, cuando la mamá y el papá pulsaron el botón rojo para detener la marcha del tren… el tren no se detuvo.

Los padres no entendieron nunca cómo era posible que aún sin electricidad el tren continuara moviéndose a su propio ritmo, marcando sus latidos, y cruzara el puente, alcanzara el bosque, pasara junto al lago y luego, perezosamente, como bostezando sobre la hierba fresca, llegara a la estación y con un susurro recomenzara la maravilla del viaje, una y otra vez…



(*) Escritora neuquina, radicada en la provincia de Buenos Aires. Esta obra fue premiada en el concurso de cuentos de la ciudad de Azul en abril del corriente año.


lunes, 28 de agosto de 2017

LA NOTA DE HOY




PALABRAS MISTERIOSAS

Por Jorge Eduardo Lenard Vives




   Cuenta la leyenda que cuando en 1587 una expedición desembarcó en Roanoke, primer asentamiento inglés en América del Norte instalado dos años antes, halló la aldea vacía y ni un rastro de sus 107 habitantes. Sólo se encontró, grabada en un poste, la palabra “Croatoan”. Si bien con el tiempo se interpretó que se refería a una tribu indígena amiga, con la que los colonos podrían haberse refugiado para evitar los peligros de otros vecinos hostiles, la súbita desaparición de los pobladores otorgó fantasiosas acepciones al vocablo descubierto. Como las tiene también la rara leyenda “NDXOXCHWDRGHDXORVI”; escrita en la hoja de una espada medieval perteneciente al Museo Británico; cuyo sentido es aún objeto de especulaciones. Es que las palabras misteriosas han despertado la imaginación del ser humano a lo largo de la Historia; fascinación a la que no escapó la Literatura.

   Una de esas palabras misteriosas literarias es el término “Ixaxar”, en “La novela del sello negro” del galés Arthur Machen; que es otra forma de aludir a la enigmática piedra “Hexacontalytho”, tablilla donde obran los conjuros para impetrar a los entes adorados por los moradores de aquellas regiones previo a la llegada de los romanos. Son también crípticas las palabras “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, título de un cuento de Jorge Luis Borges, con marcada eufonía y vagas resonancias geográficas; que terminan siendo superchería, ficción dentro de la ficción, un fractal de la fantasía.

   Y son misteriosos los nombres ocultos de Dios, concepto presente en varias religiones y en muchas obras literarias; como en el cuento de Arthur Clarke “Los nueve mil millones de nombres de Dios”. En él, unos lamas tibetanos contratan expertos en computación para una tarea que describen así: “Los nombres del Ser Supremo, Dios, Júpiter, Jehová, Alá, etc., no son más que rótulos escritos por los hombres… entre todas las permutaciones y combinaciones posible de letras, se encuentran los verdaderos nombres de Dios”. Los informáticos trabajan varios años combinando letras, hasta cumplir el trabajo … con resultado sorprendente.

   A veces no es un solo vocablo intrigante, sino un conjunto de ellos; una frase, un mote. Por ejemplo, la extraña inscripción que Nicolás Poussin pintó sobre la tumba de su cuadro “Los pastores de Arcadia”: “Et in Arcadia ego”. Su incompleta gramática le da un obscuro significado; y así fue tomada por varios literatos como Wolfgang Goethe en su “Viaje a Italia”, Evelyn Waugh en su obra “Retorno a Brideshead” o William Faulkner en “Ruido y furia”. Esta sibilina sentencia nos lleva a otro arcano. Shugborough Hall es una mansión ubicada en Inglaterra. En el siglo XVIII su propietario, George Janson, hizo erigir en el jardín un “Monumento de los Pastores”; con una réplica esculpida del cuadro de Poussin. Pero al epígrafe "Et in Arcadia Ego", agregó un criptograma en bajorrelieve que reza “D.O.U.O.S.V.A.V.V.M”; cuya connotación no ha sido todavía descubierta y se presta para múltiples interpretaciones.

   La Literatura Patagónica, en su alcance ampliado, también tiene sus palabras misteriosas. Una de ellas es el “¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!”, que en los mares antárticos Edgard Allan Poe hace escuchar a Arthur Gordon Pym; brumosa locución reiterada por Julio Verne en “La esfinge de los hielos” y Howard Philip Lovecraft en “En las montañas de la locura”. Los anómalos sonidos se emparentan con presencias sobrenaturales, intuidas y vagas en Poe, explícitas y terribles en Lovecraft; detrás de las cuales se alza la figura de la diosa fueguina Schalgpe, según propone Roberto Payró en una nota de “La Australia Argentina”.

   El nombre mismo de la región, Patagonia, es misterioso; pues su origen permaneció recóndito mucho tiempo. Cuando Antonio Pigafetta en su “Viaje en torno al globo” dice en forma escueta “El capitán general llamó a los de este pueblo patagones”, sin hacer ninguna aclaración, inició la polémica. Se intentaron varias elucidaciones; aunque la lectura de las páginas del “Primaleón” de Francisco Vázquez, sobre el gigante Patagón y sus patagones, no dejaría dudas al respecto. El tema es, ¿por qué llamó Vázquez así a su titán?

   Pigafetta introduce otra término misterioso, “Setebos”; un demonio patagón que, junto con sus cheleules, desapareció con el tiempo de la región. Pero fue rescatado del olvido por William Shakespeare, que lo incorporó en su obra “La Tempestad” como el dios del personaje Caliban. Siglos más tarde, Robert Browning lo revive en su poema “Caliban upon Setebos”, de 1864. Sin embargo, menos conocido es que también es mencionado por Arthur Conan Doyle en la novela “A Duet, with an Occasional Chorus”, de 1899. Allí, tres lectoras de un club literario se reúnen para analizar el poema de Browning; hasta que llegan al verso “Setebos y Setebos y Setebos”. Discuten si se trata de una o varias personas y arriesgan diversas hipótesis; pero cuando en la línea siguiente descubren que es un solo Setebos, deciden cambiar de poeta.

   También hay palabras misteriosas que jamás se conocerán. Como la letra de la canción que María Reumay susurra en sueños a Emiliano Villaverde en la novela “Con los ojos del puma” de Hugo Covaro; al tiempo que le advierte: “Cada chamán tiene su propia canción… Nadie más puede cantarla, porque si eso pasa, perderás tu poderes…. cuando regreses de este viaje podrás cantarla, y serán palabras incomprensibles para los demás”. O la palabra misteriosa que en la novela “El gallo canta a la medianoche”, el doctor Karl Weisse susurra al oído de Rainaldo Sticcurani; la que sólo el Gran Maestre, el Aprendiz y tal vez el autor del libro, Carlos Dante Ferrari, conocen.

   Las palabras misteriosas tienen un sentido estético en la Literatura, pero en su origen el significado fue mágico. El pensamiento mágico, según refiere Sir James George Frazer en “La rama dorada”, lleva a confundir el significado con el significante –al decir de Ferdinand Saussure –; y surge la idea de que la mera enunciación de una palabra puede lograr el efecto que la misma denota; o que a través de un nombre se puede llegar al ser que lo porta. En algunos pueblos antiguos, cada individuo elegía un nombre secreto, su verdadero nombre; para que los enemigos no pudiesen usarlo de instrumento para transmitir sus designios.

   Es tan maravilloso el milagro del lenguaje, que los seres humanos siempre sintieron un influjo singular por todas las palabras; no sólo por las misteriosas. Porque… ¿qué es la Literatura sino la combinación mágica de voces? ¿Qué mayor magia puede haber que la de provocar sentimientos y pensamientos en otra persona, por medio de las letras, a través de la distancia y el tiempo? Eso es en realidad lo misterioso del fenómeno lingüístico. Respecto a los otros misterios… como señala Umberto Eco en “El péndulo de Foucault”, el pergamino del coronel Ardenti era, en realidad, una nota de lavandería.

miércoles, 23 de agosto de 2017

LA NOTA DE HOY









MIGUEL OYARZÁBAL

Poeta (1948 – 2017)




    Una vez conocí un poeta. Fue hace unos años, una tarde de invierno en la Feria del Libro de Gaiman, cuando Margarita Borsella me presentó a Miguel Oyarzábal. Charlamos un rato largo sobre —¿qué otra cosa podía ser?— Literatura y otros temas comunes. Luego mantuvimos un contacto esporádico.

   Tenía noticias de él porque Margarita cada tanto me comentaba sobre una obra que estaban escribiendo juntos; una novela epistolar que ojalá algún día vea a la luz, porque sería el mejor de los homenajes que se puede hacer a un escritor: que su obra perdure la muerte.

    Porque el bardo nos dejó. Cuando en este blog se publicó su poema “La otra ciudad”, figuraba una breve reseña de su vida y obra. Allí decía que Miguel era poeta, periodista y narrador oral. Nacido en Salto (Bs. As.) en 1948, se radicó en Puerto Madryn en 1979. Protagonizó espectáculos literarios y contó sus historias en el canal de televisión provincial de Chubut, en la Feria del Libro de Buenos Aires y en Colombia (2003) y México (2006). Desarrolló el proyecto de narración oral sobre recuperación de la memoria “Re-Conocernos” (100 cassettes conteniendo textos de autores patagónicos e historias de la zona, editados en 1995 por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Puerto Madryn y distribuidos gratis en las escuelas). Publicó los poemarios “Pasillos” (1986. Premiado en la convocatoria de autores inéditos de la Dirección Provincial de Cultura ), “Y esa tinta no se borra” (1992. Primera mención del concurso del Encuentro de Escritores Patagónicos en 1989), “Noctambulario” (1994. Primer premio del concurso del Encuentro de Escritores Patagónicos en 1993), “Después” (1997. Primera mención del encuentro de Escritores Patagónicos en 1993) “La Lámpara” (2001) , “Café con cielo” (2006. Es una selección de los libros anteriores en forma de disco compacto) y “Por lo que tengo” (2011). Fue becado por el Fondo Nacional de las Artes para Perfeccionamiento en Poesía (1987) y por Fundación Futuro (1988-1995) con una beca de creación.

   Además tuvo varios reconocimientos: a su Mérito Literario, por la Biblioteca Popular Juan José Castelli (1974), a su Trayectoria en la Cultura, por la Revista Tela de Rayón, Diario “Jornada” (2007), a su Trayectoria Literaria por el II Congreso Latinoamericano de Comprensión lectora (2009), al Mérito por la actividad cultural en Literatura por la Municipalidad de Puerto Madryn (2010) y la Alta Distinción de la Municipalidad Distrital de Ahuac, Perú (2009). Integró la antología de poetas madrynenses “La cuerda de los relojes limando el tiempo” (2012) Entre 1995 y 1998 dictó talleres de narración Oral en escuelas regionales; y desde 1997 talleres de Expresión escrita, en varias localidades de la zona. Fue homenajeado en la Feria del Libro de Puerto Madryn en 2016. Faltaba el cierre de su biografía; que llegó el 19 de agosto, hace un par de días.

   Pero los poetas no mueren. Si bien ni del arte la muerte se olvida, dice el verso de un olvidable poema, los artistas siguen viviendo en sus obras; y cada vez que alguien lea una obra de Miguel, el vate va a estar allí, con los gruesos anteojos que -según sus propias palabras -  apenas mitigaban su débil visión, esa condición que compartió con otros grandes poetas, y que tal vez lo llevaba a mirar más hacia adentro para encontrar su inspiración. Va a estar allí, con su alma de bohemio, que sabía de amaneceres entre amigos; en los que la poesía surge como un lenguaje natural y se poetiza aun sin saber que se lo está haciendo.

   Como señalé más arriba, los autores adquieren la inmortalidad de sus obras. Cuando un lector lee las palabras escritas a veces muchos años atrás, como si se tratase de un ritual esotérico, el literato revive, se hace presente. Para lograr ese milagro copio abajo uno de sus tantos poemas, “Amanecidos”, que muestra la intensidad de su creación y el cual —sospecho— le habrá gustado mucho escribir. Y si cuando lo está leyendo el lector siente la presencia de un señor alto y delgado, de barba y lentes, que lo observa con una clara mirada, no se asuste: es Miguel que, conjurado por la lectura, acudió a su lado.

AMANECIDOS

Siempre aparecen a esta hora;
son los últimos vampiros, 
bebedores de la savia nocturna de la vida.
Los veo;
con los párpados gastados y sin hablar
me cuentan de esta noche,
que no es distinta a las demás.
Ellos son los que pasaron el límite de las dos, o de las cuatro,
y que aún escarban en los huecos de las luces,
en el gusto somnoliento de café con cigarrillo.
Deambulan, casi en patota, casi solos;
hasta que el sol los atrapa en mitad de la vereda;
es la hora de partir
y parten
desperdigados,
buscando un lugar donde caer
para olvidarse hasta de sí mismos
y esperar que el día se olvide de ellos.
Se van solos, sin ruidos;
no hacen falta las cruces para ahuyentarlos,
cada cual lleva la suya.




Jorge Eduardo Lenard Vives

sábado, 19 de agosto de 2017

EL POEMA DE HOY



DESVELO
Extrañando en ritmo de tango


Por Julio J. Leite (*)




La noche
con
sus puntas
me traspasa…
-chorreo sombras-
enciendo una distancia
y me la fumo,
hay cenizas celestes
que me miran,
cielos gruesos
que aplastan
mi humedad
de silencios
y es un grito hacia adentro
Esta mano vacía
que se aferra
             a este vaso
y se lo bebe
cual si fuera tu cuerpo.





(*) Escritor fueguino. El poema es de su libro “Piedrapalabra” (El Rey Tuerto, Buenos Aires, 2014). 

domingo, 13 de agosto de 2017

EL POEMA DE HOY





TESTIMONIO SIMPLE PARA ESTA TIERRA DEL SUR


Por Anita Aracena (*)





Chubut, tu nombre, se alarga con las estrellas.
Los sueños de la infancia vuelven mirando el cielo.
De nuevo dibujo con las nubes
Y espero la noche acercarse mientras el viento se levanta
y todo el corazón se dobla sin hablar
entre la jarilla y el jume.

La pampa agita sus pequeñas ciudades verdes.
A veces, un molino solitario
dialoga con las gotas de agua.

Antes, eso era antes, el río venía
con un cielo navegando en las velas
y un mar lejano salado y marinero.

Vino la pequeña lluvia y el trigo a la orilla del agua.
Acaso el mismo que juntaba las canciones
entre la primavera y el humo que subía el invierno
de una aldea de Gales.

Que puso un día, campanas en el valle,
sobre el río, el cielo y los álamos.
Antes, todavía antes, los indios madrugadores de senderos
aprendían la luz que manejaban las flechas

Alguien debe recordar en la ciudad de los rascacielos
entre la sucia soledad del aceite y el humo
el sabor de los calafates y la mirada lechosa
de los chulengos,
el rincón donde se juntan las torcazas
y el zumbido de los tábanos después del mediodía.

El pulso inicia el paisaje que trepa por la sangre
porque quiero decir la patria chica
con la sonrisa botada de sol y mar
hasta que las estrellas inunden los ojos
y los sueños de los niños sigan creciendo en el sur.





(*) Escritora de Comodoro Rivadavia. El poema es de su libro “Cómo son de azules las palabras” (Edición del autor, Comodoro Rivadavia, 1986).




sábado, 5 de agosto de 2017

EL POEMA DE HOY



EL VERSO QUE ME DUELE


Por María Julia Alemán de Brand (*)




Mi verso es la nostalgia de la tierra,
el nativo solar, la bienquerencia, 
Es la hijuela venida de la herencia
y el ámbito de luz que nos encierra.

Es el pardo solar, al que se aferra
mi telúrico canto, mi vivencia.
Es un algo vital de mi existencia
esa parte que nunca se destierra.

Y esa parte es el verso, al que yo llevo
tan dentro de mí, que el verso duele
con un dolor de siglos, siempre nuevo.

Lo arranco de mi ser, que libre vuele
más allá de la tierra en que me abrevo
y hecho tierra o candil, siempre la vele.






(*) Escritora de Esquel. El poema es de su libro “Soy poesía, búscame en el sur” (Ediciones Último Reino, Buenos Aires, 1991).

viernes, 28 de julio de 2017

EL POEMA DE HOY




FEBRICITANTE


Por Eduardo Talero (*)





Si el termómetro sube
dos milímetros más,
se apagará esta vida
por siempre jamás…
Así les dijo el médico
después de examinar
mi pulso y del termómetro
la escala mercurial.
¡Oh, Señor! yo me dije,
¿conque mi vida está
tan sólo a dos milímetros
de la honda eternidad?
¡Oh, Señor! ¿Conque el áspid
que alargándose va
entre ese cristalito
me viene a emponzoñar?
¿De los miles de leguas
que he recorrido ya,
un milímetro sólo
me resta, nada más?
¿Conque ese áspid de argento
misterioso es capaz
de poner a mi vida
punto, punto final?
¿Lo que no consiguieron
ni balas, ni puñal,
ni besos, ni serpientes
ni cóleras del mar,
lo puede un hilo tenue
de sensible metal,
que se estira y contrae
por propia voluntad?
¿Quién eres? ¿Estilete
sutil de Satanás,
o gélido pistilo
de alguna flor letal?
¡No te muevas, no subas
ni un milímetro más!
¡Para, corazón mío,
la estocada fatal!

…………………………

¡Más no!... ya me ilumina
la fiebre el más allá.
¡Sube, hilito de argento,
un milímetro más!
Conviérteme el cerebro 
en lámpara estelar
que a tu contacto fluya
como aurora boreal;
toma el corazón mío
en péndulo de paz
y elévalo a la luna
de dónde eres un haz,
elévalo a la luna
para siempre jamás…
¡Sube, hilito de argento,
un milímetro más!






(*) Escritor argentino (1874-1920), nacido en Colombia. Durante varios años se desempeñó en el gobierno del Territorio del Neuquén, donde escribió su obra “Voz del Desierto”, reconocida por Jorge Luis Borges como uno de los títulos señeros del vanguardismo americano. Es autor además de “Ecos de Ausencia”, “Cascadas y remansos”, “Troquel de fuego”, “Por la cultura” y “Culto al árbol”. Este poema, que escribió en su lecho de muerte, fue publicado en forma póstuma por la revista Caras y Caretas, de la cual era colaborador. En este caso, fue tomado del libro “La Torre Talero: historias de vida del doctor Eduardo Talero Núñez y su Torre”, de Martha Ruth Talero de Passano (Editorial Bourel, Buenos Aires, 2013). Martha es nieta del escritor; y en su obra le dedica un emotivo y enjundioso homenaje.


sábado, 22 de julio de 2017

EL RELATO DE HOY






VIAJE POR MI TIERRA (Prosa poética)


Por Ana María Manceda (*)




Viajo…Voy...regreso cuando el río me llueve y mi reloj de arena se detiene para dejar caer sin tiempo, oro polvoriento del universo.

¿Hacia el norte olvidado de mi tierra? ¿Hacia el sur de la ignominia?
Viajo, vuelvo por este pedazo de planeta desgajado. Recorro suspiros verdes de siembra y ensueños de industria que fue.

Debajo de mi viaje, siento, con los pies desnudos de esperanzas, que me va sosteniendo la riqueza de este suelo. 
Me electrizan los fósiles y la historia hurga mi cuerpo, 
hasta el cerebro. Me abanican los bosques, me sombrean
las sierras y la pampa provocan mi vuelo.

Quieta…quieta arena del cosmos. Quieta, detente. Mira por un rato a los humanos allí en la selva, la pampa, las sierras, la cordillera,
las ciudades. Allí, allá ¡No! ¡tanta inequidad, olvido, brutalidad, silencios! ¡No!

Tengo la luna, el sol y las constelaciones de mi hemisferio.
Veo los desiertos que avanzan y nacer asombrosa una flor blanca,
olorosa de vida en un cactus solitario e enhiesto.
Tengo el perfume de los tilos, las alas de los pájaros,
 los cerezos en flor, los ñires, las lengas, los raulí helados
en la nieve apenas suspendida y los naranjos calientes de los cerros.
Amado pedazo de planeta desgajado, viajo con una nota, sonrisa imperceptible, viajo con los recuerdo, los pies ligeros,
las lágrimas perezosas. Quiero tocar las estrellas en la pleamar
y adormecerme sumisa en la bajamar.
Hay palabras, ricas, tramposas, ilusionadas que siembran mi boca en este largo, loco viaje. Una esperanza impulsa mi cuerpo y me siento guiada por la brújula besada por los vientos.

Viajo. Voy, regreso cuando el río me llueve y mi reloj de arena se detiene para dejar caer sin tiempo, oro polvoriento del universo.



(*) Escritora neuquina. Este texto es de su nuevo libro, en preparación.




domingo, 16 de julio de 2017

EL POEMA DE HOY




MÁS ALLÁ


Por Gonzalo Salesky (*)





No hay nada más,
más allá de tu silencio.
Sólo palabras.

Más allá del cielo, del infierno,
la música y el tedio,
del tímpano aturdido,
de sinfonías vacuas,
del olfato y la sangre…
¿qué queda en este mundo tan vacío?

¿El proceso, la causa,
el hálito salvaje?
Ánforas y espíritus
osados, casi ciegos,
no quieren más crepúsculos en vela.

Banderas de vidrio
encierran la tristeza.
La suciedad mojada,
el espectro del fuego,
los temas recurrentes.

¿La pasión apagada?
Refugios en otoño,
príncipes despojados
opacan mi instinto
al verme en tu piel.

El tiempo me libera y, suavemente,
me entrego a tu recuerdo una vez más.






(*) Escritor cordobés, unido por fuertes lazos familiares con el Valle del Chubut. De su libro Ataraxia (SE Ediciones, Córdoba, 2009).




viernes, 7 de julio de 2017

COMENTARIO A UNA OBRA PUBLICADA RECIENTEMENTE




COMENTARIO ACERCA DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO
“EL GALLO CANTA A MEDIANOCHE”, de CARLOS DANTE FERRARI (*)


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES



La lectura de “El gallo canta a medianoche”, de Carlos Dante Ferrari, genera la sensación de haber hallado un libro que dejará huellas en la Literatura regional; y que muestra sobrados méritos para ser reconocido a nivel nacional. Como en sus anteriores títulos “El riflero de Ffos Halen” y “Ritual de Siesta”, el autor recurre a sucesos reales del pasado regional como excusa para crear una obra de inquietante ficción.

En esta novela pueden reconocerse tres ejes temático-estilísticos, sobre los cuales se apoya el interés que despierta el texto en el lector: una trama apasionante, relacionada con lo sobrenatural; una escritura amena y ágil; y una nostálgica reconstrucción del ayer valletano.

El argumento, pese a tratarse en el fondo de una manifestación del género policial, ingresa en el terreno del intimismo; y se entremezcla con la vertiente fantástica. Aparece la magia en su variante más obscura; y también en su faz de atenuado y ambiguo esoterismo. Pero también surge la explicación lógica y racional a todo lo que sucede; que trae una y otra vez a la realidad la imaginación del leedor exaltada por la narración. Esta intención se reafirma en las citas de Sigmund Freud y James George Frazer agregadas en las solapas de la edición; con alusiones al origen de la magia en la mentalidad primitiva, como arbitrio para enfrentar a la naturaleza hostil y a sus propios congéneres. Sin embargo, al final, como un guiño del escritor al estilo de la ambigua sonrisa del gato de Cheshire, queda flotando la sombra de la duda; que inclina la balanza un poco más hacia el lado de lo obscuro y lo latebroso.

El autor recurre, para ayudar a crear la sensación de incredulidad suspendida que reclama a quien lee, a la cita erudita de bibliografía y autores reales; como Harvey Spencer Lewis y su “Envenenamiento Mental”, el “Corpus Hermeticum” de Hermes Trismegisto o el “Tratado elemental de magia práctica” de Papus. Se introduce también en el terreno, más escabroso, de la cábala, la gematría y sus coincidencias numéricas; y en el mundo de las ceremonias iniciáticas y los ritos secretos, que colman la imaginación de los que buscan escapar a la desesperante y prosaica realidad de lo cotidiano. El campo no es ajeno a Ferrari, quien en su anterior creación “Visiones en la Torre”, explora el ámbito de la metempsicosis y el mesmerismo.

Con relación al segundo eje, la presencia de un estilo ameno y ágil, es una característica que se materializa, a su vez, en la descripción de lugares y situaciones en un lenguaje claro y conciso, sin aditamentos innecesarios, en un adecuado manejo del diálogo; y en el recurso a desarrollar la historia en capítulos cortos que, como los peldaños de una escalera, permiten avanzar en la lectura sin provocar tedio. La prosa del autor es nítida y va directo a su objetivo; aunque se adorna con recursos literarios variados y frases que presentan pensamientos originales y profundos, de esos que engalanan la producción de los buenos escritores. Por su parte, las conversaciones entre los personajes son naturales; emplean palabras cotidianas sin caer en la exagerada vulgaridad que acostumbran muchas veces a mostrarnos las letras actuales. En tanto a su estructura, el arbitrio de recurrir a los capítulos de pocas hojas, introduce los hechos de una forma gradual y sutil. Se comienza con una bucólica evocación de la infancia del protagonista, que parecería predecir una sencilla historia de inmigración y desarraigo; y se encuentra, en el momento menos pensado, en un escenario signado por el misterio y el crimen.

Respecto a la cuidadosa evocación del pasado del Valle del Chubut, orientada a la década de los años cuarenta del siglo XX, cuando suceden los hechos principales que se narran; se basa no sólo en el conocimiento de un descendiente de familias fundacionales del valle, donde se reúnen comentarios sueltos oídos de chico, charlas con amigos memoriosos y leyendas urbanas que el viejo poblador conoce; sino también en una búsqueda paciente en archivos periodísticos e históricos de diversas instituciones. Ello da lugar a la vívida remembranza de una época de la zona que dejó muchos recuerdos en sus habitantes.

El volumen puede ser leído como una obra de ficción; sin aditamentos. No se necesita conocer Trelew, ni Gaiman, ni el Valle del Chubut para disfrutar de sus páginas; porque Ferrari adhiere al ideal tolstoiano de pintar la aldea para pintar el mundo, y sus palabras superan lo local para tocar un tema universal: el camino que lleva de la obsesión a la muerte. Pero también es un homenaje a su lugar natal. El autor logra de esa manera un efecto que trae a la memoria las páginas del “Crimen y castigo” de Fedor Dostoievski. Profundamente ruso, Dostoievski no puede dejar de retratar los lugares familiares de San Petersburgo donde transcurren las acciones; el marco necesario a los hechos que ocurren.

Esa referencia trae a colación otra característica común de ambas creaciones: las dos son novelas policiales, que recorren el camino desde el crimen al castigo. Y en las dos se conoce el victimario; y la trama se centra en averiguar sus motivos. En un caso, previo al homicidio; en el otro, a posteriori. Lejos de los lugares comunes de la temática contemporánea regional, el texto de Ferrari incursiona en los temas realmente universales, sin perder de vista que el escenario de la narración es familiar y reconocible.

Para resumir, este libro es una Novela. Así, con mayúsculas, para remarcar que cumple con la problemática de la ficción literaria: una creación que entretiene y hace pensar. Pero que entretiene sin caer en lo frívolo y chabacano; y que hace pensar sin derivar en el ensayo de psicología, sociología o política, errores tan frecuentes en la escritura de hoy. Es una verdadera Novela. Y, como sabe el entendedor, eso es mucho decir. Dar la bienvenida al panorama literario regional de esta obra es un honor; leerla es una necesidad para entender los nuevos caminos que se abren a la Literatura Patagónica.


J.E.L.V.




(*) “El gallo canta a medianoche”. Ferrari, Carlos Dante. Literasur, CABA, 2017. Tapa de Ivana Ferrari. En la contratapa, el autor del libro agradece al diario “El Chubut” y al Espacio de Arte Mudich.


sábado, 1 de julio de 2017

LA NOTA DE HOY




LOS LIBROS Y LAS IMÁGENES


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




En la novela “Padres e hijos” de Ivan Turguenev, el protagonista, Bazarov, afirma: “El dibujo me ofrece en una imagen lo que en un libro se desarrolla en diez páginas completas”. Esto es muchas veces cierto; y lo es sin dudas para una persona que no sabe leer, para quien una ilustración no vale diez páginas sino infinitas; ya que ni una sola palabra tiene utilidad para él. Pero también es verdad que los vocablos no sólo permiten transmitir imágenes visuales sino auditivas, olfativas, táctiles, gustativas, difíciles de graficar; y, sobre todo, pueden comunicar ideas abstractas, pensamientos y sentimientos, que es el terreno de lo literario. Por otro lado, la escritura, en cuanto a representar lo captado por la vista, recurre a la imaginación. Cada lector recrea la fisonomía de los personajes, sus vestimentas, los lugares donde transcurren las acciones, según su propia inventiva. Es una tarea creativa que no deja lugar al estereotipo ni admite el producto enlatado.

Sin embargo, Literatura y artes plásticas se han llevado bien desde largo tiempo atrás; y ello no escapa a las letras relacionadas con la Patagonia. De hecho, algunas de las estampas más emblemáticas de la región difundidas en la Europa antigua, fueron hechas para un libro. Cuando en 1766 vuelve a Inglaterra la expedición del Comodoro John Byron —abuelo del poeta Lord Byron—, trae la noticia de que realmente existían los gigantes de la Patagonia a los que había hecho referencia Pigafetta. A poco de su regreso, en 1768, se publicó un volumen de autor anónimo donde se hablaba de tales portentos; y se reproducían dos viñetas, que se transformaron en alegorías de esos territorios lejanos: las de un hombre y una mujer con un niño, de proporciones ciclópeas, en compañía de un europeo que a su lado semejaba un escuálido liliputiense.

Un año más tarde, en un texto del Abate Pertney, quien había acompañado el viaje de exploración de Bouganville a las Islas Malvinas, se incluyen nuevas ilustraciones de los colosos patagones muy similares a las anteriores; también difundidas en forma amplia. Una digresión literaria: a raíz de los relatos propalados por los marinos de Byron, el tema de los titanes sureños fue objeto de atención por parte de la sociedad inglesa. Es así que el escritor Horace Walpole, autor de “El Castillo de Otranto”, título considerado como la primera novela de terror gótico, escribe un breve ensayo en tono sarcástico llamado “An account of the giants lately discovered”; donde dice: 

“All that public can learn yet is, that captain Byron and his men have seen on the coast of Patagonia five hundred giants on horseback”.

Volviendo al tema principal, los santos fueron acompañando los folios a lo largo de la historia, pasando de los dibujos a la fotografía; e incluso combinando ambas técnicas. Las ilustraciones también saltaron a la tapa de los volúmenes. Con el advenimiento de nuevas tecnologías de impresión, se facilitó la inclusión de figuras en las obras; y se cimentó la variante de la infografía y otras técnicas parecidas; en cuyo extremo más alejado se sitúa el “libro de artista”. Éste no sólo recurre al grabado sino al objeto; y, pasando a los terrenos de la pintura y la escultura, escapa del dominio de la Literatura. Dentro de las numerosos frutos que ofrece esta irrupción de lo gráfico en lo textual, pueden encontrarse las recopilaciones de fotos, los volúmenes de cuentos para chicos, pletóricos, como es lógico, de láminas coloreadas; y la historieta, variantes todas hallables en la Literatura regional. 

En una oportunidad, la autora chubutense Margarita Borsella empleó el término “Literatura ilustrada” para nombrar una exposición en la cual presentaba algunos de sus escritos, acompañados de tomas fotográficas también de su creación. Con el tiempo, la instalación se transformó en un libro, “Silencios”; donde esta simbiosis ente las letras y la plástica se vislumbra página a página. La amalgama de las dos disciplinas se ve en otras obras; como “Microficciones Ilustradas”, microrrelatos, relatos y poemas del escritor de Río Gallegos Paulo Neo y dibujos de Andrés Casciani, la “Antología Íntima” de la fueguina Niní Bernardello con los aportes plásticos de Maximiliano López o la novela ilustrada “La Santa Cruz de Hielo”, de Luis Ferrarasi, graficada por Andrés Berón, ambos artistas santacruceños.

Hay un estrecho vínculo de la imagen y la palabra con la realidad, a la que interpretan en abstracto. A veces la exponen tal cual es; pero también pueden amplificarla, pueden llevarla por los caminos de la imaginación; y allí no hay quien alcance la acción de estas Artes. Aunque, como dijo Alfred Korzybski, “el mapa no es el territorio”. Cuando se quiere reflejar la substantividad, nada puede superarla. Se puede fotografiar o describir una escena o un paisaje. Por ejemplo, la visión de un lago cordillerano, desde la falda boscosa de una montaña, un mediodía de verano. Pero ni la imagen ni las letras podrán hacer sentir lo que se percibe en forma objetiva estando presente en ese momento en el lugar; la combinación de placer estético que brinda a los ojos la naturaleza bajo la luminosidad propia de la hora del día, la tibieza del sol calentando la piel, el rumor de algún arroyo lejano o el zumbido del vuelo de un insecto; y el olor de la resina de los alerces. De lo real a lo virtual hay un gran paso.


martes, 27 de junio de 2017

EL POEMA DE HOY




19


Por Antonio Vicente Ugo (*)





Sé que vuelves sobre ríos congelados,
sobre arenas de múltiples jornadas,
el pie se aferra a tierras olvidadas,
a árboles de ramos desgajados.

Te agota un viento en rachas hilvanadas,
de rumbos inciertos y mojados.
Tienes los ojos como los soldados
muertos al amanecer entre granadas.

Ilusión que me acecha en un instante,
de paloma fugaz en un arbusto
con pertinaz arrullo cautivante.

Yo sé que vuelves de cualquier manera,
el pie descalzo, descubierto el busto.
(Lo dejo aquí, que el corazón espera).







(*) Poeta chubutense. El poema “19” es de su obra “La tierra que me diste” (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1994)