¿Vos decís el que me pusieron mis papás? Soy María Angélica Beatriz Rodríguez. Y como no puede dejar de jugar y divertirse, agrega: porque tengo tres nombres, como las princesas…
Entonces, frente a una actriz, la pregunta de rigor: ¿cuándo y cómo comenzó tu vocación artística?¡Huy! No tengo conciencia de un momento en particular. Desde que era muy chiquita jugaba a ser actriz. Te cuento, por ejemplo… tenía muchas muñecas pero no las usaba para jugar con ellas a la mamá como otras nenas, o cambiarlas, darles de comer o bañarlas… ¡las usaba de público! Las sentaba bien acomodaditas y actuaba para ellas… Cuando ingresé a la escuela primaria, ya desde segundo grado yo era la que decía el versito del acto, cantaba la canción, actuaba para fin de año… hacía “el numerito”, como decían las maestras. Para mí era muy natural que yo estuviese parada y la gente estuviera ahí observándome, escuchándome. No me sentía importante, ni sentía miedo; no sentía vergüenza, nada. Me encantaba.
Y después pasé al escenario casi sin darme cuenta.
Los recuerdos afloran intactos a la mente de Coca, y disfruta al narrarlos, casi como queriendo revivir aquella época en la que transitó sus primeros pasos en el escenario.
Le pregunto: ¿Cuál fue tu primera representación teatral? ¿Como actriz? ¡Ah! En El Español, “No salgas esta noche” se llamaba la obra y la dirigía Enriqueta Algarra. Yo tendría entre 17 y 18 años, y representaba a una jovencita que salía del colegio de monjas y se enamoraba de un señor mayor.
Recuerdo que mi papá me llevaba al teatro y se quedaba conmigo, a veces hasta durmiendo en la butaca, hasta que terminaba y nos íbamos a casa.
Nostalgia en esa evocación al padre, al hombre que Coca admira, aquél que siendo aún niña la lleva al teatro en Buenos Aires, a ver una obra para niños; y queda cautivada con el mundo del espectáculo, de las luces, del vestuario… y ya sabe para siempre que allí estará su vida. Es entonces cuando le pregunto qué es lo que más le gusta de este arte de actuar, y qué es lo que le pesa, si en todo caso hay algo que no le guste tanto. Sin dudar, casi sin dejarme terminar, expresa:¡Todo! Desde la transpiración hasta la iluminación. Yo amo esto… el teatro es mágico. No hay nada que no me guste.
Recuerda entonces una obra, y me conmina a verla porque está a punto de volver a interpretarse: “Los irreverentes” con Natalia Rodríguez y Ariel Molina. Allí yo vendía las entradas, y estaba feliz. Se respira en ese ambiente un aire particular, fascinante., Después cerraba la boletería y me iba a ver la obra, por enésima vez… ¡Es fantástico!…
He visto a Coca actuar, cantar, tocar la guitarra, recitar… Se me ocurre preguntarle, a propósito de tantas habilidades: ¿qué formación recibiste para fortalecer tu vocación actoral?Tomé clases con Camilo Da Passano, Conrado Ramonet… Era gente que venía a asistirnos técnicamente dentro del programa de la Dirección de Cultura.. Ahora por razones económicos y políticas, que no vale la pena aquí recordar, se transforman en visitas de dos o tres días, cursos intensivos que, por ejemplo en el Salón Azul del Diario Chubut, en seis horas por día te entregan un cúmulo de información. En cambio, en nuestra época venían y se quedaban dos meses. Nos daban el curso y nos dirigían en una puesta en escena. Recuerdo que hicimos, en una oportunidad, “Nuestro fin de semana” con Conrado Ramonet. Yo era muy jovencita y delgada; me ponían relleno en el corpiño para hacerme más adulta. Compartía escenario con Beltrán Mulhall, Olga Radice, Pocho Gutierrez, Encarnación de Mulhall, Horacio Guratti…
También venía David Cureses que montó “El viajero en mitad de la noche” con actores de “El grillo”. Un maestro del teatro.
Y como no puede dejar de pensar en los demás, en los que como ella gustan de la actuación, me dice:Yo les digo a mis alumnos que nosotros para empezar a formarnos desde lo teórico tuvimos que ir a Buenos Aires, a estudiar con maestros (porque convengamos que las carreras que forman actores hoy aquí dejan mucho que desear). Uno tiene que ir con los grandes maestros que son los que saben… En Buenos Aires tomé clases con Ricardo Bartís y Laura Yussem. Era un privilegio. Laura dirigió a Alfredo Alcón, en el San Martín, en la obra “El rey Lear”.
Tanto se nos respetaba que cuando venía gente que no satisfacía nuestras expectativas, con todo respeto se lo hacíamos saber a la Dirección de Cultura que era quien los traía, y ¡se prescindía de esos servicios!
Seduce la forma simple y coherente que Coca define las actitudes de aquella época, y me interesa conocer qué actividades teatrales ofrecía, entonces, Trelew.No había actividades teatrales. Lo que había era una gran inquietud comunitaria por la cultura en general, yo te estoy hablando del Trelew de 12000, 15000 habitantes, me aclara. Y bueno... la gente venía de Buenos Aires y se sorprendía. Había mucha efervescencia, había coros, había universidad, teatro para niños (que éramos nosotras), teatro para adultos con “El grillo”. La comunidad participaba toda: la sastrería de la Policía hacía los trajes para los actores de “El grillo”. A Fito Joaquín no le importaba cuándo le íbamos pagar y nos proporcionaba todas las telas que necesitábamos para el vestuario. Y la comunidad toda estaba comprometida y participaba en esto.
Contanos de “La Rayuela”, ese grupo de teatro infantil que te tuvo como protagonista tanto tiempo.“La Rayuela” fue un “aborto espontáneo de la naturaleza”; siempre digo que fue así. Nos juntamos cinco amigas: Marta Galván, Marta Binder, Diva Callejas, “Bicho” Barone y yo. Y empezamos a buscar qué hacer para los chicos. Coincidíamos en que no queríamos ese lenguaje tan ridículo de “tú” para nuestros niños. No había escritores nuestros; comenzaba a tener presencia María Elena Walsh, pero no había más… no como ahora que hay una serie de escritores maravillosos.
Y empezamos a escribir. Iniciamos con una narradora vestida de duende, con camisola blanca con rombos negros, calzas negras y un gorro largo… que aparecía y le contaba a los chiquitos un cuento. Llegamos a juntar 200 pibes en la Biblioteca que iban ¡sin un solo adulto que los cuidara! Cobrábamos caramelos o artículos no perecederos que luego distribuíamos en las escuelas, guarderías u hospital.
Apareció luego otro personaje, y otro… y así hicimos un cuento cada sábado durante seis años, con una canción compuesta por nosotras, que yo tocaba con la guitarra y se las enseñábamos a los chicos. Creábamos nosotras, escribíamos, hacíamos la ropa, los personajes y la montábamos los sábados.
Por lo que observo, la Biblioteca Agustín Álvarez era un espacio singular para ustedes, contanos por qué.La dirigía Francisco Guerra, don Paco Guerra. El decía sí a cualquier expresión cultural que necesitara ese espacio, y nosotras, que no teníamos donde ensayar le pedimos el espacio de la Biblioteca. Él nos acompañaba a veces, y andaba ahí entre los libros, se quedaba mirándonos hasta que llegó un momento que nos confió las llaves. Estábamos allí los sábados hasta las dos de la mañana o más; hacíamos expresión corporal, ensayábamos. Era nuestro espacio.
En el año 1965 obtuvieron el Premio “El Elefante de Oro”, otorgado por la Ciudad de Necochea en el marco del Teatro para niños. Recordanos aquel acontecimiento que enorgulleció a “La Rayuela”, a toda la comunidad de Trelew y a la Provincia.
Cuando escuchamos hablar del Festival de Necochea coincidimos que participar sería, para nosotras, un espacio de aprendizaje maravilloso. Recordá que no veíamos otros grupos, que no teníamos referente. Y entonces, de la hora del cuento en la Biblioteca, pasamos al Teatro Español a hacer -con luces, vestuario y maquillaje- “El Rey Cachipum”, escrita por Myrtha García Moreno. Después “El capricho de caprichosa” que había escrito yo, y más tarde “Cuentos de Chiribichácola” que también hice yo y con la que ganamos el Premio Nacional de Teatro pata Niños, en Necochea.
Fuimos primero en el año 1964 y ganamos un premio a la actuación. Vinimos felices porque aprendimos un montón, Al año siguiente nos acompañó la Directora de Cultura, Encarnación de Mulhall, y llevamos precisamente “Cuentos de Chiribichácola”. Con él ganamos el “Elefante de oro”.
En el recuerdo emocionado de Coca hay lugar para el agradecimiento y agrega: siempre agradezco desde el fondo de mi corazón a la familia Feldman y al Diario Jornada que siempre nos daba un espacio gratis, para “La Rayuela”, para todos. El Festival de Necochea era un acontecimiento muy serio, había rueda de prensa, reunía críticos que evaluaban cómo había sido concebida cada obra, cuál era el concepto que encerraba, etc. También se concretaban allí talleres, mesas redondas… intercambios. En esa oportunidad el diario salió tres horas más tarde porque Feldman quería enterarse cómo nos había ido. ¡Y nos sacó en la tapa!
(CONTINUARÁ)