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sábado, 5 de junio de 2010

LA NOTA DE HOY




LIBRERIAS DEL CHUBUT


Por Jorge Eduardo Lenard VIVES



Sin lectores no habría escritores. Sin un público que aprecie su creación, un autor podría pasarse la vida apilando hojas de una obra; a lo mejor magnífica, pero inédita. En ese caso nunca sería completamente un escritor, ya que el milagro de transformarse en tal, se da cuando alguien abre un libro y recrea, a través del texto, los sentimientos y los pensamientos del otro; y les da nueva vida. Ciertamente, sin lectores no habría escritores. Pero sin librerías no habría ni lectores ni escritores.

Porque este necesario nexo, interfaz entre la creación y la contemplación literaria, es el catalizador de la reacción química que une íntimamente al escritor, al lector y a la obra. También las bibliotecas logran producir tal amalgama; sin embargo, se dejará para otra oportunidad homenajear desde estas páginas tan valiosas instituciones.


El presente artículo quiere referirse, únicamente, a esos locales que suelen ser frecuentados por esperanzados bibliófilos buscando incorporar a su patrimonio libreril una obra anhelada; o que entran persiguiendo el placer de ser sorprendidos por un título del que nunca habían oído hablar y que, sin embargo, al hallarlo, encuentran que encaja justo con su estado de ánimo o sus apetencias, como las dos piezas sucesivas de un rompecabezas.


Dentro del inmenso universo de librerías, se mencionará en particular a las librerías del Chubut; algunas de ellas añosas, tradicionales; otras no tan viejas, pero que aspiran a incorporarse al espacio literario regional. Se excluyen, por ahora, las sucursales de la grandes librerías que, como las cadenas de supermercados, se expanden cada día más en las ciudades del sur; librerías desde ya que son elogiables porque también contribuyen a reunir al lector con el escritor.

Pero la nota quiere mentar, en esta oportunidad, a esas otras librerías, familiares, íntimas, muchas veces atendidas por sus dueños; en las que la clientela se componen más que por clientes, por amigos; que van a encontrarse con otros amigos, algunos de los cuales los aguardan detrás del mostrador; y otros, ordenados en los estantes, quietos, expectantes, ofreciendo su lomo para ser retirados por una mano interesada en prolongar la amistad.


Empezando la recorrida por Trelew, debe mencionarse la tradicional librería “Morón”, nacida hace ya unos cuantos años; sita ahora en la calle Belgrano. Sus estantes ofrecen una amplia colección de temática patagónica. Otra librería, que muestra un tentador tesoro de libros “viejos” y nuevos, es “El rincón del libro”; ubicado hasta hace poco donde estaba, en otros tiempos, “El gato de callejón”; y que ahora abre sus puertas en la calle España. Allí los anaqueles, invariablemente, guardan la sorpresa de algún título patagónico poco común. Y hace poco se agregó a esta lista la librería “Mandala”; que, además de dar un lugar de privilegio a los autores regionales, ofrece otras actividades literarias, como talleres y presentaciones.


En Comodoro Rivadavia, dos librerías constituyen referentes ineludibles de su vida literaria: “Real” y “Erboni”. La primera lleva muchos años en la ciudad; desde su local en la Avenida San Martín – allá lejos y hace tiempo – se trasladó a su actual en la calle Francia. “Erboni”, en tanto, a pocas cuadras de la anterior, reúne una importante cantidad de textos de escritores de la zona.

Hablar de una librería en Esquel, es mencionar la casa “Macayo”. Ubicada sobre la 25 de Mayo, la calle comercial por excelencia de la ciudad cordillerana, ofrece ya desde su vidriera la obra de los autores patagónicos. Sobre la misma arteria, aunque más cerca de la avenida San Martín, “La casa de Esquel” presenta una importante colección de libros usados y nuevos sobre la Patagonia; entre los que se pueden encontrar volúmenes de gran valor.


En Sarmiento, tiempo atrás, se instaló una librería, “La otoñal”; cuyo interior era tan acogedor como su nombre, que recuerda esa estación del año propicia para la lectura. No está funcionado ahora; sin embargo, su propietaria sigue siendo un referente para los lectores y los escritores sarmientinos.

En tanto en Puerto Madryn, la librería “Aykén”, siempre hace un lugar a la creación literaria regional.
Nuestro listado es incompleto. Día a día se agregan a nuevos locales que ofrecen su bagaje cultural. Queda, entonces, una deuda: la de incluir sus nombres en un próximo artículo.

Y, a lo mejor, en esta página, donde por ahora va este rápido recuerdo sólo para nuestras librerías chubutenses, se publique alguna vez una nota que hable de todas las librerías de la Patagonia. Será un merecido recuerdo; porque si bien para el amante de la Literatura, en cualquier lugar del mundo, el valor de las librerías es el de constituir esos lugares de culto donde se produce la comunión entre escritores y lectores; en la Patagonia tienen además otra tarea fundamental: la de contribuir a difundir los autores regionales y sus obras; las que no tienen muchas veces cabida en las grandes librerías del norte.




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jueves, 3 de junio de 2010

domingo, 30 de mayo de 2010

EL CUENTO DE HOY


LA DESHONRA

Por Olga Starzak


Me miró desconcertado; en sus ojos podía percibirse la desilusión. Lentamente me dijo:
-Invoca a los espíritus para que sea varón.
-Lo estoy haciendo –le contesté. -Pero, ¿y si no es así?
-Lo sabes tan bien como yo; no queda otra alternativa que…
-¡No lo haré!
Un fuerte golpe en mi mejilla fue la respuesta.
-Nadie me obligará. Nadie.
Esta vez la fuerza de su brazo me hizo tambalear y caí sobre el duro piso de tierra. Recién humedecido, todavía con olor a polvo en el ambiente.
Deseaba a este hijo más que nada en el mundo; sin embargo, me imponían deshacerme de él si su sexo era femenino. Y no estaba dispuesta a aceptarlo. El vientre comenzó a abultarse y pronto aparecieron los movimientos esperados. Podía sentir el latir de su corazón en la quietud de la noche, el cuerpito contrayendo mi abdomen y alguna de sus extremidades empujando la piel. Innumerables veces mis manos se posaban allí, acariciando con renovada esperanza al bebé que cobijaba.
-Si pudiera retenerte aquí adentro… hasta que pueda mostrarte sin vergüenza, hasta que puedas vivir en libertad como tantos otros seres de este mundo injusto –le murmuraba.

Desde un primer momento la intuición me decía que engendraba una niña. Quizás tuviera mis alisados cabellos y los ojos pardos de su padre. Juré que encontraría la forma de esconderla y criarla. Juré que no me la arrebatarían para regalarla o entregarla a algún orfanato. No permitiría que la dejaran morir de hambre en algún oscuro rincón de este hacinado país.
Pertenecía a una etnia donde las mujeres éramos condenadas por el sólo hecho de pretender perpetuar la familia. Recordé cuando, en oportunidad del nacimiento de mi primera hija, entraron a la vivienda donde morábamos y derribaron sin piedad su habitación, en un gesto de vil amenaza.
Perturbada por las circunstancias convencí a mi esposo de que emigráramos a otro sitio, menos poblado, para evitar de esta manera la esterilización a la que pretendían forzarme.
Y ahora, aún con el derecho de volver a ser madre por segunda vez, padecía la angustia de la incertidumbre. Si no tenía un varón me quitarían a la niña, y su padre nos culparía por la deshonra a la que lo habíamos sometido.

La pequeña Mohanna no pudo ver la luz del sol cuando nació. Fue parida en el subsuelo de un edificio abandonado y lúgubre. Allí me había mudado cuando la fecha del parto se aproximaba. Una de mis hermanas arbitró de partera. Ante los sorprendidos ojos de su hermanita mayor, el bebé asomó la cabecita al mundo cruel que no le perdonaría su condición.
Si volvía al hogar me arriesgaba a que fuera destruido, mis hijas castigadas o desaparecidas, y todos nuestros esfuerzos de años de trabajo destinados a multas que jamás dejaríamos de pagar.
Mi esposo se había sometido a una vasectomía. Aún sufría las secuelas de una dolorosa y mutilante intervención, agravada por un intenso dolor físico, producto de la ausencia de anestesia en el momento de la operación.

Estuve escondida durante meses. Una mañana, como prácticamente todos los días, mi hermana salió en compañía de mi hija mayor en procura de alimentos y enseres.
Horas más tarde apareció la nena. Parada en la vieja puerta de madera de nuestro alojamiento, me dijo:
-¡Se la llevaron, mamá! Le pidieron unos documentos, algo que tenía que ver conmigo y se la llevaron. Eran hombres vestidos con sacos cortos y túnicas largas. Le preguntaron por su delantal, un delantal como el que usas desde que te casaste con papá. Le sacaron el cinturón de la falda y le ataron las manos. ¿Por qué lo hicieron mamá?
-Sólo por ser mujer, hija; sólo por eso.

Imaginaba que su tía, protegiéndola, había declarado ser la madre; y al no poder atestiguarlo estaba ahora presa, sujeta a torturas físicas y psicológicas; y obligada a declarar el destino de la niña que –ante el ataque- había huido, eludiendo así su cacería.
Mi hermana jamás volvió.

Debía escapar de allí, pronto. Ya no quedaban alimentos y el estado de extrema tensión había provocado en mis mamas un repentino retiro de la leche. Mohanna lloraba de hambre. Decidí partir. Si cruzaba la frontera y llegaba hasta la región tibetana, quizás alguien podría darme amparo durante un tiempo, a cambio de tareas domésticas… o lo que fuese.

Robé comida, engañé innumerables veces, mentí despiadadamente y proclamé una enfermedad que me llevaba, con urgencia, a buscar un centro asistencial en zonas urbanas.
Para entonces, el padre de mis hijas, preso de la ignominia que significaba tener mujeres y agobiado -como tantos- por el eugenismo para el que había sido adiestrado, había caído en una fuerte crisis nerviosa. Pasaba sus días entre el alcohol y los burdeles.

El día que Mohanna cumplió tres meses estaba a punto de pisar tierra tibetana. Para mi sorpresa, en la frontera se pedía mi captura por infracción a las leyes. Secuestraron al bebé y me repatriaron.

Cada noche, en la soledad de mi alma despojada, arrastraba a mi esposo hasta el lecho que ya no compartíamos. Nuestra hija se escondía entre largos pantalones de lana y tapaba su cabecita con negros turbantes. Odiaba su condición. Frecuentemente preguntaba por Mohanna.
-Nunca tuviste una hermana –afirmaba, con ira, su padre.
-¡No es verdad! –respondía con sostenida fuerza. Yo vi cuando se la llevaban.
Un fuerte golpe azotaba su pequeño rostro. Una y otra vez… Siempre que quería saber. Y ella había aprendido a callar.

Ayer tomó con sus pequeñas manos mi rostro avejentado y me dijo:
-¿Dónde estará mi hermanita, mamá?
Me escuché contestarle:
- ¿Qué dices?, nunca tuviste una hermana. Nunca.





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martes, 25 de mayo de 2010

EN EL DÍA DE LA PATRIA



AIRES DE PATRIA


Por Alicia Cabral Colman



La suma de una época deshoja calendarios, de años, vidas…

Así, desde la conquista hasta nuestros días, la historia de los pueblos de Latinoamérica acumularon pasiones de exaltados proclamas, de guerras, luchas, dejando entre vientos de combates, mártires, ídolos, y símbolos, que con verdadero acierto señalaron un rumbo.

Por esa razón, el significado de independencia es un bien Sagrado, la esencia que debemos preservar como una perla preciosa extraída de los océanos. Y con absoluta certeza proteger el valor Supremo de la libertad, concebida con sangre de renunciamientos.

Con templanza y el pensamiento en el futuro, percibir desde las imágenes el eco de las voces de aquella epopeya, contagiarnos, especialmente los jóvenes del placer por el conocimiento, subir a ese oleaje y navegar en él. De esta manera lograr que los elegidos, construyan emblemas de unión y grandeza, para asegurar la armonía interior de los pueblos.

Y remarcando la peculiar participación de la mujer en la historia, importante, profunda, ellas le dieron su impronta de valor, sin importarles su clase social. Oteando horizontes de violencia como los pájaros volaron alto, y desafiaron las penurias que sufrieron junto a sus hombres, por su tierra y sentimientos.

¡Rotas las cadenas de la esclavitud, de frecuentes peregrinaciones, de hambre, con derechos a ser libres!

Hoy, rozando esas brisas en los festejos del bicentenario, de modo natural con mirada reflexiva…

Tiempos de grandes pruebas, de retos: qué aportamos al devenir de la tierra gaucha, a nuestra descendencia, donde palpita el corazón de la América india, atractiva, exuberante, la que acunó el privilegio del Ser y sueños de caminantes.

Hermanados por los aires de Patria comprometernos…

Para enarbolar sin prejuicios discriminatorios, la bandera de la liberación, de la Paz, que supimos conseguir.

¡Oíd mortales oíd!...






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sábado, 22 de mayo de 2010

LA NOTA DE HOY



OÍD EL RUIDO DE ROTAS CADENAS...



Por Jorge Alberto BAUDÉS


Primero llegó el modernismo, luego el posmodernismo y luego... Pero las cadenas que otrora limitaran la movilidad de los hombres hechos esclavos, condenados a trabajar forzadamente en provecho de otros, han vuelto a tener vigencia, disimuladas, sigilosas, pero tan aberrantes como sus antecesoras. Los hombres, inmersos en la vorágine de los tiempos que corren ( o que nos corren) se ven atrapados en las ávidas lecturas de sus correos electrónicos por las “cadenas” a través de las cuales nos seducen con profundos pensamientos, con fotos desgarradoras, con hechos contrastantes (sacados de sus contextos) por los cuales nos advierten cómo debemos pensar, actuar o seguir y que en caso de adoptar una actitud indiferente recibiremos castigos, maldiciones, o infortunios inesperados. De este modo, nuestra interior inseguridad, nuestra falta de perspectiva y nuestra atribulada inteligencia quedan en evidencia ante el inevitable “reenviar” al que nos empujan vehementemente (y muchas veces condicionándonos a hacerlo en los siguientes cinco minutos). Estas “cadenas” obviamente responden una vez más a intereses espurios, ya que “navegar” implica para el usuario incurrir en un gasto y para el promotor de la misma, inducir al consumo de los auspiciantes que se filtran y en el menor de los casos a la utilización de la red, mediante minutos de aire los que indefectiblemente luego aparecen en forma inexplicable en las facturas de los servicios que deberemos abonar con gran esfuerzo. Es hora que volvamos a despertar nuestras conciencias, a recuperar nuestra capacidad de discernir y a construir nuestro presente y futuro a partir de nuestras convicciones y creencias. Rompamos nuevamente las cadenas y concentremos nuestra atención en los signos positivos que la vida nos presenta cotidianamente para indicar a cada uno de nosotros cuál es el mejor camino a seguir para nuestro crecimiento interior.





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