Tomás Eloy Martínez: una herencia Periodística y Literaria
Conocí a Tomás Eloy Martínez cuando en el año 2007, invitado por el Grupo Jornada, visitó la Ciudad de Trelew.
A decir verdad mi primer encuentro con él se produjo mucho antes: al mismo tiempo que mi cita con la literatura de alto vuelo. Acababa de leer Santa Evita y había quedado cautivada por la prosa eximia, audaz y certera de esa novela de ficción escrita por un investigador nato que, sumido -tal vez impactado- por la misma emoción que después vivirían sus lectores, descubría los inhiestos vericuetos de la muerte, del cadáver de una líder política.
Entonces ya había sido seducida por la prosa de Martínez y enseguida busqué las huellas de su talento en otras de sus obras, primero en La novela de Perón, después en El vuelo de la reina, más tarde en La Pasión según Trelew. Últimamente en Purgatorio.
Cuando en la oportunidad citada concurrí a la conferencia que ofreció en el Museo Egidio Feruglio no buscaba más que escuchar la voz de alguien que ya admiraba profundamente. Recuerdo que al ingresar al auditorio y encontrarme con su rostro me invadió una intensa emoción. Era consciente de que estaba frente a un ícono de la Literatura Argentina, aquel periodista que –como pocos- pudo amalgamar ambas pasiones y entregarse a su público como entrega la orquídea sus flores: en forma sucesiva, perdurable y hermosa.
Estaba invitado -y así fue presentado por la locutora- para hablar de su obra La pasión según Trelew, sin embargo, con la facultad que le otorgaba -no tanto su trayectoria como sus propios años- explicó que no hablaría de ese tema del que tanto había y se había dicho; muy por el contario quería dedicar la tarde a conferenciar sobre los puntos en común del periodista y del escritor. ¡Y vaya con la maestría que lo hizo! De más está decir que al escuchar estas últimas palabras mi alegría se potenció a límites insospechados y debí disimularla porque, gran parte de los presentes -puedo asegurarlo- sufrió una especie de decepción (parece ser natural que las personas deseen que una y otra vez sangren las viejas heridas). Tanto que algunos hasta se retiraron, lo que me permitió, gloriosa, ocupar un asiento y disfrutar a mis anchas del doble regalo que me ofrecía su presencia.
Podría contarles, como si lo hubiese escuchado ayer, los aspectos que consideró a la hora de hablar de la escritura, tanto para quien informa como para quién hace literatura. No dejó lugar a dudas de cómo una profesión no sólo se alimenta sino que necesita de la otra. Que la suma de ambas es lo que logra la diferencia: calidad en el lenguaje, en el decir y en el estilo; la que produce esos textos inolvidables, escritos con la destreza y técnica de un literato que tanto puede narrar la realidad a través de una prosa poética o transfigurarla a través del texto.
Él creía, y luchaba porque así sea concebido, que el periodismo era, en sí mismo, un arte. A lo largo de esa charla en el Mef, estudiantes, hombres públicos y oyentes en general desplegaron sus preguntas, a veces con la sola intención de pronunciarse, otras –las más- por sonsacar del intelectual firme y decoroso que tenían frente, la opinión que considerarían indiscutible.
En mi caso, y a pesar de mi temperamento impulsivo, de la curiosidad y mi afán de seguir escuchándolo, no pude emitir una palabra: estaba conmocionada por su profesionalidad pero muy especialmente por la modestia que, infranqueable, mostró en cada una de sus opiniones, anécdotas, experiencias; en sus manifestaciones de desesperanza y otras de optimismo, en el recuerdo a los amigos, en los relatos de su paso por las distintos escenarios de editoriales, diarios, revistas y universidades.
Esto sólo es una brevísima reseña de su pensamiento porque no es este el momento ni el objetivo de este escrito. Tampoco hablarles de su biografía, ni de sus obras, ni las prolíficas actividades que ha desarrollado a lo largo de su vida. Ya lo han hecho en todos estos días, todos los medios gráficos de la zona, de la Argentina, de Latinoamérica y Europa.
Sí decirles que también fue la conmoción la que me quitó las palabras el domingo 31 de enero a la noche, cuando leí en la primera plana de un diario, que había fallecido Tomás Eloy Martínez.
Hoy, a un mes de su viaje eterno, surgen estas palabras como un simplísimo homenaje al hombre que le dejó a la literatura y la sociedad toda el legado indiscutible de sus obras pero también de su hombría de bien, de sus preocupaciones por las causas justas, su sentido humanístico, su valor por la cultura, su amor a la familia y su devoción por la amistad.
Olga Starzak
Febrero de 2010
Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor, murió el 31 de enero pasado en Buenos Aires, después de una larga enfermedad. Había nacido en Tucumán el 16 de julio de 1934. Licenciado en Literatura Española y Latinoamericana (Universidad Nacional de Tucumán y Maestro en Literatura (Universidad de París), desempeñó múltiples actividades como guionista, ensayista, crítico de cine, columnista, editor, y corresponsal. Entre sus obras mencionamos las novelas Sagrado, Santa Evita, La mano del amo, La novela de Perón, La Pasión según Trelew, El vuelo de la Reina, Purgatorio.
A decir verdad mi primer encuentro con él se produjo mucho antes: al mismo tiempo que mi cita con la literatura de alto vuelo. Acababa de leer Santa Evita y había quedado cautivada por la prosa eximia, audaz y certera de esa novela de ficción escrita por un investigador nato que, sumido -tal vez impactado- por la misma emoción que después vivirían sus lectores, descubría los inhiestos vericuetos de la muerte, del cadáver de una líder política.
Entonces ya había sido seducida por la prosa de Martínez y enseguida busqué las huellas de su talento en otras de sus obras, primero en La novela de Perón, después en El vuelo de la reina, más tarde en La Pasión según Trelew. Últimamente en Purgatorio.
Cuando en la oportunidad citada concurrí a la conferencia que ofreció en el Museo Egidio Feruglio no buscaba más que escuchar la voz de alguien que ya admiraba profundamente. Recuerdo que al ingresar al auditorio y encontrarme con su rostro me invadió una intensa emoción. Era consciente de que estaba frente a un ícono de la Literatura Argentina, aquel periodista que –como pocos- pudo amalgamar ambas pasiones y entregarse a su público como entrega la orquídea sus flores: en forma sucesiva, perdurable y hermosa.
Estaba invitado -y así fue presentado por la locutora- para hablar de su obra La pasión según Trelew, sin embargo, con la facultad que le otorgaba -no tanto su trayectoria como sus propios años- explicó que no hablaría de ese tema del que tanto había y se había dicho; muy por el contario quería dedicar la tarde a conferenciar sobre los puntos en común del periodista y del escritor. ¡Y vaya con la maestría que lo hizo! De más está decir que al escuchar estas últimas palabras mi alegría se potenció a límites insospechados y debí disimularla porque, gran parte de los presentes -puedo asegurarlo- sufrió una especie de decepción (parece ser natural que las personas deseen que una y otra vez sangren las viejas heridas). Tanto que algunos hasta se retiraron, lo que me permitió, gloriosa, ocupar un asiento y disfrutar a mis anchas del doble regalo que me ofrecía su presencia.
Podría contarles, como si lo hubiese escuchado ayer, los aspectos que consideró a la hora de hablar de la escritura, tanto para quien informa como para quién hace literatura. No dejó lugar a dudas de cómo una profesión no sólo se alimenta sino que necesita de la otra. Que la suma de ambas es lo que logra la diferencia: calidad en el lenguaje, en el decir y en el estilo; la que produce esos textos inolvidables, escritos con la destreza y técnica de un literato que tanto puede narrar la realidad a través de una prosa poética o transfigurarla a través del texto.
Él creía, y luchaba porque así sea concebido, que el periodismo era, en sí mismo, un arte. A lo largo de esa charla en el Mef, estudiantes, hombres públicos y oyentes en general desplegaron sus preguntas, a veces con la sola intención de pronunciarse, otras –las más- por sonsacar del intelectual firme y decoroso que tenían frente, la opinión que considerarían indiscutible.
En mi caso, y a pesar de mi temperamento impulsivo, de la curiosidad y mi afán de seguir escuchándolo, no pude emitir una palabra: estaba conmocionada por su profesionalidad pero muy especialmente por la modestia que, infranqueable, mostró en cada una de sus opiniones, anécdotas, experiencias; en sus manifestaciones de desesperanza y otras de optimismo, en el recuerdo a los amigos, en los relatos de su paso por las distintos escenarios de editoriales, diarios, revistas y universidades.
Esto sólo es una brevísima reseña de su pensamiento porque no es este el momento ni el objetivo de este escrito. Tampoco hablarles de su biografía, ni de sus obras, ni las prolíficas actividades que ha desarrollado a lo largo de su vida. Ya lo han hecho en todos estos días, todos los medios gráficos de la zona, de la Argentina, de Latinoamérica y Europa.
Sí decirles que también fue la conmoción la que me quitó las palabras el domingo 31 de enero a la noche, cuando leí en la primera plana de un diario, que había fallecido Tomás Eloy Martínez.
Hoy, a un mes de su viaje eterno, surgen estas palabras como un simplísimo homenaje al hombre que le dejó a la literatura y la sociedad toda el legado indiscutible de sus obras pero también de su hombría de bien, de sus preocupaciones por las causas justas, su sentido humanístico, su valor por la cultura, su amor a la familia y su devoción por la amistad.
Olga Starzak
Febrero de 2010
Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor, murió el 31 de enero pasado en Buenos Aires, después de una larga enfermedad. Había nacido en Tucumán el 16 de julio de 1934. Licenciado en Literatura Española y Latinoamericana (Universidad Nacional de Tucumán y Maestro en Literatura (Universidad de París), desempeñó múltiples actividades como guionista, ensayista, crítico de cine, columnista, editor, y corresponsal. Entre sus obras mencionamos las novelas Sagrado, Santa Evita, La mano del amo, La novela de Perón, La Pasión según Trelew, El vuelo de la Reina, Purgatorio.
Tomás Eloy Martínez
fallecimiento
Trelew
herencia
periodística
literaria