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jueves, 7 de mayo de 2009

EL REPORTAJE DE HOY



MAURIZIO FURGADA: UN ESCRITOR VIAJERO "A LO CHATWIN"



Podría decirse sin riesgo de error que Maurizio Furgada (Soresina, Cremona, 1960) pertenece a ese género de viajeros testimoniales inaugurado tempranamente por Marco Polo y que mucho más tarde tuvieron tanta popularidad, sobre todo en los siglos XVIII y XIX, cuando desde distintos puntos de Europa muchos de ellos salieron a recorrer el mundo con una libreta de notas como principal guarnición, animados por la fuerza y el coraje que les insuflaba su espíritu aventurero. Cierto es que por entonces mucho era lo que había por descubrir en diversos rincones de la Tierra. Hoy, en el siglo XXI, cuando los medios de transporte y los recursos de la tecnología no han dejado prácticamente ningún territorio sin explorar, quizás el único paisaje que todavía puede revelarle nuevos secretos al escritor viajero sea la interioridad del alma humana. Cada región, cada enclave, albergan personas y comunidades con diferentes costumbres, modos de pensar y de conectarse con sus respectivos entornos. Ese fue el principal legado de los viajeros contemporáneos que, como Bruce Chatwin, un día decidieron reemprender la aventura de explorar sitios lejanos y reflejar la idiosincrasia de sus pueblos. Precisamente el viaje de Chatwin por la Patagonia motivó a Maurizio a repetir su itinerario, buscando cotejar qué coincidencias muestra la realidad actual con aquel viaje recorrido del viajero inglés por tierras australes hacia la decáda del 70, es decir, hace poco más de de una treintena de años.
Previo a su viaje de retorno a Italia, nos reunimos con Maurizio en el Touring Club una tarde de abril para mantener esta charla.





- Mauricio, cómo tomaste contacto con la obra de Chatwin?



- Bueno, muy simple. Durante el conflicto de Bosnia fui para ayudar la gente que era víctima de la guerra y me di cuenta que allí había mucho por hacer. La gente no tenía zapatos ni prendas y los refugiados estaban famélicos. Empecé a juntarme con amigos de mi ciudad. Yo vivo en Cremona, la ciudad de Stradivari, de la música, y hoy puedo dar cuenta de la solidaridad humanitaria. Un joven de Cremona había perdido la vida mientras traía ayudas en el norte de Bosnia y nosotros habíamos contactado con algunas poblaciones de aquella area. Dejé de trabajar en mi oficina para seguir contribuyendo con esta causa y después de unos años mi proyecto fue galardonado con un premio anual de la Paz, en Milán. Habíamos logrado unir a dos pueblos cuyos habitantes habían combatido a muerte entre sí, uno serbio y el otro musulmán. En Bosnia después del conflicto había salido una nota en un periódico que decía que la mía era la primera escuela interétnica. Bueno, un amigo del grupo "Bosnia" me regaló un libro para felicitarme por lo que había logrado conseguir, Algo considerado imposible por los políticos de las dos provincias bosniacas interesadas en el proyecto. El libro que recibí de regalo era: "En la Patagonia" de Bruce Chatwin. El amigo era un hombre que amaba viajar cómodamente sin moverse de su cuarto. Como el personaje de una novela del 1884 de J. K. Huysmans, un cierto Des Esseintes, amaba los viajes pero odiaba desplazarse físicamente de un lugar a otro: era el viajero de butaca. Para mí era, más simplemente, el hombre que me regalaba libros de viaje.

- ¿Cuál fue tu primera impresión cuando leíste el libro?



- El libro de Chatwin permaneció durante años en un estante de mi piso hasta cubrirse de polvo en la tapa. Normalmente yo era el protagonista de mis viajes y no quería dejar a otros el privilegio de indicarme la vía. Incluso el libro de Chatwin empezaba con una historia rara de un pedazo de piel de un animal prehistórico y se demoraba demasiado en los cuartos de su casa de infancia. No me gusta cuando los escritores se detienen tanto en el relato de sus cuartos...

- ¿Y cómo se te ocurrió la idea de escribir algo vinculado a ese viaje? ¿Con qué propósito?

- Los viajes siempre han sido una parte preponderante de mi vida. Por viajar he dejado cualquier otra carrera posible, siendo la más probable la de derecho, considerando que me recibí en la Universidad de Milán en "Giurisprudenza". Cuando después de diez años terminó el proyecto Bosnia, mi deseo era volver a viajar y escribir alrededor del mundo. Habia viajado a Nueva Zelanda, Australia, Vietnam, Birmania, India, Canadá, Polinesia, China... y al regreso de un viaje extraordinario, lento, a bordo de los tradicionales barcos del río Amazonas, el mismo amigo me comentó: "Bueno, después de un viaje así solo hay otro lugar que puede ser tan extraordinario". Y se referia al hecho que en San Pablo de Loreto yo habia encontrado los personajes que conocieron a Ernesto Guevara de la Serna, luego pasado a la historia como el famoso "Che" Guevara... "¿A qué otro lugar te refieres?", le pregunté al amigo que me regalaba libros de viaje. "Por supuesto a la Patagonia! Y no te olvides que espero leas algo sobre la ruta Chatwin", me contestó.



- ¿En qué momento tomaste la decisión de viajar a la Patagonia?



- El "corralito" indica un momento importante en la historia del viaje a la Patagonia. Antes de aquel momento muy pocos consideraban la Patagonia como meta de su viaje. Además, con el estilo de vida que tenía yo en aquellos tiempos, la Patagonia estaba económicamente fuera de mis posibilidades. Viajaba a Australia, adonde podía trabajar y ganar dinero para continuar mi viaje y, como alternativa, a países poco costosos como Ecuador, Bolivia... o, en el otro continente, a India y todo el sureste asiático. El "corralito" es paradójicamente el hecho que me permite viajar en la Patagonia. ¿Por qué digo paradójicamente? Está claro. Después del "corralito", con la devaluación de la moneda, la Patagonia ha sido inundada de turistas, incluso aquellos que en mucho sentidos hoy han perdido su vocación por los viajes.

- Cuando llegaste aquí por primera vez, ¿coincidió lo que viste -la gente, los paisajes- con la descripción de Chatwin? ¿Sentiste alguna decepción?



- La primera decepción que sentí en realidad fue cuando en Retiro ví a todos los colectivos directos a la Patagonia llenos hasta el imposible, sin que pudiera encontrar un sitio para mí hasta muy tarde en la noche. Entonces comprendí que poder viajar por la Patagonia en un estilo que podía agradarme (es decir, fuera de los circuitos turísticos) iba a ser complicado. Sin embargo, cuando por primera vez entré en contacto con un lugar por donde Chatwin había pasado e incluso se había asentado durante una semana, en la estancia Viamonte, en Tierra del Fuego "...demasiado entumecido para moverme", según comenta el inglés en el libro, el espíritu de viaje volvió a latir dentro de mí y allí comprendí que no había mejor manera de viajar que seguir los pasos de Chatwin.



- ¿Lograste identificar a algunos personajes referidos en el libro? Cuéntanos algunas experiencias al respecto.



-Muchos. En realidad, a todos los que siguen con vida. Hay que considerar que pasaron 34 años después del memorable viaje del inglés. Respecto al trabajo de identificación de los personajes -porque Chatwin casi siempre los oculta cambiándoles el apellido- me ayudó mucho el libro de Adrián Giménez Hutton, un escritor argentino que hizo la ruta hace 10 años, aunque yo encontré algunas anécdotas nuevas. Por ejemplo, el hecho de que Chatwin pasa el último dia del 1974 en Corcovado, adonde se encuentra con la familia de Milton Evans. Clery, la hija de Milton, tenía recuerdos muy oscuros cuando la entrevistó Giménez Hutton, como las falsas referencias a que estaba embarazada o que encontraron al inglés en el camino, todos hechos que yo pude aclarar durante mi visita a Trevelin. Pero la parte que yo considero como mía y solamente mía es la ruta desde Lago Posadas hasta Paso Roballo. Giménez Hutton se había equivocado de camino, lo que es evidente por el hecho de que él se movilizaba en una camioneta y la única manera de encontrar la ruta, en realidad, era caminando. El camino desaparecía de las cartas y siguiendo el libro había que caminar y encontrar unas sendas de caballo... y caminar, caminar días enteros con la mochila en los hombros; pero esta parte es un secreto que me regaló Chatwin y que voy a revelar solo en mi libro. En los momentos dificiles como estos sentía que Chatwin estaba a mi lado... así que puedo decir que viajé con Chatwin en la Patagonia.




- ¿Qué otras diferencias hay entre el viaje de Giménez Hutton y el tuyo?



- El mío no es un documental sobre la ruta Chatwin, sino que es un viaje nuevo hecho siguiendo la misma ruta. Un viaje nuevo con sus propios personajes, Yo voy a encontrar a cada personaje y de allí se abre un capítulo con nuevas historias de la Patagonia de hoy, que se mezclan con las del pasado. En ese sentido Chatwin es como un guía para mi viaje. Por supuesto estamos hablando de un guía especial. No aceptaría viajar con un guía moderno que me dijera adónde y lo que tengo que hacer. El viaje para mí es una cosa seria. Sería una contradicción con mi idea de que el viaje es libertad.



- En tus contactos con la gente local, ¿qué opiniones recogiste acerca de Chatwin? ¿Qué es lo que se le elogia y qué se le critica?



- Normalmente los intelectuales son los que difundieron la idea de que el libro de Chatwin era basura. Mateo Martinic dice que no querría esa obra en su biblioteca porque podría ensuciar los otros libros... Osvaldo Bayer me indica unos errores no muy importantes por la historia de Antonio Soto en su conjunto. Los historiadores desde sus butacas se ocupan mucho en individualizar errores históricos en el libro del inglés, pero esos errores son casi siempre insignificantes. Comprendo más una señora de Puerto Natales a la que Chatwin describe como "despreocupada y pechona...", que tenía amantes... La misma señora se quejó mucho y quería que yo le diera la dirección del inglés para decirle algo... En realidad muchos de sus personajes se quejaron de la manera como Chatwin describe sus vidas y otros señalan una falta de respecto y de educación. Susana de Fortuny le da del mote de "cretino" por no haber agradecido la familia que lo hospedó. En Magallanes la familia Eberhard me decían lo mismo, pero después me mostraron una nota que Chatwin dejó en el libro de visitas de familia que contiene, en idioma inglés, el mas simpático de los agradecimientos que yo he visto. No he conocido a Chatwin y no conozco su carácter. Lo que puedo decir es que cuando se viaja como él, sin saber adonde te lleva cada día, el cerebro del viajero está muy concentrado en la organización y recolección de datos y noticias. Para comprenderlo hay que viajar así; la fatiga te hace concentrar la atención y un sentido de supervivencia te hace pensar sólo en cómo resolver las dificultades de llegar desde aquí hasta allá o en formular las preguntas necesarias para una o otra historia. Yo mismo en alguna ocasión, dentro la excitación del viaje, me di cuenta que había salido de una casa sin saludar o dar las gracias de una manera adecuada. Mi cerebro estaba tratando de no olvidar nada de lo que el personaje me había dicho, pensaba en si necesitaba algo más, si en la mochila había puesto todo... qué tenía que hacer después... Viajando de esa manera el cerebro esta en una condición que no es la de la persona normal. Eso habría que considerarlo al juzgar a Chatwin.



- ¿Cuál fue tu experiencia más memorable?



- Seguramente en mi último viaje -de los cuatro que hice- la parte de los días de camino entre Lago Posadas, Paso Roballo y Bajo Caracoles, unos ciento veinte kilómetros caminando dentro a la pampa desértica, sin saber adónde iba a parar por la noche. Creo que no se puede decir que uno ha viajado "a lo Chatwin" sin caminar físicamente a su manera.
Hay todavía otros momentos en que me sentí fisicamente al lado de Chatwin y uno que recuerdo con placer es en la casa de un galés en Gaiman. Gerallt Williams está en una fotografia de Chatwin y el encuentro con él fue como un bautismo para mí durante mi primer viaje en 2006. En su casa tuve por primera vez la impresión de que Chatwin estuviese allí, escuchándome leer en castellano, mientras que los miembros de la familia comentaban los errores de sus descripciones. Era como si él, sonriendo, pensara: "¿Quién hubiera pensado que un italiano recorrería un día mi ruta para revisar todos los detalles de mis descripciones...?"



- ¿Cuáles son tus planes inmediatos?



- Terminar de escribir, editar el libro en Italia y viajar otra vez a Patagonia para presentarlo.

- Si tuvieras que resumir todas estas experiencias en una sola frase, ¿qué dirías?



-Como te dije antes: Creo que no se puede hablar de haber viajado "a lo Chatwin" sin haber caminado físicamente a su manera.



Carlos Dante Ferrari







sábado, 2 de mayo de 2009

LA NOTA DE HOY







El Telefonista


Por Olga Starzak





Hacía dos años que trabajaba como aprendiz en un taller mecánico; quizás fuera por esa condición que sus dueños nunca me habían pagado. Lo hicieron por primera vez una semana después de que cumpliera los 18. Cuando trato de evocar cómo viviría ese acontecer diario de ir temprano a cumplir con mis funciones y no ser retribuido, la respuesta, para mi sorpresa, no es un recuerdo ingrato. Hacía lo que realmente me gustaba, aprendía un oficio al que me hubiese agradado dedicarme toda la vida (aunque después no fue así, y en algún momento voy a contarles el por qué) y, por supuesto, siempre mantenía la esperanza que algún fin de mes llegara el prometido sueldo.

Poco más tarde opté, motivado por razones económicas, por buscar otro empleo. Se produjo así mi designación como maquinista en la usina eléctrica; esta dependía de la Compañía Sudamericana de Servicios Públicos y prestaba también su asistencia a la red de telefonía local. Fue en ese lugar donde acontecería, meses más tarde, los hechos que me convocan hoy a rememorarlos.

Antes agregaré algunos detalles más de mi paso por esa empresa. Hacía guardias de ocho horas atendiendo los motores que generaban la corriente; significaba ponerlos en marcha y apagarlos de acuerdo a las horas de mayor y menor consumo. Era una tarea monótona y aburrida, sin embargo había que realizarla con un gran sentido de la responsabilidad ya que de ello dependía la erogación de gastos y, por consiguiente, la disposición de los superiores para mantener al empleado en el cargo o despedirlo. Tantos años más tarde debo reconocer que, pese a mi juventud, debía realizar bien esa tediosa labor porque -meses después- la compañía vendió las instalaciones y despidió a todo el personal, quedando sólo el jefe de la planta, un encargado y yo.

Fui sometido a un examen de capacidad laboral y derivado a prestar servicios de telefonía. Al principio mis actividades eran múltiples; tanto podía trabajar en las calles en el mantenimiento de las líneas como cavar pozos para la colocación de postes, instalar teléfonos en empresas o casas, reparar cables o solucionar averías.

Traigo a mi memoria, sin poder dejar de esbozar una sonrisa (quizás por aquellos tiempos de mi juventud donde los adelantos científicos que después protagonicé parecían tan lejanos) que cada aparato colocado en una propiedad se constituía en un tirado de cable galvanizado desde la Central hasta el domicilio del usuario.

Las actividades que les comento eran anexadas con una guardia como telefonista que realizaba invariablemente desde las 22 a las 24. Y esto sí que era entretenido; esperaba ese par de horas casi con alegría. No era otra cosa que hurgar en la intimidad de los interlocutores y descubrir sus secretos que no eran tales desde el momento en que un sujeto anónimo podía apropiarse de las palabras expresadas.

Y era sabido que esa voz ajena y distante que les decía sólo dos palabras: “¿número?” y “¿hablaron?” estaba siempre allí, interponiéndose. Toda vez que dos personas intentaban un contacto.

Aquí viene lo que quiero compartir con ustedes. Fue en uno de esos llamados cuando quedé cautivado por la voz de una mujer que muy pronto averigüé quién era. Todos los días, a partir de las once de la noche un hombre me solicitaba la comunicación; a juzgar por la gravedad del tono con que eran emitidas sus palabras, debía tener algunos años más que yo. Siempre pedía con el mismo número; siempre atendía ella y conversaban hasta minutos antes de que me viera obligado a cortar el servicio, como se hacía habitualmente después de la medianoche, para dejarlo conectado sólo con la comisaría y el transporte proveniente de Puerto Madryn.

Corría el año 1941 y hacía muy poco que se habían agregado 50 líneas más en el pueblo; la pareja debía sentir ese cambio porque muchas veces se veían forzados a esperar para ser atendidos, situación que hasta ahora era infrecuente. Y yo me alegraba por esa tonta circunstancia, pensando que era la única forma de robarle minutos a ese intercambio de palabras impregnadas de amores recién iniciados, ilusiones crecientes y esperas cotidianas.

Como ya les adelanté, el joven llamaba todas las noches a la Central. Yo podía imaginarlo en su hogar girando la manivela que pronto indicaría, en mi señalador, su número. Un número que yo conocía de memoria, como conocía muchísimos, pero éste resonaba en mis oídos con furia y celos, con resquemor y hasta envidia. Y debía preguntarle, aún sabiendo la respuesta: ¿número? Siempre contestaba cero, hacía una pausa prolongada como desafiándome y continuaba... tres, otra pausa y completaba 66. Con la misma tranquilidad yo conectaba una ficha en el código pedido y el solicitante, haciendo girar nuevamente la manivela lograba que la campanilla del teléfono de la chica que ocupaba mis pensamientos, sonara.

Hola… decía ella con ese timbre acompasado y tierno, con avidez de escucharlo y con un tono que aunque disimulado, podía percibirse ansioso.

Y durante el tiempo que duraba el intercambio yo me veía “obligado” a escucharlos. Mis responsabilidades me exigían estar atento al momento del cese de la charla para proceder con rapidez a la desconexión de las líneas y dejarlas así liberadas.

Al oír el saludo final, un “¿hablaron?” me permitía volver a la calma.

Así me convertí en testigo, durante meses, de palabras cálidas y manifestaciones de afecto; también más tarde de la desilusión de la muchacha ante comentarios que la dejaban sin palabras por largos instantes. Fui testigo de su desencanto y también de la agresión que el muchacho escondía detrás de palabras dichas como producto del deseo y las urgencias sexuales.

Un día de enero, el mismo día que recibí la citación para cumplir con la obligatoriedad del servicio militar, había tomado la decisión.

Esa noche la campanilla del 0366 sonó guiada por el teléfono que yo comandaba como guardia nocturna de la central telefónica.

Ella atendió sorprendida.

Dejen que guarde para mí cuánto me costó conquistarla. Solo les contaré que, entre cartas y escasísimas visitas, Mercedes esperó por más de un año mi regreso.

Para no separarnos jamás.



N. de la A. : "El telefonista" es producto de uno de los tantos relatos que mi padre, Eduardo Starzak, me contara a lo largo de su vida, con la emoción de quien bucea en aguas cálidas y profundas.




lunes, 27 de abril de 2009

LA POESÍA DE HOY

DOS POEMAS DE SANDRA PIEN*


SIN RASTRO DE SAL

Entre los surcos
de las espinas de calafate
confieso la aridez pueblerina.

Sólo el piño ovejero
renació
una y otra vez
en cada instante elegido.

No existe rastro de sal

en nuestra mirada.

Es cierto

sabíamos de las distancias

y lo imprevisto

pero las nieves montañeras

omitían el dibujo cruel

diario.
No hubo quien

recibiera el mensaje.

Sin concesión alguna

mi verso libre
callando vientos

dio con la clave.

No dejar huella
sin canto.


BOSQUE DE LENGAS


Aquel bosque

filigranado de ausencias

atrajo los recuerdos.
La pausa del color
despojó

las lejanías

de mis ojos

de un lento canto

en la discreta madera.

Inútil aferrarse

a la sombra

inútil confiarse

a una imagen.

Amé dócilmente
la huella

del regreso.






(*) Escritora y periodista de Capital Federal. Vivió en El Calafate, lugar donde quedó ligada definitivamente a la Patagonia. Estos poemas fueron publicados en su libro “Rumbo Sur”.

miércoles, 22 de abril de 2009

LA NOTA DE HOY

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Historia de la comunicación - De sumerios y patagones


Por Kayra Wicz




“El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”(G. García Márquez, Cien años de soledad)




El lenguaje humano, tal como lo conocemos hoy, es un sistema de reglas de asociación de sonidos y significados. Su desarrollo comprende los siguientes factores:

La evolución del aparato fónico: la articulación de sonidos (“habla”) es un proceso de alta complejidad fisiológica, producto de una lenta transformación biológica. Es probable que el hombre de Neardenthal (75.000 a 35.000 años a. C.) dispusiera de un aparato fónico suficiente para emitir sonidos. Los órganos empleados para la alimentación se acomodaron a su nueva función: “el habla”.

La maduración cerebral: resultado de la evolución: Es diferente la “maduración” al “volumen” del cerebro, porque aun se ha podido establecer una correlación directa entre el volumen del cerebro y la capacidad lingüística, o intelectual en líneas generales. La maduración posibilita el discurso abstracto, es decir la producción de sonidos relacionados con situaciones que no están presentes.

La respuesta del medio: el lenguaje es un rasgo distintivo de la conducta humana que necesita el refuerzo del medio externo. El mero contacto con otra persona requiere un código para relacionarse.

Investigaciones neurofisiológicas recientes demuestran que el lenguaje y el manejo de herramientas son capacidades alojadas en la misma porción de cerebro. Al adoptar la posición erecta los primates liberan las manos; y pueden emplearlas en la caza y en otras actividades que antes requerían de la boca. Queda así mejor colocada para el lenguaje oral. En opinión de muchos investigadores, fue la mano el elemento clave a la hora de explicar cómo y cuándo apareció el lenguaje humano.

En nuestra larga historia dejamos huellas de todas nuestras actividades: utensilios, dibujos, cartas. A partir de la invención de la escritura aparecen los documentos escritos, que informan y transmiten sobre las costumbres, las formas de vida, las ideas, los pensamientos y sentimientos. Por sus características de presentación, interpretación y preservación a veces cuesta trabajo decodificarlos; pero nos permiten indagar la vida de nuestros ancestros. El estudio del pasado a través de ellos se divide en tiempos prehistóricos (desde la aparición del hombre en la tierra hasta la invención de la escritura) y tiempos históricos (desde la creación de la escritura, cerca de 4.000 a. C.).

En 1984 se descubrieron en Tell Brak, Siria, dos pequeñas tablas de arcilla rectangulares que representaban, con muescas, algo que parecen ser animales, tal vez ovejas o cabras, y su cantidad. ¿Es sólo la ilusión de ver eso, la ilusión de encontrar algo que a pesar de tener casi 6000 años nos muestre lo que éramos? Científicamente, nada lo refuta. Y en este mundo en que todo se ha trasformado en velocidad y ésta en sinónimo de calidad, aquel hombre que marcó sus 10 cabras en una tabla de arcilla hace 6 milenios nos enseña cómo empezamos la maravilla de comunicarnos.

Las “placas grabadas” de la Patagonia, estudiadas por Outes, Vignatti, Gradin y otros arqueólogos, aparentan ser similares a las tablillas de Tell Brak; pero difieren en tres aspectos. Uno de ellos es la antigüedad. Estas placas son del período posterior a la diferenciación en etnias de los pueblos patagónidos primigenios. Sin llegar a los 6.000 años de las tablillas de Siria, las placas patagónicas podrían tener más de un milenio de existencia. Otro aspecto es que no están realizadas sobre arcilla sino sobre materiales duros como esquisto y pizarra (las incisiones sumerias se hacían sobre greda húmeda que luego se cocía). Y por último, en las “placas líticas” los grabados no responden a un lenguaje escrito; tiene un carácter estético y mágico. Desde ese punto de vista estas placas podrían considerarse, en la línea evolutiva del lenguaje humano, las antecesoras de las tablillas de Tell Brak: un preludio al nacimiento de la escritura.











domingo, 19 de abril de 2009

LA NOTA DE HOY






UN "GALÉS-ARGENTINO"
El Sargento Weston Harris


Por Jorge Gabriel ROBERT*



El sargento Weston Harris era un soberbio exponente de su raza y cuando algún galés quería mostrar esa estirpe con orgullo, era al primero que nombraba. Sus ancestros habían llegado a esta tierra irredenta del Chubut allá por el año 1865 como colonizadores, conquistadores, por lo que ellos se decían, formadores de patria. Para eso prometían una sola cosa: trabajar.

Weston Harris quería abrirse camino en la vida, su padre había descendido del velero Mimosa en una playa de Puerto Madryn y era necesario empezar bien de abajo. Probó sembrando y cosechando. Para eso estaba en el valle fértil del río Chubut. Pero algo le decía que su destino no era ese. Así fue como enderezó con su vigorosa juventud hacia el centro de la provincia y se conchabó de peón rural en la estancia “La mimosa” (el mismo nombre que el barco velero había traído a los suyos desde Gales), pero la estancia estaba en venta y ni los antiguos dueños le pagaron su trabajo, ni los nuevos le quisieron pagar. Entonces, se dirigió a la comisaría de Tecka, una incipiente población cercana. Pero no a denunciar a nadie sino a pedir una vacante de “milico”. Poco tiempo tuvo para darse cuenta que había puesto su pie justo donde el destino le había marcado; también los pobladores de la zona se fueron amoldando a una nueva vida de solidaridad y orden, en cumplimiento de normas que el joven agente policial les fue inculcando con sobriedad y respeto.

A los dos años nomás con el ascenso, asumió la jefatura de Corcovado, otra población cercana con mayor índice de delincuencia, a la que el flamante Cabo Harris, "el galenso", como lo habían bautizado los criollos del lugar, fue imponiendo su personalidad inclinada a la persuasión y rectitud en el procedimiento. La delincuencia en aquellos años y en esos lugares se limitaba al robo de ganado, marcaciones ilegales y alguna que otra pelea a cuchillo en carreras cuadreras, jugadas de taba, dados o naipe. Aunque el contrabando de hacienda hacia Chile, les daba algún dolor de cabeza mayor.


Alerta, las autoridades policiales superiores consideraban que era necesario marcar presencia en lugares de mayor categoría y el “galenso” Harris fue a parar con su jineta de sargento a Gobernador Costa y de ahí una temporada en Nueva Luvecka, según las circunstancias fueran o no importantes o si la nieve excesiva lo requiriera para el salvataje de gente o animales. El sol se había tomado largas vacaciones ese invierno y el viento sur permanente, no dejaba de arrear nubes blancas en un volar de palomas por bajo un cielo muy azul que apenas asomaba por entre los cerros nevados.

Socorro de ovejas en la nieve

Cumplida su misión en zona cordillerana del Chubut, el sargento Weston Harris fue derivado a la zona costera, instalándose en Puerto Madryn, con algunas secuelas del frío soportado pero como lo veían igual muy dinámico, la Jefatura le confeccionó un traslado a Puerto Lobos, un poco más al norte, donde la jurisdicción, como destacamento, tenía un rancho a punto de derrumbarse. De manera que para el sargento Harris, eso no era problema. Con la aprobación de sus superiores, y aplicando además de su gran voluntad, la experiencia de anteriores situaciones similares, preparó en un amplio círculo de barro, yuyos y paja de coirón cortada a tijera, una tropilla de caballos en amanse que un puestero le prestó para el pisadero, fabricó ladrillos y construyó la vivienda y algún “refugio” para contraventores.

La municipalidad de Puerto Madryn colaboró con algunos muebles y la jefatura, con un técnico albañil. El agua era transportada en camión desde Río Negro hacia Madryn y a la pasada por la ruta 3 se detenía a proveer el vital elemento en la obra del sargento Harris. Luego de algunos años de lucha, su traslado fue a Gaiman, donde todavía se limaban diferencias entre los originarios tehuelches y el nuevo asentamiento galés. Solución?… El sargento Harris. Su esposa Rosalía, sus hijos Edmundo, Elvira, Eduina y Rodolfo, llenaban las horas de su intimidad.

Como premio a su fecunda labor en todos los terrenos, el sargento fue movido para su jubilación a Camarones, un lugar tranquilo, casi diría de descanso; aunque no tanto para los pobladores del campo, pues merodeaba esos lugares un astuto bandido ladrón de "semovientes” que el sargento debió perseguir a caballo, en soledad, durante varios días, hasta que el “escribiente” pudiera redactar el acta de detención en la comisaría de Camarones.


Su vida activa continuó después de su jubilación hasta el mes de noviembre de 1987, en que falleció un día después de asistir a la ceremonia provincial en el cementerio del Solar Histórico Moriah de Gaiman donde fueron depositados en acto público los restos de su padre, llegado a estas tierras desde Gales, como se dijo, en el velero Mimosa, en 1865.


*Nos complacemos hoy en publicar en Literasur la primera de una serie de notas del querido amigo Jorge Gabriel ("Rico") Robert, asiduo colaborador en publicaciones digitales como "Arcón del Recuerdo", "Pueblo a Pueblo" y habitual comentarista de temas regionales a través de cartas de lector en diversos medios periodísticos. "Rico" profesa un gran amor por los valores heredados de sus mayores, ha sido testigo y protagonista de la vida social, institucional y rural de su Camarones natal y al igual que su hermano Gerardo -también colaborador de esta página- tiene el privilegio de poder expresarlo con personalísimo estilo y galanura criolla.