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sábado, 14 de marzo de 2009

LA NOTA DE HOY

Av. Fontana y 25 de Mayo - Trelew (Chubut) -Gentileza de Vistas del Valle.com.ar




EL ALMACÉN


Quiero creer que ya estaría resentido; apenas me apoyé con el codo buscando reclinarme para abrir el cajón de abajo, el vidrio se hizo trizas. Y cientos de pedazos cayeron sobre los fideos delicadamente acomodados en la vitrina. No sé cuántos kilos de pasta seca dibujando un moñito, quedaron invendibles por culpa de la rotura; al principio y antes de que llegue mi madre intenté separar uno por uno los fideos de los cristales que los afectaban, pero pronto desistí; era imposible. Y por otra parte la imposibilidad de no poder limpiar en su totalidad esa mercadería me aterraba.
El vitral había llegado con mis padres desde Europa, en la segunda década del siglo pasado. Durante mucho tiempo estuvo casi abandonado en el fondo de la casa donde habitábamos; y nos acompañaba en el almacén desde el año 1937 cuando abrió sus puertas en la calle Fontana al 350, entre 25 de Mayo y San Martín. Con esmero, mi padre y yo lo habíamos reacondicionado. Tenía cuatro patas de roble viejo, altas y torneadas y seis cajones de exposición, divididos de dos en dos. Medía cerca de un metro veinte de largo y unos ochenta centímetros de alto. Todos guardaban fideos.
Mi viejo, ese día y por casualidad, porque el negocio era responsabilidad de mi madre, estaba colocando productos no perecederos en el sótano; esa semana no había podido cumplir con su actividad de mercachifle debido a las vicisitudes climáticas que afectaban la región.
Yo podía escuchar sus movimientos pausados, el correr cuidadoso de las cajas, e imaginar con cuánta dedicación trataba de hacer lugar para toda la mercancía que había llegado en esa quincena. Los dos escalones resquebrajados que servían para llegar a ese recinto oscuro y frío habían quedado desplegadas y entonces grité:
-Papá. ¡Me vas a querer matar! Se rompió el vidrio.
-¿El vidrio de qué? –preguntó.
-El del mueble de los fideos.
-¿Qué pasó?
-No sé; estaba rellenando los de abajo y se quebró.

Mientras esta conversación se suscitaba mi padre subía las escaleras; yo pensaba en su enojo y en la dificultad para recuperar los comestibles y conseguir que nos cortaran una tapa de la misma medida para el expositor
-¿Te lastimaste?
-No; no creo. ¿Qué hago con estos fideos?
-¿Y qué vamos a hacer? Hay que tirarlos.
-Y mamá, ¿qué va a decir?
-Vos no te hagas problema; ya veré como lo arreglo.

Me tranquilizó su voz comprensiva. No debiera haberme sorprendido; el viejo era así. Ni siquiera sé por qué me inquieté tanto, tal vez porque era consciente del sacrificio que significaba tener completa esa vitrina. Esa y todos los estantes del almacén. Y como si fuera poco, se daba el gusto de tener reservas en el entrepiso del local.

No tenía más de catorce años pero él me trataba como un adulto, y en consecuencia me responsabilizaba de las actividades que me encomendaba. Era el mayor de los hijos y –evidentemente- tenía mucha confianza en ese muchacho bastante tímido y reservado que no le traía grandes disgustos. Juntos habíamos compartido -a esa altura- varios trabajos. Lo había acompañado primero en sus habituales viajes por la zona del valle llevando a alguna gente, mensajes y paquetes; más tarde, cuando la situación lo permitió fui su compañía inseparable en el colectivo que tres veces al día hacia el recorrido Trelew-Gaiman-Dolavon.
Me había enseñado los gajes de ese oficio de mercader, el buen trato que merecían los clientes y -en especial- darle buen uso a la escasa propina que recibía al hacer llegar un recado, o al entregar un diario o una encomienda.
Habíamos compartido también las largas horas de frío invernal tratando de solucionar alguna avería del vehículo ya gastado, que era su herramienta de trabajo; o cambiando una cubierta deshecha por las irregularidades de un camino pedregoso.
Pero, ahora era necesaria mi presencia allí, ayudando a mi madre que se repartía entre las tareas domésticas y la atención del almacén que era también verdulería.
Con la posibilidad de alquilar ese salón y convertirse en comerciantes, habían recuperado la esperanza de un futuro más próspero; y yo me sentía feliz de ayudarlos en mis horas libres, que eran muchas. Mis tareas en la escuela no me insumían demasiado tiempo y la colaboración era, en definitiva, una prioridad.

Con los años adquirí el mismo porte de mi padre. Heredé de él sus ojos claros y la miopía; su delgadez y la curvatura de la espalda, las manos de dedos largos y de huesos promisorios; e imité el bigote que él usaba por opción y yo por necesidad. Él llevaba grabado en el rostro los rasgos eslavos, en la voz el timbre suave y grave, difícil de elevar; en su andar el paso lento y acompasado. En su sien la amplitud de los hombres que albergan la inteligencia que las naturaleza les asignó, y la que los años le sumaron.
Yo admiraba a mi padre; su tenacidad y la vida sacrificada que le había tocado afrontar. Aún no comprendía sus debilidades, su carácter demasiado lábil ante el impetuoso de mi madre, su temperamento apacible, su vocación de callar antes de irrumpir en discusiones innecesarias o en altercados que siempre conducían a reproches por algún hábito mal visto, que en definitiva no era más que el gusto que podía darse el fin de semana, en el único bar del pueblo, con unos cuántos amigos que como él, añoraban la tierra lejana.

El almacén era el orgullo familiar. Mis hermanos pasaban por allí y apenas se atrevían a entrar. No había que dispersar a quienes trabajábamos y menos aún interrumpir la atención de algún cliente, o ensuciar con el barro de los zapatos el piso siempre encerado. Yo lo recuerdo como el mejor mercado de Trelew. Estaba en la calle principal, a mitad de cuadra. Tenía una puerta de doble hoja, con postigos de madera que se colocaban cada noche y se ajustaban por dentro con una gruesa traba. El techo de chapa era lo suficientemente alto como para mantener fresco el ambiente durante todo el verano. En el exterior, la vereda de adoquín marcaba el límite con una casa de fotografías de un lado, un consultorio odontológico del otro y en el frente estaban las instalaciones de Transportes Patagónicos.

Y la marquesina, adosada justo arriba de la entrada y pintada con los colores verde y negro, con orgullo exhibía “Almacén y Verdulería “La Nueva Polonia” de Adam Starzak”.


Olga Starzak




N. de la A. : "El almacén" es producto de uno de los tantos relatos que mi padre, Eduardo Starzak, me contara a lo largo de su vida, con la emoción de quien bucea en aguas cálidas y profundas.







jueves, 12 de marzo de 2009

NOTICIAS CULTURALES

CONFERENCIA DEL FILÓSOFO CANADIENSE HERVÉ FISCHER

El Instituto Superior de Formación Docente Artística Nª 805 de Trelew tiene el agrado de invitar a la Conferencia que dictará el Filósofo Francés Hervé Fischer (Canadá).
La misma tendrá lugar en el Aula Magna de la Universidad Nacional de la Patagonia el próximo lunes 16 de marzo a las 19,30 hs, acerca del arte, la comunicación y la pedagogía en la era digital.
Filósofo, escritor, profesor de sociología de la cultura y de la comunicación, pintor, artista multimedia, Hervé Fischer es, a los 65 años, una de las voces más calificadas en el universo audiovisual de nuestra época.
Decidido a refutar los pronósticos más pesimistas, este intelectual franco-Canadiense asegura que las tecnologìas digitales ofrecen más de una alternativa para lograr una sociedad más igualitaria y humanista.

Invitamos a visitar su página web: www.hervefischer.net


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TALLER DE INTERPRETACION Y ESTILISTICA DEL BARROCO

11 al 15 de Mayo 2009 19.00 hs - ISFDA 805

Debido al interés despertado por el “Taller de Interpretación y Estilística del Barroco” dictado por el Profesor Marcelo Dutto en Octubre de 2007, se proyecta una segunda edición del mismo durante el corriente año que permita satisfacer la demanda tanto de aquellos que no pudieron participar, como la de los que habiendo participado, quieren ahondar en la temática abordada.

La investigación realizada durante años sobre la Música Antigua y el trabajo tesonero de directores de prestigio internacional ha obrado en favor del conocimiento de la producción musical del Renacimiento y Barroco y la profundización sobre los factores que determinaban los modos interpretativos en esas épocas: temperamentos desiguales, diapasones múltiples, tratamiento del texto, características de los instrumentos utilizados, etc. Este buceo en las profundidades de la historia no sólo ha sacado a la luz tesoros escondidos, ha cambiado la forma de ver la producción artística en relación con sus creadores, los criterios imperantes, la tecnología, el contexto socio-cultural.

Más el fenómeno no ha quedado limitado a la llamada Música Antigua (que algunos circunscriben desde el Renacimiento hasta la 3era Sinfonía de Beethoven) pues el concepto barroco de la microdinámica ha sido revalorizado en la interpretación de obras posteriores incluido el Romanticismo. Cada indicación de piano, forte en Mozart, por ejemplo, adquiere otro significado, igual que la manera de ejecutar un adorno. Lo mismo ocurre con el criterio de temperamento igual que sólo se impone avanzado el siglo XIX. De hecho los Solistas, Coro y Orquesta de la Universidad de Bs As han estrenado en Argentina la Misa en Do de Robert Schumann con la afinación mesotónica del Renacimiento.

Finalmente podemos decir que se ha creado en el Conservatorio Manuel de Falla en Bs As la carrera de Música Antigua con sus diversas especializaciones: bajo continuo, instrumentos, canto, etc. Esto es señal de la consolidación de una tendencia que no debe ser ignorada y que lejos de acotar amplía, diversifica y enriquece la mirada sobre la música toda, inclusive la música latinoamericana: desde las manifestaciones del Barroco no hace mucho descubiertas hasta gran parte de la música folclórica argentina, expresión de la fusión de rasgos autóctonos con modos antiguos europeos.


DESTINATARIOS

Cantantes, instrumentistas, directores, conjuntos, docentes de música en general interesados en el tema. Estudiantes avanzados con dominio del instrumento y conocimientos de armonía.


OBJETIVOS

Contribuir a la capacitación de músicos, docentes y estudiantes.

Crear un espacio de encuentro e intercambio de experiencias y conocimientos para el mutuo enriquecimiento y que pueda contribuir a la diversificación de las realizaciones artísticas en la provincia

Proveer a los destinatarios de una visión sobre la música de los siglos XVI, XVII y XVIII, contextualizada y actualizada según criterios emanados de la investigación y la práctica con “criterios históricos”.

Introducir a la práctica del Bajo Contínuo

Instruir sobre los criterios de interpretación de la música barroca vocal e instrumental.

CONTENIDOS

Una visión sobre la Música Antigua en general. Apreciación sobre la música de los siglos XVI, XVII y XVIII

Bajo Contínuo. Orígen e historia. El bajo cifrado. Contrapunto a 3 y 4 partes. Consonancia y Disonancias. Cadencias. Fuentes sobre bajo contínuo. La regla de la octava.

Interpretación y Estilo. Criterios a aplicar en la ejecución de la música vocal e instrumental.

ACTIVIDADES

Apreciación de las expresiones de la música de los siglos XVI, XVII y XVIII. .

El Bajo contínuo. Habrá información teórica y práctica instrumental de ejercicios propuestos por el profesor.

Interpretación y estilo. Los participantes podrán presentar obras de su repertorio para trabajarlas en clase. Para los que no posean material, se sugerirán partituras con anticipación que podrán retirarde la sede Trelew del instituto o en el anexo Rawson.

MODALIDAD

Presencial

Sin cargo para profesores y alumos del Instituto.

Otorga puntaje.Ministerio de Educación Expte. 5445 / 09 - Resolución en tramite.


INSCRIPCION e INFORMES

ISFDA 805 anexo Rawson - Conesa 130 - Por TE 483022

Por e-mail: barroco@coralmente.com.ar

www.coralmente.com.ar


CAPACITADOR

Profesor Marcelo Dutto. Cursó estudios de piano en el Conservatorio Provincial de La Lucila (Pcia de Bs As) y de violoncello en el Conservatorio de la Ciudad de Buenos Aires. Cantó en el Coro de Palomar Mtro. Edgar Ruffo (Dir. Jorge Dutto), Coro de Música Sacra del Collegum Musicum y el Ensamble de Música Antigua “Vita Dulcedo” (Dir. Andrés Gerszenzon), Coral Tiempo (Dir. Jorge Dutto), Coro de jóvenes del Grupo de Canto coral (Dir. Pablo Piccini), Coro de la Sociedad Haendel (Dir. Sergio Siminovich), Grupo de Canto Coral y el Orfeón de Buenos Aires (Dir. Néstor Andrenacci), Solistas, Coro y Orquesta de la Universidad de Bs As (Dir. Andrés Gerszenzon) Con estos conjuntos abordó “a capella” repertorio coral universal y obras sinfónico – corales como el Oratorio de Navidad, el Magnificat, Las Pasiones según San Juan y San Mateo y la Misa en Si menor de J.S. Bach, los Réquiem de Mozart y Cherubini, los Oratorios Jephta, Hèrcules y Athalía de Haendel, la ópera “Dido y Eneas” de Henry Purcell, la Misa en Do menor de R. Schumann, la Gran Misa de Mozart y el “Elías” de Mendelssohn.

Bajo la batuta de Michel Corboz (Suiza) cantó el “Réquiem Alemán” de J. Brahms, el “Réquiem” de Mozart y el “Gloria” de Vivaldi.

Realizó numerosos cursos y talleres entre los que pueden mencionarse “Clase Magistral de canto Barroco” a cargo del Mtro Gerard Lesne (Francia), “Introducción a la interpretación de la música vocal de J. S. Bach” por el Maestro Néstor Andrenacci, “Sinfonie e Sonate” práctica y estilo en los instrumentos de cuerda barrocos dictado por Manfredo Kraemer, “Curso integrado de Ensamble y Bajo Continuo” dictado por los Maestros Gabriel Pérsico Y Jorge Lavista, “Taller de Dirección Coral” a cargo del Mtro Werner Pfaff, y Curso de Música de Estonia” por el mismo maestro.

Participó de las jornadas y cursos de Música Antigua en el Conservatorio Municipal “Manuel de Falla” a cargo de los profesores Federico Ciancio en Bajo Continuo, Rosana Risé y Silvina Sadoly en Canto, Beatriz Moruja en Barroco Francés, Retórica de la Música Francesa por Helene Dauphin y Música italiana por Federico Ciancio.

En marzo de 2007 participo al clave en el concierto inaugural de la Carrera de Música Antigua del Conservatorio Manuel de Falla presentando “Música de meditación para Semana Santa” de compositores como Bernier, Delalande, Danielis y Lully.

En el ámbito de la Cátedra de Música Antigua del mismo Conservatorio realizó cursos de “Monodia italiana del sigloXVII” a cargo de los Prof. Federico Ciancio y Silvina Sadoly, “Air de Cour y Motete Francés” por los Prof. Beatriz Moruja y Pablo Politzer y “Música Francesa” por Helene Dauphin.

Ha participado, en el clave, con el Ensamble Barroco del Conservatorio Manuel de Falla en el Teatro Coliseo sirviendo de apertura a la presentación del grupo italiano “IL Giardino Armónico” durante el Ciclo Allegreto organizado por Nuova Harmonía en el 2005.

Se desempeña como ayudante de dirección en la Compañía de Las luces (Dir. Marcelo Birman) con la que se presentó en la temporada lírica del Teatro Argentino de La Plata con la comedie-ballet “El Burgués Gentilhombre” de Moliere y Lully. Han hecho presentaciones de opera francesa como Armida (Lully), Les Danaides (Salieri) e Iphigénie en Tauride (Glück).

Es profesor de la Escuela municipal de música de Gualeguay y director de su coro desde 2005. Como clavecinista y ejecutante de Bajo Continuo se desempeña en “ La Spiritata ” grupo que fundó y dirige. de formación flexible de voces e instrumentos.. En el 2006 con una formación completa de coro y ensamble realizó conciertos con obras de autores alemanes de los siglos XVII y XVIII. En el mismo año presentó obras de autores italianos, franceses y alemanes para solistas y bajo continuo. Durante 2008 realizó conciertos con repertorio religioso de Claudio Monteverdi.

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martes, 10 de marzo de 2009

EL POEMA DE HOY




SANTA CRUZ


de Alfredo Lama




Luna negra, tierra negra

el Santa Cruz te ha roído

y las despeñadas peñas

en su lecho se han dormido.

Preñez de ancianas maderas

das de tu vientre cencerros,

pariendo un sol de calderas

en tu cesárea de cerros.

Despertados en las fraguas

arden los dioses andinos,

y al extinguirse las ascuas

mueren todo lo vivido.

Pedazos de soles negros

de los bravos patagones,

dádiva de las entrañas

lumbraradas de carbones.

Llevas ocultas canciones

hoy, mineral inflamado,

en tus verdores fue sangre

de heroicos antepasados.

Cuando te cubren las nubes

tendido su velo blanco,

doncella de entraña abierta

Cielos de espíritu santo.

Cuando te cubre las nieves

tendido su velo blanco

doncella de entraña abierta

Tierra de espíritu santo.


Luna negra, tierra negra.

Santa Cruz virgen y viuda

Cómo no amarte allá, abajo

si siempre estás en la altura...







sábado, 7 de marzo de 2009

LA NOTA DE HOY




En vísperas del Día Internacional de la Mujer:



ESCRITORAS PATAGONICAS

Por Jorge E.VIVES



La literatura no es cuestión de géneros. En un artículo publicado el año pasado en este blog, Olga Starzak señalaba que se debe “ pensar en la literatura como lenguaje, como expresión, como estructura estética que no conoce de sexos. (...) independientemente de la temática (...) una obra literaria puede ser escrita por cualquier persona, más allá de su condición genérica”. No hay una literatura femenina y una masculina: es una sola, universal, en la que se destacan por igual mujeres y hombres. Pero ello no es obstáculo para aprovechar la oportunidad que ofrece este mes de marzo a fin de recordar y homenajear a las escritoras que dan brillo a las letras patagónicas.

Desde las primeras manifestaciones literarias que vieron luz en este suelo la mujer estuvo presente, brindando el punto de vista femenino a la creación artística austral. La pionera es Eluned Morgan, hija de Lewis Jones, acápite de la colonia galesa del valle del Chubut. Escribió “Hacia los Andes”, en 1904; y “Gwymon y Môr”, en 1909; además de otras obras. Así, Eluned Morgan no sólo es la primer escritora patagónica, sino también una de las primeras del país. También se puede destacar entre las autoras regionales primordiales a Berta Koessler Ilg, neuquina, quien en su doble carácter de antropóloga y escritora recopiló las leyendas de los aborígenes de su provincia en “Cuentan los araucanos” y “Tradiciones araucanas”. Para completar esta trilogía de precursoras puede mencionarse a Julia Rouquand de Mallié, quien escribió sus “Memorias”; en las que recordaba la labor colonizadora junto a su esposo en el establecimiento “Los misioneros”, próximo Puerto Santa Cruz, a fines del siglo XIX.

Con el transcurso del tiempo, un gran número de mujeres se incorporó al acervo literario patagónico. Un resumido “racconto” que abarque el siglo XX y los años que corren del siglo XXI permite hallar, entre muchas otras y agrupadas de acuerdo a las provincias donde desarrollaron mayormente su obra, a las siguientes autoras:

Neuquen: Irma Cuña, Illana Lascaray, Silvia Fernández – Beschedt, Vanessa Arroyo, Verónica Padín, Etherline Mikëska, Lili Muñoz, Janet Dickinson y Ana Unhold.

Río Negro: Ivonne Zoraida Nouzeilles, Angélica Fusselli, Paola Kaufman, Martha Perotto, Néver Caviglassio, Silvia Angélica Sánchez, Selva Sepúlveda y Silvia Montoto de Lázzeri.

Chubut: Nanny Davies, Anita Pescha Aracena. María Pía Lourdes Strasser, Mercedes Secchi de Crovetto, Olga Alemán de Zubillaga, Carmen Escalada, Julia Alemán de Brand, Cecilia Glanzmann, Camila Raquel Aloyz de Simonatto, Griselda Jones de Redondo, Albina Jones de Zampini, Stella Maris Dodd, Gwen Adeline Griffiths de Vives, Olga Starzak, Julia Chaktoura, Mirta Jodor, Eva Gomez, Ida Chaura, Ida Oporto, Inés Luna Torres, Iris Ligo, Nelvy Bustamante, Enriqueta Florencia Davies de Johnson, Irma Hughes de Jones, Lili Patterson, Enriqueta Purita, Carmen Miguel, Carmen Nora Gutiérrez de Castellano, Tegai Roberts, Liliana Esther Peralta, María Laura Moron y Nancy Humphreys.

Santa Cruz: Josefina Marazzi de Rouillon, Josefina Cuervo, Porota Uroz, María Elvira Beck, Frida Middleton de Grillo, Mini Mood Thomas de Ramos, Rita Drisaldi, Ana Elisa Medina, Ana Gnesutta, Claudia Elisabet Sastre, Camila Andreatta, Cecilia Maldini, Nora Fueyo y Berta Brunetti.

Tierra del Fuego: Nelly Iris Penazzo (Alba Chamán), Patricia Isabel Acerbi, Marta Ernestina Melchiori, Patricia Marcella y Niní Benardello.

También debe recordarse a quienes desde otros lugares del país contribuyeron y contribuyen a difundir la creación literaria de la región; como María Leonor Piñero, una de las primeras estudiosas del tema; y Sandra Pien, poeta inspirada en el sur que además, como periodista, promueve el conocimiento de la literatura austral.

Ante tan vasto universo de literatas es difícil no cometer un injusto, aunque involuntario, olvido. Por ello sería provechoso que quien detecte alguna omisión, la haga conocer. De esa manera se podrá engrosar esta lista, cuya amplitud ya habla a las claras de la importante presencia de la mujer en las letras patagónicas.










jueves, 5 de marzo de 2009

EL CUENTO DE HOY





ORKEKE


de Enrique J.Martínez Llenas*




Suspendí todo para tomarme un breve descanso, fumar un cigarrillo, y echar de paso una mirada a los amarillentos papeles que había encontrado en uno de los baúles que había en el sótano. Es verdaderamente sorprendente la cantidad y variedad de objetos inútiles que se pueden atesorar en una casa con el paso de varias generaciones. Yo era el último de la serie, el heredero universal de toda esa porquería acumulada en esa antigua quinta de la familia, situada en las afueras de Buenos Aires y conocedora de mucho mejores épocas, en la cual estaba viviendo actualmente.

Acababa de finalizar mi residencia en Cirugía, y con ella se habían esfumado los magros aunque necesarios ingresos que la acompañaban, lo que me obligó a dejar el pequeño departamento que alquilaba en la Capital y mudarme aquí. Me mantenía con lo que sacaba de unas pocas y muy mal pagadas guardias en clínicas de los suburbios. Qué haría después, cómo, y dónde, me resultaba un misterio absoluto; por el momento prefería no pensarlo, para no amargarme antes de tiempo. Lo que sí estaba clarísimo era que debía vender cuanto antes ésta vivienda, mi única herencia, ya inhabitable por su mal estado de conservación, y utilizar ese dinero como parte de mi estrategia futura de supervivencia. No tenía ahorros y mi familia no contaba para el futuro: mis padres habían muerto y no tenía hermanos, pareja, ni hijos. Irme a otro país tampoco era solución para mí, me sentiría sólo, desarraigado, y no sirvo para eso. Confiaba en el tiempo, viejo oráculo que finalmente me daría alguna respuesta.

Desparramé sobre la mesa de la cocina los documentos que había encontrado. Algunos estaban húmedos, y olían a moho. Entre ellos destacaban unas cuantas hojas de un buen papel, bastante bien conservadas, enrolladas y sujetas por un cordel, que desaté con curiosidad infantil. Era un manuscrito, firmado por un tal Ildefonso Peñalva y fechado en 1883, que estaba acompañado por una nota de mi bisabuelo, en la que explicaba que dicho documento le había sido legado por un amigo suyo, soltero y sin hijos, a su muerte. Dicho escrito lo había redactado el tal Ildefonso, el padre de éste amigo.

Encendí otro cigarrillo y seguí leyendo la nota de mi bisabuelo. Ildefonso, a sus diecinueve años de edad, allá por 1883, había trabajado como camarero en el Hospital Militar de Buenos Aires, circunstancia que le permitió mantener un contacto estrecho y cotidiano con los militares que habían participado en la Conquista del Desierto, y con Orkeke, uno de los últimos caciques tehuelches, capturado en el sur, en Puerto Deseado y traído a Buenos Aires a bordo del buque Villarino, junto con su mujer, su hija y parte de la tribu. Los soldados relataron a nuestro joven amigo, que intentaba abrirse camino como periodista, una infinidad de anécdotas relacionadas con los combates mantenidos contra las tribus indígenas, lo que le brindó la oportunidad de recogerlas por escrito y ofrecerlas como colaboraciones en publicaciones de la época. Pero era un novato y, como la paga por sus colaboraciones era poca y a destajo, debió emplearse como camarero para poder sobrevivir.

El cacique Orkeke, por su parte, hablaba un español bastante fluido, por lo que la comunicación entre ambos era satisfactoria. Ildefonso, cautivado por la personalidad del indio fue poco a poco, así como lo había hecho con los relatos de los militares, tomando nota de los hechos de su vida diaria en el hospital y de sus pensamientos, hasta que finalmente los agrupó, condensándolos en un texto que, lamentablemente, nunca llegó a verse publicado; el periodismo lo absorbió mucho más que la literatura, y el relato, perdido entre una maraña de papeles, durmió olvidado en un baúl durante décadas.

Impaciente, dejé a un lado las explicaciones y comencé a leer el texto en voz alta, como para convencerme de que era real:

«La primavera de Buenos Aires, cálida y húmeda, era diferente a las que el viejo cacique tehuelche había conocido hasta entonces en el sur, en su entrañable y lejana tierra Tsoneka. El concepto de Patagonia no era suyo, sino de los huincas; él no conocía fronteras, con la sola excepción del mar por un lado, la montaña por el otro, y los límites que concertaban entre sí las distintas tribus para convivir en paz. Mientras caía la tarde, sentado en un banco en el jardín del Hospital Militar, con una manta del Ejército cubriéndole los hombros y la espalda, el cacique meditaba, cuando súbitamente una tos cavernosa, cargada de mucosidades, lo obligó a interrumpir el hilo de sus ideas y recuerdos. Sentía ya la cercanía de la muerte en los huesos, en los escalofríos que le recorrían la carne cada vez con más frecuencia, en el pellejo colgante de su abdomen cada día más enflaquecido.

»Últimamente los ingenuos huincas habían intentado, en contra de su voluntad, impedirle que saliera de su habitación; los médicos decían que el frío le hacía mal. Por supuesto que no les hizo caso, y salió igual ¡Pobres tontos! ¿Acaso no sabían que él, Orkeke, Cacique Tsoneka, había nacido y crecido en el frío y la nieve, allá lejos, donde Elal había hecho prosperar a su pueblo? Triste y desgraciado se sentía ahora, al no tener con él a su machi para ayudarle a echar fuera al inmundo y despiadado Gualicho que, aprovechándose de su debilidad, lo estaba devastando por dentro. Él, Orkeke, que montado en su caballo lo había espantado a grito limpio infinidad de veces, galopando y haciendo girar las boleadoras sobre su cabeza para asustarlo, ya no sabía qué hacer ni a quién recurrir, y el maldito se estaba tomando la más cruel de las venganzas: arrancarle la vida a jirones, con cada escupitajo purulento.

»Había perdido prácticamente la noción del tiempo y el espacio. Erraba ilusoriamente, entre el sueño y la vigilia, por las pampas, los cerros y los cañadones verdes de su tierra, hablando en voz alta y de igual a igual con Elal, el protector de su tribu tehuelche, o con su anciano abuelo ya muerto, también llamado Orkeke, o con sus amigos huincas Musters, Larsen y Lista. A ellos les preguntaba, balbuceando, por que habían permitido que lo llevaran a esa atemorizante ciudad de Buenos Aires para mostrarlo como si fuera un bicho raro. ¿Qué querían? ¿Ver un pobre cacique sin su pueblo, sin sus toldos, sin sus boleadoras ni su quillango, vestido sólo con ropa huinca, y divertirse a su costa? Era indigno…y mucho más tratándose de él, que siempre había sido un amigo pacífico y considerado, que había guiado sus pasos y les había hecho conocer la tierra de sus antepasados. No sólo eso, sino que, siempre buscando la paz y porque era respetado tanto entre los suyos como entre los huincas, había intercedido ante otros caciques como representante del Gobierno. Pero así le habían pagado…

»No era tan extraño lo sucedido, viéndolo a la distancia. Los huincas eran fuertes y tenían armas poderosas; eran ambiciosos, crueles y despiadados; ansiaban llegar lejos, cada vez más, y dominar todo lo que estaba a su alcance: creían tener derecho a todo y aseguraban que su dios los bendecía y los justificaba. Y los dioses saben cosas que los hombres desconocen; por algo sería que ese dios suyo hablaba, por boca de esos hombres vestidos de negro que bendecían sus armas, y los impelía a atropellar y matar a los que ya vivían en esos campos desde mucho tiempo atrás, con la excusa de que había que civilizarlos y mostrarles la verdad, sacándolos del error y la ignorancia ¡Mentiras: se les veía asomar la cola de zorro; solamente ambicionaban la tierra, y para quedarse con ella los estaban exterminando! Elal y Kooch no enseñaban eso, sino a vivir en armonía con los animales y la tierra, de la que brotaba el sustento diario: las hierbas, los frutos, los guanacos, el ñandú.

»Un más fuerte e inesperado acceso de tos lo obligó a concentrarse sólo en recuperar el resuello. Un espasmo de frío, similar al que sentía siempre antes de una pelea, le recorrió la espalda de arriba abajo. Y es que así era nomás: estaba librando su último combate, y no tenía ya la más mínima duda de que lo estaba perdiendo. Ser honrado y pacífico de poco le había servido, pero lo consolaba la idea de que todo era inevitable, de que las cosas seguirían su curso con o sin él, y tenía la absoluta certeza de que, si volviera a vivir, siempre estaría del lado de la paz y la amistad, aunque nadie viera ningún premio en ello.

»Con calma y apoyado en un nudoso bastón de cohiue, el Cacique se incorporó, miró el cielo rojizo del atardecer, y se irguió; hinchó su pecho por última vez, desafiante, haciendo frente a la enemiga adversidad con que estaba siendo castigado sin merecerlo…y lloró. Lloró en silencio: por los suyos, que morían; por los huincas, que también morirían todos a su debido tiempo; por su tierra, que cambiaría hasta ser algún día irreconocible; y por sus antepasados y sus dioses, que serían olvidados por los que vendrían.

»Suspiró, dio la vuelta y, lentamente, arrebujado en la manta que le cubría los hombros, se dirigió a su cama, la número treinta y nueve, y se acostó para dormir un rato y descansar de tantos pesares.

»No volvió a despertar: las pulmonías dobles no perdonan a nadie, grande o pequeño, débil o poderoso. No tuvo siquiera un entierro digno de un Cacique de su talla, de un amigo, de un pacífico colaborador. Fue disecado por los practicantes médicos del Hospital Militar y sus huesos puestos en exposición, para enseñar las diferencias entre indios y blancos.

»Quedó solamente su recuerdo para los pocos que lo conocimos y pudimos percibir la enorme y pacífica grandeza que se escondía detrás de su simpleza aparente».

Concluí la lectura, hondamente conmovido. Era una de las historias más tristes y con el final más absurdo que en toda mi vida hubiera podido imaginar. ¡Disecado por los practicantes! Triste e inmerecido final para un cacique amigo, guía de aquellos que transitaron por esos territorios del sur, llenos de peligros. ¿Qué podía decirse ante tamaña tropelía? ¿Cómo justificar el dolor y la desdicha producidas a ese pueblo, derrotado y sojuzgado por otro más fuerte y sin escrúpulos? Ninguna respuesta me resultaba convincente ni adecuada para permitirme comprender ciertas conductas humanas ¡Y yo que me lamentaba de mis problemas, como si fueran graves!

Dejé todo sobre la mesa y salí a la calle. Encendí un cigarrillo más; aspiré el humo profundamente. Ya era de noche; el frío comenzaba a condensar la humedad sobre el pasto del jardín. Alcé la mirada hacia el cielo. Entre las luces de la ciudad, que intentaban vanamente amortiguar su brillo, pude distinguir con total claridad las cuatro estrellas de la Cruz del Sur. Me quedé un largo rato mirándolas, pensando, hasta que entendí: estaban señalándome el camino hacia donde, intuía, me aguardaba el futuro.

Tiré la colilla y la apagué con el taco del zapato; después, tranquilamente, entré a la casa, donde aún me quedaba bastante por hacer.



*Enrique Jorge Martinez Llenas (57) es médico cardiólogo y reside actualmente en Valencia, España, con su familia. Oriundo de Buenos Aires, ha vivido en Río Grande, Comodoro Rivadavia, Mar del Plata y Neuquén-Cipolletti, por lo que -asegura- la Patagonia le resulta no sólo conocida, sino muy entrañable.