Las tijeras*
de Virgilio Zampini
Las había comprado en Liverpool el día antes de embarcarse para la Patagonia. La Colonia del Chubut sería su ocasión de ejercer el postergado oficio de sastre y quería hacerlo con una herramienta nueva. Por eso había recorrido ávido todos los comercios de la ciudad hasta dar con el modelo y la marca que siempre quiso.
Esa primera noche, en la hostería, guardó las tijeras bajo la almohada. Y se durmió mientras imaginaba el seguro siseo avanzado en las telas por las rayas de tiza.
El viaje duró dos meses. Dos lentos meses de 1865. A bordo, nadie sabía mayores cosas sobre la tierra de destino. Era, simplemente, un mañana distinto, un legendario horizonte americano.
Alguno que otro día, al sacar ropa de equipaje, su mano se demoraba en las tijeras. Y, de pronto, las tomaba, sentía su forma exacta, verificaba su callado filo.
Llegarían a Patagonia en invierno. Tal vez tendría que cortar algún abrigo, o el vestido de esa novia que veía todas las noches en cubierta.
Desde las tijeras, el futuro adquiría perfiles familiares.
Desembarcaron en Bahía Nueva. El puerto natural le pareció cautivante. Hacia el sur, la playa concluía en cuevas rocosas. Al norte, un acantilado blanco volvía el mar más azul. Al oeste, después de esas lomas pardas, debería estar el río de los sauces y las sinuosidades. Cargó su breve equipaje y resolvió escalarlas. Por momentos, sintió el placer de las tijeras en una tela nueva. Todavía escuchaba el himno que, allá en la costa, cantaban los viajeros. Y tarareó una estrofa mientras los perdía de vista.
La invariable meseta lo sorprendió. Él no conocía otra naturaleza que los campos de Gales: húmedos, verdes ondulados. Siguió andando. Quizás después de aquellos arbustos oscuros...
Cuando el sol se puso, se sentó a descansar. Ya no existían los puntos cardinales. Después quiso correr. Y a cada salto le crecían la noche y las tijeras.
Durante tres días, cruzó repetidamente sus propias huellas.
El equipaje comenzó a pesarle. Y lo fue alivianando. Este pantalón... esta chaqueta... estos zapatos. Y se quedó solo con sus tijeras.
La vidriera de Liverpool, el vestido de novia, la tiza en la tela, ardieron entonces en la sed, el hambre y el desierto, que le ganaron la entraña y lo volvieron un simple hilo.
En la meseta extranjera, irresistibles, las tijeras lo cortaron.
* Nota del autor: En el diario de Lewis Humphreys (pág. 18) se menciona la pérdida de David Williams. Durante el viaje que hiciera desde Gales, había guardado en sus bolsillos unos versos que sobre la imaginada Patagonia escribiera su compañero Aaron Jenkins. Tocó a éste, años más tarde, encontrar sus restos en un lugar que se conoció desde entonces como “Bajo de los Huesos”, ubicado entre Puerto Madryn y Rawson. Y una de las pruebas para identificarlo fue el hallazgo de los versos (Cf. Williams. Egryn. Aarón Jenkins, Revista El Regional. Gaiman. Julio 1978).