EL CUENTO DE TERROR EN LA LITERATURA PATAGONICA
Por Jorge E. VIVES*
Por Jorge E. VIVES*
¿Qué diferencia los cuentos “de terror” de los relatos pertenecientes a otros géneros literarios? En principio, la presencia de lo sobrenatural; pero no en forma maravillosa o fantástica, sino ominosa y terrible. Para que el cuento sea “de terror” debe asustar, o al menos causar cierto desasosiego: una sutil inquietud del espíritu ante los hechos narrados que, de ser ciertos, provocarían espanto.
Porque precisamente una de las características de los aficionados a las narraciones “de miedo” es no creer en la real existencia de los entes que pueblan las obras a las que es propenso –vampiros, trasgos, lobizones-. Al pasar sus hojas, un lector crédulo no estaría entreteniéndose con una mera creación literaria; para él sería como consultar un libro de texto. Sólo puede divertirse con los cuentos de terror quien precisamente no dé por ciertas sus fábulas; y se maraville simplemente con el vuelo fantástico que puede tener la imaginación humana para crear mundos espeluznantes.
En la literatura patagónica existen muchos ejemplos de cuentos “de terror”. Un autor que ha incursionado en el género es Fernando Nelson. La temática de este escritor es variada y no se circunscribe estrechamente a un género tan puntual; pero en su libro “El retorno” incluye varios relatos donde la cuestión sobrenatural adquiere caracteres de terrorífica. Uno de los más logrados es “El espectro de las gemelas Simpson”, cuyo final trae a la memoria el infausto desenlace de “La caída de la casa Usher”; pero tal vez el que provoca mayor inquietud sea “El pasajero indeseable”, un relato con reminiscencias lovecraftianas que ronda en torno a la figura del “Cyoeraeth”, terrible espantajo de evidente origen celta.
“Marcial”, cuento de Gerardo Robert publicado por Literasur hace un tiempo, describe en forma impecable una típica situación sobrenatural en el campo; que cierra con una apelación a lo racional al darle visos de veracidad ciertos datos presentados como supuestamente reales. Es un “cuento de aparecidos” donde el espectro “aparece” antes de lo que es dable esperar; una variable sumamente imaginativa respecto a las tradicionales narraciones de fantasmas.
El volumen de cuentos “Patagonia Sur”, de Mario Echeverría Baleta, contiene también un relato sobre “aparecidos”, con todos los condimentos clásicos del género: un viajero solitario, un lugar “embrujado”, un forastero misterioso. El cuento se llama “El puesto del diablo”. La nota final refiere que el autor toma el tema de una conseja existente entre los pobladores de la zona de Bella Vista, en el camino de Río Gallegos a Río Turbio, sobre la aterrorizante presencia de un fantasmal “gaucho rico” en inmediaciones de un rancho abandonado. Otro gaucho fantasmagórico es el domador del cuento “El espectro de don Ávila”, que Luis Alberto Jones incluye en su volumen “Cuentos in-formales”. Este es un espectro que no rehuye la compañía humana hasta que es puesto en evidencia en forma circunstancial.
Tomando por ejemplo la existencia de cuentos como los citados, se puede afirmar que el terror está presente en la literatura patagónica. Sin embargo su existencia no es tan significativa como sería lógico suponer; teniendo en cuenta que el ambiente de esta tierra, sus paisajes de evocaciones oníricas, sus ámbitos desolados y solitarios, sus leyendas, tradiciones y mitos, parecerían conformar un especial escenario para situar los relatos del género.
En las creaciones literarias regionales el terror se encuentra en forma latebrosa, latente, intuida; como suele percibirse el espanto en los cuentos de Arthur Machen; pero pese a ello tiene un lugar que merece ser reconocido. Muchos escritores vernáculos han ensayado el cuento “de miedo”; incorporando a los temas clásicos ciertas notas de color local que les otorga una particular identidad. Sin dudas, esta presencia del género con marcados rasgos distintivos en las letras del sur conduce inexorablemente a una pregunta: al igual que sucede con las narraciones policiales o de ciencia ficción de autores sureños, ¿cuándo podrá verse en las vidrieras de las librerías, así como muchas veces se exhiben en ellas recopilaciones de relatos de espanto de otras latitudes, una “Antología del cuento de terror patagónico”?
Porque precisamente una de las características de los aficionados a las narraciones “de miedo” es no creer en la real existencia de los entes que pueblan las obras a las que es propenso –vampiros, trasgos, lobizones-. Al pasar sus hojas, un lector crédulo no estaría entreteniéndose con una mera creación literaria; para él sería como consultar un libro de texto. Sólo puede divertirse con los cuentos de terror quien precisamente no dé por ciertas sus fábulas; y se maraville simplemente con el vuelo fantástico que puede tener la imaginación humana para crear mundos espeluznantes.
En la literatura patagónica existen muchos ejemplos de cuentos “de terror”. Un autor que ha incursionado en el género es Fernando Nelson. La temática de este escritor es variada y no se circunscribe estrechamente a un género tan puntual; pero en su libro “El retorno” incluye varios relatos donde la cuestión sobrenatural adquiere caracteres de terrorífica. Uno de los más logrados es “El espectro de las gemelas Simpson”, cuyo final trae a la memoria el infausto desenlace de “La caída de la casa Usher”; pero tal vez el que provoca mayor inquietud sea “El pasajero indeseable”, un relato con reminiscencias lovecraftianas que ronda en torno a la figura del “Cyoeraeth”, terrible espantajo de evidente origen celta.
“Marcial”, cuento de Gerardo Robert publicado por Literasur hace un tiempo, describe en forma impecable una típica situación sobrenatural en el campo; que cierra con una apelación a lo racional al darle visos de veracidad ciertos datos presentados como supuestamente reales. Es un “cuento de aparecidos” donde el espectro “aparece” antes de lo que es dable esperar; una variable sumamente imaginativa respecto a las tradicionales narraciones de fantasmas.
El volumen de cuentos “Patagonia Sur”, de Mario Echeverría Baleta, contiene también un relato sobre “aparecidos”, con todos los condimentos clásicos del género: un viajero solitario, un lugar “embrujado”, un forastero misterioso. El cuento se llama “El puesto del diablo”. La nota final refiere que el autor toma el tema de una conseja existente entre los pobladores de la zona de Bella Vista, en el camino de Río Gallegos a Río Turbio, sobre la aterrorizante presencia de un fantasmal “gaucho rico” en inmediaciones de un rancho abandonado. Otro gaucho fantasmagórico es el domador del cuento “El espectro de don Ávila”, que Luis Alberto Jones incluye en su volumen “Cuentos in-formales”. Este es un espectro que no rehuye la compañía humana hasta que es puesto en evidencia en forma circunstancial.
Tomando por ejemplo la existencia de cuentos como los citados, se puede afirmar que el terror está presente en la literatura patagónica. Sin embargo su existencia no es tan significativa como sería lógico suponer; teniendo en cuenta que el ambiente de esta tierra, sus paisajes de evocaciones oníricas, sus ámbitos desolados y solitarios, sus leyendas, tradiciones y mitos, parecerían conformar un especial escenario para situar los relatos del género.
En las creaciones literarias regionales el terror se encuentra en forma latebrosa, latente, intuida; como suele percibirse el espanto en los cuentos de Arthur Machen; pero pese a ello tiene un lugar que merece ser reconocido. Muchos escritores vernáculos han ensayado el cuento “de miedo”; incorporando a los temas clásicos ciertas notas de color local que les otorga una particular identidad. Sin dudas, esta presencia del género con marcados rasgos distintivos en las letras del sur conduce inexorablemente a una pregunta: al igual que sucede con las narraciones policiales o de ciencia ficción de autores sureños, ¿cuándo podrá verse en las vidrieras de las librerías, así como muchas veces se exhiben en ellas recopilaciones de relatos de espanto de otras latitudes, una “Antología del cuento de terror patagónico”?
*Escritor chubutense.