"Yo no tengo opiniones que comunicar, pero sí tengo cosas que escribir" (John Banville - Revista Ñ N°277).
Frente a esta línea de pensamiento otra corriente, en cambio, sostiene con énfasis que el artista no debe verse limitado ni exigido por ninguna temática en particular, sino tan sólo por su propia inspiración.
Si bien está claro que no tenemos la obligación de enrolarnos en una u otra postura, nada nos impide opinar sobre el tema. Esa es precisamente la intención de esta nota.
Confundir arte con propaganda política es un error lamentable, aunque para nada inocente. Es obvio que quienes abogan por el "compromiso social" del escritor adoptan una embozada intencionalidad autoritaria, porque pretenden dictaminar a priori sobre qué es lo "bueno" y qué lo "malo" en materia literaria. Además, es un error con pretensiones excluyentes: la literatura ofrece una amplia variedad de géneros, desde el periodismo y la investigación histórica, pasando por la poesía y llegando a todas las formas de la ficción.
Entonces, ¿por qué exigirle a un poeta o a un novelista que escriban exclusivamente sobre los "abusos del capitalismo" o cuestiones por el estilo, cuando la crónica periodística o el ensayo, por caso, también permiten abordar esa temática sin eufemismos ni enmascaramientos?
Lo "bueno" es y será siempre, sin duda, la libertad de elección. Libre elección del escritor en sus temas literarios y libre elección del lector de las obras de su preferencia.
Lo "malo", invariablemente, serán por siempre: la imposición, el fanatismo fundamentalista, la censura. Si yo no pretendo obligarte a que leas o no leas determinada literatura, ¿por qué te creerías con derecho a resolver sobre qué es lo que debo o no debo escribir? ¡El planteo es tan simple! No te intereso, no me interesas.
El siempre tan citado Jorge Luis Borges dijo alguna vez que el único deber del escritor es ser bueno, y para eso necesita ser libre. El escritor "comprometido", en cambio, está obligado a someter su escritura a tiempo completo al servicio de una determinada ideología. Por cierto que tienen todo el derecho de hacerlo, aunque ello significa el precio de autocercenar su libertad de elección. Allá ellos, pues, mientras no pretendan meterse con las libertades ajenas.
Por otra parte, es una pena comprobar que a veces estas posturas "comprometidas" son, en realidad, meras "imposturas". Con frecuencia aparece en escena algún escritor "atormentado", atribuyendo su suerte a las perversiones del "sistema" y del "mercado" (del talento, eso sí, ni hablar). En cuanto tienen ocasión, estos "personajes" (porque suelen utilizar una máscara, en el sentido más literal y árabe del término, que muchas veces es pura "careta"), aunque jamás se los haya visto haciendo alguna obra de bien o un servicio social en sus tiempos libres, toman el micrófono y echan mano al arrugado discurso que siempre llevan en el bolsillo para lanzar toda clase de "denuncias sociales".
Sin embargo, en muchos casos se les olvida mencionar ciertos detalles.
Por ejemplo: que algunos de ellos son funcionarios de (o funcionales a) ese mismo sistema al que aborrecen; que otros escriben para medios de prensa adictos a los gobiernos de turno que facilitan esas mismas tropelías; que pese a su "compromiso social", jamás han denunciado (ni lo harán) ciertos actos de corrupción cometidos por los partidos a los que pertenecen; o que en los sistemas donde rige la ideología de su preferencia, también existen terribles y constantes violaciones a los derechos humanos...
¡Es tan obvio que nadie puede arrogarse el derecho de decidir sobre nuestras elecciones o preferencias en el mundo del arte! No se trata de ser más o menos insensibles respecto de la realidad, sino de poder expresarnos con toda libertad.
El único compromiso que se nos puede exigir a los escritores está ligado con nuestras propias conciencias. Después, que cada uno, si así lo prefiere, haga de su libro un panfleto.
¿O acaso no hay lectores para todos los gustos?
Eber Girado
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