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viernes, 18 de diciembre de 2009

NUEVA OBRA INCORPORADA A LA BIBLIOTECA PATAGÓNICA


Postales bárbaras

Una nueva obra de Marcelo Eckhardt



Marcelo Eckhardt nació en Salta. Hace más de 35 años que vive en Trelew. Tiene, por tanto, una historia patagónica que se aprecia apenas una lo conoce: hay en su voz un tono manso, en sus gestos lo apacible, en su andar el paso de quien va sin apuro, pero sabiendo adónde se dirige el camino.

Este fecundo escritor, licenciado en Letras, ha editado a lo largo de su vida diferentes producciones literarias que, ensambladas, atestiguan una mirada frontal de la realidad, una cadencia de reflexiones que sustentan sus ideales, un lenguaje que lo caracteriza y un estilo para admirar. Eckhardt es, a la luz de nuestra literatura, un artista que sabe traducir en palabras justas, a veces dolorosas pero siempre directas, su propio sentir sobre la sociedad, la política, las creencias, los valores… la vida toda.


Postales bárbaras, escrito a fines de la década del ´90, es una compilación de relatos sobre el pueblo que, devenido en ciudad, el autor hizo suyo. Ese Trelew parte de la Patagonia, pero también de la Argentina; y sus interminables crisis.


En la contratapa de esta obra que integra la colección de Patagonia Contemporánea de Editorial Jornada se sintetiza así la esencia del libro:


“Estas postales, anacrónicas, en el umbral del último cambio tecnológico, cuando irrumpe Internet y la telefonía celular, entre un siglo y otro, en Trelew, son relatos, crónicas mínimas, retazos de una época de crisis. La amistad, la soledad, el cambio, la barbarie civilizatoria. La solidaridad, el viaje, la guerra, son algunos de los temas que Marcelo Eckhardt aborda con un estilo sobrio y preciso. Y logra captar esa turbulencia que caracteriza a todo cambio en ciernes, para peor y para mejor. La vida continúa y la literatura también. La narración acompaña a los acontecimientos, entrelazando postales hacia el futuro, hacia los lectores, los testigos de la historia en el viejo pueblo del sur.”


Y es así. Después de leer Postales ningún trelewense –y lo digo sin temor a equivocarme- puede dejar de reconocer entre las páginas (con todas las palabras a veces y entre líneas otras) sus calles, la gente, sus costumbres… Los aromas y aquellos sonidos, la luna y las maras, la tierra fértil y la otra, la plaza y sus magnolias.


Su propia historia.



Olga Starzak
Diciembre de 2009

Marcelo Eckhardt nació en Salta en septiembre de 1965; desde 1972 vive en Trelew, Chubut. Publicó cinco novelas: El desertor (1993), Latex (1994), Nítida esa Euforia (1998), Cero (2008) y La nueva rabia (2008); dos libros de cuentos: Radio La Lengua (1995) y Ya fue (1998) y un libro de ensayos literarios: Trelew (1997). Enseña Literatura Argentina en la Universidad Nacional de la Patagonia y es coordinador del proyecto cultural Tela de Rayón.


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martes, 15 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY


Carmen de Patagones (circa 1885)


ELSEGOOD, EL MARINO


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES



Una calle de la ciudad de Trelew es denominada “Edmundo Elsegood”. Según la página web de la Municipalidad se trata de quien "intentó fundar una colonia en 1856 en el mismo lugar donde Jones hizo el fuerte en 1854, fracasando". Referencias igualmente breves figuran en la “Historia del Chubut”, de Clemente Dumrauf; y en “Crónica de la Patagonia y Tierras Australes” de Antonio Álvarez. La aventura colonizadora de Elsegood y su azarosa vida, que incluyó un romance de novela, pasó en el Valle discretamente al olvido. Pero no fue así en Carmen de Patagones, cuna de navegantes sureños, ciudad madre de ciudades australes, que supo conservar la memoria de este marino radicado allí a principios del siglo XIX.

Marino del cual se decía que era galés. Pero en su biografía “En la estela del Corsario Elsegood” (“corsario” porque el protagonista de este relato participó en la guerra de corso contra el Brasil), Luciano Becerra informa que nació el 27 febrero de 1802 en Morpeth, Northumberland; región al noreste de Inglaterra, muy lejos del sureño Gales. Tampoco su apellido tiene reminiscencias galesas; de hecho sería de origen escandinavo. Como sea, el futuro marino llegó a las Provincias Unidas del Río de la Plata siendo niño, y en 1826 ya está asentado en Carmen de Patagones.


Morpeth Bridge, Northumberland (© Laing Art Gallery). Thomas Girtin (1775 - 1802)

Son dos los puntos principales que atraen la atención sobre Elsegood, al tenor de este blog. Por un lado, su casi desconocido intento colonizador en el Chubut; por otro, la romántica relación que lo unió a Mariquita León, amorío que devino en fuente de inspiración literaria.

Del primer tema no existen muchos datos; y los pocos que hay son acicate para que algún historiador profundice el tema. Al hablar en su libro del asunto, Becerra cita a Antonio Alvarez: “En 1856 llega (al Chubut) el Capitán Elsegood con algunas familias galesas; también fracasa en el intento y al cabo de dos años se marchan”. La similitud de esta descripción con la de la página web municipal mentaría una fuente común. Pero luego Becerra agrega otros datos, provenientes de varias biografías redactadas por los numerosos descendientes del marino.

Una de esas citas dice que el navegante, con su grupo de galeses, desembarca en la costa, al parecer, del golfo de San José. Desde allí trata de alcanzar el río Chubut a pie; y es en este intento que fracasa. Sin embargo esa descripción del hecho es improbable. Elsegood conocía el litoral patagónico; y es ilógico que emprendiera tal marcha. Más cierta parece otra referencia biográfica, que afirma que el marino funda su colonia en la desembocadura del río Chubut; y que al cabo de dos años debe abandonar la empresa. Algunas de las familias galesas regresan a Inglaterra, en tanto otras se asientan en diversos puntos de nuestro país. Ambas citas coinciden en fijar la fecha de la empresa entre 1856 y 1858; a mitad del ensayo de Libanus Jones en 1854 y la colonización definitiva en 1865.

De su romance con María Josefa “Mariquita” León, se destaca que desposó a su mujer cuando ella era muy joven. El matrimonio tuvo varios hijos y su vida se movió entre Patagones y Buenos Aires. El marino dio a lo largo de los años permanentes muestras del amor hacia su mujer. Por su parte, Mariquita se acostumbró a las muchas ausencias de su marido; y a las angustiosas esperas.

Elsegood murió en alta mar el 19 de enero de 1870, como un marino de ley. Poco consuelo fue esa circunstancia para Mariquita quien, desde el balcón de su casa en el barrio porteño de Montserrat, ve entrar al puerto de Buenos Aires el buque de su marido, el “Patagones”, con crespón negro y bandera a media asta. María Cristina Casadei recuerda esta escena en su bello romance “De Mariquita y Edmundo”, con justas palabras que son digno colofón para esta nota:

Y un día el presentimiento,
Mariquita despojada
con ojos de sueños rotos
contempla llegar la barca.

Sobre el crespón de las olas
la muerte, erguida, cabalga,
Edmundo es sólo un recuerdo
diluido en la nostalgia.

Sobre la espuma del río
el sol se vuelve mortaja.



Nota: Los textos empleados en este artículo pertenecen a documentos del Museo Regional “Emma Nozzi”, de Carmen de Patagones. El autor agradece a la Sra Rosa Spampinato, de la Asociación de Amigos de dicho Museo, la información que tan gentilmente le hiciera llegar; y también agradece al Profesor Clemente Dumrauf los datos aportados en una amable charla.


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domingo, 13 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY




RECUERDOS DE MI ESCUELA
Un diploma, cabras y el alumno Santiaguito

Por Jorge Gabriel ROBERT





Cuando el maestro platense, don Enrique della Croce, me entregó un diploma con bordes negros y azules que decía en letras doradas: Promovido a Cuarto Grado, entre la algarabía de alumnos en aquella escuelita casi rancho de Camarones, empecé a comprender que había pasado de grado. Mis condiscípulos entre niños y niñas, seríamos unos veinte o treinta. Era noviembre de fin de curso en el año 1936. Entre ese aletear de palomas blancas, llenábamos un amplio zaguán correteando cada uno con su diploma, premio quizás a la dedicación, al estudio y a la disciplina de entonces.

Don Enrique el maestro, había llegado desde La Plata con su esposa Enriqueta, experta en labores manuales, telares, que enseñaba a todos y cada uno de los alumnos, así fuera varón o mujer, sin retribución pecuniaria. La sonrisa de un niño, era su paga. Con ellos, sus dos hijas adolescentes de 17 y 15 años. Alba y Nilda a quienes la vida dura de aquellos años, hizo perder lo mejor de su futuro, el estudio secundario.

Así fue que ese día olvidé mis condiscípulos que correteaban aprovechando la confusión para jugar a la mancha. Me preocupaba el espacio necesario para acomodar mi diploma. Cuántas veces con mi madre, en algún consultorio médico en que la acompañaba, le decía: Mira mamita cuántos diplomas. No los envidiaba. Por ahora tenía el mío y me parecía el más hermoso del mundo. Mi tío Bernardo, que se había sumado al esfuerzo de un pueblo nuevo con su oficio de mecánico desde Bahía Blanca su ciudad, sumó también su altruismo y su bondad confeccionando el marco, cortando el vidrio para que pudiera colgar mi diploma adorado. Hombre de oficios múltiples, prodigio para las amas de casa que estaban armando su vivienda mientras sus esposos, trabajaban en el campo procurando el sustento de cada día, mi tío siguió construyendo marcos, cortando vidrios y otros enseres para las viviendas que él construía con madera y chapas de cinc, retrasando así la entrega de automotores a sus dueños, que comprendían las urgencias. La paciencia de entonces ayudaba a vivir y a crecer.

Mi maestro della Croce, venía a reemplazar a Justo Chumbita, el anterior docente. Éste había sido despedido con aplausos desde el puerto natural donde la “chata” de un buque mercante descargaba mercancías de campo propias de un impulso colonizador y víveres para algún comercio que los había pedido por telégrafo a su consignatario en Bs. As, desde el incipiente pueblo Camarones, en la provincia de Chubut. Pero el maestro Chumbita, que me había ayudado a soñar con un diploma desde los primeros “palotes” sentado en su falda desde mi más tierna infancia, no se iba de paseo. Una cruel enfermedad lo postró de tal manera que fue cargado como un objeto y en su trayecto a Buenos Aires, arrojado al mar porque a las primeras millas náuticas, murió. Sus alumnos, que habían acompañado al maestro hasta el embarque, quedaron mirando al infinito donde parece que se juntan el cielo con el mar, agitando un pañuelo blanco mojado con lágrimas; otros no alcanzaron ni a enterarse y buscaban afanosamente al maestro que esa tarde les había prometido enseñarles a ordeñar las chivitas, “profesión” que traía acumulada desde su San Luis natal. Como buen puntano, de cabras sabía mucho. La clase anterior se había referido a la leche en la alimentación de los niños y a su crecimiento. La foto muestra una madre con sus críos, producto del empuje que le dieron entonces a las cabras que trajeron los Boers, una inmigración de Sud África que al igual que los Galeses, bregaban por el progreso en el lugar que eligieron para vivir y el afán de siempre, competir para crecer. Sus cabríos blancos con la cabeza marrón, eran el orgullo de la región y ganaban en los concursos y exposiciones.



Volviendo al diploma, que nunca pudo ser reemplazado, a mi lado esperaba el suyo el alumno Santiaguito. Había ingresado en la mitad del año, obligado por un destino muy cruel. Refugiado en el último pupitre del aula, observaba la clase con mirada adusta y rencorosa; prefiere que el maestro no se dirija a él; su ceño fruncido aleja a sus compañeros, no quiere a nadie a su alrededor; contaría 11 o 12 años aunque parecía menor, rubio con ojos grises, en un descuido, sin proponérselo, podía esbozar una sonrisa tímida, encantadora; reflejos de tiempos más felices. Los demás alumnos se reunían para hablar de él, algunas chicas ya le insinuaban su amistad y los varones más audaces, intentaban dirimir cuestiones con él a las trompadas, cosa que respondía de inmediato, como agradeciendo la oportunidad de pelear sin importarle el número ni la calidad del adversario. Criado hasta esa edad con su padres y hermanos, en un rancho hogar, entre malezas de la rústica estepa patagónica, ayudando a cruzar el Río Chico, manejando una balsa, su padre llegó a ser su único socio y amigo; así lo amaba. Pero un día, en un problema de vecinos, por cuestiones de ovejas, marcas y señales, el retumbo de un balazo que aún suena en sus oídos, le llevó para siempre a su padre. Con esos recuerdos entró a la escuela de Camarones. Sus condiscípulos, igual que él eran de escasos recursos, hijos de pioneros, colonizadores, gente que se abría paso en la vida a fuerza y honra de su trabajo, de manera que Santiaguito tenía allanado el camino para su recuperación; siendo un gran amigo de su extinto padre, quien lo trajo al pueblo, con toda su familia y lo alojó en su casa. Sin embargo, costó mucho volver a Santiaguito a su natural personalidad; en su mente aún infantil, quedó grabada la imagen de un chileno, quien fue el asesino y desde entonces, hacerle comprender que la nacionalidad de su enemigo era puramente circunstancial. La sola mención de ese país hermano lo ponía fuera de sí y sólo el llanto lo calmaba. Pero el tiempo pasó, y Santiaguito se sumó a la lucha por Camarones, las chivitas de raza, y junto con su diploma de primer grado aprobado, recibió un premio al mejor compañero.



Enrique della Croce, con sus alumnos en un acto patriótico
(25 de Mayo de 1936)





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viernes, 11 de diciembre de 2009

EL POEMA DE HOY




Soneto a la luz de la luna


por Jorge Alberto Baudés



Desciende sobre el mar cinta de plata
en festones de espuma transformada,
caracolas de nácar impregnadas
cautivan al marino, al contemplarla

Es lámpara votiva que deshace
hasta el negro abismal que la circunda
y al sembrar con su luz , mano fecunda
es preludio del día que ya nace

Cuando falta, la soledad nos avasalla
y la fría y negra noche nos envuelve.
Despojada de palabras, muda calla.

El alma acostumbrada a estar con ella
debe apenas beber de las estrellas
la luz que de la Luna, les devuelven.


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