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sábado, 9 de enero de 2010

EL POEMA DE HOY



EL VUELO DE ÁGUILA

El sonido del viento despierta raíces
y el hechizo de un nombre indio
enciende antorchas en los trigales.
Alumbran las espigas de una época
mezcla de tierra virgen, cielo, agua...

Iris de plata
baja serpenteando del cerro,
embrujo de luna, piel, misterio de mujer
que aún sigue rondando los fogones
del paisaje arisco.

Resucita sobre el grial de los luceros,
crece en la geografía de los pueblos, las lenguas,
como racimo maduro en primavera
de siembra y cosecha.

Y se extiende por el verdor espejado
de sus aguadas
antiguo refugio en el invierno, de una estirpe altiva.
Y símbolo tehuelche
en sus dominios.

¡Grávida en sueños!
la tierra siente latidos...
Del Rey, señor de la meseta,
bebe la noche, danza con fuegos del alma
¡y escucha al corazón!

Se dilata por la huella...
en encorvados silencios,
meridianos clarísimos
se deshojan entre horizontes y memoria.

De ese vuelo viene la herencia, chispa cultural,
la perciben los matices
acariciando las etnias del Bicentenario.

Más allá, el despliegue del águila cincela señales
en tiempos de retos
y roza las voces frescas de la América india,
las manos se unen en un solo himno
libertad, esperanza...

la sangre bulle...
y en el vientre, la vida.


Alicia Cabral Colman


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miércoles, 6 de enero de 2010

EL CUENTO DE HOY


Una pasión ciertamente inexplicable

de Alejandro Javier PANIZZI



Siempre, siempre, ha tenido una obsesión con el fútbol.
Caminaba despacio por San Martín. A esa hora ya no hay nadie en Sarmiento. Bueno, nadie no, están las putas. Y nosotros, claro. Y los muertos también, como dice el Indio Berón. Acaso lo diga porque no se resigna a estar sin el viejo.

Siempre, siempre, ha tenido esa obsesión con los muertos. La idea por los difuntos que, con tenaz persistencia asaltaba la mente de Berón, volvía a aparecer una y otra vez, especialmente, después de un intervalo de angustia.

Cuando llegué al bar, tres locas miraban aburridas cómo él jugaba al billar. Nunca les daba pelota, a menos que no tuviera con quién jugar. A veces, les pagaba la copa para que trataran de hacer alguna carambola, para que lo miraran cómo jugaba solo o por mera solidaridad.
Me acerqué a la barra y pedí un Gancia. Un hombre grandote, acodado en el mostrador, a quien la banqueta le quedaba chica, fumaba un cigarrito hediondo. Menos porque estuviera solo que por su aspecto, me impresionó como un ser retirado, que ama la soledad. O que vive en ella.
Berón luchaba contra sí mismo en un duelo de billar que parecía grave. Me paré a un costado de la mesa para no importunarlo.
–¿Sabés quién es ese gordo? –me preguntó de pronto, como quien recuerda un secreto remoto.
En la barra, arrellanado arduamente en su banqueta, el grandote notó que lo mirábamos y nos saludó alzando el vaso.
–Me pareció que lo conozco de algún lado pero no me acuerdo de dónde.
–Soriano –dijo con el cigarro en la boca, mientras le pasaba tiza al taco.
–¿Qué Soriano?

–Soriano, el Gordo Soriano, el escritor.

–Tenés razón, se parece muchísimo.

–No, no se parece, es Soriano.

–¿Osvaldo Soriano? ¡Si se murió, boludo! Se murió hace más de diez años.

–Entonces es. Yo de muertos conozco.
Ambas cosas parecían ciertas. El Indio sabe, tiene ese desvelo permanente por los muertos y el gordo se parecía demasiado a Soriano. Más aún, el grandote aparentaba unos diez años más que el Gordo cuando se murió. Pero el Gordo estaba muerto y el gordo, no.

Entre sus infinitas aporías camperas, la más frecuente era “Lo que es, es; y lo que no, no”.

Pese a las irrefutables objeciones que pueden hacérsele hay, en esa teoría, algo de razonable. Su éxito confirma que este mundo es absurdo.

Acaso con menos avidez por conocerlo que curiosidad por lo que decía el Indio, abandoné la mesa de billar y me fui hasta la barra. Me acomodé en la banqueta que estaba junto a la suya y le pregunté.

–¿Usted no es de Sarmiento, no?

–No –dijo amablemente–, soy de Mar del Plata.

–¿Nunca le dijeron que se parece a un escritor?

–Cuando era flaco, hace años, me decían que me parecía a Horacio Ferrer. ¿Quiere tomar algo?
Le acepté una cerveza con el único propósito de intentar reconocer su voz, ya que mi vaso lo había dejado lleno, al lado de la mesa de billar. De pronto caí en la cuenta de que yo nunca había escuchado la voz de Soriano. Y de no ser así, seguramente la habría olvidado.
–¿Está de paseo?

–No, yo soy técnico de fútbol, ¿Sabe? Hoy a la tarde jugamos con el Deportivo Sarmiento, por el Argentino. ¿Usted es hincha? –me preguntó el gordo, como disculpándose.

–Bueno, acá todos somos hinchas del Depo.

–¡Les rompimos bien el orto! –profirió esa exclamación tímidamente, pero no pudo contenerla.
–Sí, pero nosotros los cagamos a palos –gritó Berón desde la mesa de billar mientras apuntaba con el taco.
De inmediato, el hombre me ofreció su vaso para que brindáramos y se lo alzó al Indio, en son de paz.

–Por el Depo –dijo.
–Bueno, yo no sé nada de fútbol –asentí mientras chocábamos los vasos– ¿Contra quién jugamos hoy?

–Perdieron contra Cipolletti.

–Usted es Soriano.

El Gordo se acodó en el mostrador y se tomó la frente con ambas manos. Sacó del bolsillo de la camisa otro de esos cigarros que fuma él, me ofreció otro a mí mientras lo prendía con el que estaba por terminar.
–Estoy fumando, gracias –no podía sacarle la vista de encima– ¿Usted es un espíritu?
–¡No sea pelotudo!, ¿Le parezco un fantasma?

–No, se parece a Soriano.

–Entonces debo ser Soriano, mi amigo.

Lo que es, es; y lo que no, no.

El Gordo se armó de paciencia para explicarme, con el único propósito de concederme la gentileza de que yo pudiera encubrir mi asombro.

–Mire, desde que fingí mi muerte usted es la primera persona que me reconoce. Me mudé con mi mujer a Cipolletti. Aun así, allá nadie me conoce como Soriano. ¡Y eso que viví años allá! Ni siquiera me reconocerían si no me hubiera cambiado el nombre.
El Gordo pareció ponerse triste.

–Todavía me duermo pensando porqué no habré hecho tal o cual gambeta cuando jugaba. Aún me despierto recordando a mi padre que me decía: “¿Porqué no se la cambiaste de palo?”. Escribía todas las noches y todas las madrugadas de mi vida, pero un día admití que lo que más me importaba en la vida era sacar campeón a Cipolletti.
Pero mi razón y mi habla aún estaban como en suspenso.

–¿De qué se asombra? ¿Usted nunca cambió una pasión por otra, nunca cambió de mujer o de trabajo?
Me puse a recordar las veces que había cambiado de mujer.

–¿Y no probó con hacer terapia? –le pregunté.

–¿Está loco usted? –protestó Soriano– No necesito que nadie me confirme que soy un canalla. O peor, un impostor.

–Ahora entiendo porqué ha escrito tantos cuentos sobre fútbol.
Poco a poco mi conciencia volvía a encenderse.

–Fontanarrosa también escribió muchos cuentos de fútbol –dije sin pensar– Una pena que se haya muerto tan joven.

–¡No, no! –interrumpió Soriano– El Negro montó un circo. Se hizo pasar por hemipléjico durante dos años con el propósito de dirigir. Pero bueno... Central es un equipo grande y ahora entrena a un club del norte, Atlético Tucumán.

El Gordo se rascó la pelada y bajó la vista. Tenía un gesto triste, solitario y final.
–No le va mal... –dijo pensando en su propia suerte– Nada mal.


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domingo, 3 de enero de 2010

EL POEMA DE HOY





Cuando venga el sol de primavera


Cuando salga el sol de primavera
renacerá la vida en las acequias,
corolas tímidas de flores tempraneras
sucumbirán al beso “zumbón”de las abejas.
Vendrán los firmamentos tachonados de estrellas
y un suave colorido aromará las sementeras.
Rojiza el alba iluminará una huella
en la perspectiva desigual de la alameda,
y con su luz vendrán los sueños
de paz, calor y amor en las cosechas.
Late ululante la sangre en mis arterias.
Cuaja el vino embriagador y denso
en mi trémula diestra.
Hay un horizonte de soledad sobre las eras...
Pienso...
¿No vendrá a mí ¡falaz quimera!
con la brisa juguetona y bullanguera
un halo misterioso y sabio
que mitigue mi angustiosa espera?

¡Ah!... ¡Cuando salga el sol de primavera!



Camwy Paynter JONES*

*Poeta y escritor chubutense. Autor de "Entre paisajes y nostalgias". Este poema obtuvo el Premio "Mimosa" en el Eisteddfod de Madryn - año 2.007




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lunes, 28 de diciembre de 2009

LA NOTA DE HOY



SERRAT


Es un enorme vestíbulo. Figuras y sombras lo caminan con prisa. Aprieta el frío. Es extraño, estamos en noviembre. Noviembre ventoso, y eso sí es normal.

La noche llega sin timonel ni brújulas. Tal vez los aceitunados ojos del níspero puedan indicarle una ruta.

Tierra, arenilla, polvo, lluvia… tierra, arenilla, polvo, granizo… tierra, y otra vez arenilla. A pesar de todo, los párpados aterciopelados bailan alocados y se dejan robar el perfume.

La gente extrañada se pregunta dónde está la primavera, qué la demora, que acaso no se da cuenta que es un desaire? Todos la estamos esperando ilusionados.

Se cuelan entre los estornudos alérgicos y las voces acatarradas, preocupantes argumentos: el cambio climático, el efecto invernadero… Será entonces que el verano llegará allá por marzo? Y las vacaciones? Y los chicos? Esto es injusto! – Reprochan.

Mi sitio es pequeño, un privilegiado portal en tan amplio salón. Así lo he construido, así me esfuerzo por mantenerlo. Hasta aquí el aire parece llegar más limpio: el jardín, las bardas, la avenida, la remozada laguna Cacique Chiquichano, en ciertas oportunidades el valle y el océano, el canal y la vieja estación, el campo acordonando la extensísima ruta, me llevan de paseo.

Los perfiles humanos transportan su propia perspectiva. Soy una más. Disfruto de mi unidad y los observo.

Sobre el amplio salón un derrumbe de penumbras. Objetos, personas, han desaparecido, tal vez definitivamente, tal vez nadan en pos de una luz que no diviso. Yo juego a permanecer, pero…

Entonces, una idea o para mejor decirlo, una representación cuasi infantil se aparece en mi cabeza:

Nuestra tierra, sin elefantes superpoderosos que la sostengan o seguros alfileres que la sujeten al paño del espacio, está sufriendo el empuje de nuestra fuerza. Imagina a cientos, a millones de personas moviéndose presas del vértigo por llegar, por lograr, por tener, por mostrar…

A esta fuerza que llamaremos mayúscula (Fm) y que se desplaza sobre la superficie de nuestro hogar azul de manera constante desde hace unos cuantos años, le corresponde una reacción equivalente pero contraria.

Por el afán de ganar hemos perdido. Los días son demasiado cortos, las semanas más se parecen a estrellas fugaces, las estaciones se han desbordado, el calendario llega al final de su vida útil cargando todavía los adornos de la navidad pasada. Y nos sorprendemos!

Hay más. No quiero pensar en ello.

Ronca el viento. Frío, arenisca, algo de lluvia…

Los faroles profanan la oscuridad que también viaja con prisa.

El vestíbulo deja colgado su ropaje reciclable de lunes.

Prefiero acurrucarme en mi rincón y acomodar lentamente las piezas imaginarias de un larguísimo puente que me lleva desde el Atlántico océano hasta el Mediterráneo de Serrat.


OLGA E. CUENCA


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jueves, 24 de diciembre de 2009

HOY: UN POEMA NAVIDEÑO




AL HOMBRE DE TODAS LAS EDADES




Esta noche he golpeado
la aldaba de tu puerta.
No te asombre,
señor de esta morada,
el cansancio de mis ropas
ni la triste expresión
de mi mirada.
Perdona la osadía de mis manos
al tocar, para llamarte,
los lujos de estos muros
que atesoran tus afanes
y el brillo de las copas
que levantas
para libar en cristales
la fineza
de tus bebidas caras.
Yo soy la parte de esas cosas
que no ves
porque las cubre
el inconsciente oropel de tus falacias.
Te traigo, sin gritarlos,
los gritos desgarrantes de los hombres
que en la guerra
empuñan las armas de tus fábricas
y el rostro seco de esos niños
adultos de terror
por tus granadas...

Y te traigo,
sin que lo huelas,
el hedor insoportable
de los campos de batalla,
a los que encierras en el frío concepto
de la estrategia guerrera
y cubres con las regias alfombras
que adivino,
más allá de tu puerta...

Mírame bien,
porque soy al mismo tiempo
la imagen del hombre que eres tú
sin que lo sepas
y porque estas pobres sandalias que visto
y el costoso ropaje en que deambulas
van por el camino
que conduce al mismo dueño.

No me cierres esta noche
las dos hojas labradas de tu acceso
y permite por hoy que mis andrajos
se acerquen hasta el lecho
de sedas imperiales de tus hijos.
Déjame que, sobre el sueño de ellos,
cuando las dos agujas del tiempo
se claven en las doce horas inmortales
de este veinticinco navideño,
me sienta un poco Cristo
y pueda mirarte
como Él lo hizo con Lázaro...

Yo luego me iré sin molestarte
con mis sueños de paz
y esta ternura
que no puede contener
mi pobre pecho.

No te exijo que preguntes quién soy
ni por qué vine
sobre el filo del minuto que señala
el instante del Gran Alumbramiento.
Recuérdame tan sólo
cuando el dulce champagne
bese tus labios.
Porque allí estaré
desde ahora
para siempre,
sin que puedas apartarme de tus brindis
ni del fútil sentido que le asignas
a la cristiana fecha...

Mírame,
pobre y triste,
porque soy la imagen de tus yerros
y en las noches sin sueños
de tus sueños
seguirás sintiendo el tímido llamado
de mi mano
en la aldaba de tu puerta.



Rubén Héctor FERRARI
*


*Rubén H. Ferrari Doyle (Gaiman - Chubut) es Profesor en Letras (UNPSJB) y miembro del Gorsedd del Chubut.





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