“Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez
Por Olga Starzak*
Hago esfuerzos por recordar contemporáneos que hayan escrito una obra de la magnitud de Cien años de soledad y no viene a mi mente ningún nombre. Hablo de obras escritas en nuestra lengua, claro. ¿O es que el arte sólo se aprecia en el ocaso del autor (en la mejor de las circunstancias), o después de su muerte? Esta variable que quizás sea válida en muchos casos no lo ha sido para Gabriel García Márquez porque, ya sabemos, antes de escribirla, sólo con unas cuantas páginas, algunos visionarios de las letras pudieron predecir su futuro.
Ahora bien ¿qué estado mental, de lucidez, intelectualidad, objetividad, imaginación y destreza técnica tiene que tener una persona para escribir una novela de casi cuatrocientas páginas sin dejar librado al azar un sólo párrafo? Cien años de soledad es un ir y venir de sucesos concatenados, de historias paralelas, de conexiones exactas… Y todo eso ocurre en un tiempo que el autor inaugura como tiempo real de los protagonistas, y los hace volver al pasado con la misma espontaneidad que en algún momento dice refiriéndose a Pilar Ternera: “Años antes, cuando cumplió los ciento cuarenta y cinco años…” . ¿Qué estado de desvinculación con sus personajes tuvo que lograr el autor para convertir a Úrsula (personaje que sobrepasa todas las fronteras de la saga), al final de su vida, en un juguete destinado al entretenimiento de los más chiquitos de la casa (¡un juguete propiamente dicho!); y a la hora de su muerte transmutarla en un ser que ocupaba “una cajita apenas más grande que la canastilla donde trajeron a Aureliano”?
Todo está permitido en Cien años…: lo inexistente, lo místico, lo imposible; la magia, lo esotérico, la leyenda; la ternura y la crudeza. Hasta el incesto. Esto último es un eje que va a estar presente, atravesándola, durante todo el desarrollo de la obra, desde las primeras páginas hasta las últimas: Úrsula y José Arcadio, Aureliano y Pilar Ternera (aunque esta última por ser su madre, lo evite), Aureliano José y Amaranta, Rebeca y José Arcadio (hermanos de crianza, aunque no de sangre), y muchos años después otro Aureliano Buendía y Amaranta Úrsula.
En tiempos de guerra García Márquez se permite narrar los hechos desde la pasión de los fanáticos, de la violencia sin límites y la muerte como tema central de toda la novela, tanto que prolonga, desafiándola, la vida de los personajes que elige y la inaugura en Macondo. No se cansa de imaginar y no le teme a lo inverosímil porque toda su obra es un conjunto de circunstancia que, hiladas, demuestran la profunda coherencia interna del relato. Desde José Arcadio, tendido al pie del castaño víctima de la locura, hasta Aureliano Babilonia, último de la estirpe, en su destino de descifrar los mensajes de la alquimia... Remedios elevándose en cuerpo y alma al cielo, Fernanda entregada a una operación quirúrgica espiritual, José Arcadio enajenado a su regreso de la vida con los gitanos, Melquíades y su resurrección y continuas apariciones, Petra Comes con su poder para fertilizar a los animales, Meme y su condición de boba, Aureliano y su mentira episcopal, Rebeca y su encierro eterno.
Podría seguir enumerando porque cada uno de los personajes es “el personaje”.
Y la novela, una obra maestra.
A quienes todavía no la leyeron, ¡los invito a disfrutarla!
*Escritora chubutense.
*Escritora chubutense.