EL MODELO “DEL SAUCE”
Por Jorge Eduardo Lenard VIVES
Por Jorge Eduardo Lenard VIVES
Cierta vez, recorriendo en muy amable compañía el Museo Regional “Emma Nozzi” de Carmen de Patagones, acerté a pasar delante de una vitrina que exhibía un plato de porcelana decorado con motivos de color azul. El objeto me recordó de inmediato un grato momento de mi niñez: la hora del té en casa de mis abuelos, donde se utilizaba esa misma vajilla azul.
Hacia esa época – unos cuantos años ha -, leyendo una vieja edición del “Tesoro de la Juventud” archivada en la biblioteca familiar, encontré casualmente el relato que daba lugar al dibujo. El modelo, del que también se encuentran ejemplares en el Museo Regional de Gaiman, es llamado “del sauce”; nombre sin dudas merecido porque un ejemplar de este tipo de árbol domina el gráfico. Por eso también se la conoce como “porcelana Willow”. Al fondo, un lago; al frente, dos casas separadas por un brazo del estanque y un puente que lo franquea, cruzado por tres figuras humanas. Las construcciones, las siluetas, el bote que navega el lago, recuerdan una escena oriental.
De hecho, el motivo representa una historia de la China de los mandarines. Al respecto existen dos versiones: una, que fue de allí donde el modelo fue tomado en el siglo XIX para decorar la porcelana producida en algunos países europeos y especialmente en Inglaterra, lugar desde el que se difundió a otras partes del mundo. La otra versión, menos romántica, sostiene que el dibujo fue obra de un artista inglés, Thomas Minton, hacia el año 1790; y la leyenda en realidad es una fábula creada por algún escritor imaginativo inspirado en el gráfico.
Sea cual sea el origen, la tradición dice que las imágenes cuentan la historia de Kung Chi, una bella joven china que se enamoró de Chang, el secretario de su padre, hombre de pocos ingresos. El progenitor de Kung Chi, como es usual en estos casos, quería casarla con un pretendiente rico. Pero su hija no tenía deseos de hacerlo, por lo que su padre la recluyó en una casa al extremo del jardín para que reflexionase. Crecía frente a la vivienda un sauce, y un poco más allá un frutal, en cuya contemplación pasaba Kung Chi sus días. La visión de sus hojas y flores le daba alegría; ¡con qué poco se divertía la pobre mujer! Un día Chang le escribió una carta para invitarla a huir con él. Pero temiendo que su correo cayera en manos del irascible padre, tomó una cáscara de coco, le puso una vela para darle calidad de insólita embarcación; y después de colocar dentro su mensaje, la lanzó al lago y siguió su derrotero hasta que la vio llegar a manos de Kung Chi. La joven contestó por el mismo medio, aceptando la proposición; pero le aclaró que, si tenía valor, debía ir a buscarla. Chang tuvo valor; fue hasta la prisión de su querida y se la llevó consigo, sin olvidar el cofre de joyas de su novia que seguramente les sería útil para afrontar sus primeros días de vida en común. Al cruzar el puente por el cual debían a la fuerza escapar del jardín, fueron sorprendidos por el padre; quien comenzó a perseguirlos. Iba adelante Kung Chi, la seguía Chang con el cofrecito en sus manos y atrás el padre, blandiendo un látigo. No los alcanzó, y los novios se refugiaron en una casa en la orilla opuesta del lago, donde vivieron felices. Pero el otro pretendiente, despechado y enfurecido, logró ubicarlos; y cuando los enamorados se hallaban en el interior disfrutando de su intimidad prendió fuego a la humilde casa. Así murieron entre las llamas Kung Chi y Chang; aunque su espíritu continuó viviendo bajo la forma de las dos aves que sobrevuelan la escena.
Recorriendo los detalles del dibujo se puede ver reflejada toda la historia, la casa del jardín y la de la isla, el puentecillo, las tres siluetas cruzándolo, los árboles. Pero hay otros trazos que completan la escena: una pagoda al fondo del lago, un bote navegándolo. ¿Son detalles del relato que el cronista no registró? Como sea, no cabe duda que la contemplación de un dibujo tan cargado de sentido como éste, impreso sobre las formas armónicas y elegantes de un antiguo juego de té, combina un placer estético con la sensación de estar leyendo un mensaje del pasado. Y nos lleva a pensar que todos los objetos que nos rodean pueden tener una historia oculta. Lo importante es saber descubrirla.
Hacia esa época – unos cuantos años ha -, leyendo una vieja edición del “Tesoro de la Juventud” archivada en la biblioteca familiar, encontré casualmente el relato que daba lugar al dibujo. El modelo, del que también se encuentran ejemplares en el Museo Regional de Gaiman, es llamado “del sauce”; nombre sin dudas merecido porque un ejemplar de este tipo de árbol domina el gráfico. Por eso también se la conoce como “porcelana Willow”. Al fondo, un lago; al frente, dos casas separadas por un brazo del estanque y un puente que lo franquea, cruzado por tres figuras humanas. Las construcciones, las siluetas, el bote que navega el lago, recuerdan una escena oriental.
De hecho, el motivo representa una historia de la China de los mandarines. Al respecto existen dos versiones: una, que fue de allí donde el modelo fue tomado en el siglo XIX para decorar la porcelana producida en algunos países europeos y especialmente en Inglaterra, lugar desde el que se difundió a otras partes del mundo. La otra versión, menos romántica, sostiene que el dibujo fue obra de un artista inglés, Thomas Minton, hacia el año 1790; y la leyenda en realidad es una fábula creada por algún escritor imaginativo inspirado en el gráfico.
Sea cual sea el origen, la tradición dice que las imágenes cuentan la historia de Kung Chi, una bella joven china que se enamoró de Chang, el secretario de su padre, hombre de pocos ingresos. El progenitor de Kung Chi, como es usual en estos casos, quería casarla con un pretendiente rico. Pero su hija no tenía deseos de hacerlo, por lo que su padre la recluyó en una casa al extremo del jardín para que reflexionase. Crecía frente a la vivienda un sauce, y un poco más allá un frutal, en cuya contemplación pasaba Kung Chi sus días. La visión de sus hojas y flores le daba alegría; ¡con qué poco se divertía la pobre mujer! Un día Chang le escribió una carta para invitarla a huir con él. Pero temiendo que su correo cayera en manos del irascible padre, tomó una cáscara de coco, le puso una vela para darle calidad de insólita embarcación; y después de colocar dentro su mensaje, la lanzó al lago y siguió su derrotero hasta que la vio llegar a manos de Kung Chi. La joven contestó por el mismo medio, aceptando la proposición; pero le aclaró que, si tenía valor, debía ir a buscarla. Chang tuvo valor; fue hasta la prisión de su querida y se la llevó consigo, sin olvidar el cofre de joyas de su novia que seguramente les sería útil para afrontar sus primeros días de vida en común. Al cruzar el puente por el cual debían a la fuerza escapar del jardín, fueron sorprendidos por el padre; quien comenzó a perseguirlos. Iba adelante Kung Chi, la seguía Chang con el cofrecito en sus manos y atrás el padre, blandiendo un látigo. No los alcanzó, y los novios se refugiaron en una casa en la orilla opuesta del lago, donde vivieron felices. Pero el otro pretendiente, despechado y enfurecido, logró ubicarlos; y cuando los enamorados se hallaban en el interior disfrutando de su intimidad prendió fuego a la humilde casa. Así murieron entre las llamas Kung Chi y Chang; aunque su espíritu continuó viviendo bajo la forma de las dos aves que sobrevuelan la escena.
Recorriendo los detalles del dibujo se puede ver reflejada toda la historia, la casa del jardín y la de la isla, el puentecillo, las tres siluetas cruzándolo, los árboles. Pero hay otros trazos que completan la escena: una pagoda al fondo del lago, un bote navegándolo. ¿Son detalles del relato que el cronista no registró? Como sea, no cabe duda que la contemplación de un dibujo tan cargado de sentido como éste, impreso sobre las formas armónicas y elegantes de un antiguo juego de té, combina un placer estético con la sensación de estar leyendo un mensaje del pasado. Y nos lleva a pensar que todos los objetos que nos rodean pueden tener una historia oculta. Lo importante es saber descubrirla.
Nota del autor: Quiero agradecer a la señora Rosa Spampinato y al señor Alejandro Zangra la excelente visita guiada que me permitió disfrutar del Museo Regional de Carmen de Patagones, en una de cuyas vitrinas hallé la vajilla con el dibujo “del sauce”. Y también quiero agradecer al señor Lucio González, del Museo Regional de Gaiman, haberme mostrado los platos con el mismo motivo que se encuentran en ese museo; traídos por los colonos galeses.
loza
modelo
del sauce
leyenda
china
porcelana
Carmen de Patagones
Willow
Museo Regional
Gaiman