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Historia de la comunicación - De sumerios y patagones
Por Kayra Wicz
“El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”(G. García Márquez, Cien años de soledad)
El lenguaje humano, tal como lo conocemos hoy, es un sistema de reglas de asociación de sonidos y significados. Su desarrollo comprende los siguientes factores:
La evolución del aparato fónico: la articulación de sonidos (“habla”) es un proceso de alta complejidad fisiológica, producto de una lenta transformación biológica. Es probable que el hombre de Neardenthal (75.000 a 35.000 años a. C.) dispusiera de un aparato fónico suficiente para emitir sonidos. Los órganos empleados para la alimentación se acomodaron a su nueva función: “el habla”.
La maduración cerebral: resultado de la evolución: Es diferente la “maduración” al “volumen” del cerebro, porque aun se ha podido establecer una correlación directa entre el volumen del cerebro y la capacidad lingüística, o intelectual en líneas generales. La maduración posibilita el discurso abstracto, es decir la producción de sonidos relacionados con situaciones que no están presentes.
La respuesta del medio: el lenguaje es un rasgo distintivo de la conducta humana que necesita el refuerzo del medio externo. El mero contacto con otra persona requiere un código para relacionarse.
Investigaciones neurofisiológicas recientes demuestran que el lenguaje y el manejo de herramientas son capacidades alojadas en la misma porción de cerebro. Al adoptar la posición erecta los primates liberan las manos; y pueden emplearlas en la caza y en otras actividades que antes requerían de la boca. Queda así mejor colocada para el lenguaje oral. En opinión de muchos investigadores, fue la mano el elemento clave a la hora de explicar cómo y cuándo apareció el lenguaje humano.
En nuestra larga historia dejamos huellas de todas nuestras actividades: utensilios, dibujos, cartas. A partir de la invención de la escritura aparecen los documentos escritos, que informan y transmiten sobre las costumbres, las formas de vida, las ideas, los pensamientos y sentimientos. Por sus características de presentación, interpretación y preservación a veces cuesta trabajo decodificarlos; pero nos permiten indagar la vida de nuestros ancestros. El estudio del pasado a través de ellos se divide en tiempos prehistóricos (desde la aparición del hombre en la tierra hasta la invención de la escritura) y tiempos históricos (desde la creación de la escritura, cerca de 4.000 a. C.).
En 1984 se descubrieron en Tell Brak, Siria, dos pequeñas tablas de arcilla rectangulares que representaban, con muescas, algo que parecen ser animales, tal vez ovejas o cabras, y su cantidad. ¿Es sólo la ilusión de ver eso, la ilusión de encontrar algo que a pesar de tener casi 6000 años nos muestre lo que éramos? Científicamente, nada lo refuta. Y en este mundo en que todo se ha trasformado en velocidad y ésta en sinónimo de calidad, aquel hombre que marcó sus 10 cabras en una tabla de arcilla hace 6 milenios nos enseña cómo empezamos la maravilla de comunicarnos.
Las “placas grabadas” de la Patagonia, estudiadas por Outes, Vignatti, Gradin y otros arqueólogos, aparentan ser similares a las tablillas de Tell Brak; pero difieren en tres aspectos. Uno de ellos es la antigüedad. Estas placas son del período posterior a la diferenciación en etnias de los pueblos patagónidos primigenios. Sin llegar a los 6.000 años de las tablillas de Siria, las placas patagónicas podrían tener más de un milenio de existencia. Otro aspecto es que no están realizadas sobre arcilla sino sobre materiales duros como esquisto y pizarra (las incisiones sumerias se hacían sobre greda húmeda que luego se cocía). Y por último, en las “placas líticas” los grabados no responden a un lenguaje escrito; tiene un carácter estético y mágico. Desde ese punto de vista estas placas podrían considerarse, en la línea evolutiva del lenguaje humano, las antecesoras de las tablillas de Tell Brak: un preludio al nacimiento de la escritura.
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